La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo V
Do el villano concluye su plática, y habla contra los juezes que no hazen justicia y de quán dañosos son los tales en la república.


Bien pensaréys que he dicho todo lo que avía de dezir, y por cierto no es assí. Antes me quedan de dezir algunas cosas, de las quales tomaréys mucho espanto en oýrlas; y sed ciertos que yo no terné miedo en dezirlas, pues vosotros no tenéys vergüença de hazerlas; porque la culpa pública no sufre correctión secreta. Espantado estoy de vosotros, los romanos, embiarnos como nos embiáys unos juezes tan ignorantes y bovos, que por los immortales dioses juro ni nos saben vuestras leyes declarar y mucho menos las nuestras entender. Y el daño de todo esto procede en embiarnos allá no a los más ábiles para administrar justicia, sino a los que tienen más amigos en Roma. Presupuesto que los deste Senado days los oficios de judicatura más por importunidad que no por abilidad, es muy poco lo que se puede dezir respecto de lo que ellos allá osan hazer. Lo que acá les mandáys, yo no lo sé; pero lo que ellos allá hazen, yo os lo diré, y es esto. Vuestros juezes toman todo lo que les dan en público y cohechan lo más que pueden en secreto; castigan gravemente al pobre, dissimulan con las culpas del rico; consienten muchos males por tener ocasión de hazer muchos cohechos; olvidan la governación de los pueblos por darse a plazeres y vicios; aviendo de mitigar los escándalos, son ellos los más escandalosos; el que no tiene hazienda, por demás es pedirles justicia; finalmente, so color que son de Roma, no tienen temor de robar aquella tierra. [646]

¿Qué es esto, romanos? ¿Nunca ha de tener fin vuestra sobervia en mandar, ni vuestra cobdicia en robar? Dezidnos lo que queréys, y no nos hagáys tanto penar. Si lo avéys por nuestros hijos, cargadlos de hierros y tomadlos por esclavos; porque de hierro no los cargaréys más de lo que pudieren traer, pero de preceptos y tributos echáysles los que no pueden sufrir. Si lo avéys por nuestras haziendas, yd y tomadlas todas; porque allá en Germania no tenemos la condición que tenéys aquí en Roma, es a saber: holgáys de vivir pobres no por más de por morir ricos. Si teméys que nos emos de levantar con la tierra, maravillarme ýa si pensássedes tal cosa; porque, según nos tenéys robados y maltratados, aseguradme vosotros que no se despueble, que yo os asseguraré que no se levante. Si no os contentan nuestros servicios, mandadnos cortar las cabeças como a hombres malos; porque no será tan crudo el cuchillo en nuestras gargantas como son vuestras tyranías en nuestros coraçones. ¿Sabéys qué avéys hecho, ¡o! romanos? Que nos emos juramentado todos los de aquel mísero reyno de no llegar más a nuestras mugeres y de matar a nuestros proprios hijos, y esto por no los dexar en manos de tan crudos tiranos como soys vosotros; porque más queremos que mueran con libertad que no vivan con servidumbre. Como hombres desesperados emos determinado de sufrir los bestiales movimientos de la carne en todo el tiempo que nos queda de vida, y esto a fin que ninguna muger más no se haga preñada; porque más queremos sufrir ser continentes veynte o treynta años, que no dexar a nuestros hijos esclavos perpetuos. Si es verdad que han de passar los hijos lo que sufrimos los tristes padres, no sólo es bueno no los dexar vivir, pero aun sería mucho mejor no los consentir nascer. No lo avíades de hazer assí, romanos, sino que la tierra tomada por fuerça, aquélla avía de ser muy mejor regida; porque los míseros captivos, viendo que les administran recta justicia, olvidarían la tyranía passada y domeñarían sus coraçones a la servidumbre perpetua. Pues es verdad que, si nos venimos a quexar de los agravios que hazen vuestros censores allá en el Danubio, que nos oyréys los [647] que estáys aquí en este Senado; y, quando ya os determináys de nos oýr, soys muy largos en lo proveer, por manera que, quando començáys a remediar una costumbre mala, toda la república está ya perdida. Quiéroos dezir algunas cosas dellas porque las sepáys, y dellas para que las emendéys.

Viene un pobre muy pobre a pediros aquí justicia, y, como no tiene dineros que dar, ni vino que presentar, ni azeyte que prometer, ni púrpura que ofrecer, ni favor para se valer, ni entrada para servir; después que en el Senado ha propuesto su querella, cumplen con él de palabra, diziéndole que en breve se verá su justicia. ¿Qué más queréys que os diga, sino que al pobre querellante házenle gastar lo poco que tiene y no le restituyen cosa de lo que pide; danle buena esperança y házenle gastar allí lo mejor de su vida; cada uno por sí le promete favor y después todos juntos le echan a perder; dízenle los más que tiene justicia y dan después contra él la sentencia, por manera que el mísero miserable que vino a quexarse de uno, se torna a su tierra quexoso de todos, maldiziendo sus tristes hados y exclamando a sus dioses justos? Acontece también que algunas vezes se vienen a querellar a este Senado algunos bulliciosos, y esto más con malicia que no con justicia, y vosotros los senadores, dando fe a sus palabras dobladas y a sus lágrimas fingidas, luego proveéys de un censor que vaya a determinar y sentenciar aquellas querellas, el qual ydo y buelto, después tenéys vosotros más que remediar y soldar en los desafueros que aquel juez hizo, que no los escándalos que avía en aquel pueblo.

