Filosofía en español 
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Alma del mundo

El sistema de Pitágoras, de los estoicos y de otros filósofos era, que el mundo es un gran todo, cuya alma es Dios, y cuyos miembros son los diversos y varios cuerpos, como los astros, la tierra, el mar, &c. Que Dios está repartido entre todas estas partes, y las anima como nuestra alma vivifica y hace moverse todas las partes de nuestro cuerpo. [182] Esta opinión suponía que la materia era eterna, que Dios no la había criado sino que solamente la había arreglado y puesto en orden, y de este modo había formado su propio cuerpo, que es el mundo. Algunos estoicos llevaron el absurdo hasta el extremo de decir, que el mundo tiene un alma que se hizo a sí misma y ha hecho el mundo. Habere mentem quae et se et ipsum fabricata sit. Cicer. Acad., quaest, lib. 2, cap. 37. También se pretende atribuir a los egipcios esta misma opinión. En tal hipótesis todas las partes de la naturaleza están animadas, como el hombre y los brutos: todas las almas son desgajadas, o sacadas de la grande alma que lo mueve todo, a la cual vuelven a reunirse, cuando se disuelve el cuerpo que están animando. ¡En cuántos errores han caído los antiguos filósofos, por no haber admitido el dogma de la creación!

Los ateos y materialistas modernos para ridiculizar nuestra creencia dijeron, que nosotros por nombre de Dios entendíamos solamente el alma del mundo, o el universo animado; que de este modo caíamos de nuevo en el error de los estoicos, y que como ellos adoramos solo la naturaleza: esto es lo que se llama panteísmo.

Si quisieran ponerse de buena fe, convendrían en que, al contrario la revelación mina este error por los cimientos, enseñándonos que Dios ha criado el mundo; y el panteísmo es absolutamente incompatible con el dogma de la creación.

1.º Los pitagóricos y los estoicos, los unos suponían la eternidad del mundo, y los otros la eternidad de la materia. En la hipótesis de la creación nada es eterno sino Dios: todos los demás seres han principiado, y Dios los ha sacado de la nada por su beneplácito. Dijo Dios, y todas las cosas se han hecho.

2.º Según la doctrina de los estoicos, Dios identificado con el mundo no era libre en dirigir a su placer los movimientos de este mundo: estaba sometido a las eternas e inmutables leyes del destino, y la providencia no era otra cosa que la cadena [183] sucesiva y necesaria de estas mismas leyes. Por eso los filósofos se lisonjeaban de absolver de todos los males a la providencia. En vano los críticos antiguos o modernos han creído endulzar lo amargo del destino, diciendo que Dios mandó solamente una vez, y que después obedece siempre: semper paret, semel jussit. Si mandó libremente una vez, es responsable de las consecuencias de su propia ley: si esa vez obró por necesidad, fue más bien obediencia que precepto. Según la doctrina de los libros santos, Dios es tan libre en gobernar el mundo, como lo fue en criarlo: suspende cuando quiere el efecto de las leyes que él mismo ha impuesto: podría aniquilar el mundo sin perder nada de su ser, y con un poco de reflexión es fácil justificar su providencia.

3.º En la hipótesis del alma del mundo Dios no es un ser simple, porque no solo es compuesto de cuerpo y alma, sino que todas las almas de los hombres, de los animales y de los elementos, son partes de la grande alma que todo lo anima y vivifica: de lo que resulta que todos los seres puestos en movimiento son otros tantos dioses particulares, tan dignos de adoración los unos como los otros; y este es el fundamento de la idolatría. También Cicerón en el tratado de la Naturaleza de los dioses, lib. 2., introduce al Estoico Balbo esforzándose por demostrar que cada parte del mundo es Dios, que es animada, dotada de inteligencia y de la sabiduría, y por lo tanto adorable.

4.º Se sigue también que Dios es corporal, que está sujeto a todas las mutaciones, que sobrevienen a la naturaleza, y que perece uno de los miembros de Dios, cuando se disuelve un cuerpo, &c. Tal es el argumento que pone a los estoicos el Epicúreo Veleyo en el lugar citado de Cicerón, lib. 2, y que repite Orígenes contra Celso, lib. 1, núm. 20. En vano observa Beausobre que Pitágoras negaba esta consecuencia, y sostenía que la naturaleza divina era una e indivisible, no excusa a un filósofo [184] el empeño en sostener sus contradicciones. Ninguno de estos inconvenientes tiene lugar en la hipótesis de la creación.

