La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo LVI
En el qual Marco Aurelio prosigue su plática y encomienda a su hijo algunas cosas particulares, y dízele tan buenas palabras, que todo hombre las avía de tener en el coraçón escritas.


Hasta agora te he dicho como de padre a hijo no más de lo que toca a tu provecho. Quiérote agora dezir lo que deves hazer después de mi muerte por mi servicio. Y, si quieres ser verdadero hijo de tu padre, las cosas que yo amé en mi vida han de ser a ti muy caras después de mi muerte. No parezcas tú a muchos, los quales después que sus padres cierran los ojos no se acuerdan más de ellos; porque en tal caso, aunque a la verdad los padres son muertos y sepultados, para quexarse a los dioses de sus hijos siempre están vivos. Aunque al parecer no es tan escandaloso, pero es muy más peligroso, competir con los muertos que no injuriar a los vivos; y la razón desto es porque los vivos puédense vengar y pueden por sí responder, pero los muertos ni pueden responder, ni tampoco se vengar; y en tal caso toman los dioses por ellos la mano y a las vezes hazen tan crudo castigo en los vivos, que los vivos querrían ser muertos.

Deves tú, hijo, pensar que yo te engendré, yo te crié, yo te doctriné, yo te regalé, yo te castigué y yo te ensalcé; y con esta consideración, aunque por muerte yo me quite de tu presencia, no es razón que jamás cayga de tu memoria; porque el verdadero y no ingrato hijo, el día que a su padre metiere en el sepulchro duro, aquel día le ha de sepultar en su coraçón tierno. Uno de los visibles castigos que los dioses dan en este mundo a los hombres es que los [935] hijos no obedezcan a sus padres aún siendo vivos; porque los mismos padres no se acordaron de sus padres después de muertos. Piensan los príncipes moços que, después que han eredado, después que veen a su padre muerto, después que ya no tienen ayo, que todas las cosas se les han de hazer a su contentamiento, y no es assí; porque, si están en desgracia de los dioses y les alcança la maldición de sus padres, vivirán con trabajo y morirán con peligro. No quiero más de ti, hijo, sino que, qual padre yo te fuy en la vida, tal hijo me seas tú en la muerte.

Encomiéndote, hijo, la honra y veneración de los dioses, y en esto más que en todas las cosas te ruego seas muy cuydadoso; porque el príncipe que con sus dioses tiene cuenta, no debe temer algún revés de fortuna. Ama a los dioses y serás amado; sírvelos y serás servido; témelos y serás temido; hónralos y serás honrado; negocia sus negocios y concluyrán ellos los tuyos; mayormente que son tan buenos los dioses, a que no sólo reciben en cuenta lo que hazemos, mas aun lo que desseamos hazer. Encomiéndote, hijo, el acatamiento de los templos, es a saber: no sean desacatados, estén limpios, sean renovados y se ofrezcan en ellos los acostumbrados sacrificios. Y esta honra no la hazemos a los materiales de que están hechos los templos, sino a los dioses a los quales están consagrados. Encomiéndote, hijo, la veneración de los sacerdotes, y ruégote que ni porque sean bulliciosos, cobdiciosos, avaros, dissolutos, impacientes, perezosos y viciosos, no por esso sean de ti desacatados; porque no pertenece a nosotros juzgar la vida que hazen como hombres, sino mirar cómo son medianeros entre nosotros y los dioses. Cata, hijo, que servir a los dioses, honrrar a los templos y acatar a los sacerdotes no es cosa voluntaria, sino muy necessaria a los príncipes; porque tanto duró la gloria de los romanos, quanto ellos fueron cultores de sus dioses y cuydadosos de sus templos. El infelice reyno de los carthaginenses no fue por cierto más covarde, ni menos rico que el de los romanos, pero al fin fueron de los romanos vencidos porque fueron muy amadores de thesoros y poco cultores de sus templos. [936]

Encomiéndote, hijo, a Helia, tu madrastra; y acuérdate que, si no es madre tuya, ha sido muger mía. Lo que deves a Faustina por averte parido, deves a Helia por el buen tratamiento que te ha hecho; y de verdad, estando yo muchas vezes contra ti ayrado, ella tornava por ti y me quitava el enojo, de manera que lo que perdías por tus obras, ella lo remediava con sus buenas palabras. Ayas la mi maldición si tú la tratares mal, y caygas en la yra de los dioses si no consintieres que otros la traten bien; porque todo el daño que ella recibirá no será sino para afrentar mi muerte y injuriar tu vida. Yo le dexo los tributos de Hostia para su mantenimiento y los huertos Vulcanos que yo planté para su recreación. No seas osado de tomárselos; porque en tomárselos mostrarás tu maldad, y en dexárselos tu obediencia, y en darle más tu bondad y largueza. Acuérdate, hijo, que es muger romana, es moça y es biuda; y de la casa de Trajano, mi señor; y que es madre adoptiva tuya y muger natural mía; y, sobre todo, que te la dexo muy encomendada.

