Teodoro de Almeida Recreación filosófica o diálogo sobre la filosofía natural

Discurso preliminar sobre la Historia de la Filosofía

De la filosofía de los antiguos hebreos y de la oriental | De la secta jónica | De la secta estoica | De la secta platónica | De las cinco academias | De la secta aristotélica | De la secta pitagórica | De la secta eleática, de Heráclito y Epicuro y de los pirrónicos | Del progreso de la filosofía griega en los otros países hasta la venida de Cristo | Desde la venida de Cristo hasta el siglo sexto | De la filosofía desde el siglo sexto hasta el décimo | Del siglo décimo hasta el decimoquinto, y ruina de la escolástica | De la ruina de la escolástica, y del siglo décimoquinto hasta el presente

Discurso preliminar sobre la Historia de la Filosofía

Habiendo de tratar de la Filosofía natural en estos diálogos, me pareció justo prevenir a mis lectores con un brevísimo resumen de la larga historia de la Filosofía. Conviene, pues, que sepan las partes de que consta, la división de sus sectas, la multitud de escuelas, como también las mutaciones que con los tiempos ha tenido; y que como la luz del día, así también ha ido la luz de la verdad saliendo de entre las tinieblas, e ilustrando poco a poco y cada vez más el orbe literario. Con esta previa instrucción harán los que me leyeren mayor concepto de la flaqueza de nuestro entendimiento, y disculparán mis yerros, temerán errar en los puntos dudosos, y suspenderán prudentes el asenso; y en el caso que asientan, será sin aquella obstinación que ha hecho tantos daños en el descubrimiento de la verdad: se animarán a trabajar en esta empresa, viendo que a manera del oro no se descubre su mina toda de un golpe: aprenderán a discernir los aciertos y los yerros del mismo autor, venerándole, mas sin esclavitud; dejándole, pero sin desprecio: finalmente tratarán con profundo respeto aun en las materias puramente naturales el sagrado yugo que la fe puso a nuestro entendimiento, a vista de los innumerables errores en que cayeron hombres de grandísimo ingenio, filosofando con demasiada libertad por falta de este yugo. Todas estas disposiciones creo yo que son precisas para la instrucción que deseo en los que me hubieren de leer. El fin que me propongo me dispensa de disputar puntos controvertibles; sigo aquello que me pareció más averiguado por los que disputaron largamente de este asunto. Quien deseare más completa noticia de esta historia lea a Brukero, a Launoi y al doctísimo Vernei, que en esta materia nos sirvió más que todos.

La Filosofía, pues, si miramos al nombre es amor de la sabiduría, y si a lo que en rigor queremos significar por esta palabra, es el conocimiento de la verdad adquirido por el discurso. Las partes de que se compone tienen nombres muy diversos, porque son muy diferentes las verdades que declara. La parte que dirige los actos de nuestro entendimiento se llama lógica, la que gobierna los de la voluntad ética, la que trata del derecho de las gentes jurisprudencia, la que de la sociedad de los pueblos política, cuando trata de Dios la llaman teología natural; pero si habla de los ángeles y demás espíritus pneumatología, si de nuestra alma psicología, si de todo cuerpo visible física, si del cuerpo enfermo medicina, si de las yerbas botánica, si de la dimensión de los cuerpos geometría, si de los astros astronomía, si de los números aritmética. En fin, por no tejer una serie casi interminable, si trata la Filosofía de todo lo que tiene ser en común y de las razones abstractas la llaman metafísica. Tan vasta es la Filosofía; pero ni siempre se extendió a tanto la ciencia que gozaba de este nombre, ni tampoco siempre se descubrían las verdades que hay en estas materias a fuerza de discurso. Este honroso nombre de Filosofía anduvo muchos tiempos falsamente usurpado para conciliar el respeto de los pueblos a doctrinas que no lo merecían.

De la filosofía de los antiguos hebreos y de la oriental

Tomando pues la historia desde el principio, Adán fue el más sabio de los hombres, debiendo su sabiduría, no al trabajo de su discurso, sino a la instrucción divina. Más noble origen tuvo su Filosofía que la de sus hijos, a quienes dejó con el pecado la triste herencia de la ignorancia. Los primeros patriarcas sus nietos, aplicándose al cultivo de las tierras, al gobierno de sus numerosas familias y al simple culto de Dios, dejaron olvidar muchas noticias, que por tradición pudieron haber conservado, habiéndolas oído de la misma boca de Adán; y así las verdades que por estos años se descubrieron, no sé si las debemos atribuir al acaso y a la larga experiencia, como también a alguna oscura memoria de la tradición, aún más que a la invención del propio discurso, como dicen que es preciso para ser rigurosamente Filosofía.

Ya se trabajaba más con el discurso para descubrir las verdades escondidas en el tiempo de Moisés, y este gran hombre supo además de lo que Dios le revelaba todo lo que sabían los egipcios de su tiempo, que era principalmente la geometría (precisa para medir los campos, confundidos a cada paso con las inundaciones del Nilo), la aritmética y la astronomía; poco para estos tiempos, mucho para aquéllos.

De la Filosofía de Salomón no hay que decir en este lugar, pues creo que fue tan completa como la de Adán, habiendo tenido el mismo maestro que fue Dios nuestro Señor. A Daniel quieren algunos dar mucho mayor sabiduría que la que consta de las sagradas letras: yo no lo niego; pero sólo sabemos de cierto que poseyó un arte inimitable de interpretar sueños, que no era natural, la geometría, la aritmética y una admirable prudencia política.

Si fuésemos al oriente hallaremos que en aquellos tiempo la filosofía de los sacerdotes babilonios, a quienes llamaban caldeos, y la de los persas que llamaban magos, no era más que una colección de delirios, recatada maliciosamente de los oídos del pueblo, y comunicada debajo de unos símbolos ininteligibles que afectaban sublimes misterios en lo que era pura ficción de un cerebro desordenado. La doctrina de Zoroastres, celebérrimo entre los persas, era que del Dios grande simbolizado en el fuego manaban otros dos dioses inferiores; del uno simbolizado en la luz procedían los espíritus, del otro simbolizado en las tinieblas procedía todo lo que era materia: que había perpetua contienda entre la luz y las tinieblas, y que la materia siempre agitada por el principio de la luz se había de volver al océano de fuego de donde había salido. Añadía varios errores sobre la adoración del sol, predicción de lo futuro sacada de los astros, apariencias corpóreas de los dioses, &c.

No era más verdadero ni más filosófico por consiguiente el sistema de los brachmanes, que eran los sacerdotes y sabios de los indios. Decían que Dios era un fuego racional y corpóreo, que animaba por dentro el mundo, y que éste le servía de vestido, y que el cuerpo también era vestido del alma, y por esta razón andaban desnudos, y se llamaban gimnosofistas; vivían al rigor del tiempo, sufriendo hielos y calores, y despreciando la muerte, afectando por este modo tener entrada con los dioses: añadían que nuestra alma era una chispa del fuego racional y divino, y que a él se volvía, desnudándose del cuerpo por la muerte: predecían lo futuro observando los astros, engañando al pueblo y conciliando la veneración con embustes.

Igualmente falsa, pero más celebrada en nuestros tiempos ha sido la doctrina de los chinos. Su autor fue Confucio, hombre de tanta estimación para ellos, que hubo una gran controversia sobre la veneración que se le da después de muerto: unos la defendían como meramente política, otros la impugnaban como religiosa, hasta que cortó la contienda Clemente XI, condenando este culto que se le daba, y confirmó modernamente la misma condenación el santísimo papa Benedicto XIV. Su antigua doctrina era que el alma del mundo estaba inseparablemente ligada al cielo, que nuestra alma era una pequeña parte del alma del mundo, y otros errores semejantes. Los chinos más modernos, mezclando parte de la Filosofía de los griegos, la hicieron más clara, aunque no más verdadera. En la ética tenían muchos errores, atendiendo más a la política que a la religión.

En los pueblos que están al medio día tenemos los árabes, cuyos doctores se llamaron magos y después sabeos: decían que los astros eran animados por unos espíritus que eran medianeros entre los hombres y Dios, se dedicaban más a la astrología. Los egipcios sus vecinos además de la astronomía se aplicaban mucho a la geometría práctica, a la medicina, que se funda meramente en la experiencia, y a la arte mágica, en que salieron tan insignes hechiceros como los que resistieron a Moisés. En la teología afirmaban que Dios estaba esparcido por todo el mundo; que las almas de los héroes, la del sol y demás astros eran parte de Dios. Adoraban a los hombres, y hasta las fieras y las yerbas. Admitían un principio malo, de donde procedían los demonios, y la transmigración o paso de nuestras almas a muchos cuerpos sucesivamente. Poca diferencia tenía la doctrina de los de la Etiopía. De la doctrina de los cartagineses, franceses, alemanes, italianos, ingleses, y demás pueblos del norte, por aquel tiempo es poco lo que se sabe; pero no pasaba su sabiduría de una ruda observación de las estrellas, vana predicción de lo futuro, sueños o delirios sobre la genealogía de los dioses y del alma humana, &c. Vamos ahora a los griegos que justamente nos merecen más atención.

Y dejando los primeros sabios, que por ser de ordinario poetas con sus ficciones, figuras agradables, prosopopeyas y metáforas daban de tal suerte la doctrina, que no se sabe ciertamente cuál era en ella realidad; dejando también los políticos y legisladores, de cuyo número eran los siete famosos sabios de Grecia: Tales, Solon, Chilon, Pítaco, Bías, Cleóbulo y Periandro, o en lugar de este Mison, como quieren algunos: hablemos de aquellos que abrieron en las escuelas como una casa y domicilio a la Filosofía.

