Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo octavo Discurso VIII

Examen filosófico de un suceso peregrino de estos tiempos

§. I

1. El mismo título, debajo del cual en el Tomo VI tratamos de una singular maravilla, que sucedió en el teatro del agua, servirá ahora para tratar de otro prodigio particularísimo, cuyo asunto es la actividad del fuego. Los fenómenos muy extraordinarios son del gusto de todos los lectores. Es grata la noticia de toda raridad. No hay cosa más fea en la naturaleza, que los monstruos; o por mejor decir, los monstruos son la [198] única fealdad, que hay en la naturaleza; con todo, su vista agrada por insólita, y se solicita con más ansia ver un monstruo sumamente disforme, que el cuerpo más bien proporcionado. Para los que leen, no sólo por diversión, mas también por estudio, traen los fenómenos extraordinarios, sobre el deleite, que causa la novedad, el provecho de dar más extensión a la Filosofía, o con la manifestación de causas antes incógnitas, o con el descubrimiento, ya de alguna particular actividad, ya de alguna singular combinación de las ya conocidas. Aún cuando nada se adelante en la indagación de las causas, ya es saber algo más, saber nuevos efectos.

§. II

2. El suceso, que hacemos materia de este Discurso, se refiere en la Memorias de Trevoux, año de 1730, art. 112, en una Carta del Marqués Maffei al R. P. D. Hypolito Bevilaqua. Este docto Caballero, no contento con noticiar el hecho como Historiador, razona sobre él como Filósofo. Su modo de discurrir muestra en todo la grande capacidad del Autor. Yo procuraré confirmar lo que él discurre, con algunas noticias, y reflexiones propias, aunque en parte me desviaré de su sentir. Para mayor claridad, y distinción de lo que el Marqués propone, y de lo que yo añado, pondré primero, como texto, su Carta, a quien servirá lo que yo añadiré de ilustración. Pero me tomaré la libertad de omitir uno, u otro pasaje de la Carta, que no toca a lo substancial del asunto.

3. Entre los efectos admirables (dice), que de tiempo en tiempo nos representa la naturaleza, apenas se ha visto cosa más extraña, que el funesto accidente arribado en Cesena, cuya descripción voy a hacer. Madama la Condesa Cornelia Bandi, mujer de notoria piedad, y costumbres irreprensibles, de edad de 26 años, habiéndose acostado la noche del día catorce del Marzo próximo, fue hallada por la mañana muerta, y reducida [199] a cenizas. Encontrose en el suelo del aposento, cerca de la cama, una masa informe de verdadera ceniza muy menuda, la cual se disipaba apretándola un poco con la mano, y dejaba los dedos mojados de una agua crasa, y hedionda. Muy cerca del cadáver estaban las piernas, y pies enteros, y calzados, tres dedos de una mano denegridos, y ahumados. La cara, con una buena porción del cráneo, no se redujo a ceniza como ni tampoco los sesos. El suelo estaba mojado de un humor viscoso, y de mal olor; las paredes, los muebles, y cama cubiertos de un hollín húmedo, y ceniciento, que no solamente había estregado el lienzo depositado en los cofres, mas había penetrado a la cámara contigua, dentro de las alacenas de dicha cámara, y aún a la cámara superior, donde se notó sobre la pared una agua hedionda algo amarilla.

4. No se puede dar, que un efecto tan extraordinario fue producido por el fuego, siendo propio del fuego quemar, ennegrecer, y reducir a ceniza; pero ciertamente no de un fuego ordinario, el cual hubiera quemado la cama, y aposento; y por otra parte no puede reducir a ceniza un cuerpo humano, sino con mucha cantidad de leña, u otros combustibles, y en el espacio de muchas horas.

