Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Juan Martínez Villergas ]

El Tío Camorra

La verdad por boca de cotorra,

que no es lo mismo que por boca de ganso

Cuando Fr. Gerundio daba sus capilladas con aquella gracia indisputable que el Tío Camorra es el primero en reconocer, no solo por que el ciudadano de Torrelodones y el Padre reverendo de Carabanchel y Campazas son antiguos amigos, sino porque es preciso dar a cada uno lo que le pertenece; cuando Fr. Gerundio, repito, sacudía el polvo a los ministros con sus famosas capilladas, recordarán mis lectores que encontró una ganga de inestimable valor, una palomita que le suministraba cuantos datos podía apetecer para aumentar el tesoro de sus preciosas críticas. Pues bien; el Tío Camorra ha tenido estos días un hallazgo que no vale menos que la célebre palomita; es una ave también que le va a suministrar recursos para sacar trapillos a relucir y pegar cada garrotazo que cante la cachucha. El hallazgo del Tío Camorra, para que ustedes salgan de dudas, es una cotorrita que vino de América hace algunos años, y fue traidoramente vendida a una persona que sin consideración a su inocencia y a su sexo la trató con la mayor crueldad, lo mismo que a una esclava. La pobre cotorra, como que en España aunque está abolido por la Constitución el tráfico de la gente negra, no lo está todavía el trafico de la gente verde, pasó a otras manos en virtud de una segunda venta, que la proporcionó tanta hambre como la Venta del Espíritu Santo a los madrileños que tienen la humorada de ir a comer allá. Y sucesivamente de Ceca en Meca y de Herodes a Pilatos, la infeliz cotorra ha pasado los mejores años de su vida sirviendo a muchos amos hasta que pudo escaparse de la jaula y se fue derechita a una agencia con el objeto de saber una casa donde poder servir y comer. Felizmente, el Tío Camorra estaba en la agencia cuando llegó la desconsolada americana, y tuvo dos gustos como aquella señora que estaba casada con un hombre muy feo, que también tenía dos placeres seguidos, uno cuando se acercaba a su marido y otro cuando el marido se separaba de ella. Tuvo, pues, el Tío Camorra el gusto de ofrecer su casa a la cotorra, y el doble gusto de que la cotorra admitiera la oferta, desde cuyo tiempo

Exenta ya de amarguras
que de la memoria borra,
pasa la pobre cotorra
contando sus aventuras
al lado del Tío Camorra.

El primer amo que tuvo la cotorra era un agente de policía que se pasaba las horas muertas forjando conspiraciones, porque en esta clase de destinos es preciso dar a entender al gobierno que sus servidores viven alerta, y el día que no hay una razón para perseguir a los vencidos, se inventa una calumnia que es el medio mas a propósito para salir del paso y afianzar el destino.

En frente de esta casa vivía un respetable magistrado cesante que estaba siempre hablando de un tal D. Francisco Gómez y Segura, por una especie de antipatía semejante a la que tenía Pipelet con Cabrion, o a la que tiene Villergas respecto de D. Antonio Gil y Zárate, literato ramplón que ha estado al frente de la instrucción pública sin saber leer, y que ha merecido el honor (algo lucrativo) de ser comisionado por el gobierno para traer del extranjero máquinas, solo porque el tal Gil y Zárate es una máquina de hacer malas quintillas, como se le probará el día en que la ley y la justicia se sobrepongan al imperio de la violencia. Razón tiene Villergas en atacar a ese hombre, y según dice la Cotorra, tampoco falta razón al referido magistrado cuando tan amargamente se queja del mencionado D. Francisco Gómez y Segura. Sepamos ahora cuál es esa razón, la cotorra ha pedido la palabra y el Tío Camorra se la concede.