De la secta jónica

Tales, uno de estos siete, y Pitágoras fueron las dos cabezas de la innumerable multitud de sectas que hubo en los tiempos posteriores: el primero es el de la secta jónica y el segundo de la itálica. Nació Tales 646 años antes de la era vulgar: no divulgó su doctrina en públicos escritos, por mirarse esto en aquellos tiempos como delito, y porque conciliaba veneración el secreto con que a los discípulos más especiales se comunicaba la luz de la verdad; pero publicó su doctrina Anaximandro su discípulo, y se siguieron Anaxímenes, Anaxágoras y Archelao.

Era su doctrina sobre la geometría, creciendo poco a poco los teoremas y problemas a fuerza de gran trabajo. En la metafísica decían que Dios estaba unido a la materia como el cuerpo al alma. En la física decía Anaxágoras que todos los cuerpos constaban de partículas de todas las otras cosas, las cuales mezcladas entre sí, cuando se movían de suerte que prevaleciesen las partículas de piedra, quedaba el cuerpo hecho piedra; y si las de palo, hierro o fuego, quedaba palo, hierro o fuego, &c. Como fueron los que principiaron las excavaciones para el descubrimiento de la verdad, no es maravilla que encontrasen tan poca.

Siguió Sócrates, discípulo de Anaxágoras y Archelao: su doctrina se dirigía principalmente a las costumbres, y discurrió en esta materia mejor que ninguno de los que le precedieron. Puso a Dios autor del mundo y gobernador de él con suma providencia, dando premios y castigos. Decía que el alma era inmortal, y que después de la muerte recibía el premio de las obras: nuestra felicidad (que era el fin de las acciones humanas) no la colocaba en esta vida, sino en la otra. Su modo de disputar era nuevo. Se fingía muy rudo, y preguntando una y otra vez, de tal modo hacía que le fuesen desenvolviendo cada palabra de por sí, que aparecía claramente, unas veces que decían palabras vanas que no sabían lo que significaba, y otras se manifestaban por sí mismas las inconexiones y contradicciones, las cuales no se advertían cuando las doctrinas se creían sin entenderse.

Tuvo Sócrates varios discípulos autores de diferentes sectas. Los más célebres fueron Aristipo, autor de la secta Cirenáica, Euclides de la Megárica, Phedon de la Eliaca, Antístenes de la Cínica. Su doctrina tenía poca diferencia de la de Sócrates: también se encaminaba y ordenaba más a las costumbres que a las puras especulaciones. El más famoso de todos fue Platón, autor de una secta particular como diremos.

De la secta estoica

De la secta cínica nació la estoica, que tuvo más celebridad y más séquito. Su autor fue Zenón, que abrió escuela en un célebre pórtico de Atenas llamado Stoa. Sus maestros fueron Stilpon, Xenocrates, Diodoro y Polemon de diferentes sectas: tuvo muchos discípulos, y la doctrina de los estoicos en suma es ésta.

Consta de tres partes, lógica, física y ética; en la lógica no usaron de palabras claras y de significación cierta, antes bien ambigua, oscura y dudosa; de forma que no sería fácil interpretar con certeza sus discursos. Eran unos habladores vanos que ostentaban gran agudeza, convenciendo a los contrarios con un juego ridículo de palabras con que los enredaban, y este era el fin de sus discursos, y todo el triunfo de sus victorias. Explicaban la inteligencia del alma, demasiadamente fundados sobre los sentidos, y también trataban de las voces, &c. Pero al cabo estos vicios merecen alguna disculpa, así por los tiempos como por la ciega pasión con que buscaban todos la estimación del pueblo ignorante.

En la física tenían infinitos delirios. Decían que había dos principios de todo, Dios y la materia; pero que Dios también era corpóreo, aunque mucho más sutil: que la materia era crasa, pues era un purísimo éter, o un fuego que llamaban artificial, que se extendía a toda la circunferencia del mundo allá en la superficie del cielo. Tenía este fuego en sí las semillas y formas de todas las cosas, e infundiéndose en la materia, daba forma a diversos compuestos, sirviéndoles como de alma: penetraba todas las partes de la materia, y la disponía y conservaba con ciertas leyes inevitables. De lo que inferían que todo se gobernaba por el hado. Como además de Dios y la materia no había sino un vacío infinito, nada podía estrechar ni sujetar a Dios, y por esta razón era libre; pero no podía dejar de hacer lo que hacía, porque con necesidad inevitable todas las cosas iban naciendo las unas de las otras, a manera de una cadena, cuyos eslabones traen los otros con quienes están encadenados, y por lo mismo se podía pronosticar lo venidero, observando las cosas presentes, particularmente los astros.

Sobre la formación del mundo decían que este fuego artificial o éter divino saliendo del caos, y moviendo la materia, que era eterna, había buscado el ámbito de los cielos, y formado los astros que son dioses: que estos dioses habían producido al aire, al agua y la tierra, de cuyos vapores se sustentaban: que consumidos ellos abrasarían al mundo; y después de descansar este fuego divino produciría otro nuevo mundo, el cual también había de perecer sucediéndose estos incendios, como también las inundaciones universales con ciertos períodos, como el verano y el invierno

Decían además de esto que el alma del hombre era parte de este fuego divino, la cual después de la muerte quedaba incorporada en él, y en este sentido era inmortal; pero después del incendio universal, o ella misma u otra semejante porción de Dios volvería a animar algún cuerpo; y he aquí la resurrección estoica. Algunos añadían que los malos después de la muerte, quedando aún oprimidos con el peso de la materia, no podían volar a la región del fuego divino, y quedaban pendientes en el aire, sufriendo infinitas agitaciones y movimientos hasta que se disipaban, y este era su infierno: otros menos cargados de maldades subían hasta la luna; y después de luchar por largo tiempo con un fuego tibio, allí purificados eran llevados a los astros, y este era su purgatorio; pero no era general esta doctrina, y veis aquí su física si es que se puede llamar así. Como caminaban estos hombres sin la luz de la fe, no admira que se fuesen apartando tanto de la verdad.

En la ética decían que sólo la virtud era buena, sólo el vicio malo, todo lo demás indiferente; los delitos todos iguales, y que no se habían de perdonar; que el origen del mal era la materia; que se había de reprimir el cuerpo y tratar ásperamente. La voluntad era libre por seguir espontáneamente las leyes inviolables del hado, pero no podía eximirse de ellas; que la felicidad humana estaba en seguir las inclinaciones impresas en el ánimo conforme a las leyes del hado. Enseñaban también loables dictámenes de las acciones humanas, tanto del hombre para con Dios, como para consigo mismo y para con los otros. Floreció esta secta hasta el tiempo de Julio César.

De la secta platónica

Otra secta nacida de la escuela de Sócrates fue la de Platón ateniense, hombre de raro ingenio, a quien los primeros padres dan grandes y bien merecidos elogios. Después de haber aprendido con Heráclito, Parménides, Cratilo y Hermógenes fue discípulo de Sócrates, y después de su muerte lo fue de la secta de Pitágoras: también oyó a Euclides y a Diodoro, que le enseñó la geometría, y debió la astronomía a los egipcios.

Consta de varias partes su filosofía. En la lógica dispersamente trató de la etimología de los nombres, del modo de conocer las esencias de las cosas, sus partes y sus predicados o atributos. Trata de los sofismas y engaños; pero acerca de la inteligencia del alma es más famosa su doctrina.

Dice que el alma antes de entrar en el cuerpo tiene unas ideas innatas de las cosas que no se pueden adquirir por los sentidos; que luego que el alma toca en el cuerpo, al entrar en él se olvida de todo, y solamente vuelven a excitarse estas especies por medio de los sentidos; y que esta excitación es verdaderamente una reminiscencia o recuerdo de lo que ya sabía el alma: cuando vuelve a conocer lo que ya tenía conocido por los sentidos usa de la memoria. Al alma pertenece el contemplar las ideas; pero a los sentidos toca la contemplación de las cualidades sensibles de los cuerpos, y consiguientemente el entendimiento sólo es juez de la verdad. Sistema ingenioso y digno de toda alabanza.

Por lo que corresponde a la teología natural, formación del mundo y naturaleza del alma, erró mucho como todos los demás, porque como todavía era de noche y caminaban sin la guía de las escrituras, era preciso tropezar y caer en errores. En su sistema hay dos principios de las cosas, Dios y la materia; mas ésta resistiendo siempre a todo lo que es orden, razón y bien, contradice a Dios, el cual no puede vencer totalmente su rebeldía: de aquí procede todo el mal que hay en el mundo. De este Dios, a quien llama causa, nació en primer lugar otro principio realmente diverso de él, que se llama razón o idea, el cual también es Dios y contiene como unos eternos ejemplares de todas las cosas sensibles, cuyos ejemplares sólo el entendimiento los puede conocer. De la causa o primer Dios nació en segundo lugar el alma del mundo, la que también es Dios, y por este motivo se le concede este nombre a la tierra, al cielo y a los astros en que especialmente habita esta alma. Ya aquí tenemos la trinidad platónica, causa, razón y alma del mundo. De esta alma del mundo fueron como pedazos separados los demonios, de los cuales dice se valió Dios para formar algunas partes del mundo, al cual gobernaban en mucha parte, y por esta razón, dice, deben ser bien tratados. Afirma que Dios crió en cierto tiempo la tierra y el fuego, y los separó metiendo en medio el aire y el agua, hizo el mundo redondo, y en el medio colocó su alma, y dejó la producción de los animales al cuidado de los dioses inferiores. No obstante haber de durar el mundo para siempre, dice que después de ciertos períodos larguísimos se ha de renovar, y este es el año grande de Platón. Nuestras almas dice que son inmortales, pero sujetas al hado, aunque algunas veces le pueden resistir. En cada uno de nosotros están acompañadas de otras dos almas mortales. Antes de entrar en nuestro cuerpo pertenecían las almas a los astros, y estaban sujetas a ciertas leyes que Dios prescribió para corregir los movimientos desordenados de la materia; mas porque abusaron de la libertad habían sido excluidas del mundo ideal y unidas en pena al cuerpo humano. Los que saben moderar los movimientos desordenados de los apetitos, después de la muerte son llevados a los astros; pero si no vivieron bien, vuelven en castigo a los cuerpos de las mujeres, y si todavía no proceden como es razón, después de la muerte van como a una cárcel a los cuerpos los brutos, y cada vez les son destinadas peores cárceles en los brutos más imperfectos, hasta que castigada su maldad vuelan a los astros. En la física explicaba muchos efectos naturales de una manera que parece tenía noticia de las observaciones y experiencia de los modernos: suplía a fuerza de ingenio la falta de luz que había en aquellos tiempos. Explicaba también la fábrica del cuerpo humano, apartándose en algunas cosas de la verdad, culpa de los tiempos y no de su ingenio. En fin, recomendaba mucho la aritmética, la geometría y la astronomía, que ya en aquellos tiempos tenían mucho aumento, e igualmente la música, porque con estos ejercicios se preparaba el ánimo para la contemplación de la verdad.

