Filosofía en español 
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Variedades

De los Theriakis o comedores de opio

De la biblioteca universal de Ginebra vamos a copiar el artículo siguiente, que es un extracto del viaje del doctor Toqueville, a la Morea; el cual manifiesta hasta qué grado de desfallecimiento físico y moral pueden llegar las personas que usan habitualmente del opio. «Principian a tomar, dice el doctor Toqueville, medio grano de opio, van aumentando la dosis hasta que produzca el efecto deseado, y tienen cuidado de no beber después de haberle tomado temiendo les cause violentos cólicos. En el decurso de pocos años llegan a aumentar la dosis hasta sesenta y más granos. Entonces tienen ya un color pálido y una flaqueza extremada que es el preludio del marasmo general que les espera: porque un Theriaki que principia a los veinte años a usar del opio, apenas pasa de los treinta o treinta y seis de edad. La pasión de tomarlo es tal que la certeza de la muerte y de las enfermedades que la preceden no son suficientes para desviarlos del uso de este funesto veneno: responden fríamente a las advertencias que se les hace, diciendo que es inapreciable su felicidad luego que han tragado la píldora de opio. Cuando se les obliga a definir esta felicidad sobrenatural declaran que no la puede expresar. Estos desgraciados experimentan hacia el fin de su vida, en medio del estado de entorpecimiento en que se hallan sumergidos, crueles dolores y un hambre continua, y los dolores son tales que el mismo opio no los puede calmar: pénense horribles y deformados por numerosas periostosis; se les caen los dientes, y mucho tiempo antes de su muerte se ven atormentados de un continuo temblor.»

«Un embajador inglés enviado recientemente a la India a su llegada al palacio, fue conducido al través de un gran número de aposentos ricamente adornados y llenos de oficiales vestidos de una manera espléndida, hasta una pequeña cámara cuyos adornos y muebles superaban en riqueza a los que había visto anteriormente.»

«Dejáronle solo en ella, y poco tiempo después vio llegar dos hombres de traje distinguido que precedían a una litera llevada por esclavos, cubierta de rica sedería y cachemiras de gran precio. Sobre esta cama venía tendida una figura humana que al pronto se hubiera creído ser un cadáver, a no haber notado que su cabeza se balanceaba a cada movimiento de los que le llevaban. Dos oficiales traían dos bandejas bordadas de oro con una copa y una redoma llena de un líquido azulado.»

«El embajador, creyendo que involuntariamente era testigo de alguna ceremonia fúnebre, quiso retirarse, pero bien pronto se desengañó al ver que los oficiales levantaban la cabeza del que parecía un ser inanimado, para hacerle entrar la lengua que salía fuera de la boca y poder hacerle tragar de este modo cierta cantidad del líquido negro; cerrándole después la boca y frotándole suavemente la garganta. Después de haber repetido esta operación cinco o seis veces, abrió los ojos la figura humana, cerró la boca voluntariamente, y tragó después por sí misma una gran dosis del líquido; y en menos de una hora este ser animado se sentó sobre la cama, habiendo recobrado su color y algo de fuerza en sus articulaciones. Dirigió en persa algunas palabras al enviado, y le preguntó el motivo de su embajada. Pasadas dos horas estaba ya este personaje extraordinario en su completa actitud, y su espíritu con la capacidad suficiente para entregarse al despacho de los negocios más delicados.»

«El embajador inglés se tomó la libertad de hacerle algunas preguntas acerca de la extraña escena que había presenciado.»

«Señor, le respondió, yo soy comedor de opio de fecha antigua; he caído por grados en este deplorable exceso: paso las tres cuartas partes del día en el estado de entorpecimiento en que me habéis hallado incapaz de moverme, ni de hablar, sin embargo todavía conservo el conocimiento y el tiempo se me pasa en medio de visiones agradables. Pero no despertaría jamás, ni saldría de este estado de entorpecimiento si no tuviera fieles y afectuosos servidores que cuidan de mi con un celo y esmero religiosos; así que, cuando conocen por el estado de mi pulso que mi corazón se va amortiguando, y cuando mi respiración llega a ser casi insensible, entonces me hacen tragar la solución de opio, haciéndome revivir de la manera que habéis visto. Durante estas cuatro horas yo tragaré muchas onzas de líquido, y poco tiempo transcurrirá antes de volver a caer en mi entorpecimiento habitual.»

En China y en las Islas Filipinas acostumbran los Chinos y los Tagalos a hacer un grande uso del opio, pero le mezclan con otras sustancias indígenas y entonces le dan el nombre de Anfión y le usan fumándole en la pipa.

Estos funestos efectos del opio explican suficientemente la razón de las medidas tomadas por ciertos gobiernos y particularmente en la China para impedir la introducción de esta substancia. No es tampoco fácil de comprender, porque una nación poderosa que invoca tantas veces los derechos de la humanidad se ha podido decidir a hacer la guerra a muerte a un pueblo débil e ignorante, por solo el interés de un comercio de tan funestas consecuencias.