Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro [ Dionisio Ridruejo Jiménez, Pedro Laín Entralgo, Santiago Montero Díaz, José Luis López Aranguren, José Antonio Maravall Casesnoves, Antonio Tovar Llorente ]

Los nuevos liberales. Florilegio de un ideario político

sin editor, impresor, lugar, fecha ni depósito legal. 141 páginas · 148×210 mm

Impreso clandestino, bien realizado, difundido desde Madrid ≈ mayo 1966.

[Texto de una octavilla, impresa en papel de color rojo, inserta en este panfleto:]
 
¡¡MUY IMPORTANTE!!
En la edición de este libro se han «omitido por olvido» esos pequeños trámites burocrático-dictatoriales que nuestros lectores sobradamente conocen.
Por ello, amigo lector, trátalo con cuidado y discreción, difundiéndolo sí, pero atinadamente, en favor de quien así ha «osado» publicar un pequeño librito, contando algunas verdades.
Gracias anticipadas.

Este impreso clandestino, según definía la Ley 14/1966 de Prensa e Imprenta, impulsada por Manuel Fraga y en vigor desde el 9 de abril de 1966, poco antes de la cuidadosa publicación de este libro («Artículo 13. Impresos clandestinos. Se reputará clandestino todo impreso en el que no figuren o sean inexactas las menciones exigidas en el artículo 11, o que haya sido difundido incumpliendo lo dispuesto en el artículo»), ofrece, tras un Aviso a los navegantes, seis partes dedicadas a otros tantos personajes de la vida política española del momento: Dionisio Ridruejo Jiménez, Pedro Laín Entralgo, Santiago Montero Díaz, José Luis López Aranguren, José Antonio Maravall Casesnoves y Antonio Tovar Llorente. Cada una de las partes dedicadas a estos nuevos liberales está organizada en tres epígrafes: “El personaje”, “Los textos” y “Del viejo álbum” (que ofrece fotografías comentadas y facsímiles de publicaciones).

Sumario

 
Aviso a los navegantes, 5
1. Dionisio Ridruejo Jiménez
Ridruejo o la propaganda del totalitarismo
El personaje, 11. Los textos, 15. Del viejo álbum, 25.
2. Pedro Laín Entralgo
Laín o la moral nacionalsindicalista
El personaje, 43. Los textos, 47.
Del viejo álbum, 55.
3. Santiago Montero Díaz
Montero o la teoría del Imperio
El personaje, 65. Los textos, 67.
Del viejo álbum, 75.
4. José Luis López Aranguren
Aranguren o el paternalismo político
El personaje, 87. Los textos, 89.
Del viejo álbum, 95.
5. José Antonio Maravall Casesnoves
Maravall o la libertad dirigida
El personaje, 101. Los textos, 103. Del viejo álbum, 109.
6. Antonio Tovar Llorente
Tovar o el humanismo totalitario
El personaje, 117. Los textos, 121. Del viejo álbum, 135.

Aviso a los navegantes

Durante los últimos treinta años y todavía ahora, los españoles hemos padecido muchas cortapisas y restricciones en nuestras libertades. Tal vez esto se deba a que no siempre supimos hacer buen uso de ellas durante los períodos anteriores, pero eso no tiene excesiva importancia práctica: lo esencial es que los auténticos liberales españoles las hemos pasado moradas durante unos largos años que, para muchos, equivalen a nuestra vida adulta.

En estos momentos, parece seguro que nos acercamos al final de esta etapa, tanto por razones políticas y sociales como por el simple fenómeno de la edad de cierta persona. En realidad, a trancas y barrancas, es indudable que algunas libertades intelectuales y [8] políticas han aflorado a la vida española durante los últimos años, aunque siempre con mucha timidez y sin que ello despertara grandes entusiasmos en los despachos ministeriales.

En todo caso, hay algo que a los liberales nos divierte mucho en estos momentos, y queremos que otras gentes de buena fe participen en nuestro regocijo: se trata de la súbita y ardorosa conversión al liberalismo de quienes fueron los más fervientes campeones del totalitarismo. En verdad, estamos ante otra manifestación típica del folklore nacional: la picaresca. Hoy vemos cómo la picaresca española, que adoptaba ayer formas totalitarias para complacer a la tiranía, se apresura a vestirse ahora con galas liberales para complacer a la libertad que llega. Y que quienes fueron los campeones y los teóricos de aquélla, comienzan a ser los defensores y los ideólogos de ésta.