En lo que toca a costumbres discurría casi como si estuviese en nuestro tiempo en el gremio de la Iglesia. Estos eran sus dogmas. Dios era el primer bien; en su contemplación estaba nuestra bienaventuranza, y también en la contemplación de la primera idea o razón; por esto era justo reprimir los vicios, abstraer y separar el entendimiento de las cosas sensibles, lo que se hacía con el estudio de las matemáticas. Sólo lo que era honesto era bueno y amable, y el intento del filósofo debía ser asemejar su ánimo a Dios mediante la virtud, en lo que consistía la mayor bienaventuranza. Y en orden a las costumbres civiles describe una tal y tan perfecta república, cual no puede haberla en este mundo terrenal.

De las cinco academias

Siguióse a Platón Speusipo, ateniense, y después de él Xenócrates, Polemon, Crates, ateniense, y Crantor, que enseñaron su doctrina, y se llamó esta escuela academia vieja.

Arcesilas mudó mucho la doctrina de Platón, porque fundándose en que Platón decía que el conocimiento que se adquiría por los sentidos era dudoso, comenzó a enseñar que absolutamente nada se sabía, y que de todo se debía disputar, y en todo sujetar y refrenar el entendimiento para que no diese asenso a cosa alguna, y viviese en una perpetua duda. Como tenía una rara elocuencia y eficacia en el persuadir tuvo un gran séquito esta doctrina, y se llama esta escuela academia media.

Siguióse Carneades después de muchos tiempos, y templó la aspereza de los académicos, diciendo que había muchas cosas ciertas, aunque mezcladas con muchas falsas no se conocían bien; pero que era lícito dar algún asenso cuando hubiesen fundamento prudente, aunque no fuese infalible, lo que bastaba para el gobierno de nuestras acciones. Llamaron a esta escuela academia nueva. Los autores de la cuarta y quinta academia, que fueron Philon Lariseo y Antíoco Ascalonita, son poco memorables, porque no contenía su doctrina mudanza notable. Vamos a Aristóteles el más famoso discípulo de Platón.

De la secta aristotélica

Fue Aristóteles natural de Estagira, ciudad de la Tracia. Después de muerto Platón abrió escuela en una noble aula que estaba en los arrabales o en el distrito de Atenas: de ordinario disputaba paseando, motivo porque le llamaron peripatético; en su vida pocas cosas suyas se publicaron, y muchas después de su muerte perecieron: las demás que tenemos mucha parte son supuestas, y las más de las obras legítimas andan corrompidas y muy adulteradas, siendo la causa de esto la que ahora diremos. Aristóteles comunica sus escritos a Teofrasto, que le sucedió en la escuela; por su muerte vinieron los escritos de uno y otro a poder de Neleo, quien dejó a sus herederos las obras de entrambos filósofos. En este tiempo los reyes de Pérgamo procuraban por todas partes juntar libros para formar en Pérgamo una insigne biblioteca. Temiendo esto los herederos de Neleo los enterraron en una cueva subterránea, en donde estuvieron más de 130 años, y cuando los sacaron todos carcomidos los vendieron a Apelicon de Teos, hombre bastante instruido, que formaba una gran librería en Atenas: éste los copió, y de su propio ingenio o del ajeno llenó las faltas que la humedad, la podredumbre y la polilla habían hecho en los libros. En este estado fueron llevados como los demás libros a Roma por L. Syla. Sabiéndolo Tiranion Amiseno, su grande amigo, consiguió licencia de él para copiarlos, y de esta copia sacó otra Andrónico Rhodio, el cual por su conjetura suplió en los libros las partes que tenían mutiladas o alteradas, y puestos en algún orden los publicó. Fuéronse copiando, y nunca hubo cuidado en los copistas de corregir las copias por los ejemplares originales y este es el estado en que están los libros de Aristóteles que al presente tenemos.

Trata en ellos de la retórica, de la poética, lógica, física, metafísica, ética y política. En la retórica y poética habla como ninguno de los de su tiempo, y aún hoy día los más inteligentes le veneran y con razón como texto u oráculo.

En la lógica trata de los términos, signos, proposiciones y silogismos, demostrativo y probable: trata de las falacias, &c.; tiene en ella por fin principal confundir a los sofistas o agudos engañadores de su tiempo, y le fue preciso formar una dialéctica sumamente aguda e ingeniosa, utilísima por cierto y absolutamente necesaria para aquel fin.

En la metafísica trata de unas nociones comunes del ente, sustancia, &c. Admite tres clases de sustancia, una corruptible, que es la de los animales y otras semejantes criaturas, otra incorruptible, que son los cielos; la tercera inmóvil, que es Dios, el cual es el primer motor, y mueve los cielos no como alma, sino como moderador, y en esto erró menos que los demás: las esferas o cielos inferiores son movidos por otros espíritus o inteligencias, que dimanan del primer motor, y son también eternos y dioses. Dios es sustancia eterna, inmóvil, indivisible, diversa de nuestros sentidos, y goza de una perfectísima vida, que es contemplarse a sí mismo.

En su opinión el mundo es eterno, eterna la materia, Dios inseparablemente unido al primer cielo, que nunca puede dejar de mover, ni dejar de hacer lo que hace por amor de sí mismo. Las cosas que están acá debajo de la luna, o proceden del acaso o de la disposición de la inteligencia universal, que reside en la tierra.

En la física se explica de ordinario con nociones metafísicas; pero verdaderamente admite dos principios de todos los cuerpos, materia y forma: pone la materia como una masa común informe, y la forma como una perfección que de nuevo la determine, a la manera del bronce, que se determina por la hechura para ser esfera v.g. u otro artefacto. En los libros de los problemas, descendiendo a explicar efectos más particulares, discurre cómo podría hacerlo si la Providencia lo hubiese guardado para siglos más ilustrados. La historia de los animales es maravillosa y sumamente estimada de los inteligentes, haciéndose cargo de los tiempos. Hombre grande a la verdad. Trata también de los cielos, movimiento de los astros, y otras innumerables cosas: erró en muchas, era inevitable siendo hombre, y más inevitable siendo gentil.

Tratando de nuestra alma es oscuro; ni los mismos intérpretes saben bien lo que quiso decir en algunas cosas; y así infieren comúnmente de su doctrina que el alma del hombre es mortal.

En la ética trata de las virtudes: dice que el bien y la felicidad humana está en obrar conforme a la virtud; que las riquezas, honras solamente son buenas porque conducen a conseguirlas; que hay virtudes en el entendimiento y también en la voluntad; que deben moderar los afectos malos, y valerse de la amistad, y encaminarse a la sociedad humana. Que una bienaventuranza consiste en la contemplación de las cosas, otra menor en las acciones de la virtud. En una palabra, inclina las acciones del hombre a la felicidad civil y al fin de la política, acomodando los dictámenes a los genios que con el uso, discurso y observación tenía conocidos. Siguióse Teofrasto en su escuela; y el séquito que tuvo por los siguientes siglos hasta el de hoy luego lo diremos, porque es preciso dar una vuelta por la Italia, y correr de paso con la vista la otra fuente de la Filosofía de los griegos, que fue la escuela de Pitágoras, y las que nacieron de ella.

De la secta pitagórica

Floreció Pitágoras 550 años antes de Cristo, y viniendo a Italia estableció allí escuela: puso cuidado en conciliarse en el pueblo grande estimación, afectando sublimidad de doctrina, y huyendo de palabras claras usaba de símbolos y expresiones oscuras. Para conciliarse más esta profunda veneración imponía al principio a los discípulos un riguroso silencio; a unos por cinco años, a otros por tres y a otros por dos solamente. En este tiempo no les era concedido ver la cara de su maestro, y sólo se les permitía oírle disputar interpuesta una cortina. Un discípulo de los más adelantados los venía a instruir sin dar jamás otra razón de la doctrina sino ésta: El lo dijo: la autoridad del maestro era la razón de todo. Sin preguntar ni dudar oían con respeto la doctrina, y la conservaban en la memoria. Pasado este riguroso noviciado eran admitidos a ver el maestro, y hablar. Entonces él mismo les exponía todo claramente, y podían preguntar y decir lo que entendían. Al principio les enseñaba la aritmética, música especulativa, geometría, astronomía y ética; pero debajo de unos ciertos símbolos y figuras. Esto era preparación para la Filosofía. Mas como Pitágoras no escribía cosa alguna y se explicaba por símbolos, sólo sus íntimos discípulos lo entendían bien; tal vez se temía que mirándose su doctrina sin la pasión que merecía como maestro, no la estimasen. Por esta razón hoy no se sabe bien cuál fue su doctrina; pero lo más verosímil es que fuese la siguiente:

Toda la doctrina de Pitágoras principalmente era sobre los números: no se sabe bien lo que él entendía por estos números, de que todo constaba en su opinión. Brukero quiere que sean lo mismo que las ideas de Platón; y así convienen las dos doctrinas en muchas cosas, explicándose por diversas palabras. Erró en muchos puntos como los demás: era vicio de los tiempos, no del hombre. Del caos salieron en su doctrina dos principios de todas las cosas activo y pasivo: el activo era Dios, el pasivo la materia. Dios, que era la unidad o monade, era el alma del mundo que la informaba, y era un fuego. No le llamaba fuego artificial como los estoicos, sino intelectual. Era corpóreo en sí; pero comparado con la materia crasa se decía incorpóreo. De este Dios o fuego dimanaron otros dioses, procedieron nuestras almas y los demonios, de los cuales los que quedaron en el aire eran causa de las enfermedades y los sueños. Los astros eran Dioses, la tierra era como uno de los astros (lo que fue después opinión de Copérnico). La Providencia divina gobernaba el mundo, pero tenía en él su dominio la fortuna y el hado, aunque no de modo que quitasen toda la libertad a nuestra alma como decían los estoicos.

