La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo XLII
Del gran ejemplo que nos dejo Cristo en obedecer: y que en la virtud de la obediencia ninguno le igualó en esta vida.


Christus factus est pro nobis obediens, usquem ad mortem, mortem autem crucis: decía el apóstol escribiendo a la Iglesia de los Filipenses, en el segundo capítulo, y es como si dijera: La obediencia del hijo de Dios no sólo la conservó en cuanto vivió, mas aun hasta que murió: y la muerte no fue muerte ordinaria, sino muerte de cruz, que es muy infame y oprobiosa: a cuya causa le dio su padre el nombre que es sobre todos los nombres: es a saber, que a boca llena se llamase redentor de nuestras culpas, y remunerador de nuestras ánimas. No vaca de alto misterio, poner el apóstol el término hasta cuando Cristo obedeció, y no hacer mención de en qué tiempo la obediencia comenzó: y la razón de esto es: porque nosotros a lo más temprano comenzamos a obedecer cuando nacemos: mas el hijo de Dios antes que naciese, y aun antes que encarnase. Antes que encarnase obedeció al padre en venir al mundo, antes que naciese obedeció al emperador Augusto, luego que nació se sujetó a José su ayo, ya después que era grande pagaba a los arrendadores el tributo, y en fin de sus días le mandó Pilato crucificar en un palo: por manera, que en Cristo primero comenzó la obediencia que la vida.

San Anselmo sobre estas palabras dice: Dime yo te ruego, ¿quién a Cristo trajo al mundo sino la obediencia? ¿Quién le acompañó por el mundo sino la obediencia? ¿Quién le llevó a morir al palo sino la obediencia? Cuándo tú oh buen Jesús, dijiste orando al padre, que no se hiciese lo que tú querías, sino lo que él mandaba: ¿no nos diste a entender en esto, que querías antes perder la vida, que no poner mácula en tu obediencia? ¿Qué otra cosa nos quisiste enseñar en el árbol de la vera cruz, cuando inclinada la cabeza diste a tu padre el ánima: sino que así como por la obediencia tomaste carne humana, así por le obedecer perdiste tu vida? Dices tú oh buen señor, que no descendiste del cielo, sino a hacer lo que tu padre te manda que hagas por [LXXXIIIr] obediencia: ¿cómo osará nadie hacer su voluntad propia? En otra parte del Evangelio también te precias: que no comes cosa que tan bien te sepa, como es hacer lo que tu padre por obediencia te manda: ¿quién osará ir contra lo que él nos prohibe y veda? Mira pues, oh mi buen Jesús, mira que abnegar para siempre mi voluntad propia, y seguir los pasos de tu alta obediencia, cosa es por cierto que yo podré comenzar, mas sin su favor y gracia no la podré acabar: por eso te suplico y ruego, que me des lo que mandas, y después mándame lo que quisieres. Lo de suso es de Anselmo.

Prosiguiendo pues el intento del apóstol es de notar, que no dice haber sublimado el padre al hijo por la humildad, ni por la penitencia, ni por la abstinencia que en él resplandecía: sino por la obediencia de que se preciaba: de lo cual podemos colegir, que cotejadas unas virtudes con otras, debe ser la obediencia una de las que él más acepta: y aun de las que él mejor paga. Ayunado había Cristo cuarenta días, predicado había muchos sermones, resucitado había cuatro muertos, curado había algunos enfermos, y aun sanado había a muchos endemoniados: mas no le da su padre el nombre, y sobrenombre por todo esto que ha hecho, sino por sola la obediencia que le ha tenido. De este tan alto misterio podemos colegir, que de ninguna virtud hará el señor más caudal en la otra vida: que será de la caridad y obediencia que tuvimos en ésta. Oh tú que militas debajo del yugo de Cristo vive en obediencia, guarda la obediencia, y muere en la obediencia: porque para mí tengo creído, que es imposible poderse nadie perder, si de la obediencia no se osa apartar. También has aquí de ponderar, que no dice el apóstol que Cristo solamente obedeció, y que por eso sólo su padre le honró, y sublimó, antes dice que juntamente con el obedecer, quiso también en la cruz morir: en lo cual nos dio a entender, que cuando la obediencia no va con alguna caridad acompañada, no puede ser muy meritoria. Sola la obediencia de Cristo, fue mayor y mejor que la de todos los santos del cielo: porque ellos si aceptaron la muerte fue, porque eran obligados a morir: mas en el hijo de Dios más extraño era el morir, que no el vivir, y por eso fue su muerte tan meritoria: porque fue su obediencia tan caritativa. No pudo el apóstol más encumbrar la obediencia de Cristo, que decir y probar, que por cumplir la obediencia consintió ser crucificado: y cuando con esta muestra nos cotejáremos, o con esta medida nos midiéremos: hallaremos por verdad, que no guardamos obediencia, sino en aquello que nos inclina nuestra voluntad propia.

