La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo XII
Que en las cortes de los príncipes todos dicen «haremos» y ninguno dice «hagamos».


Bías el filósofo, varón que fue muy nombrado entre los griegos, muchas veces decía a la mesa del Magno Alejandro: «Quilibet in suo proprio negocio hebetior est quam in alieno.» Como si más claramente dijese: «Naturalmente es el hombre agudo en dar parecer a los otros y boto e inhábil en lo que le toca a él.» Grave por cierto sentencia es ésta, digna del que la dijo y muy digna de quien se dijo; porque si hay mil que aciertan en cosas ajenas, hay diez mil que yerran en sus cosas propias. Hay hombres en este mundo que para dar un sano consejo y para ordenar un remedio de presto, tienen pareceres heroicos e ingenios muy delicados, los cuales sacados de negocios ajenos y traídos a negocios suyos, es lástima ver lo que dicen y es vergüenza lo que hacen, porque ni tienen cordura para gobernar sus casas, ni aun prudencia para encubrir sus miserias. Cayo César, Octavio Augusto, Marco Antonio, Septimio Severo y el buen Marco Aurelio, todos estos y otros infinitos con ellos fueron príncipes muy ilustres, así en las hazañas que hicieron como en las repúblicas que gobernaron; mas junto con esto fueron tan desdichados en la policía de sus casas y en la pudicia de sus mujeres e hijas, que vivieron muy lastimados y murieron muy infamados. Hay hombres en esta vida muy hábiles para mandar y muy inhábiles para ser mandados, y por el contrario hay otros que son buenos para ser mandados y no valen cosa para mandar. Quiero por esto decir que hay personas las cuales tienen don de Dios para gobernar una república y, por otra parte, si pesquisan la manera que tiene en su casa y familia, hallarán que es una pérdida y que como a hombres incapaces les habían de dar tutores. Plutarco dice que el muy famoso capitán Nicia nunca erró cosa que hiciese por consejo ajeno, ni acertó cosa que emprendiese por su parecer propio. Si a Hiarcas el filósofo creemos, muy mayor daño se le sigue a un hombre valeroso enamorarse de su propio parecer que no de una mujer; porque el enamorado no puede errar más de para sola su persona, mas el porfiado yerra en daño de toda la república. Todo lo sobredicho decimos para amonestar y persuadir a los cortesanos que viven en la corte, que siempre hablen, traten y conversen allí con personas graves, doctas y experimentadas, porque la gravedad muestra a vivir, la ciencia de lo que se han de guardar y la experiencia de lo que han de hacer. Por sabio, agudo, experto, rico y privado que sea uno en la corte, tiene necesidad de padre que le aconseje, de hermano que le encamine, de adalid que le guíe, de amigo que le avise, de maestro que le enseñe y aun de preceptor que le castigue; porque son tantas las barbullas, tráfagos y mentiras de la corte, que es imposible poderlas un hombre solo entender, cuánto más resistir y remediar. En las cortes de los príncipes no hay camino más derecho para un hombre se perder que es por su solo parecer quererse gobernar, porque la corte es un sueño que echa modorra, es un piélago que no tiene suelo, es una sombra que no tiene tomo, es una fantasma que está encantada y aun es un laberinto que no tiene salida, porque todos los que allí entran, o quedan allí perdidos o salen de allí asombrados.

La cosa más necesaria de que el cortesano tiene necesidad es tener en la corte un fiel y verdadero amigo, no para que le lisonjee, sino para que le reprenda, es a saber: si se recoge tarde, si va tarde a palacio, si anda limpio, si es bien criado, si es boquirroto, si es disoluto, si es mentiroso, si es tahúr, si es goloso o si es deshonesto enamorado; porque por cualquiera de estos vicios anda en la corte no sólo afrentado, mas aun infamado. ¡Oh!, cuán contrario es lo que escribe mi pluma a lo que en la corte pasa, porque no vemos otra cosa sino que se juntan dos o tres o cuatro livianos, los cuales hacen sus monipodios, sus confederaciones y juramentos de comer juntos, andar juntos, posar juntos, hurtar juntos y aun se acuchillar juntos, de manera que sus amistades no son para se corregir sino para se encubrir. Debe, pues, el cortesano tener en la corte algunos amigos cuerdos, entre los cuales ha de elegir uno que sea el más cuerdo y virtuoso, con el cual ha de tener tan estrecha amistad, que pueda sin recelo descubrirle todo su corazón y que el otro sin ningún temor le ponga en razón, por manera que tenga a los otros amigos para conversar y a aquél solo para descansar. A los hombres que son bulliciosos, entremetidos, apasionados, bandoleros, vagabundos y noveleros, guárdese el cortesano de tomarlos por amigos, porque los tales no vienen a decir sino que el rey no paga, el consejo se descuida, los privados triunfan, los oficiales roban, los alguaciles cohechan, el reino se pierde, los servicios no se agradecen ni que los buenos se conocen. Con estas y con otras semejantes cosas hacen al pobre cortesano que desmaye en el servir y crezca en el murmurar.