En su sistema el mundo era producido ab aeterno: podía perecer, pero no las formas inteligibles de las cosas: todos los animales eran racionales, mas no todos obraban conforme a razón: las almas humanas eran inmortales, y después de la muerte se purificaban en los aires, y en castigo volvían a otros cuerpos sucesivamente (como decía Platón) hasta volver a Dios de donde habían salido.

Trataba también de la medicina, que consistía en la dieta y en pocos remedios, y no en muchos discursos. Dejó su escuela floreciente hasta el tiempo de Alejandro Magno, y nacieron de ella varias sectas.

De la secta eleática, de Heráclito y Epicuro y de los pirrónicos

Xenófanes fue el autor de la secta eleática, porque abrió escuela en Elea, ciudad de la Grecia: aclaró y aumentó alguna cosa la doctrina de Pitágoras: sucedióle Parménides, Meliso y otro Zenón, que fue el que hizo una colección de las opiniones de la dialéctica en tres partes, una para raciocinar, otra para formar diálogos y otra para disputar. Siguióse Leucipo, que, dejando nociones metafísicas, se dio más a la consideración de las cosas corpóreas, y escogitó el sistema de los átomos, que perfeccionó Demócrito sus discípulo.

Heráclito fue autor de la otra secta, y discípulo de Xenófanes y Nipaso. Escribió poco de la lógica, mucho de la física: siguió y amplificó el sistema de los átomos; pero habló con tanta oscuridad que no se sabe bien lo que quiso decir.

La otra secta nacida de la eleática fue la de Epicuro: nació 341 años antes de Cristo: después de aprender con Pamphilo platónico y Nausifanes pitagórico, y después de consultar las doctrinas de Pitágoras, Platón, Aristóteles y de los estoicos, prefirió la de Demócrito, porque no le agradaban nociones abstractas ni palabras pomposas y sublimes, que pareciendo que decían mucho dejaban el entendimiento sin luz clara que le ilustrase. Amplió notablemente el sistema de Demócrito, aunque le mudó en algunas cosas.

Perecieron muchos de sus escritos, pero se conservan algunos. En la lógica trata primero de cómo habemos de concebir bien, y explica qué parte tienen en nuestros juicios los sentidos, el entendimiento y la voluntad. Después enseña cómo hemos de explicar con voces lo que concebimos en el entendimiento, usando siempre de palabras muy claras, vulgares y de significación sabida para quitar toda equivocación, reglas admirables, y sólo ellas bien practicadas bastan para una excelente lógica.

En la física supone que hay innumerables átomos, esto es, partículas menudísimas de materia indivisible, pero que tienen su figura, peso y tamaño; y de su diversa combinación dice que resultan todas las cosas, y hasta el alma del hombre.

Discurriendo también en la lógica y física, erró mucho en la teología natural: decía que había muchos dioses, los cuales no se ocupaban ni interesaban acá en el gobierno del mundo, y libres de todo cuidado vivían en un descanso y bienaventuranza perpetua. Pero que aunque no por dependencia, por decencia los debíamos honrar. Tenían estos dioses figura humana hermosísima y cuerpos muy sutiles.

En la ética tiene algunas cosas buenas y otras malas. La felicidad del hombre decía que estaba en el deleite, esto es, en vivir sin molestia en el cuerpo, y sin cuidado ni inquietud en el ánimo. Muchos de sus enemigos le condenan cruelísimamente, pero es porque juzgan que por la palabra deleite entendía el sensible y brutal; lo que ciertamente es falso, porque solamente entendía el sosiego del ánimo.

Además de estas sectas nació también de la eleática la secta pirrónica: su autor fue Pirrón, y floreció en el tiempo de Alejandro Magno. Viendo él la muchedumbre de sectas que había, y que unos se burlaban de los otros, sin que dijesen cosa mejor, formó un sistema aún más rígido que el de los académicos, afirmando que nada absolutamente se sabía, y que ninguna cosa era cierta, ni aún esto mismo de decir que nada se sabía. Tan probable era una cosa como su contraria, ni las circunstancias del objeto hacían una cosa más verosímil que otra, ni debían hacer fuerza o inclinar el juicio para el asenso; pero que debía quedar siempre firme e inmóvil, sin inclinarse a parte alguna. para el gobierno, pues, de las acciones humanas se debía atender a los sentidos, a la ley y a las costumbres; y se llamaban por esta incertidumbre escépticos: duró poco esta secta: resucitó de algún modo en el tiempo de Cicerón, y tuvo después algunos apasionados, pero muy pocos.

Del progreso de la filosofía griega
en los otros países hasta la venida de Cristo

Esta es en suma la Filosofía de los griegos; mas como ellos y los romanos entraron a sujetar a su impero los pueblos extraños, cada cual les introducía la doctrina de su patria. Alejandro Magno esparció la doctrina griega por toda el Asia, y Ptolomeo, rey de Egipto, la introdujo en Alejandría, haciendo allí un notable progreso, y formando una segunda Atenas. En fin, de tal suerte se mezcló la doctrina platónica, y aún más la pitagórica, con la de los egipcios, que se alteraron y corrompieron notablemente. Lo mismo sucedió a los judíos después que los macedonios reinaron en la Siria y en el Egipto, y enmendaron las costumbres orientales con las de los griegos. De estas mezclas se originaron la cabalística, y las sectas de los fariseos, saduceos, &c.

Los romanos con la comunicación que tuvieron con los embajadores de Atenas abrazaron con ansia su doctrina, y varios siguieron diversas sectas hasta el tiempo de Augusto.Y como este príncipe los estimaba y animaba, llenó en su tiempo toda Roma de filósofos, principalmente estoicos y peripatéticos; y los emperadores que le siguieron, unos más y otros menos (exceptuando los que fueron generalmente aborrecidos), siempre estimaron mucho los filósofos hasta Carlo Magno.

Desde la venida de Cristo hasta el siglo sexto

Con el favor de los príncipes muchas sectas extinguidas renacieron. Antíoco Ascalonita resucitó la platónica, y fueron los más apasionados platónicos Theon Esmirneo, Alcinoo, L. Apuleyo, Máximo Tirio y Plutarco: fueron también apasionados de la secta pitagórica Sextio Pitagórico, Moderato, Apolonio Tianeo, &c. Nicolao Damasceno siguió la peripatética, y asimismo Boecio, Sidonio y Alejandro Egeo, &c. La secta de los estoicos la siguieron muchos jurisconsultos y otros varios. Plinio el mayor, Diógenes Laercio y Luciano siguieron a Epicuro; y a los pirrónicos Aurelio Cornelio Celso y Sexto Empírico entre otros. La secta cínica también tuvo sectarios por este tiempo, como también refloreció la doctrina del oriente y el sistema de Zoroastro, bien que disfrazado con alguna mudanza de palabras.

Pero la secta que más prevaleció después de la venida de Cristo fue la ecléctica: llámase secta ecléctica a una colección de sentencias de varias sectas, que forma un cuerpo de doctrinas, sin haber sujeción a particular escuela. Ya antes de Cristo hubo en Alejandría semillas de esta secta por la concordia de los sistemas platónico, pitagórico y egipcio; pero principalmente se atribuye a Potamon, que vivió a fines del segundo siglo de la Iglesia; perdiéronse sus escritos; pero sabemos algo de ellos por relación de Laercio. Trabajó en esto mismo por este tiempo, siendo emperador Cómodo, Amonio Alejandrino, el cual dejando la religión cristiana usó su cuidado en concordar las sectas de los filósofos y las religiones supersticiosas de los gentiles. En la Filosofía como abrazaba muchas escuelas tuvo muchos discípulos, entre los cuales se cuentan Dionisio Longino, Plotino, Porphirio, Sirio, Juliano Apóstata, Orígenes Adamantio, otro Orígenes, &c. Se esparció esta escuela por la Grecia, Asia y áfrica, y se llaman ordinariamente estos eclécticos, platónicos modernos. Duró esta escuela hasta mediado el sexto siglo de la Iglesia.

Las causas que tuvieron los filósofos para seguir tanto esta doctrina fueron la misma multiplicidad y oposición de los dogmas e inquietud perpetua de las escuelas, y la variedad del entendimiento humano, que siempre repugna la esclavitud; y hasta la religión católica los impelía de algún modo a esta doctrina, porque viendo que los católicos justamente se mofaban de algunos dogmas suyos, andaban buscando en otras sectas los dogmas que pudiesen escaparse de su justa irrisión, y esos abrazaban, cubriendo muchas veces con palabras y explicaciones más favorables, dogmas en la realidad muy opuestos a nuestra religión. Poca utilidad dio esta secta a la república filosófica, porque solamente sirvió de corromper absolutamente toda la doctrina de los antiguos, y perturbarla increíblemente. No eran menos tampoco las contiendas en las escuelas; y una perpetua alteración hacía que la filosofía mudase de semblante a cada paso.

