Filosofía en español 
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Materialismo

Bajo dos puntos de vista puede considerarse el materialismo: teórica y prácticamente. Como doctrina o sistema filosófico especulativo, data de los filósofos griegos naturalistas, Tales de Mileto, Anaximeno, Anaximandro, Heráclito, Demócrito, Leucipo, &c., y de los filósofos sensualistas Epicuro, Metrodoro, Diógenes, Timócrates, &c.; pero como escuela práctica de costumbres, el materialismo es casi tan antiguo como el hombre. Sabido es que por haberse materializado, encenegándose en los lupanares todos de la sensualidad, los descendientes de Adán, fueron terriblemente castigados con el universal diluvio, y conocida es también la máxima de los materialistas prácticos de todos los tiempos, que puede condensarse en aquel aforismo: «Comamos, bebamos y coronémonos de rosas, que mañana moriremos.»

Pero el materialismo, tanto especulativo como práctico, ha tomado en nuestros días tal incremento y se extiende sobre las ciencias, las letras, las artes y la sociedad entera en proporciones tales, que verdaderamente ponen espanto en el pecho más animoso y cubren de nubarrones el sonrosado horizonte de los profetas más optimistas. ¿A qué se debe la invasión de estos nuevos bárbaros, cien veces más destructores que los que acabaron con el imperio de Occidente?

Múltiples y complejas son las causas a que debe el materialismo su actual desarrollo y preponderancia; de carácter general unas, como encarnadas en la naturaleza misma del hombre, y circunstanciales otras, como hijas de la presente centuria. Podemos reducir a dos las primeras y a seis las segundas. La concupiscencia de la carne, que después del pecado original instintivamente nos mueve en pos de la materia sensible y grosera, es una de las causas permanentes del materialismo práctico; y la insuficiencia de nuestra razón para comprender y admirar por sí [135] misma y sin ayuda de fantasmas imaginativos y sensibles los espíritus, es causa también permanente del materialismo especulativo. Imaginationem transcendere non valentes antiqui philosophi, ponebant animam esse alionad corpus, sola corpora res esse dicentes, et quod non est corpus, nihil esse, escribió el Doctor Angélico, y este motivo que impulsaba a los antiguos a negar la existencia de todo lo que no sea material y corpóreo, mueve todavía las plumas de muchos científicos modernos. Viniendo ahora a las causas históricas, podemos atenernos para enumerarlas al parecer del eximio Cardenal González, claramente expuesto en su Historia de la Filosofía, al tratar del materialismo contemporáneo. Los progresos de las doctrinas y prácticas materialistas se deben primeramente al principio de secularización religiosa, adoptado y practicado en la moderna edad por reyes y gobiernos. La religión estorba en todas partes: con la Providencia y el orden sobrenatural no se cuenta en caso alguno. Todo se constituye y organiza sobre la base del naturalismo más exagerado, y las sociedades, lo mismo que los individuos, se habitúan a materializarlo todo, pesándolo perfectamente sin levantar nunca los ojos al cielo. La estrecha alianza establecida entre el materialismo y los partidos políticos avanzados, es la segunda de las causas a que se debe la preponderancia de aquel. Si bien se mira, no existe una relación lógica y necesaria entre la doctrina materialista y la política radical, pero arrancando la segunda del filosofismo francés del siglo pasado y del anticlericalismo que inspiró los mal llamados derechos del hombre, nada de extraño tiene que los políticos radicales se consideren obligados a profesar también ideas filosóficas avanzadas. En tercer lugar, las exageraciones del panteísmo idealista germánico y el abuso de esas famosas construcciones filosóficas a priori, que debemos a Fichte, Schelling y Hegel, como era consiguiente, provocaron la natural reacción, preparando el terreno para que fuesen admirablemente recibidos el positivismo, darwinismo y monismo que hoy imperan.

La facilidad relativa de goces sensuales que debe el mundo a la cultura moderna, la afeminación de los caracteres y la sensualidad que a tan gran número de gentes seduce y enerva en nuestros días, puede considerarse también, en cuarto lugar, como causa del hecho, cuya explicación perseguimos. Los progresos y descubrimientos continuos de las Ciencias físico-químicas y las aplicaciones constantes, que de dichas verdades científicas novísimas se hacen diariamente al aumento de los goces y comodidades de la vida, predisponen, en quinto lugar, los ánimos a favor del materialismo. Por otra parte, la esterilidad relativa del espiritualismo ecléctico y teísta, con que muchos modernos pretenden contrarrestar la influencia materialista, explica, en sexto y último lugar, el predominio de esta doctrina.