—Quéjase el magistrado cesante de que el tal Segura suele ofrecerse desinteresadamente a servir a todos los que pretenden algo del gobierno, y dice que los que se fían de las buenas palabras del Sr. Segura, no van a una segura ganancia, sino a una pérdida segura, y añade con la mayor seguridad que no hay cosa menos segura que la que el señor Segura asegura. He aquí su sistema. Ofrece poner en juego todas sus relaciones (que por lo visto son relaciones de ciego) para alcanzar lo que solicita, asegurando que seguramente se conseguirá el objeto apetecido con tal de que haya unto mejicano, no para él, porque es muy desinteresado y en pocos años se ha hecho propietario, con lo cual se demuestra a las claras que no necesita nada para sí; pero dice que es preciso hacer algún regalillo, que es como si dijéramos dar la propina al oficial de tal o cual mesa, o al portero de esta o la otra sección, o al primo de la novia del primer escribiente del negociado. El pretendiente afloja la mosca y espera en vano el resultado que se le había prometido, porque esto casi nunca se verifica. ¿Será tan maula el Sr. Segura que se quede con el santo y la limosna? Esto es lo que se preguntan unos a otros los que han sufrido algún petardo; pero la cotorra, que no puede suponer tal atrocidad, porque daría muy mala idea de los hombres, solo sabe que en efecto el Sr. Segura es desgraciado en sus empresas, y que todos sus ofrecimientos se vuelven agua de cerrajas, cosa que puede depender de... su poca experiencia, y si se quiere, del desdén con que mira los negocios ajenos, puesto que no necesita de nadie después que, como llevamos dicho, ha tenido en poco tiempo la fortuna de hacer fortuna. Si no fuera así, si el Sr. Segura tuviera seguridad en su protección, sería el mejor agente de protección y seguridad.

—Al orden, señora cotorra, al orden; el Tío Camorra no puede consentir que se ataque a los ciudadanos en su moralidad, sino se justifica el ataque con datos positivos. ¿Sabrá ese señor magistrado cesante citarnos alguna persona que haya sido víctima de las seguridades de Segura?

—Sí señor; y entre otros muchos nombres que no recuerdo, cita el suyo, que también ha sido víctima como va V. a ver por el siguiente hecho. Este magistrado fue desterrado el año 37 a Zamora, siendo ministro el hombre de las seis pees, Pío Pita Pizarro Procurador por Pontevedra, y buscando medios para evitar el destierro, se le ofreció el susodicho Segura, asegurando que todo se compondría sin mas que comprar una sortija con un solitario de brillantes para regalársela a una señora influyente, con más tres onzas de oro para el oficial de la mesa, y por contera dos mil reales para gastos imprevistos. El magistrado accedió a todo lo que se pedía, y sin embargo no tuvo mas remedio que tomar el portante a Zamora de muy mala gana y de tan mal humor como el que llevaba cierto general de la reina al sitio de Morella, y no era de extrañar la semejanza, pues cada cual por su estilo, ambos habían salido mal parados del sitio de Segura.

—Basta, señora cotorra, basta; dígame algo de lo que ha visto en otras casas.

—Desde la casa en que oía hablar al magistrado, pasé a casa de un comerciante de la calle de Postas.

—Lo que el Tío Camorra desea saber, es todo aquello que se refiera a las circunstancias, es decir, a las cosas del día.

—Pues ya que quiere V. cosas del día, le diré que últimamente he estado sirviendo en una casa en la cual había una ventana que daba a una administración de loterías. Desde esta ventana podía observar los actos de las dos habitaciones, y aun escuchar alguna vez conversaciones que no dejarán de ser útiles al Tío Camorra.

—Oigamos a cualquiera.

—Quejábanse en la casa en que yo vivía, de que abonándose por la renta del papel sellado la correspondiente comisión de venta a los expendedores, los encargados de la expendición de Madrid no perciben nada.

—¡Cómo que no perciben nada! ¿Pues qué tan poco es el que tengan que soportar gratis el trabajo material de la expendición, las quiebras de moneda, las equivocaciones que son tan fáciles en estos casos y la responsabilidad de los caudales? Ya ve V., señora cotorra, que deben darse por muy contentos, tanto mas cuanto que para hacer efectiva la responsabilidad se les exige una fianza hipotecada a este fin.

—Eso es miel sobre hojuelas, Tío Camorra; porque ellos dicen, y con razón, que la renta debe pagar eso, y si no lo paga hace muy mal, y si lo paga quieren saber quién se queda con el dinero y...

—Ya supongo todo lo que pueden decir: preguntarán que con qué derecho se les exige fianza para servir un cargo que nada les produce. Contestación: con el derecho del más fuerte. Volverán a preguntar: si es un gravamen de los estancos de Madrid, en virtud de qué orden lo es. Otra contestación: en virtud de una orden cualquiera, porque en los tiempos del orden todo el mundo está autorizado para dar órdenes; lo cual puede producir algún trastorno, porque en vista de que aquí todos quieren mandar, el mejor día nos vamos a empeñar los españoles en no obedecer a nadie y salga el sol por Antequera.

