Teodoro de Almeida Recreación filosófica o diálogo sobre la filosofía natural

Tarde primera

En que se da una breve noticia de las partes de que constan todas las cosas naturales en común, de las propiedades que tienen, y particularmente del movimiento de la gravedad general en todas

§. I. Introducción. | §. II. De las partes o principios de todas las cosas en común. | §. III. De la forma de todos los cuerpos naturales en común. | §. IV. Trátase de los accidentes comunes a todas las cosas. | §. V. Trátase del movimiento de la gravedad, y explícase físicamente qué cosa sea. | §. VI. De la aceleración de los cuerpos cuando caen libremente. | §. VII. Del diverso peso de los cuerpos, y de su porosidad. | §. VIII. Se da la verdadera razón de algunas experiencias curiosas acerca de la gravedad.

 
§. I.

Introducción

Teodosio

Seáis bien venido, amigo Eugenio: días ha que os esperaba impaciente, y ya dudaba de vuestra palabra, por no ver cumplida la promesa, que me habíais hecho de venir a acompañarme por algún tiempo en este retiro.

Eugenio

En mí ya no es novedad tener grandes embarazos para todo lo que me gusta; estos días me ocuparon unos negocios de cuidado, y ahora vengo a descansar del trabajo, y divertirme con vuestra conversación y compañía.

Teodosio

La vuestra para mí siempre fue muy gustosa; mas ahora la soledad en que estaba me la hacía apetecer con mayor exceso. Vamos a esta sala interior donde se descubre el mar, y lo que hay más agradable en este sitio. Decidme ahora que novedades traéis de la Corte, pues bien sabéis cuanto las deseamos los que vivimos fuera de ella.

Eugenio

No os traigo por cierto novedades de la Corte, porque las ocupaciones que he tenido estos días no me dieron lugar de solicitarlas: sólo os referiré una que toca en mi persona, y tal vez el daros parte de ella me servirá de provecho. Ayer tarde asistí a unas conclusiones a que me habían convidado: hubo grande contienda entre el Maestro y los Arguyentes, y gran diversidad de pareceres entre los convidados; yo como no entiendo la lengua latina, ni tuve estudios algunos, me vi obligado a preguntar sobre qué era aquella disputa. Se me dijo que era sobre la Filosofía moderna; el Maestro la defendía y los Arguyentes la impugnaban: confiesoos, amigo Teodosio, que me sobrevino un vehemente deseo de entender aquellas materias para formar también sobre ellas mi juicio, y dar mi parecer como los demás; y si me lo permitiesen los años, desde luego entraría en las aulas a aprenderlas; pero ni mis negocios, ni mi edad me permiten ya este estudio.

Teodosio

Con razón deseáis saber estas materias, porque no hay ningunas ni más curiosas ni más dignas de un hombre de juicio cual sois vos. Yo por lo menos hallo en ellas toda mi diversión cuando estoy en este retiro. Y supuesto tenéis tan grandes deseos de saber la Filosofía, podréis en estos días en que me hacéis la honra de acompañarme, hablar conmigo de ella, y llevaréis alguna instrucción que os satisfaga en parte vuestro deseo.

Eugenio

Bien sabéis, Teodosio, que en ninguna materia me puede ser vuestra conversación más agradable. Pero esto conocéis bien que ha de ser en lengua vulgar, y dejando a un lado las sutilezas escolásticas de las aulas, ya porque son impropias de mi profesión, y ya también porque si bien me acuerdo oí decir a personas entendidas que de ordinario más servían de confundir, que de instruir; mas de oscurecer la verdad, que de darla a conocer.

Teodosio

Todo se hará como deseáis, y ahora tengo ocasión muy oportuna, porque por la tarde suele venir a visitarme un Médico amigo mío, que asiste en una quinta poco distante de la que estamos. Es hombre inteligente, Maestro en Artes, graduado en Coimbra, y gran defensor de la Filosofía Peripatética, esto es, de la Filosofía antigua; luego que llegue comenzaremos a disputar sobre estas materias, porque habiendo tanta diversidad en las dos Escuelas, justo es que para formar juicio, oigáis los defensores de ambas.

Eugenio

Buena ocasión me parece; pero mientras que no llega, idme instruyendo en algunas cosas que no admitan controversia. Decidme ¿qué ciencia es esta que llaman Física? Porque según lo que me dijeron el otro día, a esta ciencia pertenecen las cuestiones que se disputaban.

Teodosio

Física o Filosofía natural es una ciencia que trata de todas las cosas naturales, dando la razón y señalando las causas de todos los efectos ordinarios y extraordinarios, que vemos con nuestros ojos. Trata de los cielos, de los astros y de los meteoros; declara cual sea la causa de las lluvias y de los vientos, el origen de las fuentes y mareas; trata de cada uno de los elementos y de sus propiedades; en fin todo cuanto tenemos en la tierra es objeto de esta ciencia, mereciéndole especial atención las plantas, los brutos y el hombre con todo lo que sirve a sus sentidos, como son la luz que nos alumbra, los colores que nos alegran, los sonidos que nos divierten, el olor y sabores que nos recrean, y el movimiento de muchas cosas que tanto admiramos.

Eugenio

Esta sola noticia me aumenta por una parte el deseo de saber de esta ciencia; y por otra me hace decaer de ánimo, porque me parece que no lo podré conseguir; mas cuando no llegue a saberlo todo, sabré a lo menos parte.

Teodosio

Lo que no pudiereis saber de esta vez, lo podréis conseguir repitiendo esta merced que me hacéis de venir a acompañarme en esta Quinta. Mas ahí creo que ha llegado mi amigo el Médico, por quien esperaba. El es ciertamente, permitidme ir a buscarlo a la sala... Venid acá, amigo Silvio, venid acá, que está aquí un amigo esperando por vos.

Silvio

¿Es acaso algún enfermo?

Teodosio

No: es un curioso que sin tener estudios de aulas tiene un ingenio vivo y un ardiente deseo de ser instruido en la Filosofía moderna; como se que sois apasionado por la antigua, os esperé para que quedase con mejor instrucción sobre este punto, y pudiese formar su juicio a vista de ambos sistemas.

Eugenio

No hay duda que ese es mi deseo, y quisiera deber al señor Silvio el trabajo de concurrir por su parte a satisfacerlo, por cuanto así se puede determinar mas bien mi juicio sobre la estimación que debe hacer de estos sistemas; y en unos tiempos en que son tan célebres estas cuestiones, aun se hace más apetecible esta instrucción.

Silvio

Para quien tiene el juicio libre, y no está preocupado del amor de la novedad, poca duda puede haber en esta materia.

Eugenio

¿Y por qué?

Silvio

La Filosofía que nosotros seguimos es la que enseñó Aristóteles el mayor Filósofo del mundo, que mereció tener por discípulo al gran Alexandro, y es la Filosofía que más concuerda con nuestra Fe, y que seguían los Santos Padres. Por el contrario la Filosofía moderna es una novedad seguida de algunos Extranjeros, que se fundan en cuatro experiencias sin profundizar con la razón; y en algunas partes ha ido prohibida como poco segura en la Fe.

Teodosio

¿Qué me decís, Eugenio, a esta entrada? Buenas noticias os da Silvio de la Filosofía moderna; pues no sabéis cuanto estimo esta ocasión para desvanecer la preocupación que muchos tienen en esta materia. Vos decía que la Filosofía que vulgarmente se llama Peripatéptica fue la que enseñó Aristóteles; a eso no quiero responder porque es fuera de intento; para responder a eso bastan aquellos libros que allí veis sobre la mesa, que compuso el P. M. Juan Bautista de la Congregación del Oratorio, que van teniendo grande y bien merecida estimación, así dentro como fuera de nuestro Reino; su título es: Philosophia Aristotélica restituta: en que tomó por empresa probar que la Filosofía que enseñó Aristóteles, es la que hoy siguen los Modernos. El averiguar esto, no sirve para la instrucción de Eugenio, quede para ocasión más oportuna, y para cuando hubiereis leído estos libros. Vamos al argumento de que usáis, y de que he visto usar a algunos Peripatépticos de haber sido Aristóteles maestro de Alexandro; es en verdad un argumento indisoluble. Pero decidme, ¿tenéis acaso a Alexandro por tan insigne Filósofo, que su juicio baste para hacer infalible la doctrina de su Maestro? Alexandro fue gran Soldado, un Rey felicísimo, mas no veo que conexión tengan sus victorias con los discursos de su maestro; si esta preeminencia se llevase por las armas, entonces era buen argumento el decir que tenía Aristóteles por su parte a Alexandro. Lo que decís acerca de los Santos Padres no es así, como os haré ver a su tiempo. Ahora por lo que respecta a ser poco conforme con la Fe del sistema moderno; ya se acabó el miedo vano y fantástico que hasta aquí atemorizó tanto a quien se dejaba llevar de la voz de muchos. Después que hemos visto, que el Papa reinante Benedicto XIV, doctísimo y celosísimo Pastor de la Iglesia, no sólo consistió esta Filosofía en su corte, sino que la mandó enseñar en su amada Universidad de Bolonia: después que vimos que casi toda la Italia y toda la Francia la siguen; que las mismas Religiones las más autorizadas la abrazan; poco recelo puede haber de que no sea sana esta doctrina. Uno de estos años pasados en el Capítulo general que celebró la Religión Dominica, se estableció una acta en que se daba licencia a todos los Religiosos sus súbditos para poder seguirla; y el General que hoy vive, dicen que mandó ya a los Religiosos franceses e italianos que compusiesen una Filosofía moderna para las escuelas Dominicanas. Yo no hablo ya de los Padres del Oratorio, que ha muchos años la introdujeron en Portugal, a quienes siguieron los Clérigos Reglares de la Divina Providencia, los Canónigos de San Agustín, los Ingleses en su colegio de San Pedro y San Pablo, los Religiosos del Carmen y de la Trinidad, etc. y además de estos fuera y dentro de las Religiones, innumerables personas doctas la siguen; y aunque en las aulas muchos no se atreven a defenderla, no es porque dejen de tenerla por verdadera, sino porque temen las contradicciones de los que siendo más antiguos, no quieren ver rechazadas las opiniones que con mucho trabajo estudiaron; ni sufren que se introduzcan novedades en las escuelas, como muchos ingenuamente confiesan. Con que, Eugenio, no os asustéis con los malos informes que os da Silvio de la Filosofía moderna. Mas yo antes de entrar a ver en la práctica cuál se conforta más con la verdad, quiero usar de un argumento que me parece convincente. En esta materia de preferencia de entre los dos sistemas, no hacen argumento los que están ligados a las escuelas; porque estos, o no dicen lo que entienden, o hacen fuerza a su entendimiento para que entienda a lo que otros dijeron. Tampoco deben ser atendidos lo que sólo estudiaron un sistema, y aborrecieron y rechazaron el otro antes de verlo, o estudiarlo. Sólo debemos oír a aquellos que no están ligados a escuela alguna y estudiaron ambos; pero de estos es cosa bien notable, que aun no hallase uno que después de estudiar el sistema moderno, se inclinase al Peripatético, cuando conozco innumerables que habiendo algún día seguido el sistema de los Peripatéticos, hoy son modernos apasionados. Pero ya no quiero que vos, Eugenio, cautivéis vuestro juicio en mi obsequio, oiréis ambas partes, y seguid lo que os pareciere mejor.

Eugenio

Sólo en las materias de Fe tengo obligación de cultivar mi juicio; en las otras materias siempre quise libertad para seguir lo que me pareciere más conforme a la razón.

Silvio

En eso mostráis tener entendimiento: comenzad, pues, Teodosio, a discurrir sobre la Física, que esos son los mejores argumentos; y dejando a un lado los cumplimientos, tratémonos de aquí adelante como condiscípulos.

Teodosio

Como el objeto de la Física es tan dilatado, conviene que tratemos primeramente de todas las cosas en común, y luego pasaremos a explicar cada una en particular.

Eugenio

Usemos de ese método que me parece más claro.

 
§. II.

De las partes o principios de todas las cosas en común

Teodosio

Para conocerse bien cualquier cosa no hay mejor medio que averiguar cuáles son las partes de que se compone: todas las cosas constan de dos partes, a que los Filósofos llaman Principios, y son Materia y Forma: permitidme el uso de una comparación de que también usa el maestro de los filósofos Aristóteles, que es tomada de las cosas o compuestos artificiales. Bien veis que cualquiera obra de platería, por ejemplo, consta de dos cosas, materia que es el oro o plata, y forma que es la hechura; de suerte que la plata es una materia por sí indiferente, para ser una caja como esta, o un espadín como ese, o un candelero, etc. pero la forma o la hechura es la que determina la plata, unas veces para ser caja, otras para ser espadín, otras para ser otra cosa semejante.

Eugenio

Lo he entendido perfectamente.

Teodosio

Esto que os dije es hablando de los compuestos artificiales de platería: hablemos ahora de los compuestos naturales, en donde no entra el arte, v.g. de las piedras, los árboles, metales, vivientes, etc. Todos estos compuestos tienen su materia y su forma dada por la naturaleza; por eso se llaman compuestos naturales: la materia, dicen regularmente en las escuelas, que es una masa común y universal, por sí capaz e indiferente para cualquier compuesto, de suerte que unas veces con la forma de tierra constituye tierra, otras veces con la forma de palo constituye palo, etc. A esta masa universal e indiferente para todo llaman los Filósofos materia primera.

Eugenio

pues ¿hay verdaderamente alguna materia por sí indiferente para ser palo o tierra o agua?

Teodosio

No se puede negar que la hay, porque continuamente vemos, que de la tierra y juntamente del agua se forma el árbol, y este árbol tomó su substancia del agua y de la tierra.

Eugenio

Así es, porque cuanto más agua le echan, y cuanto mejor es la tierra más crece el árbol.

Teodosio

Luego ya tenemos que la materia que ahora con la forma del árbol es árbol, antes con la forma de agua era agua, y con la forma de tierra era tierra. Por la misma razón de la materia del árbol se hace el fruto; el fruto supongamos que lo comió una oveja, o que ésta se apacentó con sus hojas, ya la materia de las hojas o del fruto pasó al cuerpo de la oveja; demos que un lobo se comió a la oveja; aquí tenemos la materia de la oveja siendo ya parte del lobo; murió el lobo, y lo comieron los perros; supongamos que algún cazador por equivocación mató un perro, quedó en el campo, pudrióse, y últimamente se deshizo en tierra (así como se deshacen en tierra los cuerpos en la sepultura), he aquí volvió a ser tierra la materia que ya lo había sido en el principio. Ved como la misma materia, teniendo la forma de tierra, estira; y después teniendo sucesivamente varias formas, compone varios compuestos.

Eugenio

No lo puedo negar.

Teodosio

Luego ya tenemos una cosa que de sí es indiferente para ser varios compuestos, y esto es la materia.

Eugenio

Tengo entendido; mas decidme ¿y la forma qué es?

Teodosio

La forma no es otra cosa sino la que determina la materia para ser unas veces planta, otras tierra, otras fuego, etc. así como en los compuestos artificiales la forma de la estatua es la que determina la piedra para ser estatua, la forma de vaso es que la determina para ser vaso, &c.

Silvio

Hasta aquí podéis, Eugenio, creer seguramente todo cuanto os dice Teodosio; en esto concordamos todos, así los antiguos, como los modernos.

Eugenio

¿pues entonces en qué está la diferencia?

