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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo XLIII
Cómo los príncipes y grandes señores en los tiempos passados eran muy amigos de sabios, y de la diligencia que ponían en buscarlos. Es capítulo notable.


Una de las cosas que hizo gloriosos a los siglos antiguos y de inmortal memoria a los governadores dellos fue los príncipes ser diligentes en buscar sabios para traer consigo y los reynos ser obedientes en cumplir lo por ellos aconsejado; porque poco aprovecha que el rey trayga consigo un enxambre de sabios para governar si los del reyno están armados de malicia para no obedecer. Los príncipes que no tienen en mucho el consejo de los sabios, ténganse por dicho que han de tener en poco sus mandamientos; porque la ley que de hecho y no de derecho se ordena no merece ser obedecida. No podemos negar los que rebolvemos las historias de los antiguos, sino que los romanos naturalmente fueron sobervios; pero no podemos negar que quan osados eran en las cosas de la guerra, tan mansos y tan templados se mostravan en las cosas de la república, y a lo cierto en esto mostrava Roma su cordura y potencia; porque assí como con feroces caudillos se destruyen los enemigos, assí con prudentes sabios se goviernan en paz los pueblos. Muchas vezes me paro a pensar de dó procede tanta discordia entre súbditos y señores, y entre príncipes y vassallos; y, echada mi cuenta, hallo que los unos y los otros tienen razón, ca los súbditos quéxanse de la poca benignidad que hallan en sus señores, y los señores quéxanse de la mucha desobediencia que hallan en sus súbditos; porque a la verdad la desobediencia va embuelta con malicia y el mandamiento va encaminado a codicia. Ha crecido tanto [311] la desvergüença del obedecer y hase desenfrenado tanto la ambición en el mandar, que a los súbditos les paresce que el yugo de pluma es de plomo, y por contrario a los príncipes y señores les parece que contra un mosquito que buela han menester de desenvaynar la espada. Todo este daño público no viene sino de no tener los príncipes cabe sí hombres sabios que les aconsejen en secreto; porque jamás uvo príncipe bueno teniendo el consejo malo, ni jamás uvo príncipe malo teniendo el consejo bueno.

En los príncipes y prelados que goviernan ay dos cosas: la una es la dignidad del oficio y la otra es la naturaleza de la persona; ya puede ser que uno sea bueno en su persona y malo en su govierno, y por contrario uno sea bueno en su govierno y malo en su persona; y por esso dezía Tulio que jamás uvo ni avrá tal Julio César en su persona ni tan mal governador como él fue para la república. Gran bien es que sea uno buen hombre, pero sin comparación es muy mayor bien que sea buen príncipe; y por contrario gran mal es que sea uno mal hombre, pero muy peor es que sea mal príncipe; porque el mal hombre solamente es malo para sí, pero el mal príncipe no sólo es malo para sí, pero es malo para los otros. Quanto la ponçoña está por el cuerpo más derramada, tanto en mayor peligro pone la vida. Quiero dezir que quanto más puede un hombre sobre la república, tanto más daño haze si tiene la vida aviessa.

Yo no sé por qué los príncipes y grandes señores son tan curiosos en buscar los mejores médicos para curar sus cuerpos, y junto con esto son tan remissos en buscar hombres sabios para governar sus reynos; porque a la verdad sin comparación es mayor daño la mala governación en la república que no la enfermedad en su persona. Hasta oy no hemos leýdo ni menos visto por falta de médicos perderse el rey ni perderse sus reynos, pero por falta de sabios consejeros infinitos reyes y reynos hemos visto ser assolados. La falta de un médico puede causar peligro en una persona, pero la falta de un sabio puede acarrear mucha discordia en el pueblo; porque a la verdad en tiempo que ay revoluciones en los pueblos, mayor provecho haze un consejo maduro que cien purgas de [312] ruybarbo. Isidoro, libro iiii de sus Ethimologías, afirma que por espacio de quatrocientos años estuvieron los romanos sin médicos, ca Esculapio, hijo de Apolo, fue el último médico en Grecia, y Archabuto, hombre tan insigne en la medicina, pusiéronle en el templo de Esculapio una estatua; porque eran tan agradecidos los romanos, que a uno que se estremava en hazer una cosa señalada o le pagavan con pecunia, o le ponían estatua, o le libertavan en la república. Ya después que el médico Archabuto era viejo y estava rico, como por ocasión de algunas úlceras y llagas peligrosas cortasse braços y piernas, a los romanos paresciéndoles que era hombre crudo, sácanle por fuerça de su casa y apedréanle en el campo Marcio. Y desto no se maraville nadie, porque a las vezes menos mal es en una enfermedad sufrir los dolores que no esperar los crueles remedios que nos aplican los cirujanos. Es de saber si en el tiempo que Roma estuvo sin médicos si estuvieron los romanos desbaratados y perdidos; a esto respondo que jamás tuvieron ellos tiempos tan prósperos como fue en aquellos cccc años que estuvieron sin médicos; porque entonces se perdió Roma quando en Roma admitieron los médicos y alançaron de Roma los philósofos. No digo esto por prejudicar a los médicos, ni me parecería que los príncipes deven estar sin ellos; y que, según ya es flaca la carne umana, cada día tiene necessidad de ser socorrida; que a la verdad los médicos cuerdos y sabios no nos dan sino sanos consejos, porque no nos persuaden sino a que en el comer, en el bever, en el dormir, en el andar y en el negociar seamos sobrios y tomemos los medios.

