Filosofía en español 
Filosofía en español


Ángel

Ángel (en griego, αγγελοι, en hebreo Malachim, o también Elohim), según la etimología, significa enviado, nuncio, mensajero, &c.; pero aquí se toma esta palabra para designar unos seres personales, espirituales, dotados de inteligencia y libertad, que ejercen el ministerio que Dios les confía. Varias son las definiciones que se han dado de los ángeles: unos los definen sustancias creadas inmateriales y completas, para distinguirlos del alma humana, que aunque es espiritual, es sustancia incompleta. Otros los definen: Spiritus finiti hominibus praestantiores, en cuya definición se halla el género próximo, cuando se dicen spiritus, la diferencia específica cuando se dicen finiti, por lo cual se distinguen de Dios, y también cuando se dicen superiores a los hombres, con lo cual se distinguen de nuestras almas. Los Tomistas, con mayor profundidad y sutileza, definían a los ángeles: inteligencias creadas, para expresar en abstracto la más exacta forma de su vida y de su simplicidad, porque ciertamente una inteligencia no es ni puede ser otra cosa que un espíritu viviente, activo y personal.

La existencia de los ángeles fue negada antiguamente por los Saduceos, que no admitían neque angelum neque spiritum. Posteriormente la negaron los Anabaptistas, los Socinianos, enemigos de todo lo sobrenatural, los racionalistas y exegetas alemanes, diciendo que los ángeles no son otra cosa que unos seres imaginarios, personificaciones de los atributos divinos; y por último, la niegan los modernos espiritistas, diciendo que los ángeles no son otra cosa que las almas separadas, o espíritus que han vivido en un cuerpo, sea en esta tierra, sea en otro globo habitado. Pero fuera de estos errores, todos los pueblos antiguos y modernos, aun los salvajes, han creído que existen los ángeles en el sentido expuesto de seres personales dotados de gran inteligencia y poder.

La Sagrada Escritura habla de ellos a cada paso, como Gen. XVI, 17, en donde refiere que un ángel se apareció a Agar y la consoló, Gen. XIX, 1, en donde vemos que los ángeles vinieron a Sodoma para destruirla, después de librar a Lot; Gen. XXII, 11, donde vemos que un ángel detiene el brazo de Abraham en el instante mismo en que iba a sacrificar a su hijo; Gen. XXVIII, 12, en donde se refiere el sueño de Jacob, que vio a los ángeles subir y bajar por una misteriosa escala: y así por el estilo en casi todos los libros sagrados, siendo los testimonios tan claros y numerosos, que ninguna persona sensata los puede negar. Por eso decía perfectamente San Gregorio Magno (Horn. XXXIV, in Evang.): Angelos et archangelos omnes fere sacri eloquii paginae testantur. En vano los racionalistas quieren negar su existencia, diciendo que la palabra ángel indica un oficio, más bien que una naturaleza, pues todas las cosas que se [483] refieren de los ángeles, demuestran que son seres personales distintos de los hombres, por más que desempeñen algún ministerio divino. A propósito de lo cual decía San Agustín (Enarrat. Psal. in CIII, n. 15): Spiritus autem Angeli sunt, et cum spiritus sunt, non sunt Angeli; cum vero mittuntur, fiunt Angeli; angelus enim officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen hujus naturae, spiritus est; quaeris officium, Angelus est: ex eo quod est, spiritus est; ex eo quod agit, Angelus est.

La razón, ilustrada por la fe, conoce que la existencia de los ángeles es muy conforme a la idea que tiene de la bondad divina y de la perfección del universo. Parece que la escala de la creación no debe terminar en el hombre, ni puede creerse que éste sea la más perfecta de las criaturas salidas de mano del Omnipotente. Así como hay muchas criaturas meramente corpóreas, y el hombre es un compuesto de cuerpo y espíritu, así también debe haber una serie de criaturas meramente incorpóreas y espirituales. El hombre, que conviene por su cuerpo con un género de entes puramente corpóreos, debe convenir, por su alma, con otro género de criaturas puramente espirituales. Además, es muy conforme al fin que Dios se propuso en la creación, o sea a su gloria externa, que existan criaturas que conozcan el universo mejor que lo conoce el hombre y puedan dar la debida gloria a su autor.

