Filosofía en español 
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Adiciones

Relación de los estragos
que causó en la Ciudad de Oviedo aquella furiosa borrasca del año de 23, escrita a petición de los Señores Capitulares de aquella Santa Iglesia

El día trece de Diciembre, a las siete y media de la mañana, prorrumpió la obscuridad ceñuda de un nublado, colocado verticalmente sobre esta Ciudad de Oviedo, en una exhalación de brillantez tan viva, que más pareció llama, que alampaba cuanto se le presentaba a los ojos, que luz forastera a los objetos: a que sucedió pronto el estampido de un horrendo trueno, confundiendo uno, y otro los ánimos; de suerte, que a los más pusilánimes el asombro robó la advertencia, que habían menester para el susto, redimiéndolos el pasmo del miedo; [44] de modo, que por demasiadamente tímidos no temieron, o por lo menos ignoraron que temían. Pero a los más constantes, y advertidos se les representó luego el desusado resplandor, y estallido como señal de algún grande, y vecino estrago: pues si bien que en esta natural expresión de las Divinas iras es siempre mucho mayor el resplandor, y el estampido, que el fuego, porque la mano omnipotente, que vibra el Rayo, solicita más el temor, y el desengaño, que el castigo, dando todo el fondo de piedades a la misma manifestación de los furores; sin embargo no se dudó, que a tanto amago correspondiese algún funesto golpe.

1. Fue así; pues a breve rato, se esparció en clamores por la Ciudad, que un rayo había derribado parte de la Torre de la Iglesia Catedral: cuya verdad comprobaron luego los ojos de todos: porque como por su eminencia, se descubría de todas partes, enderezando la vista a aquella cumbre, en la porción, que no vieron de la Torre, vieron el tamaño de la ruina.

2. Esta furiosa llama, que hizo el estrago, fue vista antes de ejecutarle por algunos, los cuales testifican, que volteó tres veces con rápidos, aunque dilatados giros, sobre los tres edificios vecinos, conviene a saber, la Iglesia Catedral, el Colegio de Monjes Benitos de San Vicente, y el Convento de Monjas Benitas de San Pelayo, como que registraba aquella tres nobles fábricas, con el designio de romper contra la más excelsa.

3. ¡Fatal destino de estas ardientes exhalaciones precipitarse sobre los más altos edificios! En tanto grado, que según el testimonio de Plinio, en Italia, en todo el territorio puesto entre Tarracina, y el Templo de Feronia, aun en tiempos guerreros cesaron de fabricar el presidio de las Torres, porque cuantas estaban erigidas, fueron postradas al impulso de los rayos: Lo que atribuyen los Filósofos, ya a que las fábricas, y sitios elevados, como más vecinos al nublado, habitan en los confines del riesgo; ya a que como el rayo discurre por [45] el aire con movimiento oblicuo, halla el cuerpo que se descuella al encuentro; ya en fin a que dividiéndose el aire en la altura de las Torres, dirige el rayo como cogido entre dos Torrentes hacia ellas. Pero el conocimiento de estas causas Físicas no estorba, que levantando útilmente la consideración a otro principio moral, pues llamamos fábricas soberbias a las más sublimes, contemplemos que aquella diestra soberana, que maneja la violencia del fuego, pretende, cuando le esgrime contra la soberbia de los edificios, humillar el orgullo de los mortales; estampando con máxima, como suya, aun en las cosas insensibles, que son las altiveces el objeto a donde se enderezan sus rigores. Lástima es, que estos terrores encuentren más indóciles nuestros corazones, que las piedras; y se mantengan Torres de viento, cuando caen Torres de mármol.

4. Es, o fue, la de Oviedo, por su agigantada estatura, por la exquisita simetría de sus partes, por la apurada filigrana de sus labores, una de las más bellas, no sólo de España, pero de Europa.

5. Distribuyó el Artífice, que la ideó, en los cinco cuerpos, que la componen, los cinco órdenes de Arquitectura, dando al primero, o ínfimo, la robustez Toscana, al segundo la majestad Dórica, al tercero la gala Jónica, al cuarto la hermosura Corintiaca, y al quinto la variedad compuesta. Sobre éste levantó una aguja ochavada, alta ciento y veinte pies, guarnecida toda de espejuelos calados, y ocho pirámides, con cuatro cubos intermedios, que la acompañan en torno hasta los dos tercios de su altura; todo trabajado con el mayor primor, y magnificencia, que cabe en el arte.

