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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III
Comiença el tercero Libro del Relox de príncipes, en el qual se tracta de las particulares virtudes que los príncipes han de tener, es a saber: de la justicia, de la paz, de la magnificencia, etcétera.

Capítulo primero
Que los príncipes y grandes señores deven trabajar de administrar a todos ygualmente justicia, y pone el auctor en este caso muy notables cosas.


Dezía y afirmava Egidio Fígulo, uno de los famosos philósophos que uvo en Roma, que entre los dos signos del Zodíaco que son León y Libra ay una virgen que se llama Justicia, la qual moró entre los hombres en tiempos antiguos, y después que se enojó dellos subióse a los cielos. Este philósopho quísonos dar a entender que la justicia es una virtud tan suprema, que trasciende la capacidad humana, pues en los altos cielos hizo su morada, y no halla persona que en toda la tierra la acoja en su casa. Durante el tiempo que los hombres fueron castos, mansos, amorosos, piadosos, sufridos, zelosos, verdaderos y honestos, moró la Justicia acá en la tierra con ellos; mas después que se tornaron adúlteros, crueles, superbos, impacientes, mentirosos y blasphemos, acordó de dexarlos y subirse a los cielos; de manera que concluýa este philósopho que por las maldades que cometían los hombres en la tierra se absentó dellos para siempre la Justicia. Aunque paresce ser esta fictión poética, el fin para que se dixo es de muy alta doctrina, lo qual parece claro en que doquiera que ay un poco de justicia, no ay ladrones, no ay mentirosos, no ay homicidas, no ay crueles, no ay blasfemos; finalmente digo que en la casa o república que reposa la justicia ni saben cometer vicios, ni menos dissimular con viciosos.

Homero, queriendo engrandecer la justicia, no supo más que dezir sino que los reyes son hijos del gran dios Júpiter, y esto no por la naturaleza que tienen, sino por el oficio de justicia [620] que administran, de manera que concluye Homero en que a los príncipes justos y justicieros no los han de llamar sino hijos de dioses. El divino Platón, en el libro iiii de su República, dezía que el mayor y más supremo don que los dioses dieron a los hombres fue que, siendo como son de tan vil massa, se governassen con justicia. Y oxalá todos los que leyeren esta escritura sientan bien lo que Platón dezía; porque si el hombre no nasciera con razón y se governara con justicia, entre todas las bestias no uviera tan inútil bestia. Quiten de un hombre la razón con que nasce y la justicia con que se govierna, y mírenle qué tal será su vida, pues ni sabría pelear como los elephantes, ni defenderse como los tigres, ni sabría caçar como los leones, ni arar como los bueyes. Para lo que pienso que aprovecharía es que sería manjar de los ossos y leones en la vida, como agora lo es de los gusanos en la muerte.

Todos los poetas que fictiones inventaron, todos los oradores que oraciones hizieron, todos los philósophos que libros escrivieron, todos los sabios que doctrinas nos dexaron y todos los príncipes que leyes instituyeron, no fue otro su fin sino persuadirnos a que pensemos quán breve y inútil es esta vida y quán necessaria nos es en ella la justicia; porque la corrupción que tiene un cuerpo sin alma, aquélla tiene una república sin justicia. Los romanos no podemos negar sino que fueron superbos, invidiosos, adúlteros, impúdicos, viciosos y ambiciosos; pero junto con esto fueron muy justicieros, por manera que si Dios les dio tantos triumphos siendo ellos cercados de tantos vicios, no fue por las virtudes que en sí tenían, sino por la mucha justicia que administravan.

Plinio en el libro segundo dize que dezía Demócrito que dos eran los dioses que governavan todo lo criado, es a saber: premio y pena; de lo qual podemos colegir que no ay otra cosa más necessaria como es la recta y verdadera justicia; porque ella sola es la que da el premio a los buenos y no dexa sin castigo a los malos. El egregio Augustino, primo De civitate Dei, dize estas palabras: «Tolle iusticiam et quid erunt regna nisi latrocinia.» Por cierto él tenía razón; porque si no uviesse açotes para los vagabundos, mordaza para los blasfemos, ecúleo para los fementidos, fuego para el erege, cuchillo [621] para el homiciano, horca para el ladrón y cárcel para el sedicioso, podríamos afirmar que no avría tantos animales en la montaña como malos y ladrones en la república. En muchas, o en las más de las repúblicas, veo que los más de los días faltan en ellas el pan, el vino, las frutas, las carnes, la leña y otros bastimentos, pero jamás veo que faltan hombres malos. Pues yo juro que hiziéssemos dellos tan buen barato, que por sola una ternera trocaríamos a quantos malos ay en la república. No vemos otra cosa en las repúblicas sino cada día açotar, degollar, arrastrar, empozar y ahorcar; mas con todo esto son tantos los malos que ay, que si a todos los que delante la justicia divina merescen la horca los pusiessen en la horca, faltarían verdugos que los justiciar y aun horcas do los poner.