Santo Tomás ha dado una razón profunda demostrando a un mismo tiempo la existencia de los ángeles y su espiritualidad (P. I, q. L, art. 1º): Necesse est ponere aliquas creaturas incorporeas. Id enim quod praecipue in rebus creatis Deus intendit, est bonum, quod consistit in assimilatione ad Deum. Perfecta autem assimilatio effectus ad causam attenditur, quando effectus imitatur causam secundum illud per quod causa producit effectum, sicut calidum facit calidum. Deus autem creaturam producit per intellectum et voluntatem: unde ad perfectionem universi requiritur quod sint aliquae creaturae intellectuales. Intelligere autem non potest esse actus corporis, nec alicujus virtutis corporeae, quia omne corpus determinatur ad hic et nunc; unde necesse est ponere, ad hoc quod universum sit perfectum, quod sit aliqua incorporea creatura.

Esta última razón nos hace conocer la verdadera naturaleza de los ángeles, a saber, que son espíritus sin cuerpo alguno. Esto no es de fe, pero es una doctrina cierta y enseñada unánimemente por los teólogos católicos. Hubo ciertamente algunos antiguos Padres que opinaron que los ángeles estaban revestidos de un cuerpo aéreo y sutil; cuya opinión siguieron después muchos protestantes, diciendo que no puede concebirse un espíritu activo sin estar unido a un cuerpo. La Sagrada Escritura manifiesta que la naturaleza de los ángeles no tiene nada de material, puesto que a cada paso los llama espíritus, en sentido propio y estricto, como esta voz se aplica a Dios y a nuestras almas. La mayor parte de los Padres y Doctores de la Iglesia enseñan que los ángeles son del todo incorpóreos, virtudes incorpóreas, criaturas incorpóreas, inteligibles e inmateriales, sustancias inteligentes, simples, mentes, espíritus, y otras expresiones parecidas. El concilio Niceno en su profesión de fe dijo: Veneramur imagines sanctorum, et incorporeorum angelorum, &c. El concilio IV de Letrán definió contra los maniqueos: Unum esse universorum principium, creatorem omnium, visibilium et invisibilium, spiritualium et corporalium, qui sua omnipotente virtute simul ab initio temporis utramque condidit creaturam, spiritualem et corporalem. Angelicam videlicet et mundanam, ac deinde humanam, quasi communem ex corpore et spiritu constitutam. Advierte, sin embargo, Perrone que este decreto no es una definición de fe, puesto que el Concilio no quiso definir este punto, y sólo se propuso combatir los errores de los maniqueos.

Moisés no habla de la creación de los ángeles, porque solo se propuso manifestarnos el origen y formación del mundo visible; pero esto no es dificultad, porque en muchos lugares se habla de su creación como obras divinas (Dan. III, 57; Psalmo CXLVIII, 2; II Esd. IX, 6; Colos I, 16). Por esto los teólogos siguen diversas opiniones acerca del tiempo, lugar y modo de su creación. Unos piensan que los ángeles fueron creados antes que este mundo visible, y esta es en general la opinión de los Padres griegos: otros dicen que fueron creados después, y esta es la opinión en general de los Padres latinos; y otros dicen que fueron creados a un mismo tiempo que el mundo, cuya opinión tiene mayor número de partidarios. Según éstos, la creación de los ángeles está significada por la palabra cielo, o según otros por la palabra luz. Esta opinión se apoya en la poderosa razón de que Dios crió todas las cosas in principio, es decir, el cielo y la tierra, y todo cuanto en ellos se contiene. Debemos añadir que esta es la opinión común. Como dice Santo Tomás: Non est probabile, quod Deus, cujus perfecta sunt opera, creaturam augelicam seorsum ante alias omnes creaturas creaverit.

Con respecto al lugar, dicen algunos que fueron creados en el cielo, otros en los aires, otros en la tierra, aunque son invisibles, puesto que su ministerio es en favor [484] de los hombres. Santo Tomás se inclina a la primera opinión diciendo: Conveniens fuit, quod angeli in supremo corpore crearentur, tanquam toti naturae corporeae praesidentes, sive id dicatur caelum empyreum, sive qualitercumque nominetur.

Con respecto al modo, todos enseñan unánimes que los ángeles fueron creados de la nada, si bien algunos promueven cuestiones sutiles acerca de su sustancia. Hay que tener en cuenta que ciertos herejes y filósofos de los que admitían que Dios es el alma del mundo, enseñaron que los ángeles fueron hechos de la sustancia divina, cuyo error fue condenado por el concilio I de Braga, cán. V: Si quis animas humanas, vel angelos ex Dei credit substantia extitisse, sicut Manichaeus et Priscillianus docuerunt, anathema sit.

