Los Aliados
Madrid, sábado 20 de julio de 1918
 
año I, número 2
página 2

Alfred Percy Sinnet

La dinámica espiritual de la guerra
 

«Carácter de la guerra»

La guerra actual es una de las más terribles contiendas en las que naciones civilizadas se han visto envueltas. Algunos creían que el excesivo desarrollo de los medios de destrucción haría que las naciones jamás se atrevieran a afrontar las consecuencias de semejante iniciativa. Los hechos, sin embargo, han desmentido tal creencia. Alemania no ha titubeado en sacrificar millones de sus propios súbditos con la esperanza de dominar a las demás naciones, y es bastante poderosa para poner a prueba los recursos de varias grandes potencias, obligadas a unir sus fuerzas para resistir la agresión.

Pero las circunstancias que han rodeado la agresión hubieran sido en extremo sorprendentes y hasta ininteligibles de consideradas, tan sólo como el producto de las aspiraciones nacionales de los alemanes, por muy exaltadas que fuesen. No existe nada en la pasada historia de Alemania que nos preparase para los ultrajes contra todas las convenciones de la guerra moderna, contra todos los dictados de la humanidad, que han deshonrado los métodos de los ejércitos alemanes desde el principio de su ataque a Bélgica y Francia. La buena fe internacional y hasta la propia palabra empeñada de Alemania se hallan atropelladas por la invasión de Bélgica, y el trato cruel a su desgraciada población. Cuando ésta resistió la violación de su neutralidad, la invasión degeneró en un estallido de barbarismo. Alentadas por sus jefes, las tropas alemanas han asesinado gentes indefensas y ultrajado mujeres en número aterrador, y con refinamientos de crueldad que desafían la imaginación. Los relatos de las comisiones francesa y belga nombradas para investigar estas atrocidades confirman los peores rumores en circulación, con aterradores detalles. En un principio, cuando circularon los primeros rumores, muchos de nosotros nos negamos a darles fe, según la creencia general de que el carácter germánico era incompatible con las atrocidades de lo relatado. Toda la vida hemos considerado a los alemanes como una raza de costumbres amigables y familiares, acaso demasiado amante de la disciplina militar, pero amante del orden y sumisa a las leyes humanas y divinas. –¿Cuál es el sentido de esta súbita regresión al barbarismo?– Las enseñanzas de ciertos escritores, con frecuencia citados, eran ciertamente propias para corromper el carácter nacional, pero, ¿de qué extrañas fuentes de tendencia surgió esta enseñanza? ¿Cómo pudo lograr convertir a soldados alemanes en grandes masas, en gentes de crueldad, capaces de actos que eclipsan la ferocidad hasta de los guerreros medioevales? Ninguna consideración de desarrollo político puede iluminar este desgarrador misterio. Hemos de sondear profundamente las regiones del misterio superfísico antes de que podamos comprender el verdadero carácter de la guerra que nos aflige.

Esto ha sido bien definido en sus líneas generales por sir Oliver Logde en una serie de conferencias dadas en noviembre pasado sobre «Ciencia y Religión». Este reconoce la posibilidad de cultivar facultades que nos ayuden a comprender cosas que de otro modo trascenderían de nuestro entendimiento. Y, resumiendo, dice: «Sabemos todos que existen poderes de bien y poderes de mal. Todos lo sabemos, porque los estamos combatiendo actualmente. ¿Por qué estamos haciendo hoy esta guerra, la más santa que hayamos tenido nunca? Porque los poderes del mal andan sueltos; «la maldad espiritual ocupando los altos lugares», y al combatirlos somos agentes de Dios. Esta es una guerra santa. ¿Cuál es la doctrina que se nos opone? Que no hay nada más elevado que el Estado; que el Estado es la cumbre de todo y que el Estado puede hacer cuanto le plazca, mientras redunde en su beneficio. ¡Ninguna ley moral, ninguna existencia más elevada que un Estado poderoso! Pues bien; esto es ateísmo práctico. Esto es contra lo que nos hallamos en guerra. Si tuviésemos que vivir bajo la dominación de semejante Estado, si el mundo cayese un día bajo semejante yugo, la vida no valdría el ser vivida. En verdad literal, sería mucho mejor morir, que vivir bajo semejante dominio. Sabemos que existe un Gobierno moral del mundo. Sabemos que existen altos ideales; nuestro enemigo ha recibido otra enseñanza. Vuestras tropas, que tan admirablemente se están portando, no podrían cometer los actos horribles, traidores, atrozmente crueles que estas gentes han cometido con esa creencia impuesta a ellos, bajo esa clase de coerción y falsedad de criterio. Oímos a veces encomiar la importancia de una recta creencia y la perdición que resulta de una falsa creencia. Hay en esto una gran verdad, aunque no tal, como muchos la han interpretado. Pero veis cómo está verificándose ahora. La recta creencia nos da fuerza, decisión y energía, y tal vigor, que somos irresistibles y no se nos puede reducir. La otra creencia tiene que sucumbir. Las potencias del bien, son más fuertes que las potencias del mal.