Afortunadamente, nuestro pueblo tiene buena memoria y buen sentido. En su nombre y para su provecho hemos ido recogiendo textos, apuntando discursos y seleccionando conceptos con verdadera paciencia durante los últimos lustros. Así, podemos ahora recordar lo que hicieron y dijeron personajes como Dionisio Ridruejo, Pedro Laín, Santiago Montero, José Luis Aranguren, José Antonio Maravall y Antonio Tovar, todos los cuales sentaron las más férreas bases para las medidas contra la libertad que se han venido aplicando desde 1936. Nos parecería bien ahora que estos ideólogos se arrepintieran y callaran, pero nos parece mal que pretendan alzarse también hoy en líderes de lo contrario que defendieron antes. Por ello, como amable aviso a estos y a otros navegantes, recogemos unos cuantos textos entre los muchos que pueden encontrarse en cualquier colección de periódicos o en cualquier biblioteca pública. Garantizamos a quienes nos lean que el florilegio de los nuevos liberales no defraudará sus esperanzas.

[ texto íntegro de las páginas 5-8 de Los nuevos liberales ]


Recepción del opúsculo en el anticomunista Comité español del CLC

Aunque este opúsculo no lleva fecha, debió difundirse a finales de mayo de 1966, si hacemos caso de los recuerdos de uno de los activistas del anticomunista Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura, cronista de varias de sus reuniones, y no falla también en la fecha la memoria histórica selectiva de José Luis Cano, que le hace olvidarse de Santiago Montero Díaz (apartado el año anterior, como Aranguren, de su cátedra) y reduce a cinco los «escritores católicos» víctimas del repugnante panfleto. Habría coincidido por tanto la publicación del opúsculo con el desvelamiento de que era la CIA quien venía financiando desde 1950 las actividades del Congreso por la Libertad de la Cultura, constatación que causó hipócrita conmoción en todo el mundo libre y también en España, entre los ingenuos intelectuales que venían colaborando y beneficiándose desde años atrás con esa institución. De hecho, el primer asunto que trataron en aquella reunión de 24 de mayo de 1966 tuvo que ver con tal acusación (diez días antes los asistentes ya habían pedido explicaciones por carta a John C. Hunt, secretario ejecutivo del CLC, ignorantes quizá, eso sí, de que el propio John C. Hunt era un agente de la CIA):

«24 de mayo [1966]. Reunión urgente del Comité antifranquista. Asisten Laín, Ridruejo, Chueca, Manent, Martí Zaro, para tratar dos dos asuntos: […]
• Segundo asunto: El repugnante panfleto anónimo que ha lanzado el Ministerio de Información para desacreditar a Laín, Ridruejo, Aranguren, Tovar y Maravall.
La iniciativa de algunos amigos para responder con un banquete monstruo en Madrid es rechazada por Laín. Se acuerda entonces promover un escrito con doscientas firmas de adhesión a los cinco escritores, y de protesta enérgica contra el sucio ataque anónimo contra cinco escritores católicos.» (José Luis Cano, «Recuerdos del antifranquismo», El Ateneo, Madrid 1994, IV-V, pág. 68.)


El descargo de conciencia de Pedro Laín Entralgo en 1976

Habían transcurrido cuatro meses desde la muerte de Franco, y diez años desde la difusión del opúsculo, cuando Pedro Laín Entralgo publica, en su libro Descargo de conciencia (1930-1960) (Barral, Barcelona 1976), los siguientes párrafos que dedica a este libelo y panfleto (saltándose, por cierto, el límite cronológico expresado en el título de su descargo). Adviértase que Laín señala como fecha de publicación hacia 1965, aunque, por lo dicho, habría que retrasar su difusión a mayo de 1966; de cualquier modo antes de julio de 1966, fecha del número 40 de Revista de Occidente, en el que aparece un artículo suyo del que transcribe un fragmento en la nota {5}, escrito de cualquier modo bajo el impacto causado por Los nuevos liberales:

