Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Juan Martínez Villergas ]

La revolución en Viena

Por segunda vez, en el espacio de tres meses, el pueblo de Viena ha tenido que hacer una revolución. El emperador, que había permanecido en Inspruk durante el tiempo de la mayor efervescencia popular, volvió a su corte cuando conoció que las pasiones se habían calmado de nuevo. Todos creían que debía volver arrepentido de lo injusto que había sido con sus pueblos. Los había tiranizado, para que luego le humillasen con su magnanimidad.

Sin embargo, el emperador, agraviado en vez de agradecido, volvió a Viena a rodearse de su antigua camarilla. El único fin de toda su política consistió en encaminarla en el sentido de la reacción. Si le dejan cuatro días más de gobierno en Viena, el golpe estaba urdido de modo que se obra inevitablemente una restauración absolutista.

Pero el pueblo de Viena se apercibió a tiempo de las intenciones del emperador, dándoselo a entender más que nada la inteligencia en que aquel estaba con el ban de Croacia, Jellachich, a quien había conferido el mando supremo del ejército de Hungría. Se decía, por ejemplo, como cosa segura, que solo se aguardaba un golpe decisivo delante de Pesth para que el ban Jellachich, volviese sus armas triunfadoras contra Viena.

Sin embargo, las cosas han ido hasta ahora malamente para la reacción. En Viena el pueblo y la milicia trabaron un combate reñido con las tropas imperiales en el cual lograron lanzarlas fuera de la población. El principal motivo del movimiento, fue la intención en que estaba el gobierno de hacer salir de la capital tres regimientos de granaderos italianos que debían ir a unirse a las tropas que hacían la guerra en Hungría. Los revolucionarios vieneses hicieron conocer a los soldados italianos lo inicua que era la política de que se les hacía instrumento. Se les enviaba a combatir la libertad de Hungría, como poco antes se había enviado a los húngaros a combatir la libertad de Italia. Así el imperio se servía de unos pueblos contra otros para su obra de ambición.

Los granaderos dieron oídos a las palabras de los que les aconsejaban que se negasen a obedecer las órdenes imperiales en lo relativo a partir contra la Hungría. Con efecto, en el momento en que, fuera ya de las puertas de la capital, iban a empezar su marcha, se sublevan contra algunas fuerzas que se les habían reunido como para escoltarlos. El combate fue reñido: en él tomó parte gran porción de pueblo y de milicia, que logró dar al movimiento el carácter político que la convenía. Triunfador el pueblo en las afueras de la población, penetró en el recinto de la capital, donde encontró resistencias que no le fue difícil vencer. La milicia, la legión académica y el pueblo, formaron un núcleo poderoso a que se adhirieron algunas tropas. Así lograron lanzar fuera de Viena a los únicos que se empeñaron en sostener la causa personal del emperador.

Al mismo tiempo que sucedía esto en Viena, Jellachich era derrotado al frente de la capital húngara. Su poderoso ejército tenía que tomar la retirada, no tanto acobardado por la reciente derrota, como por el aspecto amenazador que iba tomando el país. De todas partes, en efecto, descendían bandas numerosas de montañeses que venían a defender la causa de la independencia y de la libertad de su país.

Para comprender por entero el carácter del movimiento húngaro, será bueno decir que la raza madgiara que es la que se sostiene contra los croatas, si bien es una raza aristocrática, es sin embargo la que simboliza el movimiento y la independencia del país. Es lo que la casta aristocrática en Inglaterra, que siempre ha sido la protectora de las libertades públicas. Los croatas por el contrario, si llegasen a avasallar la Hungría, sería para declararla país de conquista y dominarla con la barbarie de su carácter, bajo la remota dependencia de la casa imperial de Austria. Así que los húngaros tienen todas nuestras simpatías, primero porque defienden la independencia del país: luego además porque son una barrera contra las invasiones de la raza eslava, que triunfadora allí podría desencadenarse contra los países alemanes y hacer retroceder a su presencia la civilización.

Volviendo, pues, al tema principal diremos, que el emperador de Austria sufría dos derrotas a la vez. Una en la propia capital del imperio: otra en el corazón de un país que quería sujetar a su dominación.

Pero los momentos actuales son decisivos y supremos. Jellachich, al tener que huir delante de los húngaros, pensó en recogerse a Viena donde podría tomar fuerzas y darlas a la contra-revolución. En el camino le sorprendió la noticia del movimiento popular, y sin embargo no retrocedió. A la fecha de las últimas correspondencias de Viena se hallaba con su grande ejército al frente de la capital del imperio, dispuesto a atacarla y a hacer de ella su fortaleza contra los húngaros que le vienen detrás.

Jellachich, el hombre de la contrarrevolución, está a las puertas de Viena. En el interior de esta ciudad, el pueblo y la milicia se arman y se disponen a sostenerse, aunque haya de ser preciso hacer la más heroica resistencia. ¿Lograrán contener el primer empuje del ban de Croacia? ¿Se sostendrán unos días contra el furor bárbaro de ese general humillado y furioso por la derrota que acaba de sufrir? La suerte de la libertad de Europa depende tal vez del resultado de esa empresa.