Esta era la Filosofía del paganismo en los primeros siglos de la Iglesia; pero era muy diferente la Filosofía de los cristianos. En el primer siglo los discípulos de los apóstoles ponían su estudio en vivir bien, en orar y esparcir la doctrina evangélica; no cuidaban por entonces de puntos de Filosofía. Corriendo los años, y ya por el segundo siglo, muchos hombres literatos, atraídos de los milagros y la honestidad de costumbres que veían entre los cristianos, abrazaban la fe católica, y destruían las sectas y errores de la gentilidad con sus propias armas, como quienes conocían muy por adentro la flaqueza y falsedad de sus principios. Levantáronse por este tiempo varias herejías, y para destruirlas les era conveniente a los católicos examinar menudamente y separar los dogmas de cualquier secta; y así, abrazando los que conducían para nuestra religión, detestando e impugnando los que la eran contrarias, formaron otra nueva doctrina ecléctica muy diversa de la ecléctica de los alejandrinos, que era una colección de errores de diferentes sectas. Pero en esta ecléctica de los católicos, exceptuando los puntos o dogmas que conducían para ilustrar nuestra religión, abominaban todas las sectas como perniciosas y contrarias a la fe de Cristo. Y como la lid era con hombres literatos y elocuentes, cultivaron los primeros padres las letras profanas, y especialmente la elocuencia, para dar más fuerza a su persuasión.

De ordinario se inclinaban más a la doctrina platónica, no a la genuina que enseñó Platón, sino a la que llamaban de los platónicos modernos, que estaba, como dijimos, mezclada con dogmas extraños; siendo la razón de inclinarse más a esta secta el conocer que era menos opuesta a la religión, y que algunos dogmas suyos podían preparar el camino a los gentiles para venir al cristianismo. Condenaban la secta de Epicuro, y con mucho mayor empeño la de Aristóteles por los innumerables errores que de ella nacían; y como la causa era común, todos los padres de estos primeros siglos se levantaron contra ella. En el siglo segundo San Justino mártir, Athenágoras, San Ireneo, Tertuliano, San Clemente Alejandrino, &c. En el tercero Orígenes: en el cuarto Lactancio, Eusebio Cesariense, San Atanasio, San Basilio de Cesarea, y los dos Santos Gregorios Niceno y Nacianceno, San Epifanio, San Ambrosio, San Chrisóstomo, Nemesio. En el quinto siglo Simpliciano de Milan, Sócrates y Constantinopolitano Vitano, Eneas Gazense, Apolinario Sidonio, San Gerónimo, San Agustín, Vicente Lirinense y Teodoreto, &c. No obstante hubo un Anatolio y otros dos o tres que se inclinaban bastante hacia Aristóteles, aunque eran eclécticos, y este fue el estado de la Filosofía en el cristianismo durante los primeros cinco siglos.

De la filosofía desde el siglo sexto hasta el décimo

A mediados del siglo sexto hubo gran revolución en la Filosofía, porque el emperador Justiniano prohibía a los filósofos gentiles que enseñasen públicamente, y la mayor parte de ellos se fueron a Persia. En este tiempo se fue insensiblemente introduciendo en la Iglesia la doctrina de Aristóteles, por cuanto los herejes arrianos, aunomianos y eutiquianos desde el cuarto y quinto siglo sólo usaron de las argucias de la dialéctica contra los católicos; e hizo ver la experiencia que era preciso a los cristianos saber manejar las mismas armas, para no verse enredados en sus sofismas. En el siglo sexto Severino Boecio tradujo en latín algunos libros de Aristóteles y Phorphirio: escribió también en este tiempo Aurelio Casiodoro un libro de las siete ciencias: en fin declinaron mucho los católicos de la ecléctica a Platón y Aristóteles, y fueron usando mucho de la dialéctica por los siglos séptimo y octavo, y este uso fue la causa de que gustasen de sus agudezas, y se aplicasen a ellas con mayor empeño.

Así fue entrando Aristóteles en la cristiandad; veamos ahora cuál era la fortuna de su doctrina por estos tiempos en el oriente. Por el siglo sexto floreció Zacarías Escolástico y Juan Filopono, que explicó la Filosofía de Aristóteles y Platón: en el medio de este siglo San Juan Damasceno escribió sobre Aristóteles, y fue el primero que concordó la dialéctica con la teología. Al fin del octavo siglo y principios del nono estuvo casi extinguida la Filosofía de los griegos, no sólo por la perturbación que la causaban los árabes con las guerras, sino también por el odio y empeño con que los emperadores y particularmente León Isaurico, quisieron extinguir las ciencias. Acudió a este daño Miguel III, emperador; y en el fin del siglo nono y principios del décimo florecieron Phocio, Miguel Pselo, Miguel Ephesio y Magentino: los tres últimos escribieron sobre la dialéctica de Aristóteles, y de este modo revivió su doctrina.

Y volviendo al occidente; en el siglo séptimo cayó sobre las escuelas una tan densa nube de ignorancia, que no se hace creíble lo espeso de las tinieblas en que quedaron todos. Las irrupciones de los bárbaros, el odio de Justiniano a los maestros griegos, la barbarie de los sarracenos, la ignorancia de la lengua griega, el abuso que hacían los matemáticos del honrado nombre de filósofos para ejercer artes ilícitas, y finalmente la escasez de libros; introdujeron una barbarie general. Con todo esto se conservaron las letras por todo este tiempo escondidas como en seguro asilo en los monjes benedictinos de Irlanda e Inglaterra. Era por estos tiempos tan crasa la ignorancia; que escribiendo el gran benedictino Beda un libro sobre los truenos, sufrió grandes sospechas de hechicero. La gramática, retórica y dialéctica de los libros de Boecio, Casiodoro y Marciano Capela, que llamaban Trivio, y cuando más la geometría, aritmética, astronomía y música eclesiástica, que llamaban Cuadrivio, era toda la sabiduría de aquel tiempo. Y como todavía era muy odioso el nombre de Aristóteles, tuvo gran séquito la dialéctica del gran doctor de la Iglesia San Agustín.

Fue de algún modo resucitando el amor a las letras al principio del siglo nono, porque Carlo Magno, discípulo de Alcuino, monje benedictino inglés, fundó escuelas públicas en París y León, y exhortó a los obispos a que fomentasen el estudio de las letras; lo que también hicieron los emperadores Luis Pío y Carlos Calvo. Por este tiempo fue llamado de Inglaterra a Francia Juan Erigena, hombre versado en las lenguas hebrea, griega, arábiga y latina; pero no fue bastante toda esta diligencia a desterrar la ignorancia crasísima que reinó aún por todo este siglo y el siguiente, a causa de las guerras en que ardía el occidente. Vinieron en fin los emperadores Otón II y III, los cuales y algunos reyes de Inglaterra, estimando los hombres doctos, y convidándolos con premios, fueron causa de que no padeciesen las ciencias la última ruina. Y hasta aquí hablamos del cristianismo.

Los árabes y sarracenos también hasta la mitad del siglo octavo vivieron en una terrible oscuridad, porque en el principio del séptimo ya Mahoma, aquel hombre impío, torpe e ignorantísimo, publicó el Alcoran lleno de mil delirios; y temiendo que con la luz de las ciencias se conociesen (lo que no era muy difícil), puso por precepto inviolable el odio a las letras. A fuerza de la libertad de costumbres, armas insolentes e ignorancia crasa, esparció la peste de su ley. Este era el empeño de los califas o emperadores de los sarracenos, hasta que vino Almanzor, hombre de gran juicio, que abominando de tan detestable ignorancia convidó algunos cristianos a que tradujesen en arábigo y siriaco algunos libros griegos de filosofía, medicina, matemática y astronomía: desde este tiempo en adelante fueron estimados de los califas los hombres doctos, hasta que el califa Al-Mamon a principios del siglo nono, habiendo adquirido amor a la Filosofía con la conversación de los médicos cristianos que había allí, convocó a los hombres más eruditos de todas partes, y los más de ellos cristianos, y les dio facultad para enseñar públicamente, no deteniéndose en lo grande de los gastos. Mandó comprar en Armenia, Siria y Egipto cuantos libros pudo, y traducir los mejores que trataban de la historia, geografía, astronomía, física, medicina, música; y envió a pedir a los emperadores romanos que le remitiesen los libros más estimados de Filosofía que tuviesen. Con estas diligencias juntó innumerables, los cuales hizo traducir en arábigo; pero con pésimo consejo hizo quemar después de traducidos los originales griegos con gran daño de la república literaria. Los califas y emperadores que se siguieron no dejaron de estimar las letras, y levantaron muchas escuelas públicas en el Asia, en el Egipto, en la Mauritania y en España, en donde se criaron innumerables literatos.

Entre los libros filosóficos que se tradujeron fueron los de Galeno, Hipócrates, Aristóteles, Phorphirio, Jamblico, &c.; pero en la traducción y comento de Aristóteles es de saber que algunas interpretaciones arábigas eran tomadas, no del original griego, sino del siriaco, quedando tanto más ajena la traducción, cuanto más distaba del verdadero original. Además de esto, aún las versiones inmediatas hechas sobre el griego, como ya tenían los alejandrinos adulterada la doctrina, de Aristóteles (como dijimos), y los árabes no estaban instruidos en las legítimas sentencias de los antiguos, en el sentido de las cuales hablaba Aristóteles, no lo entendían bien, y para llenar el ministerio de que se habían encargado quitaban, truncaban, añadían y mudaban; que él mismo creo no se conociera si se viese en estas versiones y comentarios. Su comentador más célebre fue Averroes, que murió en el siglo décimotercero.

