Filosofía en español 
Filosofía en español


Positivismo

Sistema filosófico que se distingue por su carácter escéptico y sistemático respecto de todo lo que trasciende los límites del orden empírico. Prohudon lo define «la eliminación de lo absoluto.» Esta definición concisa, pero exacta, indica la tendencia general del positivismo, la cual es más bien negativa que afirmativa y dogmática. La exclusión de la metafísica como ciencia de las causas primeras y de la investigación de lo absoluto y la reducción de la ciencia a un conjunto de observaciones empíricas sobre los hechos particulares y sobre las leyes inmediatas que rigen estos hechos, son los dos polos cardinales sobre que gira toda la filosofía positiva. Es una consecuencia del kantismo alemán, el cual, limitando la ciencia a un conocimiento puramente empírico o fenoménico, y desechando como vacía de realidad toda concepción a priori de nuestro espíritu, da lugar a que se crea que el único objeto asequible a nuestras facultades es el mundo exterior y físico, relegando al orden de lo desconocido, al orden trascendental superior a nuestras facultades cognoscitivas, toda noción metafísica, toda investigación a priori sobre Dios, el alma y el espíritu.

El positivismo así considerado no es materialista, ni idealista, ni panteísta, ni teísta: prescinde de toda doctrina teológica y metafísica, y circunscribe todas sus elucubraciones y especulaciones a la observación experimental y al método empírico. Observar los hechos y fenómenos sensibles, estudiar por inducción sus leyes generales y constantes, investigar sus relaciones invariables de sucesión y semejanza, he aquí, según el positivismo, los únicos objetos posibles del conocimiento humano; he aquí los límites en que debe contenerse la elucubración científica. Toda investigación ulterior, toda otra especulación sobre [448] el espíritu puro, sobre Dios, sobre lo absoluto, sobre entidades invisibles existentes por sí con separación e independencia de la materia, entra ya en el terreno de las hipótesis gratuitas, de las suposiciones infundadas que de ningún modo pueden comprobarse en el terreno firme y sólido de la ciencia.

Acomódase el positivismo con el kantismo que mira como vanas ficciones las especulaciones a priori; con el materialismo que limita su estudio a los fenómenos y propiedades de la materia; con el panteísmo que identifica lo absoluto con el gran Cosmos o Universo; sólo se aviene mal con el supernaturalismo cristiano que afirma de una manera decisiva y dogmática la existencia de un absoluto trascendente y personal, y la de espíritus invisibles subsistentes en sí y con separación de la materia.

A pesar de esto, el hombre, según el positivismo, no ha conocido desde un principio los verdaderos límites de su inteligencia, ni la senda que esta debe recorrer, ni los verdaderos métodos que debía emplear para llegar al conocimiento de la verdad depurada de toda ficción o hipótesis. Para llegar a este estado de verdadera emancipación mental, era necesario que pasase por otros estados más imperfectos, era necesario que estuviese bajo el dominio de la teología y de la metafísica, pues el hombre, como ser perfectible, no alcanza desde luego toda la perfección a que debe llegar según su naturaleza. Esto da lugar a la manifestación del desarrollo progresivo de la humanidad bajo la forma de tres estados o evoluciones, que son el estado teológico o de la ficción sobrenaturalista, el estado metafísico o de las hipótesis filosóficas y el estado positivo o científico.

En el primer estado, cuando el hombre fija su atención en el mundo y sus fenómenos, busca el origen de estos en seres sobrenaturales, en agentes misteriosos, en dioses; constituyendo esto el estado teológico, cuyo mayor progreso es la reducción de la multiplicidad de entes o dioses a un agente único, a Dios llamado Providencia, o sea transformación del politeísmo en cristianismo. En el segundo período, o sea en el estado metafísico, el hombre constituye los agentes sobrenaturales por fuerzas y entidades abstractas aplicadas a los seres de la naturaleza, llegando a progresar en este estado hasta el punto de reducir todas las fuerzas y entidades a una fuerza y entidad única llamada lo Absoluto (Panteísmo). Últimamente, el estado positivo o científico que viene a reemplazar a los dos anteriores, se desentiende de las concepciones abstractas e hipotéticas de éstas, y se circunscribe a lo que únicamente hay de real en la naturaleza, a los hechos, a las manifestaciones de las realidades físicas, a las cosas que se presentan como verdaderas y objetivas a nuestros sentidos.

