La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XIX
De una carta que escrivió el Emperador Marco Aurelio a Claudio y a Claudina, a los quales reprehende mucho porque, siendo viejos, bivían a manera de moços. Divide el auctor la carta en quatro capítulos, y es letra muy notable para reprehender a los hombres viejos que son viciosos y dissolutos.


Marco, Emperador romano, nascido en el monte Celio, a vosotros, marido y muger, Claudio y Claudina, vezinos y moradores de mi barrio, mucha salud vos embía y emienda en la vida vos dessea.

Estando como yo estoy en la conquista de Asia, y residiendo siempre vosotros en Roma, muy tarde sabemos de allá nuevas, y pienso que tan tarde llegan allá nuestras cartas; pero todavía a todos los que van doy para vosotros recomendaciones, y a todos los que vienen pregunto por vuestra salud y personas. Cómo y quánto soys de mi coraçón bien queridos, no lo preguntéys a otros, sino a vuestros coraçones proprios; y, si vuestro coraçón lo dize que soy amigo sospechoso, yo me doy por condenado. Si acaso os dize vuestro coraçón que yo os amo, siendo verdad que os aborrezco; o si acaso dize que os aborrezco, siendo verdad que os amo; por cierto al tal coraçón yo le sacaría de mis entrañas y le daría a comer a las bestias, porque no ay peor engaño que el que hombre haze a sí mismo. Si me engaña el estraño, dévolo dissimular; si me engaña el enemigo, téngolo de remediar; si me engaña mi amigo, dévome dél quexar; pero si me engaño yo a mí mismo, ¿con qué me he de consolar? Ca no ay paciencia que lo sufra, engañarse el coraçón en una cosa sólo de no aver pensado [732] profundamente en ella. Por ventura me arguyréys que ni de allá tengo cuydado, ni letra ninguna os he escripto después de tanto tiempo. A esto respondo que no echéys la culpa a mi negligencia, sino a la gran distancia de tierras que ay de aquí a Roma, y aun a los muchos negocios de Asia; porque, entre otros, este mal tiene la guerra, que nos priva de la dulce conversación de la patria. Siempre presumí de ser vuestro, y agora de ninguno como de vosotros lo soy tanto; y, pues siempre supistes de mí lo que desseávades saber, halle yo en vosotros lo que me conviene hallar, que al fin a ningunos he visto tener tanto, valer tanto, saber tanto, ni ser en todo tan poderosos, que algún día no tuviessen necessidad de sus fieles amigos.

Dezía el divino Platón (y dezía bien) que el hombre que de coraçón ama, ni en absencia olvida, ni en presencia se descuyda; ni en la prosperidad se allega, ni en la adversidad se aparta; ni sirve por provecho, ni ama por interesse; finalmente, el caso de su amigo defiéndele como el suyo propio. Varias fueron las opiniones que tuvieron los antiguos en dezir para qué fin se tomavan los amigos, pero al fin resumiéronse que para tres cosas hemos de hazer eleción dellos: lo primero, hemos de tener amigos para tratar y conversar con ellos, porque, según los sobresaltos desta vida, no ay tiempo tan dulcemente gastado como el que se gasta en conversación del buen amigo. Lo segundo, hemos de tener amigos para descubrirles todos nuestros pensamientos, porque muy gran alivio es al coraçón triste contar a un amigo sus ansias y sentir que las siente el otro de veras. Lo tercero, hemos de buscar y elegir amigos para que nos ayuden a nuestros trabajos, porque poco aprovecha a mi coraçón que oya con lágrimas el amigo lo que le digo y después por remediarme no dé un passo. Lo quarto, hemos de buscar y conservar los amigos para que sean protectores de nuestros bienes, y aun también que sean censores de nuestros males, porque el buen amigo no menos es obligado a apartarme de los vicios que me infaman, que librarme de los enemigos que me matan. Ha sido mi fin de deziros todo esto para que si en esta carta topáredes alguna palabra dessabrida, la toméys en paciencia, considerando que el amor que os tengo me incita a dezirlo y la fidelidad [733] que os devo no me dexa callarlo, ca muchas cosas se han de sufrir a los amigos (aunque las digan de veras), una palabra de las quales no se ha de sufrir a otros (aunque las digan de burla).

Vengo, pues, a contar el caso, y plega a los inmortales dioses no sea más de lo que a mí me han dicho y sea menos de lo que yo sospecho. Gayo Furión, no poco pariente vuestro y muy mucho amigo mío, passando que passava al reyno de Palestina, vínome a ver aquí a Antiochía, y contóme muchas novedades de Italia y muchas nuevas de Roma; y entre las otras una más que todas encomendé a la memoria, la qual me echó muy gran risa de que la oý y no poca lástima después que en ella pensé. ¡O!, quántas cosas luego tomamos en burla las quales, después de bien rumiadas, nos acarrean mucha pena. Tenía el Emperador Adriano, mi señor, un truhán que avía nombre Belfo, mancebo gracioso y agudo, aunque muy malicioso, según los tales lo tienen en uso; y, como cenassen unos embaxadores de Germania con el Emperador en mucho regozijo y alegría, el truhán començó a dezir a cada uno de los que allí estavan una gracia embuelta en una malicia; y, conosciendo Adriano que unos se demudavan, otros murmuravan y otros se corrían, dixo al truhán: «Amigo Belfo, por tu vida y mi servicio, que no digas alguna maliciosa burla en esta cena con que después, pensando en ella, tengamos mala noche en la cama.»

