La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Capítulo XXIII
Cómo Marco Emperador llamó un día a todos los offiçiales de su corte, y de una plática que les hizo contra la oçiosidad.


La mayor señal del hombre virtuoso es en obras virtuosas virtuosamente expender el tiempo, y la mayor señal del hombre perdido es en obras perdidas perdérsele el tiempo. El mayor hado de todos los hados y el mayor deseo de todos los deseos es vivir los hombres largos tiempos, porque los varios casos que acontesçen en breve espaçio se suffren y remedian en largo tiempo.

Dezía el divino Platón que el hombre que sin utilidad ha passado los días de la vida, como a indigno de vida le quiten lo que le queda de vida. Las cloacas de las casas, las sentinas de las naos, los esterquilinos de las çiudades no corrompen tanto el ayre, quanto los hombres oçiosos corrompen a su pueblo. Assí como de un hombre que occupa bien el tiempo no ay virtud que dél no se crea, assí del hombre que occupa mal el tiempo no ay vileza que dél no se sospeche. El hombre bien occupado siempre le han de tener por bueno, y al hombre oçioso sin más pesquisa ha de ser condemnado por malo.

Dezidme, pregúntohos: ¿quién cría las tovas inútiles, las ortigas que ostigan, las cardenchas que lastiman, las espinas que pungen, sino las tierras que caresçen de açada y los barbechos que no los visita el arado? ¡O, Roma sin Roma, que ya, triste, no tienes sino el nombre de Roma!, ¿por qué estás oy tan cara de virtudes y barata de vicios? Oye, oye, que yo te lo diré. Sábete que por eso estás tal, porque despoblaste tus barrios y calles de offiçiales y offiçios, y poblaste tus rondas y [96] plaças de infinitos vagabundos. Yo soy cierto que no hizieron tanto daño a Roma los samnites, voscos, etruscos y pennos, derramados por sus campos, quanto oy hazen los ociosos y perdidos hechados por los tableros. No me negarán todos los escriptores que todas aquellas naçiones, conquistando a Roma, no le pudieron quitar una almena, y estos vagabundos le han asolado su fama.

Infallible regla es el hombre dado a exercicio ser virtuoso y el dado a oçiosidad ser viçioso. Qué cosa tan divina fue ver aquellos siglos divinos de nuestros mayores, en los quales desde Tullio Hostilio hasta Quinto Cincinato Dictador, y desde Cincinato hasta los tiempos Cincinos, que fueron de Sylla y Mario, nunca fue cónsul en Roma que no supiese offiçio, en que después de acabado el Senado passase su tiempo. Unos sabían pintar tablas; otros, esculpir imágines; otros, labrar plata; otros, leer en las academias; de manera que ninguno en prinçipal offiçial del Sacro Senado se podía elegir sin que primero en algún offiçio manual le viesen exerçitar.

Miento si en los Annales que quedaron de Livio no lo hallé todo lo sobredicho, los quales me dieron los flámines vulcanales, y allí estava una ley antigua, aunque en este tiempo no guardada: que molinero, herrador, panadero y montanero no pudiese tener offiçio en el Senado, porque hombres de estos officios se hallavan aver hecho algunas traiçiones. Pues mirad agora la mutança de los tiempos y la corrupçión de las costumbres, que en trezientos años en la famosa Roma todos trabajavan, y agora ha ochocientos años en la infame Roma que todos huelgan.

Otra cosa hallé asaz digna de eterna memoria en aquellos Annales,, aunque de viejos no podían ser bien leídos. Teniendo el Pueblo romano quatro guerras muy peligrosas iunctas (a Sçipión el moço contra los pennos, y a Munio contra los achayos, y a Metello contra Andrisco, Rey de Maçedonia, y a otro Metello, su hermano, contra los celtiberios de España), pues como fuese ley muy guardada que ninguno a alguno por ninguna cosa pudiese quitar de su offiçio en que estava occupado, teniendo estrema necessidad el Senado de embiar tabellarios a las guerras, tres días anduvieron los senadores y [97] censores por Roma, que nunca pudieron hallar un hombre oçioso para embiarle camino. Lloro de embidia que tengo aquella feliçidad antigua, y lloro por compassión de nuestra miseria presente. Confusión es dezirlo, mas dirélo: veinte años tuve offiçios en el Senado y diez ha que rigo el Imperio, que son por todos treinta, en los quales iuro a los dioses immortales he açotado, empozado, ahorcado, empicotado, desterrado más de treinta mill hombres vagabundos y de diez mill mugeres perdidas. Pues ¿qué comparaçión ay de aquella vida a esta muerte, de aquella gloria a esta pena, de aquel oro a esta escoria, de aquel antiguo trabajo romano a la feminil ociosidad de la iuventud romana?

En las leyes de los lacedemonios están estas palabras en el obelisco de los oçiosos: «Mandamos como reyes, rogamos como siervos, doctrinamos como philósophos y amonestamos como padres que los padres a sus hijos primero les enseñen los campos en los quales con trabajo han de vivir, que no las plaças y tractos a do por la oçiosidad se han de perder.» Y dezía más la ley: «Si en esto los moços como moços se desmandaren, queremos que los viejos como viejos los repriman. Y si por caso los padres fueren negligentes en lo mandar, o los hijos rebeldes en obedesçer, mandamos que el príncipe entonçes sea muy solícito en los castigar.» Por çierto, palabras fueron dignas de notar, por las quales Licurguio, el Rey, meresçió eterna memoria para su persona y aquel fortunado reyno paz perpetua para su república.

¡O!, Roma, ¿qué hazes?, ¿por qué no miras las leyes de los lacedemonios, los quales con sus amigables costumbres motejan tus bestiales vicios? ¿Duermes o velas, ¡o!, Roma? ¿Despiertas a todo el mundo a dexar los iustos trabajos y tú duermes en los iniustos oçios? ¿Estás segura de los enemigos y descuidas de los ociosos? Pues por çierto, si aquellos estando lexos te hazían velar, por estos que tienes contigo te avías de desvelar. Yo hos he querido hablar a todos los de mi palaçio iunctos, y días avía que lo tenía en voluntad, sino que la muchedumbre de los negoçios estraños costriñen al hombre poner en olvido los suyos. [98]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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