5.º En el sistema de Pitágoras y los estoicos no se concibe mejor la espiritualidad de las almas, que la de Dios; todas son partes de la grande alma, de que se han desgajado y salido por emanación, a la cual deben volver a unirse, y confundirse en ella, como una gota de agua que se deja caer en el Océano. Luego los espíritus tienen partes, &c. Beausobre emplea inútilmente toda su industria para poder salvar este absurdo. Puede haber razón para sostener que no hay allí espinosismo, pero por lo menos es el error que más se le acerca.

6.º Después de la muerte, las almas reunidas a la grande alma del universo no tienen más existencia individual ni personal; son incapaces de placer y de dolor, de recompensa y de castigo. Supuesto el destino, ellas están en todos tiempos privadas de libertad. Luego este sistema destruye toda la moral.

El dogma de la creación hace desaparecer todos estos absurdos. Dios, puro espíritu, es un ser simple, que crió los cuerpos y las almas dotadas de libertad, les ha dado leyes, y las castiga o recompensa eternamente según sus méritos.

Por consiguiente el alma del mundo es un delirio filosófico que nada tiene de común con la doctrina revelada: es un error inevitable, si no se admite la creación. Mas el pueblo jamás ha conocido este absurdo, y ninguno levantó altares al alma del mundo. Los paganos suponían tantas almas particulares, como seres animados se conocen en el universo, y adoraban estas inteligencias particulares, porque las creían dotadas de conocimientos y fuerzas superiores a las del hombre, y por eso daban a estos espíritus el nombre de inmortales. Los patriarcas y los judíos adoraron al Criador del mundo, y le adoraron solo, atribuyéndole una providencia general sobre todos los seres, y una providencia particular respecto del hombre. Nosotros le adoramos como ellos, y tenemos la misma fe [185] que Dios se ha dignado enseñar a nuestro primer Padre.

Algunos deístas intentaron justificar también la opinión de los estoicos. En este sistema, dicen ellos, no había más que un solo Dios, a quien se refería todo el culto que los paganos daban a las diferentes partes de la naturaleza; luego sin razón se les acusa de politeísmo. Falsa reflexión.

Era en primer lugar un absurdo dirigir un culto a un ser sujeto a las supremas leyes del destino, leyes inmutables, en que nada podían cambiar las acciones buenas o malas de los hombres. Los estoicos decían que los dioses de Epicuro eran absolutamente nulos, y que era ridículo honrarlos, una vez que no se mezclaban en las cosas de acá abajo. Empero los epicúreos podían argüir a los estoicos, que era también ridículo adorar unos dioses sometidos a la fatalidad, y que no podían hacer bien ni mal a los hombres, si no que estuviese decretado por un inmutable destino. Si Dios no es libre en los decretos de su providencia, es superflua toda religión.

Es falso en segundo lugar, o a lo menos no es cierto que el culto dado a las diferentes partes de la naturaleza fuese dirigido a la grande alma del universo. Un pagano que adoraba al sol, y que le creía animado, estaba persuadido a que el alma de este astro veía y conocía el culto que le daba, lo agradecía, y podía hacerle bien o mal. Generalmente hablando, los dioses no fueron adorados, sino porque se les suponía inteligentes y poderosos, susceptibles de amistad o de cólera. El culto pues del sol se terminaba a su alma, o al espíritu que le vivificaba, sin subir más alto, ni pasar de allí. Nunca se creyó que el sol, u otro dios semejante, esperase las órdenes de la grande alma del universo para hacer bien o mal a los hombres. Así que, había tantos dioses independientes los unos de los otros, como seres animados en la naturaleza. Y si esto no es politeísmo ¿cómo se debe llamar esta creencia?

En tercer lugar, el alma de un hombre no menos era una [186] porción de la grande alma del universo, que el alma del sol, de la luna, de un río, o de una fuente, y por tanto se le debía dar un culto como a todos los otros seres. No vemos por qué un héroe, un hombre poderoso y benéfico no mereciera un culto durante su vida, tan bien como después de su muerte. Este mismo sistema no tendía nada menos que a justificar los honores divinos que los egipcios daban a los animales. Sería inútil detenernos más en describir por menor los absurdos que de él resultaban. Con mucha razón condena la Sagrada Escritura con tanto rigor el politeísmo y la idolatría, pues por cualquiera parte que se les considere, son inexcusables. (Véanse estas dos palabras: politeísmo e idolatría, y la nueva demostración evangélica de J. Leland, tom. 2, p. 250).