Las religiones y los sistemas metafísicos según el positivismo, no han hecho más que engañar sucesivamente a la humanidad, la cual se ha dejado fanatizar por aquellos y seducir por éstos; tiempo es ya de que la humanidad sacuda sus antiguas preocupaciones. La religión es propia de la infancia de la humanidad, y sirve para entretener a esta como se entretiene a los niños con cuentos y bellas ficciones. La metafísica representa un progreso porque tiene por objeto destruir las religiones, pero ofrece el inconveniente de reemplazarlas con sus hipótesis, y así no llega a desvanecer el campo aéreo y fantástico de la imaginación humana. Solo la ciencia positiva llega a comprender lo que hay de ideal e hipotético en las creencias y opiniones, y trata de desentenderse de todo lo que es ficticio y gratuito, para establecer una ciencia real, sólida y verdadera. Afortunadamente ya se acabaron el reinado de las religiones y de las doctrinas metafísicas, y hoy domina universalmente en el campo de la ciencia el método empírico y positivo; no siendo probable que el hombre vuelva ya su vista a la religión y a la metafísica, pues después del catolicismo ya no hay sistema religioso posible ni puede concebirse un sistema metafísico más perfecto que el de Hegel.

Si la ciencia no ha llegado todavía a su perfección, se debe al empleo simultáneo que hasta hoy se ha hecho de la filosofía teológica, de la metafísica y de la positiva; aún hoy día se nota la influencia de estos tres sistemas en las ciencias, y estas llegarán a su mayor perfección el día en que se elimine de ellas todo sobrenaturalismo, toda idea y noción metafísicas, toda especulación a priori y ontológica.

Lo que más aborrece el positivismo, son las ideas abstractas y absolutas de la metafísica; atribuye la doble tiranía intelectual que sufrió la humanidad en las generaciones pasadas al uso de las ideas absolutas, niega rotundamente que los raciocinios sacados de los principios o axiomas fundados en el principio de identidad, puedan servir en modo alguno para pasar de lo conocido a lo desconocido, y afirma que la gran conquista del espíritu moderno, es la sustitución de las ciencias a la metafísica, de las ideas relativas alas ideas absolutas y ontológicas.

En consecuencia de esto, afirma que el investigar las causas eficientes y finales de las cosas, no sólo es imposible a la mente humana, sino que estorba mucho para explicar los fenómenos de la naturaleza, debiéndose al poco desarrollo de las ciencias, al empeño [449] de muchos naturalistas de querer explicar los fenómenos por dichas causas. Semejante empeño, según el positivismo, es vano, porque la razón humana no puede saber los fines a que están destinadas las cosas, y es además perjudicial a las ciencias, porque roba el tiempo que podía emplearse en el estudio de las causas físicas, únicas que estaban al alcance del hombre. Imposible es, pues, vano y perjudicial a la ciencia el investigar la causa eficiente del mundo, como también el destino del mismo, cuestión que, siendo de solución imposible, ha dado lugar al recurso vano e hipotético de admitir un principio hipercósmico.

Expuesto a grandes rasgos el sistema positivo, formamos el juicio crítico del mismo. Una sencilla reflexión basta para destruirlo. En efecto, si se fija la atención, se observará que todo el error del positivismo consiste en negar el valor de la razón pura, o sea el valor de la razón, en cuanto se ciñe al orden puramente inmaterial e inteligible, y en rechazar las nociones abstractas y absolutas de la metafísica; pero semejante modo de proceder es altamente irracional e ilógico. Los positivistas admiten el valor de la razón cuando discurre sobre el orden empírico, sobre los hechos, sobre sus leyes y relaciones invariables de sucesión y semejanza. Mas, ¿por qué motivo rechazan el valor de la razón cuando sale de esta estera sensible? ¿Por ventura no es la misma razón? ¿No son sus conclusiones tan legítimas y rigurosas cuando se ocupa sobre objetos espirituales que cuando se ejerce sobre objetos materiales? Los conceptos de necesario y contingente, de simple y compuesto, de absoluto y relativo, dice el positivismo, pertenecen al campo de la metafísica, al orden de lo desconocido e inaccesible a la razón humana, a la esfera de las abstracciones; no pueden introducirse en su consecuencia en la ciencia, ya que es completamente estéril el campo de la abstracción y de las nociones ideales. Mas a esto diremos nosotros: o las demostraciones metafísicas son rigurosas y exactas, o no; si lo segundo, deben ciertamente rechazarse; mas si sucede lo primero, ¿por qué hay que negar su valor? Y ciertamente que demostraciones metafísicas de esta clase hay, como son todas aquellas que se deducen rigurosamente de los primeros principios y de los axiomas evidentes.

