Filosofía en español 
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Película trágica

La hecatombe de Villarreal

El cinematógrafo, lindo juguete científico, alarma a los autores y a los cómicos, por la competencia que les hace; preocupa a moralistas y pedagogos por el daño que hace en la vista, en el cerebro y en el corazón de los niños, y siembra la inquietud en todas las naciones.

En la nuestra, la de Villarreal es la primera desgracia con honores de hecatombe. En Valencia, en Barcelona, en otras capitales, ha habido alarmas e incendios, pero sin ocasionar muchas desgracias. En Madrid han ardido tres cinematógrafos, pero cuando no había público dos de ellos, y sin causar más que lesiones y heridas el incendio, en el del Noviciado, donde el fuego estalló lleno el local de gente.

En Francia, en Inglaterra, en Italia, en América ha habido catástrofes terribles, producidas por el fácil incendio de las películas. Nuestra buena suerte ha terminado. La catástrofe o hecatombe de Villarreal es, por su magnitud, norte-americana.

¡Cerca de 70 muertos, muchos heridos graves, niños aplastados! ¡Un horror!

El Sr. Barroso ordenará el cumplimiento, con el mayor rigor, de una muy prudente y discreta real orden del Sr. Cierva, que no se observaba en Villarreal.

La población teatro de tan conmovedora desdicha está cerca de Sagunto, en la provincia de Castellón, a la izquierda del camino férreo, según se va de Valencia a Barcelona.

Es Villarreal baluarte del jaimismo. De allí se hizo, hace once o doce años, una descarga a los coches del tren en que regresaban de Castellón, Blasco Ibáñez y Soriano.

Los carlistas dominan en la Villa, contrarrestados por un núcleo de esforzados republicanos, de ánimo entero, templado por la continua lucha.

Pronto, dentro de unos días, hará un año de la romería nacional a Villarreal, como final del Congreso Eucarístico celebrado en Madrid. ¿Quién había de decir a los adoradores de la momia de San Pascual Bailón, que guarda con orgullo Villarreal, que el primer aniversario de aquella fiesta religiosa había de ser una hecatombe?

El recuerdo no huelga. Sirve para remachar el adagio vulgar: “Fíate de la virgen…” Porque si las autoridades de Villarreal hubieran confiado menos en la milagrosa protección del cuerpo incorrupto de San Pascual que en la previsión, es seguro que no habría acontecido la espantosa catástrofe.

Bendijo el nuncio del Papa en Francia el Bazar de la Caridad, y lo devoró un incendio. La celebridad que alcanzara Villarreal por la peregrinación eucarística, palidece ante la universal que le da este siniestro, que lloramos.

Y terminamos, como empezamos, recomendando al Gobierno rigor, mucho rigor para cumplir las reglas de previsión que dispuso Cierva. El espectáculo merece menos protección que los espectadores, porque, al industrializarse, se ha hecho ñoño o indecente, grotesco o fantástico, siempre amanerado, porque, en vez de copiar la vida, reproduce escenas amañadas, farandulerías.

El poeta Maragall, poco antes de morir, escribió bellísimos artículos sobre lo que podía ser y lo que no era esta invención echada a perder por el industrialismo.