Lo cierto es que los ángeles fueron creados en estado de gracia y de justicia, como enseña la opinión comunísima de los Padres y teólogos, según el dicho de San Agustín: Cum bona voluntate, id est, cum amore casto, quo illi adhaerent Angelos creavit, simul in eis et condens naturam et largiens gratiam; unde sine bona voluntate, hoc est, Dei amore, nunquam Sanctos Angelos fuisse credendum est. Esto, sin embargo, no es de fe, como suponen los jansenistas, con el fin de impugnar la posibilidad del estado de naturaleza pura, sea en los ángeles, sea en los hombres. Ha habido, por el contrario muchos teólogos que opinaron que los ángeles fueron creados puris naturalibus. Pero esta opinión en nada favorece a los jansenistas, porque los teólogos solo la defienden como probable. Elevados a la gracia santificante y habiendo hecho buen uso de ella en aquel estado de felicidad y excelentes dotes en que fueron constituidos, merecieron la bienaventuranza eterna y fueron dotados de la visión beatífica, y enriquecidos con todos los dones excelentes de la gloria y de la santidad. Y por eso se llaman ángeles buenos, ángeles de luz, ángeles de los cielos, ángeles de Dios, &c.

No todos, sin embargo, fueron fieles a la gracia, puesto que algunos, haciendo mal uso de su libertad, se rebelaron contra Dios, pecaron, y fueron precipitados al abismo, y éstos se llaman demonios. (Véase esta palabra.) La razón es, como dice San Agustín, porque Dios, liberum arbitrium intellectuali naturae tribuit tale, ut, si vellet, desereret Deum, beatitudinem scilicet suam, continuo miseria secutura. No convienen, sin embargo, los teólogos en determinar qué clase de pecado fue el que cometieron los ángeles, aunque la opinión más común dice que fue pecado de soberbia. Pero de esto es más oportuno tratar en el artículo Demonios.

En cuanto al número de los ángeles que permanecieron fieles, solo podemos decir que son una multitud que excede acaso a la de todas las criaturas. En la Sagrada Escritura se insinúa que son una multitud innumerable. Jacob los llamó los ejércitos de Dios, en otra parte se llaman legiones, en otra parte sociedad de muchos miles, en otro lugar número de miles de miles. En el libro de Daniel, VII, 10, se lee: Millia millium ministrabant ei, et decies millies centena millia assistebant ei. Y en el Apocalipsis V, 12, se dice: Erat numerus corum, millia millium. Esta inmensa multitud de espíritus bienaventurados forma diferentes grados y rangos, que se llaman jerarquías y coros. Las jerarquías son tres, y los coros nueve: en la primera están los Serafines, Querubines y Tronos; en la segunda las Dominaciones, Virtudes y Potestades; en la tercera los Principados, Arcángeles y Angeles. Esta es la doctrina corriente, contra la opinión de Orígenes, según la cual todos los ángeles eran iguales en sustancia, virtudes, atribuciones, &c.; y por eso decía San Agustín: Yo creo positivamente que difieren entre sí; en lo que difieren, eso es lo que ignoro. Según esta división, parece que los ángeles, en el sentido estricto de la palabra, es decir, los espíritus del último coro de la tercera jerarquía son los más numerosos, y que en general el número de aquellos espíritus elevados se halla en proporción inversa de la sublimidad de su rango y del grado y extensión de su poder. Pero entre todos ellos, a pesar de las diferencias de jerarquía, forman el mundo de los espíritus, mundo único, y unido por la inteligencia y la voluntad, la ciencia y el amor, guardando entre sí la más dichosa armonía y la más inefable comunicación.

Dotados de un entendimiento clarísimo, conocen todas las cosas que puede conocer una pura criatura, prescindiendo de que este entendimiento excelentísimo, ilustrado por la visión beatífica, conoce todo lo que se refiere a ese estado bienaventurado. Así, pues, los ángeles se conocen a sí mismos y su naturaleza, conocen el universo y sus maravillas, las fuerzas naturales, y aun algunos futuros contingentes, aunque de un modo conjetural. Ciertamente no conocen los futuros libres, ni los pensamientos secretos y ocultos de nuestra alma, pues este conocimiento es propio exclusivamente de Dios, y aunque la ciencia de los ángeles es muy perfecta, no es de ninguna manera la omnisciencia divina. Los ángeles se comunican sus conocimientos los unos a los otros, y esto es lo que se llama locución angélica, y esto se verifica, según Scoto, porque el ángel imprime en el entendimiento de aquel a quien se dirige un concepto o [485] idea como la que él tiene: según Suárez, porque el ángel imprime en el otro la especie representativa del objeto que le manifiesta; y por último, según Santo Tomás y la opinión común, la conversación angélica se verifica sin más que querer el ángel dirigir su concepto a otro, es decir, queriendo que su concepto y la cosa entendida por él sea conocida del otro.