Teodosio

Está en los que ahora oiréis. Todos convenimos en que para hacerse cualquier compuesto natural, es preciso haber materia o masa común e indiferente, y alguna forma; mas no todos concordamos cuando se trata lo qué es físicamente esta materia y esta forma.

Eugenio

Si en eso está la diferencia, explicádmela.

Teodosio

Esta materia de que todas las cosas se componen, es un agregado de partes corpóreas de una pequeñez increíble, de tal suerte que cada una de ellas separada de las otras sería totalmente imperceptible; por más que la imaginación se esfuerce, no puede dar idea de cuan pequeñas son las partes de la materia en que se pueden dividir los cuerpos; un grano de arena se puede dividir en más de mil partes.

Eugenio

Parece mucho.

Teodosio

Aun digo más: un cruzado nuevo de oro, cuyo grueso apenas se percibe con el tacto, tiene más de tres mil partes de oro visibles y sensibles, y para que no os quede duda, vos mismo habéis de hacer la cuenta. ¿Cuánto cuestan unos panes de oro de los que ordinariamente se venden?

Eugenio

Yo he comprado varias veces un pequeño librito que tiene cinco panes, por dos vintens.

Teodosio

Por esa cuenta si comprareis un cruzado nuevo de panes de oro han de daros setenta. En cada uno de los tales panes u hojas de oro caben siete cruzados nuevos a lo largo y otros siete a lo ancho, y como la hoja es cuadrada, resulta caber cuarenta y nueve cruzados nuevos extendidos sobre la hoja de oro, porque caben siete hileras cada una con siete cruzados nuevos, y siete veces siete son cuarenta y nueve. Además de eso han quedar algunos vacíos, porque no se pueden juntar tanto los cruzados nuevos que no queden muchos huecos, los cuales ciertamente si se juntasen darían lugar para un cruzado nuevo más, que junto con los cuarenta y nueve completa el número de cincuenta. Con que sacamos que una de estas hojas de oro tiene extensión igual a la extensión de cincuenta cruzados nuevos; y como tenemos sesenta hojas semejantes e iguales, viene a ser la extensión de todas las hojas de oro igual a tres mil cruzados nuevos. Como todas aquellas hojas de oro salieron de una porción de oro igual al cruzado nuevo que disteis, se sigue que esa moneda se extendió de suerte, que tiene ahora una extensión mucho mayor; y como cuanto más se extendió, quedó mas delgada, se sigue también que el grueso de estas hojas de oro es tres mil veces menor que el cruzado nuevo, porque su extensión es tres mil veces mayor.

Eugenio

Esa cuenta no puede faltar.

Teodosio

Ahora añadid que el grueso de estas hojas de oro es sensible, aunque muy pequeño; luego en un grueso tres mil veces mayor, cual es el del cruzado nuevo, hay tres mil partes sensibles.

Eugenio

Confieso que me veo precisado a creer lo que me parecía absolutamente imposible.

Teodosio

Usé de este argumento por ser el más innegable, no por ser el que más da a conocer la pequeñez a que se puedan reducir las partes de la materia. Otro hay que aun la declara más. Supongo que no tenéis noticia del modo con que trabajan los tiradores del hilo de oro y plata. Toman una barra de plata del grueso de esa bengala, y de tres cuartas de largo poco más o menos; cúbrenla de hojas de oro, el cual con el calor del fuego y el pulimento de la piedra, que acá en Portugal llaman de rayo, queda pegado a la plata inseparablemente; después haciendo pasar sucesivamente esta barra de plata por una plancha de acero llena de agujeros, que van disminuyendo su tamaño, y a quién dan los artífices el nombre de hilera, se va extendiendo la plata a una longitud increíble, conservando siempre el color de oro, el cual no puede tener sino por conservar en su superficie algunas partículas de este metal. Para que forméis concepto de cuánto se puede adelgazar el oro en la superficie de la plata, sabed que una barra que tuviere cuarenta y cinco marcos de peso, se puede dorar con una onza de oro, bien que queda el color muy bajo; pero si la doraren con seis onzas, quedará siempre el color vivo, y se puede extender esta barra de plata hasta sesenta y ocho leguas de las nuestra de largo, conservando siempre el color de oro, como ya se hizo la experiencia.

Eugenio

¡Cada vez quedo más admirado! Quién me había de decir que seis onzas de oro, y aun sólo una, habían de poder dorar un hilo de sesenta y ocho leguas, siendo cierto que el oro no dora la plata, sino dejando sus partículas pegadas en la superficie de la plata, y partículas tan menudas y tantas, que no se conoce falta alguna entre ellas.

Silvio

Eugenio, vos os admiráis y yo no; pero es porque no lo creo, y suponiendo que Teodosio no vio ese hilo tan largo, no hago injuria en no creerle.

Teodosio

Si lo dudáis, con muy poco trabajo podéis certificaros de la verdad: id a Lisboa a la fábrica de alguno de los tiradores de oro, y pesad una octava del hilo de oro más delgado que en la fábrica se puede tirar; después de pesado fidelísimamente, contad cuantas vueltas da en la rueda donde le enrollaron, y midiéndolo bien el largo de una o dos vueltas, sabréis con exactitud el largo que tendrá toda la octava que pesasteis, y el de los cuarenta y cinco marcos de hilo, si tanto se tirase hasta ese grueso, y se midiese.

Silvio

Ese modo es fácil para averiguarse el caso.

Teodosio

Pues usad de él para que os convenzáis; pero en el caso que no halléis tanto, siempre hallaréis una longitud asombrosa, que es lo que basta, Pero ya que dudáis, quiero ajustar la cuenta a vuestra vista con más individualidad, para que os admiréis. El hilo de toda esa barra de cuarenta y cinco marcos conforme a las observaciones que hallé, era de largo de noventa y siete leguas de dos mil hexapedas, que me parece corresponden a sesenta y ocho leguas de las nuestras con poca diferencia, dando a cada legua nuestra tres mil cuatrocientos veinte y ocho pasos geométricos, que corresponden a veinte y cinco mil setecientos ochenta palmos. Este hilo, si lo mandáremos martillar en la fábrica, esto es, hacerlo chapa, no sólo crece para los lados poniéndose chato, sino que se alarga una séptima parte; y así tenemos ya no sólo sesenta y ocho leguas, sino setenta y siete y media: y como la chapa tiene dos caras, las partículas de oro que doran una cara, no doran la otra, porque en el medio es plata: si pusiésemos las dos caras doradas a lo largo como una sola, tendríamos ciento cincuenta y cinco leguas de largo de superficie dorada. ¿No es esto así?

Silvio

Las cuentas me parecen justas.

Teodosio

Reflexionad ahora que en la chapa, como es ancha, podemos distinguir con la vista dos hilos, y dividirla con la consideración en dos mitades, una que va para el lado derecho, otra para el izquierdo; y así considerando este hilo dorado en uno solo continuado, tenemos un hilo de trescientas diez leguas de las nuestras, que reducidas a palmos dan 7.991.800, esto es siete millones novecientos noventa y un mil ochocientos; y repartiendo los palmos en porciones más pequeñas, como cada uno tiene 96 líneas geométricas, sacamos que todo aquel largo dorado se puede repartir en 767.212.800, esto es 767 millones, 212 mil y 800 líneas geométricas.

Eugenio

¿Cuánto vale una línea geométrica?

Teodosio

Vale la duodécima parte de una pulgada, y corresponde al grueso de una dobra de 12800 reis poco más o menos. Y para dorar un hilo que tenga de largo el grueso de una línea geométrica, bien sabéis que serán precisas a lo menos diez partículas visibles de oro para verse un color de oro continuado, y sin falta que se conozca; y siendo así, tenemos que son precisas para dorar todo aquel hilo 7672 cuentos 128 mil partículas de oro visibles; las cuales todas salieron de una onza de oro, que doró toda la barra de cuarenta y cinco marcos de plata; mas cuando esto os parezca mucho, poned las seis onzas con que se acostumbra a dorar toda esa cantidad de plata para que quede bien vivo en todo aquel largo el color del oro.

Eugenio

Mi pensamiento no puede absolutamente formar justa idea de la extrema delicadeza del grueso de esa como capa de oro que viste alrededor el hilo de plata; pues estoy bien cierto , que a proporción que crece la extensión del oro, disminuye su grueso, y que por otra parte no puede la plata estar dorada sin tener una cubierta o superficie de oro alrededor de sí. ¿Qué me decís, Silvio?

Silvio

Que después de hacer esa experiencia haré las cuentas. Pero por ahora no os persuadáis que nuestra escuela contradice esta doctrina: antes afirma que puede una partícula de oro irse dividiendo en otras infinitamente más pequeñas, sin que se pare nunca en alguna tan pequeña que no pueda dividirse aún en otras.

Teodosio

Ya que tocamos este punto, quiero, Eugenio, que hagáis mayor concepto de la pequeñez increíble de las partículas de la materia. En esta sala donde estamos ya mandé poner uno de estos perfúmenes que se encienden, en una balanza exacta de pesar diamantes, y vi que cuando había ardido un grano (que es la parte 72 de una octava) ya el olor se percibía en toda la sala: la sala tiene 30 palmos de alta y otros tantos de largo y ancho, que divididos en medias pulgadas hallamos de vacío calculando geométricamente 110 cuentos, 592 medias pulgadas cúbicas: esto supuesto, en cada uno de estos espacios es forzoso admitir a lo menos cuatro o cinco partículas de humo que exhaló el perfume; porque en cualquier parte siente el olfato la impresión que le hace este olor o humo insensible; pues en la realidad (como os mostraré a su tiempo) todo el olor, especialmente los perfúmenes, es humo insensible, que se esparce por todo el lugar donde se siente el olor; y menos de cuatro o cinco partículas de perfume no harán impresión sensible en el olfato que ciertamente ocupará menos de media pulgada cúbica. Tenemos luego que el perfume exhalado, que pesaba un gramo tiene de partículas sensibles al menos 442 cuentos y 288 mil partículas dando 4 a cada media pulgada.

Eugenio

Pasmado estoy totalmente y asombrado, tanto de lo que me decís, como de la industria y facilidad con que se examinan cosas, que yo imaginaba ser imposibles de averiguar.

Teodosio

Por no enfadaros no proseguiré este punto como pudiera; mas trataré de paso los modos de hacer más justo concepto de la pequeñez de las partículas de materia.

Eugenio

No me mortificáis con estos discursos; antes recreáis increíblemente mi entendimiento.

Teodosio

Con los colores hacemos otro argumento muy sensible. En un azumbre de agua bien limpia echad un grano de carmín o dos o los que quisiereis hasta que quede el color bien visible; pesad todo el agua, y pintad con ella una hoja de papel blanco, volved a pesar el agua para ver cuánta se gastó en pintar la hoja de papel, y saber de este modo cuántas hojas de papel podría teñir aquella agua que resta: conocido esto, dividid con rayas toda la hoja del papel en cuadritos pequeños, y considerad cuántas partículas del polvo internado será preciso estén en cada uno de esos cuadritos para hacer el color encarnado continuado, sin descubrise parte totalmente blanca: por cuanto es cierto que el polvo encarnado tiñe exparciéndose por el agua y después mediante ella quedando entrañado y pegado en el papel: hecho esto multiplicaréis el número de partículas encarnadas, que por lo menos se debe dar en cada cuadrito, por el número de cuadros que tiene la hoja de papel teñida, y después multiplicad todo ese número por el número de hojas de papel, que se pueden teñir con aquella agua, y sacaréis una suma asombrosa de muchos millones de millones de partículas, que todas juntas pesaban uno o dos gramos, que es el peso del carmín desleído en el agua.

Silvio

Esa cuenta es bien fácil de ajustar, y en verdad que hace formar al entendimiento gran concepto de la pequeñez increíble de las partículas de materia, por cuanto cada partícula de carmín ha de constar de otras muchas necesariamente.

Teodosio

Otro argumento que se hace para esto mismo, es sacado de los hilos que hilan los gusanos de la seda: sesenta brazas de este hilo puro como se saca de los capullos que forman los gusanos, se ha visto que a veces sólo pesan un grano; y advertid que este hilo no es sencillo, porque el gusano cuando lo hila, lo forma de dos, que junta con las manos, y luego se pega el uno al otro. Mas admira el hilo de las arañas, porque en sí es compuesto de muchos, como os mostraré tratando de los insectos; y conforme a la observaciones de Mr. Reaumur podemos creer, que estos hilos antes de juntarlos la araña comparados con un pelo, tiene más diferencia de la que tiene un pelo comparado con una caña gruesa.

Eugenio

Parece que no se puede concebir cosa tan delgada.

Teodosio

Ved ahora cuan delicadas serán las partes de que se compone ese humor glutinoso y pegadizo de que se forma el tal hilo. En fin el argumento más fuerte para persuadirnos a la extrema e imperceptible pequeñez de las partículas de la materia es el que se forma con los insectos. Todos los animales han de tener forzosamente sangre, venas, arterias, cerebro, ventrículo, músculos, corazón, u otras partes que hagan el oficio de estas; como también todas las que son precisas para la vida, nutrición y movimiento: considerad ahora que pequeñas serán las partes de que se componen las venas de algunos insectos que o se perciben mal con la vista, o no se ven absolutamente sino con microscopios muy especiales. Cierto curioso observaba con un microscopio unos granos de arena, que le parecían del tamaño de nueces; tanto aumentaba las cosas el microscopio de que usaba; entre ellos vio un animal tan pequeño, que visto por el microscopio parecía del tamaño de un grano de arena visto sin él. ¡tan pequeño era! Decidme ahora como serían las partes de que se componía el corazón, los músculos, las fibras, etc. de este animal; tal es preciso que sea su pequeñez, que huya aun de nuestra comprensión; pues es cierto que el corazón ha de tener muchas fibras, cada fibra muchas partes, que sean como carne, y por lo mismo debe cada una de ellas constar de muchas otras.

Eugenio

¿Acaso se engañaría ese hombre?

Teodosio

No es creíble, porque de semejantes observaciones hay testigos innumerables. En el vinagre, que estuvo expuesto al aire por algunos días, se ven con el microscopio muchas culebras pequeñitas, las cuales se mueven muy ligeras, y no las veréis si no usareis del microscopio. Semejante observación se hace en otros muchos licores, principalmente estando expuestos al aire; pero de los insectos y de su pequeñez hablaremos algún día de propósito, pues es materia digna de tratarse con más individualidad.

Eugenio

El poder y sabiduría de Dios igualmente brilla en las cosas grandes, que en las pequeñas. ¿Y qué decís a esto, Silvio?

Silvio

Ya os dije que nosotros no contradecimos estos, antes defendemos, que un grano de arena puede un ángel irle dividiendo por toda la eternidad, sin que el ángel le falte nunca que dividir. Los modernos en este particular tiene grandes dificultades que vencer; porque esas partículas o partes mínimas de la materia dicen que ya no se pueden dividir, que eso es lo que llaman átomos, de donde les vino la denominación de Atomistas. Doctrina tan quimérica e imperceptible como las más en que ellos se fundan.

Teodosio

Muchos están en un error bien grande acerca de esto. Es verdad, Eugenio, que muchos dicen que hay en la materia muchas partes tan chicas que ya no se pueden dividir, y se fundan en razones muy fuertes. Estas partículas así indivisibles, esto es, que ya no admiten división, se llaman átomos, y a los tales defensores Atomistas, pero hay un error muy grande en pensar que en esto se funda el sistema moderno.

