Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

[ Pablo Vila Dinarés ]

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

I. El Cinematógrafo podría ser un buen medio de culturización si su industrialismo se encaminase no sólo a la ganancia –finalidad máxima de todo negocio– sino también a la ilustración del público, a la formación de su público. Así, pues, mientras el Cinematógrafo no acabe con sus programas de películas melodramáticas, pantominescas, cómico-imbéciles, cursi-románticas y pseudo-históricas, precisa sujetarlo a una crítica aplastante, ejercida sobre cada nueva película que se anuncie. Para ejercer esta acción crítica, creo que fácilmente nos reuniríamos veinticinco personas en Barcelona con el propósito de repartirnos el trabajo de juzgar el valor artístico y ético o más concretamente educador de las quince o veinte películas que semanalmente se estrenan en nuestros cines. Y contando de antemano con la solidaridad de algunos diarios estos podrían desde luego no anunciar ningún Cine que diera películas amorales o inmorales, pues ya es hora de que se unifique en nuestra prensa la Dirección con la Administración, pero no predicar moralidad y dar inmoralidades en reclamo –no sería difícil orientar al público sobre las producciones que se le anuncian. Pero como las proyecciones cinematográficas van pasando de los lujosos cines del centro de la ciudad a los populares de los suburbios y de éstos se envían luego a las ciudades, villas y pueblos de Cataluña, en cuyos lugares muchas veces solo se proyectan las películas durante el sábado y domingo por lo que la crítica local resultaría inoportuna, ésta podría organizarse de modo que los juicios ciudadanos fueran publicados oportunamente en los periódicos de la localidad o comarcanos.

Al cabo de algún tiempo de tal misión, cuando se hubiese formado criterio sobre el género de las casas productoras, podrían las tales ser avaladas o boicottadas según conviniere al valor educador de sus producciones. Y lo mismo cabría hacer con los establecimientos cinematográficos que las proyectasen.

II. Cierto que los niños deberían ser apartados del espectáculo cinematográfico actual, del cual son ellos las primeras víctimas. (Ahí van dos ejemplos visibles: una madre me contaba sin malicia como su hijo pasaba las noches que seguían a su vuelta del Cine, en una fuerte excitación nerviosa y otra se plañía de la última travesura de su hijo que había atado una cuerda al cuerpo de un compañero de juego, más joven, sujetándole luego a un carro al ponerse éste en movimiento). Más no hemos de pensar en que podamos hacerlo si antes no apartamos a los padres, puesto que éstos no han de ir dejando a sus hijos y menos querrán privarse del gusto de mandarlos solos para que no molesten en casa.

III. No sé si se puede hallar otro espectáculo o diversión que pueda sustituir al Cine. Desde luego no podrá ser ni el teatro ni la mímica, pues el Cinematógrafo tiene sobre uno y otra la ventaja de la economía, dentro la cual no podrán competir sin menoscabo de su valor educativo.

Resta una diversión, la única, pienso yo, grata a los niños y también a los mayores: los juegos al aire libre. Estos podrían competir con el Cine por su mayor economía.

La gratuidad y por su mayor atractivo para el niño, el movimiento. Pero esto que es factible en las villas y ciudades de segundo orden, no es posible en Barcelona, pues, hacen falta campos municipales de juego, parque de juegos podríamos decir, con empleados idóneos, cuya realidad está un tanto lejos. Y como el mal nos ataca ya, contra el Cinematógrafo no cabe más que el Cinematógrafo mismo convertido en instrumento de culturización por la presentación gráficas de otras tierras, de costumbres, de industrias, de descubrimientos, de reconstituciones históricas y hasta de escenificación de las obras maestras, único medio quizás de hacerlas llegar al pueblo y al niño de cuyas almas tantas causas procuran la degeneración.

Pablo Vila
Director de la Fundación Horaciana de Enseñanza.