Filosofía en español 
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Sección Universitaria

Universidad de Oviedo

Circulan rumores de que intenta llevarse a cabo la supresión de la Universidad de Oviedo. Sin embargo de que personas, influyentes en la dirección de los asuntos de nuestra enseñanza, nos han asegurado que este particular no está resuelto todavía: en la convicción de que no se resolverá mientras circunstancias muy capitales no varíen, vamos a entrar en algunas observaciones con el fin de prevenir la hipótesis de que pudiera suceder. Obramos así con tanto más motivo cuanto que no se trata de una sola provincia, sino de dos; porque nadie puede separar a Santander de Asturias; porque no pueden separarse dos pueblos unidos por la naturaleza para todas sus fines sociales.

Presentaremos la cuestión en un grupo, para que se descubran mejor todas sus formas.

D. Fernando Valdés de Salas, hijo de Salas en Asturias, arzobispo de Sevilla e inquisidor general, en el reinado de Felipe II, fundó la célebre Universidad de Oviedo, la cual posee actualmente una biblioteca que reasume todos los libros de los monasterios de la provincia: un excelente gabinete de Historia natural, y uno de las mejores conservatorios de física que tiene España. En torno de ella están agrupados los naturales intereses de escuela y de localidad, intereses que se desarrollan y viven al abrigo del tiempo, de la conveniencia y de la ley. En ella, dentro de su recinto, pisando sus piedras, han recibido el bautismo de la doctrina muchos hombres, cuyas cenizas son estatuas.

Asturias, excepto Barcelona, es la provincia de España que reúne más población: es también una de las provincias de más industria, de más recursos: una de las que contribuyen en mayor cuantía a las expensas del Estado, y acaso la más cortada, por decirlo así, de lo restante de la nación, circunstancia que implica la necesidad de que tenga en sí misma todos los elementos de su organización política y moral.

Oviedo, población antiquísima y noble, ciudad amurallada, dotada de grandes edificios, tiene audiencia propia y obispado, exento hasta hace poco.

¿Deberá suprimirse esa universidad, y esa biblioteca, y ese gabinete, y ese conservatorio? ¿Deberá condenarse una sabiduría que viene caminando hasta nosotros a través de 300 años? ¿Dejaremos de respetar una ancianidad venerable que tiene en el presento su juventud, y sus esperanzas en el porvenir? No: positivamente no.

¿Dejaremos causar esa especie de afrenta a una provincia que ha depositado en la universidad sus creaciones, su respeto y su orgullo? ¿Una provincia situada de un modo especial, una parte de España tan importante como estadística, más importante aún como antigüedad sabia; más importante todavía como historia?

No, positivamente no. Los rumores de semejante supresión son buenos para no pasar de ser rumores; pero ofrecerían un semblante muy feo cuando fuesen llevados al orden de los hechos públicos.

Suprimido el cuerpo universitario de Asturias, ¿a dónde pasaría su escuela? Quizá a Valladolid. ¿Pero sería esto justo? ¿Sería político, siquiera político? No. La provincia de Valladolid y la de Salamanca reunidas, significan menos que la de Asturias como importancia nacional.

¿Vendría la universidad a Madrid? Dista 75 leguas.

Pero veamos el argumento que se hace valer para autorizar la supresión, y a fe que no hemos dejado de vacilar antes de remitirlo a nuestra pluma. El importe de las matrículas y los derechos de examen (esto es lo que se dice) no alcanzan a cubrir los gastos que la universidad ocasiona, resultando que tiene en contra suya un déficit de 100.000 reales.

La ilustración de las personas que dirigen nuestra enseñanza pública, nos impone la obligación de rechazar semejante motivo, si motivo pudiera llamarse. ¿Cómo apellidaríamos a la ciencia que dejara morir a un enfermo, por el temor de gravar su fortuna con el exceso de algunos reales? ¿A la ciencia que no le salvara porque la medicina de salvación costara algunos reales más? La daríamos todos los nombres menos el de ciencia.

La Universidad de Oviedo, ¿es, o no es un establecimiento respetable y útil? Hecha la concesión afirmativa, que nadie contradice, ¿cómo se llamaría un gobierno que dejara morir una institución útil, imitando a la ciencia, que por unos cuantos reales, asiste impasible a la agonía preparada de un hombre? ¿Qué significación puede tener aquella cifra, cuando los gastos de la instrucción elemental y superior de España, con el sostenimiento de todos los cuerpos científicos y literarios de la corte, no representan sino 1.3 por ciento de las expensas generales? ¿Cuándo la educación de una clase determinada cuesta al Erario 1.688.752 rs. más que la educación pública del Estado, y el mantenimiento decoroso de sus principales instituciones académicas? ¿Cómo se llamaría este modo de obrar? No queremos saberlo, ni calificarlo, porque no queremos saber ni calificar cosas imposibles a fuer de absurdas.

Los hombres podrán en adelante juzgar esta cuestión: la razón la ha juzgado ya; el gobierno ha debido juzgarla también. Aun cuando la importancia estadística no valiera: aunque la situación geográfica no fuera argumento: aunque no se estimara la justicia que ampara intereses legítimamente creados: aunque la conveniencia, el mejoramiento y las tradiciones de una parte privilegiada de nosotros mismos pudieran sujetarse a una cifra ruin; aun cuando todo esto cupiese, las personas que dirigen nuestra instrucción pública son demasiado ilustradas para que den un día fatal a la Universidad de Oviedo. Aquellas personas no volverán el rostro a ciertos intereses de prestigio público, de reputación nacional: no pueden olvidarse de que aquella escuela abrió los ojos a muchos españoles memorables, a muchos genios, es decir, a muchos siglos predestinados: se acordarán siempre de que allí ha nacido un Campomanes, restaurador de nuestra monarquía; un Martínez Marina, restaurador de nuestra Academia de la Historia; un Jovellanos, cuyo nombre llena dos siglos; un Canga Argüelles, padre de nuestra hacienda; un Argüelles, padre de la moral política; un Flórez Estrada, sabio economista europeo, cuyas obras están adoptadas en Francia y en Bélgica. Nuestro gobierno no se olvidará, y desgraciados de nosotros si lo olvidase, que una sola página de gloria es un libro muy grande para una nación, porque es la inmortalidad de esa nación misma: el gobierno sabe que es necesario llevar mullo respeto en el corazón, cuando los pies huellan un mármol sagrado.

La supresión de la Universidad de Oviedo no acontecerá, no puede acontecer; pera si contra todas las esperanzas, lo diremos tal como lo sentimos: si contra el consejo de la razón se demoliera un edificio que debería estar rodeado de urnas ilustres, si esto aconteciera, la civilización de Asturias, el recuerdo glorioso de su Universidad, y el porvenir de sus beneméritos profesores, hallarían en el Círculo una voz que clamaría siempre, y que no hay voz pequeña cuando el asunto es grande: no hay hombre enano cuando se levantan los ojos para medir un monumento.

Madrid 10 de Abril de 1854.