Filosofía en español 
Filosofía en español


San Isidoro

Biografía. Ilustre doctor de la Iglesia. Muerto en 636. Nuevo Salomón y Daniel llamaba a este santo el Pontífice San Gregorio Magno, y doctor de su época, nuevo ornamento de la Iglesia y sapientísimo de los siglos, cuyo nombre debe pronunciarse con reverencia, los Padres del concilio de Toledo. Nace San Isidoro en Sevilla según la opinión más autorizada, por más que el erudito Flórez, fundado en los antiguos breviarios, y el Cerratense, creen que fue su patria Cartagena, donde su padre era gobernador, teniendo por hermanos a los santos Leandro, Fulgencio y Florentina. Dos anécdotas singulares, dice un biógrafo, nos ha transmitido la leyenda y conservado la tradición acerca de la infancia y juventud del hijo de Severiano y de Turtura, tan esclarecidos por su linaje como por sus virtudes. Refiérese la primera al misterioso enjambre de abejas que depositaron dulce panal en su boca, como presagio de su futura suavidad y elocuencia; y la segunda a su huida de la casa paterna, desconfiando de su aprovechamiento en el estudio por el trabajo que le costaba y el poco fruto que obtenía. Estando en este pensamiento, dicen, se llegó a un pozo y vio que en el brocal, que era de dura piedra, había canales y surcos que con el uso habían hecho las sogas, y dijo entre sí: «¿Puede la soga acabar la piedra y hacerla señales por la continuación, y no puedo la costumbre de continuo estudio ablandarme a mí e imprimir en mi ánimo la ciencia y la doctrina?» Volvió con esto a su estudio, dedicándose muy de veras a la Ciencia, llegando a ser tan consumado en ella, que no hubo en su tiempo quien le igualase o excediese en todo género de letras divinas y humanas y en las lenguas latina, griega y hebrea, que perfectamente llegó a saber, como se ve en sus muchas obras. Estando San Leandro y San Fulgencio, sus hermanos, desterrados por Leovigildo, que les perseguía, opúsose San Isidoro a los herejes arrianos, que entonces se discutía con ellos con gran fervor y elocuencia, y no pudiendo resistirle ni responder a sus argumentos trataron de matarle, salvándole su hermano mayor, que lo encerró y le tuvo recluso y como preso para que no discutiese con los arrianos y se guardase para mejor tiempo, como sucedió, cuando muerto San Leandro y vacante la iglesia de Sevilla, el rey Recaredo nombró a Isidoro por arzobispo y sucesor de su hermano en aquella silla, con grandísima satisfacción y contento de la ciudad de Sevilla y de todo el reino de España, que conocía la fama de santidad y doctrina que Isidoro disfrutaba. Muy reacio estuvo en admitir aquel honor, del cual se creía indigno, y una vez que aceptó la silla arzobispal fue ejemplo de humildad, paciencia y caridad, y celoso mantenedor de la disciplina eclesiástica. Escribió reglas para los monjes, suavizando el rigor para su mejor observancia; compuso y reformó el oficio eclesiástico de la Misa para que en toda España se rezase de una manera, tomando el misal y breviario, llamado después toledano y también mozárabe, y se dedicó a la fundación de algunos colegios para enseñanza de la juventud de su arzobispado, y aun de otras diócesis de España que quisieran venir a ilustrarse. Presidió el cuarto concilio toledano, el segundo hispalense, convenciendo en este último a un obispo llamado Gregorio que se hallaba inficionado de la herejía de los acéfalos, el cual reconoció sus errores y los confesó, convirtiéndose a la fe católica por la doctrina y prudencia do San Isidoro. Fue devotísimo partidario de la primacía pontificia, como se prueba por las siguientes palabras tomadas de una carta dirigida al arzobispo de Toledo, Eugenio: «En lo que preguntas de la igualdad de los Apóstoles, Pedro es superior a todos, el cual mereció oír del Señor: “Tú serás llamado Cefas; tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.” Y no de otro, sino del mismo Hijo de Dios y de la Virgen recibió el primero la honra del pontificado de la Iglesia de Cristo; y después de la Resurrección del Hijo de Dios mereció oír: “Apacienta mis corderos,” entendiendo por corderos a los prelados de la Iglesia; y aunque la dignidad de esta potestad se extiende a todos los obispos católicos, todavía por privilegio y gracia singular es propia del romano Pontífice, como cabeza de toda la Iglesia y el más excelente de sus individuos, la cual durará siempre; y así, el que no le obedece con reverencia, apartado de su cabeza queda sin espíritu de vida como hombre sin cabeza.» Cuarenta años gobernó San Isidoro su silla, al cabo de los cuales, habiendo repartido todo lo que tenía a los pobres, y preparádose con grande penitencia, falleció el 4 de abril del año 636, siendo enterrado en Sevilla, hasta que, habiéndose apoderado los árabes de esta ciudad, obtuvo D. Fernando I de Castilla, con grandes ruegos y dádivas, que el rey moro de Sevilla le concediese el cuerpo de San Isidoro, el cual fue trasladado a León, colocándole en un templo suntuoso