Díxome Gayo Furión tantos escándalos acontescidos en Italia, tantas novedades hechas en Roma, tantas mudanças de nuestro Senado, tantas renzillas de mis vezinos, tantas liviandades de vosotros entrambos, que yo me espanté de oýrlas y he vergüença de escrivirlas. Y no es nada el dezir que me las dezía, sino ver con quánto descuydo él me las contava, ymaginando que, como él lo dezía sin tomar pena, assí yo lo rescibía sin dárseme por ello cosa, como sea verdad que con cada palabra que me dezía, me tirava al coraçón una saeta; porque muchas vezes nos dizen algunos algunas cosas con descuydo las quales nos lastiman el coraçón en lo vivo. Al juyzio y opinión de todos, dízeme que estáys muy viejos; y al juyzio y parescer vuestro, tenéysos por muy moços. Y dizen más: que assí [734] os vestís y componéys agora de nuevo, como si de nuevo viniéssedes agora al mundo. Y dizen más: que de ninguna cosa os mostráys tan enojados como quando os llaman viejos. Y dizen más: que en los theatros do se juegan los palios y en los campos do se corren los animales brutos, no soys vosotros los postreros. Y dizen más: que no se inventa juego ni liviandad en Roma que no se registre primero en vuestra casa. Finalmente dizen que assí os days a plazeres, como quien nunca espera pesares.

¡O!, Claudio y Claudina, por el dios Júpiter os juro que yo he vergüença de vuestra desvergüença, y estoy afrentado de vuestra afrenta, y sobre todo estoy muy penado de vuestra mucha culpa; porque al tiempo que os avíades de alçar a vuestra mano, entrastes a soldada de nuevo con el mundo. Muchas cosas cometen los hombres, las quales, aunque al parescer son graves, la desculpa que dan dellas las haze leves, pero (hablando la verdad) a vuestras liviandades y culpas yo no hallo una razón con que las escuse y hallo dos mill por donde las condene. Dezía el philósopho Solón Solonino en sus leyes a los athenienses que, si el moço errasse, fuesse levemente amonestado y gravemente punido, pues era rezio; y el viejo, si errasse, fuesse levemente punido y gravemente amonestado, pues era flaco. Lo contrario desto dezía Ligurgo en sus leyes a los lacedemones, conviene a saber: que si el moço pecasse, fuese levemente punido y gravemente amonestado, pues pecava por inocencia; y el hombre viejo que delinquía fuesse levemente amonestado y gravemente punido, pues pecó por malicia. Siendo como fueron de tanta auctoridad en aquellos siglos passados estos dos philósophos, y son de tanto peso sus leyes y sentencias, gran temeridad sería no admitir algunas dellas. Ni admitiendo lo uno, ni reprobando lo otro, es mi parescer que gran escusa es para los moços la ignorancia, y gran condenación para los viejos la esperiencia.

Torno otra vez a dezir que me perdonéys, amigos míos, y no lo devéys tener en mucho que no sea yo muy recatado en el hablar, pues no lo soys vosotros en el vivir, porque de vuestra negra vida toma la tinta mi péñola. Bien me acuerdo yo aver oýdo que tú, Claudio, fueste assaz suelto y dispuesto [735] quando moço; y tú, Claudina, fueste no poco graciosa y hermosa quando moça; de manera que a tus fuerças tenían embidia muchos y la hermosura de Claudina era desseada de todos. No quiero, amigos y vezinos míos, escriviros en esta letra, ni traéroslo a la memoria, si tú, Claudio, empleaste tus fuerças en servicio de la república, y si tú, Claudina, sacaste mucha honra de tu hermosura, ca los hombres de muchas gracias suelen ser notados de muy graves culpas. Aquéllos que contigo luchavan, ¡o! Claudio, ya son muertos; aquéllos que tú desafiavas ya son muertos; aquéllos que te servían, ¡o! Claudina, ya son muertos; aquéllos que delante ti sospiravan ya son muertos; aquéllos que por ti morían ya son muertos. Y, pues son muertos aquéllos y sus liviandades, ¿no pensáys que avéys de morir vosotros y vuestras locuras? Pregunto agora yo a la mocedad del uno y a la hermosura del otro: ¿qué tenéys de aquellos passatiempos?, ¿qué tenéys de aquellos regalos?, ¿qué tenéys de aquella abundancia?, ¿qué tenéys de aquel contentamiento?, ¿qué tenéys de los plazeres del mundo?, ¿qué tenéys de la vanidad passada?, ¿qué esperáys llevar de todo esto a la estrecha sepultura? ¡O!, bovos de vosotros y inocentes de nosotros, y cómo se nos passa la vida sin saber en ella vivir, ca no está la felicidad en tener corta o larga la vida, sino en saber bien emplearla. ¡O!, hijos de la tierra y discípulos de vanidad, ¿agora sabéys que buela el tiempo sin mover las alas, camina la vida sin alçar los pies, esgrime la fortuna sin mover los braços, despídese el mundo sin dezirnos cosa, engáñannos los hombres sin mover los labrios, consúmese la carne sin que nadie lo sienta, muere el coraçón sin llevar remedio; finalmente, pásase nuestra gloria como si nunca fuera y la muerte nos saltea sin llamar primero a la aldava? Por inocente que sea uno y por loco que sea otro, no podrá negar que es impossible en la profunda mar hazer huego, en los riscos muy altos hazer camino, de las sangres delicadas hazer nervios, de las venas muy blandas hazer huessos. Quiero dezir que tan possible es para mí que la flor muy verde de la juventud no se torne algún día marchita con la vejez. [736]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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