Silvio

¿Pues que negáis eso?

Teodosio

Sí lo niego; y me admiro mucho de que siendo vos tan docto, estéis en un error tan craso: recordad los Autores, y hallaréis muchos Peripatéticos que siguen esos átomos, sin ser modernos; y Renato Descartes cabeza de un escuela de los modernos niega e impugna los átomos; y con todo eso es moderno. El sistema moderno no depende de los átomos: dadme en la materia partículas tenuísimas, que es lo que me basta para explicar los efectos naturales, sean divisibles por el ángel, o no sean, que es cuestión que se resuelve por ambas partes en cualquiera de los dos sistemas. Por lo que Atomistas y Modernos son cosas muy diferentes, por que hay muchos modernos que no son Atomistas, y por el contrario muchos Atomistas, que no son modernos. Toda la contienda y toda la diferencia entre los dos sistemas es acerca de la forma.

Eugenio

Ya que en eso está la diferencia, quiero oír a ambas partes. Decidme, Teodosio, ¿qué siguen y defienden los modernos acerca de las formas?

 
§. III.

De la forma de todos los cuerpos naturales en común

Teodosio

Escuchad primero a Silvio, porque la respuesta de los Peripatéticos ha de ser más pronta.

Silvio

La forma, decimos los peripatéticos, que es una entidad que en sí tiene ser verdadero y substancial realmente distinto de la materia; esta entidad tiene por oficio determinar la materia para ser piedra o palo o metal; por cuanto cada forma determina la materia puede constituir un solo determinado compuesto.

Eugenio

Pregunto más ¿ esa entidad en sí qué es? ¿es espíritu o cuerpo?

Silvio

No es espíritu ni cuerpo, porque no consta de materia; es sí una entidad material propia para determinar la materia en orden a hacer más bien este compuesto que otro: no me apuréis con más preguntas, porque como no entendéis los términos de las aulas, no os puedo explicar esto mejor.

Eugenio

¿Y qué dicen los modernos sobre este punto, Teodosio?

Teodosio

Nosotros decimos al contrario, porque la forma en nuestro sistema no es cosa que en sí tenga ser ni sustancia; ni es entidad realmente distinta de la materia; es solamente el modo con que la materia está dispuesta. Yo ahora no pretendo convencer a Silvio: por eso omito las razones especulativas y autoridades de Aristóteles y Santo Tomás, que son propiamente para las aulas; ahora siento que no entendáis la lengua latina, porque por algunas autoridades de uno y otro que os pudiera referir, veríais claramente cómo lo que los modernos seguimos y enseñamos es lo que estos maestros antiguos siguieron y enseñaron; y así contentándome con lo que puede alcanzar vuestro buen juicio, sólo diré lo que fuera preciso para que quedéis con bastante inteligencia en este punto, advirtiendo que no os desconsoléis si estas cosas por ahora no os agradaran mucho, porque os aseguro que después que tengáis dados más pasos en esta ciencia, habréis de hallar doctrinas muy curiosas y fáciles de percibir acompañadas de experiencias admirables y divertidas, que os han de recrear juntamente los ojos y el entendimiento: ahora atendedme.

Eugenio

Estad cierto que no ha de faltar mi atención en una cosa, que tanto deseo saber.

Teodosio

Primeramente en una vara torcida podemos considerar la sustancia de la vara o la de su tortura; la vara en sí es la única entidad y sustancia que allí hay; la tortura es el modo con que está la vara, de suerte que la tortura en sí no es sustancia o entidad distinta de la vara; por eso que la vara esté tuerta o esté derecha, no hay allí nueva entidad, solamente hay un diferente modo con que está la vara: estaba antes de un modo, ahora está de otro.

Eugenio

Hasta aquí bien entiendo.

Teodosio

Supuesto esto habéis de advertir que la vara en sí no es tortura, por eso cuando se endereza se pierde la tortura y queda la vara; y por consiguiente el modo con que está puesta la vara tiene su distinción de la misma vara, aunque en sí el modo no sea alguna cosa o entidad realmente distinta de ella. ¿Percibís esto?

Eugenio

Con facilidad lo percibo.

Teodosio

Notad ahora que esta distinción que hay entre la vara y su tortura, se llama entre los filósofos distinción modal. No os aflijáis por no entender estos términos: me explicaré. Hay dos especies de distinción, la una se llama distinción real, la otra modal; distinción real solamente la hay entre dos entidades v. g. entre la vara y la piedra, porque la vara es una entidad y la piedra es otra. Del mismo modo es la distinción que hay entre el árbol y el león, entre el hierro y el marfil, &c. porque en todos estos casos hay dos entidades. Hasta aquí es claro, vamos ahora a la distinción modal: esta se da cuando hay una sola entidad; pongo por ejemplo: la vara y su tortura no son dos entidades, por eso la vara se distingue modalmente de su tortura: otro ejemplo: Pedro sentado es el mismo Pedro en pie, se distinguen modalmente, porque es la misma entidad de Pedro en uno y otro caso; la diferencia está sólo en el modo.

Eugenio

No se puede explicar mejor.

Silvio

Nosotros acá no discurrimos de esa manera, pero pase, no quiero perturbaros el hilo del discurso, ni causar confusión a Eugenio.

Teodosio

Mientras tanto tomad esta doctrina, Eugenio, como regla general; todo lo que fuere modo de cualquier cosa, no se distingue realmente de ella, y por consiguiente todo lo que fuere modo de la materia no se distingue realmente de la materia. ¿Quedamos en esto?

Eugenio

Sí, proseguid sin cuidado.

Teodosio

Dicen ahora los modernos, que la forma que juntamente con la materia constituye los compuestos, no es más que el modo con que están dispuestas de un modo, hace un compuesto; siendo de otro modo, hace otro. Lo cierto es, Eugenio, que Aristóteles, que es el maestro en este particular, siempre para explicar estas cuestiones usó de la comparación de los compuestos artificiales, y lo mismo Santo Tomás; con que no será impropio que yo use del mismo método. Decidme, ¿un encaje de hilo, una vara de lienzo y un cordón de hilo no son cosas bien diferentes? Es cierto que es así; pues la forma del lienzo no consiste en más que en el modo de tejer los hilos, y meter unos por entre los otros; esos mismos hilos tejidos de otra suerte hacen un encaje; y si los tejieran de otro modo diferente, hacen un cordón, &c. consiste en los diversos modos con que sus hilos se tejen.

Eugenio

Ponedme más ejemplos de esos, que no es creíble lo que me ilustran el entendimiento, para percibir estas materias.

Teodosio

Del mismo hilo de seda se hacen tejidos tan diferentes como sabemos, el terciopelo, el raso liso, el damasco, el tafetán, &c. todo se hace del mismo hilo de seda de la misma materia; y con todo, como son compuestos diferentes, tienen diferentes formas; pero bien veis que la diferencia no está en más que en el modo con que se tejen los hilos de la seda, o las partes de la materia de estos compuestos.

Eugenio

Estos argumentos son palpables, no pueden dejar de hacer gran fuerza según lo que entiendo; y así continuad, que ya que esto es el fundamento de la Filosofía, justo es que quede bien establecido.

Teodosio

En las letras del A B C tenemos otro ejemplo: las veintitrés letras que tenemos, solo por el diferente modo con que se ponen, forman todas las palabras que hay en todas las lenguas, excepto las orientales, porque en esas hay caracteres o letras diferentes. Sólo de diez caracteres o cifras que tenemos se componen todos los números excogitables, variando únicamente el modo de ponerlas, aumentando o disminuyendo. Con estas cuatro letras A M O R se forman nombres muy diferentes, sólo con cambiarlas, diré los que se me acuerden: hácese Roma, amor, ramo, roam, mora,, omar, orma, oram, maro, y otros catorce diferentes. Luego sólo por cambiarlas y tejerlas de diferente modo las pares de la materia, podrán también resultar compuestos muy diferentes; y así combinando y tejiendo las partes de la materia de un modo, saldrá un palo, tejiéndolas de otro modo, saldrá un pedazo de hierro, &c, ¿No es esto evidente?

Eugenio

Me parecía imposible, que sólo de la diferencia con que esas partículas se mezclan, puedan nacer tan diversas cosas.

Teodosio

Aún no sabéis bien las maravillas de la combinación: de estas ocho palabras latinas (digo las para Silvio) Tot, tibi, sunt, dotes, virgo, quot, sidera, caelo se forman mil veintidós versos diferentes y ciertos, sin otros muchos falsos y defectuosos. Ved ahora que diversidad saldría si fuesen muchas más, o pudiesen repetirse o quitarse, así como se pueden multiplicar, repetir y aumentar las partículas de materia de una especie, y ponerlas en otra.

Eugenio

Yo estoy convencido; pero Silvio, según veo, no está contento.

Silvio

Estas cosas parecen bien a quien no las ha estudiado; pero a mí, que he hecho particular estudio sobre ellas, no me convencen; quisiera ejemplos en cosas que tuviesen entre sí diferencia sustancial, como el pan y la piedra; y no diferencia meramente accidental, como el encaje del hilo y el cordón, &c.

Teodosio

No tengo dificultad: el pan que comemos creo que tiene diferencia sustancial del trigo que viene de la era, y del agua que se saca de la fuente; ninguno ha de dudar de esto. Molamos, pues, muy bien ese trigo, de suerte que quede hecho harina, con esto no hacemos más que separar las partes del grano, que estaban juntas y unidas: vamos adelante: mezclemos esta harina con agua; también aquí no hacemos más que mezclar y unir las partes de harina con las de agua; amasemos unas y otras muy bien; en esta diligencia sólo se da a aquellas partículas la diversidad de unirse e introducirse unas entre las otras: pasado algún tiempo, metamos esta masa en el horno. La lumbre no hace otra cosa que poner más firme la unión de unas partes con las otras, y darle alguna diversidad de contextura o disposición por medio del calor, y tenemos el pan hecho, sin haber en toda esta obra más diligencia, que disponer las partes del grano de trigo y del agua de este determinado modo: luego toda la diferencia que tiene el pan ya cocido, del trigo en grano, y del agua (cuya diferencia todos los Peripatéticos han de confesar que es sustancial) toda esta diferencia está en el diverso modo con que están dispuestas las partes del trigo y del agua.

Eugenio

¿Qué decís vos, Silvio, a aquel argumento?

Teodosio

Esperaos un poco, Eugenio, que aún no dije todo; todavía tenemos argumento más fuerte. El vidrio quien ha de negar que es diferente de las yerbas, de la arena, de la sal, &c. con diferencia sustancial, y sin embargo es cierto que de las partículas de estos ingredientes machacadas, amasadas y cocidas se hace el vidrio sin haber allí además de la materia de que se hace más que el modo con que las partículas de los ingredientes se mezclan y se unen. Luego ya parece que sólo con diversos modos de combinar, de tejer y de unir las partículas de la materia se hacen cosas diferentes y con diferencia sustancial, como es la que tiene el vidrio de las yerbas y de la arena, &c. el pan de trigo y agua, y otros muchos ejemplos que pudiera exponer.

Silvio

¿Y vos, Teodosio, queréis que yo también esté por eso, habiendo estudiado toda mi vida lo contrario?

Teodosio

Yo no pretendo tal, porque este tiempo y esta conferencia está destinada solamente para una breve y clara instrucción de este amigo que así me lo ha pedido; pero como dudasteis de que yo probase lo que decía, por eso me empeñé en esforzar los argumentos y los dirigí también a vos.

Silvio

Pues entonces id continuando con su instrucción; que vos para con vos mismo bien sabéis que no nos falta qué responder a esos argumentos.

Teodosio

Yo no lo dudo; y como la ocasión no es de disputar, sino de instruir a Eugenio, que nunca tuvo uso de controversias escolásticas, me valdré de la licencia que me dais para continuar en su instrucción. Ahora, pues, Eugenio, decidme ¿si estáis en que solamente el diverso modo de disponerse las partes de la materia puede hacer diversos compuestos?

Eugenio

Sí estoy.

Teodosio

Luego la forma de los compuestos no está más que en el diverso modo de combinar y tejer las partes de la materia, así como la forma del encaje o cordón no está más que en el modo de tejer los hilos, &c. Quedemos firmes en esto. Pregunto ahora: ¿el modo con que están dispuestas las partes de la materia, es alguna entidad distinta de la materia?

Eugenio

No; porque ya asentamos que el modo de la materia no es entidad distinta de la materia, así como el modo o encorvadura de la vara no es entidad distinta de la vara.

Teodosio

Ya veo que ponéis cuidado, y que vais percibiendo nuestro sistema. Reparad ahora que voy a concluir el discurso que formé. El modo con que se disponen las partes de la materia no es entidad realmente distinta de la materia; este modo es la forma de cualquier compuesto; luego la forma de los compuestos no es entidad distinta de la materia, sólo sí modo de la misma materia.

Eugenio

Basta, no os canséis más porque para mí todo este discurso es evidente.

Teodosio

Pues entonces bien os puedo ya contar entre los filósofos modernos.

Silvio

¡Ya! ¡Bendita Filosofía!, tres años gasté yo para ser Filósofo antiguo, y en ellos quemé mis pestañas; los días y muchas veces las noches pasaba sobre mis cuadernos; y vos, Eugenio, en poco más de media hora con cuatro bellas palabritas estáis Filósofo moderno, graduado aquí por el señor Teodosio: os doy el parabién porque no puede haber mayor felicidad.

Teodosio

Ahí veréis el trabajo que cuesta buscar la verdad por caminos que nos desvían de ella, y cuán difícil es hallarla a quien la busca por su verdadero camino.

Eugenio

Dejad decir a Silvio lo que quisiera, según veo es de buen humor, y quiere llevar las cosas sin pasión que le altere. Hace muy bien; vamos a nuestro punto.

Silvio

Vamos en horabuena; pero yo veo por aquella puerta un bello jardín, huerta y arboleda; era de parecer que fuésemos paseando hasta allá, y gozaremos del airecillo fresco que corre.

Teodosio

Pues vamos; pero dejadme advertir una cosa; esto que os dije, Eugenio, de todos los compuestos, no se debe entender del hombre, porque la forma del hombre es el alma racional distinta realmente de la materia, porque es espíritu, y la materia es cuerpo. Pero de aquí no pueden hacer argumento los Peripatéticos para los demás compuestos, porque no dicen que su forma es espiritual; pues a ser espiritual, también yo dijera que era distinta realmente de la materia.

Eugenio

¿Y no pueden decir que es espiritual?

Silvio

Nosotros no decimos tal cosa, ni vos, Eugenio, nos hagáis tan ciegos que digamos una cosa evidentemente contraria a la razón: vamos al jardín.

Teodosio

Salgamos por esta puerta.

 
§. IV.

Trátase de los accidentes comunes a todas las cosas

Eugenio

¡Qué bello y agraciado jardín!, los ojos no se hartan de ver, y el entendimiento no acaba de admirarse. Por una parte el buen gusto del dibujo, por otra la viveza de las estatuas que le adornan y enriquecen, por otra las aguas cristalinas que por los peñascos de aquella gruta se precipitan para venir a recrearnos con su frescura, todo a porfía está convidando los ojos y la atención, de suerte que yo no sé adonde me vuelva. ¿Y qué me decís, Silvio, de los lindos reflejos que hace el sol en las aguas de aquella cascada?