6. Contra este precioso remate de la Torre (que con alguna propriedad se podría llamar alma de los cinco cuerpos de ella) rompió el primer impulso del rayo, llevando como cortada la mayor parte de la aguja principal. Luego, o ya fuese que al choque se rompió aquella furia compuesta de azufre, y nitro, porque no fuese sin costa [46] suya la victoria de este gigante: o ya que su propia inquietud le dividiese en varias porciones, pues aun en el aire libre sucede eso tal vez, porque es tan rabiosa la cólera del fuego, que le hace discorde consigo mismo: en el mismo instante, en que se vió destrozada la Torre, se vió destrozado el rayo.

7. Pero esta víbora de fuego, que aun hecha trozos vive, y en todas conserva el veneno, cuando llega a dividirse, no es al parecer por quebranto, sino por designio. Al modo que el ejército victorioso, lograda la acción principal, se reparte en varios destacamentos para menores empresas: Así las varias centellas, en que se dividió el rayo, ejecutado ya el mayor golpe, que pedían las fuerzas unidas, tomaron cada una su rumbo, que bien se podría llamar derrota, esparciéndose a ejecutar su saña por aquella vasta mole, porque no quedase miembro suyo sin herida.

8. Una dio por el lado del medio día sobre los corredores, que coronan el último cuerpo, que entonces empezaron a ser volados, desgajando juntamente gran pedazo de la cornisa, y algunas pirámides: luego retrocediendo a la parte interior, estragó buena porción de cantería. Otra con rumbo opuesto, pero observando la misma contrariedad de movimientos, rompió hacia el Septentrión, desmontando dos pirámides, y volvió adentro a hacer en la cantería algún daño. Otra penetró por una ventana al cuerpo de las campanas, y habiendo abrasado el piso, tablado de ellas, y desbaratado la mayor parte de la máquina del Reloj, descendió al Caracol Mallorquín, de quien rompió tres gradas. Otra entró por otra ventana, en el segundo cuerpo, y revolviendo sobre el lado izquierdo, y miembro de ella, que dejó desguarnecido, se introdujo por el macizo de la pared maestra entre los dos cortezos de cantería interior, y exterior y halló salida, o se la hizo por el centro de uno de los cuatro arcos principales, que sostienen la Torre. Otra se metió por la claraboya de la nave mayor, asimismo en el [47] macizo de la pared maestra, y bajó abriendo hasta el cerramiento de la puerta principal.

9. Pero lo que se pudo tener por fenómeno raro en lo sagrado, fue que otra centella entró en la hermosa, y magnífica Capilla de Santa Bárbara, contigua a la Torre, con alguna, aunque ligera lesión de la pared. En la Capilla de Santa Bárbara, de aquel Numen Titular, (hablo en sentido Católico) cuyo patrocinio busca devoto el miedo siempre que escucha las amenazas del fuego en los gemidos del aire: en la Capilla de Santa Bárbara, se introdujo la centella; porque sepan los hombres, que estos ministros de la Majestad suprema pueden buscar los delincuentes dentro de los mismos asilos, y que respecto de la Divina Justicia no hay más inmunidad, que la inocencia; consideración que hace no poco irrisible la precaución de Tiberio, que cuando tronaba, se coronaba de hojas de laurel.

10. Persuasión común era entonces, y aún lo es ahora, que vive indemne de aquella furia mineral este privilegiado vegetable como que contra los disparos del Cielo puedan servir sus ramas de fagina. Grandes Filósofos lo niegan, y tienen la experiencia de su parte. ¡Vanidad vulgar pensar que a soberanas baterías puedan oponerse por muro cualidades ocultas! Pero vanidad en algún modo vinculada a nuestra especie desde su origen. El primer delincuente pensó ocultarse con unas ramas a un Dios ofendido: y sus hijos piensan defenderse con unas ramas de un Dios enojado. Pero al ver, que aquel intrépido meteoro osó violar la Capilla de Santa Bárbara, ya conocerán los soberanos secretos los hombres, que rompen, cuando quieren, aun más calificados privilegios, para que cada uno busque en la pureza de su vida más segura defensa. Aun las dos columnas extremas de uno, y otro lado del retablo de la Santa tiznó la exhalación furiosa sin tocar en el medio, no obstante su prominencia: que fue verdaderamente, ya que no se atrevió al tronco, herir el rayo las ramas del Laurel. [48]