de su nombre, donde al presente está en un arca de oro. Las renombradas obras de San Isidoro, que forman época en la historia de la literatura eclesiástica española, pueden clasificarse en cuatro grupos: exegéticas, dogmáticas, morales y profanas. Al primer grupo pertenecen La exposición de los misterios místicos o Cuestiones del Nuevo Testamento, en la cual está expuesto en dicho sentido el Génesis en treinta y un capítulos, el Éxodo en cincuenta y nueve, el Levítico en diecisiete, los Números en cuarenta y dos, el Deuteronomio en veintidós, Josué en dieciocho, los Jueces en nueve, el primer libro de los Reyes en veintiuno, el segundo en seis y el tercero y cuarto en ocho cada uno de ellos, Esdras en tres y los dos de los Macabeos en uno. También pertenece a este grupo Las alegorías de la Sagrada Escritura, libro en que expone en sentido alegórico los principales nombres y hechos del Antiguo y Nuevo Testamento, el libro de los Proemios, compendio de lo que contiene de particular cada uno de los libros de la Sagrada Escritura, perfecta síntesis de la exposición del Cantar de los Cantares, en el que trata de su sentido místico en ocho capítulos. Como obras dogmáticas se conocen el Tratado de las sentencias, dividido en tres libros, en el primero de los cuales trata de Dios y de sus atributos, del mal y de su origen, del ángel, del hombre y del alma humana, de Cristo, del Espíritu Santo, de la Iglesia, de los herejes y de los gentiles, de la diferencia entre ambos Testamentos, del Credo y de la oración dominical, del Bautismo y de la Comunión, del martirio y de los milagros de los santos, del Anti Cristo y de sus señales, de la Resurrección, del Juicio, de la Gloria, de los justos y de las penas de los réprobos; todo subdividido en treinta capítulos. El segundo libro comprende las virtudes teologales, predestinación y gracia, conversión de los pecadores, pecado, consecuencias, juramento y mentira, virtudes y vicios en general, en cuarenta y cuatro capítulos, y en el tercero trata de los peligros que rodean al hombre en cuanto al alma durante su vida, así como de los medios que tiene para evitarlos, del estudio, su método y utilidad de la ciencia, soberbia, y de los perjuicios de la lectura de los autores paganos, de la vida monástica, de la penitencia, hipocresía, envidia y odio, de la amistad y de la corrección fraterna, de los superiores eclesiásticos y de sus súbditos, de los príncipes, de los gobernadores, de los tribunales, de los pobres oprimidos y de la brevedad y fin de esta vida, todo en sesenta y dos capítulos. También se conceptúa como dogmática su obra De la fe católica contra los judíos, libro que dedicó a su hermana Florentina y que contiene una brillante apología del cristianismo enfrente de la obstinación judaica. También pertenece a este grupo su obra De los oficios eclesiásticos, dividida en dos libros, en los cuales trata del origen de dichos oficios, de los templos y coro, de la salmodia y oficio divino, de los libros sagrados de ambos Testamentos, asignando a cada uno de ellos su respectivo autor, del Santo Sacrificio de la Misa, de su origen, ceremonia de las horas canónicas, de las vigilias y solemnidades de la Iglesia y de los preceptos de la abstinencia y del ayuno. El segundo libro trata de los clérigos, del origen de la tonsura clerical, del sacerdocio, de los obispos auxiliares, de los presbíteros y de todas las Ordenes y grados en los diversos estados de la Iglesia, del Credo y de la regla de fe, del Bautismo, Confirmación y Crisma, siendo por lo tanto una obra teológico canónica, tan admirable, acabada y completa como todas las que brotaron de su fecunda pluma. Entre sus obras profanas figuran: primero, el tan celebrado libro De las etimologías, obra verdaderamente enciclopédica, en la que se trata de las siete artes liberales y otros arcanos de la ciencia profana, de la Religión, de la Razón, de Historia, de Geografía, Astronomía, Física, Matemáticas, Medicina, Arquitectura, arte de la Guerra, Derecho, Retórica, Dialéctica y de todos los ramos del saber humano, que prueba la universalidad del genio de su autor. Segundo, el tratado De las diferencias, sobre etimología y sinonimia de muchas frases. Tercero, el libro De la naturaleza de las cosas, sobre Física y Astronomía. Cuarto, el Chronicon, historia dividida en seis épocas, desde la Creación hasta su tiempo, o sea hasta la época del emperador Heraclio. Quinto, el libro De los varones ilustres. Sexto, Del nacimiento y muerte de los Padres de que se hace mención honorífica en la Sagrada Escritura. Séptimo, la Historia de los godos, vándalos y suevos. Como obras morales citase el libro De los sinónimos o lamentos del alma pecadora, la regla de los monjes y El conflicto de la lucha entre vicios y virtudes, además de algunas cartas o dedicatorias de sus obras, que abundan en doctrina y consejos morales. Tiénese por dudosos el libro De la vida y muerte de los santos y el Del orden de las Escrituras.