Silvio

Aún no reparasteis en lo mejor: ¿qué me decís del sitio? Mirad aquella famosa barra por donde continuamente están entrando y saliendo navíos de todas las naciones; desde aquí descubriréis la mayor y mejor parte de nuestra Lisboa. Hacia el lado de allá reparad qué bella vista hacen aquellos montes vestidos de árboles: a este otro tended la vista, que bastante tiene con qué divertirse en tantas casas de campo, en tantas huertas, y en tantas florestas. No sé que la sabia naturaleza pueda formar otra pintura más bella ni más deliciosa.

Teodosio

Celebro que gustéis de este retiro, para que a lo menos atraídos de él, vengáis a hacerme compañía con mayor frecuencia.

Eugenio

Por cierto que lo haré; pero no dejemos la conversación que traíamos: antes que se pase más tiempo, quisiera que vos, Silvio, pusieseis algunas dudas contra lo que dijo Teodosio, para ver si me movían del concepto que tengo formado a favor de la Filosofía moderna.

Silvio

Las dudas que tengo contra esta doctrina son más propias de las aulas, que de los jardines, y más proporcionadas a los profesores de esta materia, que a quien no ha estudiado nada de ellas. Pero para que no atribuyáis a ignorancia mi silencio, tocaré las más fuertes; no para oír la respuesta, pues no quiero molestaros, ni la ocasión es oportuna; sino para que sepáis los obstáculos que me retardan para dar asenso a estas doctrinas.

Teodosio

Yo siempre he de hacer diligencia para que no queden sin respuesta. Decidme, doctor mío, ¿qué dificultades son esas? Apuesto que han de ser sobre las almas de los brutos y sobre los accidentes de la Eucaristía. ¿no son éstas?

Silvio

Esas son las principales ¿y os parece que no son grandes? Yo creo que vuestro sistema no se puede librar de ellas por más vueltas que deis al discurso, a menos que no hagáis caso de la razón ni de la experiencia en lo que pertenece a los brutos; y en lo que toca a los accidentes de la sagrada Eucaristía no atendáis a lo que dice la Fe.

Eugenio

Teodosio, por vida vuestra no me hagáis hereje: si este sistema se embaraza con la Religión, por ningún caso lo quiero abrazar.

Teodosio

No temáis, porque ciertamente no hay de qué tener miedo; nuestro sistema nada tiene contra la santa Fe; tan fieles somos los Modernos como son los Antiguos. Estad firmemente persuadido de esto; y por ahora como estas materias dependen de otras en que no tenéis instrucción alguna, vamos continuando con nuestras conferencias y a su tiempo oiréis la cabal respuesta a aquellas dificultades (* Tom. II. tarde IX.). Y para que no os impacientéis con la tardanza, quiero explicaros primero los principales accidentes de los compuestos naturales, para que luego entendáis lo que hemos de decir acerca de los de la sagrada Eucaristía.

Eugenio

Primeramente decidme ¿qué es lo que entendéis por esta palabra accidentes?

Teodosio

Voy a decirlo. Después que un compuesto está hecho y constituido por su materia y por su forma, tiene el ser blanco, el ser bien dispuesto, alto o bajo, el andar o estar sentado, el estar en este o aquel lugar, &c. a estos predicados llamamos accidentes, porque sin ellos podía Pedro pasar.

Eugenio

¿Y qué dicen los Peripatéticos de los accidentes, mi Doctor?

Silvio

Dicen lo mismo que de las formas, que son unas entidades realmente distintas de toda materia, las cuales recaen en una cosa que tiene ya todo lo preciso para su esencia: por ejemplo: la blancura es una entidad realmente distinta de Pedro, que le hace blanco; la figura del cuerpo o de la cara, o el ser bien dispuesto y gallardo es otra entidad realmente distinta de él, la cual hace este efecto; de la misma suerte el ser grande o pequeño es otra entidad realmente distinta, que le hace grande o pequeño, a la que llaman cantidad. El movimiento de Pedro es otra entidad; el estar en este lugar más que en el otro, también es una entidad realmente distinta de Pedro y del lugar, a que llaman ubicación, la que tiene por oficio hacer que Pedro esté en este determinado lugar. Del mismo modo discurren de los otros accidentes nuestros Peripatéticos; y este es, Eugenio, el sistema más corriente, y el que más se conforma con la Fe, digan los señores modernos lo que quieran.

Eugenio

Ya no me asustáis con esas censuras, respecto que Teodosio me ha prometido explicarme ese punto; entonces veremos quien tiene razón. Vamos ahora, Teodosio, a saber lo que dicen los modernos de los accidentes.

Teodosio

Dicen que no es así lo que Silvio da por tan cierto. Dicen que los accidentes unos son en sí cuerpo (de estos hablaremos a su tiempo); otros, de que ahora trataré, consisten en el modo con que la materia está dispuesta, después de tener aquella disposición en que hemos dicho consistía la forma sustancial. Usemos de algunos ejemplos, y vamos divirtiéndonos, ya que a eso hemos bajado al jardín. Esta estatua de Hércules bien veis que es mayor que esta otra de Cupido, ¿y por qué es mayor sino porque tiene mayor proporción de bronce, o porque está más vacía por dentro y más hueca que la otra? De lo que resulta, que es mayor que la otra, porque o tiene más materia, o la tiene dispuesta de este modo determinado para que quede más hueca.

Eugenio

Ninguno me parece que dudará eso.

Teodosio

Pues lo mismo digo de Pedro. El ser Pedro grande o pequeño nace de que su cuerpo tiene más o menos materia, o de estar más o menos maciza, o de estar distribuida más hacia lo alto que hacia los costados, porque hay hombres bajos que pesan mucho más que otros altos.

Eugenio

V.g. el señor Doctor siendo mucho más bajo que yo, ha de pesar mucho más por ser más grueso.

Silvio

Es porque no me apasiono por filosofías, como vos, que viniéndoos a divertir con este amigo, tomáis por diversión estas disputas filosóficas, que son capaces de consumir al hombre más grueso.

Eugenio

Cada uno tiene la diversión en aquel ejercicio de que gusta; y así continuad, Teodosio, en explicarme los otros accidentes; pues este de la cantidad bien entiendo lo que dicen de él.

Teodosio

Antes que pasemos adelante, decidme: ¿ser la materia más o menos, el estar más extendida o junta, es o envuelve alguna cosa o alguna entidad realmente distinta de la materia?

Eugenio

No señor, porque conforme a lo que hemos dicho, todo lo que es modo y disposición de la materia no es cosa realmente distinta de ella.

Teodosio

¿Luego la cantidad de cualquier cosa, esto es, el ser más grande o pequeña no es entidad realmente distinta de esa misma cosa?

Silvio

Mirad, Eugenio, hasta ahí fácilmente podré concordar con Teodosio; porque también dicen lo mismo algunos Peripatéticos (* Arriaga in Metaph. pag. 625.). Vamos a los otros accidentes.

Teodosio

Ser Pedro gallardo y bien dispuesto no consiste más que en estar la materia de que consta, que es la de su cuerpo, dispuesta de este o aquel modo. Vamos a ejemplos: este Cupido es mucho más hermoso que aquel Sátiro que veis al otro lado. Si el artífice cuando hizo esta estatua, hubiera dispuesto el bronce del mismo modo que lo hizo en la estatua del Sátiro ¿quién duda que había de salir esta estatua con las mismas facciones que aquella? Pues lo mismo digo de Pedro.

Eugenio

Lo comprendo; y sin ir más lejos, en los mismos hombres vemos eso; porque muchas veces por dar una caída quedan corcovados o tullidos o desfigurados en el rostro, causando esta desagradable figura la nueva disposición, que la materia o las partes del cuerpo del hombre tomaron con la caída; ¿y esto que hemos dicho de la figura de Pedro, diremos también de la figura de las demás cosas?

Teodosio

Sí, porque el ser una piedra cuadrada, una espada aguda, una sierra dentada, que son las figuras de estas cosas, todo consiste en tener las partes de la materia dispuestas de este o de aquel modo; y como este modo no es entidad realmente distinta de la piedra, espada, &c. se sigue que también no es distinto realmente de la materia este accidente o la figura de los cuerpos.

Eugenio

Pasemos adelante: explicadme ahora el otro accidente a que llaman ubicación, que si bien me acuerdo me habló Silvio de uno que tenía este nombre u otro parecido a él.

Teodosio

La ubicación, como os ha dicho Silvio, tiene por oficio hacer que Pedro v.g. esté en este o aquel lugar, de suerte que si ahora estando aquí junto a esta estatua tenemos una ubicación, en dando un paso adelante ya tenemos otra ubicación, porque ya mudamos de lugar. Estas ubicaciones ya sabéis que en el sistema peripatético, son unas entidades realmente distintas; pero nosotros decimos que no son otra cosa más, que el modo con que estamos respecto de este lugar; ahora estamos juntos en este lugar que pisamos, si luego andamos, solo con la mudanza de lugar ya quedamos separados de este, y juntos a otro. ¿No es así?

Eugenio

Y quién lo puede negar.

Teodosio

Pues en estos diversos modos con que estamos respecto del lugar, ya junto a uno, ya separados de éste y junto a otro, es en que consisten nuestras diversas ubicaciones. Vamos ahora a explicar el movimiento. El movimiento es nuestro sistema, Eugenio, no consiste en otra cosa que en ir sucesivamente poniendo nuestro cuerpo en lugares sucesivos: ahora estamos inmediatos a esta estatua de Diana; reparad, vamos paseando ¿veis como ya estamos distantes de Diana, y pasamos ahora por Apolo? Esperad un poco más; he aquí estamos ya junto a Mercurio; ninguna otra cosa hubo aquí de nuevo, sino el ir sucesivamente poniéndonos en diversos lugares. Esto bien claro es, que no está más que en los modos con que estamos respecto de los lugares, poniéndonos ahora inmediatos a uno, después más distantes de él, y después aun más distantes; todo esto se reduce a los modos con que estamos respecto del lugar.

Eugenio

Como las otras cosas sean tan claras como estas, fácil me será la Filosofía.

Silvio

Os aseguro, Eugenio, que si os gobernareis por lo que dice Teodosio, habéis de encontrar cosas oscurísimas e ininteligibles; porque hasta nosotros que tenemos el entendimiento cultivado con estudios, nos parece increíble, que sólo con diversos modos o disposiciones de la materia, sin admitir nuestras entidades realmente distintas de todo lo que es materia, se puedan explicar todos los accidentes y todas las propiedades de los cuerpos naturales. Os advierto que a veces paro la consideración en esto, y más me parece invención de ociosos, que de hombres serios. Por el discurso de nuestras conversaciones hallaréis lo que os digo.

Teodosio

El tiempo es gran maestro de desengaños; sentémonos, pues, junto a esta fuente, que sentados podemos más bien continuar nuestra conferencia; y si vos, Eugenio, estáis ya cansado con tanto discurrir, mudaré de conversación, pues no os quiero ser molesto.

Eugenio

No receléis que vuestra conversación me cause el menor tedio, mayormente siendo sobre una materia para mí igualmente agradable, que provechosa. Sentémonos, que gusto mucho de ver correr el agua.

 
§. V.

Trátase del movimiento de la gravedad, y explícase físicamente qué cosa sea

Silvio

Hermoso sitio por cierto. Me parece estar viendo aquí una pintura de la felicidad de este mundo, que hace pocos días oí describir a un hombre de buen gusto. Una fuente cristalina que está murmurando (decía), un susurro suave, un prado sembrado de florecitas; las avecillas desafiándose y deshaciéndose en dulces cánticos por entre los árboles; el sol, cuando allá por la tarde se va a esconder en las ondas, plateando los mares, dorando las nubes; y entonces tres o cuatro amigos conversando amena y dulcemente sobre la verde yerba, es la mayor dicha que se puede lograr en este mundo.

Eugenio

No decía mal, hablando temporalmente. Gracias a Dios que nos puso en estas circunstancias, a que podéis añadir otra que es nuestra conversación no sólo de gusto, sino también de provecho.

Silvio

Así es; mas no interrumpís el hilo del discurso, apartándoos de una materia de que tanto gustáis.

Eugenio

Decís muy bien, y ahora la misma agua que está corriendo me excita la curiosidad del entendimiento. Decidme, pues, Teodosio, ¿cuál es la causa por qué esta agua después de haber subido hacia arriba con ímpetu, vuelve a caer? Yo bien sé que esto procede del peso o gravedad que tienen todos los cuerpos; pero eso mismo es de lo que quiero yo saber la razón ¿por qué todas las cosas han de caer abajo, o en qué consiste la gravedad y peso de los cuerpos?

Teodosio

Preguntadlo primero a los Peripatéticos, que su respuesta suele ser más breve; y Silvio es el mejor procurador que ellos pueden tener en su causa.

Silvio

Nosotros procedemos consiguientes: decimos que es una cierta entidad realmente distinta de toda la materia, que puesta en cualquier cuerpo le hace cargar hacia abajo.

Eugenio

Lo he entendido: vamos ahora, Teodosio, a la opinión de los Modernos.

Teodosio

En esta materia es mucho lo que tengo que deciros; mas no ha de ser ahora. Vuestro entendimiento aún no tiene fuerzas para digerir mantenimiento sustancial y fuerte: si os dijera todo lo que los Modernos tratan y deben tratar en esta materia, tendríais indigestión de entendimiento, que nuestro amigo el Doctor no podría curar. Os daré por lo mismo una instrucción clara y sucinta, cuanto baste para entender las materias principales de la Física, reservando el resto para después.

Eugenio

¿Y si después la fortuna nos separara, o nos impidiera esta compañía y comunicación?

Teodosio

Dándoos ahora una instrucción general, aunque sucinta, en cualquier tiempo después, aunque sea por cartas, os prometo explicaros completamente todo lo que toca al movimiento, que es como el alma de la Física. Ahora dejadme gobernar vuestra instrucción.

Eugenio

Haced lo que os parezca, y no perdamos un momento.

Silvio

¡Grandes promesas tenemos para lo futuro! pero siempre os quisiera oír sobre el punto de la causa de la gravedad.

Teodosio

Este punto en todo sistema es dificultoso; si algún día tuviéramos ocasión oportuna, os hablaré largamente sobre diversas opiniones que hay acerca de la gravedad; mas ahora os diré sucintamente lo que entiendo: seguiré un camino, que me parece el más desembarazado, bien que Silvio no dejará de hallar sus tropiezos. Oid, Eugenio: Dios nuestro Señor en el principio del mundo, cuando crió todos los cuerpos o compuestos físicos, determinó que todos se juntasen y conservasen juntos para formar un cuerpo grande, o un gran globo, que es el Universo: si los cuerpos espontáneamente se separasen unos de otros, o no se resistiesen de algún modo a esta separación, se desharía esta bella máquina del mundo; para evitar, pues, la disolución de tan grande obra, determinó el Supremo Artífice, que todas las cosas hiciesen resistencia al separarse de las demás, v. g. que una piedra hiciese resistencia cuando la quisiesen levantar separándola de la tierra, y esta resistencia es el peso que experimentamos en la piedra, y que nos es preciso vencer por fuerza tirando hacia arriba; y semejante resistencia ordenó que tuviesen todos los demás cuerpos a proporción, unos más, otros menos* (Tom. VI, tarde XXXIII, II se prueba la misma gravedad y ley general en todos los cuerpos celestes, y que la gravedad terrestre llega hasta la luna, estando esta sujeta a las mismas leyes de los cuerpos terrestres). No obstante como no bastaba esto para que todos los cuerpos se conservasen juntos, porque podía esta resistencia ser vencida por fuerza, como sucede cuando con fuerza tiramos una piedra por el aire; por esta razón determinó, que todas las cosas que con violencia, por sí mismas volviesen a buscar la tierra para juntarse con las demás; y de aquí nace la fuerza con que la piedra después de subir por el aire libre, por sí misma cae otra vez hacia abajo.