«No tan baladí, aunque más por sus resonancias que por sus consecuencias, fue otro suceso del mismo orden: la publicación hacia 1965 del libelo Los nuevos liberales; un opúsculo concebido y editado contra Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, José Luis Aranguren, José Antonio Maravall, Santiago Montero Díaz y yo mismo, sujetos todos cuya nefanda calaña era sin duda necesario y urgente proclamar ante los españoles. El libelo en cuestión reproducía, convenientemente seleccionados, fragmentos impresos en épocas ya remotas y demostrativos de nuestra profunda condición “fascista”. Aunque sin fecha de edición y sin pie editorial –o justamente por eso–, todo hizo y hace suponer que fue el Ministerio de Información y Turismo el promotor y realizador de tal opúsculo, gratuita y amplísimamente difundido a todo lo ancho del país. Dentro de ese Ministerio, ¿quién fue el inventor y quién el realizador de tan revelador y salvífico documento? Lo que sé, lo sé de oídas; por lo cual, aunque la fuente de mi información sea por completo fidedigna, prefiero dejar sin respuesta esa ineludible pregunta. Respecto del contenido de los textos que a mí se refieren y de mi actitud ante ellos, mi conducta durante veinticinco años y las páginas [451] de este libro dicen lo suficiente; soy, ya lo he dicho, un virtuoso de la palinodia, más aún, un predicador de ella –¿cuántos entre nuestros “hombres públicos”, me pregunto, carecen de motivos para hacerla?–, y nunca me dolieron prendas. Respecto de la pulcritud intelectual y ética con que el libelo de autos fue confeccionado, baste un botón de muestra. Dícese en él que la cátedra de que soy titular no existía en 1942, y que los “gerifaltes educacionales” (sic) de entonces se apresuraron a crearla para mí. Pues bien: como cualquiera puede saber, la cátedra de Historia de la Medicina existe en la Facultad de Medicina de Madrid desde su primer plan de estudios, promulgado en 1843. ¿O es que para la televisiva imaginación de mis denunciantes pudo mi descomunal influencia fascista actuar previsora y retrospectivamente, a través de algún “túnel del tiempo”, sobre el ánimo de los ministros de Isabel II?{5}
Me siento obligado a repetir algo ya dicho: aunque sin sufrir mayores violencias, a partir de 1956 he sido en mi país, sí, “paria oficial”; en modo alguno “paria social”. La sociedad [452] española me ha dado todo lo que podía darme; más, sin duda, de lo que merezco: amigos excelentes, honores en la línea de mi profesión, estimación pública, posibilidad de vivir trabajando en mis propios temas y cuando yo quiero hacerlo. ¿Podía pedir más? No, no he sido en mi patria, ni por asomos, “paria social”, y acaso por esto no han provocado en mí irritación alguna, sino más bien risa y desprecio –¡el recoleto y maligno gozo de despreciar, para cualquiera que no sea un santo!–, las menudencias que antes he mencionado, comprendida esa que llevó por título Los nuevos liberales. Tal panfleto, ¿no era en definitiva un canto a la dignidad moral de las personas sobre que versaba, hombres todos que por razones éticas supieron abandonar las ventajas de un presente favorable y un porvenir inmediato tal vez más favorable aún, para entregarse con denuedo a un trabajo estrictamente personal o, en el caso de Dionisio, para conocer la deportación, la cárcel y el destierro? Si por algo me dolió mi nueva y voluntaria situación, fue por su influencia en la pérdida de algunos que yo consideraba verdaderos amigos míos. Por diversos motivos –la culposa conformidad con una información no suficiente, la gustosa instalación en el grupo social de los “satisfechos”, el más o menos deliberado propósito de aspirar a puestos suculentos; de todo hubo–, varios, en efecto, se apartaron de mí o dieron lugar a que yo me apartase de ellos. De algo estoy bien seguro: de no haber traicionado nunca, en ninguno de tales casos, mi condición de amigo verdadero. Pero, como los filósofos de aldea dicen, “así es la vida”. Paz, pues, a hombres tan reduplicativamente vivos.

{5} Copiaré unas líneas escritas por mí en 1966: «Todos los que desde 1939 hemos formado parte del escalafón de catedráticos de Universidad hemos aceptado o soportado sin protesta formal un hecho y una práctica: el hecho de la llamada depuración, tal como ésta fue realizada desde 1936, y la práctica de exigir un certificado de adhesión al Movimiento a todos los opositores a cátedras universitarias. A ese hecho y a esa práctica deben ser añadidas, desde 1953, las claúsulas del Concordato de ese año relativas a la enseñanza en las Universidades civiles… Debo decir ahora lo que todos saben: que ni en esa dura y torpe depuración, ni en la instauración y la aplicación de la práctica mencionada, ni –claro está– en la redacción de ese texto del concordato he tenido yo arte ni parte. Más aún: que con mi palabra y mi conducta he procurado siempre oponerme a las consecuencias de esa depuración y a la exigencia, siquiera no fuese más que formularia, de esa adhesión. Pero nunca hasta ahora, debo confesarlo, he protestado pública y formalmente contra ello. Quienes me lo imputen, digan lealmente, en relación con este tema, cuál es hoy su opinión y cuál ha sido antes su parecer. Yo me limito a decir: mea culpa.» (“En torno a la libertad académica”, Revista de Occidente, n.º 40, 1966; artículo recogido en El problema de la Universidad, Edicusa, 1968).» (págs. 450-452.)

