Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano Montaner y Simón Editores, Barcelona 1890 |
tomo 7 páginas 868-870 |
Espíritu Espiritillo: m. d. de espíritu. dentro, que a grandes cosas me lleva. Cervantes. Espiritosamente: adv. m. Con espíritu. Espiritoso, sa: adj. Vivo, animoso, eficaz; que tiene mucho espíritu. Fernando de Herrera. Varen de Soto. Espiritoso: Dícese de lo que tiene muchos espíritus y es fácil de exhalarse, como algunos licores. Espíritu (del lat. spiritus): m. Ser inmaterial y dotado de razón. Fr. Luis de Granada. Espíritus de Dios, que sin envidia Gozan y ven gozar la vida eterna. Quevedo. — Espíritu: Alma racional. Santa Teresa. Antonio de Fuenmayor. — Espíritu: Don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas. P. Juan Eusebio Nieremberg. — Espíritu: Virtud, ciencia mística. Santa Teresa. — Espíritu: Vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para obrar con agilidad, Saavedra Fajardo. — Espíritu: Ánimo, valor, aliento, esfuerzo. A cuyo Espíritu grande, En poca edad, se debía La envidia de mil edades. Rivera. Cervantes. — Espíritu: Energía, fuerza. Fernando de Herrera. — Espíritu: Demonio. U. m. en pl. Quevedo. — Espíritu: fig. Principio generador, tendencia general, carácter íntimo, esencia o sustancia de una cosa. Jovellanos. Quintana. Martínez de la Rosa. — Espíritu: Cada uno de los dos signos ortográficos llamados el uno Espíritu Suave y el otro Áspero o Rudo, con que en la lengua griega se indica la aspiración de una u otra clase. — Espíritus: pl. Vapores sutilísimos que exhala un licor o un cuerpo. Boscán. Fr. Hortensio Paravicino. — Espíritus: Partes, o proporciones, más puras y sutiles que se extraen de algunos cuerpos sólidos o fluidos por medio de las operaciones químicas. — Espíritu de Contradicción: Genio inclinado a contradecir siempre. — Espíritu de la Golosina: fam. Persona falta de nutrición, o muy flaca y extenuada. — Espíritu de vino: Alcohol de vino. Jovellanos. Monlau. — Espíritu Inmundo: En la Escritura Sagrada, el demonio. Torres Amat. — Espíritu Maligno: El demonio. Torres Amat. — Espíritu Santo: Teol. Tercera persona de la Santísima Trinidad, que procede igualmente del Padre y del Hijo. Fr. Luis de Granada. A tu sol gloriosos cercos, Y el Altísimo hará sombra Al menor de tus cabellos. Antonio de Mendoza. — Espíritu Vital: Cierta sustancia sutil y ligerísima, que se considera necesaria para que viva el animal. Y se despide con funesto canto Del Espíritu vital que del se aleja; &c. Garcilaso. Cuando el Señor piensa en los umbrales Que al alma de impaciente La dejan los Espíritus vitales. Malón de Chaide. — Espíritus Animales: Fluidos muy tenues y sutiles que se ha supuesto sirven para determinar los movimientos de nuestros miembros. Fr. Luis de Granada. — Beber uno el Espíritu a otro: fr. fig. Beber la Doctrina. Fr. Pedro Manero. — Cobrar Espíritu: fr. fig. Cobrar Ánimo. — Dar, Despedir, o Exhalar, el Espíritu: fr. fig. Expirar, morir. — Levantar el Espíritu: fr. fig. Cobrar ánimo y vigor para ejecutar alguna cosa. Fernández Navarrete. — Pobre de Espíritu: loc. Dícese del que mira con menosprecio los bienes y honores mundanos. Torres Amat. — Pobre de Espíritu: loc. Apocado, corto de ánimo. Y es asunto concluido. –Ya se lo he propuesto a Elisa, ¡Pero es tan pobre de Espíritu!... Bretón de los Herreros. — Espíritu: Filosofía. V. ALMA. — Espíritu Santo: Teología. El dogma católico enseña que el Espíritu Santo es una verdadera persona, realmente distinta del Padre y del Hijo, consustancial a uno y otro. Esta verdad se demuestra con todos aquellos argumentos que prueban la Trinidad de personas en Dios, pero, además se prueba por todos aquellos lugares de la Sagrada Escritura en donde se le atribuyen acciones personales de inteligencia y voluntad, puesto que las acciones sunt suppositorum, como dicen los escolásticos. Efectivamente, en innumerables lugares se dice del Espíritu Santo que enseña, obra, testifica, &c. Expresamente se le da el nombre de Dios, como en aquel célebre pasaje de los Hechos de los Apóstoles (v. 3): Anania cur tentavit... non est mentibus hominibus sed Deo. El Apóstol, en su carta a los Corintios (1, III, 16), dice que los fieles son templo de