La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Una década de Césares
Comiença la vida del buen Emperador Alexandro Severo,
hijo de la buena matrona Mamea, copilada por el señor don Antonio de Guevara,
Obispo de Mondoñedo, predicador y chronista y del Consejo de Su Magestad.


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo primero

De la criança y naturaleza del Emperador Alexandro Severo.

Aurelio Alexandro fue su nación de Assiria, y llamóse su padre Vario y su madre Mamea, y fue primo carnal del Emperador Helio Gábalo, porque las madres fueron hermanas y, aunque nasció en Assiria, crióse en Roma, a causa que en aquellos tiempos su abuela, que se llamava la gran matrona Mesia, governava a Severo y a su casa y aun a toda la república.

Fue Alexandro alto de cuerpo, los cabellos negros y entorcijados, la cara flaca y morena, los ojos grandes y rasgados, la garganta corta y llena, las manos secas y nerviosas, las piernas delgadas y los pies algo estevados; y en la complissión cúpole poca cólera y mucha flema, lo qual mostró él después en el discurso de su vida, porque fue en la conversación manso y en la governación piadoso.

Nasció Alexandro en la ciudad de Arcena, siendo emperador Septimio Severo, y crióse los quatro años primeros en Assiria y después truxéronle a poder de su abuela a Roma, la qual después que le tuvo otros tres años consigo en Roma hízole tornar a Assiria, lo uno porque no se criasse en palacio con regalo y lo otro porque no se le matasse Bassiano, el hijo mayor de Severo.

Los pressagios de su imperio fueron éstos: hallóse por verdad que en tal día como en el que murió el Magno Alexandro nasció este Alexandro Aurelio; y quando su madre estava en días de parir vino ella a visitar el templo do estava sepultado Alexandro, y allí le tomó el parto y parió este hijo; y lo [838] que más es, que el nombre que le pusieron fue Alexandro y el ama que le crió se llamó Olimpias y el ayo que tuvo se llamó Philippo, los quales dos nombres tuvo el padre y la madre del Magno Alexandro. El mismo día que nasció este Alexandro vino una muger vieja a su casa y offresció a su madre un huevo colorado que avía puesto en aquella hora un palomino y dixo la vieja a la madre que no era otra cosa aquel huevo colorado sino pressagio que sería emperador aquel niño.

Mamea, madre que fue deste príncipe, era muger muy hermosa, sabia, prudente y cuerda, y lo más porque meresce ella ser tan estimada y honrrada es porque ninguna muger romana le excedió en la honestidad de su persona, ni se ygualó con ella en el recogimiento y guarda de su casa. Como esta matrona Mamea era naturalmente buena y inclinada a bien, tuvo muy gran solicitud en criar y doctrinar a su hijo Alexandro en buenas costumbres y que deprendiesse provechosas sciencias; y porque no olvidasse en compañía de otros mancebos lo que deprendiesse de sus ayos y maestros, tenía puestas guardas por defuera de su casa para que a ninguno dexassen entrar a hablarle en palacio si no fuesse hombre anciano, prudente y docto.

Desde que supo Alexandro andar, le enseñó su madre a ser templado en el comer, limpio en el vestir, reposado en el andar y corregido en el hablar. Fue tan comedido en todo lo que requiere la buena criança y tan limpio en todos los vicios que aquella edad acarrea, que dezían todos los que le conoscían que era tanto de ver a Alexandro quando era niño, como ver a Tullio quando era viejo. No se halla que en todo el tiempo que le tuvo so su governación la madre le dexasse passar ni estar un día occioso que no se occupasse o en deprender letras o en exercitarse en las armas, de los quales exercicios ambos a dos merescen perpetuamente ser loados, es a saber: la madre por mandarlo y el hijo por obedescerlo. Muchos hijos avría buenos si sus padres los supiessen doctrinar, y tampoco avría tantos malos si los hijos quisiessen a sus padres obedescer, y por esso dezía el divino Platón en los libros de su República que aquélla era bienaventurada familia [839] do en los padres avía prudencia y en los hijos obediencia. A todas las cosas que Alexandro quería como moço, a todas le yva su madre a la mano, por manera que nunca se hazía lo que el hijo quería, sino lo que la madre mandava. Supremo cuydado tuvo Mamea de guardar a su hijo no sólo de los comunes vicios, mas aun de los hombres viciosos, porque muchas vezes se corrompen las inclinaciones buenas con las compañías malas. En su infancia tuvo por preceptores que le enseñassen a leer a Valerio y a Gordio y a Veturio, y este Veturio fue el que después estuvo más extimado en su casa y escrivió el discurso de su vida, la qual hystoria se perdió quando los godos entraron en Roma.

Fue su maestro en la gramática Nebón el griego, y en la philosophía Estelión el primero, y en la rethórica Serapio el bueno, y después que vino a Roma tuvo también por maestros a Escario y a Julio y a Macrino, varones muy graves para doctrinar y muy doctos para enseñar. Deprendió Alexandro todas las sciencias, a las quales él se dio bien y ellas a él, aunque es verdad que en el arte de orathoria no tuvo muy limada la lengua, y esto no se entiende porque no sabía él bien hablar, sino que no tenía alto estilo en el dezir. Sobre todos los príncipes romanos fue Alexandro amigo de hombres sabios, a los quales él buscava, aunque no le buscassen, y los enrriquescía si eran pobres y los honrrava quando le hablavan y los rescebía quando a él venían y los creýa quando le aconsejavan y les dava lo que le pedían; finalmente, nunca hombre sabio oyó dél mala respuesta ni halló en su casa la puerta cerrada. Preguntado Alexandro que por qué era tan extremado en favorescer indifferentemente a todos los sabios, como fuesse verdad que entre ellos avía de buenos y malos, y de doctos y no tan doctos, respondió: «Ámolos por lo que saben y hónrrolos por lo que pueden; porque al fin en los siglos advenideros debaxo de lo que escrivieren en sus escripturas se esclarescerán o resplandescerán mis famas.»

Fue Alexandro en el tiempo de su niñez muy malquisto de su primo Helio Gábalo, y causava esto no la condición áspera de Alexandro, sino las costumbres malas de Helio Gábalo, es [840] a saber: no querer ser su compañero en los vicios como era deudo en la sangre. Jamás se vieron en el mundo dos príncipes tan conjunctos en el parentesco y tan vicinos en la successión y tan differentes en las vidas como fueron Helio Gábalo y Alexandro, porque en Helio Gábalo no uvo ni sola una virtud que loar, ni en Alexandro se halló un solo vicio que reprehender. [841]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo II

De cómo Alexandro fue promovido al imperio y de sus muy buenas costumbres.

Dos años antes que los pretores matassen al Emperador Helio Gábalo estava ya Alexandro electo en Augusto, y esto en muy gran conformidad y gracia de todo el Pueblo Romano, y de aquí vino que el mismo día que mataron al infelice de Helio Gábalo le dieron a él las insignias del imperio. En un mismo día y por unas mesmas calles yvan los unos alçando por emperador a Alexandro y yvan los otros arrastrando el cuerpo de Helio Gábalo, y uvo entre los romanos entonces muy grandes apuestas sobre quál era mayor: el regozijo que tomavan de la promoción al imperio de Alexandro o con la muerte y mal fin de Helio Gábalo.

Quando Alexandro començó a imperar era muy moço, y por esso Mesia, su abuela, y Mamea, su madre, se encargaron de la governación del Imperio, las quales, aunque en la condición eran mugeres, por cierto en la governación ellas se mostraron varoniles. Eligiéronse luego doze varones que assistiessen en todos los negocios del Imperio, los quales se tomaron de entre los ancianos los más expertos, y de entre los doctos los más sabios; y sin parescer y determinación de todos estos ni se oýa cosa que viniessen a pedir, ni se determinava cosa que uviessen de hazer.

Lo primero que Alexandro y Mesia, su abuela, y Mamea, su madre, con sus doze consiliarios ordenaron fue entender en reformar los templos, es a saber: reparar los que estavan caýdos, alimpiar los que estavan suzios, dotar a los que estavan robados, poblar a los que estavan yermos; y esto se hazía [842] a causa que en tiempo de su predecessor Helio Gábalo no sólo las cosas humanas estavan perdidas, mas aun las de los dioses estavan profanadas. Reformadas las cosas divinas, luego entendieron en dar concierto en las repúblicas, y antes de todas cosas quitaron y privaron a todos los malos hombres que tenían officios en ellas, y no se contentaron con castigarlos de los delictos y privarlos de los officios, sino que les hizieron restituyr todo lo que avían robado y que dende en adelante biviessen de su sudor proprio.

Las cosas de justicia no se tractavan sino por varones muy doctos, los negocios de la guerra no se encomendavan sino a capitanes muy expertos, cosas de república no se platicavan sino con los muy expertos en ella, por manera que no proveýan a las personas de officios, sino a los officios de personas. Reformóse también toda su casa de Alexandro, assí lo que tocava a los ministros como a los gastos, lo qual todo en tiempo de Helio Gábalo andava muy desordenado y aun desonesto, y a esta causa púsose tassa en el gasto y eligiéronse officiales fieles que lo gastassen, por manera que en casa de Alexandro ni avía gasto desordenado ni hombre que no tuviesse officio. Aunque en los gastos ordinarios avía mucho concierto en su casa, no por esso dexava de estar muy harta toda su familia, según que convenía a su imperial grandeza, y muchos estrangeros que venían a Roma loavan a Alexandro de que en sus gastos ni le podían accusar de pródigo ni notar de avaro.

Reformados los templos y la república y su casa, acordó el buen príncipe de reformar su persona, y esto no sólo en ordenar los tiempos cómo los avía de gastar, mas poner tassa en la forma y manera de cómo se avía de vestir; porque, según él dezía, si los dineros que gastan los príncipes en ropas superfluas y el tiempo que consumen en ataviarse y vestirlas lo gastassen en provecho de sus repúblicas, ellos serían más amados de los dioses y menos aborrescidos de los hombres.

Era Alexandro tan humilde en su condición, que mandó públicamente que ninguno le llamasse señor por palabra ni por escripto, sino que los sacerdotes le llamassen hermano, los del Senado hijo, los del exército compañero y todos los [843] comunes amigo; y esto hazía él porque tenía en tanta reverencia a los dioses, que a ellos solos quería que llamassen señores. En los sobreescriptos de las cartas que le traýan los embaxadores o le embiavan de las provincias poníanle títulos muy superbos y inexquisitos, y lo que proveyó en esto fue que no le pusiessen otro sobreescripto más de dezir «a nuestro hijo» o «a nuestro hermano» o «a nuestro compañero» o «a nuestro amigo Aurelio Alexandro, Emperador romano».

Helio Gábalo, su predecessor que fue, tenía muchas piedras presciosas en los pies, muchos clavos de unicornio en la caperuça y muchos botones de oro en la ropa, de las quales cosas jamás usó ni se presció traer Alexandro; porque, según él muchas vezes dezía, no han de conoscer a los príncipes sus vassallos por las ropas ricas que traen sobre sus personas, sino por las buenas obras que hazen en sus repúblicas. Comúnmente se vestía de ropas blancas en un tiempo y en otro, y en invierno de una blanqueta de Bretaña y en verano de una cotonina que le traýan de Asia y otras vezes hazía sayos que eran texidos de algodón y lino, y dezía él que se holgava de traer esto porque era poco costoso y era muy ligero y porque se podía lavar muchas vezes en el verano.

Muchas vezes se yva por Roma passeando y hablando con un amigo y con dos, y en el passear andava passo y traýa las manos atrás; y de que se sentía cansado, entrávase en casa del primer vezino y assentávase en un poyo de tierra, y a las vezes allí se dormía, por manera que tanta familiaridad tenía con todos como si él fuera uno dellos. Costumbre era a los emperadores romanos, quando caminavan, caminar siempre en litera, y Alexandro holgávase de yr descubierto y hablar y que le hablassen todos, la qual familiaridad ni se hazía ni se podía hazer porque ninguno era osado de hablar al príncipe si primero el príncipe no le hablava o le llamava.

Era manso, piadoso, suffrido, callado y en todas las cosas muy bien comedido, y lo que más es, que jamás le vieron demasiadamente turbado, ni dezir palabras de hombre furioso; y a esta causa nunca hombre quiso mal a Alexandro por el mal que le hazía, sino por el odio que con él tenía. Entrando un día en el el templo de la diosa Prenestina a orar a los dioses [844] y a rogarles que le librassen de las manos y acechanças de Helio Gábalo, como estuviesse puesto de rodillas y derramando muchas lágrimas, vio en un pilar del templo escriptas estas palabras: «Si qua fata aspera rumpas, tu Marcellus eris.» Las quales son de Marón y en sentencia quieren dezir: «Tú serás otro Marcello si prevalesces contra los hados de que estás cercado.» Segun él después contava a muchas personas, no sólo en el templo se le quitó todo el temor que tenía y cobró nuevo coraçón para contra qualquier adversa fortuna, mas aun desde aquel día se tuvo por dicho que no sólo no avía de venir a manos de Helio Gábalo, su enemigo, sino que también le avía de succeder en el imperio. [845]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo III

De cómo, en tomando el imperio, Alexandro visitó y reformó la república.

En el segundo año que començó Alexandro a imperar, murió su abuela, la gran matrona Mesia, en la muerte de la qual mostró él mucho sentimiento y aun todo el Pueblo Romano; y hiziéronle tan honrroso enterramiento y tan solennes obsequias, quales pertenescían a persona que avía tenido por cuñado al Emperador Severo y por nietos al Emperador Helio Gábalo y a Alexandro.

Muerta Mesia, cargó toda la governación sobre Mamea, madre que era de Alexandro, a la qual tenían todos en possessión de casta, sobria, cuerda y suffrida, excepto que era algo avara y cobdiciosa, y de aquí vino que amanesció una mañana en las puertas de palacio escriptas estas palabras: «Si Mamea no tuviera cargo del dinero de la república, nunca tal romana se uviera criado en Roma.»

Grandes tiempos avía que no se avía visitado el Senado y Alexandro acordó de visitarlo, y esto no sólo inquiriendo cómo los senadores bivían y cómo en la governación de la república se avían, mas aun cómo sus casas governavan y sus familias regían; porque dezía él que el hombre que no sabía a su muger mandar y a su casa proveer y a su familia governar, no podía el príncipe hazer mayor locura que era poner al tal en governación de la república.

Llamavan en Roma cavalleros veteranos a los que avían servido mucho tiempo en la guerra y estavan ya en sus casas retraýdos, y a éstos dávanles de comer de la república y eran previlegiados de no ser puestos ante justicia; y como Alexandro [846] fuesse informado que muchos dellos eran descomedidos y reboltosos y viciosos, mandólos desterrar de Roma y que no les diessen de comer más de lo de la república. Quando firmó la sentencia de su destierro, puso en ella estas palabras de su propria mano: «Tan justo es que al vicioso de libre le tornen esclavo como al virtuoso de esclavo le tornen libre, porque do ay corrupción de costumbres no han lugar las libertades.» Fueron por cierto estas palabras como de tan alto príncipe dichas.

Visitó también a los officiales del erario público, como si dixéssemos a los contadores que tienen cargo de la hazienda del reyno, y como en la visita hallasse que los tales llevavan muchos cohechos y que avía entre ellos muchos officiales sobrados, mandó castigar a los que cohechavan y despedir a los que sobravan. Fue Alexandro muy afficionado a las cosas de las repúblicas, y con aquel zelo que tenía ponía muy gran diligencia en que los bienes públicos se cobrassen y que por manos de malos no se robassen y que en cosas útiles se gastassen; porque, según él dezía, los buenos príncipes no han de consentir que de las entrañas de los pueblos bivan los hombres vagamundos.

Escrivió a todas las provincias que en todas las causas ceviles procediessen los juezes según la orden del derecho, excepto con los que fuessen ladrones, con los quales dentro de tres días que fuessen presos los castigassen o los matassen o por esclavos de otros los diessen o para las obras públicas los condennassen, y que por ninguna manera los soltassen; porque, según él muchas vezes dezía, nunca hombre que provó a saber qué cosa era hurto se pudo hasta la muerte apartar de aquel vicio.

Visitó a los officiales que tenían cargo de pagar a la gente de guerra y halló contra ellos que pagavan en mala moneda y que hurtavan muchas pagas y que contavan a los muertos como a los bivos y que apresciavan más de lo que valían los bastimentos, a los quales Alexandro mandó públicamente açotar y para siempre desterrar. Establesció por público edicto que qualquiera que osasse dende en adelante hurtar algo de las pagas de la guerra perdiesse por ello la vida. [846]

Todas las cosas que se avían de mandar y proveer en la república primero las comunicava con los que le parescían a él tener dellas sciencia o experiencia; y assí dezía él que de seguir su parescer proprio nunca se le avía seguido sino trabajo y de allegarse al parescer ageno siempre avía sacado fruto. Muchos y muy notables hombres tenía él en su casa, de los quales siempre andava rodeada su persona; mas entre todos a quien él más amava y de quien más sus secretos confiava era Ulpiano, el qual Ulpiano, allende de ser varón doctíssimo, era hombre tan virtuoso, que dezía dél Alexandro que antes se atrevería a hazer una obra fea delante los dioses que no a dezir una mala palabra delante Ulpiano.

Quando yva al campo a caça de cetrería, o yva a las sierras a montería, o a algunas riberas a hazer alguna pesca, o quería yr a comer o a cenar en alguna floresta, nunca yva sin llevar consigo una o dos personas de las más ancianas en edad y más graves en costumbres; y esto dezía él que hazía lo uno por tener cabe sí quien le diesse consejo si se le recresciesse algún negocio de súbito y lo otro por tener delante sí de quien uviesse vergüença de hazer cosa que fuesse desonesta ni fea.

De todas las naciones y reynos de su Imperio tenía hombres letrados en su Corte y Casa, con los quales se comunicavan los negocios graves y arduos que a él venían, mandando a cada uno que entendiesse en lo que pertenescía al bien de su reyno, por manera que ni en dicho ni en hecho ninguno entendía en negocios de reyno estraño. Su predecessor Helio Gábalo avía ordenado muchas leyes en favor del fisco, las quales eran en gran perjuyzio del pueblo, porque, dado caso que la hazienda se augmentava, por otra parte la república cada día se disminuýa; y a esta causa mandó Alexandro que todas aquellas leyes se reveyessen y reformassen, porque según él dezía, mejor le está al príncipe que la república esté rica y su casa pobre, que no que la república esté pobre y su casa rica.

Quando él començó a imperar, estava el pueblo muy dissoluto en las costumbres, por cuya occasión hizo algunas leyes rigurosas y otras piadosas; mas al tiempo que las hizo [848] pregonar en público, dixo a los ministros de justicia que las avían de executar en secreto: «No miréys vosotros a lo que mando, sino a la intención con que lo mando, es a saber: que las leyes rigurosas no son más de para espantar y las piadosas para executar; porque los príncipes no hazemos las leyes para quitar a los hombres las vidas, sino para extirpar los vicios de las repúblicas.»

Ninguna cosa que tocasse a la governación de la república quería que los del Senado determinassen si por lo menos no estavan cincuenta senadores juntos, y el día que se proponía alguna cosa no se determinava hasta que cada uno tuviesse tiempo de en ella mucho pensar y se determinar. Quando los senadores votavan en graves negocios, no se contentava con que dixessen su parescer por palabra, sino que lo diessen por escripto, y tampoco se contentava con que lo diessen por escripto, sino que también avían de poner allí las razones que le movían a dar aquel voto; y esto dezía él que hazía porque ninguno se atreviesse a votar lo que el affecto o passión le moviesse, sino lo que la razón y virtud le ditasse.

Naturalmente era enemigo de lisonjas y de lisongeros, y si alguno le dezía alguna lisonja, assí se affrentava como si le dixera una injuria. Muchas vezes dezía él que los buenos príncipes por mayores enemigos han de tener a los que los engañan con lisonjas y mentiras que no a los que se entran a occupar sus tierras, porque los unos no les toman sino la hazienda, mas los otros róbanles la fama.

Públicamente mandó pregonar que ninguno le saludasse con otras divinas ni humanas palabras más de dezirle: «Dios te guarde, Alexandro.» Helio Gábalo, su predecessor, públicamente se avía hecho adorar en un templo, y como los romanos quisiessen también adorar a Alexandro, respondióles él: «Si yo fuesse cierto que no avía de morir, yo me dexaría adorar, y por esto no es justo que tomemos los hombres con soberbia lo que a los dioses conviene por natura.»

Nunca hizo ni crió a ninguno en senador si no fuesse con parescer y voluntad de todos los senadores, porque, si después saliesse malo, no echassen la culpa a él por averlo eligido, sino a ellos por averle señalado. Todas las vezes que se [849] hablava de la electión de algún censor o senador le oýan dezir a él en el Senado estas palabras: «Si como tengo presentes a los hombres, estuviesse yo en presencia de los dioses, y no de vosotros, tomaría el parescer dellos para eligir senadores y censores, porque eligir governadores de república más paresce electión divina que humana.»

Si por descuydo algún estrangero o ygnorante se allegava o se assentava cabe él, no consentía a los de su guarda que le maltractassen ni le quitassen; antes le hablava y más cabe sí allegava, por manera que jamás hombre fue affrentado de su presencia ni oyó de su boca mala palabra. [850]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo IV

De la condición mansa y agradable que tenía Alexandro.

Fue Alexandro muy amigo de sus criados, a los quales él visitava estando enfermos indiferentemente, es a saber: assí a los menores como a los mayores y privados; y en pago de la tal visitación les rogava que le dixessen qué dezían dél en la república y, si le dezían alguna cosa que hiziesse o uviesse hecho digna más de emmendar que de loar, tantas gracias les dava por aquel aviso como en otro tiempo les solía dar por algún notable servicio.

El cónsul Unco Jassón dixo un día a Alexandro en gran secreto: «Maravillado estoy de ti, ¡o, sereníssimo príncipe!, porque te dexas governar de tu abuela Mesia y de tu madre Mamea y de tu muger Meania, las quales han hecho a tu condición tan mansa a que te tengan en poco y que tu imperio sea menospresciado, porque la condición baxa es occasión para que tengan en poco a la persona.» A esto le respondió Alexandro: «A mi abuela devo reverencia porque me crió y a mi madre obediencia porque me parió y a mi muger buena compañía, pues comigo se casó. Y pues esto es assí, de ninguno con razón devo ser mal notado y juzgado, pues no hago más de pagar lo que devo.»

Desde el día que fue por Emperador declarado hasta el día que le metieron en el sepulchro, nunca día passó en el qual no hiziesse alguna cosa notable y exemplar, es a saber: oýr de justicia, visitar los templos, estar en el Senado, reparar los muros, perdonar delinqüentes, hazer bien a pobres y despachar otros semejantes negocios. Todos los derechos y servicios [851] extraordinarios con que las ciudades servían a los príncipes, todos los convertió y aplicó para las fábricas y muros de las mismas ciudades.

Tenía muy corregidos a los officiales del fisco, y a esta causa se aplicavan muy pocas penas para su cámara, mas las que una vez se aplicavan siempre se executavan. Era largo en el dar a los embaxadores y estrangeros y muy corregido en los gastos ordinarios, y sobre todo tenía muy gran cuenta y aviso con los officiales del erario público para que uviesse siempre dinero sobrado en el thesoro. Muchas vezes dezía él que el príncipe pobre y necessitado ni le servían de coraçón los suyos ni podía resistir con armas a los estraños. A los que eran sanos y tenían fuerças para trabajar y no tenían dineros para tractar mandávalos socorrer de los bienes del erario con condición que de los frutos que cogiessen le tornassen a pagar, andando el tiempo, y desta manera evitó de aver pobres y ladrones y vagamundos en el Imperio.

El prefecto del pretorio solía ser officio por sí en Roma, y mandó que el tal fuesse juntamente pretor y senador, por manera que dende en adelante, después del censor y tribuno, el pretor se assentava en el tercero grado. A todos los que de su casa llevavan gages y salario los tenía assentados en un libro, y allí estava escripto qué edad avían, de qué linage eran, qué condiciones tenían y de qué le servían; y muchas vezes, de que estava sólo, leýa en aquel libro, por manera que assí hablava y nombrava y tenía noticia de todos como si no fuera más de uno.

El trigo del depósito que el pueblo tenía para el tiempo de las hambres, todo lo halló gastado quando començó a imperar y, dado caso que su predecessor Helio Gábalo lo avía desperdiciado, él de su casa lo mandó pagar y restaurar. La casa del azeyte pública que Severo avía hecho y dotado también Helio Gábalo la avía destruydo, de manera que ya no avía gota de azeyte en el pueblo, y proveyó Alexandro que de nuevo se rehedifficasse y se dotasse, por manera que en su tiempo uvo tanta abundancia de azeyte para comer como avía de agua para bever.

Quitó muchos derechos que estavan puestos sobre los que [852] compravan y vendían, y dio muchas libertades a los que traýan a vender pan, vino, cevada, centeno, azeyte, carne y ropa; mas a los que vendían frutas y golosinas y cosas superfluas mandó que pagassen los tributos doblados, es a saber: que assí pagava el que lo comprava como el que lo vendía.

Los judíos que estavan en Ytalia eran de todos muy maltractados y los christianos también eran perseguidos y desterrados; y, como los unos y los otros se quexassen, mandó Alexandro que biviessen en sus leyes con tal que hiziessen sus cerimonias y ritos secretos. Honrrava mucho a los presidentes de las provincias, y, quando yva camino, ellos solos yvan con él en el carro o cabe la litera; y esto hazía él lo uno porque viessen todos quánto honrrava a los ministros de justicia y lo otro por informarse dellos del estado en que estava la república de aquella tierra; porque era naturalmente tan amigo de lo que tocava al bien común, que no sólo tomava en lo proveer y hablar plazer, mas aun mostrava tenerlo por vicio.

A ningún género de gentes hazía tantas y tan largas mercedes como a los censores y tribunos y pretores que tenían cargo de justicia y eran limpios en administrarla, y como un día se lo dixessen en el Senado, respondióles él: «Como el príncipe no deve ni con razón puede llamarse príncipe sino quando administra justicia, sed ciertos que, si halla un ministro que en administrar justicia sea justo, con ninguna cosa puede ser el tal pagado, y por esso dó yo más a éstos que no a otros de los que están en mi servicio, y aun porque haziendo a éstos que sean ricos, les quitaremos la occasión a que no hagan a otros que sean pobres.»

Por parte de la república le hizieron relación que estavan las carnes en Roma muy caras y, como preguntasse qué carnes eran las que les vendían muy caras y le fuesse respondido que las de vaca y las de puerco, mandó que por espacio de dos años no fuesse ninguno osado de matar ternera que mamasse ni lechón que se criasse, lo qual fue occasión a que dentro de dos años la libra de carne, que valía a ocho, no valía después sino a dos.

Como se le quexassen los cavalleros que los tractavan mal los tribunos, mandó Alexandro que viniessen a juyzio ante él [853] los unos y los otros, y a los cavalleros que sin tener razón se quexaron del castigo de los tribunos mandó que fuessen otra vez castigados, diziendo que el culpado que se agravia y se quexa del castigo que justamente le fue dado, no menor pena meresce que si levantasse a otro falso testimonio.

De los hombres que a su parescer eran graves, prudentes y verdaderos, siempre se informava y tomava él parescer de lo que avía de hazer y proveer en los graves y dubdosos negocios, y no siempre se fiava ni comunicava con unos; porque según él dezía, quando ya sabe el pueblo que el príncipe siempre se aconseja y se rige por uno, fácilmente el tal con dones o ruegos puede ser corrompido. [854]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo V

De los hedifficios que hizo y de otros que reparó Alexandro.

En todo el tiempo que imperó Alexandro nunca quiso hazer a ninguno que de libre fuesse siervo, y según él dezía, lo que le movía a no lo hazer era porque no tenía mayor peligro la república sino quando los que en algún tiempo fueron siervos venían a ser señores. Los que eran siervos y los que eran libres no sólo se conoscían en las libertades que tenían, mas aun en las ropas que traýan, porque hizo ley muy rezia que el siervo no anduviesse en hábito de libre ni el libre en hábito de siervo.

En los tiempos passados avían sido los eunucos en Roma muy favorescidos, mas en tiempo de Alexandro fueron muy maltractados, a los quales echó de palacio y mandó que no sirviessen más a matronas y los privó de todas sus libertades, y déstos dezía él que valían más que bestias y menos que hombres.

Tenía Alexandro un criado que avía nombre Belon, y éste prometió a un cavallero que despacharía cierto negocio con Alexandro en que a él le yva mucho, diziendo que era del príncipe muy privado; y para remuneración de su trabajo rescibió del cavallero gran quantidad de dinero; y, como Alexandro fuesse desto avisado y que lo que prometía alcançar dél era cosa injusta y no poco en daño de la república, mandóle crucificar, diziendo que ninguno ha de ser osado vender la privança de los príncipes en perjuyzio de los pueblos. Do mandó justiciar a este su criado fue en un passo de una cantonada por do era el passo más público y freqüentado para [855] entrar todos en palacio, y no quiso que quitassen del palo el cuerpo hasta que se cayó a pedaços, porque tomassen todos exemplo en aquél que ninguno avía en casa del príncipe pensar de prometer ni alcançar cosa injusta.

Avía en Roma burdel assí de hombres como de mugeres, y assí ellos como ellas pagavan muchos tributos a los templos, los quales dende en adelante aplicó para las obras públicas, y dio para los templos otras rentas, diziendo que con dineros tan torpemente ganados era tener en poco a los dioses servirlos con ellos. Yntentó de quitar el burdel de los hombres, y fue aconsejado que no lo hiziesse, porque, si quitava aquél, que era público, en cada casa o calle avría otro secreto, mayormente que la malicia humana es inclinada a amar las cosas illícitas y procurar de alcançar cosas prohibidas. Del tributo que pagavan los plateros, carpinteros, vidrieros, pellegeros, carreteros, pintores y doradores y otros officiales hizo unos muy generosos vaños y fueron éstos los primeros en que se vañaron los romanos sin pagar tributo. Hizo traer de España un género de árboles que se llamavan álamos, con los quales en breve espacio adornó y hermoseó los vaños de árboles y bosques que, si yvan muchos a vañarse a los vaños, yvan muchos más a recrearse a los bosques. En todos los vaños de Roma puso lámparas que ardiessen de noche, porque antes dél ninguno se podía vañar a causa de la mucha obscuridad desde que se ponía el sol hasta que otro día salía.

Muchos quisieron infamarle de cruel y llamávanle no Alexandro, sino Severo, y éstos eran los cavalleros pretorianos que andavan en el exército, los quales se movían no por las crueldades que en él avían visto, sino porque en el robar les avía ydo a la mano.

Todas las obras viejas de los príncipes passados que se yvan a caer y a perder renovó y reparó, y otras muchas de nuevo hizo, en especial los vaños que de su nombre llamó Alexandrinos, los quales duraron hasta los tiempos de los godos. Hizo en Roma dentro de su palacio un nuevo patio que llamó Alexandrino, en el qual los mármoles eran de pórfido y la piedra toda de Lacedemonia, y a todas las estatuas famosas y antiguas hizo mármoles sobre que se pusiessen, y para [856] hazer todas estas obras truxo los más primos y famosos maestros que avía en todas las provincias. En su tiempo no consintió que se esculpiesse y hiziesse moneda si no fuesse de oro o por lo menos de plata, la qual moneda tenía en la una parte esculpido su rostro al natural y en la otra a la diosa Ceres.

Muchas vezes mandava juntar a los principales del pueblo y los hablava y amonestava a que fuessen virtuosos, animosos y con los populares piadosos, diziéndoles que fuessen ciertos que a los buenos avía de tractar como a hijos y a los malos como a enemigos.

Tres vezes dio al Pueblo Romano gran cantidad de trigo, en tiempo que no tenían de dó lo traer ni con qué lo comprar. Assimesmo otras vezes dio a los cavalleros veteranos y militares muchos dineros graciosos porque supo que estavan los más dellos alcançados y adeudados.

Avía en Roma muchos hombres que no bivían sino de logros y usuras, a cuya causa estavan muchas haziendas perdidas y muchas casas tributarias, y mandó Alexandro con suprema diligencia que se reveyessen aquellos contractos y le diessen por memoria los notables agravios, los quales por él vistos castigó a los logreros que los avían hecho y libertó a los pobres contra quien los avían inventado. Mandó por edicto público que ningún censor, ni cónsul, ni tribuno, ni senador, ni otro qualquier official de su Corte y Casa fuesse osado de dar a logro por poco ni por mucho, so pena que perdiesse el officio y el dinero que uviesse dado.

Las estatuas de los más notables y antiguos romanos que por diversas partes estavan derramadas mandólas recoger y traer a Roma a la plaça de Trajano y allí las collocó y renovó, en el qual hecho Alexandro alcançó para sí gran fama y todo el pueblo tomó dello mucha alegría. Entre el campo Marcio y los setos Agripinos hedifficó una basílica de cient pies en ancho y de mil en largo, el qual hedifficio estava todo pendiente sobre colunnas, y era la obra tan generosa y superba, que ninguno de los que la vieron començar alcançaron a verla acabar.

Avía en Roma dos theatros: al uno llamavan Ysis porque se llamó assí el dios a quien fue offrescido, y el otro se llamava [857] Serapis, los quales por la mucha antigüedad estavan tan caýdos y arruynados, que apenas se parescían dellos los cimientos, y ambos a dos hedifficó Alexandro y puso en ellos cosas muy ricas y vistosas.

Dentro de su palacio hizo dos muy aplazibles y graciosos hedifficios, que eran más viciosos que costosos, a los quales puso por nombre las dictas Mameas, que quiere dezir «retraymientos de Mamea», porque el uno dellos servía a su madre Mamea de estufa en invierno y el otro de cenador en verano. Hizo hazer para recreación de su madre una huerta muy grande, a la qual salían por la puerta Salaria y truxeron para la regar una fuente de agua dulce, y hizo en medio della un estanque tan grande y tan hondo, que no sólo podían en él nadar, mas aun medianos navíos navegar. En el campo Bayano hizo también hazer una huerta grandíssima para recreación de sus parientes y amigos, y dentro del cerco della hizo hazer un bosque para puercos y venados, y dentro de aquella huerta truxo tanta agua para regar los árboles, que sobrava agua para moler unos molinos. Las puentes y fuentes que el buen Trajano hizo en los confines de Roma y Ytalia, todas las hizo reparar y adobar, renovando los letreros no en nombre suyo, sino de Trajano.

Estuvo determinado de ordenar que todos los officiales del Senado y los del pueblo truxessen differenciadas vestiduras para que en la differencia del vestido fuesse conoscido cada uno, mas los dos sus jurisconsultos (es a saber: Uliano y Paulo) se lo desaconsejaron, diziendo que aquella novedad traería entre los vezinos muchos enojos, y de allí vernía en la república a nascer grandes escándalos. [858]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo VI

De las gracias naturales de que fue dotado Alexandro y de cómo occupava el tiempo.

Sayos ni jubones de cuero no se podían traer en Roma y Alexandro dio licencia para que los viejos a causa del frío los pudiessen traer, porque la vestidura que era de camino no se podía traer por el pueblo. Las matronas romanas usavan traer unas ropas de cuero de abortones de ciervos, muy costosas y curiosas, y mandó Severo a los officiales que no las hiziessen y a ellas que no las truxessen.

Fue muy eloqüente en la lengua griega, mucho más que no en la latina, y en metrificar y componer versos fue prompto en los dezir y polido en los escandir y ordenar. Diose mucho al arte de la astrología, y salió también con ella que en una disputa venció a los astrólogos de España y Francia y de Ungría, los quales en aquellos tiempos eran doctos y famosos. En la geometría también se le entendía todo lo que se podía y devía entender, y assí platicava con los grandes artífices en las cosas subtiles y proporcionadas, como si en aquella arte y no en otra cosa se occupara. Fue inclinado a pintar y diose mucho a la pintura, en la qual ni merescía ser retraýdo por hazerlo mal, ni tampoco merescía ser loado por hazerlo bien. En ninguna arte fue él tan primo y tan único como en la música, porque desde niño se dio a ella y fue en la boz muy extremado y en el tañer órganos, flautas, vihuelas y dulçaynas muy diestro. Sabía tañer muy bien trompetas y ministriles, mas después que fue emperador holgava de los oýr, mas no los quería tañer, porque le parescía que para príncipe era grandeza tenerlos y era poquedad y de poca auctoridad [859] tocarlos. Siendo mancebo tuvo muy buenas fuerças, y conosciéronselas en luchar y echar barra y bolear a la bola, y tirar a quién más tira una piedra. Deprendió también siendo niño a jugar de armas y a cavalgar a cavallo, y holgávase de correr los cavallos en pelo.

Vino de las partes de Oriente un correo y derramó por Roma unas nuevas no buenas, las quales, después de sabida la verdad, salieron ser falsas, y mandó Alexandro que le cortassen la lengua con que lo avía dicho, diziendo que en daño de la república ninguno avía de ser osado de dezir mentira, aunque la dixesse de burla.

Muchos libros leyó y mucho tiempo se occupó Alexandro en buscar los antiguos linages de Roma para ver si descendía dellos su genealogía, y la causa que le movió fue que, como él era natural de Assiria, supo que los athiocenses, alexandrinos y egipcios en las comedias que hazían y farsas que representavan le motejavan ser estrangero de Roma, y que fue primero sacerdote que emperador y comoquiera que ellos lo dezían en cosas de burla, a él le pesava de veras.

Tenía en su casa un apartamiento a manera de oratorio, do tenía pintados a los príncipes que tuvieron fama de más virtuosos y a los dioses que él pensava ser más poderosos, en especial tenía allí puestos a Christo y a Abrahán y a Orpheo. En el sacrifficar y offrescer y reverenciar a los dioses guardava la orden de los antiguos y, quando estava en Roma, no se le passava noche que no entrava a orar en su oratorio y por lo menos a tercero día visitava un templo.

En las tardes del verano casi siempre se salía a espaciar y a las mañanas muchas vezes se yva a pescar y otras a caçar, mas en estos passatiempos fue tan cuerdo en los tomar, que ninguna recreación de su persona le estorvó a dexar de entender en los negocios de la república. Quando él venía de fuera o de nuevo llegava a una provincia y veýa ya que el tiempo era poco y los negocios muchos, acostávase temprano y madrugava de media noche abaxo, y luego començava a entender en despachar a los negociantes, por manera que a este buen príncipe muchas vezes le acontescía sobrarle tiempo y faltarle negocios. [860]

En el modo del negociar avíase desta manera. Era paciente en el oýr, manso en el responder, cauto en el conceder, piadoso en el negar, por manera que si no dava lo que le pedían, a lo menos consolava con lo que dezía. Después que salía del Senado y avía expedido los negocios y negociantes, siempre tomava un poco de tiempo para leer y lo que leýa más era griego que latín, y entre todos los libros que él más leýa eran los libros que hizo Platón De republica y los de Cicerón De officiis, y a Oracio, y a Quinto Curcio, y a Sereno y la Vida de Alexandro Magno, al qual él trabajava mucho de immitar y de los vicios que le notaron se deffender. Después que estava cansado de estudiar y leer, algunas vezes se occupava en jugar a la pelota, otras vezes se yva a los vaños a vañar, y esto era no en los naturales, sino en los artificiales, y quando esto hazía era muy secreto y que de todo un día no occupava en vañarse más de una hora.

Tenía el estómago muy cálido, y a esta causa en verano se atrevía muchas vezes a bever en ayunas un gran jarro de agua fría. Quando salía del vaño, salía hambriento y usava comer migas en leche y bever clarea, que es vino estilado con miel, y si esto le acontescía tomar a la mañana, dilatava la comida hasta la noche. De mes a mes usava tomar un cóndito, que era una medicina compuesta de muchos confortativos, de la qual usó mucho el Emperador Adriano. Fue muy amigo de las obras de Virgilio, al qual tenía pintado entre los varones illustres dentro de su oratorio, y llamávale Platón de los poetas, que quería dezir aver sido príncipe de los poetas como lo fue Platón de los filósophos.

Nunca de la boca deste buen príncipe sus officiales y criados oyeron ninguna mala palabra que fuesse injuriosa y lastimosa porque, según él muchas vezes dezía, quando el príncipe viere que algún official o criado haze lo que no deve, menos mal es que le despida en secreto de su casa que no dezirle alguna pública injuria. Si veýa que alguno de sus officiales por viejo o por enfermo ya no podía servir, llamávale o visitávale y dávale muchas gracias por lo que avía servido y rogávale tuviesse por bien de tomar todo el salario en su casa y se fuesse a [861] descansar y que se pusiesse otro en su lugar para aquel officio servir.

Las mercedes que hazía eran dar tierras, viñas, huertas, trigo, hierro, madera, mármoles y otras cosas semejantes, mas oro ni plata nunca dava sino para pagar la gente de guerra; porque, según él dezía, no es razón que dé el príncipe a los criados de su casa lo que los pueblos dan para sustentar la república. Para mugeres públicas hizo casas públicas do se juntassen, y para los taverneros hizo tavernas do el vino encerrassen, y para los armeros hizo herrerías do labrassen, y para los niños hizo escuelas do aprendiessen, y lo que más es, que nunca hizo ni fabricó algún hedifficio sobre el qual consintiesse echar algún tributo.

A los truhanes y a los inventores de farsas y a los vagamundos nunca les dio oro ni plata ni ropa, y quando más les mandava dar, les mandava dar de comer, y las ropas presciosas que halló en poder de los tales, las quales les avía dado el Emperador Helio Gábalo, hízoselas todas tomar y en los templos repartir. A los cavalleros y continos de su casa dava cada año librea, la qual era más vistosa que costosa, y como le dixessen que los príncipes antepassados avían traýdo a los que andavan en su Corte muy cargados de oro y seda, respondió él: «La grandeza del Imperio no consiste en que ande la Corte del príncipe muy rica y costosa, sino en que esté de vicios y cohechos muy corregida.» Respuesta fue ésta digna de tal príncipe.

Los primeros cónsules romanos usaron traer unas ropas de lino y lana texidas y largas, las quales añudavan encima las gargantas y abotonavan al cabo de las muñecas y les llegavan hasta los carcañales de los pies; y como Alexandro viesse a unos cónsules antiguos con estas ropas pintadas, hizo luego para su persona hazerlas y en todo el Senado usarlas; porque, según él dezía, eran ropas honestas y que quitavan mucho a las personas de ser viciosas.

Algunas pieças buenas de plata tenía en que comía, mas pieça que fuesse de puro oro nunca la uvo en su casa ni se puso en su mesa, porque dezía él que el oro no le avían descubierto los dioses sino para que, hecho dinero, los [862] pueblos entre sí se comuniquen y los templos con ello se adornen.

Comía dos vezes al día, y en el comer más era limpio y curioso que costoso, porque no reñía él con sus officiales a causa que no le davan manjares inexquisitos y muchos, sino porque no se los davan limpios y sazonados. [863]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo VII

De muchas buenas cosas que hizo en la república y de otras que tocavan a su persona.

Dio licencia a algunas ciudades que para sus regozijos y fiestas pudiessen llevar hombres que les diessen plazeres y hiziessen regozijos, assí como bayladores, dançadores, cantores, tañedores y juglares, con tal condición que los tales fuessen pagados no con lo de la república, sino que cada uno contribuyesse de su casa y que después de passadas las fiestas se tornassen todos a sus casas.

A muchos que se andavan por Roma y Ytalia perdidos, como les mandasse que aprendiessen officios y ellos se desdeñassen de aprenderlos, dio licencia a todos para que sin más auctoridad los tomassen por esclavos, y que si no quisiessen como esclavos servir, libremente los pudiessen matar.

Mandó por edicto público que todas las mugeres solteras se registrassen en Roma y declarassen si querían ser honestas y dissolutas, con apercebimiento que si dende en adelante la que se registrasse por buena en lo público se atreviesse a ser mala en lo secreto, de tal manera le castigassen aquel delicto, como castigan a las casadas por el adulterio.

A ningún criado ni privado suyo permitió vestirse ropa de brocado, ni de bordado, ni de tela de oro ni de plata, porque según él dezía, los vicios secretos y los trages públicos destruyen a los cortesanos.

Nunca yva a los combites sin que llevasse consigo a Ulpiano y con él a otros dos hombres doctos para que allí hablassen cosas graves y honestas y se excusassen de hablar palabras enormes y dissolutas. Muchas vezes dezía este buen príncipe [864] que más se recreava en oýr hablar a los sabios que no en gustar manjares presciosos.

Quando algún eloqüente orador o famoso poeta venía a Roma y quería hazer alguna oración delante el Senado para mostrar su eloqüencia al pueblo, ningún negocio estorvava a Alexandro para que no fuesse a oýrlo; y de aquí vino a loarse él delante los embaxadores que no avía hombre sabio en el mundo a quien él no uviesse hablado o por lo menos escripto.

Avía en la casa de Alexandro uno que se llamava Veturio Turino, al qual él amava y para entrar y salir en su Cámara no avía puerta cerrada, y este Turino era muy tramposo y mentiroso, y hazía encreyente a todos los que venían a negociar con Alexandro que con él comunicava más que con otro todos los negocios del Imperio. Fue, pues, el caso que, siendo avisado Alexandro desta vanidad y liviandad, y que Turino engañava y cohechava a muchos, hizo a un forastero que rogasse a Turino le despachasse un negocio con Alexandro, el qual como entrasse y saliesse muchas vezes de la cámara del príncipe y cada vez dixesse al negociante «Esto dixe y hablé en tu negocio y esto me respondió Alexandro», conosció el buen príncipe ser verdad lo que de Turino le avían dicho y los cohechos que avía hecho. Proveyó luego que Turino fuesse preso y que en su presencia fuesse de los testigos a quien él avía burlado, convencido assí de lo que avía prometido como de lo que avía robado, la qual pesquisa hecha, mandóle atar a un palo muy alto en un lugar de Roma público y debaxo dél hizo traer leña verde rebuelta con paja, la qual leña y paja encendida dávale grandíssimo humo a las narizes, mas no le quemava las carnes. No fue tan pequeño el humo, que en breve espacio no muriesse con él el mísero Turino, diziendo a bozes un pregonero: «Fumo punitur qui vendidit fumum.» Que quiere dezir: «El que vendió humo acabe en humo.»

Quando comía, mostrava mucha gravedad en el callar y en el escuchar a los sabios que hablavan, y ninguno era osado de hablar a su mesa si no eran los sabios que disputavan, o él que preguntava. Quando le combidavan o él a otros [865] combidava, tenía costumbre de dar siempre de su mano alguna cosa a los combidados, y al cabo de la comida la postrera vez que todos avían de bever, en memoria y reverencia del Magno Alexandro la avían de bever. En los días muy festivales (es a saber: en la fiesta de Jano o de la madre Berecinta), por excellencia ponía en su mesa dos ansarones y dos faysanes, que en los otros días no semejantes a éstos no comía sino vaca, carnero, ternera y liebres y legumbres. En verano bevía algunas vezes un poco de vino curado con rosas, lo qual dezía él que era más brebajo de enfermos que no regalo para sanos.

En el vicio de la carne fue príncipe tan templado, que nunca su muger tuvo occasión de pedirle çelos ni las matronas agravios.

En todas las famosas ciudades hizo hazer casas de depósito, las quales servían no más de para guardar en ellas los bienes y riquezas de los vezinos que temían ser robados. Hizo en Roma de nuevo calles muy principales, en las quales hedifficó de nuevo casas muy generosas y deleytosas, y déstas hizo merced a sus criados y amigos, especialmente a los que eran cuerdos y virtuosos.

Hizo en su tiempo hazer moneda menuda, de la qual avía muy gran falta en Roma, por manera que la que en una pieça valía y pesava diez dineros, la dividió en pieças que después valían treynta, y fue esto cosa muy útil para la república.

Ropa que fuesse toda de pura seda nunca la vistió ni compró, y, si por caso se la davan o presentavan, dávala a los sacerdotes de los templos con que se vistiessen para offrescer los sacrificios. Ni era embidioso ni cobdicioso de los bienes agenos, y en este caso solía él dezir que el príncipe cobdicioso no puede parar sino en tyrano.

Naturalmente era compassivo de los pobres y mucho más de los pobres envergonçantes (es a saber: que en un tiempo se vieron en honrra y después vinieron a summa pobreza), porque, según él dezía, no ay tan infelice género de infortunio como acordarse hombre que algún tiempo fue bien fortunado. Todo lo que se tomava y confiscava de los malhechores mandávalo dar a los pobres envergonçantes, y antes que les diessen ninguna cosa pesquisava si avían venido a pobreza [866] por aver sido viciosos o por acontescerles desastrados casos; porque, según él dezía, al que con vicios se hizo pobre crueldad es tornarle a hazer rico.

Usavan los romanos poner ropas de sedas y brocados en sus thesoros, y Alexandro hizo sacarlas todas y venderlas, y no permitió que dende en adelante se pusiesse en el thesoro público si no fuesse plata y oro, y por occasión desto solía él muchas vezes dezir que los thesoros no eran para dar que roer a la polilla en tiempo de paz, sino para substentar a la república en tiempo de guerra.

Nunca dio cosa que primero no la viesse, ni firmó carta que primero no la leyesse. Preguntado por qué hazía esto, respondió: «Leo lo que firmo por no firmar cosa contra justicia, y miro lo que doy por no dar cosa de que después aya vergüença.»

En los hedifficios que hazía nunca permitió que sobre piedra ni madera se pusiesse oro, sino que trabajava que la obra fuesse muy subtil y prima, y si era de madera, no quería, aunque fuesse pintada, sino que quedasse blanca.

No fue amigo de vestirse de púrpura, mas era muy inclinado a tener ropa blanca, es a saber: sávanas, manteles y camisas, y a este propósito solía él dezir que más provechosa le era una camisa limpia que no una ropa de púrpura.

Solos tres meses del año traýa calças y los otros nueve çarahueles, y éstos no eran teñidos en colores, sino solamente blancos. En calçado ni vestido nunca le vieron traer piedras presciosas ni perlas, y las que le traýan de las minas o le presentavan algunas personas, hazíalas vender en pública almoneda y el prescio dellas se ponía en la república.

A las matronas romanas no consentía traer piedras presciosas y, quando más, a las que eran generosas dávales licencia para que truxessen sendas perlas colgadas de las tocas, y para entrar en los templos a offrescer sacrificios podían entrar muy ricas.

El servicio de la casa real y los officiales de la república redúxolos a número de pocos, por manera que a las vezes sobravan officios y faltavan officiales, y como un cónsul que avía nombre Pétreo le redarguyesse esto, respondió: «Lo que [867] conviene al príncipe es que en su casa y en su república no se occupe ningún criado suyo más de en una cosa, porque si tiene uno dos officios, por ninguna manera los puede servir, y si muchos están en un officio, es impossible sino que han de robar.»

Tenía Alexandro por muy gran passatiempo ver burlar a los perricos con los erizos y a los gaticos pequeños con páxaros atados a las colas, y ver a los páxaros cómo subían con los picos los cubilicos en que avían de bever, y cómo nunca paravan en las jaulas de rebolear. Hizo en su palacio una jaula de hilo de hierro con diversos senos y era muy grandíssima, en la qual tenía pavos, papagayos, tordos, perdizes, faysanes, francolines y palomas y otros infinitos géneros de aves. Tenía un corral de muchas gallinas y, porque no paresciesse que agraviava a la república, hazía vender los palominos y los huevos, y de los dineros que de allí se sacavan compravan el grano que comían las aves. [868]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo VIII

De las buenas costumbres que introduxo en Roma, y del zelo que tenía a la justicia.

Mandó por edicto público que ninguno fuesse osado tomar officio de correo si no fuesse naturalmente siervo; porque, según dezía él, no conviene a los hijosdalgo correr si no es quando van a los sacros palios a jugar. Panaderos, barrenderos, cozineros, vañadores, ortolanos, cavallerizos, nunca quiso que en su casa le sirviessen si no fuessen siervos, y si algunos se le yvan o se le morían, hasta que comprava otros tenía suspensos aquellos officios.

En todo el tiempo de su imperio no tuvo salariado más de a un médico, y a él ni a otro jamás dio el pulso, ni de médico tomó consejo, y aquel su médico dezía como burlando algunas vezes: «No pienses que te doy de comer porque me cures, sino porque no me cures.» Ni fue amigo de tomar medicina ni de que uviesse médicos en Roma, y para defender su opinión en esto dezía él que, como las grandes enfermedades no venían sino de grandes excessos, señal es que el príncipe que anda arrodeado de médicos deve estar cargado de vicios.

A los presidentes de las provincias, quando los embiava a presidir no sólo los instruýa de lo que avían de hazer, mas aun los proveýa de lo que avían menester, es a saber: que por lo menos llevassen dos cavallos, dos azémilas, dos pares de ropas, dos frascos, dos esclavos, un cozinero y cada cient ducados. Quando los tales se bolvían a sus casas, si avían hecho bien sus officios, hazíales mercedes de nuevo, y si lo avían hecho mal, pagavan lo que les avía dado todo al doblo.

A todos los pretores y censores y presidentes que tenían [869] cargo de justicia, si por ventura no tenían mugeres, compelíalos a tomar concubinas que tuviessen en sus casas porque no anduviessen en pos de las mugeres agenas; porque según él dezía, no es cosa justa ni conviene a la honrra de Roma que los que han de ser juezes de adulterios sean accusados de adúlteros.

Permitió a solos los cónsules y a los senadores que pudiessen andar en chirriones plateados y dorados, y esto hizo él porque viessen los embaxadores estrangeros quánta era la grandeza de los officiales romanos.

Ciertas ferias que solía aver en algunas ciudades de Ytalia y unos mercados que solían tener cada semana en Roma, hízolos renovar y libertar y pregonar.

Estuvo determinado de dar en cada un año treynta días de comer a todo el pueblo, la qual grandeza le vieron todos poner en plática, y nunca se pudo saber quién le estorvó de cumplirla.

A Christo quiso en Roma hazer un templo y ponerle en el número de los dioses, y lo mismo se dize que quiso hazer Adriano; mas los sacerdotes de los templos le fueron a la mano, diziendo que ellos tenían respuesta del oráculo que, si hazía aquello que avía pensado, todos los otros templos perescerían y todos christianos se tornarían.

Fue Alexandro en las burlas muy gracioso, en las fábulas inventivo, en los combites compañero, en allegar oro agudo, en guardarlo cauto, en buscar minas solícito, en el dar largo y en especular cosas nuevas demasiadamente cobdicioso. En burlas ni en veras por palabra ni escriptura quería que le llamassen sino romano, y para esto hizo dos o tres vezes una estema -que era una escriptura de su genealogía- por la qual provava y demostrava descender de los Fabios Metellos, que fueron nobles y muy antiguos romanos.

Truxo a Roma varones doctíssimos para que leyessen todas las sciencias, y para este effecto hedifficó muchos estudios, y junto con esto hizo y dotó ciertos colegios do fuessen enseñados de balde no otros, sino los hijos de los pobres, con tal condición que fuessen los tales pobres hidalgos, y no siervos o pecheros. [870]

Quando avía de yr a la guerra, mandava apercebir muchos días antes a los exércitos, y quando señalava el tiempo y día en que avía de partir, siempre dezía en sus edictos: «Partiremos, si fuere voluntad de los dioses, para tal día», por manera que sin la voluntad divina no pensava poder hazer ninguna jornada.

Castigava gravíssimamente a los governadores de las provincias que avían delinquido, en especial a los que eran notados de algún cohecho; mas si por caso alguno dellos era accusado no por culpa, sino con malicia, la pena que el tal merescía dava al que le accusava.

Este buen príncipe con todos los que delinquían fue piadoso, excepto con los ladrones y con los falsos testigos, y preguntado por qué a los otros y no éstos perdonava, respondió: «No podemos perdonar los príncipes otros delictos sino aquellos que son sin perjuyzio de terceros; y como los ladrones y falsos testigos redunden no tanto en perjuyzio nuestro como de otros, ni devemos ni podemos los príncipes perdonarlos, porque los unos hurtan las haziendas y los otros roban las famas.»

Fue muy liberal con los que hallavan thesoros, porque dado caso que por antigua costumbre le pertenesciesse el quinto, hazía merced al que lo hallava de todo. Tenía en su cámara un libro do estavan escriptos los señalados servicios que se le avían hecho, y también tenía allí puesto las grandes mercedes que avía dado, y si por caso alguno le avía hecho algún servicio y en recompensa dél no le avía pedido ninguna cosa, llamávale y dezíale estas palabras:

¿Qué es la causa por que no me pides ninguna cosa? ¿Por ventura quiéresme tener por tu deudor, aviéndome servido, no queriendo rescebir paga del servicio? ¿Paréscete bien que quieras tú tener fama de siervo fidelíssimo, y que por tu causa alcançe yo renombre de príncipe ingrato? ¿Cómo se animarán a servirme otros si veen que a ti no he pagado los servicios passados? ¿Y tú no sabes que, si es justo que los siervos por la trayción que cometen sean muertos, es también justíssimo que los príncipes por la ingratitud que tienen sean aborrescidos? [871]

Presupuesto que me quisiste servir y no quisiste de mi grandeza te aprovechar, hágote saber que me tengo más por offendido que no por servido, porque todas las vezes que loaren lo mucho que tú hiziste por mí, blasfemarán del olvido que yo tengo de ti. Si lo dexas de pedir por pensar que tengo muchas necessidades y no puedo cumplir con todas, vano es el tal pensamiento, porque, no teniendo el príncipe otra cosa con que pagar, es tan obligado a la paga del servicio, que lo ha de quitar del comer ordinario.

Conforme a tu estado, pide lo que quisieres, que, pues tú siendo siervo tuviste ánimo para servir, justo es que siendo yo príncipe le tenga para mercedes te hazer.

Estas y otras semejantes palabras dezía Alexandro a los que se acordavan de servirle y se olvidavan de pedirle. A éstos que le servían y a otros que le pedían nunca hizo merced de officio de justicia para que se pudiesse con verdad dezir que en pago de algunos servicios les dava governaciones de pueblos, sino que si le avían servido les pagava sus servicios en casas, en joyas, en heredamientos o dineros. Por importunidades que le diessen, ni por servicios que le hiziessen, ni por joyas que le empresentassen, ni por privados suyos que fuessen, nunca dio a ninguno officio de governación de justicia si no viesse en el tal abilidad en la persona y méritos en la vida.

Nunca permitió que contador alguno estuviesse en el officio más de por un año, y deste officio de contaduría dezía él que era un mal necessario en la república, porque por una parte allí deprendían todos a robar y por otra parte sin él no podían los príncipes bivir. Pagava de diez y siete en diez y siete días a la gente de guerra; y quando salían fuera de Ytalia a conquistar alguna tierra, ayudávales con bestias en que fuessen y con dineros que gastassen, porque no llegassen los cavallos cansados y ellos gastados. Quando yva camino, a todos los que yvan con él pagava las posadas do posavan y hazía tambien la costa a los que enfermavan.

Unos cristianos y unos bodegoneros vinieron delante dél a pleyto sobre que los christianos dezían que querían hazer una casa de oración para adorar allí a Christo su dios, y por [872] contrario los bodegoneros dezían que avían menester aquel sitio para hazer allí un bodegón para servicio del pueblo, en el qual negocio dio esta sentencia Alexandro: «Las cosas divinas siempre se han de anteponer a las cosas humanas, y por esso digo y mando que la casa hagan los christianos para Christo su dios; porque, dado caso que este su dios sea uno de los dioses ignotos, más honrra meresce él que no los bodegoneros.» [873]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo IX

De una guerra que se le offresció en Asia a Alexandro, y de lo que en Asia dixeron a sus embaxadores.

En el año onzeno después que començó a imperar Alexandro, repentinamente le llegaron cartas de Asia, en las quales le hazían saber los officiales romanos que estavan en ella cómo Artaxerxes, rey de los persas, avía vencido y muerto a Arthabano, rey de los parthos, y que no contento con aquella victoria començava a occupar a Assiria y a Mesopotamia, que eran provincias subjectas a Roma. No poca turbación mostró Alexandro rescebir en oýr esta nueva, lo uno por ser la guerra en Asia, la qual siempre fue al Pueblo Romano peligrosa y costosa, y lo otro porque en todos los diez años passados nunca avía visto contra sí armas de enemigos, y aun porque los successos de la guerra no consisten en llevar gran hueste armada, sino en ver a quién le dirá bien la ventura.

Desde niño se avía Alexandro criado en paz y avía governado el Imperio en paz y aun era naturalmente inclinado a paz, y por esso no es mucho se le hiziesse de mal la guerra; porque los desassossiegos y bullicios que trae consigo la guerra más son para hombres inquietos y descontentos que no para hombres pacíficos y ingenios reposados. Mandó que sus privados que estavan deputados para su consejo se juntassen con los del Senado para que juntamente allí se leyessen las letras que le avían escripto y determinassen lo que a ellas se avía de rescrevir, porque dado caso que el descuydo en todas las cosas graves dañe, en la guerra mata. [874]

Leýdas, pues, las letras, aunque uvo diversos paresceres sobre ellas, al fin viniéronse a resumir que primero que hiziessen a Artaxerge guerra le requiriessen con la paz, porque dado caso que agora destruya él las tierras de los romanos no convenía a la grandeza y pureza de Roma emprender ninguna guerra sin que primero fuesse la tal guerra muy justificada. Con mucha brevedad despachó Alexandro embaxadores para Asia y escrivió con ellos a Artaxerge, rey de los persas, una carta en esta manera:

Alexandro Severo, Emperador romano, a ti Artaxerge, rey de los persas, salud y paz en los dioses pacíficos.

Saludámoste con la salud porque te la desseamos y saludámoste con la paz porque la amamos. No tengas en poco saludarte con paz y dessearte salud, porque a los príncipes que no tienen salud enojoso les es el bivir y a los que no tienen paz el menor mal es morir. ¿Por ventura no le abasta al hombre la guerra que tiene contra su sensualidad propria sin que en tierra estraña invente otra guerra? ¿No puede el hombre subjectar al coraçón que tiene dentro de su cuerpo encarcelado y piensa de enseñorear a todo el mundo que está en tanta libertad puesto? Si en tiempo de paz aun no podemos bivir pacíficos, ¿qué haremos si contra nosotros despertamos enemigos nuevos? ¿No puede un príncipe persuadirse a que conforme su querer y parescer con el parescer de uno solo, y piensa de constreñir a todos a que conformen con solo su parescer proprio? Gran trabajo tiene el pobre que no tiene nada, mas muy mayor le tiene el príncipe que con ninguna cosa se contenta.

Acá hemos sabido que aventuraste tu persona, gastaste tus thesoros, empleaste tus amigos, destruiste a muchos pueblos por ser señor de los parthos, y bien creemos que no tienes agora más contentamiento que tenías quando eras rey de los persas; porque no consiste el contentamiento en conquistar y tomar reynos estraños, sino en domeñar y moderar los desseos proprios. Ni los parthos allá en Asia ni los romanos acá en Europa te avíamos hecho obras [875] mediante las quales a ellos destruyesses y a nosotros amenazasses; mas podrá ser que ellos venguen su injuria y nosotros destruyamos tu potencia, porque por la mayor parte nunca nascen los grandes peligros de los enemigos que tenemos sino de los amigos que offendimos. Los romanos y los parthos buenos amigos te fueron en todos tiempos y tú has tomado por empresa de offenderlos. Pues yo te juro por los immortales dioses que, si a ellos no restituyes lo que tomaste y a nosotros no dexas lo que tenemos, de tal manera te hagamos guerra los romanos que de mandar como rey en Asia vengas a servir como siervo en Roma. Aý te embiamos a nuestros embaxadores, los quales te declararán nuestras voluntades. Óyelos y créelos, y si no quisieres dar fe a las palabras que te dixeren, darla has después a las armas que te embiaremos.

No más, sino que nuestros dioses contigo y los tuyos comigo siempre sean.

Los embaxadores romanos que fueron con esta letra a Asia, según después ellos contavan, al tiempo que dieron su embaxada y el rey Artaxerge leyó la carta, dezían que la leyó una y dos y tres vezes, y que les dixo estas palabras:

He leýdo, y más de una vez he leýdo, y aun tengo de tornar otra vez a leer, la letra de vuestro príncipe, y bien paresce en el estilo della que ha espendido más tiempo en las achademias estudiando que no en los campos peleando; porque los príncipes guerreros que tienen los pensamientos altos en las palabras son cortos, mas en las armas son denodados. Yo doy por dada la embaxada y por explicado el crédito, pues el fin de vuestro príncipe es que yo dexe lo que tomé a los parthos y no me occupe en occupar lo de los romanos, y a esto respondiendo yo digo que la ley que ordenó «Esto sea tuyo, esto sea mío» procedió de coraçones baxos y apocados, y que no osavan emprender grandes hechos, pensando de deffender con los libros lo que no osaron ganar con las armas. Las leyes que hizieron los pobres filósophos no han de perjudicar a la grandeza de los [876] príncipes; porque los dioses determinaron que todas las cosas fuessen proprias, excepto los reynos que fuessen entre los príncipes comunes, el derecho de los quales está no en los que los heredan, sino en los que los ganan. Los príncipes heroycos y de altos pensamientos no se han de contentar con lo que heredaron de sus passados, y mucho menos conviene a su grandeza pedir por pleyto lo que les tomaron sus enemigos, sino que por conservar lo que heredaron gasten la hazienda y por ganar y adquirir más reynos aventuren cada hora la vida. Y pues esto es assí, que no ay rey tan virtuoso que no tenga embidia del reyno ageno, yo estoy determinado de conservar lo que tomé a los parthos y de tomar lo que pudiere a los romanos; y si me fuere en esta jornada contraria la fortuna, a lo menos loarán todos mi ánimo y grandeza.

Estas y otras semejantes palabras dixo Artaxerge a los embaxadores romanos, los quales, según después contavan en Roma, no se espantaron tanto de lo que dixo como del ánimo con que lo dezía, porque les parescía que no hablava con la lengua sino que peleava con las manos. Ya que los embaxadores se salían despedidos de su palacio, tornólos a llamar y díxoles: «Dezid a Alexandro, vuestro príncipe, que no se me passará de la memoria responder a su filosóphica carta, para la qual escrevir le señalo el campo por papel y la lança por péñula y la sangre por tinta y las obras por palabras.»

Bueltos, pues, los embaxadores a Roma y contado todo lo que con Artaxerge les avía acontescido, sintiéronlo mucho los del Senado y indignáronse todos los del pueblo y juraron de quebrantar a Artaxerge la soberbia y de vengar las palabras que avía dicho contra Roma. Era este Artaxerge príncipe muy amado de los suyos y muy temido de los estraños, y lo que más se notava en él fue que, si en tomar lo ageno se mostrava tyrano, después de tomado lo governava como príncipe muy justo. Muchos romanos rogaron a Alexandro que llamasse a los magos y adevinos para que le declarassen el successo de aquella guerra, la qual cosa ni la quiso hazer ni aun [877] mostró plazer de quererla oýr, diziéndoles: «Si los magos y adevinos, como tienen arte para saber las cosas advenideras, tuviessen también potencia para remediarlas, justo sería hablarlos y aun servirlos; mas pues soy cierto que no puedo huyr de do los hados me quisieren hechar, más me atengo a lo que los dioses hizieren que no a lo que los magos y adevinos dixeren.» [878]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo X

De una muy prudente plática que hizo a su gente de guerra.

Oýda por Alexandro la respuesta que Artaxerge dio a sus embaxadores tan superba, determinóse de hazerle guerra, y para esto embió sus mandatos a todas las provincias y ciudades subjectas y confederadas con el Imperio Romano, para que le socorriessen con dineros y le embiassen los hombres más bellicosos. Onze años avía que todo el Imperio estava en summa paz y tranquilidad, y, como les llegó la nueva que avía guerra en Asia, todos se espantaron y escandalizaron, lo uno por echarles nuevos tributos y lo otro por pedirles a sus maridos y hijos. Con grande ánimo y voluntad todos los del Imperio rescibieron a Alexandro, diziendo que eran contentos de darle sus dineros y emplear en su servicio sus personas y hijos, porque tenían creýdo dél que ni por su culpa se avía levantado aquella guerra ni le faltavan méritos para que en ella le fuesse contraria fortuna. Durante el tiempo que los dineros se recogían y la gente de guerra se juntava, mandó Alexandro llamar a todos los capitanes y centuriones y a todos los más principales que estavan en sus guarniciones y huestes, y puestos en un campo y él subido en alto les habló desta manera:

Hermanos, compañeros y amigos míos, a los immortales dioses ruego den a mi lengua suave eloqüencia para lo que ha de dezir y ponga en vuestros coraçones congrua atención para lo que avéys de oýr, porque gracia de persuadir en el que habla y dexarse persuadir el que escucha dones [879] son éstos que los piden muchos y los alcançan pocos. Es la inclinación que tenemos tan superba y es tan sagaz la malicia humana, que no ay ninguno que se tenga por tan simple, que no piense saber lo que sabe otro; y por esso me paresce a mí que poder uno persuadir a muchos es don que dan los dioses solos. Con la severidad de Demóstenes y con la prudencia de Pithágoras y con la sabiduría de Platón y con la eloqüencia de Cicerón no pueden aun muchos acabar de persuadir a uno ¿y piensa uno de persuadir a muchos? Esto que agora yo quiero deziros no es para querer que hagáys lo que yo quiero, sino para saber qué es lo que vosotros querréys; porque en los grandes y graves negocios uno los ha de proponer, mas muchos los han de determinar.

Viniendo, pues, al caso, ya sabéys y avéys visto que ha onze años tenemos la governación del Romano Imperio, en los quales hemos trabajado de conservar a todos en justicia y de evitar las occasiones para que no nos hiziessen guerra; y es razón que desto demos muchas gracias a los dioses, pues merescimos gozar en nuestros tiempos lo que nunca alcançaron ver nuestros antepassados. Aunque sea el príncipe en la condición saturnino y en la vida no muy recatado y en la conversación dessabrido y en el tener cobdicioso y en el estimarse superbo, todo se le ha de suffrir y dissimular si tiene paz con los estraños y sin accepción de personas haze justicia ygual a los suyos.

Común es a todos vosotros que Artaxerge, rey de los persas, ha destruydo a los parthos y ha maltractado a todos nuestros confederados y amigos, y aun está tan poderoso en Asia, que no ay lança contra él enhiesta; y, considerados vuestros hechos tan heroycos y vuestros coraçones tan animosos, no pensamos que desto os espantaréys ni menos temeréys, porque la grande admiración procede de poca prudencia y el temor de mucha covardía. Los varones heroycos y que entre todos quieren ser señalados con ygual coraçón han de suffrir las cosas adversas que rescebir las prósperas; porque a los tales de la prosperidad les es incierta la alegría y de la adversidad les es muy cierta la gloria. [880] Dexados los dioses y hablando de los hombres, ninguna cosa se puede con verdad llamar grande sino aquella que consigo trae grandes inconvenientes, y entonces vale más uno que todos quando haze uno lo que no hazen todos, porque no consiste la grandeza en tener desseos superbos, sino en hazer hechos heroycos.

Desde Roma embiamos a Artaxerge nuestros embaxadores que le rogassen y persuadiessen dexasse las provincias que avía tomado y se abstuviesse de las que quería tomar, el qual no sólo no lo quiso hazer, mas aun apenas lo quiso oýr; y por esso conviene que la grandeza romana se emplee en quebrantar su soberbia, porque no es de menos virtud humillar a los soberbios que ensalçar a los humildes. Muchos de los que aquí estáys fuistes criados y os hallastes en muy illustres hechos que hizieron Antonino y Severo, mis progenitores de immortal memoria; y, dado caso que por la antigüedad de los años y por la fatiga que tuvistes en las guerras ya no podáys pelear, a lo menos aprovecharéys de nos avisar y aconsejar, el qual officio no es en la guerra poco necessario ni menos provechoso, porque en tal coyuntura se puede allí dar un consejo que valga por mil de cavallo.

Tened esperança que los romanos seremos vencedores y los bárbaros quedarán vencidos, lo uno porque ellos levantaron la guerra y lo otro porque les hemos rogado con la paz; y son en esto tan justos los dioses, que muy pocas vezes permiten que goze de la victoria el que fue occasión de levantar alguna guerra. No os espante tampoco que nuestras armas estén tan viejas y del orín tan tomadas, porque no consiste la felicidad de la guerra en armas luzidas, sino en coraçones denodados. Muchos de los que andan en la tierra traen las armas luzidas y son vencidos, y todos los que andan en la mar traen las armas mareadas y son vencedores, por manera que las guerras no se hazen con armas de hierro, sino con hombres de azero.

También os escandalizaréys de ver que avéys de pelear so vandera de príncipe moço y que en guerras no ha sido experimentado, y de esto tampoco como de lo demás devéys [881] temer, porque voy determinado de en el hecho de pelear pelear como uno de vosotros y en cosas de consejo dexarme al parescer de los ancianos.

Aver falta en los bastimentos tampoco lo avéys de sospechar, que ya hemos puesto en la canal de Bizancio trigo de Sicilia, vinos de Candía, tocinos de Campania, azeytes de España, sal de Capua, Cecinas de Cerdeña y havas y garvanços de Normandía. Otras cosas sabrosas y deleytosas, ni las he mandado buscar, ni aunque se hallassen las dexaría llevar, porque en las guerras muy mal vencerán a los enemigos los que son vencidos de los vicios. Scipión Affricano, quando fue sobre la muy nombrada Numancia, halló treynta mil romanos que avía catorze años que tenían cercados a los numantinos y halló a los romanos cercados de dozientos mil vicios; y él como diestro y sagaz capitán desterró los vicios y viciosos de sus exércitos, lo qual hecho, luego fueron vencidos los enemigos. En esta jornada tan prolixa, tan peligrosa y tan costosa, no quiero más que hagáys de lo que me vierdes hazer, porque en el andar del camino, en el navegar de la mar, en guardar los passos, en acometer a los enemigos, en el regalo de la mesa, en el tractamiento de mi persona hallarme heys compañero affable y no príncipe esquivo.

Estas y otras semejantes palabras dixo Alexandro a los de su exército, las quales oýdas por ellos dixeron a grandes bozes que los dioses conservassen su vida y que ellos estavan aparejados de yr y morir con él en la guerra. Acabada esta plática, dividió mucho dinero entre los exércitos, según tenían de costumbre los emperadores romanos, y esto no se les dava para en pago de los gages que se les devían, sino para animarlos a que con mejor voluntad suffriessen los trabajos de la guerra. [882]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo XI

De cómo los romanos fueron vencidos de los persas.

Después que Alexandro habló a los del exército y proveyó todo lo necessario para su camino, mandó pregonar públicamente guerra contra Asia y señalar el día de su partida, antes del qual hizo grandes sacrificios en los templos y muy costosos votos a los dioses, porque tenían en costumbre los buenos príncipes romanos de aplacar primero la yra de los dioses antes que tomassen armas contra los enemigos.

Llegado el día que uvo de salir de Roma, acompañóle tres millas todo el pueblo y el Senado, y fue cosa muy digna de notar en que ninguno le vio partir que no se tomasse a llorar, porque, siendo como era príncipe tan piadoso, era de todos muy cordialmente amado. Desde que partió de Roma no reposó hasta la ciudad de Alexandría, a la qual avía mandado yr a todas las guarniciones que estavan en el Illírico para que allí todos se juntassen y en las armas militares los que no sabían se exercitassen y las cosas necessarias para la guerra se proveyessen.

En llegando Alexandro a Alexandría, parescióle a él y a los graves romanos de su consejo que yvan con él de embiar otra embaxada a Artaxerge, rey de los persas, para que de nuevo le combidassen con la paz, y si no, que le desafiassen para la guerra. El rey Artaxerge, sabida la passada de Alexandro en Asia y la venida de sus embaxadores a su tierra, ni mostró temer a la gran potencia de Roma ni menos se alteró con la nueva embaxada, y dixo a los embaxadores romanos que no les dava otra respuesta más de que él embiaría en breve otra [883] embaxada. No seys días después desto embió Artaxerge quatrocientos de cavallo por embaxadores a Alexandro, y éstos eran de los más nobles y más esforçados y ataviados y dispuestos que andavan en sus exércitos, y el fin de embiar tantos y tan adornados fue para que se espantassen los romanos de la grandeza de los persas. La embaxada que estos quatrocientos llevavan no era sino pocas palabras y éstas yvan escriptas en esta manera:

El gran rey Artaxerge, señor de los persas, manda a ti, Alexandro, rey de los romanos, que te salgas de Asia y desocupes a Assiria y no cures de entrar en Jonia ni Caria, ni tener que ver con Pontho, ni el mar Egeo, ni passar por ninguna tierra o provincia que confine con Europa, porque de otra manera, no queriendo esto cumplir, será necessario de te castigar.

Vista por Alexandro la superba embaxada, mandó prender a todos los quatrocientos embaxadores y, hecha merced de todas las ropas que traýan y de las joyas que tenían, embiólos a Frigia desterrados y allí les dio campos que labrassen y bueyes con que arassen. Algunos aconsejavan a Alexandro que no los desterrasse, sino que los ahorcasse, a los quales él respondió: «Al que no dize más de lo que le mandaron dezir en la embaxada y al que pelea por la defensión de su patria, injustamente le quitan la vida.»

Luego que la guerra se començó, unas guarniciones de Alexandro que le avían venido de Egipto y otras que estavan en Assiria intentaron de se yr y no querer en la guerra permanescer, a los quales todos hizo Alexandro de tal manera castigar, que ni ellos más lo osaron hazer ni otros pensar. Como se halló Alexandro con poderoso exército, acordó de dividirle en tres partes, es a saber: que el uno embió por la vía de Armenia y el otro por la parte de Tigris y Éufrates, y la otra parte tomó el consigo para entrar por las tierras y campos de los enemigos, con fin que, viéndose los persas por muchas partes combatidos, viniessen en el servicio de los romanos. [884]

En aquellos tiempos no buscavan los persas gente forastera para la guerra, ni sabían ordenadamente dar una batalla, sino que todos juntos a tropel peleavan, y assí vencían o morían, y lo que es más de admirar, que no menos yvan las mugeres que los maridos a las guerras, y ni a ellos ni a ellas davan los príncipes ningún sueldo por yr a la guerra más de lo que cada uno en ella robava. Aunque los persas no eran diestros en tener orden en las guerras, eran por otra parte muy acostumbrados a las armas, porque desde niños se abezavan a correr cavallos y a tirar las flechas.

El exército, pues, que estava con Alexandro, determinóse de entrar por las tierras de los persas, quemando y robando muchos castillos y fuerças; y los persas como astutos y sagazes, dado caso que los pudieran resistir, dexáronlos entrar hasta do se pudiessen mejor dellos aprovechar; y assí fue, que después que entre ellos se començó la pelea, en poco espacio fue destruyda la potencia romana. Al tiempo de encontrarse los persas y los romanos, no se halló Alexandro en la fuerça de la batalla, porque su madre Mamea a peso de lágrimas avía alcançado dél que se quedasse en la tienda, diziéndole que al fin no podía pelear más de por uno y que si por caso moría ponía en peligro el estado del Imperio Romano. Grandíssimo fue el daño que aquel día rescibió el exército romano, y no fue por cierto porque en los romanos faltó fuerças para pelear ni ánimo para morir, sino que los persas, como sabían los passos estrechos, metieron a los romanos en unos riscos muy peligrosos, y aun porque en los successos de las cosas mundanas, quando fortuna es contraria, poco aprovecha esfuerço ni diligencia.

De ver Alexandro tan gran calamidad en su exército, cayó de pura tristeza malo, y por contrario el rey Artaxerge con el gozo de tan gran victoria, si de antes era superbo, después se tornó superbíssimo; por manera que en esto se verá quán mísero es el estado de los príncipes, pues de la infelicidad de los unos depende la felicidad de los otros. Las guarniciones illíricas más que todas las otras peligraron, no por pelear, sino por enfermar, que como no estavan abezadas a la humedad de la tierra, ni al sereno del cielo, ni a caminar a pie, ni a [885] dormir armados, y aun también porque en el comer y bever eran poco sobrios, fueron tantos los que murieron dellos, que no escaparon la centena parte bivos.

Visto por Alexandro que él estava malo y su exército desbaratado y que se venía ya el invierno, determinó de retraerse a Antiochía y deste consejo y parescer fue su madre Mamea. Buelto, pues, Alexandro en Antiochía, en breve espacio convalesció de su enfermedad y recreó a los sanos y curó a los enfermos y socorrió a los necessitados, y esto hizo él con tanta largueza, como si ellos le truxeran de los persas la victoria. Los otros dos exércitos que no estavan con Alexandro, aunque no fueron del todo desbaratados, fueron en diversas vezes y por diversas maneras muy destruydos, por manera que en toda aquella guerra le fue a Alexandro muy contraria la fortuna. [886]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo XII

De otra guerra que tuvo en Germania, y de cómo dizen unos que murió Alexandro.

Estando Alexandro retraýdo en Antiochía, vínole nueva cómo la mayor parte de Germania estava revelada, y la occasión desta rebelión fue que supieron los germanos cómo en Asia Alexandro avía sido vencido y todo su exército muerto y desbaratado. Los romanos y los germanos desde tiempos muy antiguos fueron siempre en todas las cosas contrarios, y si algún poco de tiempo mostravan querer paz con los romanos, era no por su libre querer, sino por más no poder, porque regla general es que nunca sirve de grado el que por fuerça es a otro subjecto.

Lo que escrivieron a Alexandro fue que gran hueste de Alemania avía passado el río Ryn y el gran Danubio y entrado por las riberas del Illírico, quemando, robando, matando y saqueando muchas ciudades confines a Ytalia y subjectas a Roma, por manera que de súbditos y feudatarios se avían tornado crudelíssimos enemigos. Los pocos que estavan con Alexandro, que eran del Illírico y avían escapado de la guerra de Asia, mucho más que todos los otros sintieron y lamentaron aquella nueva por ver que a los padres avían muerto los persas y que a sus mugeres y hijos destruýan de nuevo los germanos. Suprema fue la tristeza que cayó en el coraçón de Alexandro de ver con quánta priessa le llamavan para la guerra de Germania, mayormente que le escrevían ser necessario que se hallasse en ella su propria persona, porque de otra manera los que estavan en Roma no acudirían y los que venían desbaratados de Asia todos se yrían. La mayor congoxa [887] que su coraçón criava era de pensar que a la hora que se divulgasse la fama por el Imperio cómo en Asia avía infelicemente peleado y que en Germania era de nuevo desobedescido, los que no le tenían buena voluntad en Roma intentassen de alterar contra él la república, porque natural cosa es a los plebeyos querer cada día mudar nuevos señores.

Determinóse el Emperador Alexandro personalmente de yr a la guerra de Germania y por otra parte escrivió al Senado cartas muy amorosas y embió a Roma para offrescer en los templos grandes sacrificios y también embió naos de trigo y azeyte para repartir en los pueblos, y junto con esto proveyó de secreto todas las fuerças de vituallas y todas las fronteras de gente, por manera que este buen príncipe con la persona quiso hazer la guerra a los enemigos y con la hazienda ganar los coraçones de los súbditos. Aunque estavan por toda Ytalia muchos lastimados de ver que en Asia avían perdido unos a sus hijos, otros a sus padres y otros a sus parientes y amigos, todos se assossegaron y callaron después que Alexandro les escrivió aquellas cartas tan amorosas y les embió tan buenas vituallas; porque según cada día nos muestra la experiencia, es de tal calidad y condición la gente del vulgo, que con tal que ellos sean bien tractados, poco se les da vençan sus príncipes o sean vencidos.

No con pequeña presteza caminó Alexandro de Asia para Germania, el qual, luego que llegó al río Ryn, hizo hazer una puente de varcas sobre él por do ligeramente pudiesse su exército passar y a sus enemigos combatir, porque el Danubio, que riega el reyno de los de Pannonia, y el Reno, que riega a Germania, por la gran distancia que ay de ribera a ribera y por la immensa profundidad del agua, aunque tienen nombre de ríos navéganse como mares. Allende que estos dos ríos son en la abundancia del agua grandes, en la profundidad investigables, en la anchura incomparables y en las corrientes furiosos, tienen de propriedad que en los inviernos se yelan tanto sus aguas, que los vezinos que beven dellas no sólo andan y baylan y negocian y se passean sobre los yelos, mas aun caminan a pie sobre ellos asidos a unos palos herrados. Como las aguas son tan delgadas y los fríos tan [888] continuos, házese tan gran costra de yelo sobre el agua, a que no sólo los hombres pueden seguramente sobre los ríos caminar, mas aun los cavallos furiosamente correr; y de aquí viene que los aguadores que van por agua no llevan cántaros para traerla sino hachas con que quiebran los yelos y bestias sobre que lleven en lazos aquellos pedaços, por manera que los instrumentos que han menester para yr al monte por leña, aquellos mesmos sirven para yr al río por agua.

Alexandro, pues, yendo de camino para la guerra de Germania, concertóse con unas gentes que llamavan los mauros, que bivían en los campos osrroanos cerca de Thracia, los quales peleavan con unas lanças muy largas y de a cada dos hierros, y son tan diestros en la guerra y traen los cavallos tan a la mano hechos, que no sólo cogen desde los cavallos las lanças caýdas, mas aun también hieren con ellas quando huyen como quando acometen. Muchos destos mauros eran también muy diestros vallesteros, y como naturalmente los germanos son en los cuerpos altos y en las carnes pesados, y los mauros por el contrario eran diestros en el tirar y ligeros para huyr, ni más ni menos se avían con los germanos que se han con el blanco en un terrero los vallesteros, es a saber: que sin rescebir ellos peligro queda el blanco despedaçado.

Prósperamente les començó a succeder las cosas de la guerra a los romanos, aunque eran pocos, y infelicemente peleavan los germanos, aunque eran muchos; y la causa desto era porque los romanos venían entonces de guerrear a los persas, mas los germanos no estavan abezados sino a labrar sus campos. No obstante que a los germanos les desplazía aver la guerra començado y a Alexandro no le pesava de aver personalmente a ella venido, acordó el buen príncipe de requerirles y aun rogarles con la paz, y para esto embióles embaxadores muy prudentes que de su parte les dixessen muy buenas palabras y les offresciessen muy grandes dádivas, y cómo él les perdonava todas las injurias; y esto hizo él no porque no les tenía perdido el temor, sino porque son varios los acaescimientos de la guerra y en ella menos que en otra cosa corresponde fortuna. Muchas vezes los germanos comiençan las guerras con cólera y las persiguen con furia, y a los fines déxanse [889] persuadir con ruegos y vencer con dineros. Durante el tiempo que fueron los embaxadores y andavan los tractos, pusiéronse treguas entre los unos y los otros, de las quales treguas toda la hueste de los romanos se espantaron y escandalizaron, porque, como ya estavan ellos encarnizados en los germanos, quisieran vengar las injurias y aun robarles las haziendas.

En el exército de Alexandro andava un capitán que avía nombre Maximino, nascido en Thracia, de linage obscuro, en condición bárbaro, en las inclinaciones vicioso y en officio matador de hombres y salteador de caminos. Por ser hombre animoso, denodado, astuto, atrevido y bellicoso, vino por todos los grados de cavallería a tener cargo de gente de guerra, y fue cosa maravillosa la deste Maximino, es a saber: que quan contraria le fue naturaleza en privarle de las virtudes naturales, tanto le fue favorbale fortuna en las cosas fortuytas; porque entonces muestra su grandeza fortuna quando a los que valían y tenían poco les haze que valgan y tengan mucho. Como vieron los romanos que Alexandro hazía apuntamiento de paz con los germanos y que durante las treguas él se dava a plazeres y vicios y que ellos no podían tomar ni robar nada de los enemigos, concertaron entre sí de criar en emperador a Maximino y de matar a Alexandro.

Fue, pues, el caso que, estando Maximino en el campo enseñando a unos mancebos a jugar de armas, lléganse a él los que concertaron aquella trayción y, tomado en medio Maximino, vístenle la insignia del imperio, él no lo sabiendo y aun pensando que era de burla lo resistiendo. Ya que Maximino vio que su promoción era no cosa de burla, acordó de matar al verdadero emperador de veras, lo qual todo, como fue dicho a Alexandro que estava descuydado en su tienda, él se començó a demudar y la madre a llorar. A los generosos y esforçados cavalleros que consigo tenía Alexandro rogóles y persuadióles quisiessen al traydor de Maximino resistir, y sobre este caso como buenos vassallos y amigos con él morir, lo qual ellos le prometieron, mas después no lo guardaron.

Otro día, pues, quando amanesció, dixeron a Alexandro que Maximino venía y todo el exército le acompañava, y como Alexandro pidiesse las armas para salir contra él a [890] pelear, no uvo hombre que con él quisiesse salir, porque la gente de guerra avíase toda passado a Maximino y los más de sus criados avían aquella noche huydo. Luego que Maximino llegó a vista de la tienda imperial do estava Alexandro, paró y estuvo quedo, y mandó a ciertos capitanes que fuessen do estava Alexandro no a prenderle, sino a matarle, y que por ninguna manera le diessen lugar a cosa que quisiesse hazer ni se parassen a palabra le escuchar, porque muchas vezes la dilación en semejantes casos haze que el que avía de morir mate a quien le avía de matar. Quando los capitanes de Maximino llegaron a la tienda de Alexandro, estava él arguyendo a su madre que por su avaricia y por su cobdicia perdía él la vida y la honrra, mas poco aprovecharon las quexas dél ni las lágrimas della, porque juntamente mataron al hijo y despedaçaron a la madre. Herodiano en las Historias romanas esta muerte y esta occasión de morir dize que acontesció a Alexandro; mas, según otros historiadores no menos graves y verdaderos que él, aunque dizen que murió en Germania, no dizen que fue vencido en Asia y aun en occasión de su muerte cuentan de otra manera; porque Herodiano no supo con qué excusar la trayción que cometió el tyrano de Maximino si no fue con dezir que por aver Alexandro sido vencido, estava odioso a todo el exército romano. [891]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo XIII

De una solenne plática que hizo Alexandro a la gente de guerra.

Quando Alexandro partió de Roma para yr a la guerra de Asia, muy gran vigilancia traýa sobre toda la gente de guerra, assí en lo que tocava a ellos para que no peligrassen, como en lo que tocava a las tierras por do passavan para que no robassen; porque tan natural cosa es a la gente de guerra robar a los vezinos como matar a los enemigos. Quando comía, siempre tenía la tienda abierta, para que viessen y conosciessen todos los que en su hueste yvan que los manjares que comía más sabían a la aspereza de la guerra que no a los regalos de Roma. Cada noche visitava las estancias de su campo y algunas vezes dava rebatos fingidos para ver con qué presteza tomavan las armas y si huýan o acudían a las vanderas. Si alguno se desmandava de la vandera, ora fuesse para robar o con intención de se passear, considerada la calidad de la persona, le dava mayor o menor pena. Si alguno era rixoso con los huéspedes o mal suffrido con los compañeros o desobediente a sus officiales o que tomava algo por fuerça o descomedido en su lengua, llamávale y dezíale esta palabra: «¿Querías que te hiziessen lo que hazes? ¿No sabes el proverbio de los christianos que dize «Quod tibi non vis, alteri non facias», que quiere dezir: «Lo que para ti no quieres, a otro no lo hagas»?» Dezía Alexandro que este proverbio avía oýdo dezir, no se acordava si a los christianos o a los judíos, y imprimieron en su coraçón tanto estas palabras, que no sólo muchas vezes las repetía y las dezía, mas a sus governadores las escrevía y, lo que más [892] es, que en las vanderas de la guerra las hizo escrevir y en todas las obras públicas esculpir.

Estando Alexandro en tierra de Antiochía, supo que un militar avía injuriado a una muger anciana, assí de palabra como con obra, y llamados ambos a dos en su presencia, mandó que le despidiessen a él de la capitanía y que le privassen de las libertades que le avía dado en Roma y, lo que más es de todo, que se le dio a la vieja por esclavo y mandó que en el officio de carpintero a su ama sirviesse y mantuviesse. Tenía tanta severidad y reziura con la gente de guerra, que muchas vezes le acontesció despedir y deshazer una capitanía entera porque no podía suffrir que entre ellos uviesse dissensiones y entre los vezinos hiziessen escándalos. Todos los príncipes romanos tuvieron temor a sus exércitos, excepto Alexandro, y la causa que él dezía porque no los temía era porque él les pagava muy bien todo lo que les devía y ellos no tenían que reprehender a él de su persona ni vida, que al fin ninguno tiene verdadera libertad en el castigar si no es limpio en el bivir.

Estando el exército en Antiochía, supo que los de su exército se davan a mugeres y se occupavan en vaños y perdían mucho tiempo en juegos, y mandó prender a todos los capitanes, tribunos y centuriones y echarlos con hierros presos, y levantóse sobre este caso tan gran escándalo entre ellos, que osaron públicamente dezir a Alexandro que si aquel día no soltava los presos, se passarían otro día a los enemigos. Avisado Alexandro de lo que la gente de guerra avía dicho y de lo que dezía que avían de hazer, mandó llamar en su presencia a todos los que estavan presos y a los principales de los que estavan sueltos, y díxoles estas palabras:

Hermanos, amigos y compañeros míos. Esto que agora quiero deziros más es por el amor que os tengo que no por el temor que os he, porque los príncipes que por temor dexan de hazer justicia, o es porque son injustos o porque los súbditos dissimulan a ellos otros mayores vicios. ¿Cómo queréys que suffra yo a vosotros, siendo como soys nobles romanos, lo que los tyranos crueles no suffren a sus súbditos? [893] ¿Por ventura no sabéys que por tyrano que sea uno, aunque constriñe que le suffran a él los vicios, no consiente en su governación a hombres viciosos? No ay ninguno tan malo que, aunque no se esfuerce a ser virtuoso, no le parezca lo bueno bien, y de aquí se sigue que muy peor es para la república el príncipe que, siendo virtuoso, suffre a hombres viciosos, que no el que es vicioso y no permite en la república vicios. Al príncipe que consiente vicios y dissimula con los hombres viciosos no le pueden llamar padre piadoso, sino péssimo y cruel tyrano, porque, dado caso que al presente él no los quiera castigar, los unos a los otros se han de destruyr. Un vicioso con otro vicioso no puede durar entre ellos la amistad mucho tiempo, porque luego que los vicios empalagan, luego las amistades se destruyen.

Siendo yo vuestro príncipe según justicia y en amor vuestro hermano, ¿cómo queréys que os suffra forçar las huéspedas, jugar las pagas, talar las huertas y otras semejantes y aun peores cosas? Dado caso que agora yo quisiesse esto passar y dissimular, por cierto vosotros antes que otros os pusiéssedes a lo afear y condenar; porque este tributo tienen los buenos sobre los malos, en que si al malo le pesa del castigo que le dan, al fin ha de loar algún día al que se le dio. ¿No sabéys que soys cavalleros romanos y que el día que uno toma el nombre de romano se obliga a ser virtuoso, porque este nombre de romanos no le engrandescieron tanto nuestros antepassados con los enemigos que mataron en Asia quanto con los vicios que estirparon de la república? Llamamos a los persas bárbaros porque nos tomaron lo nuestro; ¿por ventura de romanos no nos llamarán tyranos tomando lo ageno?

Yo me llamo Alexandro y querría immitar el nombre del Magno Alexandro, del qual y de su padre, el rey Philippo, se dize que, quando sacavan sus huestes a pelear, más parescía senado de república que no gente de guerra. Si ellos hizieran lo que vosotros hazéys, nunca aquellos príncipes alcançaran de sus enemigos tantas victorias, ni los escriptores escrivieran dellos tan altas hazañas, ni aun yo los loara [894] con tan buenas palabras; de lo qual se sigue que mucha parte es para vencer a los enemigos tener los exércitos bien disciplinados. Muchas victorias suelen perder los príncipes, no por falta de ser la guerra justa, sino por ser su gente de guerra mala; y, dado caso que alguna vez los malos sean vencedores, al fin al fin han de ser vencidos, y si no fueren de los hombres vencidos serán de los dioses castigados.

Ténganse por dicho todos los presentes y absentes que, si alguno quisiere ser malo, o se ha de tornar a su casa o le hemos de castigar si permanesce so nuestra vandera, porque no es justo que, viniendo a recuperar lo que está usurpado a la república, infaméys con vuestras obras a nuestra madre Roma. Si suffrimos tantos trabajos, si nos ponemos en tantos peligros y si gastamos nuestros thesoros, no es porque nos falta azeyte, trigo, vino, plata ni oro, sino por engrandescer el renombre del Imperio Romano; y pues esto es assí, ¿cómo es possible permitan los dioses que por manos de hombres infames alcancemos nosotros fama?

Numma Pompilio, Quinto Cincinato, Marco Marcello, Paulo Emilio, Quinto Fabio, Gneo Fabricio y Scipión Affricano, los quales hizieron acerca de los dioses el Imperio Romano ser accepto y que por todo el mundo el nombre de Roma fuesse temido, no leemos en las hystorias destos illustres varones que ellos en sus personas fuessen tyranos ni menos que consintiessen en sus exércitos algunos vicios. Creedme, amigos y compañeros, que los príncipes que quieren conservar la buena fama de príncipes y no cobrar renombres de tyranos, tanto han de guardar a que no entren en sus exércitos los vicios, como a que no les acometan a trayción los enemigos, porque mayor peligro corren los hombres en los vicios secretos que no en los enemigos públicos.

O lo que vosotros hizistes es bueno, o es malo; y si robar los campos, levantar ruydos, forçar mugeres tenéys por bueno, luego a essa cuenta honrrar los templos, deffender los huérfanos, sacrificar a los dioses, tener en justicia a los pueblos ternéys por malo, pues las leyes que condennan lo [895] uno aprueban lo otro, lo qual de vosotros ni es de creer ni menos de pensar, porque dado caso que del mal no podemos dezir sino mal, muy peor es al mal deffenderle que hazerle. Y si los insultos que hemos contado y vosotros avéys cometido tenéys por malo, ¿por qué el castigo que se da por ellos no tenéys por bueno? Si el premio y galardón son primos, ¿quién negará que la pena y la culpa no sean hermanos? El que ordenó que al triumphador le metiessen en un carro triumphando por la puerta ¿no ordenó también que al ladrón le pusiessen en la horca? ¿Queréys la paga adelantada aun de lo no servido y no queréys pagar ni restituyr lo que avéys robado? Con quanta libertad tienen los príncipes en la república aún no son libres de no estar subjectos a la justicia, ¿y quiérese esentar della la gente de guerra?

Essas palabras que avéys dicho y essas amenazas que avéys hecho, ni las tomo por injuria ni me ponen ninguna tristeza, porque matándome a mí no matávades más de a uno, y al fin no faltaría en el Imperio quien a mí succediesse y a vosotros castigasse. Lo que al presente yo os ruego y mando es que emmendéys lo passado y seáys pacíficos y cautos en lo advenidero; y si no lo quisierdes assí hazer, serme ha forçado de lo castigar, porque yo no tengo de substentar mi imperio con substentar hombres viciosos en la guerra, sino con mantener a todos en justicia.

Estas y otras semejantes palabras dichas, todos se amansaron y apaziguaron, y lo que más es, dexadas las armas en señal de obediencia y baxas las cabeças en señal de tristeza, se fue cada uno a su estancia y de aquí se coligió la grande auctoridad que tenía Alexandro en el mandar y la fuerça que tenían sus palabras para persuadir. La capitanía que del todo avía deshecho y despedido. Passados treynta días los perdonó y admitió, porque vio en ellos arrepentimiento de lo passado y grande ánimo para servirle en lo advenidero; y assí fue, que después ellos fueron los que más se señalaron en la batalla y a quienes se atribuyó toda la gloria de la victoria. [896]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo XIV

De la victoria que Alexandro uvo contra los persas y de su triumpho, según otros los cuentan.

Quando Alexandro partió de Roma para la guerra de Asia, era ya passado gran parte del verano, y a esta causa fuele necessario tener en Antiochía el invierno; y aunque de la dilación se le rescresció más costa, fuele provechoso para la guerra, porque en aquel tiempo reformó los exércitos, proveyóse de bastimentos, reparó los caminos, occupó los passos peligrosos y aun quitó a los enemigos muchos de sus confederados. A la boca del verano caminó Alexandro con su exército, el qual entrado en las tierras de los persas, hizo lo que se suele hazer en semejantes jornadas, es a saber: quebrar puentes, derrocar fuerças, quemar casas, saquear lugares, talar los panes, matar los hombres, prender las mugeres; y desto no nos maravillemos, porque dado caso que la guerra esté muy justificada, aunque sea justo lo que por ella se pide, siempre es injusto lo que en ella se haze.

Después de passados algunos días y avidos entre los romanos y persas algunos peligrosos rencuentros de concordia de Alexandro y Artaxerge, cometieron ambos su fortuna a méritos de una batalla, en la qual los persas fueron vencidos y los romanos quedaron vencedores. Mejor le estuvo este partido a Alexandro que no a Artaxerge, y la causa es que, como él se estava en sus tierras y apoderado de sus fuerças, fuera buen consejo que dexara a los romanos a que ellos mesmos se gastaran y cansaran, porque los exércitos que por algún tiempo se detienen en tierras estrañas sin que nadie los destruya, ellos mismos se consumen. Muy grandes fueron las riquezas [897] que en aquella batalla se tomaron y infinitos los captivos que se prendieron, y como los persas tenían por muy grande injuria servir a ninguna nación estraña, Artaxerge, aunque estava pobre y vencido, recogió muchos dineros y rescató a todos los captivos, por manera que ni quedó en Persia dinero, ni vino a Roma captivo.

Cobró Alexandro de aquella guerra nombre de esforçado y de magnánimo y de no cobdicioso, y fue justamente llamado esforçado por lo bien que peleó, y magnánimo por lo mucho que dio, y no cobdicioso por lo poco que tomó. Despachadas las cosas de Persia, tornóse Alexandro a Roma, do entró con muy gran triumpho y gloria, porque conforme a las gentes que avía vencido fueron las riquezas que truxo para el herario. Al tiempo que subió al alto Capitolio, habló en esta manera a los del Senado:

Padres Conscriptos, por yo venir fatigado del camino y vosotros estar cansados del rescebimiento, no es razón de hazer larga plática, ni menos de inventar nueva eloqüencia; porque no ay cosa tan elegantemente dicha, que si es sin tiempo y sin sazón dicha no sea a los que la oyen enojosa. El que ha de hablar y persuadir a otros, no sólo ha de mirar lo que dize, mas aun aguardar tiempo y coyuntura para lo dezir, porque la mar en un tiempo se dexa acocear y en otro aun no se dexa tocar. Con lo que avéys oýdo de antes y con lo que avéys visto oy, podréys conoscer quán peligrosa aya sido la guerra y quán copiosa fue la victoria, que, como sabéys, Padres Conscriptos, no se saca gran miesse sino de la sembrada bien barbechada.

Es, pues, el caso que tuvieron los persas en su favor ochenta mil peones, seys mil de cavallo, setecientos elephantes, dos mil carros herrados y diez mil esclavos mancebos, la mitad para llevar bastimentos y la mitad para adobar los caminos. El día que los unos y los otros salimos en campo a darnos batalla, no uviera hombre que no pensara estar allí todos los del mundo juntos o aver resuscitado de los sepulchros los muertos. De los peones matamos veynte mil y otros tantos captivamos; de los de cavallo, dos mil murieron [898] y tres mil se rendieron; de los elephantes, dozientos traemos y trezientos matamos; los carros y los esclavos y los captivos a dineros los rescatamos, por manera que les tomamos las tierras, vendimos las personas y les truximos las haziendas. Yo vengo sano, el exército rico y el rey Artaxerge queda desterrado y el nombre de Roma engrandescido, los cavalleros militares están pagados, a los confederados embiamos contentos, y con todos estos trabajos, aunque estamos gastados, no venimos fatigados, porque es tan dulce cosa la victoria, que haze olvidar toda la pena passada.

Dichas por Alexandro estas palabras, començaron los del Senado a dezir a altas bozes:

Los dioses te guarden, Alexandro; los dioses hagan immortal tu fama, pues con immortal honrra honrraste oy a Roma. A los persas venciste, a los parthos visitaste, a los reyes subjectaste, a los exércitos enrriquesciste y a nosotros honrraste; y por esso no immérito te llamaremos padre de la patria, tribuno de pueblo, pontífice máximo, cónsul primero y único señor y emperador del mundo.

Hechas, pues, estas y otras semejantes exclamaciones por el Senado, al tiempo del salir de la puerta del Capitolio, dixo Alexandro a todos los que le estavan allí esperando:

Padres, hijos, hermanos y compañeros. A los Padres del Senado hemos dado cuenta de todo lo que hemos hecho. Ellos os darán razón, como es razón, de todo lo que les hemos dicho. Para oy abasta el triumpho passado. Mañana visitaremos los templos, y otro día offresceremos grandes sacrificios. El quarto día daremos libertad a los presos y el sexto día occuparemos en repartir de la presa a los pobres, biudas y huérfanos; y en el séptimo començarse han los juegos pérsicos y circenses, porque, considerada la grandeza de nuestra victoria, queremos primero cumplir con los dioses que nos la quisieron dar que no con los hombres que nos la ayudaron a ganar. [899]

Ya que Alexandro salió del Capitolio, subió encima de un cavallo para yr a su palacio, del qual a la hora le descendieron los más ancianos y generosos romanos y le pusieron encima de sus hombros, diziendo a grandes bozes todo el pueblo:

Bendita Mamea, tu madre; bendito tú, Alexandro, su hijo; bendita Roma, que te crió; bendito el exército que te eligió; bendito el Senado que te consagró, porque en suerte te cupo la felicidad de Octavio y la bondad de Trajano. Llevaste a esta guerra a nuestros maridos, a nuestros hijos y amigos, a todos traes sanos, a todos traes ricos y a todos traes contentos, por lo qual te dizimos que si oy ponemos tu persona sobre nuestros hombros, para siempre pornemos tu memoria en nuestras entrañas.

En estas exclamaciones se occupó el pueblo mucho espacio, en que atrás ni adelante por término de quatro horas no podían caminar, hasta que los quatro elephantes con el carro triumphal hizieron lugar. Todo lo que dixo al pueblo que avía de hazer, todo por orden lo mandó cumplir, y al cabo de los juegos y fiestas instituyó en un templo vírgines que allí sirviessen y permanesciessen, a las quales llamaron Mameas en reverencia de su madre Mamea.

En este tiempo le venieron nuevas cómo en Tángar, ciudad que es en Áffrica, Furio Celso avía avido una victoria, y en Armenia Junio Palmato avía avido otra, y en el Illírico Vario Macrino tenía a toda la Berbería subjecta, y los correos que le truxeron las cartas le truxeron también tres tablas laureadas. Passadas las fiestas del triumpho, quísose informar de los officiales de la república, es a saber: cómo en su absencia con el pueblo se avían avido y de cómo la justicia avían administrado, y a los que no lo avían hecho bien quitólos y a los que avían sido buenos remunerólos, dando a unos más honrrados officios y a otros heredades y dineros. Muchas vezes dezía Alexandro que tanta gloria merescían los que en tiempo de guerra governavan bien la república como los que en la guerra alcançavan la victoria. [900]


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Una década de Césares / El Emperador Alexandro
Capítulo XV

De las cosas que hizo en Roma y de cómo el tyrano Maximino le mató en Bretaña.

Después que Alexandro venció a los persas y triumphó dellos, algunos días se detuvo en la governación y reformación de la república, porque las largas absencias de los príncipes siempre causan algunas injusticias en las repúblicas. De todas las riquezas que truxo de la guerra de Asia no tomó más para sí de un cavallo, un carro, quatro elephantes, un topazion, una espada, una copa de yedra y un papel de agugetas, las quales cosas avían sido del rey Artaxerge, porque, según él dezía, preseas de príncipes no las han de traer sino príncipes. A los cavalleros veteranos, que eran los que estavan ya jubilados, dio casas en que morassen y tierras en que labrassen, y esto con apercebimiento que, si sus hijos y successores siguiessen la cavallería, que las heredassen, y si no, que a la república se tornassen. Fue Alexandro muy enemigo de hazer mercedes sino de por vida, porque dezía él que no echava otra cosa más a perder a los hijos de los buenos que aver heredado mucha hazienda de sus antepassados.

La guarda de las fronteras peligrosas nunca la cometía sino a los que tenían propria hazienda en ellas; y si no la tenían, él se la dava, de manera que por conservar la fidelidad que devía y por deffender la hazienda que tenía les era forçado guardar la tierra o morir en la demanda. Dentro de su palacio ninguno posava, si no eran sus criados y officiales, excepto el prefecto que governava a Roma y el gran Ulpiano que en su consejo presidía, y la causa que le movía a hazer esto era porque, según dezía, a la hora que uno posava en [901] palacio, luego se tenía y pregonava por privado para a él engañar y a los otros importunar.

Quando le dezían que algún pariente suyo muy propinquo o algún amigo antiguo estava dél enojado, respondía: «Él está enojado porque no apruevo su mala vida o porque no le doy de mi hazienda, y ni tengo de consentir lo uno ni hazer lo otro, porque darles la hazienda es en perjuyzio de la república y consentirles que sean malos es en detrimento de mi honrra.»

Avía en aquellos tiempos en Roma un matemáthico que avía nombre Thrasíbulo, al qual preguntó Alexandro qué muerte avía de morir, al qual respondió Thrasíbulo: «Morirás en tierra estraña, siendo no viejo, y a cuchillo barbárico.» No sólo no se turbó Alexandro de oýr esto, mas aun con sobrada alegría, echados los braços sobre Thrasíbulo, dixo:

Si los dioses a otros príncipes concedieran perpetuamente bivir y a mí me mandaran morir, yo confiesso que sintiera mucho el morir; mas siendo como es la vida tan breve y la muerte tan necessaria, más quiero morir en el campo a manos de mis enemigos que no en la cama rodeado de médicos. A la grandeza de los príncipes pertenesce no sólo hazer buena vida, mas aun eligir muerte honrrosa, y para esto te digo, Thrasíbulo, que toda la felicidad del príncipe está en governar bien la república y en emplear después la vida por ella. ¿Qué fama, ni qué gloria, ni aun qué descanso se le sigue a la vida venir a morir un príncipe siendo ya viejo y enfermo, en la qual edad por la mayor parte son los viejos mal servidos de los suyos y menospreciados de los estraños? Quien tuviere por bueno que el sacerdote muera en el templo no terná por malo que el príncipe muera en el campo, porque el officio del uno es orar y el del otro pelear.

A muchos aquí en Roma he visto morir de la manera que el vulgo tiene por bien morir, es a saber: cargados de años, echados en las camas, acompañados de hijos, honrrados de parientes, rodeados de yernos, visitados de médicos y servidos de nietos a la muerte de los quales yo no tengo [902] embidia, pues conoscí dellos que, antes que a sus cuerpos los comiessen gusanos, a sus coraçones los desentrañavan cuydados. Gran trabajo me paresce a mí que es morir en la cama, pues se vee uno llorar antes que se vee morir. Harto trabajo tiene el enfermo en suffrir el amargor de la purga, sin que no junta, sino a pedaços se la hazen bever toda, por lo qual quiero dezir que muchas vezes muere el que rodeado de muger y hijos muere. El cavallero que se vee morir no puede en la muerte honrra ganar, porque no ay ninguno tan denodado, ni del querer bivir tan aborrescido, que llegado en aquel estrecho no muestre covardía en el morir o no procure con infamia bivir. Bien sabes tú, Thrasíbulo, que Alexandro y Darío, y Héctor y Pompeyo, y Gayo y Julio, y Séneca y Demóstenes fueron varones en sus personas illustres, en sus doctrinas sabios y en sus hechos heroycos; mas todos estos y aun otros muchos con ellos murieron, no acompañados de amigos, sino a poder de sus enemigos, y ni por aver tan siniestros fines fueron affrentados, ni menos en menos tenidos, sino que con aquellas muertes crueles se hizieron muy más gloriosas sus famas.

El que profundamente quisiere considerar cómo no otra cosa sino los medios son diversos para morir (que el morir todo es al fin uno) no se afligirá qué muerte ha de morir, sino qué son las cosas que en su vida ha de emmendar. Y dado caso que estas consideraciones sean más para los philósophos que no para los simples, a los unos y a los otros digo que assí como no fue en nuestra mano el nascer, assí no será en nuestra mano el morir, sino que, llegada aquella hora, allí verá cada uno lo que le tiene guardada fortuna.

Todas estas cosas dixo Alexandro a Thrasíbulo en secreto, las quales dixo él después a todos en público. No pocos días después que esto passó, se partió Alexandro para la guerra de Germania; y esta guerra no se hazía en Germania, sino en Gallia Transalpina, porque, estando los franceses subjectos a los romanos, les fueron a hazer guerra los germanos.

Estando, pues, Alexandro en el mayor hervor de la guerra, [903] amotináronse contra él unos cavalleros veteranos, criados antiguos que fueron de Helio Gábalo, y criaron en emperador a un capitán llamado Maximino; y esto hizieron ellos porque no les dava lugar a que del exército se absentassen, ni por la tierra robassen. Estando, pues, en Bretaña la Menor, en un lugar llamado Cilicinia, acordaron Maximino y los otros traydores de sus compañeros de matar a su señor Alexandro, y esto antes que la trayción se divulgasse por el exército; porque dado caso que algunos dellos temían su reziura, por otra parte todos amavan su justicia.

Estando durmiendo y reposando la siesta después de comer, concertaron los traydores con un truhán que le entrasse en la tienda a matar, el qual como entrasse y Alexandro despertasse, cayó sobre el truhán tan gran espanto, que no sólo no le osó acometer, mas aun echó a huyr. Fuese el truhán para Maximino y sus compañeros, y díxoles que fuessen luego a matar a Alexandro, que estava solo, que de otra manera él descubriría lo que ellos le avían mandado; y esto dixo él porque era ley de guerra que qualquiera que osasse entrar en la tienda del príncipe sin licencia no pagasse menos de con la vida. Maximino y los otros, visto que el truhán los avía de descubrir, determinaron de a Alexandro matar; y assí fue, que todos juntos arremetieron a la tienda y mataron a él y a su madre y a todos los que les quisieron hazer alguna resistencia o se atrevieron a dezirles alguna fea palabra.

Murió Alexandro a doze de julio. Imperó treze años y nueve días. Bivió veynte y nueve años y tres meses y siete días, y fue el príncipe que más en Roma fue amado en la vida y más llorado en la muerte. Los émulos de Alexandro notávanle que se despreciava ser de nación assiro, que era amador de oro, que inventava nuevos tributos, que era severo con los militares, que procurava parescer al Magno Alexandro y que era algo sospechoso. La cosa que más culpan y en que más digno de culpar Alexandro fue que, siendo ya hombre y en la governación del Imperio experimentado, estava subjecto a su madre como quando era niño; y en este caso abastara que la reverenciara y honrrara como a madre, y por otra parte pensara que su consejo al fin era de muger. Fue Alexandro tan [904] universalmente amado de todas las naciones del Imperio, que acontesció en su muerte lo que no se lee acontescer en la muerte de príncipe del mundo, es a saber: que a los que llevavan la nueva de su muerte matavan y a las provisiones y mandamientos de su successor no obedescían, diziendo que príncipe tan virtuoso era blasfemia dezir que fuesse muerto, porque, si avía dioses immortales, Alexandro avía de ser uno dellos. Fueron sus huessos traýdos a Roma y aun con tantos llantos sepultados como si a todos se les uvieran aquel día muerto sus hijos.

* * *

Aquí se acaba la Década de las Vidas de los diez Césares y Emperadores romanos, en las quales se contienen muy peregrinas hystorias, muy varios casos y muchos y muy buenos avisos. Fueron copiladas, traduzidas y corregidas por el illustre señor don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, predicador y chronista y del Consejo de Su Magestad. Imprimiéronse en la muy leal y muy noble villa de Valladolid, por industria del honrrado varón, impressor de libros, Juan de Villaquirán, a veynte de mayo, año de mill y quinientos y treynta y nueve.

Posui finem curis. Spes et fortuna valete.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Una década de Césares (1539). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 335-904, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Helio Gábalo


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión de la Década de Césares, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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