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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XII
Do el auctor persuade a los príncipes y grandes señores que sean amigos de la paz y que huyan las ocasiones de la guerra.


Octavio Augusto, segundo Emperador que fue de Roma, lóanle todos aver sido en su persona tan bueno y tan bienquisto en todo el Imperio Romano, que dize dél Suetonio Tranquilo que, quando se moría algún romano en aquellos tiempos, davan muchas gracias a los dioses porque se les acabava a ellos la vida ante que su príncipe supiesse qué cosa era muerte. No contentos con esto, en los testamentos mandavan a sus erederos fijos que cada año ofreciessen de sus proprias haziendas muy grandes sacrificios en todos los templos de Roma porque los dioses alargassen a su príncipe los días de la vida. Aquélla con verdad se podía llamar edad dorada y tierra bienaventurada, do el príncipe amava a su república y la república adorava a su príncipe; porque muy pocas vezes suele acontescer que uno sea contento con los servicios de todos, ni aun todos se satisfazen de la governación de uno. No por otra cosa los romanos desseavan para aquel buen príncipe más que para sí mismos la vida sino porque les tenía en paz la república. Mucho es de loar la virtud del Emperador Augusto, y no menos es de ensalçar el agradescimiento del pueblo; él por lo merescer y ellos por lo agradescer; porque (hablando la verdad) muy pocos son los que tan excessivamente amen a otros, que por amarlos aborrezcan a sí mismos.

No ay hombre tan humilde, que en las cosas de honra no querría a todos passar delante (si no es en la muerte, que se [686] querría hallar a la postre). Y paresce esto muy claro en que ora se muera el padre, hora la madre; hora el marido, hora la muger; hora el hijo, hora el vezino; al fin al fin cada uno se conorta de la muerte ajena con tal condición que quede en salvo su propria vida. Un príncipe que es manso, es sufrido, es magnánimo, es sobrio, es limpio, es honesto y es verdadero, por cierto el tal por justicia meresce ser amado; pero sobre todo y más que todo el príncipe que de hecho tiene en paz a toda su república, injusticia le hazen si no ruegan todos a Dios por su vida. ¿Qué bien puede tener la república en la qual ay dissensión y guerra? Diga cada uno lo que quisiere, que sin paz ninguno goza de lo que tiene, ninguno come sin sobresalto, ninguno duerme con reposo, ninguno anda por camino seguro, ninguno se fía de su vezino; finalmente digo que, en tiempo que no ay paz, cada día nos amenaza la muerte y cada hora se nos quiere despedir la vida.

Bueno es que el príncipe alimpie sus reynos de ladrones; porque no puede ser cosa más injusta que del trabajo y sudor de los pobres coman y gozen los vagabundos. Bueno es que el príncipe alimpie el reyno de hombres blasphemos; porque muy injusto es osen blasfemar del Rey del Cielo los que no osan poner la lengua en el príncipe de la tierra. Bueno es que el príncipe alimpie su república de tahúres y jugadores; porque el juego es una tan mala polilla, que roe la ropa nueva y desentraña la madera seca. Bueno es que el príncipe reforme sus reynos de los combites pródigos y de los superfluos vestidos; porque de gastar los hombres mucho en cosas superfluas les vienen después a faltar para las cosas necessarias. Pero pregunto agora yo: ¿qué aprovecha que el príncipe destierre a todos los vicios de su república si por otra parte la tiene puesta en guerra?

El fin porque los príncipes son príncipes es para encaminar lo bueno y evitar lo malo; pero ¿qué diremos?, pues en tiempo de guerra ni pueden los príncipes atajar los vicios, ni yr a la mano a los viciosos. ¡O!, si supiessen los príncipes y grandes señores qué daño hazen a sí y a sus casas el día que emprenden guerras, yo pienso, y aun afirmo, que no sólo no las querrían començar, mas aun ningún privado suyo se las [687] osasse mentar; y, si alguno le aconsejasse lo contrario, con razón le trataría como a mortal enemigo. Los que aconsejan a los príncipes que busquen paz, amen la paz y conserven la paz, gran sinrazón les hazen si no son oýdos, si no son amados y si no son creýdos; porque el consejero que por cosa liviana aconseja a su príncipe que emprenda guerra, diría yo que al tal o le sobra cólera, o le falta conciencia. Acontesce algunas vezes que está el príncipe enojado o turbado a causa que le escriven avérsele remontado una provincia, o que ha otro príncipe entrado en su tierra; y, como sobre el caso junta Consejo, ay algunos tan atrevidos consejeros, que tan fácilmente votan que se quebrante luego la paz, como otros botarían que se diesse fin a la guerra.

Quando un príncipe en cosas semejantes pide un consejo de súbito, no le han de responder de súbito; porque las cosas de la guerra con mucha prudencia se han de mirar y sobre muy grande acuerdo se han de determinar. Nunca el rey David emprendió guerra, aunque era prudentíssimo, sin que primero no tomasse con Dios consejo. El buen Judas Machabeo nunca entró en batalla que no hiziesse a Dios primero una oración devota. Los griegos y los romanos nunca osavan hazer guerra a sus enemigos sin que primero ofreciessen a sus dioses sacrificios y aun se aconsejassen primero con los oráculos. Las cosas de justicia, las recreaciones de su persona, el premio de los buenos, el castigo de los malos y el repartir de las mercedes, puédelas el príncipe comunicar con un privado; pero las cosas de la guerra primero las deve averiguar con Dios que con otro ninguno, porque el príncipe nunca de sus enemigos avrá cumplida victoria si en las manos de Dios no pone primero su querella.