Dado caso que según la variedad de las tierras y provincias se ayan variado los ritos y leyes en ellas, hállase por verdad que jamás uvo ni avrá en el mundo alguna tan bárbara tierra, la república de la qual no estuviesse fundada sobre justicia; porque dezir y afirmar que puede conservarse un pueblo sin justicia es dezir y afirmar que puede vivir un pez fuera del agua. ¿Cómo es possible que pueda vivir sin justicia una república, pues no puede governarse sin ella una persona sola? Plinio en una epístola dize que, teniendo él mismo cargo de una provincia en África, preguntó a un ombre anciano y en la governación experto que qué haría para administrar bien la justicia. Respondióle el viejo: «Haz de ti mismo justicia si quieres ser buen ministro della; porque el buen juez con la vara derecha de su vida ha de medir la república. (Y dixo más.) Si quieres ser con los hombres recto y delante los dioses limpio, guárdate de tener presunción en el oficio; porque los juezes superbos y presuntosos muchas vezes se desmandan en palabras y aun exceden en las obras.» Dize allí Plinio que se aprovechó más del consejo que le dio aquel buen viejo, que de todo quanto avía leýdo.

¡O!, a quánto se obliga el que de administrar justicia se encarga; porque si el tal es hombre recto, cumple con lo que es obligado; mas si el tal es injusto, justamente ha de ser de Dios punido y de los hombres acusado. Quando los príncipes [621] mandan a sus criados y vassallos algunas cosas y no salen con ellas de la manera que les fueron encargadas, para todas pueden tener excusas, excepto los que goviernan reynos y provincias; porque ninguno dexa de administrar justicia si no es por falta de sciencia y esperiencia, o por sobra de passión y malicia. Un capitán, si pierde una batalla, puédese excusar con dezir que le huyó la gente al tiempo de romperla; un catariberas puédese excusar con dezir que eran levantadas las garças; un correo puédese excusar con dezir que los ríos yvan crescidos; un montero puédese excusar con dezir que era amontada la caça; mas un governador de república ¿qué excusa puede tener para que no haga justicia?

Faltarle deve conciencia, y aun no le deve sobrar vergüença, al hombre que se quiere encargar de una cosa, siendo incierto si saldrá con ella; porque los rostros vergonçosos y los coraçones generosos o han de salir con lo que emprendieron, o han de tener muy legítima causa por lo que lo dexaron. Sepamos qué cosa es justicia y luego sabremos quién es ydóneo para administrarla. Oficio de buenos juezes es defender el bien común, procurar por los innocentes, sobrellevar a los ignorantes, corregir a los culpados, honrar a los virtuosos, ayudar a los huérfanos, hazer por los pobres, refrenar a los cobdiciosos, humillar a los ambiciosos; finalmente deve dar a cada uno lo que le pertenesce por justicia y desapossessionar a los que posseen algo sin justicia. Quando un príncipe manda a uno que tome cargo de justicia y el tal no intervino en procurarla, si por caso no acertasse después en la administración della, podría tener alguna escusa, diziendo que, si lo aceptó, no fue con pensamiento de errar, sino con ánimo de obedecer. ¿Qué diremos de muchos, los quales sin vergüença, sin sciencia, sin experiencia y sin consciencia procuran oficios de justicia?