Eugenio

A mí me parece claro y desembarazado este modo de discurrir.

Teodosio

Dejadme usar de un símil o comparación que tenemos delante de los ojos: ¿veis a aquel hombre que anda juntándolos ramitos de murta que el jardinero dejó esparcidos cuando trasquiló los cuadros? Pues reparad como los junta en un haz; y para que el viento no se lo deshaga, separándoselos para que carguen unos hacia los otros, y hacia el centro del haz; de suerte que no podréis sacar ninguno sin violencia; y si lo sacarais, lo volverá luego a atar con los demás. Así hizo Dios nuestro Señor; para que el mundo no se deshiciese yendo unos cuerpos para una parte y otros para otra, ciñoles alrededor esta como cuerda, o esta ley y determinación con que hizo que todos cargasen hacia el medio; de suerte que sólo por fuerza y violencia fuesen separados de los demás, y que en cesando la tal violencia se juntasen luego a ellos.

Silvio

Eugenio, vos ya os dais por satisfecho; dejadme ahora un poco con Teodosio, que quiero averiguar bien esto. Teodosio, vos decís que la piedra v. g. carga hacia abajo, porque Dios determinó y mandó que ella viniese hacia abajo cuando la crió. Pues decidme, ¿y qué es lo que ahora la hace bajar? ¿Es la piedra o alguna cosa que está en la piedra?

Teodosio

Me obligáis a declarar mi pensamiento, y lo que yo entiendo acá para conmigo: voy a explicarme; pero os advierto a vos y a Eugenio, que lo que voy a decir, si no os parece bien, no es sentencia común de los Modernos, es opinión mía particular, y el modo que me pareció mejor para vencer las dificultades, que acerca de este punto ocurren en todos los sistemas.

Silvio

Lo cierto es que en todos es dificultoso de explicar.

Teodosio

Me preguntasteis, que era lo que impelía esta piedra hacia abajo, si era sólo la piedra, o si otra cosa distinta que estuviese en la piedra. Digo que ni una ni otra cosa; no es sólo la piedra, porque la piedra no tiene oídos, ni entendimiento para oír y conocer la determinación o ley que Dios estableció. Determinó en el principio del mundo que hubiese piedra, y luego la hubo; determinó y puso la ley, pero no fue la piedra la que puso en ejecución esta ley, porque no fue ella la que se trajo así misma al estado de existir. De la misma suerte, supongamos que Dios determina que la piedra se destruya, en un instante queda la piedra destruida; pero no fue la piedra la que ejecutó la ley y determinación de Dios, y la que se destruyó así misma. Más: supongamos que Dios determina que esta piedra se mueva de aquí para allí; así que Dios lo determinare, desde luego la piedra se halla en la otra parte; y con todo no fue la piedra la que se llevó, porque ni oyó la determinación de Dios, ni en sí tiene poder para mudarse a otro lugar. También conozco, que lo que mueve la piedra no es la materia sutil u otra cosa semejante que la haga venir abajo, como dice el gran Descartes, porque ahí se vuelve a excitar la cuestión, qué cosa es la que hace mover esta materia, qué impele la piedra hacia abajo, como quiere Gasendo; porque esos efluvios siendo en sí cuerpo y también materia, se vuelve a excitar la cuestión, quien le da movimiento a esa materia para ir a buscar esa piedra que está arriba.

Eugenio

Muy dificultoso es el explicar esta cuestión. Pues hay tantas opiniones que no os agradan.

Teodosio

Es de las más oscuras para todos, pero vamos adelante. ¿Sabéis, Doctor mío, quién hace bajar la piedra cuando cae? Es Dios, y sólo Dios.

Silvio

Eso no puede ser (permitidme explicar así): no tenía Dios más que hacer, que estar impeliendo hacia abajo todo cuanto cae o hace fuerza para caer sobre la tierra.

Teodosio

Vamos poco a poco, que a todo os he de satisfacer. ¿Por ventura Dios así que crió la piedra v. g. se separó de ella (a nuestro modo de hablar), sino que siempre la está conservando; y si os preguntara qué es, o en qué consiste esta conservación, me diréis con todos que es una producción continuada: está Dios continuamente produciendo la piedra en todos los instantes, y eso mismo es conservarla. ¿No es esto doctrina de todos, y que vos mismo abrazáis?

Silvio

Así es.

Teodosio

Luego si admitís que Dios actualmente está conservando o produciendo en cada instante la piedra que cae; qué motivo es de admiración el que yo diga que la mueve ahora: si la había de producir por estos instantes que van corriendo, y siempre en el mismo lugar, produce la piedra en lugares sucesivos hacia abajo, que eso es el moverla: esto es evidente.

Silvio

Dejaos de esa opinión, Teodosio, que no lleva camino: vamos a otra cosa para no perder tiempo.

Teodosio

Ya que me hicisteis declarar, habéis de decir lo que tenéis contra este sistema, porque en esto nos hallamos todos tres interesados.

Silvio

Eso estaba muy bien si Dios obrase milagrosamente; pero cuando conserva la piedra, obra como Autor de la naturaleza, y entonces sólo hace lo que piden las otras cosas naturales: no obra solo por sí mismo, obra juntamente con ellas, y como ellas naturalmente lo están pidiendo.

Teodosio

Basta: ¿y qué es lo que piden las cosas naturales?

Silvio

Piden hacer los efectos, que le son debidos conforme a las leyes de la naturaleza.

Teodosio

¿Y qué cosa es la ley de la naturaleza?

Silvio

Es una disposición y voluntad o determinación de Dios como Autor de la naturaleza.

Teodosio

Tened paciencia: aún pregunto más, ¿y por dónde nos constan esas leyes o determinaciones de Dios como Autor de la naturaleza?

Silvio

Nos constan por la frecuente y perenne observación de lo que sucede en el mundo. Vemos que un cuerpo dando con fuerza en otro que está libre, le mueve o hace diligencia para eso; y decimos que es ley de la naturaleza, que un cuerpo dando en el otro le mueva. Vemos que el fuego junto a la estopa seca siempre la quema y consume; y decimos que es ley de la naturaleza, que el fuego queme los cuerpos combustibles estando junto a ellos, &c.

Teodosio

Bien: luego todas las veces que viéremos que una cosa siempre sucede, hemos de decir que es ley de la naturaleza el que suceda así.

Silvio

No hay duda.

Teodosio

Luego viendo nosotros que la piedra suelta siempre cae, hemos de decir que hay una ley de la naturaleza, que manda que la piedra venga hacia abajo: luego cuando Dios trae la piedra hacia abajo, obra acomodándose a la ley de la naturaleza; y si se acomoda a la ley de la naturaleza, no hemos de decir que obra milagrosamente.

Silvio

¿Cómo no ha de obrar con milagro, si obra por sí sólo?

Teodosio

Poco a poco: Dios obra naturalmente todas las veces que sus acciones son conformes a las leyes de la naturaleza, como habéis confesado; luego siendo ley de la naturaleza, que la piedra suelta venga abajo, cuando Dios en estas circunstancias la mueva obra naturalmente y no con milagro. El que digáis que obra sólo que obra solo, no obsta; porque también Dios por sí sólo conserva a todo este universo, ni habéis de decir que en esta conservación tiene alguna otra causa que concurra con él; y con todo eso no obra milagrosamente conservando el Universo; antes sino lo conservase, y si de repente lo redujese a nada (como sucedería en el primer instante en que cesase de conservale), diríamos que hacía un gran milagro; pues milagro será aniquilar una piedra. Con que, mi Doctor, la diferencia de obrar Dios como Autor de la naturaleza y obrar milagrosamente, no está en más que en acomodarse o en no acomodarse a la ley de la naturaleza; y esto en palabras más claras es decir que esta diferencia no está más que en hacer Dios lo que es costumbre desde el principio, o no; pues ley de la naturaleza como concedisteis, es una costumbre perenne observada siempre en el Universo. Por lo mismo, si Dios por sí solo llevara la piedra arriba, digo que obra milagrosamente, porque hace lo que no es costumbre; pero cuando por sí solo la trae abajo, digo que obra naturalmente, porque hace lo que siempre se vio desde el principio del mundo, y estas costumbres perennes son como vos confesáis, o las leyes de la naturaleza, o señales infalibles de que Dios Autor de la naturaleza puso esas leyes.

Eugenio

¿ Pues que, Silvio, aún halláis dificultades en este modo de discurrir?

Silvio

Hallo, y muchas: vos, Eugenio, nunca estudiasteis Filosofía, por eso no sabéis cuánto abominaron siempre los Filósofos recurrir a Dios para señalar la causa de los efectos naturales. De este modo yo os enseñaré toda la Filosofía natural en un instante. Si os preguntaran cuál es la causa de cualquier efecto particular, decid que eso sucede porque Dios lo ha hecho, y así lo quiere; y tenéis respondido bien, conforme al modo de discurrir de Teodosio.

Eugenio

A esto no sé yo responder, Teodosio.

Teodosio

Pues yo respondo. Digo que los Filósofos siempre abominaron recurrir a Dios para los efectos particulares; pero no para los efectos generales. Los efectos particulares tienen también causas particulares; pero los efectos generales, como es la gravedad, pide una causa universal. Yo no digo cosa que no estén obligados a decir todos los Filósofos de cualquier sistema; si los fuéramos apretando con preguntas, e inquiriendo las causas de las causas, han de venir a parar como buenos Filósofos a principios generales, que se llaman leves de la naturaleza; y si preguntáramos la causa de estas leyes de la naturaleza, han de señalar al Autor de toda ella; porque aunque quieran parar en las naturalezas de cualquier causa, diciendo que la causa produce el efecto, porque tiene virtud para ello de su naturaleza; si le preguntáramos quién dio las naturalezas a las causas segundas (que todas lo son fuera de Dios), necesariamente han de recurrir a Dios, primera y universal causa de todas las causas.

Silvio

Pero nunca señalan a Dios por causa próxima e inmediata de los efectos naturales como vos hacéis.

Teodosio

Digo que sí, lo señalan siempre que los efectos son generales o primeros: ejemplo: preguntad a Cartesio ¿quién es la causa que dio movimiento a la materia sutil de los vórtices? Responderá que Dios. Preguntad a Newton ¿quién dio movimiento recto a los planetas? Responderá que Dios. Preguntémosle más, ¿quién dio a los cuerpos estas virtudes atractivas y repulsivas, que son el principio de toda Filosofía? No dirá otra cosa sino que Dios; y responden bien, porque las preguntas recaen sobre efectos generales y primeros, y estos no tienen otra causa mas que Dios.

Silvio

Esos filósofos podrán decir que Dios dio ese movimiento a la materia sutil o a los planetas, &c. en el principio solamente cuando los crió; pero supongo no dirán que se lo está dando continuamente.

Teodosio

Y si les preguntáramos quien les conserva ese movimiento, necesariamente han de confesar que Dios que conserva el cuerpo, conserva también el movimiento; y aunque Descartes quiera huir de esto y acogerse a las leyes del movimiento y de la naturaleza; todo ello bien averiguado hemos de concluir en lo mismo que ya concluimos, cuando vos huíais también para este asilo. Hablemos claro; si preguntáramos a Descartes ¿por qué se conserva la materia sutil de sus vórtices en este movimiento? Responde, porque es ley de la naturaleza que un cuerpo en llegando a ponerse en movimiento, persevera en él, hasta que le hicieran parar. Está bien: preguntemos más; ¿y esta ley que viene a ser verdaderamente? Ha de decir que es una determinación de Dios nuestro Señor Autor de la naturaleza, el que ordenó que siempre que un cuerpo se moviese, le había de conservar en movimiento, hasta que le hiciesen parar. En este modo de responder, Dios es quien lo conserva en movimiento, y ninguno concurre con él para esta conservación. De lo cual venimos a inferir, que en el sistema de Descartes Dios y sólo Dios es quien mueve la materia de sus vórtices; porque así como conservar Dios la piedra, es, ante el sentir de todos, estar produciéndola continuamente; también en conservar Dios el movimiento de cualquier cosa, es estar continuamente causando ese movimiento. El mismo argumento se hace en el sistema de Newton, y en buena cuenta todos vienen a decir lo mismo que yo digo.

Silvio

Que ellos lo digan importa poco; eso a mí no me convence; porque yo no soy Cartesiano ni Newtoniano.

Teodosio

En horabuena que no lo seáis; mas yo siempre pruebo con esto, que el modo con que discurro dando a Dios por causa de este efecto, no debe ser abominado por todos los Filósofos, como me decís; pues vemos que estos famosos hombres y sus discípulos están obligados a discurrir así.

Silvio

El caso está si eso es así en la realidad.

Teodosio

Como no estamos disputando en las aulas, sino hablando en un jardín, no es cosa de porfiar más sobre este punto. Dejadme dar en pocas palabras una idea de lo que Eugenio debe saber acerca de lo que tenemos dicho; porque confieso que la fuerza del argumento me hizo atender más a vos, que a él. Dadme atención ambos. Dios creó en el principio todo el Universo: dejemos aparte el hombre y los efectos que nacen de su voluntad libre, y también todos los movimientos de los demás vivientes, porque de esos he de tratar aparte; todo lo demás es materia inanimada e inerte: esta materia por sí no puede moverse, ni escoger más este lugar adonde va, que es donde está o estos por donde pasa. Ahora bien, sin movimiento no puede haber efecto alguno natural, como veréis en el discurso de estas conferencias. Luego fue preciso que Dios diese algún movimiento a estos cuerpos, o a la materia de que ellos son hechos: este movimiento poco importaría que se lo diese, si no se lo conservase; porque el movimiento que hubiese en el principio del mundo, no puede ser causa del efecto que ahora se produce; con que ya tenemos que Dios por sí solo dio a la materia cierto movimiento, y que por sí solo conservó y conserva ese movimiento, o la inclinación y fuerza para él; y como Dios todo lo que ahora hace, ya en el principio del mundo determinó conservar por sí este movimiento que dio a la materia. Esta determinación es la que llamamos ley de la naturaleza, y a estos movimientos llamo yo efectos generales, o primeros efectos; y digo que sólo tuvieron y tienen por causa a Dios nuestro Señor. Uno de estos movimientos son causas de otros efectos, y estos causas de otros, como os explicaré despacio si queréis; y conforme se mudan las circunstancias, así se varían los efectos; mas todos ellos últimamente vienen a proceder de las leyes de la naturaleza, o de los primeros efectos. Por eso, como es obligación del Filósofo dar a cada efecto la causa inmediata que tiene, si fuera preguntado por la causa de un efecto particular que ahora sucede, debe señalar la causa particular e inmediata de este efecto, y no recurrir luego a Dios; porque el tal efecto particular no nace de Dios inmediatamente; nace de otros efectos más generales, y estos de otros, y últimamente han de parar en las leyes de la naturaleza o en los primeros efectos, los cuales sólo tienen por causa de estos efectos generales y primeros, sólo debe señalar a Dios; porque no hay otra causa adonde podamos recurrir. Y de paso notad una preferencia que hallo en este sistema a todos los otros, y es que en cualquiera de los otros necesariamente han de decir lo que yo digo, como ya demostré; y además de esto han de admitir algún otro principio que no es cierto, v.g. los vórtices de la materia de Descartes, o los efluvios de Gasendo, y en este sistema basta sólo este principio que llevo dicho.

