La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Carta IX
Embiada por Marco Emperador a un su muy querido amigo, por nombre Antígono, desterrado de Roma a la isla de Siçilia, consolándole en un triste caso que le acaesçió.


Marco, pretor romano, edil çensorino, collega en el Imperio, a ti, Antígono, el desterrado, embía salud de su parte y buena esperança del Senado.

Estando en Campania me contaron tu triste caso, y agora en el templo de Iúpiter me dieron tu lastimosa carta. Siento tanto tu sentimiento, y lastímanme tanto tus lástimas, que assí como tú estás apartado de tus vezinos, assí estoy yo desterrado de mis sentidos. Lloro agora por ti lo que tú en mis trabajos lloraste por mí, y siento por ti lo que sentiste por mí, porque a los amigos afflictos devemos dar remedio a sus personas y consolaçión o compassión a sus coraçones. A ley de bueno te iuro, mi Antígono, que en este caso ni he sido ingrato de lo antiguo, ni crudo en sentir lo presente.

Como leý los ringlones de tu carta, ni pude tener las manos que no temblasen, ni la cara que no se demudase, ni el coraçón que no sospirase, ni los ojos que no llorasen, por ver que es muy poco lo que me embías a pedir, y yo soy muy menos por no te lo poder embiar. El mayor infortunio de los infortunios es quando el hombre puede poco y quiere mucho, y la mayor fortuna entre todas las fortunas el hombre que quiere poco y puede mucho. En esto veré si nuestra amistad has dado en olvido: en que aventures tú de mí una vez lo que yo confié de ti muchas vezes. Bien sabes que las mocedades de mi moçedad todas las descargava de mi coraçón y las cargava [259] en tu paresçer y juizio. Pues iusta cosa es que tus trabajosos trabajos los descargues de tu voluntad y los cargues a mi coraçón. Y de esta manera verás y verán, oyrás y oyrán que no son tan cortas mis manos para tu remedio, quanto son largas mis lágrimas en llorar tu daño.

Pues viniendo al caso tuyo desastrado, házesme saber cómo los dioses te llevaron una hija, y el monstruo o terremoto te derrocó tu casa, y el Senado dio contra ti una sentencia en que te tomó la hazienda y desterró la persona. Assí los dioses sean comigo mansos como han sido contigo crueles: pienso es tan grande el espanto que mi spíritu ha conçebido acá, como la pérdida que tú y tu muger avéis sentido allá. Y si no sabes de qué, oye, que yo te lo diré. No me espanto yo del monstruo que espantó a las gentes, ni del terremoto que derrocó las casas, ni del fuego que quemó los cossarios, ni de los dioses que permitten tales cosas; mas espántome que aya tantas maldades en ti y en tus vezinos por las quales iustamente mereçiésedes tan horrendos y tan crudos castigos.

Créeme una cosa, Antígono, y no dubdes: que si los hombres biviesen como hombres en que no se desmandasen de la regla de sus costumbres naturales, siempre los dioses harían como dioses en no salir de madre para darnos crudos castigos por mano de monstruosos animales. Por çierto iusto y iustíssimo es a los brutos los castiguen con otros brutos, y a los monstruosos con otros monstruos, y a los que offenden con estrañas culpas los lastimen con estrañas penas. Diréte una cosa que te paresçerá nueva, y es que más offenden los malos en la infamia que ponen en los dioses por la pena que les dan, que no por las maldades que contra ellos cometen. Como los dioses naturalmente sean piadosos y de esto tengan fama, si nosotros fuésemos siempre buenos, ellos siempre serían piadosos; mas como siempre somos malos y nuestras enormes obras merezcan enormes castigos, los simples llaman a los dioses crueles desque veen sus castigos públicos y no veen nuestras maldades secretas. Pues razón tienen los dioses de quexarse, porque nosotros con nuestras culpas los infamamos y los otros por nosotros de crueles son infamados. Infallible regla es que nunca los dioses piadosos se estreman [260] en estremados castigos si primero los hombres viçiosos no se estreman en estremados vicios.