El fin de estos hombres era enmendar o encubrir con las sutilezas de la lógica y metafísica los delirios del Alcoran, por cuyo motivo todo lo torcían y todo lo violentaban. De la física cuidaban poco, y no mucho de la historia. De la botánica trataban con más cuidado, tenían un conocimiento grande de las yerbas, y comentaron a Dioscórides. De la química hablaban poco, de la geometría con poco orden; en la medicina creían que no podía haber cosa alguna fuera de Hipócrates y Galeno; y acaso tampoco los entendieron bien. Disputaban de la ética y metafísica, mezclando algunos errores; y esta es la Filosofía de los árabes hasta el siglo décimoquinto.

Del siglo décimo hasta el decimoquinto,
y ruina de la escolástica

La doctrina de los cristianos por este tiempo tuvo una considerable mudanza en el occidente. En el siglo undécimo aparecieron Berengario y Roscelino, queriendo el primero con las sutilezas de la dialéctica contradecir el misterio de la Eucaristía, y el segundo el de la Santísima Trinidad. Saliéronles al paso valiéndose de las mismas armas Lantfranco y San Anselmo, dialécticos y metafísicos insignes, y se introdujo en la cristiandad la doctrina que llaman escolástica. Pero tuvo gran aumento en el siguiente siglo, porque muchos cristianos que habían aprendido la peripatética entre los sarracenos, la vinieron a enseñar entre los nuestros, y fue labrando el gusto de aquellas agudezas y abstracciones metafísicas por la Italia, Francia y España, &c. Algunos libros de Aristóteles fueron traducidos del arábigo a la lengua latina, y la metafísica fue traducida del griego. Esparcióse por todas partes el amor al peripatetismo, y se transfundió por las escuelas esta doctrina medio aristotélica y medio sarracena.

Produjeron estas doctrinas interminables contiendas en las escuelas, y muchos ingenios, llevados del desenfrenado apetito de agudezas, dieron en muchos errores contra la religión, como fueron Abelardo, Arnaldo Brixiense, David de Dinanto, Almarico, Gilberto, &c. Difundíanse notablemente estos errores corriendo el siglo décimotercio: quisieron atajar estos males los pontífices, y el concilio parisiense condenó los errores, mandó quemar los libros de Aristóteles, y prohibió el que se enseñase la física y la metafísica. El tercer sínodo de París, presidiendo el legado del papa, confirmó esta condenación y prohibición; pero había en los franceses tanta pasión por la Filosofía de Aristóteles, que el papa Gregorio IX en 1231 les concedió la facultad de leer sus libros, con tal que se expurgasen. Pero en el año de 1265 Clemente IV volvió a prohibir otra vez su lectura, hasta que en Alemania el B. Alberto Magno comentó con grandísima aceptación los libros de Aristóteles. Siguióse poco después su gran discípulo Santo Tomás de Aquino, teólogo parisiense, que con licencia del papa interpretó a Aristóteles, y enseñó su doctrina con gran aplauso en las más célebres academias de Italia; uno y otro eran dominicos, y honra grande de su religión y de su siglo.

El ilustre nombre de estos celebérrimos maestros hizo tan estimada la doctrina de Aristóteles por todas partes, que echó firmísimas raíces en las escuelas por el siglo décimotercio. En el siguiente siglo apareció en el orbe literario el insigne Juan Duns Escoto, franciscano, teólogo parisiense, que también interpretó los libros de Aristóteles, hombre de rarísima agudeza de ingenio. Por los mismos tiempos floreció Guillermo Okam, inglés, y otro Guillermo Durando de San Porciano. Inmediatamente comenzaron a separarse los filósofos unos de otros con las continuas disputas, y a dividirse las escuelas en bandos, unos eran albertistas, otros tomistas, otros escotistas, otros ocamistas, &c.

Ardía por este tiempo el orbe literario en una cruelísima guerra entre estos diversos partidos: era cosa de risa el leve fundamento sobre que se fundaban las contiendas que amotinaban el mundo. Había Porfirio tratado en una introducción a la lógica de Aristóteles de las razones comunes (se llama razón común el ser hombre, v. gr. que conviene a todos los hombres, o el ser viviente que conviene a todos los hombres, brutos y plantas, &c., a estos predicados dieron los filósofos el título de razones comunes); y sobre esto excitaban la cuestión de si estas razones comunes eran cosa que existiese en la realidad, o si eran meros nombres o conceptos comunes. Los primeros se llamaban reales y los segundos nominales. Por el siglo decimocuarto era este el punto más grave que se disputaba en Alemania, Inglaterra, y particularmente en Francia. Llegó a tanto que se interesó en la pendencia el rey Luis XI, y se fulminaron destierros contra los nominales, los que huyeron a Inglaterra y Alemania: pasábase de las voces a las armas: había muertos y tumultos horrorosos. últimamente, los pontífices, viendo la indomable pasión que había por Aristóteles, permitieron la lectura de su física y metafísica, cometiendo este negocio a dos cardenales enviados a la universidad de París; y cien años después otro cardenal legado permitió la lectura de su ética.

He aquí el nacimiento de la doctrina que llaman escolástica, sus aumentos y progresos. Pero ni puedo copiar sus dogmas en punto tan breve como permiten los estrechos límites que me propuse, ni es tan poco necesario, viviendo aún como viven en muchas escuelas; y lo mismo digo de los principales autores que la siguieron y siguen en estos siglos.

En medio del siglo décimoquinto fueron resucitando en el occidente las letras griegas, cuyo estudio casi se había perdido con el desenfrenado apetito de las sutilezas: la causa fue porque tomada Constantinopla por Mahomet II en 1453, los hombres literatos que allí había huyeron a Italia, y fueron bien recibidos de la casa de Médicis y del papa Nicolao V, con increíble provecho de las letras; porque traduciendo algunos libros del original griego, se pudo conocer en gran parte la corrupción que había en las escuelas, y la diferencia entre la doctrina que se enseñaba en ellas, y la que Aristóteles y Platón nos dejaron escrita; bien que la alteración más antigua que había en sus obras ni podía conocerse ni enmendarse.

De la ruina de la escolástica,
y del siglo décimoquinto hasta el presente

Ya por este tiempo comenzaron los hombres a abrir los ojos, y ver la inutilidad de estas cuestiones, en que consumían años y estudio y entraron algunos en el proyecto de enmendar la Filosofía. Pedro Ramo, francés, intentó desterrar de las escuelas la dialéctica y física de Aristóteles. Era muy instruido en las lenguas griega y latina, versado en la matemática y en la lectura de los antiguos: tenía sólo treinta años de edad, y notando claramente los errores de Aristóteles, publicó él su dialéctica. Fue esta libertad crimen de lesa majestad para los franceses: le tomaron tal aborrecimiento, y le persiguieron en toda su vida, de modo que al fin le vinieron a matar en una guerra civil, arrastrando su cadáver por las calles. Pero no pudieron prohibir los franceses que esparcidos por todas partes sus discípulos divulgasen su lógica, que tuvo un séquito grande.

Con más felicidad notó los errores de Aristóteles en la lógica y en la física Francisco Patricio, pidiendo al papa Gregorio XIV que desterrase la doctrina de Aristóteles, y prefiriese la de Platón, alegando la mucha mayor conformidad que ésta tenía con la religión cristiana.

También se animó a salir al público contra Aristóteles Francisco Sánchez, portugués, natural de Braga, que había estudiado la medicina y la matemática en Francia e Italia, hombre de grandísimo ingenio y vasta erudición, escribió un libro con este título: Da muito nobre primeira e universal sciencia, que nada se sabe; pero su principal intento era contra la doctrina peripatética. Con mayor felicidad escribió Bernardino Telesio, gran matemático, y versado en los libros de los antiguos. Enseñó en Nápoles con sumo aplauso, y se fundó por esta causa la primera academia de física experimental.

Siguióse Tomás Campanela, dominico, cultivado con los estudios de la matemática; pero tuvo tan grandes persecuciones por oponerse a Aristóteles, como si se opusiese a su rey. No obstante las persecuciones, los entendimientos siempre deseosos de la libertad se fueron animando a sacudir el yugo de Aristóteles y filosofar libremente. Algunos lo hacían con demasiada libertad por ser de ingenios atrevidos; otros se libraban de la esclavitud de Aristóteles, sujetándose a otros sistemas de los antiguos que de nuevo ilustraban, para lo que condujo mucho el uso de la arte crítica, que por este tiempo se introdujo en la república de las letras. Otros en fin tomaron la empresa de formar un sistema filosófico, sacado únicamente de la sagrada escritura, aunque siguiendo unos la pura letra (sin entender el sentido genuino), y otros alegorías libres y una afectada ilustración divina; y sin más razón ni experiencia solamente admitían el uso de la química. Por consiguiente todos fueron tan infelices en el fin de enmendar la Filosofía, como imprudentes en el camino que buscaban para conseguirlo.

Pero como eran tan antiguas las raíces que había echado en las escuelas la doctrina de Aristóteles, no podía arrancarse fácilmente; antes los apasionados temiendo alguna ruina se radicaban más en ella. Aún en el principio del siglo decimoséptimo (feliz época de la sana Filosofía) en la universidad de París se estableció por decreto que enseñasen en cada bienio los libros de lógica, física y metafísica de Aristóteles.Esto le dañó al mismo Aristóteles, porque leyéndose mucho más sus obras, y cotejando su doctrina con la de algunos antiguos, que él impugnaba, muchos empezaron a preferir la doctrina de los otros, y le impugnaron con gran eficacia y aceptación. En fin, abriendo los hombres los ojos, después de largo tiempo llegaron a conocer que la experiencia, el cálculo, las matemáticas habían de conducir a la razón para descubrir la verdad en el conocimiento de la naturaleza; y que no debían dejar suelto el entendimiento, corriendo a oscuras, y gobernándose por la licenciosa libertad de la imaginación.

Por tanto, con una mano en la matemática y la otra en las experiencias físicas, se valieron de ambas para introducir en las escuelas la nueva Filosofía; bien que no se logró desde luego perfecta, ni aún hoy lo es totalmente. Fueron los más célebres Nicolao Copérnico, Tichon Brahe, Galileo, Keplero, Borelo, Senerto, Digbeo, Harveo, Pequeto y otros.