¿Y en este caso, hay derecho a rechazar una argumentación semejante, sólo por el hecho de pertenecer a la metafísica? Si ella es buena y lógica, si se deriva de un axioma tan evidente como éste: el todo es mayor que la parte, ¿puede desestimarse sin más motivo? ¿Que pertenezca a la metafísica o a la física qué importa? Basta que sea de evidencia racional para que nuestra razón se vea obligada a aceptarla. Cuando yo de la consideración de este mundo relativo y contingente infiero la existencia de un absoluto necesario, ¿mi argumentación no se funda en un axioma evidente, cual es, que lo contingente necesita para existir de lo necesario y absoluto? En las mismas ciencias físicas se usa este argumento y se reputa como evidente y exacto. Con sólo este argumento descubrió Mr. Leverrier su famoso planeta; él observó la relación de ciertos cuerpos y parajes celestes, respecto de un cuerpo desconocido; calculó el lugar a que se referían aquellos puntos relativos, e infirió la existencia de lo absoluto (del planeta); las observaciones posteriores confirmaron la existencia del planeta en el lugar que él había predicho. De igual modo nosotros, observando este mundo, vemos que todo es relativo, que no hay en él nada absoluto, y de aquí inferimos la existencia del absoluto supramundano. Verdaderamente que la certidumbre acerca de Dios, del alma y demás cosas espirituales, no es de la misma clase que las certidumbres físicas y experimentales; pero para el hombre que raciocina, tan evidentes son aquellas como éstas. Y aún puede decirse que aquellas son de mayor evidencia, pues estas han de pasar por el prisma de los sentidos y de los medios exteriores, lo cual está ocasionado a multitud de ilusiones.

Rechazado por el positivismo el valor de la razón teórica, resulta que el único testimonio y criterio de verdad que acepta es el testimonio de los sentidos y de la experiencia sensible; mas, ¿por qué rechaza el criterio de la razón y de la inteligencia? Nosotros preguntaremos al positivismo: ¿por qué admite como verdadero el testimonio de los sentidos?, y precisamente nos responderá que porque la misma naturaleza nos obliga irresistiblemente a dar crédito a sus percepciones sensitivas, porque un impulso ineludible nos fuerza a aceptar su testimonio, porque conocemos con toda claridad lo que nos atestiguan. Mas, ¿por ventura no existen estas mismas condiciones en la razón y en la inteligencia humana? ¿No sentimos un impulso irresistible a aceptar los axiomas de esta y sus raciocinios lógicos? ¿No nos presenta la razón sus principios y axiomas con mayor evidencia y claridad que los sentidos la existencia del mundo externo? Si pues son criterio de verdad los sentidos y la experiencia, también lo será la razón y la inteligencia.

Es preciso creer en el testimonio de todas nuestras facultades naturales, porque el único fundamento que tenemos para creer es la necesidad de la naturaleza, el impulso irresistible que nos mueve a creer, y así rechazada esta necesidad y este impulso en una [450] facultad natural, queda rechazada en todas, y entonces nos habremos de arrojar en brazos de un escepticismo universal.

Necesariamente: o hemos de profesar un escepticismo absoluto respecto de todos los criterios de verdad y medios de conocer, o si admitimos el criterio de los sentidos, hemos de admitir también el criterio de la razón, de la conciencia, sentido común, &c.; es decir, todos los criterios humanos que son de igual valor y certeza.

Además de esto, rechazar las nociones absolutas de la metafísica conduce directamente al escepticismo, porque si nada hay absoluto en este mundo, si todo es relativo, no habrá más que verosimilitud y conjeturas, tanto en la ciencia del Universo como en la del hombre; si no hay verdades absolutas, la verdad será una cosa relativa a nuestra organización, a nuestro temperamento, a la especial constitución de nuestro espíritu, y entonces nuestra naturaleza será la medida de la verdad de las cosas. A consecuencias tan negativas arrastra el principio positivo que pretende establecer una ciencia real y sólida. La historia de la Filosofía demuestra que todos los escepticismos han nacido siempre de los sistemas sensistas, que han proclamado la verdad relativa negando las verdades absolutas, y los mismos positivistas han confirmado esta verdad con sus afirmaciones abiertamente escépticas. Considérese a este propósito lo que decía Mr. Paul Janet, miembro del Instituto, exponiendo el sistema de Mr. Renan: «Según el modo de ver de Mr. Renan, no hay ninguna verdad absoluta, o si la hay es inaccesible al hombre; lo que hay son estados sucesivos de opinión, y estos diversos estados de la opinión son a su vez los efectos del estado de la humanidad, que continuamente se muda. La humanidad nunca permanece la misma dos instantes seguidos, es esencialmente móvil; y determinando esta infinita movilidad de estados, la movilidad correspondiente de sensaciones, de sentimientos, de impulsos de todo género de origen a las creencias, a las doctrinas, a los sistemas, los cuales cambian también indefinidamente, como la sustancia de la cual son accidentes... Las opiniones y los sistemas no se miden y ajustan a la naturaleza de las cosas: no hay tal naturaleza de las cosas, o si la hay nos es inaccesible: se miden y se determinan por el estado subjetivo de los individuos, de los siglos y de los pueblos. De aquí la consecuencia de que toda verdad es relativa, es decir, que no expresa sino el estado del espíritu del que la anuncia, y la otra consecuencia, de que lo que interesa, no es la verdad en sí misma, sino su investigación, es decir, el ejercicio de las fuerzas del alma.»

