La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Capítulo XLV
De lo que dixo Marco Aurelio Emperador a su hijo en la hora de la muerte. Habla quán trabajoso es ser emperador, y noten los prínçipes esta plática.


A tus ayos y mis governadores he dicho cómo te han de aconsejar a ti, hijo. Quiero agora dezir cómo tú por ellos pocos y todos por ti uno hos avéis de regir. Y no es de tener en poco, porque la cosa más fáçil en el mundo es dar consejo a otro y la más ardua es tomarle para sí. No ay hombre, por simple que sea, que no dé un consejo, aunque no sea menester; y no ay sabio, por muy sabio que sea, que no rehúse el consejo, aunque tenga dél neçessidad. Una cosa veo: que todos tienen consejo para todos y al fin al fin ninguno le tiene para sí.

Bien pienso, hijo, que, según son mis hados tristes y malas tus costumbres, no ha de aprovechar. Lo que no heziste con el temor y presençia de mi vida, menos espero que lo harás de que pongas en olvido mi muerte. Esto más lo hago por complir con mi deseo y satisfazer a la república que no porque espero de tu vida emienda. No ay peor quexa que la que el hombre tiene de sí mesmo. Si tú, hijo, fueres malo, quéxese Roma de los dioses que te dieron tan malas inclinaçiones; quéxese Faustina, tu madre, que te crió en tantos regalos; quéxate de ti mesmo, que no te sabes hazer fuerça en los viçios; y no se quexen de este viejo, tu padre, que no te ha dado buenos consejos. Yo soy çierto que no es tan grande tu dolor de ver que se acaba la noche de mi vida como es el plazer de ver que se viene el día en que has de ser Emperador de Roma; y no me maravillo, porque donde sensualidad reyna, la razón se da por despidida. [189]

Muchas cosas son amadas porque en lo çierto no son cognosçidas. ¡O!, quántas cosas ay, las quales si de verdad fuesen cognoscidas, muy de verdad serían desechadas; pero somos en todas las cosas tan dubios, y andamos en nuestras obras tan desatinados, que unas vezes nuestros juizios se despuntan y saltan de agudos, y otras vezes no cortan nada de botos. Quiero dezir que para el mal somos tan bivos, que perdemos por carta de más; y en lo bueno somos tan simples, que perdemos por carta de menos. Y al fin todo es perder.

Quiérote, hijo, avisar por palabra lo que en sesenta y dos años he cognosçido por larga experiençia, y pues eres hijo mío y moço, razón es creas a este que es tu padre y viejo. Los príncipes, como estamos en el miradero de todos, nosotros a todos y todos a nosotros nos miramos. Oy heredas el Imperio del mundo y la corte romana. Bien sé yo que ay hartos en las cortes de los prínçipes que no saben qué cosa es valerse y tenerse entre tantos engaños como se tractan en las casas de los prínçipes. Hágote saber que en la corte ay parçialidades antiguas, dissensiones presentes, juizios temerarios y testimonios evidentes, entrañas de bívoras y lenguas de escorpiones, malsines muchos, pacíficos pocos, adonde todos toman voz de república y cada uno busca la utilidad propria, todos publican buenos deseos y todos se occupan en obras malas; y finalmente todos biven en extremo, que unos por avariçia arañando pierden la fama y otros como pródigos despeñan y pierden su hazienda.

¿Qué más quieres que te diga? En la corte cada día mudan señores, renuevan leyes, despiertan passiones, levantan ruidos, abaten a los nobles, ensalçan a los indignos, destierran los innocentes, honran los robadores, aman los lisongeros, menospreçian los virtuosos, abraçan los deleites, acoçean las virtudes, lloran por los malos, ríense de los buenos y finalmente tienen por madre a la liviandad y por madrastra a la virtud. Pues más te diré, hijo: la corte que oy heredas no es sino una tienda de buhuneros y un mesón de vagabundos, donde unos venden almazén y otros compran mentiras, adonde unos el crédito, otros la fama, otros la hazienda y otros la vida, y todos iunctos el tiempo pierden. Y lo peor de [190] todo, que andan todos tan abobados, que entonces sienten la herida quando en el coraçón está ya presa la yerva. Roma tiene muy altos los muros y muy abatidas las virtudes. Iáctase Roma que es muy grande el número de sus vezinos; pues llore Roma que son más sin cuento sus viçios. En un mes podrá contar un hombre todas las piedras de sus superbos edifiçios, y en mill años no podrá comprehender las maldades de sus costumbres. Por los dioses immortales iuro que en tres años solos reparé de ti, Roma, todo lo caýdo, y en treinta años no he podido a bien bivir reformar un barrio.