Silvio

Está muy bien; dejamos eso ya, y vamos adelante.

Teodosio

Esperad un poco; dejadme usar de un ejemplo que me ocurre: ¿visteis, Eugenio, un ingenio de serrar piedra?

Eugenio

No; mas decidme cómo es.

Teodosio

Yo os lo describiré cuanto baste para el asunto. Con el agua de un río hacen andar una gran rueda; el eje de esa rueda prende dentro de la casa con otras ruedas, y estas están de tal modo dispuestas que mueven unas sierras, las cuales van serrando la piedra con el movimiento, que le dan las mismas ruedas. Supuesto esto, preguntemos al dueño de la fábrica, ¿cuál es la causa que sierra la piedra? No dirá bien que Dios, ni que el agua del río; porque estas cosas no son las que inmediatamente sierran la piedra; debe decir, que la causa de serrar, es el movimiento de las sierras: preguntemos más; ¿y cuál es la causa de moverse las sierras? Deba responder que el movimiento de las ruedas, que prenden unas en otras; e instado por la causa del movimiento de estas ruedas, debe decir que es la otra que está fuera metida en el río. Preguntemos más: ¿y quién mueve esta rueda que está metida en el río? Deba decir que el agua del río corriendo hacia abajo. Continuemos las preguntas para saber ¿quién es la causa de moverse el agua hacia abajo? Responderá que su peso; y si inquiriéramos la causa de este peso, debe responder que Dios Autor de la naturaleza. He aquí cómo debe responder un Filósofo; debe señalar a cada efecto la causa de que nace inmediatamente, y por eso preguntado por la causa de la gravedad u otro efecto semejante, debe señalar a Dios, sin ser esto contra la Filosofía; porque Dios es la causa inmediata de la gravedad o del peso de los cuerpos, que tanto nos tiene dado que hacer.

Eugenio

A mí no me ha sido molesta la contienda, porque sirvió de instruirme perfectamente en esta cuestión, y me parece que vos, Silvio, no tenéis razón para no acomodaros con este discurso, que es muy natural.

Silvio

Eugenio, esta conferencia a vos os sirvió de instrucción, y a mí de diversión. Si os agrada el sistema de Teodosio, seguidlo, porque yo siempre he de seguir aquel con que me criaron. Pasemos a otra cosa, Teodosio.

Teodosio

Sí, pero vamos al naranjal, que ya en él no da el sol; y después de tener esta instrucción ligera sobre la Filosofía generalmente, si os agradara trataré más profundamente de esta materia y de las admirables leyes del movimiento. Venid conmigo.

Eugenio

Vamos; pero continuemos nuestra conversación, que no es para perder tan buena oportunidad.

 
§. VI.

De la aceleración de los cuerpos cuando caen libremente

Silvio

El terreno, Teodosio, muestra ser fertilísimo, pues vemos los árboles tan crecidos y cargados de frutos.

Eugenio

La multitud de ellos que vemos desperdiciados por el suelo, bien denota su abundancia.

Teodosio

No atribuyáis eso a desperdicio: reparad que todas esas naranjas que veis, están hendidas con el golpe que dieron cuando cayeron a causa de ser estos naranjos tan altos.

Eugenio

Ahora advierto en eso; mas decidme, ¿y por qué han de rajarse cayendo de alto, lo que no sucedería si cayesen de otro árbol más bajo? No me admiro del caso, que es frecuente; pregunto la causa como quien quiere ser Filósofo.

Teodosio

La causa de esto es la que se llama aceleración; me explico: todas las cosas cuando caen, caen con esta circunstancia, que cuanto más bajan, vienen con mayor fuerza y velocidad. Por otras palabras: cuando una piedra o una naranja viene cayendo por el aire, siempre se viene apresurando cada vez más, como un hombre que principiando a pasear muy pausado, después ya va más ligero, luego aprieta el paso, y últimamente corre; esto es lo que llamamos aceleración.

Silvio

La causa que damos los Peripatéticos de este efecto, antes que me la preguntéis, Eugenio, os la voy a decir. Aquella entidad que yo decía que estaba en la piedra, y la hacía venir abajo, si dura algún tiempo, produce otra entidad semejante, y esta otra, &c. de suerte, que en cuanto la piedra viene cayendo, siempre se van produciendo entidades, cuyo oficio es echar la piedra abajo; por eso en el fin anda más ligera porque tiene mas de estas entidades, que la hacen mover. Diga ahora Teodosio la causa de este efecto en su sistema.

Teodosio

Nosotros, Eugenio, bien veis que hemos de tomar diferente rumbo; tened paciencia, llegad aquí a este juego de argolla, que sirven para que se diviertan los mozos de esta quinta, y ahora nos ha de dar una buena instrucción: coged esa pala; aquí tenéis una bola; id, pues, dando con la pala golpes sucesivos en la misma bola; si yo la asegurase con el pie, por más golpes que la deis, no ha de moverse; pero luego que la deje libre ha de correr por el suelo; y como continuéis en repetir los golpes, cada vez ha de ir con más ligereza. ¿No es así? Haced la experiencia, y lo veréis.

Eugenio

¿Para qué? si lo entiendo bellamente, ni puede haber cosa más natural.

Teodosio

Pues aquí tenéis la verdadera causa de la aceleración de la piedra. La causa de la gravedad, sea ella cual fuere, prescindamos ahora de esa cuestión, determina continuamente la piedra para venir abajo: supongamos que la piedra estaba atada con un cordel; todas aquellas determinaciones se frustraban y hacían tan poco efecto como los golpes que dabais en la bola mientras que yo la aseguraba con el pie; pero luego que se quebró el cordel que sujetaba la piedra, la primera determinación que halló la piedra suelta, la movió hacia abajo; y si no hubiese segunda determinación, se movería por algún tiempo; pero como siempre se vienen repitiendo las determinaciones, va creciendo el movimiento en la piedra, y de cada vez va más ligera, así como sucedería a la bola, después que yo la soltase si continuaseis los golpes.

Eugenio

El ejemplo no podía venir más proporcionado al punto.

Teodosio

Ahora se me acuerda otro que no es menos claro. Si en cualquier rueda que ande libre y suelta sobre sus ejes dierais un golpe, se mueve; y si fuerais continuando los golpes unos después de otros, crece de tal modo el movimiento, que parece increíble: lo mismo sucede en la gravedad; porque la causa del movimiento hacia abajo en todos los sistemas es causa continua, la cual continuamente determina la piedra hacia abajo, por lo que forzosamente ha de suceder lo que digo. Sobre esta aceleración hay mucho más que decir; mas no es para vos, Eugenio, por ahora.

Eugenio

Ordenad mi instrucción como os parezca; ¿mas que os parece de esto, Silvio?

Silvio

Supuesto el principio en que vea Teodosio, digo, que explica bastantemente la aceleración; y en el sistema de los Modernos es el modo más claro de cuantos he oído en orden a disolver las dificultades que se acostumbran suscitar sobre este punto.

Eugenio

Mucho celebro que no desaprobéis el discurso de Teodosio, y que me concedáis amplia facultad para seguirle. Mas ahora quisiera saber la razón ¿por qué una piedra da mayor golpe en el suelo cuando cae de mayor altura?

Teodosio

La razón yo os la diré. Es porque ser un golpe mayor o menor nace principalmente de la velocidad con que se mueve el cuerpo que da el golpe. Con el mismo martillo levantándole a una misma altura doy yo golpes diferentes, según lo haga caer más deprisa o más despacio. Por lo mismo cualquier cosa tanto da mayor golpe, cuanto cae de mayor altura; porque conforme es la altura*(cuando se tratara esta materia radicalmente, entonces se demostrará que la velocidad es la raíz cuadrada de la altura), así es la velocidad con que viene; y para que acabemos por donde comenzamos, esta es la razón porque las naranjas que veis, están hendidas con el golpe que dieron en el suelo por ser los árboles aquí más altos de lo que suelen ser ordinariamente.

Eugenio

Contra esa razón me ocurre una duda. También las hojas cayeron de la misma altura, y no padecen el mismo daño; ¿cuál es luego la razón de la diferencia?

Teodosio

La razón de la diferencia está en que las hojas no tienen tanto peso como las naranjas; por eso estas caen con mayor fuerza y consiguientemente con mayor velocidad. Pero ya veo que queréis que os explique generalmente qué es lo que hace unas cosas más pesadas que otras. Pero en estas materias como en todas las demás pertenece el primer lugar al señor Doctor.

 
§. VII.

Del diverso peso de los cuerpos, y de su porosidad

Silvio

Brevísimamente explico todo eso en mi sistema. Quien hace venir los cuerpos hacia abajo es la gravedad, que es una entidad distinta de la materia; esta entidad puede ser más o menos fuerte: si es más fuerte hace que el cuerpo busque con más fuerza el centro de la tierra; si es menos fuerte, se contenta con que venga más despacio. Mirad como en cuatro palabras me desembarqué de esta cuestión. Veréis ahora el tiempo que gasta Teodosio en explicarla conforme a su sistema.

Eugenio

Yo antes quiero entender las cosas despacio, que pasar deprisa por ellas sin entenderlas. Explicadme, Teodosio, esto en vuestro sistema.

Teodosio

Nosotros decimos, que ser unos cuerpos más pesados que otros, procede de tener más partes de materia; por eso una libra de plomo es más pesada que media, porque en la libra hay mucha más materia que en la media libra, y a la materia es a quien dio Dios la determinación hacia abajo.

Eugenio

En ese ejemplo bien se entiende, porque una libra es mayor que media libra; pero hagamos la comparación entre una bola de plomo y otra de palo del mismo tamaño: la de plomo es más pesada y no tiene más materia que la de palo, porque ambas en el tamaño son iguales.

Teodosio

Aunque sean del mismo tamaño, la de plomo tiene mucha más materia que la de palo, porque en el plomo están las partes de la materia más juntas entre sí, y en el palo están más separadas y con mayores poros.

Eugenio

O yo no entiendo qué cosas son poros, o vos no decís bien en admitir poros en el palo.

Teodosio

Poros son unos como huecos muy menudos, que hay en cualquier cosa; todos los cuerpos constan de materia como ya sabéis: esta materia tiene partes muy tenues y pequeñas, las cuales cuando se van tejiendo, uniendo y mezclando entre sí, hacen unas veces palo, otras plomo y otras piedra; pero nunca se unen y llegan de tal suerte unas a las otras, que no queden algunos huecos, o en una parte o en otra: estos huecos son lo que llamamos poros; unas veces son mayores y otras son menores: los poros del corcho son de tal suerte grandes, que llegan a verse con los ojos; los del oro y los del plomo son muy tenues, pero verdaderamente son poros; y si el oro los tiene, que hará la piedra y la madera, &c.

Eugenio

Paréceme imposible que el oro siendo tan sólido tenga poros.

Teodosio

Esperad un poco: yo os formaré un discurso de dónde se infiere que los tiene: llenad un vaso de vidrio de arena fina hasta que no pueda llevar más: apretadla cuanto fuera posible, de suerte que mirando por encima, por el fondo y por los lados del vaso os certifiquéis que dentro de él no queda hueco alguno considerable. Estando el vaso así lleno de arena, echadle encima un poco de agua, y veréis cómo se va sumiendo por la arena adentro. Pregunto ahora ¿en dónde se acomodó esta agua, que bebió la arena.

Eugenio

Se acomodó dentro del vaso.

Teodosio

Decís bien; pero el vaso estaba lleno de arena como visteis, por lo que sólo el agua se podía acomodar en algunos huecos pequeñitos entre grano y grano; porque así como en un saco de nueces por más que se aprietan siempre dejan entre sí algunos espacios vacíos, así también con su debida proporción los granos de arena. Luego en esta arena apretada había poros.

Eugenio

En eso no dudo, porque vemos que el agua allá se acomodó.

Silvio

No tengáis no escrúpulo en eso, porque es asentado por todos, que no puede haber naturalmente compenetración de dos cuerpos; esto es, que dos cosas v.g. arena y agua no pueden estar verdaderamente en el mismo lugar; y así si el agua se sume, es porque se acomoda en algunos vacíos muy tenues que dejó la arena.

Eugenio

Así será; pero yo en donde dudo más es en el oro, y en otras cosas semejantes.

Teodosio

Y si yo en el oro hiciera la misma experiencia, que en la arena ¿dudaréis? Creo que no; pues oíd: coged una moneda de oro, echadle encima despacio un poco de azogue, veréis como se introduce en el oro, de modo que queda como una moneda de plata, de tal suerte que si la partierais, la veréis plateada también por dentro.

Silvio

Eso bien a mi costa lo experimenté ya; porque días pasados quise hacer un remedio en donde había de entrar azogue; descuídeme, y unas monedas de oro que estaban sobre la mesa, se convirtieron en monedas de plata, y ninguno se persuade que son de oro, quedándome de este modo totalmente inútiles, porque no hallo quien me las tome.

Teodosio

Metedlas en el fuego, y saldrá el azogue en humo, quedando el oro en su color antiguo. Mas yo quiero que hagáis justo concepto de la porosidad increíble de los cuerpos a fuerza de experiencias. Si cogiereis una barra de oro macizo, y metiereis una extremidad dentro del azogue, veréis, que no sólo queda cubierta de azogue toda la superficie exterior del oro, sino que pasa por dentro desde una extremidad hasta la otra con gran facilidad, cosa que pide una gran multitud de poros* (P. Schott. Mag.univ. Ozanam Recreation. Mathem. P.Regnault. tom.4. pag. 46.); además de esto vemos que el agua regia, que es un compuesto de espíritu de sal marino, deshace el oro enteramente, lo que no puede ser sino penetrando por sus poros.

Eugenio

Notables son esas experiencias por cierto; ¿y acerca de los otros metales tenemos también experiencias que prueben tener muchos poros?

Teodosio

Cuando no las hubiese del oro, teníamos un argumento muy grande para todas las demás cosas. porque como ya os he dicho, los cuerpos que teniendo igual extensión son más pesados, tienen mayor proporción de materia y menos poros; por el contrario los que son más ligeros, tienen menos materia y por consiguiente más poros. Luego si el oro, que es pesadísimo, tiene tantos poros como dije, muchos más sin comparación tiene la plata, el plomo, &c. Pero si queréis experiencias no faltan. Los Chamicos hacen de cal viva, vinagre destilado, salitre, sal marino y azufre una mezcla, de la cual sacan una sal que penetra el hierro, como el agua penetra un papel de estraza* (Memoir. de l.Academie 1713. p. 308.): también hacen otra de ciertos ingredientes, que penetra una chapa de plata de parte a parte, sin dejar el más mínimo vestigio. En las piedras también no se puede negar que hay poros, y muchos. Un célebre Caballero Francés llamado Mr. Dufai tenía un secreto de pintar las piedras, de tal suerte, que la tinta penetraba hasta lo interior de ellas; de aquí resultaba, que después de pintadas se trabajaban, pulían y quedaban tan equivocadas con las piedras de varios colores naturales, que no se podían fácilmente distinguir. Un amigo mío estando en París tuvo la fortuna de conocer a este Caballero, y vio algunas piedras de estas que le hicieron admirar. Las maderas ya veis que también han de tener poros en mayor abundancia. Una experiencia tengo ya hecha que lo convence: sobre la máquina Pneumática puse un cañuto abierto por encima, y sobre este un vaso de roble con agua, cuyo fondo no era muy grueso; después de extraer el aire con la máquina de dentro del cañuto, fue el agua traspasando visiblemente el fondo del vaso y cayendo dentro del cañuto de vidrio. Pero advierto que el vaso ha de ser hecho de suerte que las fibras o venas del palo queden a lo largo.

