Filosofía en español 
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Sección Universitaria

Comunicación

Insertamos con mucha complacencia la siguiente notable comunicación. La Redacción del Círculo no tiene nada que oponer al digno y celoso catedrático que la suscribe, puesto que su escrito es en el fondo un argumento más aducido en favor de nuestra doctrina. El entendido señor La Campa, como nosotros, desea que a la enseñanza publica no llegue la funesta tutela de un olvido injusto, de un desdén ruinoso. El señor La Campa, como la Redacción del Círculo, obra como puede para lograr que el ángel predestinado no sea el ángel caído.

En cuanto a la necesidad de que el Profesorado español se levante y cubra a la nación con el brazo invisible de su poder, nos abstenemos hoy y nos abstendremos en lo sucesivo de dirigir exhortaciones de ningún género. Esta Redacción que se estima mucho y que ha medido durante un día y otro día la magnitud de los intereses, de los cuales es representación moral: la Redacción que ha elaborado su obra en su convencimiento, entiende que la primera obligación, la obligación que por voluntad propia se impuso, no consiste en la urgencia de exhortar, sino en la conveniencia absoluta de defender. Esta Redacción cree tener derechos sobre su conciencia: no sobre la conciencia de los demás. Esta Redacción se ha convencido, y quien halla la vía de convencerse, ha encontrado también la vía de aceptar la responsabilidad de sus convicciones. ¿Pero cuál es esa responsabilidad? La que sea.

¿Es el desprecio? La Redacción acepta triunfante ese desprecio.

¿Es la indiferencia? ¿Es el ostracismo de la opinión?

Pues acepta también el ostracismo de la opinión. Madrid 10 de Marzo de 1854.

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Sres. redactores del Círculo científico y literario:

Cuenca 8 de Marzo de 1854. –Muy Sres. míos: Por el correo de ayer he recibido el tercer número de su muy apreciable periódico, y en su primera página veo que la “Redacción juzga llegada la hora de que el Profesorado español adquiera carácter en la conciencia general: la hora de que mueva los brazos y dé comienzo al abono de su porvenir;” y en este concepto ha omitido el dar publicidad a algunos escritos que le han sido dirigidos por varios señores catedráticos, a causa de que intentan reservar la personalidad, y pregunta: “¿por qué el estatuto de la enseñanza, el supremo estatuto de la enseñanza ha de ocultar su rostro, ese rostro que debe estar siempre de manifiesto para que le miren y respeten?”

Con suma rapidez voy a hacerme cargo de las razones que presenta esa redacción, y a emitir mi opinión con la franqueza y lealtad que tengo acreditadas.

La época actual es de transición, y las añejas costumbres están aun fuertemente arraigadas; y aunque el espíritu de los españoles marcha con una rapidez prodigiosa, a causa de la organización especial y privilegiada de su raza, por la senda del progreso y de las conquistas sociales, no se ha desprendido aun ni del amor propio exagerado, ni adquirido el aplomo suficiente para no marearse y caer a los vaivenes de la polémica científica y razonada. El espectáculo que ha tenido ante sus ojos por mucho tiempo, y que aun dura, aunque felizmente no con la influencia de un día, es decir, el espectáculo de una polémica apasionada y personal, hace mirar a unos con temor, a otros con desdén supremo, todo cuanto tienda a la publicidad de la cosa científica, a poner en contraposición y en contacto las opiniones y las creencias, unos porque temen que al comunicarse con sus semejantes desaparezca o pierda su brillo el barniz en que se hallan envueltos: otros, porque piensan que el saber es una cosa que debe conservarse en cerrada caja y no manifestarlo sino por dosis infinitesimales a los adeptos y a los iniciados. Por recargada que aparezca a Vds. esta pintura, es un retrato. Bajo estas condiciones, necesario es, o una convicción muy firme, o un temple de alma muy a propósito para lanzarse a la arena a tratar la más difícil de las cuestiones sociales, la cuestión que no titubeo en colocar la primera entre cuantas fijan y deben fijar la atención de los hombres que aspiran a que su país alcance un día de ventura, después de las tormentosas borrascas que ha corrido y corre. Pero todas estas consideraciones toman dimensiones colosales si se tiene en cuenta que aun somos tan pequeños en punto a tolerar opiniones ajenas, que no sabemos hacer la distinción conveniente entre el catedrático y el escritor, entre el pensador y el maestro, entre el hombre que cumple con un deber oficial y el ciudadano libre e independiente en su retiro y en su conciencia. Estas razones son indudablemente las que militan para que deseen algunos señores catedráticos conservar reservada su personalidad cuando de asuntos de instrucción se trata. Verdad es que el silencio de los unos y el deseo de los otros de no aparecer en la escena, no es el medio de que el Profesorado y la instrucción adquieran el grado de importancia a que lo trascendental de la misión de los unos y el objeto de la otra están llamados. Verdad es también que es llegado el día de que el profesorado empiece a abonar el terreno de su porvenir; pero también es verdad que el profesorado español (una parte del Profesorado español) está no poco afiliado a costumbres antiguas, y que comprende perfectamente que en la época que alcanza, tiene que luchar con grandes obstáculos y vencer repugnancias y denunciar errores, si un día ha de ocupar el puesto que los buenos principios le guardan.

