Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Angel Ossorio

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

Contestaré con la posible concreción a los dos grupos de preguntas que la redacción de Cataluña se digna formularme.

a) El cinematógrafo me parece diversión adecuada para la infancia. Despierta la imaginación, facilita el conocimiento de la Historia, divulga las costumbres de otros pueblos, fija los recuerdos, y es, en fin, un elemento de útil colaboración para las lecciones de cosas tan recomendadas en la pedagogía moderna.

Los peligros nacen del abuso y del mal uso. En lo cual el cinematógrafo se parece… a todas las cosas inventadas y por inventar.

El abuso está en la asiduidad excesiva de los niños a las funciones cinematográficas, pues no cabe duda de que la contemplación frecuente de tantos, tan variados y precipitados espectáculos, constituye, un excitante de la sensibilidad, una propensión a la inconsistencia mental y un riesgo de alteración del sistema nervioso. Estos peligros son fácilmente remediables sólo con que los padres actúen de tales y tengan sentido común, autorizando lo que es recreo y prohibiendo lo que raya en obsesión.

Mayores dificultades ofrece el tratamiento del mal uso, proviniente de la codicia mercantil en los empresarios y de la corrupción del gusto en el público.

Las cintas cómicas pasaron a grotescas y degeneraron en estúpidas; las delicadas bajaron a sensibleras y terminaron en espeluznantes; las alegres fueron luego picantes y se sumergen hoy en la desvergüenza. De aquí el exceso rigorista que abomina de la proyección en vez de limitar el enojo a lo proyectado.

Pregúntese si podría subordinarse este espectáculo a algún contrôle especial. Yo no vacilaría en responder que sí, cuando se sometiesen a igual prevención las novelas pornográficas, las zarzuelas sicalípticas, los semanarios alegres, las tarjetas postales, los anuncios, los espectáculos de variedades et sic de caeteris.

¿A qué indignarse precisamente contra el cinematógrafo? La vida entera está hoy organizada para aniquilar la raza, moral y fisiológicamente. Medítenlo conmigo los padres que tengan hijos varones en la adolescencia. Mas como todas esas porquerías van amparadas con los marchamos inatacables de el arte, y la libertad ¡a ver quien es el guapo que se mete con tan excelsos personajes!

¿Significará esto que digo una añoranza de la previa censura? De ningún modo. Si está contaminada la sociedad entera sería locura notoria tratar de reclutar en ella los censores. Ni es posible andar hacia atrás. En esta como en tantas otras cosas, (vicios del jurado, defectos del sufragio, abusos de la prensa), la sana política consiste en vigorizar, completar, y pulir la realidad existente, no en soñar con la regresión a estados jurídicos que el concepto público, acertada o erróneamente, pero de modo general, no admite sin repugnancia.

La ley ofrece todavía medios para castigar los atentados a la moral. Interprétense sin mojigatería y cúmplase sin miedo. Y en aquello a que la ley no alcance claramente, actúe la sociedad. De igual modo que al comentar la prensa una obra teatral explica en tendencia y desarrollo para orientación de sus lectores, reséñense también las películas para que cada cinematógrafo alcance la reputación que merece, y ningún espectador entre ignorando la calidad del espectáculo que va a presenciar.

b) Por lo que he dicho en respuesta del primer tema puede colegirse lo que pienso respecto al segundo. La exhibición callejera de la prostitución, ha llegado a límites asombrosos. El muestrario de las mancebías completa con la fuerza de la práctica toda la perversión teórica que difunden los merodeadores de la literatura y del arte. Con lo cual la juventud tiene en materias sexuales elementos de enseñanza que para sus estudios no suele hallar: libros de texto abundantes y laboratorios al alcance de la mano.

Me parece bien la delegación en los maestros, de una función de autoridad para la limpieza moral de las calles. Me parece bien la creación de Juntas de distrito o barrio para completar esa labor. Pero me parece perfectamente inútil todo esto y cuanto por el mismo orden se discurra si cada cual no se encuentra suficientemente fuerte y bueno para comunicar a los demás su sentimiento del vigor y de la dignidad.

Mil veces, en formas más o menos análogas a las indicadas, se ha tratado de hacer obra de moral colectiva prescindiendo, como de cosa nimia, de la moral individual.

Porque lo triste es, que detrás de cada prostituta a quien se trata de impedir la exhibición de su descoco y el voceo de su mercancía, hay una Celestina que tiene montado sobre aquel negocio una situación comercial; tras la Celestina, un vividor que aporta a la empresa la comandita de su bravuconería; tras el vividor, un caciquillo que recibe de aquel, parte alícuota de su fuerza; tras el caciquillo, un concejal; tras el concejal, un periodista; tras el periodista, un diputado; tras el diputado, un Ministro. Y así, el día que se atenta a la licencia deambulatoria de la Pinguito o la Poca lacha, surge una campaña periodística, truena una voz en el Parlamento, se bambolea la consistencia de unas actas, se amenaza con la pérdida de una elección o con la agresión personal o con el trastorno del orden público…

Mientras cada uno de esos elementos no se purifique, mientras tan vergonzoso engranaje no quede destruido, mientras la nobleza personal no dé la presión del ejemplo para la nobleza común, todos los remedios legales, orgánicos, solemnes, tendrán el valor de paliativos pero nada más. Tomarlos como pretexto para la educación de las gentes, será más discreto que fiar en su eficacia para la corrección de los males.

Y téngase en cuenta que lo que he apuntado en el ejemplo de la meretriz es aplicable de igual modo al tahúr y al usurero, y al borracho y a los traficantes con todas las degradaciones humanas. Pero ¿saben los ilustres redactores de “Cataluña” cuánto cuesta, en el estado social corriente, atacar de frente a toda esa canalla? ¡Pues eso cuesta una revolución!

Angel Ossorio.

Madrid.