—Aun preguntan otra cosa.

—Ya sabe el Tío Camorra lo que puede ser; preguntarán en fin, que en el caso de que dicha expendición gratis sea un gravamen para los estancos de Madrid, ¿por qué no alternan entre sí? También aquí hay contestación: porque el que sea tonto que se fastidie, que al cabo por más que prediquen los demócratas del día, está visto que no todos somos iguales, como no sea en el nacer y el morir.

—Y a propósito de lo que V. ha dicho antes, de que todo el mundo se cree autorizado para mandar en España, sabe V. el barullo que hay en el ramo de loterías.

—Vaya si lo se, y no digo yo barullo, habrá sapos y culebras desde el decreto de 11 de junio, del cual resulta que las ganancias no se pagan con tanta puntualidad como antes, y por consiguiente que el público no juega tanto y hace lo que debe, que ya es hora de que el público no sea tonto. Ya se ve, ¿cómo no ha de haber confusión donde todos tienen derecho para mandar? Porque ha de saber V., señora cotorra, que en la actualidad reciben los administradores órdenes, 1.º del jefe de la sétima sección del ministerio de Hacienda: 2.º del Director del Tesoro; 3.º del de Contabilidad con todos los sub-contadores y sub-ordenanzas y sub-porteros, y hasta de un cesante que se dice encargado de centros especiales, y un cierto administrador especial de operaciones mecánicas, el cual hace pocos días expidió una orden mandando a los administradores que dos días antes del sorteo dijesen los billetes que quedaban sobrantes y los que se podrían vender, bajo su responsabilidad: de suerte que el pobre administrador que no sea profeta, tiene que enviar a la dirección los billetes sobrantes y perder el tanto por ciento de expendición (y la renta el valor total), o aunque le sobren cien billetes se ha de quedar con ellos descansando en la esperanza de venderlos, cosa que puede no suceder, y en tal caso ganar los premios que obtenga en la extracción, que si le prueba bien le hace rico para siempre, o si no alcanza ningún premio arruinarse para toda su vida.

—¿Y qué le parece a V. de esa orden?

—Que el Tío Camorra no la hubiera obedecido por dos razones: una porque es absurda, y otra porque el administrador de operaciones mecánicas no tiene facultades para dar órdenes a individuos que no dependen de él. Esta es la verdadera mecánica.

—Pues ya que todo lo sabe V. no le quiero decir lo que pasa en la botica llamada de S. M.

—Sí por Dios, señora cotorra, dígamelo V., porque como yo no he entrado nunca en palacio ni en ningún sitio que dependa de la real casa, ignoro lo que pasa en esos altos lugares.

—Sepa V. que doña María Cristina de Muñoz se surte de esta botica aún después de haber abandonado a España, llevando al extranjero tan grandes capitales.

—¡Es posible! ¿Y si tiene alguna enfermedad aguda?

—Para eso se llevó también de aquí un botiquín muy bien provisto.

—¿Pues si tiene tan bien provisto esa señora el botiquín, qué es lo que necesita?

—Toma, otras muchas cosas, como pomadas, jabones de olor, aguas de colonia &c., &c. &c.

—Parece increíble.

—Eso mismo digo yo.

—Una señora tan rica ¿ha de economizar tanto que se haga llevar de España cosas que en París están tan baratas?

—Eso mismo digo yo.

—¿Y con qué derecho se lleva los géneros de la botica que no es propiedad suya?

—Eso mismo digo yo. Aunque la razón es bien clara; pues como V. ha dicho antes, en esta nación todos se consideran autorizados para disponer a su antojo.

—Sabe V. lo que digo, señora cotorra, que tiene V. mucho juicio, y si es cierta esa doctrina de los antiguos acerca de la trasmigración de las almas, antes de ser cotorra ha debido V. ser persona humana.

—Puede ser, aunque yo no me acuerdo de semejante cosa.

—Al paso que algunas criaturas que yo conozco quizá hayan sido arañas antes de ser personas; ¿qué dice V. a eso?

—Que puede que lo sean todavía.

—Eso mismo digo yo: pero en fin, como decía el otro, peor fuera no verlo.