En el tiempo que Camillo estava desterrado en Capua y los gallos posseýan a Roma, Lucio Claro, cónsul, fue embiado por el Senado al oráculo de Apollo a pedir consejo, qué haría el Pueblo romano para librarse de tan gran peligro, y estuvo allí el cónsul quarenta días dentro del templo puesto de rodillas delante Apollo, offreçiendo sacrifiçios muy estraños y derramando lágrimas suyas proprias, y jamás pudo aver respuesta, y assí no con poca afrenta se tornó a Roma. Entonçes acordó el Sacro Senado que fuesen de cada templo dos flámines, los quales como estuviesen postrados en tierra, díxoles Apollo:

Assí como un prinçipio corresponde a otro prinçipio y un medio a otro medio, no hos maravillés si con los estremados en el pedir yo me muestre estremado en el responder. Vosotros, los romanos, después que hos faltan los hombres venís en busca de los dioses, y por esta occasión ni nosotros hos queremos dar los buenos consejos quando los avéis menester, ni permittimos los hombres hos favorezcan quando los is a buscar. Mirad, amigos, no por los sacrifiçios que agora me avéis offreçido, sino por la amistad que con vuestros padres tuve en el tiempo passado, hos quiero descobrir un secreto, y es éste: que diréis de mi parte a los romanos de Roma siete cosas.

La primera es: nunca hombre dexó a los dioses por otro hombre, que los dioses y el hombre en la mayor neçessidad no se desamparasen a ese hombre mísero. La segunda es que más les valdrá tener de su parte a uno de los dioses immortales que están en el çielo que a todos los hombres mortales que están en el mundo. La terçera es: se guarden mucho enojar a los dioses porque más les dañará la yra de un dios que la enemistad de todos los hombres. La quarta es que nunca los dioses olvidan una vez al hombre sin que primero los dioses sean olvidados diez mill vezes de los hombres. La quinta es: nunca los dioses permitten uno sea perseguido de un malo sin que él primero aya perseguido [261] algún bueno, y por eso agora vosotros sois acoçeados de los Gallos estrangeros, porque perseguistes y desterrastes a Camillo vuestro natural. La sexta es que, si los hombres quieren tener propiçios y favorables a sus dioses para la guerra, sírvanlos primero en tiempo de la paz. La séptima es que nunca los dioses piadosos embían para algún reyno algún estremado castigo, sino por muy estremadas maldades cometidas en ese reyno.

Y diréis más al Senado. Yo no quise a Lucio Claro responder porque a tan mal hombre como es él, al su dios Apollo por embaxador no le avían de embiar. Tomad los romanos de mí este consejo, y si mal hos halláredes, no toméis de mi otro. A embaxadas estrañas embiad los más eloqüentes; en el vuestro famoso Senado poned los hombres más sabios; vuestros exérçitos cometed a los capitanes más esforçados; y a vuestros dioses embiad siempre los hombres más innoçentes. Nunca los dioses iustos amansarán su yra contra los hombres iniustos, si aquellos que se lo ruegan no son muy innocentes, porque vaso suzio no se lava sino con agua limpia, y de manos suzias mal saldrá vasija limpia. Son los dioses tan iustos, que aun las cosas iustas no quieren darlas sino por mano de hombres iustos. Finalmente digo que, si queréis echar a los gallos enemigos de vuestras tierras, echad primero las passiones de vuestros coraçones. Tened por verdad que jamás los dioses echaremos a los enemigos vuestros de Italia, hasta que Camillo con todos los innoçentes desterrados sean tornados a Roma. Por cierto las guerras crudas que permitten los piadosos dioses en los tiempos presentes no son sino un açote o castigo de las culpas passadas para lo que los malos hizieron a los innoçentes en muchos días, después por mano de otros los paguen en un día.

Esta respuesta dio Apollo a los flámines que fueron a él desde Roma, las quales cosas todas pusieron tanto espanto en el Senado como allá en Tinacria puso a vosotros el monstruo. Acuérdome que en el libro De las respuestas de los dioses, entre los Annales del Capitolio las hallé, el qual libro el primero día [262] de cada mes se avía de leer por un senador delante todos los senadores en el Senado. Pues ¿qué te paresçe, amigo, cómo habló el dios Apollo? Y si no quieres creer a mí, que soy tu amigo, cree a Apollo, que es tu dios. ¡O, Antígono!, mira, mira quán desplomados están los juizios de los hombres vanos de los juizios de los dioses, que son muy occultos, y donde hablan ellos todos avían de callar, porque más vale un consejo de los dioses dado de burla que todos los consejos de los hombres dados de veras.