Otra de las negaciones concretas que se derivan del método positivo es el ateísmo; éste, que aparece cubierto en muchas formas del positivismo, se presenta franco y descubierto en otras, siendo una de estas el positivismo crítico, representado por Renan, Heine, Vacherot y otros.

La tesis capital de estos positivistas es la negación de la realidad objetiva de Dios, como ser personal, trascendente, infinito y absoluto. Para todos estos filósofos Dios es un ente de razón, una categoría ideal, un ente puramente mental, una concepción lógica de nuestro espíritu que reúne en un sujeto las perfecciones de todas las cosas, formando ese ser ideal, perfectísimo, destituido de toda realidad, llamado Dios, y que no es más que un pensamiento nuestro. «Perfección y realidad, decía Vacherot, envuelven contradicción. La perfección no existe, no puede existir más que en el pensamiento. Pertenece a la esencia de la perfección, ser puramente ideal... Obstinarse en reunir en un mismo sujeto la perfección y la realidad, equivale a condenarse a contradicciones las más palpables.»

Hoy, añade el positivismo, después que la filosofía alemana ha mostrado las antinomias de un infinito real, o sea las contradicciones que ofrece la reunión de todas las perfecciones inclusa la infinidad en un sujeto objetivo, ya no puede admitirse la hipótesis antigua de un Dios real, vivo, infinito en sabiduría, bondad, inteligencia, &c.

Para este positivismo la cuestión teológica, o sea la idea de Dios, queda resuelta con su explicación naturalista del mundo. Para él, ya se acepte la teoría monadista que admite multitud de entes, mónadas o sustancias diferentes, ya se siga la teoría monista que admite un solo ser o sustancia con diversas fases (todo lo cual como cuestión metafísica no pertenece al positivismo), siempre resulta cierto que la manifestación de la realidad del mundo excluye la hipótesis de un absoluto trascendente e infinito.

En la tesis monadista las mónadas o entes finitos son para el positivismo absolutos e increados, lo cual evita la necesidad de admitir un ente infinito y perfecto, o sea un Dios trascendente causa de las mismas. El positivismo no sabe si este Dios existe o no, porque la cuestión de lo infinito trasciende los límites del conocimiento humano. Pero la idea del Dios infinito ideal existente en la conciencia humana, se debe a la misma imperfección del hombre que, conociéndose limitado y finito, siente la necesidad de un auxilio superior, y se forma la idea de un ser omnipotente e ilimitado, deseando que tal ser exista, y llegando, finalmente, a la creencia de que exista realmente.

En la tesis monista, el único Dios real y verdadero para el positivismo es el Universo, [451] el cual siendo el ser en sí mismo al través de las diferentes fases o manifestaciones, siendo además lo absoluto, lo eterno, el ser independiente en el existir y en el obrar, excluye la necesidad de admitir un principio supramundano y sobrenaturalista.

Según esta teoría, en la conciencia religiosa del hombre nace cierta idea de dependencia respecto del ser único y absoluto que vive en él, y del cual el hombre, en su grado más imperfecto de conocimiento, hace una hipótesis exterior, personal y supramundana, naciendo de aquí la idea del Dios trascendente en la conciencia del hombre. Esta no llega a deponer semejante creencia, hasta que la ciencia positiva, haciéndola entrar en reflexión, le muestra que ese Dios absoluto no es más que el mismo Universo, o sea el conjunto cósmico, y que fuera de esta realidad universal no hay para nosotros nada cognoscible y perceptible.

