Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Importancia del acercamiento de Estados Unidos a Japón ]

Debemos consagrar algunas palabras a un acontecimiento, que no por estarse verificando a miles de leguas de nuestra Península, ni por diferenciarse de esos sucesos que ordinariamente nos sirven de tema, deja de ofrecer grande asunto al examen, por la influencia positiva que está destinado a ejercer en la marcha de la civilización, y hasta por la importancia que puede tener para España. Nos referimos a la expedición dispuesta en los Estados-Unidos con el objeto de incorporar a la gran familia de las naciones, países que, cerrados hasta ahora a todo contacto con gente extranjera, han robado al movimiento civilizador del mundo, todos los elementos que guardan dentro de su seno. Como esos castillos encantados de la edad media, a cuyo pie se extendían las poblaciones y se multiplicaban los seres vivientes, permaneciendo ellos solos inmóviles, sombríos e impenetrables, el imperio del Medio, el antiguo Japón, explorado solo por algunos gloriosos mártires de la fe, ha asistido siglos y siglos detrás de sus rocas a las grandes catástrofes del globo, ha visto pasar por delante de sus costas, los buques de todas las naciones, ha presenciado la humillación de su hermano, el celeste imperio, invadido ya por la industria y el comercio de Europa, mostrándose el entretanto más inconquistable cada vez, más apegado a su aislamiento, más negado a la ley irresistible que ha querido hacer hermanos a todos los hombres, y que rematara sin duda su obra.

La civilización es el encantador cuya mágica varilla ha ido comprendiendo en el comercio humano a los habitantes de tantas regiones, no solo incomunicadas entre sí, pero desconocidas las unas para las otras. Cuando Alejandro avanzaba por la India persiguiendo el bello fantasma de la gloria; cuando las legiones romanas, guiadas por caudillos ambiciosos de engrandecer su patria, discurrían de Oriente a Occidente en busca de la última tierra; cuando, en nombre de la fe, y movidos de su amor a peregrinas empresas, se lanzaron portugueses y españoles, en las encontradas direcciones de Oriente y Occidente, al descubrimiento de países desconocidos; cuando los ingleses, por un interés comercial, quebrantaron la muralla de la China, y penetraron en sus puertos, todos ellos servían igualmente la causa de la civilización, aunque obedeciendo a tan diversos móviles. Hoy parece haber llegado su turno al imperio japonés: los Estados-Unidos invocan principalmente para llamar a sus puertas los intereses de la navegación; pero también será la causa de la humanidad, la de los mismos japoneses, la que en ello gane.

No somos nosotros de los que se extasían (y bien lo saben nuestros lectores) ante la raza que hoy puebla la América del Norte. Su amor al lucro, su insaciable actividad, no presidida por ningún sentimiento moral y reñida antes bien con todos ellos; su egoísmo, en una palabra, la coloca para nosotros en un estado de barbarie tanto mas repugnante cuanto mas civilizado es el aspecto que a primera vista presenta. Pero cuando esa actividad febril a que aludimos toma una dirección algo provechosa, no hemos de faltar a nuestros sentimientos de justicia, desfigurando los hechos, y acusando les efectos, cualquiera que sea la causa. El Japón no es la isla de Cuba. La codicia del pueblo anglo-americano, que se ha revelado con toda su fea hediondez al fijarse ávidamente en nuestros territorios de América, podrá seguir siendo la misma al solicitar su acceso libre a los puertos del Japón, sin que por eso se rebaje la bondad intrínseca de este ultimo empeño. Y así es en efecto, los motivos subsisten: las aplicaciones son completamente opuestas.

Tal es el carácter que distingue especialmente a las dos grandes familias, ya diversificadas entre sí, de la raza anglo-sajona; la europea y la americana. Cuando sus empresas son vituperables en sí mismas, ninguna excusa les queda en el sentimiento que las ha producido, porque ese sentimiento es también vituperable de suyo. Y si, por el contrario, la empresa acometida acarrea bienes a la humanidad, la gratitud de esta y la admiración que causa toda gran dificultad vencida, se fija en el hecho, sin pasar casi nunca al autor, cuyos impulsos fueron de mas rastrera naturaleza que su obra.

