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Política · libro cuarto, capítulo VI

De las cualidades naturales que deben tener
los ciudadanos de la república perfecta

Hemos determinado antes los límites numéricos del cuerpo político; veamos ahora qué cualidades naturales se requieren en los miembros que lo componen. Puede formarse una idea de ellas, con sólo echar una mirada sobre las ciudades más célebres de [138] la Grecia y sobre las diversas naciones que ocupan la tierra. Los pueblos que habitan en climas fríos{98}, hasta en Europa, son en general muy valientes, pero son en verdad inferiores en inteligencia y en industria; y si bien conservan su libertad, son sin embargo, políticamente indisciplinables, y jamás han podido conquistar a sus vecinos. En Asia, por lo contrario, los pueblos tienen más inteligencia y aptitud para las artes, pero les falta corazón, y permanecen sujetos al yugo de una esclavitud perpetua. La raza griega, que topográficamente ocupa un lugar intermedio, reúne las cualidades de ambas. Posee a la par inteligencia y valor; sabe al mismo tiempo guardar su independencia y constituir buenos gobiernos, y sería capaz, si formara un solo Estado, de conquistar el universo. En el seno mismo de la Grecia, los diversos pueblos presentan entre sí desemejanzas análogas a las que acabamos de indicar: aquí predomina una sola cualidad; allí todas se armonizan en una feliz combinación. Puede decirse sin temor de engañarse que un pueblo debe poseer a la vez inteligencia y valor, para que el legislador pueda conducirle fácilmente por el camino de la virtud. Algunos escritores políticos exigen que sus guerreros sean afectuosos con aquellos a quienes conocen y feroces con los desconocidos, y precisamente el corazón es el que produce en nosotros la afección; el corazón es la facultad del alma que nos obliga a amar. En prueba de ello podría decirse que el corazón, cuando se cree desdeñado, se irrita mucho más contra los amigos que contra los desconocidos. Arquíloco{99}, cuando quiere quejarse de sus amigos, se dirige a su corazón y dice:

«Oh corazón mío, ¿no es un amigo el que te ultraja?»

En todos los hombres, el amor a la libertad y a la dominación parte de este mismo principio: el corazón es imperioso y no sabe someterse. Pero los autores, que he citado más arriba hacen mal en exigir la dureza con los extranjeros; porque no es conveniente tenerla con nadie, y las almas grandes nunca son adustas como no sea con el crimen; y, repito, se irritan más contra los amigos, cuando creen haber recibido de ellos una injuria. Esta cólera es perfectamente racional; porque en este caso, [139] aparte del daño que tal conducta pueda producir, se cree perder además una benevolencia con que con razón se contaba. De aquí aquel pensamiento del poeta:

«La lucha entre hermanos es más encarnizada.»

y este otro:

«El que quiere con exceso, sabe aborrecer del mismo modo.»

Al especificar, respecto a los ciudadanos, cuáles deben ser su número y sus cualidades naturales, y al determinar la extensión y las condiciones del territorio, nos hemos encerrado dentro de los límites de una exactitud aproximada, pues no debe exigirse en simples consideraciones teóricas la misma precisión, que en las observaciones de los hechos que nos suministran los sentidos.

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{98} La teoría de las razas ha sucedido en nuestro siglo a la de los climas, completándose la una con la otra.

{99} Arquiloco de Paros, poeta lírico y satírico, vivía en el siglo VIII antes de JC.


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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 3, páginas 137-139