Créeme, hijo, que las grandes çiudades de buenos moradores y no de grandes edifiçios se han de iactar. Nuestros passados triumphavan de los estraños como de menos fuertes en armas, y agora los estraños pueden triumphar de nosotros como de hombres más vençidos de viçios. Por las proezas de los passados son oy honrados los presentes, y por la poquedad de los presentes serán infamados los advenideros. Por çierto es gran vergüença de lo dezir, y no menor infamia de hazerlo, que las hazañas y sudores de los antiguos ayan tornado en locuras y presumpçiones los presentes.

Mira, hijo, bien sobre ti, y el brío de la moçedad y la libertad del Imperio no te hagan desmandar a cometer algún viçio. No se llama libre el que nasçe en libertad, sino el que muere en ella. ¡O, quántos nasçieron esclavos y morieron libres por ser buenos, y quántos morieron esclavos y nascieron libres por ser malos! Allí está la libertad donde permanesçe la nobleza. Más osadía y libertad te darán las proezas de tu persona que la autoridad del Imperio. Ésta es regla general: que todo hombre virtuoso de neçessidad es osado y libre, y todo hombre viçioso de necessidad es tímido y covarde. Osadamente castiga el que de aquel viçio no es notado, y tibiamente castiga el que por aquello meresçía ser castigado.

Tengan una cosa por çierta los prínçipes: que el amor del pueblo y la libertad de su offiçio no la han de ganar o sustentar con armas derramadas por la tierra, sino con muchas virtudes iunctas en su persona. Por çierto más naçiones subiectó Octavio por la fama de sus virtudes, que no Cayo, su tío, con el estrépito de muchas gentes. A un prínçipe virtuoso [191] todo el mundo se le rinde, y a un prínçipe vicioso paresçe que la tierra se le levanta. La virtud es alcáçar que nunca se toma, río que no se vadea, mar que no se navega, huego que nunca se amata, thesoro que nunca se acaba, exército que nunca se vençe, carga que nunca se cansa, espía que siempre torna, atalaya que no se engaña, camino que no se siente, socroçio que presto sana y fama que nunca peresçe. ¡O!, hijo, si supieses qué cosa es ser bueno, y quán bueno serías. Siendo virtuoso, a los dioses harás serviçio, a ti darás buena fama, en los tuyos pornás plazer, en los estraños engendrarás amor, y finalmente todo el mundo te terná amor y temor.

Acuérdome que en los Annales de la guerra tharentina hallé que el muy famoso Pyrrho, rey de los epirotas, traýa en un anillo estas palabras, que dezían: «Al virtuoso poca paga le es ser señor de toda la tierra, y al viçioso poco castigo le es quitarle la vida.» Por çierto fue sentençia digna de tal varón. ¿Qué cosa tan diffícil puede ser por un virtuoso començada que no espere aver en ella buena salida? Miento si no vi en diversas partes de mi Imperio muchos hombres muy obscuros por la fama, muy baxos por la hazienda, muy ignotos por la sangre, y emprender tan grandes cosas, que me paresçía a mí temeridad començarlas y después solo con las alas de la virtud dar famoso fin a ellas. Por los dioses immortales te iuro, y assí Iúpiter me lleve a su casa y a ti, hijo, confirme en la mía, si no vi a un hortolano y a un ollero en Roma que sólo con ser virtuosos fueron causa de echar del Senado a diez senadores viçiosos, y la primera occasión fue que al uno unas ollas y al otro unas moras no quisieron pagar. Dígolo, hijo, porque el viçio al osado desmaya y la virtud al desmayado esfuerça. De dos cosas me he guardado en mi vida, y son no pleitear contra clara iustiçia y no me tomar con persona virtuosa, porque con la virtud se sustentan los dioses y con la iustiçia se goviernan las gentes. [192]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Capítulo 44 / Capítulo 46 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org