Filosofía en español 
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Democracia como Institución: Nematología y Tecnología

[ 878 ]

Democracia en sentido pragmático / Democracia en sentido semántico:
Democracia como opio del pueblo

La distinción entre el sentido pragmático y el sentido semántico, como criterio de análisis de la democracia, pertenece tanto al aspecto tecnológico como al aspecto nematológico [876-877]. […]

Lo semántico se refiere, sobre todo, a las teorías nematológicas de la democracia (subordinadamente a las “carpinterías” [tecnologías de la democracia]) que, más o menos, ofrecen la doctrina abstracta, general, de la democracia. Para decirlo más precisamente aún: en tercera persona; cuando se habla, sobre todo, del Pueblo, en tercera persona, es decir: el Pueblo es una entidad que está dada, que se considera dada, y que tiene muy diversas formas de organización… Suponemos que la organización democrática no es la originaria, no es la primitiva, sino que las democracias aparecen frente a las aristocracias, frente a las autocracias, a las dictaduras, etc. Y que, por tanto, las democracias tienen siempre un componente polémico, precisamente contra esas otras formas de gobierno que suponemos que son anteriores, según una tradición, por otra parte, muy conocida desde Platón y Aristóteles, etc., confirmada, además, por la historia [837-838]. Hablar de una democracia primitiva (de una asamblea originaria primitiva) es una idea más o menos mítica que Rousseau intentó cultivar [889] sin éxito, porque no hay pruebas documentales de que en una sociedad primitiva, precivilizada o preestatal, pueda hablarse de democracia, en el sentido de democracia directa, espontánea, primigenia, etc. Primeramente, hay formas de organización distintas, generalmente de carácter aristocrático o incluso dictatorial y sobre la reacción a estas formas aparecen las formas democráticas [828] muy tardíamente (no hace falta poner ejemplos tomados, por ejemplo, de la historia del mundo clásico, etc.). Lo cual no quiere decir que, a su vez, la democracia no pueda dar lugar a tiranías ulteriores, como se ve claramente en el caso de las ciudades Estado griegas [829-830].

La distinción entre estos ejes semánticos y pragmáticos es la siguiente:

Desde el punto de vista semántico, el Pueblo se considera en tercera persona […] y hay un amplio margen de discusión teórica acerca de cuál es la forma más estable de organización de una sociedad política, incluso establecida polémicamente contra una forma precedente de carácter aristocrático o tiránico o despótico; cuál sea la forma más estable imaginable, cuáles sean las formas de organización… Esta es la perspectiva en la que suelen moverse la mayor parte de las doctrinas clásicas sobre la democracia.

En cambio, el punto de vista pragmático lo entendemos en el sentido más estricto de la expresión, a saber: lo que tiene que ver con la conducta de los propios individuos, en este caso, de los individuos ciudadanos (o como se quieran llamar) que participan de la democracia.

Para demostrar claramente su alcance, la distinción tiene este aspecto, por ejemplo:

Cuando estamos discutiendo desde una perspectiva semántica no preguntamos, en primera persona, cuáles sean los intereses y los argumentos favorables acerca de la democracia; simplemente discutimos, en abstracto, cuáles sean las formas de la organización política en tercera persona; cuál fuera la forma de la organización del pueblo, en tercera persona, que debiera elegirse, precisamente, para que ese pueblo pudiera subsistir, por ejemplo. Esta discusión se mantiene, hasta cierto punto, por lo menos explícitamente, alejada de los intereses particulares de los individuos […] (de carácter económico, de carácter puramente personal…) y de los intereses universales. Por ejemplo, alguien que está discutiendo, en el plano semántico, sobre las ventajas de la monarquía frente a la república, puede estar, sin embargo, adhiriéndose a la solución monárquica porque tiene relaciones con el rey y porque favorece a sus intereses y a los de su familia. Es decir, que estos intereses son particulares pero, en todo caso, ya sirven para demostrar la diferencia que hay entre un debate y una adhesión de carácter puramente teórico, abstracto, político, estrictamente político (acerca del Pueblo, de lo Justo, de la Justicia) y otra cosa son los intereses particulares, o incluso universales que puedan afectar a todos los ciudadanos.