No debe el cortesano dejar de enmendar la vida con esperanza que ha mucho de vivir, porque los viejos más se ocupan en buscar nuevos regalos que en llorar pecados antiguos. Muchos en la corte dicen que se han de enmendar a la vejez, algunos de los cuales mueren sin haberse jamás enmendado, y todo el daño de esto consiste en que a todos oigo decir «haremos», y a ninguno veo decir «hagamos». Qué cosa es oír a un viejo en la corte los reyes que ha alcanzado, los privados que se han perdido, los grandes que se han muerto, los estados que se han acabado, los oficiales que se han mudado, los infortunios que ha visto, las guerras que han pasado, los émulos que ha sufrido y aun los amores que ha tenido; y con todo esto que ha visto y mucho más que por él ha pasado, tan verde se está en el pecar y tan codicioso de allegar, como si nunca hubiese de morir y comenzase entonces a servir. Que un hombre expenda en la corte su puericia, que es hasta los quince años, y su juventud, que es hasta los veinticinco, y su virilidad, que es hasta los cuarenta, y su senectud, que es hasta los sesenta, no es de maravillar por entretener su casa y aumentar su honra; mas el viejo que está dende en adelante en la corte no sirve ya de más de para él se infernar y dar a todos que murmurar.

No debe el cortesano quejarse de ninguna cosa hasta ver si tiene razón o no de quejarse de ella, porque muchas veces nos quejamos de algunas cosas en esta vida, las cuales se quejarían de nosotros si ellas tuviesen lengua. A la hora que el cortesano se ve en el valer bajo, en el tener pobre, en el favor olvidado, en el corazón triste y en lo que negociaba burlado, luego maldice su ventura y se queja de haberle burlado fortuna; lo cual no es por cierto así, porque a todos los que fortuna acocea y atropella, no es porque ella a sus casas los fue a llamar, sino porque ellos a la corte la fueron a buscar. En entrando uno en la corte piensa ser uno de los más honrados, uno de los más ricos, uno de los más estimados y aun uno de los más privados, y como después se ve pobre, abatido, olvidado y desfavorecido, dice que es un desdichado y que está perdido el mundo, como sea verdad que la culpa no la tiene el mundo sino él, que es un muy gran loco. Digo y torno a decir que no está su daño en ser él desdichado, ni en estar perdido el mundo, sino en ser él muy notable loco, pues quiso dejar el reposo de su casa por fiarse de los sobresaltos y vaivenes que da fortuna. El hombre que vive en la corte no tiene licencia de quejarse de la corte, porque, si tú te viniste, ¿de quién te quejas?; si otro te trajo, quéjate de él; si quieres perseverar, disimula; si quieres medrar, esfuérzate; si te agrada, calla; y si no te hallas, vete; porque el gran descontento que traes no consiste en la corte do vives sino en el corazón ambicioso que tienes.

No hay en el mundo igual inocencia con pensar uno que en la corte, y no en otra parte, está el contentamiento, como sea verdad que allí anden todos alterados, aburridos, gastados, despechados y aun afrentados, porque de doce horas que hay en el día, si por caso ríe con los amigos las dos, suspira a solas las diez. Teneos por dicho, señor cortesano, que por más rico, favorido, estimado y privado que seáis en la corte, que si os suceden dos cosas como queréis, se han de hacer diez al revés. Va uno a la corte, el cual tiene que negociar con el rey, con el privado, con el consejo, con contadores o con los alcaldes, y si despacha su negocio, no pudo despachar el del hermano, el del cuñado, el del suegro o el del amigo, por manera que siente más afrenta por lo que le negaron que alegría por lo que le dieron. La mayor señal para ver que nadie vive en la corte contento es que, estando dentro de la corte y andando por la corte y tratando negocios de corte, se preguntan unos a otros qué nuevas hay en la corte, de lo cual se arguye que el que pregunta en la corte por nuevas, desea ver allí novedades.

Uno de los famosos trabajos de la corte es que, como allí ninguno vive contento con su fortuna, todos desean ver mudanza en la fortuna, porque de aquella manera piensan los pobres de enriquecer y los ricos de más mandar. ¡Oh!, cuántos hay en las cortes de los príncipes, los cuales se están allí envejeciendo, deshaciendo, suspirando y esperando, cuándo más cuando el rey le conocerá, el privado se morirá, la fortuna se mudará y él se mejorará; y acontécele después al tal que, al tiempo de embocar la bola y echar el ancla en tierra, le salteó la muerte que no esperaba, sin ver la fortuna que deseaba. ¡Oh!, cuántos hay también en las cortes de los príncipes, los cuales vieron morir a los que deseaban ver muertos, y como fueron tales sus hados a que no sólo no sucedieron en aquellos oficios sino que los dieron a otros sus contrarios y que los tratan peor que los otros, lloran a los que murieron y lloran a los que sucedieron.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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