Esta idea, aunque panteísta, ha sido muy acariciada por los filósofos crítico-positivistas. Véase sino lo que a este propósito decía el mismo Vacherot antes citado:

«Nuestra teología no tiene necesidad, como la teología vulgar, de un Dios sustancia, o causa del mundo. Para nosotros el mundo, siendo el ser en sí mismo, en la serie de sus manifestaciones a través del espacio y del tiempo, posee la infinidad, la necesidad, la independencia, la universalidad y todos los atributos que los teólogos reservan exclusivamente para Dios. Es claro, por consiguiente, que ese mundo se basta a sí mismo en cuanto a su existencia, a su movimiento, a su organización y a su conservación, y no tiene necesidad alguna de un principio hipercósmico.»

Una vez negada la existencia del Dios personal, trascendente y superior al Universo, queda también negada por su corolario lógico la creación ex nihilo, la Providencia, el orden moral, la inmortalidad personal del alma, y todo lo que se refiere a otra vida distinta de la presente, y esto precisamente han negado los filósofos crítico-positivistas. Estos han llegado a ser tan explícitos en esta parte, que no se han avergonzado de decir que Dios, la Providencia, la inmortalidad del alma, eran preocupaciones antiguas, ideas rancias, palabras anticuadas y algo bárbaras, que debían desterrarse hoy de nuestro lenguaje culto y civilizado, sustituyéndolas por otras más positivas y prácticas, acomodadas a nuestras necesidades físicas y corporales.

Si de las negaciones teológicas pasamos a las psicológicas, encontraremos que la diferencia esencial entre el hombre y el bruto queda borrada en la tesis positivista; esta echa en cara a la metafísica querer conservar la unidad del yo; y califica de error teológico sostener la rigurosa unidad del alma. Para el positivismo no hay otro yo que el conjunto de la organización; yo que existe también en los demás animales según el mayor o menor grado que ocupan en la escala zoológica, y según el sistema nervioso que en ellos predomina. El yo, pues, en el sentido en que lo admiten los teólogos y metafísicos, es decir, como una entidad simple e indivisible, carece de objeto científico, y es ficticio, pues la ciencia no descubre más que una unidad nominal, unidad de conjunto o compuesto. Como es fácil de comprender, en el fondo del positivismo se halla contenida la tesis materialista, no siendo esta más que una consecuencia lógica de aquel, pues no habiendo para el positivismo más criterio de verdad que la experiencia sensible, no habrá otros seres más que los que nos atestigüen los sentidos o sean los seres materiales, la materia en sus múltiples manifestaciones, lo cual constituye la base de la tesis materialista. Mas por si acaso no se comprendía la relación existente entre el positivismo y el materialismo, se encargaron de evidenciarle algunos positivistas como Robin, Littré, Buchner, &c., con sus afirmaciones abiertamente materialistas. Littré, en efecto, materializando el espíritu humano y afirmando que este era una propiedad o fuerza de la sustancia organizada, y diciendo que para la ciencia positiva no hay más que materia o propiedades de la materia, venía a poner de manifiesto las consecuencias que se ocultan en la tesis positivista. Aun evidenció más la relación existente entre el positivismo y el materialismo Buchner con su teoría de la fuerza y materia; este filósofo que elimina del campo de la ciencia a Dios, y el alma humana en virtud de su principio positivista, arrastrado por este mismo principio, es inducido a considerar al alma humana como una función de la materia, como resultante de las fuerzas inherentes a la organización corpórea. Para este filósofo no hay en este mundo más entidades reales que la materia y la fuerza, las cuales dan lugar a todos los fenómenos y seres que hay en el Universo. Las mismas fuerzas físico-químicas son las que al funcionar en el organismo humano más perfecto que los otros, dan lugar a los fenómenos de memoria, abstracción, juicio, raciocinio &c., es decir, a todos los fenómenos de la inteligencia humana.

El alma o inteligencia humana no es en su consecuencia más que la resultante de los fenómenos orgánicos que se verifican en el hombre, sensación, memoria, abstracción, juicio, raciocinio, desapareciendo dicha resultante al destruirse la organización, y transformándose en fuerzas físico-químicas como atracción, cohesión, afinidad, con todas sus manifestaciones de luz, calor, magnetismo, electricidad, pesantez, &c. [452]

El positivismo ha tomado grande incremento en nuestros días, merced al principio naturalista de donde procede y que ha invadido el campo de las ciencias, de las artes, de la literatura política y de todas las manifestaciones de la vida humana.

Creemos que el verdadero remedio para este mal tan inminente es la sujeción de las inteligencias al supernaturalismo cristiano, que es el único que resuelve acertadamente las cuestiones suprasensibles e hipercósmicas.

C. Tormo Casanova, Pbro.