En el año último el ilustrado Autor de los viajes preguntaba en un escrito inserto en algunos periódicos políticos: “¿Qué hace el Profesorado español?” y en una carta que tuve la honra de dirigirle, le decía: “El Profesorado español enseña lo que el gobierno le manda que enseñe en el modo, en el tiempo y en la forma que se le marca.” Hoy el Profesorado español está organizado casi militarmente, y nada hay que comprima tanto, nada que agoste más los frutos de la inteligencia, que esa fiscalización de todas horas, que esa no distinción entre el hombre oficial y el hombre que piensa.

La Redacción del Círculo que con razón madura y con corazón entusiasta se ha lanzado a un terreno, en donde si bien alcanzará brillantes laureles, no por eso dejará de sentir la sensación de punzantes espinas, debe apreciar en lo que valen estas razones. Sin embargo, el Profesorado español cuenta muchos individuos; y no todos, estoy seguro de ello, mirarán con apatía la causa de la Instrucción y la del Profesorado público; antes bien me parece que acudirán al llamamiento de la Redacción del Círculo, con lentitud, sí, pero con paso seguro, para formar en las filas de los que anhelan que el país llegue a alcanzar el grado de prosperidad a que está llamado. Y si hoy desean reservar su personalidad, y si no pudiendo conservarla se abstienen de tomar parte en la lucha franca y generosa a que se les llama, no es porque pretendan ni aspiren a guerrear con fraude, sino porque no han adquirido aun la convicción suficiente de que sus esfuerzos en pro de la Instrucción, en pro de la ilustre clase a que corresponden, no han de ser interpretados de un modo favorable a su personalidad. Pero cuando observen que algunos, aunque insignificantes y pequeños, no titubean en lanzarse a la arena, los ilustrados, los sabios y los de posición social, se animarán a abandonar la reserva que se han impuesto, y marcharán desembarazadamente a edificar en el terreno que aquellos, mal o bien, hayan removido.

Bajo este punto de vista aplaudo con toda mi alma el acuerdo de esa Redacción, pues estoy convencido de que el hombre, al emitir un parecer justo y razonado, no debe nunca ocultarse, pues el fiat justicia et ruat caelum es el principio a que debe rendir culto todo el que tenga certeza de sus convicciones.

Cuando las ideas se ponen en contacto; cuando las opiniones se presentan de un modo ostensible; del choque de las unas, de la comparación de las otras, resulta la justicia y la verdad. En nada es tan necesaria la discusión, en nada es de tanto resultado, como en asuntos de Instrucción pública. Los errores de la Instrucción pública en un periodo muy corto inficionan toda una generación, y el hombre educado bajo el imperio de falsas ideas, no solo las conserva durante su vida, sino que las inocula en sus descendientes.

A ninguna clase es tan necesario el prestigio como al profesorado, puesto que sin este la verdad que salga de sus labios no puede tener toda la vitalidad, toda la fuerza necesaria para arraigarse en el corazón de la generación naciente. Un Profesorado abyecto es el obstáculo más grande que puede oponerse al desarrollo de las ideas al triunfo de la verdad científica, madre de todas. Un profesorado sin posición, un profesorado que tenga que mendigar el sustento, no es posible que goce de prestigio en un siglo de intereses materiales.

Una instrucción cuyos errores son reconocidos por todos, mientras que nadie los publica, mientras que nadie los señala con el dedo, ha caído bajo un peso muy grande: el peso del desdén.

Un profesorado que se contente con lo que posee, más bien, con lo que le dan, y que no pida lo que le hace falta, y que no reclame un día y otro todo aquello que puede contribuir al mejor cumplimiento de su encargo: que mire impasible los errores y reconociéndolos no los combate: que mire amenguar en prestigio, y decaer en lugar de ascender en la escala de su importancia, es incomprensible.

Continúen Vds., Sres. Redactores, la difícil senda que han emprendido, y no duden de que el profesorado comprende perfectamente que la dignidad y circunspección, cuando de los sagrados intereses de la instrucción y de la discusión científica se trata, son objetos altamente atendibles.

Soy de Vds., Sres. Redactores, afectísimo S. S. Q. B. S. M. –Licenciado, Juan Miguel Sánchez de la Campa.