El fin porque digo esto es persuadir a los príncipes y perlados y grandes señores que de la mucha diligencia que ponen en buscar médicos y de los muchos dineros que gastan en sustentarlos y contentarlos, que hiziessen alguna cosa déstas en buscar hombres sabios para consejar sus personas y poblar sus consejos; porque si supiessen los hombres qué cosa es tener a un sabio que mande su casa, por un solo sabio darían toda su hazienda. No poca compassión es de tener a los príncipes y grandes señores que pierden muchos días en el mes y muchas horas en el día en hablar de guerras, de edificios, de [313] armas, de manjares, de bestias, de caças, de medicinas, y aun a las vezes de vidas agenas; y esto con personas más virtuosas que sabias, los quales ni saben mover plática de alto estilo, ni menos dar conclusión en lo que está platicado. Muchas vezes acontece que el príncipe mueve una plática, y muévela delante aquéllos a los quales por escripto, ni por oýdas jamás vino a su noticia; y después assí se ponen a determinarla o, por mejor dezir, a porfiarla, como si toda su vida ovieran estudiado en ella, lo qual procede de mucha desvergüença y de poca criança; porque los privados delante sus príncipes con licencia pueden hablar, pero por privados que sean con licencia ni sin licencia no les es lícito porfiar. Helio Sparciano, en la Vida de Severo Alexandre, dize que el Emperador Severo fue una vez preguntado por un embaxador de Grecia que quál era la cosa que más pena le dava en Roma. Respondió Severo: «No ay cosa que más enojo me faga que, quando yo estoy en plazer, levanten mis criados una porfía; y no me enojo porque me pesa que las cosas sean disputadas y aclaradas, sino quando uno es muy porfiado sin tener en lo que dize fundamento; porque el hombre que da razón de su dicho no se puede llamar porfiado.»

Fue preguntado una vez al grande Emperador Theodosio qué avía de hazer un príncipe para ser bueno. Respondió Theodosio: «El príncipe virtuoso, quando fuere camino, han de yr sabios con él hablando; quando comiere, han de estar sabios a su mesa disputando; quando se retruxere, con sus sabios ha de estar leyendo; finalmente todo el tiempo que le vacare con sus sabios le han de hallar aconsejando; porque no es tan atrevido el cavallero que entra sin armas en la batalla como el príncipe que sin aconsejarse de sabios quiere regir la república.» Lampridio, libro De gestis romanorum, dize que el Emperador Marco Aurelio jamás a su comer, a su acostar, a su levantar, a su caminar, ni en público, ni en secreto permitió que se hallassen con él locos, sino sabios, y a la verdad tenía razón; porque no ay cosa de veras ni de burla que los hombres quieran en este mundo que no la hallen mejor en un sabio que en un loco. Si un príncipe está triste, ¿por ventura no sabrá mejor consolarle un sabio con dichos de la Escriptura [314] que no un loco con palabras de locura? Si un príncipe está próspero, ¿por ventura para sustentarse en aquella prosperidad no le valdrá más acompañarse con un hombre cuerdo que no fiarse de un loco malicioso? Si un príncipe tiene necessidad de dineros, ¿por ventura no le dará el sabio mejores medios para averlos que no un loco, que jamás haze sino pedirlos? Si un príncipe quiere passar tiempo, ¿por ventura no se desenojará mejor oyendo a un sabio historias muy sabrosas de los tiempos passados, que no escuchando a un loco cosas desonestas y aun dichos maliciosos de los tiempos presentes?

