La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Carta XVI
Embiada por Marco Emperador a Macrina, donzella romana, de la qual se enamoró viéndola a una ventana.


Marco, el muy deseoso, a ti, Macrina, la muy deseada.

No sé si en dicha de mi desdicha o en desdicha de mi dicha, pocos días ha te vi a una ventana, donde tenías tus braços tan cogidos como yo mis ojos despegados. Malditos para siempre sean, porque, en mirando ellos tu rostro, luego de ti quedó mi coraçón captivo. El principio de tu conosçimiento fue fin de mi razón y sentido. De huir de un trabajo vienen a los hombres infinitos trabajos. Dígolo porque, si yo no estuviera oçioso, no saliera de casa; y no saliendo de casa, no passara por tu calle; y no passando por tu calle, no mirara a tu ventana; y no mirando tu ventana, no deseara tu persona; y no molestando tu persona, no pornía en tanto peligro tu fama, ni yo arriscara la vida, ni daríamos qué dezir a toda Roma.

Por çierto, señora Macrina, en este caso a mí condemno, pues te quise mirar, y a ti no salvo, pues quesiste ser mirada. Pues te pusiste por blanco, no es mucho assestase yo con las saetas de mis ojos a tu terrero. Alcoholar los ojos, çerçenar las pestañas, entresacar las çejas, enterneçer el rostro, encarnar los dientes, colorar los labrios, descrinar los cabellos, entornijar las manos, estirar la garganta y vestirse mill maneras de ropas, traer las bolsas llenas de olores, las muñecas y orejas llenas de bugerías; pregunto: una muger con todas estas cosas, ¿qué es su fin ponerse a las ventanas? Por agora, hasta que más piense en ello digo que, pues nos mostráis vuestros [316] cuerpos públicos en público, devéis querer conoscamos vuestros deseos secretos en secreto, y si assí es, como affirmo que assí es, parésçeme, señora Macrina, deves querer a quien te quiere, amparar a quien te busca, responder a quien te llama, y sentir a quien te siente, y entender a quien te entiende, pues me entiendes que te entiendo y te entiendo que me entiendes.

Acuérdome que, yendo a la vía Salaria ver iustiçiar unos ladrones, a unas ventanas te vieron mis ojos, de la qual quedaron ahorcados todos mis deseos. Más iustiçia heziste tú de mí que no yo hize de aquellos, porque, siendo yo iustiçia, iustiçiaste a la iustiçia sin osarte ninguno dar pena. No fue tan cruda la horca con aquellos que iamás supieron sino malhazer como tú comigo, que no pienso sino en qué te puedo servir. Ellos padesçieron una muerte y tú házesme padesçer mill. Ellos en un día y una hora acabaron su vida, y yo cada momento trago la muerte. Ellos padesçieron culpados, mas yo padezco innoçente. Ellos en público, yo en secreto. ¿Qué más quieres que te diga? Por çierto, ellos lloravan con los ojos lágrimas porque murían y yo lloro con el coraçón gotas de sangre porque bivo. Ésta era la differençia, que ellos tenían derramados los tormentos por todo el cuerpo y yo los tengo iunctos en el coraçón. ¡O!, cruel Macrina, no sé qué iustiçia es ésta, que maten a los hombres que hurtan dineros y dissimulen con las damas que roban coraçones. Pues cortan las vidas a los que cortan las bolsas, ¿por qué perdonan a las damas que desentrañan nuestras entrañas? Por tu nobleza te ruego, y por la diosa Venus te coniuro, o respondas a mi deseo o me restituyas el coraçón que me tienes robado.

Bien quisiera que quisieras, señora Macrina, conosçieras antes la fee muy limpia de mi coraçón que no la carta borrada de mis pulgares. Si mi dicha en esto fuera tan grande, y tu amor tan comedido, esperara yo con la vista ganar lo que sospecho por la carta perder. La razón de esto es porque oyrás mis malas razones leyendo la carta, y si me vieses, verías mis crudas lágrimas que te offresçe mi mala vida, ¡O!, si los rabiosos males los supiese assí pregonar la boca como lo sabe sentir el coraçón, yo te iuro, señora, que el grave dolor mío [317] despertase al mucho descuido tuyo; y como tu hermosura y mi affiçión me hizieron tuyo proprio, tu conosçimiento y mi passión te harían mía sola. Querría yo que mirases los prinçipios y por ellos guiases los fines. Por çierto, en aquel día que desde el omenaje de tus ventanas agarrochaste mis deseos, no tuve menos flaqueza para vençerme que tú fuerça para forçarme, y más fue el poder tuyo para quitarme de mí que no mi razón para quitarme de ti.

Agora, señora Macrina, no te pido mercedes, sino que nos declaremos nuestras voluntades; pero en este caso ¿qué quieres te diga que espero que me dirás, sino que tuviste tanto poder en mí y yo tan poco en mi libertad, que, no queriendo, mi coraçón no puede ser sino tuyo, y el tuyo, podiendo y queriendo, no quieres declararle por mío? Y pues ya no puede ser que no sea estar condemnada mi vida al fisco de tu serviçio, sey tan çierta de mi fee como yo soy dubdoso de tu esperança, que por mayor bien avré por ti perderme que por ninguno ganarme.

No te quiero por agora más dezir, sino que de mi perdiçión tú hagas cuenta, de mi muerte saques vida, de mis lágrimas pregones gozo, y porque yo en tu fee terné mi fee y en tu esperança nunca desesperaré, aý te embío unas diez sortijas de oro con diez piedras de Alexandría, y por los dioses immortales te coniuro que, quando las pusieres en los dedos, a mí pongas en tus entrañas. Marco, el muy amoroso, te escrive de su propria mano. [318]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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