Quien por este tiempo defendió con gran eficacia el espíritu de la libertad de la Filosofía ecléctica, y preparó nuevo camino para alcanzar las ciencias, fue el gran Francisco Bacon, barón de Verulamio, inglés. También Sebastián Basono y Pedro Gasendo, impugnando a cara descubierta a Aristóteles, condujeron mucho para la libertad en el filosofar. Hizo este último tal ruina en la peripatética, que es voz constante que un joven de 24 años hizo más estrago en la doctrina de Aristóteles que todos los siglos anteriores. Era francés de nacimiento, versado en las letras griegas y latinas, en el estudio de la matemática y en la lectura de los filósofos antiguos. El sistema de Gasendo es el mismo que el de Epicuro y Demócrito: purificándole de los errores, busca la causa de los efectos naturales en la figura y complicación de los átomos y en el movimiento de las partículas del cuerpo; la configuración de los poros también es causa de algunos efectos: la luz en su sistema es un movimiento trémulo muy ligero de una materia sutil, cuyas partículas son redondas y elásticas; los colores son esta misma luz modificada en la reflexión de los cuerpos, el sonido temblor del aire, el calor temblor de las partículas del cuerpo, y el frío, fijación de las mismas partículas. En fin rechaza las formas distintas de la materia que admitían los aristotélicos, y procura explicar todos los efectos por la mecánica de figura, movimiento, &c.; y fue su sistema muy seguido y aplaudido.

Por este tiempo también floreció Renato Descartes, francés, quien con demasiada libertad de ingenio, aunque con agudeza admirable y claridad rara, formó otro sistema, que en suma es éste. Primeramente establece como medio preciso para acertar con la verdad dudar por algún tiempo de todo, con el fin de que el entendimiento no dé asenso firme a cosa alguna meramente por costumbre, sin que ella en sí misma tenga merecimientos para esto. Establece como principio de los discursos esta verdad: Yo medito, luego yo existo, y de aquí y de la idea sumamente perfecta que tenemos de Dios infiere su existencia y perfecciones. Dice que la materia o cuerpo sólo tiene por esencia la extensión; y que por esto es absolutamente imposible espacio vacío totalmente, que es lo que se llama vacuo; y que todo el espacio está absolutamente lleno de cuerpos. De la suma perfección de Dios infiere que obra por el modo más constante e inmutable; y de aquí saca primeramente por consecuencia que siempre hay en el universo la misma cantidad de movimiento, pasando de unos cuerpos a otros. Infiere en segundo lugar que todo cuerpo se conserva en el estado en que está; si está quieto permanece hasta que lo muevan; si se mueve continúa hasta que lo paren; conserva la figura que tiene hasta que se la muden, &c. Por consiguiente también moviéndose persevera en la línea recta hasta que lo saquen de ella. Dice que en el choque de un cuerpo con otro más veloz, éste pierde la parte del movimiento que da, y el otro sin perder nada recibe la que le dan. Por lo que toca a los sólidos y unión de las partes de cualquier cuerpo, afirma que consiste en estar quietas unas junto a otras, y que ser un cuerpo fluido consiste en moverse perpetuamente sus partes. Y por lo que pertenece a la formación del universo conjetura el modo con que podía tener el estado que ahora tiene. Dice que las partes de materia eran esquinadas, pero tan juntas entre sí, que no dejaban el más mínimo intervalo vacío: que moviéndolas Dios en un remolino, se les fueron quebrando las esquinas, y quedaron con el perpetuo movimiento redondas. A estas partículas redondas llama materia del segundo elemento: el polvo muy molido de las esquinas gastadas es la materia del primer elemento; y juntándose porciones mayores de este polvo pegado uno a otro se formó la materia gruesa del tercer elemento. El primer elemento formó el sol y las estrellas, cuerpos que despiden luz de sí: la del segundo elemento es la que llena todo el espacio de los cielos, a que llaman éter o materia etérea, que es la luz que el sol despide hasta nosotros; en fin, la materia del tercer elemento formó los planetas y la tierra, cuerpos que no tienen luz propia. Establece unos vórtices o torbellinos perpetuos, esto es, unos remolinos de esta materia alrededor de un centro, de los cuales se llena el universo, y en el centro de ellos están o el sol o alguna estrella, o la tierra o algún planeta o cometa: en fin, que unos torbellinos más fuertes llevan consigo otros cuerpos más pequeños con sus torbellinos; y que así la tierra con su torbellino es arrebatada por el torbellino del sol, y que por eso tarda un año en andar su circunferencia; que Júpiter con su torbellino hace andar alrededor de sí a sus satélites; pero que juntamente con ellos es arrebatado por el gran torbellino del sol, lo cual sucede a todos los demás planetas, y que por eso andan todos alrededor del sol. Los cometas están más arriba del gran torbellino, y por eso no siguen el movimiento regular de los demás planetas. Así por este movimiento de la materia sutil alrededor de la tierra explica la gravedad, en cuanto ella huye con más fuerza del centro del torbellino que los cuerpos gruesos, y ocupando con fuerza el lugar superior los empuja hacia el inferior, como hace el agua, que porque busca el fondo del estanque con más fuerza que el madero lo alza a la superficie y por modo semejante explica los demás fenómenos por el movimiento de esta materia con agudeza rara; y aún dado que no atinase con la verdad, tuvo grandísimo mérito en abrir camino nuevo por donde pudiese descubrirse; y fue tan bien recibido que siendo aún de pocos años vio comentada su doctrina, y enseñada en las escuelas más célebres del mundo. Siguióse a su merecimiento y estimación la envidia, y luego la persecución. Mas no tuvo poder para impedir que su doctrina se difundiese por todo el orbe literario, particularmente después de su muerte.

Los filósofos que de este tiempo en adelante florecieron se repartieron entre estos dos sistemas, o eran gasendistas o cartesianos. Habíase fundado algunos años antes en el mismo siglo la academia llamada de los linceos en la ciudad de Roma con la protección de Federico Cesio, príncipe de Sant-Angelo, hombre verdaderamente más grande aún en las letras que en el nacimiento: ilustraron estos académicos la Filosofía con muchos escritos, y con la invención de utilísimos instrumentos. Federico inventó el microscopio, que después se perfeccionó increíblemente con el trabajo de Leuwenoek, Divini, Buterfield, Grai y otros. Galileo Galilei hizo el telescopio, que perfeccionaron después Juan Lipersenio, Hugenio, Campano, Gregorio, Newton y otros. Juan Bautista Porta ideó la escopeta de viento.

En París poco después el padre Marino Merseno, mínimo o de San Francisco de Paula, con Gasendo, Cartesio, Blondelo, Hobesio, Roberval y otros hacían sus conferencias sumamente útiles a la física y matemática. En Alemania un médico llamado Loreno Bauschio también fundó una sociedad; pero aún fue más célebre la que fundó en Florencia el príncipe Leopoldo de Médicis con el título de academia del Cimento. Fundóse otra en Oxonia, que Carlos II, rey de Inglaterra, hizo pasar a Londres, y la dotó con gran liberalidad; y por los años de 56 de este mismo siglo el gran rey Luis XIV estableció la real academia de las Ciencias de París, y el emperador Leopoldo I había fundado otra con el título de los curiosos de la naturaleza.

En este mismo tiempo apareció en el orbe literario el gran Isaac Newton, inglés de nación, hombre de felicísimo ingenio, vastísimos estudios e insigne matemático; tal que él sólo basta para honrar su siglo; desterró las hipótesis de Cartesio y Gasendo, y fundó su doctrina sobre experiencia constante y cálculo seguro, parando prudentemente donde le faltaba la luz de la experiencia o de la demostración. La doctrina de Newton se termina a la óptica y la teoría de la gravedad universal de los planetas. En cuanto a la óptica dice que la luz es sustancia de fuego, que consta de los siete colores, los cuales juntos hacen color blanco, separados muestran lo que son: dice que el vidrio atrae y repele la luz en ciertas distancias, y los cuerpos de color atraen unos rayos, y repelen aquellos con cuyo color aparecen vestidos.

En la teoría de la gravedad afirma que todas las cosas pesan mutuamente; que sol, planetas y tierra pesan todos unos hacia los otros o mutuamente se atraen, así como las partes de que consta la misma tierra pesan hacia sí mismas, y se atraen mutuamente; que Dios formando los planetas les había dado un impulso como para seguir la línea recta; mas que su gravedad hacia el sol los hacía torcer de la línea recta y hacer la curva, así como la gravedad hacia la tierra hace que la bala despedida del cañón describa una línea curva; o también así como la honda asegurando la piedra hace que moviéndose ella describa círculos alrededor de la mano, prohibiéndola que se aparte de ella más de lo que le permite lo largo de la honda; así la atracción del sol respecto de los planetas hace que cuando ellos se mueven nunca se aparten del sol más de lo que le permite la fuerza de la atracción del sol o peso de los planetas hacia él. Dice más, que el espacio de los cielos está totalmente vacío; que la tierra es un planeta alrededor del sol; que las mareas son efecto de la atracción de la luna y del sol. Su método de filosofar es sobre la experiencia y sobre el cálculo, no simplemente sobre la imaginación: a donde no tiene luz clara de experiencia suspende el juicio Newton, por lo que es loable en extremo. Fue recibida su doctrina después de algunos años con increíble aplauso y tuvo el séquito de los mejores en todas partes.