¿Y de dónde piensas que viene esto? Oye, que yo te lo diré. Son los dioses tan buenos en toda bondad y tan sabios en toda sabiduría, y nosotros somos tan malos en toda maldad y tan simples en toda simpleza, que ellos, aun queriendo errar, açiertan porque son dioses, y nosotros, queriendo açertar, erramos porque somos hombres.

En esto veo quán indómito animal es el hombre, y quán enteros en sus voluntades son todos los mortales, que quieren más perderse siguiendo su paresçer proprio que no ganarse por consejo ageno. Y lo peor de todo, que para el mal tienen tal brío, que no ay freno que los enfrene, y para el bien son tan covardes, que no ay açote que los mueva adelante. Quéxaste de los dioses piadosos, quéxaste del Senado Sacro, quéxaste de la fortuna rixosa: tres cosas son que qualquiera dellas de una pedrada te quitaría la vida y te enterraría la fama. Quánto más, aviéndote cada uno tirado por sí, y apedreándote agora todos iunctos. Grandes competidores has tomado, yo no sé qué tal será tu esfuerço.

Quiérote contar algunas fuerças y esfuerços que tuvieron los varones antiguos, y por ellas veremos las que tenéis los de estos siglos. El compañero de Sçipión Nasica se tomó con una serpiente en las montañas de Egypto, la qual, después de muerta y desollada, su cuero fue medido en el campo Marçio y tenía çiento y veynte pies en largo. Hércoles el Thebano provó sus fuerças con la Hidra y, cortándole una cabeça, salían siete cabeças. Milón el gigante, por exerçitar sus fuerças tenía por costumbre cada día alcançar un toro por sus pies, el qual tomado, echávale a cuestas, y salido a la plaça hazía grandes apuestas de correr tanto con el toro como otro [263] mançebo desnudo. Y lo que era más de maravillar, que de una puñada matava al toro, y el mesmo día se le comía todo.

En el monte Olympo Çerastes, gigante de naçión griego, luchó con más de çinqüenta mill hombres, y jamás ninguno le pudo derrocar; y si Homero no nos engaña, de este gigante tan nombrado y de este hecho tan famoso quedó de quatro en quatro años ir de todas las naçiones del mundo a luchar al monte Olympo, y de aquí desçendió el cuento de contar por olympiadas.

En el segundo Bello Púnico, entre los captivos de la triste Carthago, truxo Scipión uno que era mauritano, varón assaz estremado en fuerças y feroz en el aspecto; y, çelebrándose unos espectáculos en Roma muy famosos, en que se corrían innumerables animales, aquel captivo saltó en el cosso y mató dos ossos y luchó con un león por gran espaçio. Finalmente, aunque quedó lastimado de sus uñas, al león ahogó con sus manos. Fue cosa por çierto monstruosa de ver, y paresçe agora increíble para contar.

En el año quatroçientos y veinte de la fundaçión de Roma, Curio el desdentado, assaz capitán famoso, viniendo de Tarento contra Pyrrho (Rey de los epirotas, éste fue el primero que truxo quatro elephantes a Roma el día de su triumpho), y como hiziesen un theatro donde cabían treinta mill hombres para ver correr los elephantes, al mejor tiempo quebró el tablado y mató más de çinco mill romanos. Acontesçió que entre ellos estava un numantino, el qual sustentó sobre sus hombros un tablado con más de trezientos hombres hasta que a él y a ellos fueron socorridos.

Cayo César, siendo mançebo y andando huyendo de los sillanos (porque era mariano), estando entre los rhodos ganava de comer haziendo desafíos de correr cavallos atadas las manos atrás. Era cosa monstruosa de ver, según cuentan los Annales, que assí hazía parar el cavallo apretando las rodillas, como tirando al cavallo de las riendas.