La humanidad no puede hacerse verdaderamente admiradora mas que de sentimientos elevados; y esta es la razón por la que a pesar de su decadencia, la raza latina y germánica conserva su supremacía en los espíritus, mientras que la sajona la conquista en el orden de los hechos. Los ingleses y anglo-americanos sirven hoy, en efecto, de mensajeros a la civilización en países apenas hollados todavía por plantas extrañas; son sus más infatigables operarios, y la perseverancia de que dan muestras raya verdaderamente en asombrosa. Pero los primeros obedecen a la ley de una necesidad material. Fiada toda su existencia en la industria, cada desarrollo de esta en el continente europeo les obliga a buscar en remotos climas un nuevo mercado para cuya adquisición no se economiza el tiempo ni la sangre. Abrumados por un exceso de población, doblemente terrible en un país estéril, fuerza les es poblar el mar de ciudades ambulantes donde halle ocupación y vaya a buscar mejor patria en opuestos confines, todo el excedente de sus hijos. El día en que Inglaterra no pueda proseguir esas invasiones incesantes que solo en la India se han granjeado ya el fabuloso número de más de ciento cuarenta millones de consumidores para sus artefactos, ese día dejara de existir o so hará malthusiana. Así es que nadie la iguala en fuerza de voluntad para proseguir su ingrata tarea, arrostrando los mayores obstáculos, y obteniendo con su indomable obstinación, el resultado de hacer gloriosos los combates contra la materia, contra la esterilidad del suelo, contra las dificultades de la mecánica, ya que no lo hayan conseguido (porque esto es imposible) en cuanto a las luchas que esas mismas necesidades materiales la han llevado a sostener con otros pueblos.

Poco mas o menos sucede con los Estados-Unidos. Allí, ya lo hemos dicho, no es el temor a la muerte, sino la sed de adquisiciones, no refrenada por los instintos morales, lo que inspira una general actividad. Es la barbarie de la civilización en su mayor desarrollo. La empresa meditada contra el imperio japonés, tan laudable por los efectos que ha de producir si se lleva a cabo, no tiene sin embargo otro origen que los intereses creados por las nuevas minas de oro de la California. El presidente de la República ha dirigido al emperador del Japón, una carta trasmitida ya al Senado de Washington, y cuyo extracto dice así:

«Con la presente os dirijo un enviado que yo mismo he nombrado, un funcionario de alta categoría en este país, que no es misionero de religión. Va de mi orden a saludaros, a significaros mis buenos deseos y a promover la amistad y el comercio entre ambos países. No ignoráis que los Estados-Unidos de América se extienden hoy día del uno al otro mar; que los vastos países del Oregón y la California forman parte de los Estados-Unidos, y que desde otros países, que son fecundos en oro, en plata y en piedras preciosas, pueden nuestros vapores llegar a las playas de vuestra venturosa tierra en menos de veinte días. Muchos de nuestros barcos navegarán ahora todos los años, y algunos de ellos tal vez todas las semanas, entre California y la China; estos barcos deben pasar a lo largo de las costas de vuestro imperio; las tempestades y los vientos pueden hacerlos naufragar en vuestras playas, y nosotros os pedimos y esperamos de vuestra amistad y vuestra grandeza, buen trato para nuestra gente y protección para nuestra propiedad. Nosotros deseamos que se permita a nuestro pueblo el traficar con el vuestro, pero no le autorizaremos a quebrantar ninguna ley de vuestro imperio. Nuestro objeto se reduce a un amistoso trato comercial, y nada más. Vosotros tendréis producciones que nosotros tendríamos gusto en comprar, y por nuestra parte tenemos producciones que pudieran convenir a vuestro pueblo. Vuestro imperio contiene gran abundancia de carbón: este es un artículo que necesitan nuestros vapores que navegan de California a la China; y celebrarían nuestros marinos que se designase en vuestro imperio un puerto donde pudiesen comprar carbón, y donde tuviesen siempre proporción de comprarlo. El comercio entre vuestro imperio y nuestro país, sería útil a entrambos en otros muchos sentidos. Consideremos bien qué nuevos intereses pueden originarse de estos sucesos recientes, que han acercado tanto a nuestros dos países, y qué designios de amistosa relación y buena inteligencia debe esto inspirar a los corazones de los que están encargados del gobierno de ambos países.»