«{8} Curiosa, la brusca mutación de Manuel Fraga ante alguien que jamás había hecho nada contra él. Siendo yo Rector –recuérdese lo dicho– sirvió con lealtad y diligencia en la instrucción del enojoso expediente que yo le encomendé. Cuando luego ocupó sus dos primeros altos cargos, Director del Instituto de Estudios Políticos y Ministro de Información y Turismo, y no obstante mi bien conocida situación de “paria oficial” tuvo la atención de visitarme para ofrecérseme en ellos. Y, de repente, el mencionado discurso en la Universidad de Valladolid, y luego la publicación –o la simple aprobación; no lo sé y no me importa– de Los nuevos liberales. Tal debe de ser, pienso, mirándome, el desigual destino de los viandantes que sólo oyendo la voz de la propia conciencia van haciendo su vida pública.» (págs. 455-456.)


Algunas otras menciones a este opúsculo

«Desde el famoso manifiesto de 1966 ha sido el Ministerio de Información y Turismo el encargado de servir esa táctica. Recientemente ese Ministerio ha editado “clandestinamente” un folleto titulado Los Nuevos Liberales, en el que se intenta dar de baja en el escalafón de la autoridad a un grupo bastante homogéneo de profesores y escritores que en otros tiempos mantuvieron relación con el sistema y actualmente militan en la oposición. La operación parece bastante inútil y sólo sirve para denunciar el cínico propósito destructivo que se integra en lo que reiteradamente hemos llamado “estrategia del diluvio”.» («Un obligado ¡hasta pronto!», Mañana, tribuna democrática española, París, octubre 1966.)

«Autodefensa y justificación. En el reciente opúsculo anónimo “Los nuevos liberales” (1967) que Laín califica de “libelo”, se había acusado a nuestro autor de contradicción doctrinal y de inconsecuencia política. Laín reconoce: “he pertenecido con alguna notoriedad a nuestro Partido Unico; he sido rector de la Universidad de Madrid” (1951-56). Sí; pero Laín subraya su permanente “liberalismo intelectual”. En otras ocasiones su actitud no es justificatoria; así cuando escribe “yo me limito a decir, mea culpa”. En otro lugar añade: “no siento la menor vocación por la acción política”. Al margen de su autodefensa, aunque no independientemente de ella, Pedro Laín rompe lanzas por algunos intelectuales exiliados o sancionados.» (Gonzalo Fernández de la Mora, «El problema de la universidad, de Pedro Laín Entralgo», ABC, Madrid, 11 de julio de 1968, pág. 21.)

«Bajo el título precisamente de Los nuevos liberales. Florilegio de un ideario político, se arremetía con saña y rencor, en casi un centenar y medio de páginas, contra Ridruejo, Laín, Montero Díaz, Maravall, Tovar y, por supuesto, Aranguren, quien paradójicamente acababa de ser expulsado de la Universidad en 1965, se supone que por liberal, junto a García Calvo y Tierno Galván. En tal florilegio antológico están, pues, disponibles, los peores textos, artículos y discursos, de todos ellos en sus épocas de más o menos directa colaboración con la dictadura. Lo que al régimen le interesaba era tenerles intimidados por su pasado de totalitarios y amigos del caudillo; pero lo que realmente le enfurecía es que ahora fueran liberales y demócratas.» (Elías Díaz, «Con Aranguren», El País, Madrid, 6 de octubre de 1999.)

«Que las evoluciones de Ridruejo, y con él Aranguren, Laín, Maravall, Tovar y algunos más, son dignas no ya de respeto, sino de admiración, dio en su día cumplido testimonio Fraga Iribarne en 1965, cuando desde su Ministerio de Información lanzó un librito, Los nuevos liberales, donde reproducía viejos textos falangistas de estos "conversos": efectivamente, conversos eran, pero no a favor, sino a la contra, a todo riesgo y plazo desconocido.» (Carlos M. Bru Purón, «Alusiones inoportunas», El País, Madrid, 6 septiembre 2006.)

«El pasado de cada cual allá quedaba, en los artículos que escribieron, en los uniformes que vistieron en los años de guerra y posguerra. Algún día habría que ocuparse de él y no es casualidad que fuera el Ministerio de Información, gobernado a la sazón por Manuel Fraga, el primero en encargarse de arrojar a la cara de los “nuevos liberales” –Ridruejo, Laín, Aranguren, Montero Díaz, Maravall, Tovar–, un “florilegio” de sus escritos fascistas o nacional-sindicalistas de los años cuarenta.» (Santos Juliá, «Trampas de la memoria», El País, Madrid, 14 octubre 2006.)

gbs