De tres cosas loa el apóstol al hijo de Dios: es a saber, de la obediencia pues dice que obedeció, y de la perseverancia pues dice que hasta la muerte, y de la caridad pues que dice que en la cruz: de manera, que caridad, y obediencia, y perseverancia fueron las virtudes con que Cristo se halló en la muerte: y las con que nosotros hemos de pasar la vida. No vaca tampoco de misterio, en que primero dijo el apóstol hablando de Cristo, et exinanivit formam servi accipies, que no que dijese, factus est obediens usquem ad mortem: es a saber, que primero se humilló, que no que obedeció: en lo cual se nos da a entender, que si queremos bien obedecer, hemos primero de aprender a nos humillar: porque de hombre soberbio nunca sale buen súbdito. San Agustín escribiendo a los monjes del [LXXXIIIv] yermo dice: Nadie diga que no puede hacer lo que su prelado le manda, sino que lo deja de hacer por sola soberbia: pues que presunción y soberbia, son los que echan a la obediencia de casa. Al fin al fin, de tenerme yo en mucho, vengo a desobedecer, y de tener a los otros en poco me vengo a ensoberbecer. En el primer libro de los reyes capítulo décimo se cuenta del rey Saúl, que como juntamente le viesen arar y reinar, decían burlando de él. Numiste poterit salvate nos de inimicis nostris? Y es como si dijera: Pues este Saúl es labrador como nosotros, y ara y cava como sus vecinos, vive Dios que no le hemos de obedecer, ni los pechos ni alcabalas le dar: porque no es justo que sirvamos con nuestros dineros, al que no podrá salvarnos de nuestros enemigos. También se escribe en el undécimo capítulo del libro de los números, que el sacerdote Aarón y María su hermana, burlando y murmurando de Moisés su hermano dijeron: Num per solum Moisen locutus est dominu? Como si más claro dijera: ¿Ha de pensar aquí Moisés de mandarnos, y sujetarnos: diciendo que habla en el señor, y no en nosotros? Vive Dios que no le hemos de obedecer, ni sus mandamientos cumplir: porque allende que se casó con una mujer negra etopiana, y que él es tartamudo, y que no puede hablar palabra: no le debemos sujección alguna, pues él y nosotros nacimos en una casa, y descendemos de una parentela. De estos y de otros muchos ejemplos se puede muy bien colegir, en cómo nadie puede subir a la perfección de la obediencia santa, si primero no destierra de sí la soberbia maldita: porque el corazón soberbio e indómito, no sólo no quiere a su mayor obedecer: mas aun ni una palabra de reprehensión le oír. Las señales del verdadero obediente son, que oye lo que le dicen, hace lo que le mandan, enmienda lo que le riñen, da lo que le piden, aprende lo que le enseñan, sufre lo que le castigan, y guarda lo que le encomiendan. San Agustín dice en un sermón ad Heremitas. Póneste en tan gran ventura en el obedecer o desobedecer, que si te vistes de saco y duermes en el suelo, y ayunas todo el día, y velas toda la noche, y andas siempre descalzo: ninguna cosa te puede todo ello aprovechar, si a tus mayores no quieres obedecer: porque más vale una obediencia sola que cuantos trabajos padeces en esta vida. No en vano dice el apóstol que el hijo de Dios fue obediente hasta la muerte: porque si él quisiera a su padre alzar la obediencia no procuraran los hebreos de quitarle la vida: mas el buen señor y gran redentor en más tuvo la obediencia, que no la vida: pues se dejó crucificar, antes que desobedecer.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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