La situación es muy parecida a lo que ocurre en otras instituciones […] [como, por ejemplo] la religión. Una cosa es discutir sobre cuál pueda ser la religión teológica más perfecta, por cuanto habla de la Idea de Dios, de las relaciones de los hombres con Dios, y expone desde el punto de vista de una teología cuál pueda ser la religión más perfecta. Pero esta religión perfecta, sin embargo, está expuesta, en principio, independientemente de los intereses que los hombres puedan tener con respecto a esa perfección; porque puede ocurrir que muchos hombres que reconozcan la superioridad de una determinada alternativa propuesta, sin embargo, no se sientan interesados por ella: ¿Qué interés puede tener alguien para dar gloria a Dios mientras no se demuestren las conexiones de esa gloria con su propio interés personal? Se trata, entonces, de que una religión, desde el punto de vista pragmático, tendrá más posibilidades cuanto más incorpore los intereses de los individuos, sea por razones reales, sea por razones imaginarias, eso es lo de menos. Es el caso, concretamente, de la religión cristiana, cuando se dice y se discute, una y otra vez, que fue una religión fundada en principios mucho más oscuros e imperfectos que la teología aristotélica, por ejemplo…, de los filósofos griegos. Sin embargo, la religión griega, aristotélica diríamos, no muestra claramente los intereses que los hombres puedan tener con la gloria de Dios, puesto que la gloria de Dios queda en otro terreno, a la cual, en la teología de Aristóteles, los hombres ni siquiera colaboran. En cambio, el cristianismo, cualquiera que sean sus componentes semánticos, introduce unos componentes soteriológicos que ya interesan, o pueden interesar, a cada uno de los hombres, porque ven en la religión cristiana (a través de Cristo, de Dios hecho hombre) un nexo por el cual interesa ser religioso, porque se supone que el ser religioso tiene que ver con la propia salvación personal. Es el caso de aquel famoso debate entre Pascal y Descartes, cuando decía Pascal, arremetiendo contra el Dios de los filósofos: “Yo no conozco, ni me interesa el Dios de los filósofos”, “Yo solamente conozco a Dios a través de Jesucristo”, es decir, es Cristo el que me ofrece garantías de una salvación personal… Este es el punto de vista pragmático.

Con la democracia pasa lo mismo: una cosa es que, en el debate semántico, se ponderen, se contrasten, las ventajas o inconvenientes, las probabilidades de mejor eutaxia [563] entre una forma u otra; y otra cosa, es que se manifiesten los mecanismos por cuales esta superioridad teórica de una forma política frente a otra, encuentre un engranaje con los intereses personales; y no ya de carácter puramente particular, sino de carácter universal, es decir, que afecten a todos los ciudadanos.

En este sentido, me parece, que la cuestión está planteada de nuevo y que prácticamente está intacta, es decir:

El punto de partida de esta “Tesela” consistiría en advertir que la defensa y exposición que se hace de la democracia frente a la autocracia, etc., se mantiene en un plano semántico, que no explica por sí mismo la razón por la cual –sobre todo después de la caída de la Unión Soviética y, por supuesto, de la caída del fascismo […] y del nazismo) […]– se ha llegado a una especie de consenso (en las llamadas “democracias homologadas” [855]), en donde la democracia se defiende como un principio evidente, incontestable, incomparable de organización política: como la forma más perfecta de organización política. ¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Qué engranaje hay con los intereses individuales? (que en este caso son individuales, pero universales porque afectan a todos los ciudadanos). […] ¿Cuáles son los intereses personales? Porque […] decir que los individuos deben defender y alinearse y militar en todas las corrientes que van orientadas hacia obtención del Estado final de la Humanidad, con todos los sacrificios que haga falta para que las próximas generaciones puedan lograr el proyecto que semánticamente es el más perfecto, no explica cómo engranan estos intereses semánticos globales acerca de la sociedad y del pueblo con los intereses de cada uno de los individuos de ese pueblo; ese mecanismo queda roto. En las exposiciones ordinarias de las “democracias homologadas” parece, o se supone, que las razones por las cuales el individuo se integra o se interesa o se compromete con la democracia sean esas razones semánticas, y no es esto. Esta explicación pediría el principio.

En este sentido, la hipótesis que sugerimos es la siguiente: que la verdadera razón por la cual la forma de la democracia parlamentaria (sufragio universal, Estado de derecho, etc.) ha llegado a interesar a todos los hombres, y muchos hombres se han incorporado a ella […], el mecanismo fundamental por el cual cada ciudadano se siente implicado en la democracia […] es por razones pragmáticas que haríamos consistir en esto: en que cada individuo ve en la democracia el canal mediante el cual es reconocida su libertad, su igualdad, que no está por debajo de ninguna otra; es decir: en la democracia el individuo es demócrata en el sentido pragmático porque considera que la democracia es la forma en la cual es reconocido como soberano, nadie está por encima de él, no ya en el plano económico o jurídico etc., sino porque todos somos iguales ante la ley, y porque nadie tiene autoridad sobre la propia del individuo, e incluso si esa autoridad se extiende, en las evoluciones ulteriores de la democracia, a las formas de opinión. En la medida en que se presupone que cada individuo contribuye al voto soberano, que elige a los representantes del Pueblo en el Parlamento, entonces tiene que tener absoluta libertad [882] para opinar y de ser reconocido, respetado y tolerado en sus opiniones […]: la tolerancia [833] como virtud máxima de la democracia. […] Entonces, los individuos serían demócratas porque ven en la democracia la única forma política en donde sus aspiraciones a no tener por encima a nadie que les ordene, a ser soberanos en sus propias opiniones, juicios y conductas, a no tener que estar sometido a nadie, una especie de anarquismo, diríamos, de anarquismo absoluto que está funcionando en este sentido… Esta sería la razón por la cual la democracia ha tenido esa forma de consenso tan universal que tiene.