Dios, porque habita en ellos el Espíritu Santo. Se le atribuyen también las propiedades divinas, como los milagros, la remisión de los pecados, la santificación, la inspiración de los profetas, &c., y, por último, se le dan los atributos divinos sin ninguna restricción, la inmensidad. (Sap. 1, 7), Spiritus Domini replevit orbem terrarum: la omniscencia (1, Cor. II, 10) Spiritus omnia, escrutatur etiam profundo Dei: la omnipotencia (Psal. XXXII, 6) Verbo Domini caeli firmati sunt et spiritu oris ejus omnis virtus eorum: la creación y conservación de las cosas (Psal, CIII, 30), Emittes spiritum tuum et creabuntur el renovabis faciem, terrae. Es superfluo citar los testimonios de los Santos Padres, que todos enseñan unánimemente la misma verdad, atribuyendo al Espíritu Santo las obras de la gracia, el perdón de los pecados, la distribución de dones, el gobierno de la Iglesia., &c., y, por último, es bien sabido que se ha dado al Espíritu Santo el mismo culto de honor supremo de latría que al Padre y al Hijo. El Padre y el Hijo, dice el señor Perujo, obrando como un solo principio por el amor mutuo que se tienen, el cual es fecundísimo, da origen al Espíritu Santo por una procesión inmanente, eterna y sustancial en identidad de naturaleza, enteramente igual a su principio. En el Siglo V, Teodorato, refutado por San Cirilo, renovó después de los macedonios la herejía de aquellos que negaban la procesión del Espíritu Santo del Hijo. Este error fue resucitado en el siglo XI por los griegos cismáticos, después de Focio, y más tarde por Marco de Efeso. Es de fe que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio, como consta de las definiciones de los concilios I de Constantinopla, y de los generales de Letrán IV, Lugdunense II y Florentino, en los cuales se dio esta profesión de fe: Definimus... quod Spiritus Sanctus ex Patre et Filio aeternaliter tamquam ab uno principio et unica spiratione procedit. Entre los muchos testimonios de la Sagrada Escritura, citaremos como el más célebre y decisivo el del Evangelio de San Juan (XVI, 13, seqq.): Cum autem venerit ille Spiritus veritatis, docebit vos omnem veritatem. Non enim loquetur a semetipso, sed quaecumque audiet, loquitur, et quae ventura sunt, anuntiabit vobis. Ille me clarificabit, quia de meo accpiet, et anuntiabit vobis. Omnia quacumque habet Pater, mea sunt. Propterea dixi: quia de meo accipiet, et anuntiabit vobis. Procede, pues, del Padre lo mismo que del Hijo, porque recibe de él, es a saber, la naturaleza divina, la omnisciencia, &c. Recibe del Hijo, porque éste lo tiene todo común con el Padre, y por consiguiente la procesión activa divina que le es propia. Además, es llamado Espíritu del Hijo del mismo modo que se llama Espíritu del Padre,porque procede de él. Por último, en muchos lugares se dice que el Espíritu es enviado por el Hijo, cuya misión indica dependencia de la persona enviada, y esta dependencia en la Trinidad no es otra que de origen. Por eso decía San Gregorio: Spiritus Sancti missio ipsa processio est qua procedit de Patre et Filio. Los teólogos añaden alguna razón teológica, diciendo que si el Espíritu Santo no procediese del Hijo no se distinguiría del mismo, porque no habría entre ellos relación, que se funda en el origen. Esta es una de las razones que da Santo Tomás. La tercera persona de la Santísima Trinidadtiene los nombres propios de Espíritu Santo, porque, como dicen los teólogos, sólo spiratur, vel flatur ab amore: el de Donum a saber, don personal; y el de Amor, como testimonio subsistente y personal del que se profesan mutuamente el Padre y el Hijo, porque el Espíritu Santo procede por modo de voluntad que es procesión de amor, a la manera que el Hijo es llamado [870] Verbo, como que procede del entendimiento como palabra eterna y personal del Padre. Se atribuyen al Espíritu Santo, como nombres apropiados, todos los que expresan la obras de la bondad, de la caridad y de la misericordia, y en este sentido se llama Paracletus, Consolator, Charitas, Amor, Vinculum, Nexus, Unio, y otros parecidos, que todos indican las efusiones de la gracia o el amor inmenso y perfectísimo de las personas divinas. En cuanto a la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en