Dado el hecho que es innegable, y prescindiendo de las causas que lo han producido y sostienen, bueno es advertir que entre los positivistas y monistas modernos, tales como Comte, Taine, Spencer, Bain, Moleschott, Vogt, Buchner, Tyndal, Haeckel y sus naturales predecesores Lametrie, Cabanis, Broussais, &c., no hay más diferencia que la del aparato científico con que los primeros revisten sus lucubraciones pseudo-metafísicas y la abundancia de datos experimentales, que amontonan para esconder debajo la manidad de su sistema filosófico.

Unos y otros, lo mismo que todos los filósofos materialistas antiguos y modernos, convienen en la negación fundamental del sistema, a saber: no existen sustancias espirituales y simples, de donde la lógica negación de la existencia de un Dios eterno espiritual y personal y del alma espiritual e inmortal. Cabanis reasume así todo su sistema filosófico: «El cerebro es el órgano particularmente destinado a producir el pensamiento, como el estómago y los intestinos a hacer la digestión. Los alimentos caen en el estómago con sus cualidades propias, y salen de allí con cualidades nuevas. El estómago digiere. De la misma manera, por el intermedio de los nervios, llegan las impresiones al cerebro; esta víscera entra en acción, obra sobre las impresiones, y las devuelve enseguida convertidas en ideas. De donde podemos inferir con la misma certidumbre que el cerebro digiere en cierto sentido las impresiones y hace orgánicamente la secreción del pensamiento» {(1) Rappost du physique et du moral, tom. I}. De la misma opinión es Broussais, cuando dice: «Después de haberme enseñado la cirugía que el pus acumulado en la superficie del cerebro destruye nuestras facultades, y que la evacuación de este pus permite que reaparezcan, ya no me es posible concebirlas más que como actos del cerebro vivo» {(2) De l’irritation de la folie}.

Entre estas opiniones y las de los positivistas y monistas modernos, que con todos los indudables adelantos fisiológicos modernos no han sabido hacer otra cosa más que localizar algunas facultades psíquicas, no existe diferencia esencial. «El pensamiento, dice Littré, es inherente a la sustancia cerebral, mientras esta se nutre, como la contractilidad a los músculos y la elasticidad a los [136] cartílagos y ligamentos amarillos» {(1) Dict, des sciences mèdic., art. 7, dec.}. «Las ideas, sensaciones y resoluciones, añade Taine, son ramas o porciones cortadas y distintas de ese todo continuo, que llamamos nosotros mismos» {(2) Les phil. du XIX siécle, pág. 245.}. Renan afirma, por último: «Todas las facultades que el deísmo vulgar atribuye a Dios, no han existido nunca sin un cerebro. Jamás hubo previsión, conocimiento de objetos exteriores, ni conciencia sin un sistema nervioso» {(3) Lettre a l’Opinión nationale. 4 Septembre 1862.}. Prescindiendo, pues, de su prosopopeya científica y orgullo injustificado, el materialismo moderno no descansa sobre bases más sólidas que el antiguo.

Podemos, pues, reducir los dogmas capitales de la doctrina materialista a los siguientes: lº Únicamente existen sustancias materiales, y por lo tanto, Dios y el alma son quimeras vanas de inteligencias atrasadas o enfermizas, sin realidad alguna objetiva. 2º La materia es infinita en su magnitud y eterna en su duración. 3º Todo se explica perfectamente por medio de la evolución de la materia y de la fuerza, que son consustanciales e increadas.

1º Fácilmente se demuestra, contra el dogma primero del materialismo, la existencia de sustancias espirituales. Desde luego, los materialistas no tienen concepto exacto de la sustancia: Ens per se subsistens, vel stans, ente que por sí subsiste o está. Verdaderamente puede un ser subsistir o estar por sí de dos maneras: absoluta y relativamente. El ser que absolutamente existe por sí, porque lleva en sí mismo la razón de su propia existencia, porque de ningún otro depende, ni a nadie debe su aseidad, pues en esto precisamente consiste dicha prerrogativa, es único, necesario, absoluto, infinito, perfectísimo, Dios, en una palabra; pero, además de este Ser de los seres, el único que ha podido decir de sí mismo, Ego sum quid sum, existen otros seres que subsisten relativamente, puesto que han sido creados por Dios y no son absolutamente independientes, sino que después de haber salido de manos de su Hacedor llevan en sí mismos condiciones de propia subsistencia, puesto que no necesitan adherirse a otro ser como a su propio sujeto para existir, y tales sustancias son las criaturas. Cuando los materialistas, pues, consideran a la materia como infinita, eterna, necesaria, &c., &c., confunden lo absoluto con lo relativo, lo necesario con lo contingente, lo eterno con lo temporal y lo infinito con lo finito, demostrando a la vez que no tienen concepto claro de la sustancia. Bien comprendida la idea de sustancia, nada más sencillo que demostrar la existencia de sustancias espirituales, fundándose en las consideraciones siguientes:

a) Todo ser contingente supone un ser necesario: Es así que los seres materiales todos que conocemos son contingentes, porque ninguno lleva en sí mismo la razón de su propia existencia, porque aparecen, cambian y desaparecen. Luego existe un ser necesario, que no puede ser material.

