La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo V
De la manera que ha de tener, y de las ceremonias que ha de hacer el Cortesano cuando al Rey ha de hablar.


Ya que el Cortés Cortesano se determinare de al Príncipe hablar, haga primero una muy profunda mesura y si el Rey estuviere asentado hinque una rodilla, y tome con la mano izquierda la gorra, la cual ha de tener, ni arrebujada en las manos, ni apretada en los pechos. Ora esté el Rey en pie, ora esté asentado, pónense para hablarle al lado izquierdo: porque estando nosotros a su mano izquierda, tenemos al Rey a la mano derecha. Plutarco dice que los Reyes de Persia en los convites que hacían, al que era más honrado poníanle a su lado izquierdo, diciendo que a los que él amaba de corazón, había de asentar al lado del corazón. Blondo dice, que entre los Romanos era tanta honra ponerse a la mano derecha, que cuando el Emperador entraba en el Senado, ninguno se asentaba al lado derecho. Dice más Blondo, que si un mozo cabe un viejo, o un siervo cabe un amo, o un hijo cabe su padre, o un padre cabe un patricio se asentaba a la mano derecha, no menos le castigaba la justicia, que si hubiera cometido alguna travesura. El que habla al Rey, débele hablar bajo, y no muy apresurado, porque si le habla alto, será de los que allí estuvieren oído, y si le habla apresurado, no será entendido. Es también de advertir, que las palabras que se le dijeren, sean primero muy examinadas, y de muchos días pensadas: porque los hombres cuerdos, mucho más piensan en lo que la lengua ha de decir, que no en lo que las manos han de hacer. Mucho va en no acertar a hablar, a no acertar a obrar: porque al fin la mano no puede más de errar, mas la [130] lengua se extiéndese a errar, y a infamar. Al tiempo de la plática mire bien y no ande jugando de mano en mano con la gorra, ni esté mirando al Rey a la cara, porque de lo uno notaránle de loco, y por lo otro de liviano. Trabajé también por no escupir, y mucho más por no toser: y si por necesidad fuere de lo uno, o de lo otro constreñido abaje, o buelu un poco la cabeza, porque no dé al Rey con el resuello en la cara. Plinio escribiendo a Tabato dice: que los Reyes de los Lidos, a ninguno consentían que les habíasen tan cerca, que les pudiese dar con el anhelito en la cara, y esto hacían ellos, por evitar los corruptos olores de los pulmones, y de los sobacos. Si hubiere de ir a negociar después de comer, guárdese de comer ajos, o beber el vino puro: porque si huele a vino, tenerle ha el Rey por borracho, y si huele a ajos por mal comedido. Guárdese también de hablar con la cabeza como con la lengua, ni tampoco debe jugar de dedo, ni dar de barba, ni guiñar de ojo: porque hablar con tan feos meneos, más pertenece a truhanes, y locos, que a Cortesanos polidos. En las pláticas que con el Rey tomare, guárdese no hable más de lo que a él le toca, y calle lo que a otro daba: puede decir en lo que él ha servido, mas no el mal que otro ha hecho, porque allí no es lugar de murmurar, sino de negociar. No cure tampoco de encarecer mucho la sangre de sus pasados, ni las hazañas de sus deudos: porque a los Príncipes más les persuade una palabra en que diga hice, que ciento que le digan hicieron. Fría demanda lleva, el que va al Rey a pedirle mercedes, no por lo que él ha hecho: sino por lo que otro ha servido. Las mujeres son las que han de pedir las vidas que sus maridos perdieron en la guerra, que el buen varón no ha de pedir, sino lo que hizo con la lanza. Guárdense también de mostrar al Rey desabrimiento, es a saber, encareciéndole mucho lo que ha servido, y que a él más que a los otros tiene olvidado, porque los Príncipes no sólo quieren que los sirvamos, mas aunque los suframos. Lo que por los Príncipes habemos pasado, y en lo que fielmente habemos servido, y si con nosotros han tenido descuido, súfrese mansa, y benígnamente decírselo mas no se sufre reñírselo. No cure el curioso Cortesano, de dar a su Príncipe muchas quejas, ni hace darle la voluntad con palabras sobradas: porque son los corazones humanos tan inclinados mal, que olvidan mil servicios que les hacen, mas no una injuria que les dicen. Preguntado Sócrates, qué era lo que sentía de los Príncipes de Grecia, respondió: Este [131] nombre de Dioses, y este nombre de Príncipes, ni difieren más entre sí, de ser los unos mortales, y los otros inmortales: pues la autoridad que tienen los Dioses en el cielo, tienen los Príncipes en la tierra, y dijo más. Yo siempre fui, y soy y seré, en que mi madre Grecia sea República, y no sea Reino: más ya que se determinare de querer Rey elegir, es mi parecer, que en todo, y por todo le hayan de obedecer, porque de otra manera, han de pensar que no se toman con los Príncipes, sino que competen con los Dioses. Suetonio Tranquillo dice, que como fuese avisado el Emperador Tito, que los Cónsules le querían matar, y el Imperio ocupar, respondió: Así como sin voluntad de los Dioses nunca pude el Imperio alcanzar, así sin su querer nadie me lo podrá quitar: por manera, que la jurisdicción imperial a nosotros pertenece tenerla, y a los Dioses defenderla. Esto habemos querido decir, para que nadie piense poderse de los Príncipes vengar, pues las palabras feas que les dijéremos, más será para despertar contra nosotros su ira, que no para tomar de ellos venganza. Guárdese también el curioso Cortesano en que si por caso se hablare ante el Rey alguna cosa, no sea osado con él, ni aun con otro porfiarla, porque este nombre de porfiado, no se compadece en hombre cuerdo. En el jugar, y en el porfiar ninguna cosa se aventura tan pequeña, a que no quiera cada uno salir con la suya. En la vida del Emperador Severo se cuenta, que el Cónsul Pulio motejó a su compañero el Cónsul Fabricio, que era enamorado: al cual respondió Fabricio: Yo confieso que es malo ser enamorado, mas muy peor es ser tú tan porfiado: porque los amores nacen de discreción, mas la porfía, cierto procede de necedad. Si por caso el Rey preguntare al Cortesano qué es lo que le parece sobre lo que porfía, si siente lo que el Rey siente, dígalo, mas si le parece lo contrario, cállelo. Cuando el Príncipe porfiare alguna cosa muy porfiada, la cual puede después redundar en daño de la República, no se la debe luego el buen Cortesano decir, sino que después en secreto le vaya de la verdad avisar: porque de otra manera, quedaría el Rey de lo que le dijeren corrido, y del yerro en que estaba no avisado. Sea pues la conclusión, que el Cortesano que es porfiado, nunca será del Príncipe privado, ni aun en la casa Real bien quisto: porque los Cortesanos que quieren en la Corte valer, y tener, tan necesario les es domeñar los corazones a callar, como los cuerpos a servir.