Continuando sir Oliver Logde realiza, de esta manera, que somos «agentes de la deidad», que «se necesita de nuestra ayuda para resistir las fuerzas del mal». Y luego interpreta el crecimiento de esas potencias del mal en una forma que los estudiantes ocultistas reconocerán como sintetizando los hechos en pocas palabras: «Cuando el libre albedrío fue concedido a las criaturas, éstas tuvieron facultad para escoger el mal como para escoger el bien». Me propongo desarrollar algo más este tema; pero así, escuetamente expresa la verdad fundamental, base de esta plenitud de mal, contra cuyo encumbramiento estamos ahora luchando. Pero antes citaré unas palabras de Mrs. Besant en el número de noviembre de Teosophist. Ella describe la guerra actual como un conflicto entre dos ideales, de una manera que la distingue de todas las demás guerras occidentales. El ideal único es un ideal de libertad, de creciente autonomía, de poder a base de voluntad nacional; de leal, generoso, tratamiento de las razas faltas de desarrollo, de civilización cooperativa, pacífica, progresiva, de fraternidad entre naciones. Este ideal lo muestra como conforme a la orientación histórica de la Gran Bretaña, y actualmente esta «lucha en defensa de la fe jurada hacia aquellos que son demasiado pequeños para exigirnos su cumplimiento en defensa de tratados firmados y de la santidad de la palabra dada por una nación en defensa del honor nacional, único baluarte de la sociedad contra la tiranía de la fuerza bruta».

El otro ideal, desde luego, se halla representado por la blasfema pretensión del semidiós de la guerra alemán, de ser el agente elegido de Dios para fundar un imperio mundial por la fuerza. Su propio interés personal se declara como el único motivo que guía al Imperio alemán. «Todas las reliquias, salvo la religión de la fuerza, son supersticiosas; su moralidad anticuada. El asesinato, el robo, la violación, todo es tolerable, más aún, laudable en huestes invasoras... las mujeres, los niños, los ancianos son seres débiles; ¿por qué no habían los hombres fuertes de usar de ellos según su voluntad?» Me limito a citar unas pocas palabras del espléndido apóstrofe de A. Besant que bien pudiera desearse ver más esparcido por todo el orbe civilizado. Sin interpretar explícitamente el lado oculto de la situación que describe, el artículo muestra cómo desde un punto de vista aún meramente físico la lucha puede realizarse como un conflicto entre poderosos principios representados en otros planos de conciencia, por aquellas que mencionamos como potencias de bien y de mal. Y ahora parece que se impone el investigar más de cerca las circunstancias bajo las cuales esos ingentes poderes han venido desarrollándose a través de los dilatados trechos de tiempo desde los albores de la evolución humana.

Las potencias de Bien y de Mal

Los estudiantes ocultistas, desde mucho tiempo, saben de una manera general que una jerarquía espiritual preside, bajo la divina dirección, sobre la evolución de la humanidad de este planeta, y sufre la oposición, en todos los planos de actividad, de una formidable organización, que por su parte es continuamente inspirada por el deseo de impedir el progreso espiritual de la raza humana; de retrasar y, a ser posible, de malograr por completo el plan divino; de originar sufrimiento en lugar de felicidad; de estimular todas las malas pasiones que puedan encontrar cabida en el alma humana; de esparcir la confusión y la desgracia en cuanto sea posible por todo el mundo. No se crea que los que pertenecen a dicha organización fueron incluidos en el plan divino con el objeto de crear dificultades, cosa, que algunos pensadores han considerado como una condición necesaria del progreso espiritual humano. El vencimiento de la dificultad es uno de los métodos por los cuales el progreso espiritual puede realizarse, pero no es el único método. Puede concebirse la posibilidad de una humanidad que ascendiese hacia más elevadas condiciones de vida y de conciencia por un continuo sendero de armonía y de paz. Pero desde el momento que esa condición esencial para la realización de la idea divina integra el que todos los miembros de la vasta familia humana fueran dotados de libre albedrío, era casi inevitable suponer que algunos, como lo adelantó sir Oliver Logde, usarían ese libre albedrío para fines de Mal. Así los poderes de tinieblas, desarrollando del modo que luego expondré, deben considerarse como constituyendo una excrecencia sobre el plan divino, y el conocimiento que hoy poseemos con referencia a la remota historia de la humanidad en este planeta nos permite reconstituir positivamente las condiciones bajo las cuales se cumplirá su negra historia.

(Se continuará.)

A. P. Sinnet

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