b) En la serie de causas y efectos que descubrimos en la naturaleza, encadénanse perfectamente unos hechos con otros, de manera que el cuarto, por ejemplo, se explica por el tercero, el tercero por el segundo, el segundo por el primero y así sucesivamente; pero una de dos, o renunciamos a toda explicación concluyente y satisfactoria, encerrándonos en la serie indefinida, que nada aclara, o tenemos que admitir una primera causa, que por ser inmaterial y absoluta, no dependa de ninguna otra, antes bien, sea el primer anillo de la cadena, que todo lo sostenga y explique.

c) Si no admitimos sustancias inmateriales, el hombre, y hasta el animal, son verdaderos misterios incomprensibles e inexplicables. Efectivamente, la conciencia nos dice que existen en nuestra mente actos simples, cuya unidad, identidad y simultaneidad, aun tratándose de los más opuestos y hasta contradictorios, excluyen toda clase de composición: tal sucede continuamente con nuestras ideas y voliciones. Tenemos percepción completa y clara de todas ellas, y todo el mundo se reiría del que aplicase a estos actos inorgánicos las propiedades de los actos físicos y orgánicos, diciendo, por ejemplo, media idea, un cuarto de pensamiento, conceptos voluminosos, recuerdos amarillos, resoluciones redondas, &c., &c., porque les repugna toda composición física, toda extensión, toda divisibilidad, la materialidad, en una palabra. Es así que el acto no puede ser de superior naturaleza, más excelente que el principio o sujeto que lo produce; luego los actos intelectuales y volitivos, que son inmateriales y simples, suponen la existencia en nosotros de un sujeto inmaterial y simple también, que es el alma, y sin el cual la inteligencia y voluntad humanas son incomprensibles e inexplicables.

d) Las mismas potencias orgánico-sensitivas prueban la existencia de sustancias simples y espirituales. En prueba de ello, léase lo que a este propósito dice el Cardenal de la Lucerna {(1) Dissert. sur la spirit. de l’âme, pág. 83}: «No solamente conocemos nuestras sensaciones, no solamente reflexionamos acerca de los datos que nos [137] presentan sino que comparamos las unas con las otras. Yo experimento a la vez diversas sensaciones: algunas veces me las produce un mismo objeto. Veo, gusto y toco a la vez un manjar; oigo y toco un instrumento. Otras veces son diferentes objetos los que impresionan a mis diversos sentidos. Oigo la música a la vez que las voces de los que cantan, mientras siento el calor del fuego, percibo un olor y como una fruta. Discierno perfectamente estas sensaciones diversas, las comparo, juzgo cuál me afecta más vivamente, y cuál de manera más agradable; prefiero aquella a esta y la escojo. Ahora bien; este yo, que compara las distintas sensaciones, es indudablemente un sujeto simple; porque si fuese compuesto recibiría en diferentes puntos las variadas sensaciones que le trasmite cada sentido. Los nervios visuales llevarían a una parte las impresiones de la vista, los auditivos a otra parte las impresiones del oído, y así los demás. Pero si fuesen las diversas partes del órgano físico, del cerebro, por ejemplo, las que reciben cada una por su lado la sensación, ¿cómo aproximarlos? ¿quién hace la comparación? La comparación exige un comparador, el juicio un sujeto único que juzgue. Luego tales actos no pueden realizarse sin que las sensaciones se concentren en un ser simple.» Este principio activo, único, idéntico, simple, inmaterial e inteligente, es el alma, y a tales sustancias damos el nombre de espíritus; luego el materialismo que niega su existencia, es doctrina errónea y absurda.