Lo que dixe de los médicos, lo mismo digo de los locos, ca no digo yo que no los tengan para sus passatiempos, aunque a la verdad mejor diremos que son para perder el tiempo que no para passar el tiempo; porque justamente se llama tiempo perdido lo que se gasta sin servicio de Dios ni provecho del próximo. De lo que estoy maravillado, y aun escandalizado, es no tanto de lo mucho que pueden en casa de los señores los hombres sandios y locos, quanto de lo poco que pueden y en lo poco que tienen a los hombres prudentes y sabios; porque gran injusticia es que en casa de los príncipes entren los locos hasta la cama y no pueda entrar un sabio aun en la sala, de manera que para los unos no ay puerta cerrada y para los otros no ay puerta abierta. Los que agora somos, con razón loamos a los que ante nosotros fueron, no por más sino que en los tiempos passados, siendo muy pocos los sabios y estando el mundo lleno de bárbaros, dessos mismos bárbaros en suprema reverencia los sabios eran tenidos; porque mucho tiempo duró esta costumbre en Grecia, que quando passava un philósopho cabe un greciano se avía de levantar, y aviéndole de hablar no se podía assentar. En contrario desto, todos los que vinieren después reprehenderán a los que agora somos, en que aviendo oy como ay tan gran hueste de sabios, y viviendo no entre bárbaros, sino entre christianos, es lástima verlo y afrenta escrevirlo, ver en quán poco son tenidos; porque oy por nuestros pecados no los que saben más sciencia, sino los que tienen más hazienda, aquéllos mandan más en la república.

Yo no sé si los ha ya depravado la sabiduría, o que ya el mundo totalmente tiene perdido el gusto della, que apenas [315] ay oy sabio que limpiamente viva solo por ser sabio, sino que le es necessario aun para ganar de comer ser bullicioso. ¡O!, mundo, ¡o!, mundo, yo no sé cómo escapa de tus manos, ni cómo se defiende de tus peligros el hombre simple y ydiota, quando los hombres sabios y prudentes aun con toda su sabiduría apenas pueden tomar tierra segura; porque todo lo que saben todos los sabios desta vida, todo lo han menester para defenderse de tu malicia. Leyendo lo que leo de los tiempos passados, y viendo lo que veo en los tiempos presentes, en duda estoy quál fue mayor: o la solicitud que tuvieron los príncipes virtuosos en buscar sabios para sus consejos, o la mucha cobdicia que tuvieron otros en descubrir minas y mineros para sus thesoros. Hablando en este caso lo que siento, yo les juro a todos los que tienen cargo de govierno, no me da más sea príncipe, sea perlado, sea hombre privado, que algún día querrían tener cabe sí a un sabio que fuesse verdaderamente sabio, más que no todo el thesoro que tienen athesorado; porque al fin al fin del buen consejo siempre se recrece provecho y del mucho thesoro siempre se presume peligro.

Antiguamente quando morían los príncipes virtuosos, y dexavan a sus hijos por sucessores de sus reynos, y junto con esto por ser moços veýan que en las cosas del reyno no quedavan instructos, más solicitud ponían en darles ayos que les enseñassen buenas doctrinas que no en darles mayordomos que les aumentassen sus rentas; porque a la verdad la república, si se defiende con thesoros, no se govierna sino con buenos consejos. Muchos vicios suelen tener los príncipes que son moços, a los quales por una parte la mocedad los combida y por otra la honestidad ge los niega; y, en los tales, los tales vicios son muy peligrosos, en especial si no tienen sabios que para salir dellos les den buenos consejos; porque con la tierna edad no los saben refrenar y por la mucha libertad no se los osan castigar. Sin comparación, los príncipes tienen más necessidad de tener cabe sí sabios para aprovecharse de sus consejos que no ninguno de todos los otros sus súbditos; porque como están en el miradero de todos para mirar, tienen menos licencia que ninguno de su reyno para errar; ca si [316] miran a todos y tienen licencia de juzgar a todos, sin licencia ellos son de todos mirados y aun juzgados. Mucho deven parar mientes los príncipes de quién fían la governación de sus reynos, a quién encomiendan sus exércitos, con quién embían las embaxadas a tierras estrañas, de quién fían el coger y guardar de sus thesoros, pero mucho más deven mirar y examinar a los que eligen por sus privados y consejeros; porque qual fuere la compañía que el príncipe tuviere en su consejo y casa, tal será la fama que tendrá en la tierra estraña y en la república propria. Si contra su voluntad oyen y saben cada día los príncipes la vida de todos los que residen en su república, ¿por qué de su voluntad no examinarán y corrigirán a su casa? Sepan los príncipes, si no lo saben, que de la limpieza de sus criados, de la providencia de sus consejos, de la cordura de su persona y de la orden y concierto de su casa depende todo el bien de la república; porque es impossible estando en el árbol las raýzes secas veamos en las ramas verdes las hojas. [317]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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