5. El fuego, pues, que hizo este estrago, ciertamente era una especie del fuego del Rayo, nombre que solemos dar a todo fuego encendido súbitamente sin concurso humano, que tiene una extraordinaria actividad, y produce admirables efectos, penetrando en lugares cerrados por el suelo, o por la pared. Pero es ocioso preguntar, si el fuego vino por la chimenea, o por las rendijas de la ventana; no sólo porque él penetra las paredes, sin dejar abertura, como se ha notado en esta ocasión, mas también, y principalmente porque, como expliqué en mi Carta a Monsieur Vallisnieri, el Rayo no viene de las nubes; antes se produce en el mismo sitio donde se ve, y hace sentir sus efectos. Yo hallo mi [200] opinión confirmada por este accidente, porque no creo se pueda revocar en duda, que un fuego de esta especie fue producido en la cámara, y alderredor del mismo cuerpo, no pudiendo haber sido conducido por el aire externo, porque el tiempo estaba en calma, y sereno. Que estas especies de fuegos se forman en los sitios mismos donde abrasan, lo he observado en estos últimos años por catorce accidentes sucedidos en corto espacio de tiempo, y de los cuales algunos tuvieron funestas resultas, como Almagacenes reducidos a ceniza por el fuego en diferentes partes de Italia, y en los Estados de Venecia sobre las costas marítimas. ¿Qué motivo hay para creer, como lo han creído Descartes, Gasendo, y los demás Filósofos Modernos, que estos fuegos vienen del Cielo? Digamos antes, que se forman en los lugares cerrados, estando allí el aire cargado de fluidos nitrosos, y sulfúreos, lo que se hace sentir cuando se entra en tales sitios. ¿Y no vemos en los Almagacenes de Pólvora, cuando se ha pasado considerable tiempo, sin cuidar de ellos, mudar el aire, digámoslo así, de forma, subtilizarse por el nitro, y el azufre, agitarse, y convertirse en fuego? Esto es lo que debe pensarse del fuego de Cesena; esto es, que se formó en la misma cuadra.

6. Pero restan aún algunas circunstancias de difícil explicación. Un fuego en un tiempo tranquilo, y sereno; un fuego sin estrépito, y sin resplandor; un fuego, que en vez de dar la muerte sin alguna alteración aparente, como ha sucedido tantas veces, reduce en un momento en ceniza los diferentes fluidos del cuerpo, los músculos, los huesos, las entrañas, ¿cómo explicó solamente su violencia sobre el cuerpo de la Condesa, y no sobre las demás cosas cercanas, contentándose sólo con ennegrecerlas, y deteriorarlas? ¿Cómo de dos candelas, que había en la cuadra, se derritió, y disipó el sebo quedando intacto el pávilo?

7. Es fácil deducir de estas particularidades, que el fuego era de especie, y materia muy diferente de los fuegos [201] ordinarios. Estos cuando más, son formados por la inflamación de exhalaciones minerales sulfureas, y nitrosas, lo que se hace sentir, por el olor que deja el Rayo, en los lugares donde penetra; tal es también el olor que exhala la pólvora. Estos fuegos no se encienden, sino por la alteración del aire en ciertos tiempos, y rompen con gran ruido. El fuego en cuestión creo fue producido por el cuerpo mismo: que la inflamación se hizo en sus humores, los cuales, exhalándose afuera, le circundaron por todas partes. Muchos han observado ya, que hay partes sulfúreas en los humores del cuerpo humano; de donde viene, que el sudor de algunos cuerpos da un olor de azufre muy sensible. Es también cosa sabida de todos, que a veces sale lumbre de nuestros cuerpos, y de los de los brutos: que se ven chispear en la oscuridad algunos cuerpos mal sanos: que en los cementerios, y otros lugares semejantes se ven voltear varias llamas. Los Filósofos llaman a estos fuegos ignes labentes. Fortunio Lyceto cuenta, que una persona hacía salir fuego de su cuerpo, cuando estregaba el cuerpo con la mano, o se quitaba la camisa con precipitación.

§. III

8. En nuestra Ciudad, Madama Casandra Buri, estregándose con lienzo, u otra cosa, hacía salir chispas, y aún llamas bastantemente considerables. Lo mismo se lee en el pequeño libro de Ezequiel de Castro, Médico Hebreo intitulado: Fuego volante. En una colección de Opúsculos, impresa dos años ha en Venecia, está inserta una carta del Señor Vallisnieri, en la cual, sobre la relación de Mazzucheli, Médico de Milán, se cuenta que una mujer, habiendo despertado de noche por los dolores que sentía, vio una llama sobre la cama: con el susto despertó al marido, y ambos juzgaron que se abrasaba el cuarto; mas al fin se disipó, después de durar un cuarto de hora, sin hacer algún daño.