2º Con relación al segundo de los dogmas materialistas, la filosofía demuestra la necesidad racional de admitir el principio de la creación ex nihilo, y la verdadera ciencia positiva, aceptando la teoría de la nebulosa primitiva, llega al límite de sus investigaciones posibles en el conocimiento de las causas segundas, vislumbra la primera causa, esto es, la inteligencia suprema y voluntad creadora, y se detiene. La filosofía y la ciencia aceptan pues de consuno la creación, no solamente como principio racional, sino también como postulado científico. En cambio, el panteísmo extendiéndole, y el materialismo suprimiéndole, prescinden, de Dios de una plumada, niegan la creación, y como fundamento único de sus teorías cosmogónicas, admiten el postulado de la eternidad de la materia y de la energía molecular, deifican el átomo y suponen un torbellino infinito de mundos, que se suceden eternamente en una serie sin principio ni fin de ciclos cósmicos. Semejante hipótesis arbitraria, que se apoya en el postulado de la materia eterna, viene al suelo como castillo de naipes ante las consideraciones siguientes:

a) Todos los físicos modernos admiten que la inercia es propiedad esencial de la materia, y la más clara expresión de esta propiedad podemos formularla así: un cuerpo en reposo no puede por sí mismo ponerse en movimiento, y un cuerpo en movimiento no puede por sí mismo acelerar, ni retardar dicho movimiento, ni cambiar su dirección, ni suspenderla, ni ponerse a sí mismo en reposo. Además, la física tiende cada vez más a convertirse en matemática, y como un acto espontáneo de la materia inerte invalidaría todo cálculo científico, la inercia es una ley matemáticamente demostrada.-Ahora bien; suponed como queráis a esa vuestra materia eterna. ¿La suponéis en reposo? Eternamente permanecerá en reposo, inmóvil, muerta, pues por sí misma no puede ponerse en movimiento, y claramente demuestra la experiencia que dicho reposo eterno no existe. ¿La suponéis en movimiento? Pues entonces se mueve hacia un fin o término, y como por confesión vuestra, este movimiento es también eterno, un término hacia el cual se tiende, un fin que se busca desde toda la eternidad, ya han debido encontrarse y alcanzarse, y por consiguiente los movimientos de la materia actual son inconcebibles.

b) De las dos hipótesis anteriores, únicamente es admisible la del movimiento eterno, pues no concebimos la materia, ni está en eterno reposo. Ahora bien; admitir un movimiento eterno, infinito, sin motor, sin haber recibido impulsión exterior alguna, es rechazar el principio de casualidad, y sin este principio el pensamiento no puede dar un paso, y hay que resignarse a no comprender cosa alguna.

c) El gran matemático Cauchy sostiene la imposibilidad matemática de un número actualmente infinito, es decir, a la vez determinado e infinito. Y en efecto, todo número determinado se mide por la unidad; lo que se mide no es infinito; luego es imposible un número actualmente infinito. Ahora bien; la materia eterna, sin principio ni fin, ¿no sería por su actualidad determinada y por su eternidad infinita? Si pues es imposible un número determinado e infinito a la vez, es decir actualmente infinito, la eternidad de la materia es un absurdo.

d) Los físicos más eminentes, después de largos y penosos estudios sobre la molécula y el átomo material, convienen en que en medio de todas las catástrofes y sucesiones de los sistemas solares y planetarios, las moléculas, que son la base de todas las cosas y en cierto modo el fundamento del universo, conservan sus atributos indestructibles y naturaleza de productos fabricados; lo cual excluye la idea de una existencia eterna y de una entidad que existe por sí misma. El mismo argumento presentan los [138] metafísicos, diciendo: la materia es contingente, mudable, imperfecta; todos estos caracteres repugnan al ser absolutamente eternos, que por naturaleza tiene que ser necesario, inmutable, perfectísimo, &c.; luego la materia no es eterna.

e) Por último, demuestra concluyentemente la termodinámica, que aunque la materia y la energía son constantes en el universo, la energía actual se va convirtiendo poco a poco en energía térmica o vibratoria. Por consiguiente, cuando toda la energía actual se haya convertido en vibratoria, será tan grande la distensión de los átomos, que el mundo tornaría al estado caótico y habrá, por consiguiente, muerto. El processus evolutivo no podría empezar otra vez, puesto que careciendo ya entonces la materia de energía potencial, se necesitaría cierta impulsión nueva del Omnipotente para ponerla en movimiento. Luego la eterna evolución de la materia eterna es un absurdo.

3º Pero supongamos por un momento que no existen sustancias espirituales, contra lo que demostrado conducentemente queda en los artículos de este Diccionario, que tratan de la existencia y atributos de Dios, y de la existencia y espiritualidad del alma: supongamos que todo cuanto existe es material, y admitamos también que es eterna la materia de que se componen todas las cosas, como aun después de todo lo supuesto, para explicar los misterios del cosmos y del microcosmos, refúgianse los materialistas en la incesante evolución y transformaciones sucesivas de la materia y de la fuerza habilidosamente combinadas, entiendo que la manera más eficaz de combatir al materialismo contemporáneo, consiste en sacar de la misma evolución argumentos poderosos en pro de las causas finales y de la existencia de lo inmaterial, por lo tanto.