En el año quinto déçimo que el capitán de los penos entró en Italia, nuestros antiguos padres embiaron al reyno de Phrygia por la diosa Berecinta, madre de todos los dioses, la qual, como llegase al puerto de Hostia la nao en que venía, [264] encalló en un sable, y por espacio de quatro días treinta mill hombres que venían en la armada no la pudieron mover. Acaso vino una virgen de las vestales, Rea, y con su çinta ató la nao, y tan fácilmente la sacó a tierra como se saca el lino del çerro para hilar a la rueca.

Y porque creamos lo que oýmos en tiempos passados por lo que vimos en tiempos presentes, acuérdome que, viniendo de Dacia, Hadriano, mi señor, çelebró en Roma unos espectáculos en que avía más de dos mill fieros animales, y la cosa más notable que vimos fue un cavallerizo suyo natural de las riberas del Danubio que entrava ençima de un cavallo tan denodado en el cosso y hazía tanto estrago en los animales, que assí huýan dél los pardos, leones, ossos, onças, elephantes, renoçerontes como nosotros huimos dellos, y más mató el solo dellos que ellos solos mataron de los hombres.

Estas cosas tan espantables te he contado porque todos no me tienen tan espantado como tú solo en verte hazer armas y competir con los dioses con el Senado y con la fortuna. Tres gigantes son en todo esfuerço esforçados y en toda dicha dichosos, y tales que mandan a los que mandan a todos. Los dioses por su natural poderío ençierran las furias y rigen las estrellas. El Senado con su iustiçia vençe los reynos y reprime los tyrannos. La fortuna con su tyrannía toma a los que la dexan y dexa a los que la toman; honra a los que la desonran y castiga a los que sirven; a todos engaña y a ninguno desengaña, promete mucho, no cumple nada; su cantar es llorar y su llorar es cantar; a los muertos entre gusanos y a los bivos con infortunios; a los presentes acoçeando y a los absentes amenazando; todos los cuerdos se le rinden sino tú, loco, que le hazes rostro.

De una cosa estoy muy espantado de ti: quexarte del Senado no me maravillo, porque al fin son hombres y pueden errar como hombres; aunque de verdad en las cosas de tu iustiçia avían de ser más que hombres. Quexarte de la fortuna no me maravillo tampoco, porque al fin la fortuna es fortuna, y entre los mortales desde todos los siglos es muy antigua querella, y quanto formamos mayores quexas, tanto ella nos hiere con mayores heridas. Escandalízome yo que, [265] siendo tú uno de los romanos, te quexes de los dioses como si fueses uno de los bárbaros. No tenemos tanta fama los romanos entre todas las naçiones por los muchos reynos que hemos vençido como por los grandes templos, serviçios y sacrifiçios que a nuestros dioses avemos hecho.

Quéxaste que los dioses te derribaron la casa con el terremoto y te mataron la hija compañera de tu destierro, y todo en un día. ¿Y no traes a la memoria las offensas que tú contra ellos cometiste en muchos años? ¡O, mi Antígono!, oye, oye, ¿y tú no sabes que de nuestros pleitos malos salen sus sentençias buenas? ¿Y tú no sabes que nuestras enormes obras no son sino un despertador de su muy recta iustiçia? ¿Y tú no sabes que sus fieros castigos no son sino una presa que represa las grandes avenidas de nuestros iuveniles deseos? ¿Y tú no sabes que no es nada lo que los dioses castigan en público con lo que dissimulan secreto? ¿Y tú no sabes que al fin los dioses son dioses y los mortales son mortales, y que más bien nos hazen ellos en un día que nosotros a ellos serviçios en çien mill años? ¿Y tú no sabes que el menor mal de mano de los dioses piadosos es más bien que todo el bien que nos puede venir de mano de los hombres crueles? ¿Pues de qué te quexas?

Mucho te ruego que calles, y pues estás entre estrangeros, suffre, y siquiera por la honra no deshonres a los dioses de los romanos. Porque los hombres iniustos su mayor iniustiçia es hablar mal de los hombres iustos, ¡quánto más de los dioses iustíssimos! Por çierto, como dize Çiçerón, la mayor falta en un bueno es approbar lo malo por bueno, y la mayor maldad en un malo es condemnar lo bueno por malo. ¿Y tú no sabes quánto son iustos los dioses? Por çierto ni tuerçen por ruegos, ni affloxan por amenazas, ni se engañan con palabras, ni se corrompen con dones. Grande devía ser tu offensa, pues la tierra por los dioses tomó la vengança, y la hija innoçente pagó la culpa del padre pecador.