Si los vieneses fuesen solos contra los ejércitos imperiales, desde luego podría asegurarse que les sería muy difícil no sucumbir; pero tienen en su ayuda el ejército húngaro delante del cual ha ido huyendo el general croata. Las tropas de Kossuth están también a corta distancia de Viena en número de 60.000 hombres.

Debe esperarse, pues, que los húngaros traten de dar una batalla al general enemigo, delante de las puertas de Viena que no han de abrirse a las tropas imperiales más que para ser su tumba.

Tal es el aspecto que ofrecen en la actualidad las cosas del Austria. Si Jellachich toma a Viena, la reacción se entroniza de un modo furioso. Triunfadora allí no se para hasta volverse contra la dieta alemana de Francfort, que el espíritu del error ha mareado en estos últimos tiempos para mal de la libertad del mundo. Al propio tiempo la reacción victoriosa en Viena facilitará el camino a los ejércitos rusos con que los monárquicos en Francia asustan la imaginación popular. La República francesa correrá el mayor riesgo. Ya que no se pueda intimidar al pueblo francés con los amagos de las revoluciones comunistas y socialistas, se tratará de pintarle con los más horribles colores los peligros que corre exponiéndose a contrariar el espíritu general que domina en la política de Europa. Se le intimidará con una nueva coalición de todos los poderes soberanos de esta parte del mundo. No que nosotros creamos que esto ha de poder acabar con el espíritu popular en Francia. Antes por el contrario, conocemos que la magnitud del peligro le haría más fuerte. El honor francés empeñado ligaría a todos los partidos, y la que hoy es causa de opiniones sería entonces de nacionalidad. Pero todo esto no podría verificarse sin grandes trastornos para toda la Europa, trastornos que cogerían a esta gustando ya de luchar contra la tiranía.

Pero cuan diverso será el aspecto que ofrecerán los acontecimientos, dado el caso de que quede victoriosa la revolución en Viena. Derrotado el poderoso ejército de Jellachich, el emperador no podrá oprimir aquella parte de su imperio sin levantar la mano de otros puntos, en que no aguardan más que un poco de respiro para recobrar las antiguas fuerzas. La casa de Austria no tiene para volver contra sus estados hereditarios más ejército que el de Radetzky, que oprime actualmente a la Italia. De modo que la emancipación de la península era entonces segura, a menos que no se resolviese el emperador a pasar por lo que le imponga la revolución.

Emancipada la Italia, salvada la Hungría, entrada el Austria por el camino de la revolución, influiría notablemente este cambio en las resoluciones de la Dieta alemana. Además de esto, hay un pueblo en Europa, mártir de su amor a la independencia, ycon quien han contraído deudas de gratitud todos los pueblos que han hecho algún esfuerzo por la libertad. Ese pueblo es la Polonia. En los grupos que se batían en las calles de Viena, como sucedió en los grupos que se batieron antes en París, distinguíanse los polacos por la fe y el ardor en la defensa de la causa de la libertad. Si la revolución triunfa en Viena, su primera obra debe ser la reparación de los agravios inferidos a la Polonia. Esto no sabemos cómo se verificará, pero sí sabemos que es preciso que suceda. Levantada esa barrera de los pueblos alemanes, el mediodía de Europa está resguardado de esas influencias destructoras que nos traen las auras heladas del Cáucaso. La Francia, sobre todo, avergonzada de ver que hay otro pueblo que la quiere disputar el título de hija primogénita de la libertad, se entregará a la revolución con el sincero deseo de consumarla, de modo que toda reacción sea imposible. Cavaignac, ese hijo bastardo de la República, tendrá que recoger los reales donde hasta ahora ha dado abrigo a todas las fuerzas de la reacción. Cavaignac no tendrá ya ni el menor pretexto para hacerse necesario a la Francia. Caerá, con su política tenebrosa, y el odio de la Francia le acompañará en su caída.

He aquí el doble panorama que se presenta a nuestros ojos. Volvemos a estar casi en la misma ventajosa posición que cuando el triunfo de la revolución de febrero. Se ha mudado el campo, pero se lucha por la misma causa. ¿No desalienta esto a la tiranía? ¿No la postra el ver que agota en vano sus riquezas y sus influencias? ¿De qué la sirve ganar una batalla, si cuando se vuelve a sus cuarteles halla en el camino otro ejército dispuesto a disputarle el triunfo que acaba de alcanzar? ¿No la cansa el tener que vivir en ese continuo desasosiego? ¿el tener que sostener esas continuas contiendas? ¿el no encontrar reposo ni bajo los laureles?

¡Oh! día vendrá en que las generaciones venideras no podrán creer en esa obcecada tenacidad con que se defienden los poderes tiránicos. La creerán una fábula como la de los titanes que querían escalar el cielo: ellos, en efecto, tienen su audacia, pero también su impotencia.

Aguardemos, pues, con ansia el resultado de la batalla que indudablemente se trabará al frente de Viena. Es uno de esos acontecimientos que como ya hemos dicho decidirán de la suerte inmediata de la revolución. Allí está el lazo de Alejandro: ¿cuál será la espada que lo rompa o la mano que lo desate? Confiemos en los destinos de la civilización y en la suerte de la humanidad.