El gran fisiólogo moderno Claudio Bernard, se ve precisado a estampar continuamente en sus obras, nada sospechosas de parcialidad respecto al asunto, los conceptos de idea creadora, potencia directriz, fin, plan ideal, dirección preconcebida, &c., y en su Fisiología general dice textualmente: «Cuando se trata de una evolución orgánica futura, nosotros no comprendemos que una propiedad de la materia tenga este alcance... el huevo, la célula embrionaria es una cosa que ha de llegar a ser. ¿Y cómo concebir que la materia tenga por propiedad el contener propiedades y juegos de mecanismo que no existen aún?... Yo no concebiría que la célula formada espontáneamente y sin padres tuviese evolución, pues carecería de la dirección original, de esa especie de fórmula orgánica que reúne las condiciones evolutivas del ser determinado.

De igual manera, Hartmann, el célebre filósofo de lo inconsciente, admite la teoría de la descendencia como parte integrante de la concepción del universo, pero rechaza la explicación mecanicista, y ha compuesto un libro importante para demostrar que «el progreso en la organización no ha podido existir sin un plan determinado, sin una ley de evolución interna, sin impulsión formadora; no se puede comprender sin la acción permanente de una inteligencia que haya concebido el orden, de una voluntad que lo haya querido y de una potencia que lo haya realizado.»

Los campeones del materialismo Strauss, Vogt y Haeckel, para prescindir de esa inteligencia, voluntad y poder, que o son palabras vacías de sentido, o significan los principales atributos de Dios, autor de la naturaleza, se refugian en la selección natural y dicen: «Hoy, gracias al darwinismo, ha cesado el tormento de la inteligencia meditando sobre el mundo y obligada a admitir la finalidad, y han quedado satisfechas las aspiraciones hacia las causas primeras. Este cambio lo ha producido la selección natural, que permite concebir un fin inconscientemente determinado y alcanzado infaliblemente, y que reemplazará a Dios para una posteridad más feliz.

¡Donosa ocurrencia! Dios, convertido en una selección ciega, fatal, impotente para obrar más que por grados, y que ni sabe de dónde viene, qué es lo que hace, ni a dónde va, es una concepción metafísica digna de los filósofos naturalistas que hoy se estilan. Aunque se admita el transformismo darwinista, perfeccionado por Haeckel, y convengamos en que todos los vivientes fueron desde el principio plastículas, imperceptibles átomos de hidrocarburo de azoe, que combinándose al azar han dado origen idéntico a las diferentes moléculas vegetales y animales, y admitiéremos la existencia de la mónera, imperceptible hasta para el microscopio, y supusiésemos que se convierte primero en mata de yerba o gigantesco árbol, en infusorio y vertebrado después, y en un hombre, sabio o héroe, por último, siempre nos veríamos obligados a confesar que en esa plastícula inicial, en ese átomo primitivo que da origen a todos los vegetales, animales y hombres, queda al descubierto la omnipotencia creadora, y el ateo evolucionista tropieza sin pensarlo con el Dios que se proponía aniquilar.

Los verdaderos pensadores, los hombres de mente sana y corazón sano, no han sido nunca ni pueden ser ahora verdaderos materialistas. Los cielos cantan las glorias del Hacedor y no hay rincón, por oscuro que sea en la tierra, que el naturalista estudie, [139] que no demuestre de la manera más evidente la existencia de una inteligencia soberana y de un ordenador supremo. Como decía el transformista Lamarck, se ha identificado a la naturaleza con Dios, se ha confundido al reloj con el relojero, la obra con el operario, y semejante manera de discurrir es la infracción más terminante de las leyes lógicas. El materialismo tendrá siempre partidarios en el mundo, porque del lodazal de las pasiones, en el cual gustan revolcarse los cerdos todos de las piaras de Epicuro, se levantan negros vapores que nublan las inteligencias y ponen en consonancia las mentes con los corazones. El materialismo práctico es, pues, consecuencia necesaria de la concupiscencia de la carne; y el materialismo filosófico, refugio ineludible de todos aquellos que anhelan poner en consonancia sus ideas con sus costumbres. La más concluyente refutación teórica y práctica del materialismo la debemos por lo tanto a Cristo nuestro bien, y palpitando está en la ciencia y creencias cristianas.

M. Polo y Peyrolón.