Filosofía en español 
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Adamitas

Adamitas o Adamianos. Por este nombre ha sido conocida una secta de herejes que pasa por originaria de los Basilidianos y de los Carpocranianos, la cual en diferentes siglos, con algunas modificaciones, se ha distinguido por lo desordenado y extravagante de sus doctrinas. Generalmente se da por fundador de la secta Adamita del siglo II, a Pródico; aunque, según debe creerse, había en aquel tiempo otros herejes que no seguían rigorosamente los desacordados preceptos y depravadas costumbres de aquel hombre excéntrico y original. Así parece acreditarlo la circunstancia de que algunos escritores han hablado de los Adamitas del siglo II, sin nombrar a Pródico; mientras otros han referido las extravagancias y excesos de herejes del mismo tiempo que no seguían absolutamente todos sus preceptos y formaban reuniones aparte.

San Ireneo, San Agustín, San Clemente de Alejandría, Teodoreto y otros varios, dan encontradas noticias de esta secta; y San Epifanio la coloca entre los Alogeanos y Sanseanos, después de los Montanistas y antes de los Teodoristas, hacia el fin del siglo II, suponiendo que el nombre de Adamitas les venía de un hombre llamado Adam que vivió en aquella época. Sin hacer mérito del Pródico que pasa por fundador, dice que los hombres y mujeres Adamitas asistían a sus congregaciones desnudos; que se sentaban reunidos para practicar sus devociones, vanagloriándose de su continencia y haciendo profesión de vida monástica; que al que cometía alguna falta le echaban de la reunión, queriendo asemejar este acto al en que nuestro primer padre Adán, de quien tomaban el nombre, fue arrojado del Paraíso, por comer de la fruta del árbol prohibido; dice además que disculpaban su aversión al Sacramento del matrimonio, con la razón ingeniosa de que Adán no había conocido a su mujer hasta después de haber pecado y salido del Paraíso; y que ellos asimismo, puesto que la falta del primer hombre había sido reparada por el Creador, se encontraban en el primer estado de la inocencia original, no debiendo conocer ni admitir el matrimonio, y andando desnudos como Adán y Eva. [55] A sus templos, los llamaban Paraísos, por la analogía que en todo querían buscar con nuestros primeros padres.

Varias cuestiones se han suscitado sobre si los Adamitas del siglo II iban desnudos por las calles y parajes públicos y en todos tiempos, o solo cuando entraban en sus templos; negando algunos hasta que hubiesen admitido el precepto de la desnudez, siendo así que era una de las circunstancias características de los Adamitas sectarios de Pródico, cuando celebraban sus reuniones. San Epifanio, que es de los que aseguran la desnudez, se niega a que fuese con el objeto de imitar a nuestros padres Adán y Eva, y la atribuye más bien al deseo de excitar su incontinencia con el incentivo de la vista de opuestos sexos. Pero Clemente de Alejandría nos ofrece una prueba contra esta opinión, en cuanto a los Adamitas del siglo II, que no eran sectarios de Pródico, cuando dice que hacían quitar las luces de sus reuniones, para evitar la vergüenza que les hubiera ocasionado el verse de tal manera. Los sectarios de Pródico iban desnudos; y aunque apagaban también las luces, según parece, en sus reuniones, no por esto ha de asemejárseles a los Adamitas de que habla San Clemente-Alejandrino, pues seguían la costumbre de los Carpocratianos, haciendo la elección de la mujer que más les agradaba antes de entrar para entregarse después a oscuras a todo género de excesos.

También se cuestiona sobre si aceptaban o no la oración, y si hacían tal o cual exceso más o menos notable que los nombrados; y nosotros creemos que, distinguiendo la secta de Adamitas de Pródico, de la otra del mismo tiempo, deben atribuirse a la primera todas las herejías e incontinencias de que se habla generalmente, y que con pocas excepciones fueron aceptadas por la segunda; la cual pudo abolir u olvidar algunas costumbres del fundador, entre ellas la de la desnudez.

El mismo San Ireneo, citado por Moreri, habla de algunos herejes (sin decir si eran sectarios de Pródico) que seguían las doctrinas de Basílides y Carpocrates, y permitían la poligamia y el uso de todas las viandas que se ofrecían a los dioses del paganismo. Precisamente estos hechos y los que refiere San Epifanio eran propios de la secta de Pródico, y puede muy bien creerse que hablaban de ella; sea lo que quiera, podemos asegurar que los herejes de que era jefe, se llamaban Adamitas, y que además de cometer los errores y excesos de que hemos hablado, no creían en la unidad de Jesucristo, ni en la necesidad y deber en que estamos de exponernos al martirio por sostener sus doctrinas; vanagloriándose al mismo tiempo de poseer libros secretos de Zoroastro.