Quiero, romanos, contaros mi vida, y por ella veréys qué vida passan los de mi tierra. Yo vivo de varear bellotas en el invierno y de segar miesses en el verano, y algunas vezes pesco tanto por necessidad como por passatiempo, de manera que todo lo más de mi vida passo sólo en el campo o en la montaña. Y, si no sabéys por qué, oýd, que yo os lo diré. Veo tantas tyranías en vuestros censores, házense tantos robos a los míseros pobres, ay tantas dissensiones en aquel reyno, permítense tantos daños en aquella tierra, [648] está tan robada la mísera república, ay tan pocos que zelen lo bueno, y espero tan poco remedio de aqueste Senado; que determino como malaventurado desterrarme de mi casa y de mi dulce compañía porque no vea con mis ojos cosa de tanta lástima. Más quiero andarme por los campos solo, que no ver a mis vezinos cada hora llorando. Y, allende desto, los fieros animales, si no los ofendo, no me ofenden; pero los malditos hombres, aunque los sirvo, me enojan. Gran trabajo es sufrir un revés de fortuna, pero mayor es quando se comiença el mal a sentir y no se puede remediar; pero sin comparación es muy mayor quando lleva remedio mi pérdida, y el que puede no quiere y el que quiere no puede remediarla. ¡O!, crudos romanos, no sé si sentís algo de lo que nosotros sentimos, en especial yo que lo digo, veréys cómo lo siento, pues sólo de traerlo a la memoria mis ojos se enternecen, mi lengua se entorpece, mis miembros se descoyuntan, mi coraçón se desmaya, mis entrañas se abren, mis carnes se consumen. ¿Qué será allá, dezidme, en mi tierra verlo con los ojos, oýrlo con los oýdos y tocarlo con las manos? Son por cierto tantas y tan graves las cosas que padece la triste Germania, que los piadosos dioses aún nos tienen manzilla. No quiero rogaros que de mis palabras toméys o no toméys escándalo, sino solamente os ruego entendáys bien lo que digo; porque presumiendo como presumís de discretos, bien veréys que las fatigas que nos vienen de los hombres entre los hombres, con los hombres y por manos de los hombres, no es mucho que las sintamos como hombres.

Hablando con verdad, y aun con libertad, si uviesse de contar por menudo todas las inadvertencias que proceden deste Senado y todas las tyranías que vuestros juezes hazen en aquel mísero reyno, una de dos cosas avía de ser: o castigar a mí si era mentira, o privar a vosotros si era verdad. Una cosa sola me consuela, la qual con algunos malaventurados como yo la pongo algunas vezes en plática, y es que me tengo por dicho ser los dioses tan justos, que sus castigos bravos no proceden sino de nuestras maldades crudas, y que nuestra culpa secreta los despierta a que hagan de [649] nosotros pública justicia. De una cosa sola estoy muy turbado, y que a los dioses no puedo bien tomar tino, y es por qué a un hombre bueno por pequeña culpa dan mucha pena y a un hombre malo por muchas no le dan ninguna, por manera que dissimulan con los unos y no perdonan cosa a los otros. ¡O!, secretos juyzios de los dioses; y si, como soy obligado a loar vuestras obras, tuviesse licencia de condenarlas, osaría dezir que nos hazéys mucho agravio en querernos perseguir por manos de tales juezes, los quales, si justicia uviesse en el mundo, quando nos castigan con sus manos, no merecían tener las cabeças sobre sus hombros. La causa porque agora de nuevo exclamé a los immortales dioses es en ver que no ha sino quinze días que entré en Roma, y he visto hazerse y proveerse tales y tantas cosas en este Senado, que si la menor dellas se hiziesse allá en el Danubio, más pobladas estarían las horcas de ladrones que no están las parras de uvas. Heme parado a mirar vuestra soltura en el hablar, vuestra desonestidad en el vestir, vuestra poca templança en el comer, vuestro descomedimiento en el negociar y vuestro regalo en el vivir; y por otra parte veo que quando llega una provisión vuestra a nuestra tierra, llevámosla al templo, ofrecémosla a los dioses, ponémosla sobre las cabeças, por manera que cotejando lo uno con lo otro, emos de cumplir lo que se manda y blasfemar de los que mandan. Pues ya mi desseo se ha visto donde desseava, y mi coraçón ha descansado en derramar la ponçoña que tenía, si en algo os ha ofendido mi lengua, he aquí me tiendo en este suelo para que me cortéys la cabeça; porque más quiero ganar honra en ofrecerme a la muerte que no que la ganéys vosotros comigo en quitarme la vida.»

Aquí dio fin el rústico a su no rústica plática. Dixo, pues, luego el Emperador Marco Aurelio a los que con él estavan:

«¿Qué os paresce, amigos? ¡Qué nucleo de nuez, qué oro de escoria, qué grano de paja, qué rosa de espina, qué cañada de huesso y qué hombre tan heroyco allí se descubrió! [650] ¡Qué razones tan altas, qué palabras tan concertadas, qué sentencias tan bien dichas, qué verdades tan verdaderas y aun qué malicias tan descubiertas allí descubrió! A ley de bueno vos juro, y aún assí me vea yo libre del mal que tengo, que una hora estuvo el villano tendido en tierra y todos nosotros, las cabeças baxas de espantados, no le podimos responder palabra; porque a la verdad aquel rústico nos confundió con su plática, nos espantó de ver en quán poco tuvo su vida. Avido nuestro acuerdo en el Senado, otro día proveýmos juezes de nuevo para las riberas del Danubio, y mandamos que nos diesse por escripto todo aquel razonamiento para que se assentasse en el libro De los buenos dichos estrangeros que están en el Senado. Proveyóse assimismo que aquel rústico fuesse en Roma hecho patricio, y de los libertos de Roma él fuesse uno, y que del erario público fuesse para siempre sustentado; porque nuestra madre Roma siempre se preció de pagar no sólo los servicios señalados que le hazían, mas aun las buenas palabras que en su Senado se dezían.» [651]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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