Filosofía en español 
Filosofía en español


Jean-Paul Sartre

Nacido en París en 1905, ha ganado cierta celebridad como escritor francés y filósofo contemporáneo, representante del existencialismo ateo (V. EXISTENCIALISMO).

Ha desarrollado una actividad notable como publicista, autor de numerosas obras filosóficas y teatrales, principalmente. manifestándose en parte de su vida como procomunista y anticristiano. Sus principales obras son: L'Imaginaire. Psycholoqie phénoménologique de l'imagination, 1938 (trad. esp.: “Lo imaginario. Psicología fenomenológica de la imaginación”, 1938); Esquisse d'une théorie de l'émotion, 1939; L'Imagination, 1940; L' Étre et le Néant. Essai d'ontologie phénomenologique, 1943; L'existentialisme est un humanisme, 1946 (trad. esp.: “El existencialismo es un humanismo”, 1947); Descartes (edic. e introd., 1946); Situations (I, 1947; II, 1948; III, 1949. – Serie que recoge escritos del autor). Entre las producciones teatrales destacan Huis clos, Morts sans sépulture... (tr. esp., 1947), y entre las narraciones La nausée y le mur (tra. esp.: “La náusea” y “El muro”, 1947). Su novela más importante es Les chemins de la liberté, que tiene varias partes (trad. esp.. “Los caminos de la libertad”, I, “La edad de la razón”, 1948; II, “El aplazamiento”, 1948...). Las obras de Sartre fueron condenadas por el Santo Oficio el 27 de octubre de 1948 (Acta Apost. Sedis, XL, 1948, 511).

Sus doctrinas están entroncadas con las de Heidegger, (V.), aunque –como dice éste– se aparta del mismo en muchos puntos, con la fenomenología de Husserl (V.) y con ciertas sugerencias de Hegel (V.). A diferencia de Heidegger, su pensamiento pretende ser específicamente existencialista y no sólo existencial. En cuanto a su ontología, se trata de una ontología fenomenológica –que podría decirse analítica, descriptiva–, con un marcado aspecto psicológico. Se quieren transponer al plano trascendental ciertos análisis psicológicos, no muy afortunados y casi siempre interpretados tendenciosamente. Podría considerarse su tendencia como la de un psicoanálisis existencial.

También, como en Heidegger (V.), se encuentran en Sartre las doctrinas del para sí, que corresponde al Dasein de aquel autor, y del en sí, que corresponde al ente que no es Existencia del filósofo alemán. La conciencia –viene a decir Sartre– es un ser cuya existencia pone la esencia, añadiendo que, inversamente, ella es conciencia de un ser (u objeto) cuya esencia implica la existencia. Luego el “para sí” (conciencia) es su existencia, se forma, creándose a sí mismo; es, por tanto, un “proyecto” (pro-jet). Así, será la pura temporalidad. Al mismo tiempo, el “para sí” es, también, un “ser para otro” (être-pour-autrui). Y debe decirse que “está allí” (en situación), o sea, que es contingencia y nonada, un ser sin fundamento. Tal fenómeno de ser es experimentado por la náusea, en forma de algo gratuito, sin sentido, completamente absurdo o irracional, que solo –en todo caso– existe.

La conciencia, al interrogarse sobre lo “en sí” no hace sino salirse de él; así cree Sartre que en la conciencia se origina la nada, una nada que se introduce en el hombre como un gusano para corroer lo que posee de lo “en-sí”. Interrogándose a sí mismo, el hombre sólo consigue anonadarse más y más. La trascendencia de la nada se manifiesta también en la libertad, cuya posibilidad de elección anihila su pasado con la anihilación de toda determinación. Esta libertad se identifica con el “para sí”, insistiéndose en que la esencia del hombre es la libertad, la indeterminación, a través de la cual se revela la angustia. Está condenada al fracaso, porque libertad y angustia están en mutua dependencia y, así, el hombre, al huir de la angustia, trata de sustraerse a la libertad, a su porvenir y a su pasado, llegándose con ello también, o sea, por el camino de la libertad, a la nada. Por otra parte, “la idea de Dios es contradictoria”, dice Sartre, afirmando que “nos perdemos inútilmente”. El hombre es una pasión inútil, concluye.

A tales ideas paradójicas, de orden –al parecer– psicológico, fenomenológico, ontológico, humanístico, se añaden no menos peregrinas y perjudiciales doctrinas de moral agnóstica y descarriada, sumamente peligrosa en lo que pueda tener de práctico y de teórico. Precediendo siempre la existencia a la esencia, el hombre al principio no es nada y sólo después será “tal como se habrá hecho” (!!). Por ello concluye el autor francés: “no hay naturaleza humana, puesto que no hay Dios capaz de pensarla”. Tampoco, consiguientemente, hay una moral fundamentada en el bien y el mal reales, es decir, objetivos y universales. El hombre está abandonado, no hallando en sí ni fuera de sí una posibilidad donde agarrarse. Sólo puede haber –y relativamente aún– una norma ética: obras de acuerdo con la libertad existencial. Debe rechazarse toda seriedad en la vida, por “inauténtica”. El obrar para Dios es –se afirma– un “sin sentido”. El examen del “ser-con-los-otros” hace ver la actitud egoísta, el empeño ara dominar a los demás. Nada puede hacer creer en una posibilidad válida, en una orientación fundamental. La decisión no salva nuestro propósito, inútil siempre.

Las doctrinas de Sartre están plagadas de contradicciones, de absurdos descaradamente expuestos como ideas graves, notables. Trata de razonar y justificarse –sin admisión de método lógico– un ser y una nada, totalmente irracionales. Así, el irracionalismo sartriano es manifiesto. La existencia se antepone a la esencia, pero muchas veces se coloca subrepticiamente la esencia en la cuestión existencial previa. Puede tildarse también, por todo, el sistema de Sartre de relativismo nihilista. Las doctrinas de la libertad y la angustia suponen en el autor petición de principio, como asimismo la de la nada. Además debe señalarse su claro pesimismo, su materialismo epifenoménico (en el cual –como se ha escrito– “la conciencia no será más que un manguito de nada (manchon de néant)”. Por otra parte, el humanismo de Sartre es negativo, inmoral. La perversión y morbosidad de algunas de sus obras –especialmente narraciones, novelas varios escritos teatrales– llegan a extremos abominables, en cuanto a descreimiento, desazón moral, irracionalismo y negación religiosa. Más que una defensa del hombre y su libertad, el existencialismo sartriano ha desarrollado un ataque a la naturaleza humana y a su facultad de determinación hacia el bien. En conjunto, los escritos sartrianos, producidos y leídos en nuestro tiempo, representan lo peor del mundo de hoy, la incredulidad total, el hastío, la desesperanza. Atisbos metafísicos y algunos análisis fenomenológicos no pueden salvar el ateísmo de fondo –descarnadamente expuesto– y el paradójico antihumanismo de sus doctrinas irracionalistas.