Ahora bien: ¿Cómo se habría producido este consenso? ¿Y hasta qué punto habría sido favorecido por las clases dominantes o las élites que conducen a una sociedad?, supuesto que, efectivamente, una sociedad no se organiza por sí sola, ni por acumulación de opiniones, sino que necesita siempre una tradición, o una estructura de dirigentes, de élites, aunque sean cambiantes…, lo que llamamos “clase política”. Clase política que en absoluto puede concebirse como algo que fluya automáticamente en cada generación, sino que tiene una historia: las élites políticas de una situación [proceden] siempre, en virtud de unos mecanismos propios, de otras élites anteriores, lo que se ve claramente en las tradiciones de los partidos políticos en las democracias de partidos, donde cada partido tiene su propia tradición, reforzada continuamente con iconografía de los antecedentes, de los grandes héroes del partido, etc. Las élites tienen una canalización propia, característica, que se enfrenta a las otras canalizaciones.

La hipótesis es la siguiente: que la democracia parlamentaria de las “democracias homologadas” (frente a las dictaduras o autocracias precedentes) han sido sobre todo canalizadas (ya desde la Revolución francesa frente al Antiguo Régimen) con componentes realmente anarquistas [732] por los propios políticos, es decir: las propias clases [políticas] dirigentes de cada momento se habrían dado cuenta […] de que, [por] el hecho de dirigir o de gobernar un país democrático, se exponen a la reacción inmediata de los gobernados. Esta reacción es tan constante, y tenemos tal tradición histórica, que todo grupo dominante sabe que su posición de privilegio en el momento en que gana unas elecciones va a enfrentarse inmediatamente con la opinión de los gobernados (según aquella definición de Aristóteles de que una sociedad política contiene siempre de gobernantes y gobernados). Entonces, una “casta sabia y astuta” de gobernantes habría hecho lo posible para persuadir al pueblo de que los que mandan no son los gobernantes, sino el pueblo mismo a través de sus representantes. Y, por consiguiente, que ellos quedan preservados, quedan defendidos de los inevitables ataques, y reacciones en contra, de los gobernados, siempre que cada uno de los electores llegue a tener la conciencia absoluta de que su voto, o su actitud, forma parte integrante de un sistema global de la voluntad general, y que su contribución es decisiva a esa voluntad general. Este es el principio de la democracia, pero este es el principio que hay que demostrar [891].

[En consecuencia], la democracia parlamentaria (sufragio universal, etc.) habría obtenido una forma de consenso porque cada cual ve en la democracia la forma inmediata, y la única en cada momento, de mantener esa situación de supremacía soberana (en cuanto a la opinión, la conducta, etc.) y el derecho a mantenerla, aun cuando las dificultades del momento no lo permitan, pero siempre con la esperanza de derribar al gobierno de turno, para poder, a través de su voluntad y de su colaboración con otros ciudadanos, establecer otro gobierno. Naturalmente, esto se funda en la creencia de que la voluntad del individuo es libre [831-833], que no es determinista, y que él es el que, libremente, ofrece nuevas posibilidades. Pero, en realidad, […] el mecanismo de la democracia sería una especie de escudo apotropaico [862], defensivo, de los que saben que el Gobierno necesita frenar la reacción de los gobernados haciéndoles creer que ellos son los que dirigen. Entonces, la democracia sería una especie de opio del pueblo, para decirlo en los términos tradicionales, en donde el pueblo cree realmente que por ser demócrata tiene garantizada la forma definitiva de gobierno, compatible con su libertad [881], su no sumisión a ningún amo, su propia personalidad, su libertad de tipo anarquista… Y, por tanto, podría decirse, por otros muchos, que la democracia sería una pura ilusión [883], pero suficiente (como la ilusión del cristianismo) para mantener a multitudes inmensas sometidas a esta disciplina democrática, con todas sus limitaciones, pero que están envueltas en esta perspectiva pragmática, que sigue siendo, sin embargo, tan intencional, y tan ideal y tan metafísica, si se quiere, como cualquier otra.

{Tesela 103}

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