En la Palestina han existido monjes que movidos por un exceso [56] de devoción, que puede hermanarse muy mal con los preceptos de la religión cristiana, llevaban desnudo el cuerpo como los adamitas, exceptuando las partes que el pudor impide nombrar. Estos solitarios, renunciaron a las costumbres de los demás hombres; solo tomaban el alimento indispensable para no perecer, el cual consistía en yerbas que pacían como los animales silvestres: viniendo con el tiempo a perder la figura y sentimientos naturales, hasta el punto de huir si se acercaban otras personas, ocultándose si eran perseguidos en escondrijos inaccesibles. Algunos que volvían al mundo, se asemejaban o querían imitar a los locos, comiendo en las tabernas y entrando en los baños públicos, donde conversaban, permitiéndose libertades y aun bañándose con el otro sexo; pero con la mayor insensibilidad y sin causarles la menor emoción los atractivos de las mujeres más hermosas. Según la opinión de Bayle, puede creerse muy bien que les costaría poco trabajo el hacerse los locos, y que acaso lo eran verdaderamente.

El Padre Jesuita Moreri, dice que se renovó la secta de los Adamitas, en Amberes, por Tandemo. Bayle le contradice, fundándose en que ni él ni sus sectarios admitieron por carácter distintivo la desnudez, y que antes gustaba mucho Tandemo de vestir con lujo y elegancia. Como algunas de las doctrinas de estos herejes, que vivieron muchos siglos después, pueden suponerse calcadas sobre las de los primeros Adamitas, no ha dudado Moreri en decir que se renovaron; y concediendo que puede llamárseles Adamitas o Tandemos indiferentemente, referiremos algunas circunstancias que den a conocer los extravíos y aberraciones en que incurrieron, por la semejanza que tienen con las que hemos escrito de los sectarios de Pródico.

Esta secta tuvo origen en Amberes por los años de 1124, viniendo de Alemania Tandemo, y esparciendo rápidamente sus errores por las aldeas y entre las clases menos acomodadas del pueblo. Sus grandes dotes oratorias, la flexibilidad de su talento y la viveza de su imaginación, le dieron bien pronto una superioridad indisputable, aunque lego, entre todos los clérigos más notables de aquel tiempo. Se valió de todos los medios que podían convenir a su propósito, a fin de atraer a sus miras y fascinar a la multitud. La riqueza y buen gusto de los adornos de su persona, así como de su mesa, siempre bien servida y abundante, la afabilidad de sus modales, y la persuasiva elocuencia con que sabía insinuar sus doctrinas y hacerse amar de sus parciales, le proporcionaron bien pronto el poder capitanear tres mil hombres armados y decididos; con los cuales no titubeó en declararse propagador de sus extraviados dogmas, valiéndose de la fuerza, siempre que la persuasión y la astucia no eran bastantes a esparcir sus herejías y aberraciones; y dando muerte a todos los que no se declaraban partidarios de sus ambiciosos [57] y criminales propósitos. Sostenía que era un acto de espiritualismo, más bien que de sensualidad, el que se consumaba teniendo comercio carnal con una casada en presencia de su marido, o con una hija delante de su propia madre; y daba el primero, el ejemplo de tan impudente y perjudicial doctrina, empleando siempre la persuasión y luego la violencia para propagar sus dogmas, y halagando de este modo las pasiones de su soldadesca desenfrenada. No hacía distinción entre los ordenados y los legos, ni concedía virtud alguna al sacramento de la Eucaristía; y adquirió tal preponderancia y adoración con sus erróneas doctrinas, que fascinó a sus sectarios hasta el punto de lograr que mirasen como una gran fortuna el conseguir beber del agua en que se había bañado, y el poder procurarse alguna porción de ella, que muchos conservaban con el mayor esmero, adorándola como a una reliquia.

Daños no pequeños se hubieran seguido a la cristiandad de un enemigo tan atrevido y elocuente, si su muerte violenta no hubiese puesto fin a los excesos y herejías que propagaba, como el sueño dorado de su ambición y engrandecimiento. Hallábase en un barco, en compañía de un sacerdote, que le dio un golpe en la cabeza, de cuyas resultas perdió la vida. Después de su muerte se emplearon mil medios, a fin de atraer al centro de la iglesia a sus sectarios; y aunque sus errores se habían extendido y arraigado lo bastante para que fuera posible extirparlos tan pronto como convenía, lo consiguió Norbert, conmoviendo y afectando de tal manera con predicciones y otros medios, a los Adamitas Tandemos de uno y otro sexo, que no solo renunciaron a sus doctrinas y extravíos, sino que devolvieron las hostias que conservaban ocultas después de diez años.

Aun tuvieron más analogía y semejanza los Picardos que los Tandemos, con los antiguos Adamitas, pues iban desnudos como ellos, no solo dentro de sus templos, sino por los sitios más públicos y a la luz del día.