Además de la conversación, hay lo que se llama iluminación angélica, en virtud de la cual los ángeles superiores ilustran a los inferiores acerca del conocimiento de muchas verdades que ellos ya conocen, a la manera que los maestros comunican a sus discípulos los conocimientos que tienen, proponiéndolos en particular los universales, a fin de que sean conocidos de ellos. Esta iluminación del ángel se extiende también a los hombres, como dice Santo Tomás (P. I., q. CXI, art. 1º): Sicut inferiores illuminantur per superiores, ita homines, qui sunt angelis inferiores, per cos illuminantur. Sed modus utriusque illuminationis quodammodo est similis et quodammodo diversus. Dictum est enim supra (quaest. CVI, art. 1º), quod illuminatio, quae est manifestatio divina veritatis, secundum duo attenditur; scilicet secundum quod intellectus inferior confortatur per actionem intellectus superioris, et secundum quod proponuntur intellectui inferiori species intelligibiles, quae sunt in superiori ut capi possint ab inferiori. Et hoc quidem in angelis fit, secundum quod superior angelus veritatem universalem conceptam dividit secundum capacitatem inferioris angeli, ut supra dictum est (quaest. CVI, art. 1). Sed intellectus humanus non potest ipsam intelligibilem veritatem nudam capere; quia connaturale est ei ut intelligat per conversionem ad phantasmata, ut supra dictum est (quaest. LXXXIV, art. 7º). Et ideo intelligibilem veritatem proponunt angeli hominibus sub similitudinibus sensibilium. Ex alia vero parte intellectus humanus, tanquam inferior, fortificatur per actionem intellectus angelici. Et secundum haec duo attenditur illuminatio, qua homo illuminatur ab angelo. Todo lo cual debe tenerse muy en cuenta para refutar las supersticiones del moderno espiritismo, conocida la acción de los ángeles buenos, y proporcionalmente la acción que los demonios pueden ejercer sobre nuestro entendimiento.

Por lo que hace a la voluntad de los ángeles, enseñan los teólogos que es perfectísima y libre, de tal modo, que pueden elegir, según las circunstancias, antes de obrar; pero que después de haberse determinado a una cosa, su voluntad es ya irrevocable, puesto que su elección fue bien motivada. Sin embargo, otros teólogos no admiten esta doctrina, y dicen que la voluntad del ángel es mudable por su naturaleza. En cuanto a la voluntad de los demonios o ángeles malos, se halla obstinada en el mal, ya porque su caída fue irreparable, ya porque carecen de la gracia necesaria para levantarse de ella. La opinión de Santo Tomás debe seguirse sin vacilar en esta parte.