¡O!, si supiessen los príncipes qué es lo que dan quando dan cargo a uno de governar una república, yo juro que antes le diessen para veynte años hazienda, que no fiarle xx días cargo de justicia. Qué cosa es ver a unos hombres inverecundos, deshonestos, habladores, bulliciosos, glotones, ambiciosos y codiciosos, los quales tan sin empacho piden a los [623] príncipes un oficio de justicia, como si pidiessen por justicia su hazienda propria. Pluguiesse a Dios que parasse el negocio en sólo pedirlo; mas ¿qué diremos?, que lo solicitan, lo procuran, lo importunan, lo sobornan y (lo que más es) que assí como sin vergüença lo piden, no menos sin consciencia lo compran. Pues más ay en este caso, y es que, si los tales malaventurados no alcançan lo que pedían, no les venden lo que querrían (y esto por tener mejor conciencia los que se lo avían de dar, que no ellos en lo rescebir), assí blaspheman y se quexan de los que son a los príncipes aceptos, como si les uviessen fecho grandes agravios. ¡O!, qué trabajo es a los hombres buenos tratar, conversar, complir y satisfazer a los malos; porque no querrían los hombres ambiciosos y cobdiciosos sino que la roptura que ellos tienen en el pedir, aquélla tuviessen los que son buenos en el dar. Muchas vezes me paro a pensar en qué consiste aver en las repúblicas tantos daños, tantos descomedimientos, tantos desafueros, tantos robos, y al fin hallo que todos o los más proceden en que se proveen los ministros de justicia no por vía de conciencia, sino por negociación sola.

Dado caso que a todos pertenezca dessear y procurar la justicia, a ninguno pertenesce tanto procurarla y defenderla como a la Real Persona, que a los súbditos no es menos sino que algunas vezes deven temella, mas los reyes son obligados igualmente a todos administralla. Mucho haze al caso que los príncipes sean limpios en su vida y que tengan muy corregida su casa para que tenga crédito y auctoridad su justicia; porque allende que del hombre que es injusto no se puede esperar cosa justa, muy mal governará toda una república el que aún no sabe governar su misma casa. Los príncipes que son verdaderos en sus palabras, limpios en sus vidas, justos en sus obras; si alguna vez yerran en la administración de la república, todos los escusan diziendo que ellos con malicia no yerran, sino que otros con mal consejo les hazen errar, por manera que al príncipe justo todo lo bueno que haze le atribuyen, y de todo lo malo que le acontesce le escusan.

Plutharco, en el libro ii de su República,, dize que esta diferencia ay de unos príncipes a otros, en que el mal príncipe [624] solamente es obedescido y el buen príncipe es obedecido y amado; y, allende desto, el que es bueno y virtuoso las cosas graves haze ligeras con su bondad, y el que es tyrano aun las cosas ligeras haze pesadas con su maldad. Felice es el príncipe que es obedescido, pero mucho más lo es el que es obedecido y amado; porque el cuerpo cánsase de obedecer, mas el coraçón nunca se harta de amar. Tito, el Emperador, fue una vez preguntado que destas dos cosas, es a saber: premiar a los buenos o castigar a los malos, quál dellas era al príncipe más natural. Respondió Tito: «Quan natural es al hombre el braço derecho y el braço yzquierdo, tan natural es al príncipe el premio y el castigo; mas assí como nos aprovechamos más del derecho que no del yzquierdo, assí el príncipe se ha de preciar más de galardonar que no de castigar; porque el castigo ha de ser de mano agena, mas el galardón ha de ser de su mano propria.»

Quando persuadimos a los príncipes que sean justos y que hagan justicia, no se entiende que degüellen a los homicianos, destierren a los bulliciosos, ahorquen a los ladrones y empozen a los salteadores; porque estas y otras semejantes cosas más pertenescen al oficio de los verdugos que no a los príncipes piadosos. Todo el bien de la justicia está en que el príncipe sea honesto en su persona, cuydadoso en su casa, zeloso de su república y muy delicado en su conciencia; porque los buenos príncipes no se han de preciar de quitar a muchos las cabeças, sino de reformar y tener en paz a las repúblicas. Plutharco, en la Oración consolatoria que escrivió a Apolonio, hablando de las leyes que Prometheo dio a los egypcios, dize que entre otras tenían estas tres leyes, que dezían estas palabras:

«Ordenamos y mandamos que ningún príncipe ponga las manos en otro por ningún enojo que le aya hecho; porque las manos de los buenos príncipes no se han de emplear en vengar injurias, sino en defender y vengar a los injuriados.»

«Ordenamos y mandamos que los príncipes en quanto estuvieren en su república y no fueren a la guerra, no sean osados a traer armas defensivas ni menos ofensivas; porque los buenos príncipes ni han de ser crueles para que maten, ni han de tener vicios porque los maten.» [625]

«Ordenamos y mandamos que el príncipe no sólo no mate con sus manos, mas aun ni vea justiciar alguno con sus ojos; porque delante la presencia del príncipe, quan generoso es que resciban todos honra, tan escandaloso es que pierdan algunos la vida.» [626]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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