¡O, Antígono!, ¿y tú no sabes que los dioses en todas las cosas pueden obrar según su paresçer y querer sino en la iustiçia, que como son dioses de todos la han de igualar con todos? ¿Y tú no sabes que si su bondad los obliga a pagarnos [266] por lo bueno, no menos su iustiçia les costriñe a castigarnos por lo malo? ¿Y tú no sabes que es uso muy usado y iustiçia muy iustíssima el que de su voluntad se fue a la culpa contra su voluntad le traigan a la pena? Esto digo: que o tu hija dexó de hazer algún bien público o hizo algún mal secreto, pues a la moça la vida y al padre la hija quitaron por castigo de unos y exemplo de otros.

En el fin de la carta me paresçe te quexas ser mayor la pena que te dieron los hombres que no las offensas que heziste a ellos y a los dioses. Si esto es assí, mi Antígono, no pesar, sino plazer; no tristeza, sino alegría avías de tener. Y por los dioses immortales te iuro yo trocase mi libertad por tu captiverio, y la estada de Roma por el destierro de Tinacria. Yo te diré por qué. Aquél es honrado entre los honrados al que la fortuna abate no teniendo culpas, y aquél es infame entre los infames al que la fortuna ensalça no teniendo méritos, porque la infamia no está en la afrenta que nos hazen los hombres, sino en la culpa que cometimos a los dioses. Y por semejante la honra honrosa no está en las dignidades que tenemos, sino en las buenas obras con que las meresçimos. Y de aquí viene ser muy verdaderas las palabras que traýa escriptas el onzeno Emperador de nuestra Roma al derredor de un anillo en que dezían assí: «Más honrado es el que meresçe la honra y no la tiene, que el que la tiene y no la meresçe.» Palabras fueron muy notadas y como de alto varón dichas.

Pues tornando al propósito, si te quexases de los agravios que hazen hombres a hombres y dexases a los dioses, no me maravillaría. Porque assí como los dioses jamás hazen cosa iniusta, assí los hombres apenas hazen cosa iusta. Nota esto que te quiero dezir, y nunca lo deves olvidar. En el Senado dan la pena pública y pregonan la culpa, de manera que con la pena nos lastiman y con la culpa nos infaman. Los dioses más piadosos son, que, aunque nos dan la pena, dissimulan callando la culpa. ¡O, mi Antígono!, si los dioses sacasen a las plaças las torpedades y vilezas que cometemos por los ascondrijos y callejas, créeme y no dubdes que a muchos dan la vida los dioses que se la quitarían los hombres. Y en esto parésçeme, [267] si a ti te paresçiese, y querríalo, si tú quisieses, que pues los dioses te suffrieron los males que heziste secretos, tú les suffras los castigos que te han dado públicos. Porque de otra manera, pensando sacudir la pena, quedarás cargado de infamia.

Hete escripto tan largo porque tengas en qué passar tiempo. Por çierto, el mayor alivio para aliviar los trabajosos trabajos es exerçitar el vagabundo coraçón en algunos buenos exerçiçios. No te quiero más escrevir por agora, sino que a lo que toca en tu destierro: créeme te seré buen amigo en el Senado. Aý te embío a Panuçio, mi secretario. Darás tanto crédito a sus palabras como a estas mis letras. Llévate unas ropas que vistas, y unas gajas que gastes, y sobre todo mi coraçón y voluntad con que te consueles. Salud, paz y buena vejez sea contigo, Antígono, y la ira de los dioses y la rixosa fortuna se aparte de mí, Marco. Mi casa, muger y hijos te saludan como cosa tuya: a toda tu familia nos saludarás como a cosa nuestra. Aunque la meitad de la carta no va de mi mano, consuélate que mi coraçón es todo tuyo. Ya sabes que en la guerra de Daçia fui en la mano gravemente herido, y en tiempos húmidos estomésçeseme un dedo. Sea lo que fuere, acabo no acabando de ser siempre tuyo. [268]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Carta 8 / Carta 10 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org