lenguas de fuego, el Espíritu Santo suele representarse bajo la figura lenguas de fuego, o de paloma, y así se ve en los monumentos antiguos de las Catacumbas. Estas imágenes son el símbolo de los principales efectos que el Espíritu Santo produce en las Almas, &c. Además de las herejías comunes contra toda la Trinidad en general, los macedonios, en el siglo IV, negaron la divinidad del Espíritu Santo, diciendo que era una criatura inferior a Dios en naturaleza y en dignidad. Este error fue condenado en el primer concilio general de Constantinopla del año 381, y en otros muchos, como veremos en su lugar. Los socinianos no solamente negaron su divinidad, sino también su subsistencia personal, diciendo que era una metáfora para significar las operaciones divinas, o que el Espíritu Santo no es otra cosa que la virtud o eficiencia de Dios. Posteriormente los racionalistas renovaron este error, diciendo que sólo era un modo de Dios en su relación con las criaturas como, potente y benéfico, o bien que el Espíritu Santo debe concebirse como el mismo Dios próvido o Santo. De Vocte opina que no es otra cosa que el mismo Dios ut in natura operantem. Todos estos errores se distinguen con el nombre común de pneumatomachos o enemigos del Espíritu Santo. Además yerran contra la procesión del Espíritu Santo los griegos cismáticos, negando que procede del Hijo, o a lo menos que no procede de Él como de un solo principio como el Padre. Habiéndose añadido en el Símbolo la partícula Filioque, hubo con este motivo nuevas cuestiones con los griegos, que tomaron de aquí ocasión o pretexto para separarse de la Iglesia latina. — Espíritu Santo (Orden del): Hist. Orden de religiosos y religiosas hospitalaria, fundada hacia el fin del siglo XII por Guido, hijo de Guillermo, conde de Montpellier, para el alivio de los pobres, de los enfermos y de los niños expósitos o abandonados. El mismo Guido se entregó a esta obra de caridad con otros muchos cooperadores, tomando como ellos el hábito de Hospitalarios y dándoles una regla. Este instituto fue aprobado y confirmado por Inocencio III el año 1198, quien quiso que hubiese en Roma un hospital semejante al de Montpellier, con el título de Santa María de Sajonia. Luego que hubo un número considerable de casas, el convento de Hospitalarios de Roma se tuvo por cabeza de los Hospitalarios ultramontanos; pero elde Montpellier siguió de cabeza de esta Orden entre los citramontanos, sin ninguna dependencia del de Roma. Los sucesores de Inocencio III concedieron muchos privilegios a los Hospitalarios del Espíritu Santo, y Eugenio IV les dio la regla de San Agustín, sin perjuicio de su regla primitiva. Además de los tres votos de religión, hacían otro de servir a los pobres con esta fórmula: «Yo me ofrezco y me entrego a Dios, al Espíritu Santo, a la Virgen Santísima y a mis señores los pobres para servirlos todo el tiempo de mi vida, &c.» Los reyes de Francia los protegieron, por lo cual se multiplicaron bastante en aquel reino; después tomaron el título de canónigos regulares. Llevaban hábito negro, y sobre él, a la izquierda del pecho, una cruz blanca doble y con doce puntas. Su último general o comendador en Francia fue el cardenal Polignac, pero después de su muerte se les quitó la facultad de dar hábitos y profesiones, y pronto dejaron de existir. Se ignora en qué tiempo se asociaron religiosas para cuidar de los niños pobres; sabemos que hacían los mismos votos que los religiosos, llevaban la misma insignia sobre su hábito y cuidaban de los niños expósitos. Además de los conventos que tenían en la Provenza, los había también en la Borgoña, en el Franco Condado y en la Lorena. En muchas ciudades de estas provincias había también en otro tiempo cofradías del Espíritu Santo, con objeto de preparar limosnas a los hospitales de estas religiosas. Espiritual (del lat. spiritualis): adj. Perteneciente al espíritu. Fr. Luis de León. Saavedra Fajardo. Espiritualidad: f. Naturaleza y condición de espiritual. Fr. Pedro Manero. — Espiritualidad: Calidad de eclesiástico. Azpilcueta. — Espiritualidad: Obra o cosa espiritual. Fr. Fernando de Valverde. |
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