Filosofía en español 
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[ Ramón Rucabado Comerma ]

¿Es conveniente a los niños el cinematógrafo?

Para contestar a esta pregunta es preciso distinguir primeramente el cinematógrafo instrumento de educación, del cinematógrafo espectáculo.

En cuanto al primero, son indiscutibles los servicios que las proyecciones animadas prestan a la instrucción de numerosos auditorios, dando una información viva de mil asuntos relacionados con las ciencias, especialmente con la geografía y la historia natural. Es muy de loar el uso del cinematógrafo en las Escuelas, siempre que su utilización educadora no llegue a degenerar en pasatiempo o en resorte de entretenimiento. Los niños deben contemplar las películas como una lección agradable y atrayente, nunca como un recreo.

El cinematógrafo público es un espectáculo que debe considerarse altamente nocivo; es de aconsejar que se aleje de él a los niños. Es un hecho innegable que éstos se sienten poderosamente atraídos por esta diversión, que ofrece los incentivos de baratura, popularidad, novedad y amenidad. Estas mismas facilidades hacen que el peligro de desmoralización introducido por la invasión del cinematógrafo en nuestras calles sea mucho mayor de lo que a primera vista parece.

La positiva acción desmoralizadora del cinematógrafo público reside en los siguientes hechos, bien fáciles de comprobar:

a) No preside a la exhibición de cuadros animados criterio alguno artístico ni moral. Los dueños de cinematógrafos públicos –que no tienen sobre el espectáculo la responsabilidad ni el interés del empresario de teatros, el cual depende casi siempre de la calidad relativa de las obras ejecutadas– reciben las películas de los talleres y las representan indistintamente, buenas o malas, graciosas o insulsas, educadoras y desmoralizadoras. Su único interés es la novedad y la variedad continua. La calidad no es apreciada. El propietario exhibe lo que le dan. El público recibe lo que le dan, indiferentemente. No existe, por lo tanto, responsabilidad ni evaluación en este espectáculo, por parte de nadie. Es pues, cuando menos, amoral.

b) La inmensa mayoría de las escenas proyectadas en el cinematógrafo son antieducadoras, por referirse, casi invariablemente y con pocas excepciones, a las siguientes categorías:

1. Escenas de crímenes: hurtos, robos, estafas, escamoteos, homicidios, incendios, raptos, torturas, desafíos, riñas, catástrofes, &c., que figuran con significativa persistencia en todos los programas.

2. Escenas insulsas y chabacanas, bajo el nombre de cómicas, en las cuales, sobre ser de mal gusto la mayor parte de ellas, con insistencia digna de notar se presentan cuadros en los que siempre predomina la nota de destrucción material de objetos –juegos, caídas, persecuciones, quiebra de vajilla y objetos, riñas, alborotos– y burla y ridículo constante de los agentes de la autoridad.

3. Cuadros dramáticos de un sentimentalismo de baja estofa, que irritan morbosamente la sensibilidad de la gente sencilla, y más especialmente la de los niños.

4. Tragedias brutales, desgracias espantosas, situaciones desgarradoras, escenas, rebuscadas por lo refinadamente crueles…, todo lo cual necesariamente ha de obrar con pésimo influjo en las imaginaciones tiernas que se llenan de perturbadoras impresiones y pavorosas imágenes.

5. Desfiguraciones de obras de la literatura y de la dramaturgia, que por la rigidez de un espectáculo mecánico que no admite interpretación de matices ni figuras de expresión, devienen groseras mistificaciones, convirtiendo los más grandiosos y nobles poemas y dramas, en vulgares pantomimas, en las que sólo resaltan las actitudes y escenas violentas y pasionales.

c) Todas las pasiones humanas desencadenadas son ofrecidas en espectáculo a los niños, ávidos de por sí en la percepción y en la retención. Las escenas son ofrecidas a su libre interpretación. A su lado no está nunca el maestro que, en todo caso, pudiera modificar, suavizar o dirigir la impresión recibida, y los padres de familia –que no siempre acompañan al niño– no suelen ser lo suficientemente inteligentes para suplir esta tutela. En el espectáculo cinematográfico el alma del niño queda a merced del editor de películas. Y no se diga que se exagera el peligro, porque entonces se negaría la influencia de las percepciones en la educación.

d) Además de la debilitación del sentido moral, de la excitación de las pasiones, de la irritación de la sensibilidad, de los hábitos de indisciplina y violencia y del mal gusto estético que fatalmente la visión continua de escenas de las especies citadas ha de producir en los niños, existe el peligro de que sea el cinematógrafo escuela de la delincuencia, por lo muy al vivo y detalladamente que se describen ciertos crímenes. Por lo menos, la familiarización del niño con estas escenas en manera alguna contribuirá a edificar y ennoblecer su espíritu.

e) Por último, y aparte de otras razones de menor importancia, los lugares donde se dan los espectáculos cinematográficos públicos merecen la reprobación de cuantas personas se interesen por los niños. Generalmente son antros desprovistos de la menor ornamentación estética, adornados con carteles chillones anunciadores de las escenas de sangre y de sensiblería que las películas representan; en ellos el espectáculo se da a oscuras; gente de las condiciones sociales más bajas se empuja y codea con otras más refinadas, en poco grata mezcolanza. Los títulos de los cuadros son atentados a la gramática y al sentido común, por ser casi siempre mal traducidos de otras lenguas. Todas las percepciones, en una palabra, que el niño recibe en el cinematógrafo público, contribuyen más a pervertir, a deseducar su espíritu, que a fortalecerlo y elevarlo. Y además, el tiempo que el cinematógrafo absorbe a los niños, especialmente en los días festivos, es robado a su educación física, a la alegre expansión en plena naturaleza, o bien a la vida de familia, cuando no al descanso.

Harán, pues, bien, padres, maestros y educadores, en alejar a los niños cuanto en su mano esté, del cinematógrafo público.

R. Rucabado

(De la Revista de Educación [Barcelona], número 2, febrero, 1911.)

[ → La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle ]