La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo XVIII
Do el autor con delicadas palabras y razones muy lastimosas llora los muchos años que en la corte perdió.


Yo mismo a mí mismo quiero pedir cuenta de mi vida a mi propia vida para que, cotejados los años con los trabajos y los trabajos con los años, vean y conozcan todos cuánto ha que dejé de vivir y me empecé a morir. Mi vida no ha sido vida sino una muerte prolija; mi vivir no ha sido vivir sino un largo morir; mis días no han sido días sino unos sombras muy pesadas; mis años no han sido años sino unos sueños enojosos; mis placeres no fueron placeres sino unos alegrones que me amagaron y no me tocaron; mi juventud no fue juventud sino un sueño que soñé y un no sé qué que me vi; finalmente digo que mi prosperidad no fue prosperidad sino un señuelo de pluma y un tesoro de alquimia. Afrenta he de lo decir, mas no lo dejaré de decir, y es que desde niño muy niño la corte conocí, a muchos príncipes en ella alcancé, varias fortunas en sus casas vi, de varios oficios en sus cortes serví, en guerras trabajosas y por mares peligrosas los seguí, mercedes muy señaladas de ellos recibí, y aun con prosperidades y adversidades en sus cortes me hallé. Más diré, pues más pasé, y es que unas veces en gracia y otras veces en desgracia de los príncipes me vi, varios géneros de fortuna allí tenté, muchos amigos allí cobré, con crueles enemigos allí competí, sobresaltos de fortuna infinitos sufrí, alegre y triste, rico y pobre, amado y desamado, próspero y abatido, honrado y afrentado, muchas y muy muchas veces en la corte me vi.

¿Qué sacaste vos, ¡oh, alma mía!, de toda esta jornada? Lo que vos sacaste fue a mi cabeza cargada de canas, a mis pies poblados de gota, a mi boca privada de muelas, a mis riñones llenos de arenas, a mi hacienda empeñada por deudas y a mi corazón cargado de cuidados, y aun a mi ánima no muy limpia de pecados. Más hay que decir, si lo quiero todo decir, y es que de allí saqué al triste de mi cuerpo cansado, a mi juicio remontado, a todo mi tiempo perdido y todo lo mejor de mi vida pasado. Y lo que es peor de todo, que en ninguna cosa tomo ya gusto y de mí más que de todo estoy descontento. ¿Qué diré de las alteraciones de mi vida y de las mudanzas que hizo en mí fortuna? Y éstas no tanto en mi salud cuanto en mi virtud, porque ni allá fui cual yo era, ni acá soy cual allá fui. Fui a la corte inocente y tornéme malicioso, fui sincerísimo y tornéme doblado, fui verdadero y aprendí a mentir, fui humilde y tornéme presuntuoso, fui modesto e híceme voraz, fui penitente y tornéme regalado, fui humano y tornéme inconversable; finalmente digo que fui vergonzoso y allí me derramé, y allí fui devoto y allí me entibié. ¿Es verdad, pues, que anduve muchas escuelas o mudé muchos maestros para aprender estos vicios? No, por cierto, porque uno de los peligros que hay en la corte es que se aprenden los vicios sin maestro y no se quieren dejar sin castigo.

Tenía cuenta con mi hacienda, y esto para saber cómo se gastaba y no para bien distribuirla; tenía cuenta con mi honra no por mejorarla, sino por aumentarla; tenía cuenta con el tiempo, no para bien lo emplear, sino para a mí me aprovechar; tenía cuenta con el contador para que me librase, y no con el virtuoso para que me corrigiese; tenía cuenta con el pagador para saber lo que me debía, y no con el pobre para ver qué padecía; tenía cuenta con mis criados, y esto para ver cómo me servían y no para saber cómo vivían; tenía cuenta con mi vida, no para enmendarla, sino para conservarla. He aquí, pues, toda mi cuenta, con la cual ojalá nunca tuviera cuenta.

Vamos adelante y verán todos los ejercicios que tenía y en los peligros que me ponía, porque la corte no es sino un reventón de buenos, un resbalador de malos y un atolladero de todos. Nunca fui a palacio que me faltase una ventana a do me arrimar y un cortesano con quien murmurar. Nunca salí por la corte que no viese algo de qué tener envidia y aun alguna persona en quien pusiese la lengua. Nunca hablé con los príncipes y con sus privados que, si una vez saliese contento, no saliese ciento muy despechado. Nunca me acosté sin santiguar, ni nunca tomé el sueño sin suspirar. Nunca estuve en lugar que me agradase ni en posada que me contentase. Finalmente digo y afirmo que nunca me vi en la corte tan contento, que de hora a hora no me viniese algún sobresalto. No paraban en esto mis trabajos, ni aun mis grandes tropiezos, porque en la corte yo era el que tenía menos parte en mí, según los que dependían de mí. Si quería hacer algún bien, poníanseme delante mis gastos. Si quería darme a estudiar, sobrevenían mis amigos. Si quería rezar las horas, luego me salteaban negocios. Si me quería retirar de la corte, no me dejaban mis deudos. Si me escondía una hora solo, martirizábanme los cuidados. Finalmente digo que nunca me tomó la noche contento, ni vi amanecer el día sin cuidado. ¡Oh, cuánto bien fuera, si aun en esto mi culpa parara!; mas, pues en más pequé, más diré.

A quien privaba más que yo teníale envidia, y del que estaba arrinconado no tenía mancilla. A quien me caía en gracia no hallaba en él que culpar, y al que me caía en desgracia aun no le podía ver. A do algo se trataba siempre me quería señalar, y si alguno me contradecía, tomábame a porfiar. Todo lo que yo decía quería que fuese evangelio, y de todo cuanto otros decían estaba de ello sospechoso. En todos hallaba qué reprender y contra mi persona no podía ni una palabra sufrir. ¡Oh, cuántas veces me aconteció descuidarme con el bocado en la boca y olvidárseme el propósito de lo que entonces hablaba! ¡Oh, cuántas veces rezando se me olvidó el verso en que iba y estando a solas yo mismo conmigo mismo hablaba! ¡Oh, cuántas veces me aconteció que, saliendo de consejo cansado o de palacio amohinado, ni quería a mis criados oír ni a los negociantes despachar! ¡Oh, cuántas veces me hallé en la corte tan desabrido y tan aborrido, que ni sabía lo que quería, aunque me lo dieran, ni sabía de lo que estaba quejoso, aunque me lo preguntaran! ¡Oh, cuántas veces me tomaba gana de retirarme de la corte, de apartarme ya del mundo, de hacerme ermitaño o de meterme fraile cartujo; y esto no lo hacía yo de virtuoso, sino de muy desesperado, porque el rey no me daba lo que yo quería y el privado me negaba la puerta.

Aun a más llegaban mis trabajos, si los quiero contar todos. Siempre andaba preguntando qué era lo que en la corte se hacía, siempre andaba pensando qué me sucedería, siempre andaba escuchando qué de otros oiría, siempre andaba tentando qué sentiría, siempre andaba mirando qué vería; y al fin al fin, cuanto oía en público y sabía en secreto hallaba por mi cuenta que todo me dañaba, de todo me pesaba, todo me entristecía y aun con todo me pudría. No paremos aquí, pues mis infortunios no pararon aquí. Si estaba rico, como enjambre me querían desentrañar; y, si me veían pobre, ninguno era para me socorrer. Los más de mis amigos éranme pesados y todos mis competidores me eran muy peligrosos. Los negociantes éranme importunos y todos mis criados muy enojosos. Si oía voces, enojábame; y, si no oía a nadie, asombrábame. La soledad poníame tristeza y la mucha compañía, importunidad. El mucho ejercicio cansábame y la ociosidad dañábame. Si estaba sano, atormentábanme los cuidados, y si estaba enfermo justiciábanme los médicos. Finalmente digo y afirmo que muchas veces me vi en la corte tan aburrido y yo mismo de mí mismo tan desabrido, que ni osaba pedir la muerte ni tomaba gusto en la vida.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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