Eugenio

Supuesto lo que queda dicho de los metales, no me admira eso.

Teodosio

De semejante modo hace el Abate Nollet pasar el azogue por un cuero de búfalo.

Silvio

Mucho es, mas no me admira supuesta le experiencia de los poros que hay generalmente en la piel de cualquier animal; por los poros sale el sudor y la transpiración insensible, que es mayor de lo que se piensa. Ya hubo un Médico Italiano* (Sanctorius.) de paciencia verdaderamente inimitable, que por muchos tiempos no comía sino sentado en una silla, que estaba colgada en una balanza, para de este modo observar lo que salía por los poros de su cuerpo en la transpiración insensible; y después de muy repetidas observaciones por espacio de treinta años, asentó que de cada ocho onzas que una persona toma de sustento, cinco se van por los poros en transpiración insensible.

Eugenio

Parece mucho.

Teodosio

No tenéis razón: además de las experiencias que hizo ese Médico, Mr. Dodart y otros que entraron en esa observación, hallaron lo mismo. Ya leí yo que algunas personas sanas, aún en tiempo de invierno, dentro de veinticuatro horas perdían por la transpiración insensible cincuenta onzas* (Journal des scav. 1685. p. 42. Jun.).

Eugenio

Supuesto esto, es preciso que vos, Silvio, tengáis compasión con vuestros enfermos, no mortificándolos con tantas dietas, pues para recuperar lo que pierden por esta transpiración, es preciso que tomen bastante alimento.

Silvio

Basta que lo recuperen después de sanos; mas no me canso de oír estas experiencias, porque me instruyen notablemente.

Teodosio

Por no detenernos en ese punto, que no es el principal, omito muchas que pudiera traer; pero quiero hacer delante de vuestros ojos una experiencia bien pasmosa; y mientras mando venir unos ciertos espíritus que me son precisos, os diré otra que hice pocos días antes. La cáscara de un huevo es cuerpo bien unido y cerrado; pues sabed que tiene muchos poros, y capaces de pasar por ellos el aire: conocí esto de este modo; metí dentro de la máquina Pneumática un vaso con agua y un huevo enteramente metido en ella; después de extraído el aire, vi ir saliendo de la cáscara del huevo unos globulillos, los cuales subían por el agua arriba hasta la superficie, y la causa de este efecto era algún aire, que estaba dentro del huevo, el cual iba saliendo por los poros de la cáscara hacia afuera, dividido en partículas tenuísimas, pero se juntaban para formar algunos glóbulos sensibles, que eran visibles por estar dentro del agua, porque a no ser eso no se percibirían de ningún modo. Yo os haré la experiencia cuando quisiereis.

Eugenio

Confieso que me parecía imposible que el aire pasase un cuerpo tan denso como es la cáscara del huevo; mas contra experiencia no hay argumento. Me ocurre ahora preguntaros una cosa, que oí decir hace pocos días en Lisboa: me dijeron que había ahora un modo de conservar por Filosofía los huevos frescos mucho tiempo, ¿acaso será extrayéndoles el aire, como hicisteis a este?

Teodosio

No; es por camino opuesto: lo que conserva los huevos frescos por muchos meses, es taparles los poros de la cáscara, de suerte que no pueda evaporarse por ellos sustancia alguna del huevo; el modo más fácil y más seguro para esto es barnizarlos, dándoles tres o cuatro manos de barniz ordinario; otros en lugar de barniz usan de cera derretida; de esta suerte se conservan frescos muchos meses. Yo sé quien los llevó de aquí para la India, y también ya encontré persona fidedigna* (Nollet tom. I. p. 99.), que probó uno guardado cinco o seis meses con esta precaución, y lo halló muy bueno. Además de esto tiene esta receta, que es de Mr. Reaumur, hombre ciertamente de los más estimables que tiene hoy París; tiene, digo, otra utilidad, y viene a ser que cualquiera de estos huevos después de guardados seis o siete meses con esta cautela, separándole el barbiz puede ser empollado por las gallinas, y nace el pollo, como si fuese fresco. Pero es preciso que le separen el barniz o cera, y que esto sea con la precaución de no llegar al fuego, ni cuando le pusieren la cera vaya muy caliente, para que el calor nimio no ofenda la semilla del pollo que ha de nacer.

Eugenio

De esta suerte fácilmente se pueden transportar los pájaros de un país a otro. Llevándose los huevos con esa cautela, pueden después sacarse por una gallina, pues bien sabemos que esta saca huevos de muy diversas castas.

Teodosio

Tenéis razón; y no dejarán los hombres de valerse de esta receta para semejante intento. Pero en otra ocasión trataremos este punto de propósito* (Tom.V.). Vamos ahora a la experiencia que os prometí hacer a vuestra vista. En estos dos vidrios tengo dos licores diferentes; en el uno tengo vinagre destilado, y mezclado con sal saturno; hacedme la merced de escribir en este papel lo que quisiereis con este licor* (Lemeriy p. 309. Nollet tom. I. pag. 101. Regnault tom. I. p. 34)

Eugenio

He aquí escribí algunas palabras, mas las letras apenas se perciben.

Teodosio

Dejadlas secar, y de ningún modo se percibirán: en cuanto se secan, mojo este otro papel con este licor que tengo en el otro vidrio; que es una preparación que consta de cal viva, una tinta que llaman oro pimenta y agua; bien veis que es un licor claro y sin color: reparad ahora en lo que hago. Aquí tengo este libro que tiene cerca de quinientas páginas; entre sus hojas meto estos dos papeles; el que escribisteis va en el principio del libro, y el que yo mojé con el otro licor va en el fin; dejadlo estar cerrado cuatro o cinco minutos, y os admiraréis viendo que el papel que escribisteis aparece escrito con una tinta negra.

Eugenio

¿Eso cómo puede ser? Cuando metisteis en el libro el papel que yo había escrito, no se conocían ya las letras de ningún modo, ¿ahora cómo han de quedar negras? ¿Qué decís, Silvio?

Silvio

Digo, que veremos: la experiencia nos mostrará la verdad, ni presumo de Teodosio que había de prometernos una cosa notable, sino estuviese bien seguro en ella, y no la hubiese ya experimentado por sí mismo. Esperemos un poco.

Teodosio

Agradezcoos ese buen concepto que de mí formáis. Eugenio, aquí tenéis el libro, sacad vuestro papel.

Eugenio

No puedo creer lo que veo: mirad, Silvio, estas son palabras que yo escribí con este licor claro, que está en este vidrio, y ahora están las letras negras como veis.

Silvio

El efecto, sí, es pasmoso, pero cierto: vamos a averiguar la causa de él.

Teodosio

La causa es la que conduce al punto que tratamos de la porosidad de los cuerpos: sabed que las partículas del licor con que mojé el papel que puse en el fin del libro, atravesaron las hojas del libro de parte a parte, y se fueron a mezclar con el licor de las letras que escribisteis; y tienen estos dos líquidos una propiedad particular, que mezclándose el uno con el otro, aunque cada uno de ellos por sí sólo es claro, ambos juntos hacen un color obscuro. Para que me creáis, los mezclo en este otro vaso... ¿Veislo?

Silvio

Así es; mas si las partículas de este licor atravesaron por los poros todas las hojas del libro, habían de dejar en ellas algún vestigio; lo que no vemos, pues el libro quedó muy limpio.

Teodosio

No dejaron vestigio, porque estas partículas, que traspasaron las hojas, no tienen color alguno en sí, y sólo cuando se juntan con el otro licor, es cuando quedan con un color obscuro. Por tanto cuando pasaron por las hojas del libro, aún no tenían color negro para mancharle.

Eugenio

A lo menos habían de mojar las hojas.

Teodosio

No; porque para eso era preciso que hubiese mayor cantidad de líquido, y que las partículas no fuesen tan sutiles como es fuerza que sean, supuesto penetran los poros de las hojas que hay en el libro. Concluyendo, pues, la digresión, que fue más larga de lo que yo quería, bien veis la abundancia de poros que es preciso que haya en las hojas del papel para poder las partículas de un líquido atravesar en cuatro o cinco minutos quinientas páginas.

Eugenio

Confieso que nunca esperé que tuviesen paso tan fácil las partículas de un líquido, penetrando un libro entero. Mas decidme, Teodosio, ¿y esos poros pueden verse con algún instrumento?

Teodosio

Valiéndose de Microscopios muy fuertes se han visto algunos poros más sensibles. Mr. Hook * (Journal des Scavans 22 Decemb. 1666. pag 738) contó en una fibra de carbón que tendría de largo el grueso de una moneda de diez reis* (moneda de cobre portuguesa, que corresponde a 8 mrs.)hasta ciento cincuenta poros; y haciendo cuenta de los poros, que según esta observación podría tener un carbón, que tuviese una pulgada de diámetro, asienta que había de tener más de cinco millones; otro*(Lemeriy Bibliot. des Philosoph. tom I. pag. 638) llegó a observar los poros en el oro, que como es cuerpo más pesado, es preciso que sean más pequeños, y aparecían como unas cavidades obscuras.

Eugenio

¡Cuán diversas son las cosas del concepto que yo formaba! Pero vamos ahora al fin para que trajisteis esto, que si no me engaño, es para explicar la diversidad del peso que hay entre los cuerpos.

Teodosio

Si todos los cuerpos tienen poros, los que tuvieren más poros o mayores, han de tener menos materia; y si tienen menos materia, han de pesar menos: v.g. si la bola de plomo es del mismo tamaño que la de palo, teniendo el palo muchos más poros que la de plomo y mayores, la bola de palo ha de tener menos materia que la de plomo. Pongamos algún ejemplo: un pan cuanto más esponjado es, menos pesa, porque tiene más poros o mayores: por eso el pan que no levanta nada, y que queda apelmazado y que dentro no tiene ojos, como acostumbráis llamarles, es muy pesado; por el contrario los bizcochos y el azúcar rosado ved como están llenos de estos ojos, y por eso pesan tan poco, porque tienen muchos poros y poca materia; y esta es la que pesa y no los poros. De aquí se hace un gran argumento para todo lo demás; porque hemos de discurrir de la misma suerte. Si el pan esponjado v.g. pesa menos que el pan apelmazado, porque tiene más poros y mayores, también el pan pesará menos que el plomo, porque tiene más poros o mayores; y así siendo iguales en el tamaño, uno tiene más materia que otro, y como la materia es la que pesa, queda clara la razón porque el plomo pesa más que el pan.

Eugenio

Lo he entendido perfectamente.

Teodosio

Ahora ya que me entendéis, quiero deciros un modo fácil de calcular la abundancia de poros, que hay en cada cuerpo que quisiereis examinar. Ya sabéis que la diversidad del peso que hay entre dos cuerpos del mismo tamaño, procede de que uno tiene más materia que otro, porque la tiene más junta: de aquí se sigue, que todo el espacio que dentro de esa extensión no es ocupado por materia, es ocupado por los poros, pues en un cuerpo todo cuanto hay, o es materia o poros.

Eugenio

Así debe ser necesariamente.

Teodosio

Suponed ahora, que queréis saber qué cantidad de poros tiene una especie de palo v.g. el palo Brasil; podéis averiguarlo de este modo. Comparándolo con el oro, que es el cuerpo más pesado y más macizo que conocemos; y con todo eso, como os hice ver ya, tiene poros, y dice el grande Newton*(Optic. 1.2. part. 3. prop.8), que puede ser que tenga tantos poros como partes sólidas. Pero podemos reputarlo como totalmente sólido; y después le daremos el descuento a proporción de los poros que supusiéremos en el oro.

Eugenio

Sea como quisiereis.

Teodosio

El oro es dieciocho veces más pesado que el palo Brasil, luego tomando dos porciones iguales en el volumen v.g. un palmo de cada uno, que tenga tanto de alto como de largo y ancho (que esto es lo que llaman palmo cúbico), tomando, digo, estos volúmenes iguales, el oro tiene dieciocho veces más materia que el palo, luego en el palo sólo hay materia dieciocho veces menos que en el oro; luego si esta materia estuviese en el palo tan apretada como en el oro, sólo ocuparía un espacio dieciocho veces menor; y así las diecisiete partes de ese espacio quedarían vacías. Pero ahora el palo no tiene la materia tan apretada como el oro, y por eso tiene los poros entre las partículas de la materia. Cada partícula de materia siempre ocupa el mismo espacio, cual esté junta a otra parte, cual apartada de ella; por consiguiente atendiendo al espacio que ocupan las partículas de materia en sí meramente, siempre es lo mismo, cual estén juntas, cual esparcidas: la diferencia sólo consiste, en que estando juntas, el espacio ocupado por la materia queda a una parte, y el espacio vacío y que estaba antes ocupado por los poros, queda a otra parte todo junto; pero estando las partículas esparcidas, los espacios ocupados por partículas de materia, y los espacios ocupados por los poros están mezclados. No obstante siempre suma la misma cantidad el espacio de los poros en uno y otro caso: y así si estando la materia junta en un lado, quedaría vacío un espacio diecisiete veces mayor, otro tanto espacio ocupan los poros estando la materia esparcida, como suponemos que está en el palo, comparándolo con el oro. Pero hasta aquí sólo hemos contado los poros, en que el palo excedía al oro; mas teniendo el oro poros, en el palo no solamente hay los poros en que le excede, sino también los poros en que le iguala: si en el oro la mitad del espacio son poros, como conjetura Newton, en el palo no habéis de creer que de las dieciocho partes de espacio, una es ocupada de materia, sólo sí que la mitad de una; y así vienen los poros a ocupar un espacio treinta y seis veces mayor, que el espacio que sólo ocupan las partes sólidas. Y si esto es en el palo Brasil ¿qué será en las demás partes más ligeras?

Silvio

De este modo se puede hacer la cuenta respecto de cualquiera otra materia. ¿Pero cuánto más desembarazado es el modo de explicar el diverso peso de los cuerpos en nuestro sistema? Bien que como gustáis de quebraros la cabeza con cuentas, os divertís con eso. Pero vos, Teodosio, estuvisteis enfermo, tomáis baños, tenéis los poros abiertos, y así temo que os perjudique el mucho aire que corre. Vámonos a casa.

Eugenio

No quiero que por respetos míos tengáis la menor incomodidad.

Silvio

En casa continuaremos.

 
§. VIII.

Se da la verdadera razón de algunas experiencias curiosas acerca de la gravedad

Teodosio

De buena gana sacrificaría a vuestro gusto todas mis incomodidades. Pero ahora en casa podremos hacer algunas experiencias, que en el jardín no tenían lugar. Dadme licencia, que voy adentro a mandar traer aquí una máquina Pneumática: prodigioso invento, que nos dio a conocer muchas cosas hasta entonces ocultas.