Los que aconsejan a los príncipes -hora sea en cosas de guerra, hora sea en cosas de paz- acuérdense desta palabra, y es que tales consejos le den quando estuvieren en su cámara, quales le darían si ellos se viessen a la muerte en la hora postrimera; porque en aquel último punto ninguno osa hablar con lisonja, ni menos encargar su conciencia. Quando se trata de guerra, deven pensar los que la tratan que, si vienen en rompimiento, ha de cargar sobre sus conciencias todo el [688] daño; y que, si no tuvieren hazienda con que lo satisfazer, tienen una triste ánima que todo lo ha de pagar. Deven los hombres amar tanto la paz y deven tanto aborrescer la guerra, que sería yo de voto y parescer que el aparejo que haze en su conciencia un sacerdote para dezir missa, aquél deve hazer el que ha de votar en consejo de guerra. Los príncipes, como son hombres, no es maravilla que sientan las injurias como hombres y que las quieran vengar como hombres; pero para esso tienen personas prudentes en sus consejos, para que los desapassionen y les mitiguen los enojos; porque a los príncipes nunca sus consejeros les han de consejar tales cosas estando ayrados de las quales tengan razón de estar quexosos después de pacíficos.

Prosiguiendo nuestra jornada en contar los bienes que se pierden en perder la paz y los males que se recrescen en admitir la guerra, digo que entre otros males harto mal es que en tiempo de guerra se ponen a saco todas las virtudes y se ponen en almoneda todas las riquezas; porque regla general es que la hora que se comiença la guerra contra los enemigos, luego se cargan de vicios todos los vassallos. Todo el tiempo que los príncipes y grandes señores tienen guerra, aunque son señores de sus reynos por derecho, no por cierto lo son de hecho, pues en aquel tiempo más trabajan los señores por contentar a los vassallos que no los vassallos a los señores, y esto hazen ellos porque les ayuden contra sus enemigos y les empresten de sus dineros. O los príncipes se rigen por aquello a que la sensualidad los combida, o por aquello con que la razón se contenta. Si quieren seguir la razón, aún sóbrales mucho de lo que tienen; mas si quieren seguir su sensual apetito, no ay cosa con que se contenten; porque si es cosa impossible agotar la mar de agua, no es menos difícil satisfazer un coraçón de todo lo que dessea.

Si los príncipes emprenden guerra con dezir que les tienen tomada su tierra y que dello tienen conciencia, miren que la tal conciencia no sea errónea; porque no ay guerra en el mundo tan justificada de la qual no salgan los príncipes con algún escrúpulo de conciencia. Si los príncipes emprenden la guerra no por más de por aumentar su estado y grandeza, [689] digo que ésta es una vana esperança; porque las más vezes tan estragados y tan perdidos quedan de una guerra, que tienen después que pagar toda su vida. Si los príncipes emprenden guerra por vengar alguna injuria, también hazerlo por esto es cosa superflua; porque muchos van a las guerras injuriados de sola una cosa y después vienen injuriados y lastimados de muchas. Si los príncipes emprenden guerra no por más de por ganar honra, también me parece que es inútil conquista; porque no me parece a mí que es la fortuna persona tan abonada a que de sus manos se fíe la honra, la hazienda y la vida. Si los príncipes emprenden guerra por dexar de sí en los siglos futuros alguna memoria, no menos esto que lo otro me parece cosa vana; porque, miradas y examinadas las historias de los siglos passados, sin comparación son más los príncipes que por entrar en guerras quedaron infamados, que no los que por vencer batallas se hizieron famosos. Si los príncipes emprenden guerra por pensar que en la otra tierra ay más plazeres y deleytes que no en la suya, digo que pensar esto procede de poca experiencia y menos conciencia; porque a un príncipe no le puede ser mayor vergüença ni conciencia que por tener él más vicios y passatiempos haga guerra a reynos estraños.

No se engañen los príncipes en pensar que ay en tierras estrañas muchas más cosas que ay en sus tierras proprias, que al fin no ay tierra ni nación en el mundo do no ay invierno y verano, noche y día, sanos y enfermos, ricos y pobres, tristes y alegres, amigos y enemigos, vicios y virtudes, vivos y muertos. Finalmente digo que en todas las partes son todas las cosas unas si no son las inclinaciones de los hombres, que son diversas. Querría yo preguntar a los príncipes y grandes señores, los quales son y quieren ser muy regalados, qué les falta dentro de sus reynos, aunque los reynos sean pequeños. Si quieren caçar, tienen montañas; si quieren pescar, tienen ríos; si quieren passear, tienen riberas; si se quieren refrescar, tienen baños; si se quieren alegrar, tienen músicos; si se quieren vestir, tienen ricos paños; si quieren dar, tienen dineros; si se quieren aviciar, tienen mugeres; si se quieren desenojar, tienen huertas; si les fatiga el calor, tienen tierras frías; si les [690] enoja el invierno, tienen tierras calientes; pues, si quieren comer, ¿es verdad que les falta manjares? El que con paz tiene todas estas cosas en su tierra propria, ¿por qué con guerra las quiere buscar en tierra ajena? Muchas vezes se mudan los hombres de una tierra a otra no por ser más limosneros o virtuosos, sino por tener más libertad y oportunidad para los vicios; y después sálenles tan al revés sus pensamientos, a que no se hartan de suspirar por lo que dexaron y de llorar por buscar lo que buscaron. Ay tan pocas cosas de que tomemos en este mundo contentamiento, que si por caso en alguna parte hallare alguno alguna cosa de que se contentar, guárdese no le engañe el demonio en dezir que en otra parte se podrá mejor fallar y recrear; porque doquiera y por doquiera que vamos ay tanta penuria de plazeres y ay tanta opulencia de pesares, que para consolarnos en cien años apenas hallamos uno, y para atormentarnos hallamos mil a cada passo. [691]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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