Encomiéndote, hijo, a mis yernos, a los quales quiero que los trates como a parientes y amigos, y mira no seas tú de los que en las palabras son hermanos y en las obras son cuñados. Sey cierto que yo quería tanto a mis hijas, que de lo mejor que avía en estas tierras escogí las mejores personas, y por cierto ellos han salido tan buenos, que si en el deudo eran no más de mis yernos, en el amor los amava como a hijos.

Encomiéndote a tus hermanas y mis hijas, las quales yo dexo casadas todas, no con reyes estrangeros, sino con senadores naturales, por manera que todos quedáys dentro de Roma, donde ellas a ti servicios y de ti a ellas mercedes vos podéys hazer. Tus hermanas eredaron mucho de la hermosura de Faustina, su madre, y tomaron muy poca de la criança de su padre; pero yo te juro que les di tales maridos, y a los maridos les di tales y tan provechosos consejos, que antes ellos pierdan la vida, que no que les consientan caer de su honra. Trata a tus hermanas de tal manera, que ni porque sea muerto el viejo de su padre sean desfavorescidas, ni porque vean emperador a su hermano se tornen locas. [937] Son de muy tierna condición las mugeres; porque de muy pequeña ocasión se quexan y de muy menor se ensobervecen. Conservarlas has después de mi muerte como yo las tenía en mi vida, que de otra manera será su conversación muy coxquillosa al pueblo y muy importuna a ti.

Encomiéndote a Lípula, tu menor hermana, que está encerrada con las vírgines vestales; y acuérdate lo uno que es hermana tuya y es hija de mi Faustina, a quien yo amé mucho en su vida y hasta mi muerte he llorado su muerte. Cada año dava yo a tu hermana seys mil sextercios para sus necessidades, y de verdad yo la casara también como case a las otras sus hermanas si no cayera de rostros en las brasas; porque, dado caso que era la hija postrera, muy de coraçón mi coraçón la amava. Todos tuvieron la caýda en el huego a gran desdicha, pero yo la desdicha le cuento por dicha; porque no fue tan quemada su cara de las brasas, quanto peligrara su fama entre malas lenguas. Yo te juro, hijo, que para el servicio de los dioses y para la fama de los hombres, ella está más segura con las vírgines vestales en el templo, que no tú con los senadores en el Senado. Dende agora adevino que, al cabo de la jornada, ella se halle mejor con su encerramiento, que no tú con tu libertad. En la provincia de Lucania le dexo para cada un año seys mill sextercios; trabaja de aumentárselos y no de ocupárselos.

Encomiéndote a Drusia, biuda romana que trae pleyto con el Senado; porque en los bullicios passados fue uno de los encartados su marido. Tengo gran compassión de aquella tan generosa biuda a causa que ha ya tres meses que tiene puesta la demanda y con mis grandes guerras no he podido aclarar su justicia. Hallarás por verdad, hijo, que en treynta y cinco años que he governado en Roma, jamás consentí que muger biuda de ocho días arriba tuviesse delante mí alguna querella. Ten, hijo, gran cuydado de favorecer y despachar a los huérfanos y biudas; porque las mugeres necessitadas doquiera que están son muy peligrosas. No sin causa te aviso trabajes tanto de embiarlas con brevedad a su casa, como de administarles justicia; porque la honra de las mugeres, como es muy delicada, alargándoseles [938] el pleyto desminuyen de su crédito, de manera que, yendo el negocio a la larga, no cobrarán tanto de su hazienda, quanto perderán de su fama.

Encomiéndote, hijo, a mis criados antiguos, los quales con mis largos años, con mis guerras crudas, con mis necessidades muchas, y al fin con mi cuerpo pesado y con mi enfermedad larga, han tenido comigo mucha pena. Ellos, como leales servidores, muchas vezes por darme a mí la vida, tomavan ellos la muerte; muy justo es que, pues yo tomé su muerte, ellos ereden mi vida. Una cosa ten por muy cierta, fijo: dado caso que mi cuerpo quede con los gusanos en la sepultura, delante los dioses siempre terné dellos memoria. En esto parecerás ser buen fijo: en que pagues a los que servieron a tu padre.

Todo príncipe que haze justicia siempre cobra enemigos en la execución della, y, como se haze por manos de los que cabe él andan, quanto están más privados al príncipe, tanto están más odiosos al pueblo. Todos en general aman la justicia, pero ninguno huelga que la executen en su casa; y a esta causa, después que a un príncipe se le acaba la vida, quiere el pueblo tomar la vengança de los que fueron ministros della. Gran infamia sería al Imperio, ofensa a los dioses, injuria mía, ingratitud tuya, que, hallando tú en mis criados xviii años sus braços abiertos, hallassen ellos un día tus puertas cerradas.

Ten, hijo, estas cosas en la memoria, que, pues yo me acuerdo dellas particularmente en la muerte, piensa quán de coraçón yo las amava en la vida. [939]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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