Cuando nuestros padres marcharon con Colón al descubrimiento de tierras incógnitas, ignoraban que en ellas hubiese oro; un alto interés de religión y de gloria, era lo que los guiaba. Los ingleses, en cambio, fueron a buscar los puertos de la China por un interés de . Tampoco son los sentimientos que guiaron a los españoles en su empresa, los que hoy dictan la de los Estados-Unidos; ¡no les inspira el sentimiento religioso; el presidente Fillmore se apresura a manifestar, aun antes de dirigir su primera salutación al emperador japonés, que el funcionario que le envía no es un misionero! Dos veces a tenido el té una influencia favorable para los Estados-Unidos; la primera fue cuando les ofreció ocasión de emanciparse de Inglaterra; la segunda, cuando esa misma Inglaterra buscando sin duda una compensación en el precio de aquella mercancía, forzó el litoral chino, a donde los anglo-americanos envían ahora un barco todas las semanas. El encadenamiento de los sucesos dará por tercera vez utilidad a aquella planta, si, apoyándose como lo hacen los Estados de la Unión en los benéficos resultados que produjo, logran ahora penetrar en el imperio japonés. Deberase también esto al incremento tomado por las explotaciones de minas de la California, y al de la pesca de la ballena, que habiéndose dirigido primeramente hacia el Océano ártico va poco a poco extendiéndose por el Pacífico. Este descenso parecerá natural en vista del asombroso desarrollo que han tomado allí en pocos años las expediciones balleneras. Solo un barco de la Unión pasó en 1848 el estrecho de Bering, el cual, venciendo los mayores peligros, logró cargar de aceite en el término de pocas semanas. Ciento cincuenta y cuatro salieron al año siguiente con igual rumbo, volviendo de su expedición con 206.800 barriles de aceite, y 2.481. 600 libras de barbas de ballena. Posteriormente, los resultados han sido más copiosos todavía, a pesar de haberse malogrado una expedición de 145 barcos que visitó aquellos mares el año pasado. Y hace tiempo que los balleneros anglo-americanos atravesaban por las inmediaciones del Japón, marcando el camino que ahora recorre con más alto objeto la escuadra enviada por el presidente Fillmore.

En cuanto a móviles de otra especie, el que más inmediatamente descubrimos para la honrosa determinación del gobierno federal, es la rivalidad, menos disfrazada que nunca, con la Gran Bretaña.

Ninguna de estas consideraciones altera, sin embargo, el mérito que la nación anglo-americana puede contraer para con el mundo entero, si logra enlazar, de cualquier modo que sea, al pueblo japonés con los demás que cubren la superficie del globo. No entraremos en múltiples reflexiones para hacer comprender los buenos efectos de esta importante conquista, en la que tanto pueden interesarse nuestras posesiones asiáticas, sobre todo si España recobra alguna vez la importancia que poseyó antiguamente y a que está llamada. Bien obvias son las ventajas de tan civilizadora empresa. Para completarlas, el ministro de Marina de los Estados-Unidos ha transmitido al Senado una comunicación, sobre la conveniencia de reconocer las diversas vías de navegación en los mares del Norte de la China y de Japón. Esto redundaría y fijaría probablemente los conocimientos que se tienen de aquellas regiones, cuya geografía es hoy tan defectuosa. Ojalá que el pueblo americano convirtiese siempre sus esfuerzos a objetos tan útiles a la humanidad, con lo cual realizaría sobremanera el concepto que de él se tiene hoy en los demás países, y haría subir muchos grados su propia importancia.