11. El mismo día en diferentes horas, cayeron otras tres Centellas: una en la Plazuela de Santo Domingo, otra en el campo de San Francisco, otra en la calle del Rosal, dentro de una casa abatiendo el techo, y parte del piso. Pero ni ésta, aunque en la casa había mucha gente, ni otra, de tantas como abortó la infeliz fecundidad de aquella nube, ofendió a persona alguna. ¡Gran benignidad del Altísimo, aun cuando se explica irritado, cebar su enojo en lo insensible, por no lastimar lo racional! Al modo que el generoso ofendido, conservando la humanidad en medio de la cólera, desahoga la ira rompiendo impetuosamente la espada contra una piedra.

12. El día de la esclarecida Virgen y Mártir Santa Lucía sucedió el referido destrozo de la Torre. Y de los monumentos de esta Iglesia consta, que en semejante día ha más de siglo y medio, otra Centella sajó su Capitel, haciendo pedazos la bola de bronce, que la coronaba: porque se pareciese nuestra Torre, como en la grandeza, y hermosura, también en la desgracia al famoso Obelisco de Rameses, (llamado hoy Lateranense) a quien en tiempo del Emperador Constancio un Rayo destrozó la dorada esfera, que terminaba su punta.

13. Eligió el común sentimiento de los Fieles a Santa Lucía por Tutelar de la vista. Y repetirnos el Cielo en su día los sustos con esas volantes llamas, parece que es ser amanuense de la Santa en el ejercicio de su abogacía: pues nos ilumina con lo mismo que nos deslumbra, haciéndonos ver lo que menos vemos, y lo que más importa ver. Ningún atributo divino nos convendría tener tan cerca de los ojos, como el de la Justicia; y para ningún otro tenemos la vista tan torpe: no es por escasez de la luz, que harta viene del Cielo; pero para nosotros no basta la luz, si no desciende incorporada con el fuego. Mas vemos a la luz de un Rayo sublunar, que a la de tantos rayos del Sol. Cada uno de esos flechados incendios es un espejo ardiente, donde por reflexión se nos pinta al rojo vivo la Imagen de Dios airado: y con el temor [49] que inspira al alma cuando baja rompiendo el aire, le está señalando la senda por donde debe subir al Empireo.

14. Aquella celebrada Torre de Faro, de donde vino el nombre de faroles a esas lumbreras nocturnas, que gobiernan el paso en medio de las tinieblas, tenía siempre de noche un fanal ardiendo en su eminencia, para dirigir los navegantes al puerto; bien que tal vez, si hemos de creer al gran Historiador de la naturaleza, los hacía errar la misma guía: porque era tanta la celsitud de la Torre, y tanta por consiguiente la elevación de la antorcha, que algunos navegantes la imaginaban estrella. Nobilísimos Asturianos, si tenéis ojos capaces, como los tenéis sin duda, de resplandores inteligibles, más alumbra vuestra excelsa Torre deshecho su Capitel en cenizas, que la otra coronada de luces. Aquélla dirigía los Viajeros del Mar al puerto de la tierra: Esta dirige los Peregrinos de la tierra al puerto del Cielo.

15. De orden del Ilustrísimo Cabildo fueron examinados los daños de la Torre por un Arquitecto, el cual los ha tasado en sesenta mil ducados: grande suma, para que pueda esperarse, ni aun en muchos años el reparo: porque los fondos de la fábrica de esta insigne Iglesia son muy desiguales a tanto coste: las rentas de sus Capitulares están menoscabadas, que necesitan de manejarse con delicada economía, para alcanzar a su decencia. Está puesta la confianza en el religiosísimo celo de nuestro amado Católico Monarca, a quien se ha recurrido, y también en los piadosos esfuerzos del Público, para el cual no falta incentivo, siendo este edificio destinado a la Majestad del culto, pues siempre el interés de Dios es causa común.


{Benito Jerónimo Feijoo, Adiciones a las Obras del muy ilustre, y reverendísimo Padre Maestro D. F. Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, Maestro General del Orden de San Benito, del Consejo de S.M. &c., texto tomado de la edición de Madrid 1783 (Por la Real Compañía de Impresores, y Libreros del Reino, en la Imprenta de Don Pedro Marín), páginas 43-49.}