En este mismo tiempo llevó la atención de los hombres doctos en Alemania Godofredo Guillermo Leibnitz, igual a Newton en las matemáticas, y de no menor profundidad de discurso. Su mayor aplicación a la Filosofía fue sobre la metafísica, ideando un sistema maravilloso, que en suma era éste. Todo este mundo y acciones de las causas naturales es como un reloj, y se compone de partes de tal suerte ordenadas y conexas entre sí, que todas las cosas pasadas y presentes mutuamente dependen entre sí, a manera de la mutua dependencia que hay en las ruedas de un reloj, que la razón suficiente de cualquier cosa (esto es la causa o motivo verdadero porque es más posible así que de otro modo) está, no en este compuesto, sino en otro; y así siendo unos razones suficientes de los otros, todas las cosas están trabadas entre sí, de manera que unas van tirando de otras con una serie seguida a la semejanza de una cadena de eslabones; pero ligada al mismo tiempo con todas las cosas simultáneas, con mutua dependencia entre todas, de tal suerte, que metiéndose ahora en estas series de cosas una cosa extraña de nuevo, que no había en ellas, o quitándose alguna que había, queda otra máquina nueva y otro nuevo mundo; porque había de ser preciso mudar todas las demás cosas simultáneas para haber nueva conexión y nueva razón suficiente de esa cosa nueva, y como las otras cosas mudándose pedían mudanza en sus causas y en sus efectos, había de mudarse toda la máquina. Por eso a un milagro que se hace se sigue otra fábrica diversa de las series de cosas y otro mundo de allí adelante con mudanza de todo; y si no se sigue mudanza total en el mundo, es preciso nuevo milagro que restituya la primera serie que se había perdido, porque cada pieza de este mundo tiene especial dependencia de todas las demás cosas, así como cada rueda de un reloj tiene dependencia de todas las demás ruedas. La serie de cosas contingentes también consta de partes entre sí dependientes; por eso supuesto el haberse comenzado esta serie cuando comenzó el mundo, queda en cierto modo necesaria cualquier parte de esa serie, pero nunca con necesidad absoluta.

En la composición de los cuerpos dice que todo se compone de unos elementos simples, a que llama mónades: cada mónade es totalmente indivisible sin figura, extensión, &c.: tiene en sí la serie de todas las mudanzas que ha de ir teniendo sucesivamente en varios estados: estos estados tienen conexión mutua y dependencia entre sí; y como unas mónades están conexas con todas las otras, cada estado de un elemento o mónade juega con todos los estados de todos los otros elementos, y así conociéndose perfectamente, se podía conocer todo el mundo en lo pasado, presente y futuro. En estos elementos está la razón última de todas las cosas que suceden por el discurso de los siglos. Cada elemento simple es desemejante de los otros, ni se podrán hallar dos totalmente semejantes; y por eso ni dos cuerpos puede haber en todo el mundo totalmente semejantes el uno al otro. En la unión del alma al cuerpo fue autor de la armonía prestablecida. Dice que el alma tiene una serie de conocimientos y acciones de la voluntad, que ha de ir siguiendo aunque no haya cuerpo ni mundo visible; y el cuerpo tiene una serie de movimientos y sensaciones que se han de ir siguiendo unos a otros infaliblemente, aunque nunca hubiese alma; pero Dios nuestro Señor crió el alma, y de infinitos cuerpos orgánicos que eran posibles halló unos cuyos movimientos ajustasen con los del alma, del mismo modo que si procediesen de ella; y así concuerdan siempre, sin que el alma tenga gobierno ninguno en el cuerpo, ni el cuerpo pueda causar impresión alguna en el alma; a la manera que dos relojes iguales concuerdan siempre entre sí, como si uno gobernase los movimientos del otro, si el relojero los hizo de forma que se conformasen. Pero es tan nuevo, tan sutil, tan fuera de las comunes ideas todo el sistema de este gran hombre, que es preciso verlo de intento en las fuentes para hacer concepto de él, y el paso a que vamos no permitía ni aún esta demora.

Aunque estos filósofos querían ser eclécticos y discurrir libremente, la pasión de los que les seguían hacía degenerar la Filosofía ecléctica en sistemática: siguiendo unos a Newton sólo, otros sólo a Leibnitz, cuando otros juraban en la doctrina de Descartes, y otros en fin en la de Gasendo. Pero mutuamente todos ayudaban al conocimiento de la naturaleza con experiencias repetidas y nuevos instrumentos. Además de los que ya referimos, Oton Guerik, alemán, nos dio la máquina pneumática o bomba del aire, que redujo a mejor forma el gran Boile y Muskembroek, y aún la perfeccionó más Benito de Moira, portugués, hombre de agudísimo ingenio, y nacido para el cálculo. Tschirnhausen inventó los espejos ustorios; después los perfeccionaron varios, y particularmente Mr. de Buffon y el doctísimo portugués José Joachin Soares de Barros; en fin otros innumerables instrumentos que a cada paso se están publicando en las Efemérides literarias, que principiaron por los años de 1665 en Francia, Italia, Inglaterra, Holanda, Alemania, haciéndose así patente a todo el mundo cualquier nueva experiencia o instrumento nuevo, o discurso felizmente concluido por pequeño que fuese, y por eso expuesto a perderse antes de llegar a la noticia de muchos hombres doctos.

También se perfeccionó mucho por estos años aquella parte de la Filosofía que trata del derecho de los pueblos, y llaman jurisprudencia natural; porque sobre ella escribieron y con aplauso Hugon Grocio, Samuel Pufendorf, Christiano Tomasio, Heinecio, Budeo, &c. Muchos se aplicaron a escribir sobre la política, como fueron Bodino, Bocaligni, Conringio, Boeclero y otros, de los cuales hay dos clases, unos llamados maquiavelistas, porque siguen a Nicolás Maquiavelo, que exalta demasiadamente el imperio y autoridad del príncipe; otros Monarcomacos, que por el contrario lo deprimen demasiado, dando más de lo que debieran al pueblo.

En este estado halló las letras el siglo decimoctavo cuando entró, y dando nuevos pasos la sana Filosofía, en Berlín se abrió nueva academia, bajo de la protección de Federico I, rey de Prusia: erigióse pocos años después el Instituto de Bolonia, academia que se honra con la protección del santísimo padre Benedicto XIV, que felizmente reinaba en la Iglesia de Dios. En fin, Pedro I estableció otra academia en Petersburgo. Con la protección del papa y de los príncipes, con la repetición de las experiencias, con la evidencia de los cálculos de la matemática, y con la fuerza de los discursos de tal suerte se fueron convenciendo los hombres naturalmente amigos de la verdad, que de los más pertinaces defensores de la peripatética se pasaban muchos cada día a la Filosofía moderna, particularmente después que oyendo más pacíficamente a los modernos se certificaron de que no eran sus dogmas contrarios a nuestra fe, y esto hasta las más observantes y doctas familias religiosas. Al principio con más recelo, porque duraba aún la tempestad de las persecuciones de los peripatéticos, que se veían despojar de la posesión y señoría de las escuelas en que estaban; pero después cobraron ánimo, y muchos siguieron la Filosofía moderna con toda libertad. De los padres jesuitas tenemos a Kircher, Escoto, Scheinero, Bonanni, Fabri, Delanis, Casati, Renault y otros muchos, y públicamente la enseñan en Viena, Praga y otras partes: la siguen también muchos de los monjes benedictinos, de los olivetanos, de los camaldulenses, de los celestinos, de los teatinos, de los barnabitas, de los somaschos, de los padres de las Escuelas pías, de los de la misión de San Vicente de Paulo, de los mínimos y algunos franciscanos, dominicos; lo que se hizo con más libertad después que nuestro santísimo padre Benedicto XIV la mandó enseñar en Roma en el colegio de Propaganda fide y en el de la Sapientia.

Los españoles fueron más tenaces en seguir el peripatetismo; pero en fin el padre Tosca, de la congregación de San Felipe Neri, les dio mucha luz en el compendio de la Filosofía, en que sigue principalmente a Gasendo. Siguiéronse los portugueses que también la abrazaron, siendo el primero que les hizo abrir los ojos el padre Juan Bautista, del Oratorio, hombre grande a la verdad, y a quien los estudios de Portugal deben en gran parte el aumento que hoy tienen. Después de enseñar públicamente la Filosofía moderna en el medio de la corte, cercado de innumerable multitud de contrarios, a quienes parecía cosa nueva e inaudita la ruina de la peripatética, por este tiempo ya casi desterrada de lo restante del mundo salió a luz con unos libros intitulados: Filosofía de Aristóteles restituida e ilustrada con experimentos, en los cuales muestra con sólidos fundamentos que la doctrina hasta ahora imputada a Aristóteles, no sólo le era ajena, pero en los puntos principales totalmente contraria a su sistema expuesto por los más célebres comentadores que ha tenido, que son: Santo Tomás, Alberto Magno, Escoto y Averroes. Derribado el fundamento de la autoridad de este filósofo, en que se sostenía la doctrina peripatética, viéndose sin otro arrimo de razón ni experiencia comenzó a caer por tierra y arruinarse cada vez más. Siguiéronse los doctísimos canónigos regulares de San Agustín, clérigos reglares, padres del colegio de los ingleses que residen en Lisboa, y muchos de otras religiones.

Fomentó estos estudios el rey fidelísimo don Juan V, de siempre feliz y gloriosa memoria, erigiendo en la casa de nuestra señora de las Necesidades de los padres del oratorio un magnífico gabinete de física experimental, que después aumentó mucho con preciosas máquinas su hijo el rey D. José I, príncipe dado para consuelo del pueblo portugués y aumento de los estudios: fue todavía mayor en este príncipe el amor a la sana Filosofía, y se dignó no una sola vez de honrar con su asistencia las experiencias físicas, y nada ha hecho tanta impresión en los ánimos de los portugueses como estos ejemplos de su príncipe. Con tan grandes principios ya no admirarán los progresos que harán en ello a los portugueses, amaneciéndoles al fin, aunque tarde, la luz del día, pero ya muy fuerte y clara para poder conocer la verdad. Estos son en suma los progresos que ha tenido la Filosofía.


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Teodoro de Almeida • Recreación filosófica
Madrid 1785, tomo 1, páginas i-lviii.