En el siglo XV, pasó de Flandes a Alemania y penetró en Bohemia, un hombre llamado Picardo, que renovó y propagó con exceso los errores de los Adamitas, suponiéndose hijo de Dios y enviado suyo, como otro nuevo Adán, para que restableciera entre los hombres la ley de la naturaleza, que consistía, según él, en admitir la poligamia y llevar desnudas todas las partes del cuerpo. En poco tiempo tuvo infinitos prosélitos, a quienes alucinaba con misterios y milagros forjados con la mayor sutileza y apariencia de verdad. Entre sus sectarios se abolió el matrimonio, aceptando la obligación de pedir permiso a su jefe siempre que sentían inclinación y deseos de preferir a alguna mujer; lo cual hacían llevándola a su presencia de la mano, y diciendo ciertas palabras que eran la fórmula convenida, a las cuales contestaba Picardo: marchad, creced y multiplicaos. [58] Suponían que ningún hombre o mujer sobre la tierra era libre mas que ellos, o cuando mas los que llevasen el cuerpo enteramente desnudo.

Una isla de la ribera de Lusmik, a siete leguas de Tabor, fue el teatro principal de las herejías de los Adamitas-Picardos. El famoso general Ziscar, jefe de la plaza de armas de Tabor, atacó la isla, a causa de que cuarenta de los herejes habían salido armados a saquear las casas de la campiña, y dado muerte a más de doscientos habitantes. Sin grandes esfuerzos se apoderó de ella, e hizo pasar a cuchillo a todos los Picardos excepto dos, que conservaron la vida para poder dar noticias acerca de sus doctrinas y ceremonias religiosas. Todos mostraron la mayor serenidad y aun desprecio de la muerte en las horas que precedieron al suplicio y en el acto de morir: muchas mujeres a quienes se perdonó la vida, no quisieron renunciar a sus costumbres licenciosas e incontinencia permitida por su secta, y sufrieron al fin la muerte en el fuego; siempre con valentía y hasta con semblante risueño y determinado, en medio de cánticos de alegría.

Por el mismo tiempo no faltó entre los anabaptistas quienes renovasen en Amsterdan la memoria de los Adamitas, dando lugar a ser confundidos con ellos, por aceptar la costumbre de ir desnudos, que ha sido generalmente el carácter distintivo de aquella secta. En 1535 hubo personas ricas, de familias distinguidas, que anduvieron desnudas por las calles, llegando su fanatismo hasta el extremo de subirse muchas de ellas a los árboles, permaneciendo en ellos sin tomar alimento alguno y esperando vanamente que el pan les bajase del cielo, hasta que venían a caer en tierra desfallecidas. El 13 de febrero de aquel año, tuvieron los anabaptistas una reunión compuesta de siete hombres y cinco mujeres, en la calle de las Salinas, casa de Juan Siberto; y el jefe, que era un hombre llamado Teodoreto Sertot que se suponía profeta, puesto de rodillas e inclinado al suelo, en acción de rogar a Dios, dijo: que había visto a su Majestad suprema, y oído su voz; que había recorrido el paraíso bajando a los infiernos, y que tenía datos por los cuales conocía infaliblemente que se acercaba el día del juicio final. En otra reunión tenida en el mismo día, conferenciaron y oraron cuatro horas; después de las cuales, el supuesto profeta Teodoreto, arrojó al fuego su casco, su coraza, y demás atavíos de su traje, para ofrecerlo en holocausto al Ser supremo, ordenando a los demás que siguiesen su ejemplo; lo cual fue ejecutado con la mayor exactitud. Después de esto, mandó a todos que imitaran lo que le viesen hacer, y se lanzó a la calle, seguido de sus compañeros, corriendo y dando gritos espantosos de venganza que alarmaron a la población, basta el punto de hacerla creer que era entrada a saco por los enemigos. [59] Pronto fueron aprisionados y conducidos ante los magistrados, después de ofrecerles ropas que desecharon con la mayor temeridad. Y en tanto se hicieron los mayores esfuerzos, hasta que se consiguió apagar el fuego que habían encendido al salir de casa de Juan Liberto, y cansaba los mayores estragos. En marzo del mismo año se dio muerte a los siete hombres, y no tardaron en seguirle al suplicio nueve de sus cómplices.

Otros herejes aparecieron también en Francia, en el reinado de Carlos V, (siglo XV), que iban desnudos como los Adamitas, y habitaron la Saboya y el Delfinado; sin que pueda averiguarse la causa de habérseles puesto el nombre de Turlupinos (Turlupins). Entre los infinitos errores que sostenían muy semejantes a los de los Adamitas, pueden contarse, para dar una idea de estos herejes, el no admitir más que la oración mental, y el consumar el acto carnal en medio del día y en los parajes más públicos. Por lo demás afectaban mucho cierto aire de espiritualismo, que se avenía mal con sus costumbres cínicas; y dieron por sí propios a su asociación, el título de Fraternidad de los pobres. Pero afortunadamente aunque hicieron bastantes prosélitos, no tardó en verse libre de ellos la cristiandad.

J. de Grijalba.