Silvio

En verdad que este hombre, Eugenio, tiene un vehemente deseo de daros gusto; y deseará haceros Filósofo en una tarde.

Eugenio

Os aseguro que su conversación me atrae y su empeño me cautiva; y por eso sin reparo me siento luego inclinado a toda su doctrina; de lo que quisiera que no os escandalizaseis.

Silvio

De ningún modo.

Teodosio

Aquí tenéis la máquina, que llaman Pneumática (véase la primera figura de la primera estampa) estos dos cañones de latón son dos jeringas con que alternativamente sacamos el aire, que estaba dentro de esta manga de vidrio, que está encima, mientras que el mozo trabaja en esta operación, que gasta algún tiempo, os diré lo que ha de suceder. primeramente todos los cuerpos cuando caen, por libres que estén, siempre tienen un embarazo que los retarda, que es el aire por donde vienen cayendo; y esto de dos modos. Primero porque el aire siempre cuesta algún tanto el dividirse: este abanico con que me doy aire en la fuerza del calor, cerrado le muevo por el aire con mucha más facilidad que abierto del modo con que le mueve quien se quiere abanicar: haced la experiencia, Eugenio, y vedlo.

Eugenio

Así es; hace mucha más resistencia abierto que cerrado.

Teodosio

Pues ahí veréis como el aire hace alguna resistencia cuando los cuerpos se mueven por él. El otro principio por donde el aire resiste a los cuerpos que caen, es porque el aire también es algún tanto pesado.

Silvio

Eso que ahora decís es fábula.

Teodosio

No es fábula; es una cosa que ningún hombre, que tuviere noticias de las experiencias que hay en esta materia, se atreverá a negar. Es punto este que ha llegado a términos de innegable. Por no confundir el método que llevamos, no digo aquí las experiencias que lo prueban: a su tiempo las veréis *(Tom. III. tard.XIII.): como iba diciendo, el aire es algún tanto pesado, y ha de hacer su resistencia al ir hacia arriba; y cuando cae la piedra necesariamente alguna porción de aire va hacia arriba para dar lugar a la piedra; y cuando es mayor el cuerpo que cae, también ha de subir mayor porción de aire, porque ha de ocupar acá abajo mayor espacio; de donde se infiere, que si no hubiese este aire, habían de caer los cuerpos con mucha mayor velocidad, porque no tenían la resistencia que le hace el aire, aunque poca.

Eugenio

Me parece que eso está puesto en razón.

Teodosio

Además de esto, si no hubiese aire, habían de caer igualmente todas las cosas por más diferentes que fuesen: si de lo alto de una torre dejaseis caer un pedazo de papel y un poco de plomo, todo había de llegar abajo a un mismo tiempo.

Silvio

No creo, ni ha de creer tal cosa por más que esforcéis todos los discursos, que puede suministrar vuestro ingenio y elocuencia.

Teodosio

¿Y si lo viereis con vuestros ojos, lo creeréis?

Silvio

Entonces sí.

Teodosio

Ea, pues, levantémonos y lo veréis. Esta manga de vidrio (m.n.) está enteramente tapada; dentro no tiene aire, porque se le sacó por medio de estas jeringas; en lo alto de esta manga está una dobla de 6400* (Moneda de oro que equivale a medio doblón de a ocho) y un pedazo de pluma; pero la pluma está sobre la moneda con cautela. Reparad ahora que todo llega abajo al mismo tiempo: dejadme levantar este hierro (e) para hacerlo caer todo junto; haceos cargo y vedlo.

Eugenio

Así es: tenéis razón.

Teodosio

Ya ahora no se puede negar que llegaron a un tiempo: porque casualmente sucedió quedar la pluma por una parte debajo de la moneda, y antes que cayesen estaba encima de ella, como os advertí y visteis. Tampoco podéis decir que la moneda trajo la pluma consigo, porque eso sólo podría ser si la moneda estuviese encima de la pluma y la trajese abajo delante de sí; pero bien veis que fue por el contrario, porque la pluma estaba encima.

Silvio

Para ver si esto procedió de no tener la manga de vidrio aire dentro de sí, hagamos la experiencia teniendo aire, que tal vez sucederá lo mismo.

Teodosio

Con mucho gusto; voy a hacerlo, y veréis cómo la moneda llega abajo mucho más presto que la pluma: aquí destapo la manga y queda bien llena de aire; vuelvo a poner encima la misma pluma y la misma moneda; volved, pues, a observar, que ahí las dejo caer juntas.

Eugenio

Ya está acá el oro, y la pluma ahora va llegando.

Silvio

¿Y os atrevéis, Teodosio, a dar razón de este efecto?

Teodosio

Sí, me atrevo.

Silvio

Vamos a eso; sentémonos, que esta experiencia me da mucho en que pensar.

Teodosio

Sentémonos a esa ventana porque la luna plateando las ondas del Tajo, hace una vista deliciosa. Decidme, si aquí de este lado estuvieran cincuenta hombres desembarazados todos igualmente forzudos y ligeros; y acá más cerca del mar estuviera un solo hombre, el cual fuese muy igual en la ligereza a estos, comenzando todos a correr a un tiempo, ¿quién llegará primero a Pedroisos v.g.

Silvio

Creo que llegarían también todos a un tiempo.

Teodosio

Decís bien; mas advertid que de una parte corre uno solo, y de la otra corren cincuenta hombres corriendo todos cuanto pueden; y no obstante ser más, partiendo todos a un tiempo, llegan también juntamente al mismo término: tan deprisa llegó el hombre que iba solo, como los cincuenta todos juntos. La razón es, porque cincuenta hombres tienen cincuenta veces más fuerza que uno; mas como llevan cincuenta cuerpos, llevan un peso cincuenta veces mayor; y así todo queda descontado; tan deprisa irá uno llevando su cuerpo, como cincuenta llevando cincuenta; pues lo mismo se debe decir de los cuerpos cayendo; los que son más pesados tienen más partes de materia; los que son más ligeros tienen menos. Supongamos, por ejemplo, que la pluma tiene cincuenta partes de materia, y el doblón que tiene cinco mil: dejándolos caer a un tiempo, tanto han de correr las cinco mil de oro, como las cincuenta que están en la pluma. La razón es, porque cada partícula de materia tiene fuerza para atraerse así para abajo; en donde hay más partículas, hay más fuerzas, mas también hay mayor carga, que se ha de mover con esa mayor fuerza; y así cada partícula trayéndose a sí, no puede ayudar a las compañeras; tan deprisa viene una sola como muchas juntas, por la misma razón que dimos en los hombres corriendo.

Silvio

Eso no lleva camino, porque entonces debía suceder el mismo efecto, cual hubiese aire, cual no lo hubiese.

Teodosio

No debía suceder lo mismo; volvamos a la comparación de que hemos usado. Suponed que en el camino había algún embarazo, v.g. que estaban cinco o seis hombres que impedían el paso ¿quién se desembarazaría más presto, los cincuenta hombres, o el que iba solo?

Silvio

Es claro que los cincuenta, suponiendo que el embarazo era igual tanto para el que iba solo, como para los cincuenta.

Teodosio

Pues lo mismo digo acá de los cuerpos que bajan por el aire; el aire siempre los embaraza, como os mostré ya; y siempre que los cuerpos tienen el mismo tamaño, es el embarazo igual, porque entonces ocupan igual espacio; y por eso hace el aire la misma resistencia, como vemos en el agua, que tanto cuesta cortarla de plano con una tabla, como con una hoja de lata v.g. si fueren del mismo tamaño; así también en el aire; tanto cuesta cortarlo con la pluma, como con la moneda si fuere del mismo tamaño; pero como en el oro vienen cinco mil partes de materia, y en la pluma sólo cincuenta, más deprisa han de vencer esta resistencia las cinco mil partes que van en el oro, que las cincuenta que van en la pluma; por eso el oro llega al suelo mucho más presto que la pluma, cayendo ambos por el aire.

Eugenio

Ya lo entiendo: ahora queda claro.

Teodosio

¿Queréis un ejemplo más perceptible de la resistencia que hace el aire cuando los cuerpos caen? Mirad a aquella que los niños llaman cometa, que allá anda por el aire con aquel farol colgado en la cola.

Eugenio

A mí me parecía estrella; mas ahora advierto en lo que es, porque veo que se mueve con el viento.

Silvio

Yo aún llego a percibir la cometa, que anda un poco más alta que la luz; ¿y qué decís; Teodosio, de sustentarse en el aire por tanto tiempo?

Teodosio

Digo que se sustenta en el aire por la gran resistencia que ha de vencer para cortar el aire de plano: atadle el cordel en un lado, o rompedlo o cortarle la cola de forma que se tuerza o ladee, veréis cómo cae con velocidad, teniendo el mismo peso que antes tenía cuando se sustentaba en el aire; y no por otra cosa sino porque como se ladea, puede cortar el aire con más facilidad. Más claro es este otro ejemplo: aquí tenéis dos pedazos de papel iguales: dejadme hacer de este una bolilla, y el otro quedará extendido; yo los dejo caer ambos a un tiempo, ved cuál llega primero al suelo.

Eugenio

Llegó mucho antes la bolilla.

Teodosio

Es porque como era más pequeña, tenía menos resistencia que vencer, que el otro pedazo de papel extendido, y conforme los tamaños, así es la resistencia que hace el aire.

Eugenio

Lo he entendido perfectamente: vamos a otras experiencias porque me hacen percibir las cosas con facilidad; pero antes de todo meted esa manga de vidrio más adentro de la mesa, porque está algún tanto fuera de ella, con riesgo de caer y quebrarse.

Teodosio

No os asuste; porque aunque salga fuera de la mesa algunos dedos más, no puede caer; porque para caer es preciso que la mayor parte de la manga esté fuera de la mesa. Yo os explicaré esto con extensión tratando del centro de la gravedad* (Cartas de Teodosio a Eugenio): ahora os lo explico ligeramente, y sabréis lo que es preciso para que caigan los cuerpos, que están sobre alguna cosa.

Eugenio

Si queréis hacer la experiencia sobre esto, os pido que no uséis de la manga de vidrio, porque no puedo sosegar el susto; usad de otras cosas cuya caída no sea tan peligrosa.

Teodosio

Este tablero de jugar que está sobre la mesa, bien veis que tiene una parte fuera de ella; voy echándolo hacia afuera cada vez más: ¿veis que estando ya en el aire casi medio tablero, aún no cae? Reparad, pues, que sólo cae cuando el agujerito, que está en el medio del tablero, llega a salir de la mesa.

Eugenio

Así es.

Silvio

Ahora resta dar la razón.

Teodosio

Voy a darla; mientras que el agujerito del tablero está encima de la mesa, es mayor la parte del tablero que está sostenida, que la que está en el aire; para que caiga esta mitad del tablero, es preciso que la otra parte que está sobre la mesa se levante hacia arriba; cargadle con el dedo, y veréis que a proporción que una parte se baja, la otra se levanta, del mismo modo que vemos en la balanza; siendo, pues, esta parte que está en el aire menor que la otra, bien se ve que no ha de poder levantarla como sucede en la balanza, y así no puede caer el tablero. Pero luego que el medio o el centro del tablero llegare a salir fuera, necesariamente ha de caer todo; porque entonces es mayor la parte que se baja, que la que se levanta.

Eugenio

Lo he percibido bellamente; pero ahora tened paciencia: habéis de enseñarme aquella figura que tiempos antes me mostrasteis, y dar la razón porqué moviéndose con tanta ligereza, no cae al suelo.

Silvio

¿Qué figura es?

Teodosio

Ya la hago venir y servirá para diversión e instrucción. Es una figura de palo, que sólo se afirma sobre la punta de un pie; tiene en las manos dos espadas con los pomos hacia abajo (otras hay que tienen atravesando un alambre, y en el fin de él dos bolas de plomo); esta figura se pone suelta sobre una peana a manera de candelero; por sí sola se mantiene derecha, y aunque la hagáis mover alrededor con la mayor velocidad, no se cae: aquí la tenéis (estampa I. fig.2.): vedla , y haced la experiencia.

Silvio

Yo estoy pasmado: los ignorantes reputarán esto por hechicería.

Eugenio

He aquí le inclino la cabeza hasta quedar más baja que los pies; ¿veis que no cae, y que dejándola se levanta?

Silvio

No nos dilatéis más, Teodosio: vamos a la razón de este efecto, ¿por qué no cae esta figura?

Teodosio

Las guarniciones de estas espadas están llenas de plomo; por eso pesan mucho más que toda la figura: la figura para caer estando firme sobre el pie, bien veis que es preciso que las guarniciones de las espadas se levanten hacia arriba; y como son más pesadas que la figura, queda claro que la figura no las ha de poder levantar; así como cuando un brazo de la balanza está más cargado y pesa más que el otro, cae, y el más ligero se levanta; así también como las guarniciones de las espadas pesan más que la figura, han de caer; y como no pueden estar abajo sin estar la figura levantada hacia arriba, por eso siempre se conserva en pie, y por más que la inclinen siempre se vuelve a enderezar. Si esta no fuese la primera conferencia, o si tuvieseis algún uso más de oír estas materias, yo os explicaría todo lo que hay acerca del centro de la gravedad, y veríais experiencias bien curiosas; pero quedará esto para cuando podáis recibir doctrinas más obscuras, si tuvieseis tiempo y deseo de oírme.

Eugenio

Del deseo no dudéis, del tiempo sí; pero de lo que me dijisteis creo que estoy instruido y hecho cargo, y ahora ya me queda clara la razón de lo que hasta aquí me parecía imposible. Lo cierto es que quien no sabe esta filosofía natural anda en este mundo con los ojos cerrados.

Silvio

¡Es fuerte pasión! Si este efecto hizo en vos la primera conferencia, que será más adelante. Ahora, pues, Eugenio y Teodosio, dadme licencia que no me puedo dilatar más: mañana por la tarde vendré a haceros compañía en vuestras conferencias; por la mañana no me puedo aprovechar de ellas; porque me es preciso este tiempo para mi estudio, y ver algunos enfermos a que asisto.

Teodosio

Ni hago yo ánimo de que Eugenio tenga tan continuada mortificación en oírme; para esto bastan las tardes; por las mañanas nos divertiremos con el ejercicio de la caza. Pero ya que por la mañana no podéis venir, no faltéis por la tarde, y venid temprano, porque tal vez iremos a pasear a la playa, o a ver algunas casas de campo.

Silvio

Fiad de mí, que por gusto, aún más que por obediencia, no faltaré.

Eugenio

Muchos tiempos hace que no he pasado una tarde en conversación más amena, ni más de mi gusto que la de hoy.

Teodosio

El gusto que tenéis de instruirnos en estas materias, os haría parecer amena hasta la conversación más insulsa. Mas decidme ¿entendisteis lo que hoy se trató?

Eugenio

Sí lo entendí y con gran facilidad; confiesoos que pensaba me costase más trabajo; pro lo cierto es que vuestro buen método y la claridad del estilo harían percibirlas aún al más rudo.

Teodosio

Estos discursos siempre piden aplicación de cabeza; descansad ahora del trabajo que tuvisteis; basta para primera lección, mañana continuaremos tratando sobre estos puntos: vamos a hablar sobre otras materias, y si no divirtámonos al juego.

Eugenio

Estoy por todo lo que quisiereis.

Teodosio

Vamos a jugar.


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Teodoro de Almeida • Recreación filosófica
Madrid 1785, tomo 1, páginas 1-93.