Los ángeles, pues, tan excelentes por naturaleza , ejercen una grande influencia sobre el mundo visible. Principalmente conviene saber que tienen un gran poder sobre los cuerpos, para moverlos de un lugar a otro, y obrar en ellos y con ellos muchos efectos sorprendentes. No podemos comprender el modo como esto sucede, pero tampoco entendemos el modo con que nuestra alma obra sobre el cuerpo. En nuestros días hay que tener esto muy presente para explicar los movimientos de las mesas giratorias y otros fenómenos del espiritismo. Estas dotes tan excelentes de los ángeles les sirven para cumplir admirablemente su ministerio. Todos, efectivamente, son espíritus administradores, como dice el Apóstol, que cumplen la voluntad divina para los fines que determina la divina Providencia. Los principales ministerios de los ángeles son alabar a Dios, cumplir sus mandamientos, gobernar las causas segundas, y guardar a los hombres. Como dice Fritz: «Toman una parte íntima en el bienestar y en las desgracias de la humanidad: iniciados en general en el plan de la Providencia, influyen sobre el género humano para que los deseos de Dios se realicen, y para que la humanidad cumpla su destino. No se vaya por esto a imaginar que Dios no puede realizar sus designios sin ellos, siendo los órganos necesarios de su voluntad: Dios no tiene necesidad de su intervención para asegurar la salud de la humanidad; pero ha querido servirse de ellos por un efecto de esa libre y misericordiosa voluntad, que en todos los períodos importantes de la revelación, el ministerio de los ángeles se ha prestado a secundar la Omnipotencia divina.» Son también mediadores y ofrecen a Dios nuestras oraciones y buenas obras, intercediendo por nosotros. A propósito de lo cual oigamos lo que dice Bossuet: «Se los ve ir sin cesar del cielo a la tierra y de la tierra al cielo; llevan, interpretan y ejecutan las órdenes de Dios, y no solo las órdenes relativas a la salvación, sino también las que sirven para el castigo, como que imprimen el signo saludable sobre la frente de los escogidos de Dios (Apoc. c. VII, v. 3): y aterraron al dragón que quería tragarse a la Iglesia (c. XII, v. 7); puesto que ofrecen sobre el altar de oro, que es Jesucristo, los perfumes, que son las oraciones de los santos (c. VIII, v. 3). Todo esto no es otra cosa [486] que la ejecución de lo que se ha dicho, que los ángeles son unos espíritus administradores enviados para desempeñar el ministerio de nuestra salvación (Heb. c. I, v. 14). Todos los antiguos creyeron, desde los primeros siglos, que los ángeles mediaban en todas las acciones de la Iglesia (Tertuliano, de Bapt., c. 5-6): reconocieron un ángel que presidía el bautismo; un ángel que intervenía en la oblación y la conducía ante el altar sublime, que es Jesucristo; un ángel a quien se llamaba el ángel de la oración (Id., de Orat., 12), que presentaba a Dios los votos de los fieles, y todo esto se funda principalmente en el cap. VIII del Apocalipsis, en donde se ve con claridad la necesidad de reconocer este ministerio angélico... Cuando en los Profetas, en el Apocalipsis y en el mismo Evangelio veo hablar del ángel de los persas, del de los griegos, del de los judíos y del de los tiernos niños, el cual toma su defensa delante de Dios contra los que les escandalizan; del ángel de las aguas, del fuego, y otros muchos; cuando entre ellos veo al que pone sobre el altar celeste el incienso de la oración, en estas palabras reconozco una especie de mediación por parte de los santos ángeles. Veo además el fundamento que ha podido dar ocasión a los paganos para distribuir sus divinidades entre los elementos y reinos, para presidir en ellos, porque todo error está fundado en algunas verdades de las cuales se abusa. Mas no permita Dios vea yo nada en todas estas expresiones de la Escritura, que perjudique a la mediación de Jesucristo, a quien todos los espíritus celestiales reconocen por su Señor, o que caiga en estos errores de los paganos, pues que hay una infinita diferencia entre el reconocer, como ellos, un Dios cuya acción no puede extenderse a todo, o que tiene necesidad de ser auxiliado por unos subalternos, como los reyes de la tierra, cuya potestad es limitada, y un Dios que haciéndolo todo y pudiéndolo todo, honra a sus criaturas, asociándolas, cuando le agrada, y del modo que le agrada, a su acción».

Uno de los principales ministerios de los ángeles, y de los más importantes para nosotros, es la custodia o guarda de los hombres, de la cual vamos a tratar en el artículo siguiente (1).

(1) Ordinariamente se les representa bajo la figura de hombre, no porque los ángeles pertenezcan a este sexo, supuesto que en tanto que son espíritus puros no tienen sexo, sino por expresar su fuerza varonil: se les representa jóvenes llenos de gracia y de belleza, para recordar la prontitud y el gozo con el cual, semejantes al adolescente sano y vigoroso, dan cumplimiento a las órdenes de Dios, y el estado de beatitud de que gozan en el cielo, en una juventud inalterable y perpetua. Su rapidez extraordinaria es figurada por sus alas, su vestido ligero y sus pies desnudos, como los de los atletas en la arena; se les representa frecuentemente con harpas y otros instrumentos de música, en recuerdo de las alabanzas que cantan a Dios sin interrupción (Salmos 148-150), con trompetas, en memoria del último son de la trompeta en el día del juicio (S. Mat. XXIV, 31; I Cor. XV, 52); con un incensario en la mano, para significar que ofrecen a Dios, como un puro incienso, nuestras buenas obras y oraciones; con vestido blanco y cinturón de oro, para indicar la pureza inmaculada de su naturaleza espiritual y su actividad, exenta de todo pecado; la cabeza descubierta, la mirada baja, las manos extendidas hacia el cielo; las alas plegadas y dobladas las rodillas, para expresar la santa y respetuosa adoración que rinden al Altísimo. Si se representa alguna vez a los ángeles con la cruz sobre la frente, o armados con los instrumentos de la Pasión, es en señal de la veneración que ellos guardan al Salvador crucificado, y del gozo que sienten en el cumplimiento de la redención del género humano por la Cruz de Jesucristo.

Perujo.