Hay en la Corte algunos tan descomedidos, y aun atrevidos, [132] que así se loan haber hablado al Rey con desabrimiento, como de haberle hecho algún gran servicio: a los cuales no debe tener nadie envidia de lo que le dijeren entonces, y mucho menos de lo que les sucedió después.

Es también de mirar, en que si estando el Príncipe retraído, se desmandare a burlar de manos, o a motejar de lengua, que el curioso Cortesano le regocije de verlo, mas no se desmande a hacerlo: porque al Príncipe es le honesto pasar tiempo, mas al Cortesano es le dañoso mostrarse liviano. Con sus iguales cada uno tiene licencia de burlar, mas con los Príncipes, no se extienda nadie más de a los servir: por manera, que el buen Cortesano debe aprovecharse de la prudencia en cosas de veras, y de la gravedad en cosas de burlas. Plutarco en su Apotemata dice, que Alcibíades famoso Capitán que fue de los Griegos, siendo como era de su natural alegre, y regocijado fue preguntado, por qué en los teatros donde jugaban, y en los convites donde comían, nunca se reía, respondió: Ayuno donde comen, recojo donde juegan, callo donde hablan, mesuro donde ríen, y me abstengo donde burla: porque nunca se conocen los hombres cuerdos, si no es entre los hombres livianos. Cuando oyere el Cortesano cosas de burlas, o se dijeren ante él cosas graciosas, guárdese bien de dar muy grandes risadas, y de hacer gestos, y dar palmadas, porque la sobrada risa, no es por cierto hija de la cordura. Hay algunos Cortesanos, que hablan tan fríos, y se ríen en seco, que querría hombre más ver a otros llorar, que a ellos reír. Las burlas para que aplacen, y no enojen, han de ser pocas, y entre pocas, y graciosas, y no pesadas: y por falta de algunas de estas condiciones sucede, que muchas veces de burlar vienen a reñir. Esparciano cuenta en la vida del Emperador Severo, que tenía en su casa un truhán muy gracioso, al cual como viese Severo, que estaba un día muy pensativo, preguntóle, que, qué pensaba, y el truhán le respondió: Estoy pensando lo que te tengo de decir para hacerte reír: y juro por tu vida señor mío Severo, que por ventura estudio yo más de noche en las burlas que otro día tengo de decir, que tus Senadores en lo que en el Senado han de votar, y dijo más: Hágote saber Severo, que para ser un hombre sabroso, y gracioso, ni del todo ha de ser cuerdo, ni del todo ha de ser loco, sino que si es loco ha de tener un poco de cuerdo, y si es cuerdo ha de tener una punta de loco. De este ejemplo se puede colegir, que también es menester gracia para bien hablar, como para bien cantar. Hay algunos [133] en la Corte, que van a comer a las mesas de los señores, los cuales siendo la misma desgracia, se quieren hacer graciosos allí a la mesa, y por si acaso reímos con ellos, no es por lo que dicen, sino de la desgracia con que lo dicen. En los banquetes, y convites, que hacen los Cortesanos en el Verano, a las veces es tal la compañía que se les apega, que si la conversación se les tornase vino, beberían frío, y si el vino se les tornase conversación beberían caliente.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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