9. No es, pues, cosa nueva, que los humores del [202] cuerpo humano, y sobre todo del de las mujeres, produzcan un fuego, que se exhale hacia fuera. Dirase, que estos fuegos son muy ligeros, para que podamos concebirlos de la misma naturaleza del que tratamos. Pero, finalmente, las exhalaciones de la tierra, que causan los fuegos, o llamas inocentes, causan también el furioso fuego del Rayo. Es, pues, preciso decir, que el fuego de esta señora, que los espíritus animales, y las fermentaciones de su cuerpo tenían un temple particular, y disposiciones muy diferentes de los demás cuerpos, las cuales juntas a ciertas disposiciones, y circunstancias, que no podemos adivinar, pudieron producir tan raro efecto.

10. Puede ser, que en el caso, de que hablamos, alguna virtud mineral, esparcida por el aire, contribuyó a la extrema violencia del fuego, el cual prendió en los espíritus animales; y así no hay que admirar, que no haya explicado su violencia, sino en un cuerpo homogéneo. Asimismo se puede discurrir, que no hizo gran ruido, por no haber concurrido nitro, que separase las partes del aire con ímpetu. El hollín, que dejó, era oleoseo, porque los humores del cuerpo humano son ordinariamente crasos, y viscosos. Redujo en cenizas en un momento lo que el fuego común no podría hacer sino con mucha dificultad, porque no hay fuerza comparable a la del Rayo: el hollín, y los demás vestigios del fuego se percibieron en la cuadra superior, porque, en mi sentir, el Rayo no viene de arriba abajo, antes va de abajo arriba.

11. ¿Mas cuál pudo ser la causa del incendio? Diré lo que pienso. El señor Sigismundo Asimis de Gorisia, joven de mucho ingenio, que al presente habita en Verona, me dijo, que pasando por Cesena poco tiempo después de este funesto accidente, había sabido, que la Condesa acostumbraba lavarse con espíritu de vino, cuando se hallaba indispuesta: que tal se había hallado aquella noche antes de acostarse, según se nota en la Relación, donde se dice, que antes de darse al lecho, [203] se observó en ella una pesadez, y adormecimiento extraordinario. Es probable, que ella se levantó de la cama para usar de su remedio ordinario, pues el fuego la sorprendió fuera del lecho, como se manifiesta por la situación en que se hallaron los restos del cadáver. Esta especie de baño consistía en estregarse el cuerpo. Ya hemos visto en la Historia de la Dama de Verona, que estregándose excitaba las llamas, que salían de ella; lo que da lugar a creer, que este fuego podría no tener otra causa, que los humores fluidos, que había en grande abundancia, y estaban en una grande agitación, a causa de la abertura de los poros. Añádese a esto, que el cutis, así estregado con el espíritu de vino, quedaba más susceptivo del calor; pues las piernas, que no habían sido bañadas, quedaron enteras. Asimismo la cara no se redujo a ceniza, acaso porque no acostumbraba lavarla, y estregarla con el espíritu de vino.

12. Por conclusión voy a añadir una cosa, que me parece confirmar todo lo dicho. En un Libro, intitulado Lumen novum Phosphoris accensum, impreso en Amsterdan en el año de 1717, se refiere, que una Dama de París, acostumbrada de mucho tiempo a beber espíritu de vino, fue una noche reducida a ceniza, y humo, por la llama, que salía de su cuerpo, exceptuando el cráneo, y las extremidades de los dedos; lo que prueba, que el suceso de Cesena no es único en su especie, pues el de París parece estar vestido de las mismas circunstancias; esto es, el cráneo, y los dedos preservados del fuego. Si el Autor del libro hubiera particularizado el accidente que refiere, hallaríamos sin duda en él las señales de una especie de Rayo. Esto es todo lo que tenía que deciros sobre materia tan difícil, &c.

13. Hasta aquí el Marqués Maffei: en cuyo Escrito hay dos cosas que considerar: la primera, la Relación del hecho: la segunda, el modo de filosofar sobre él. En orden a la primera, yo confieso, que siendo el suceso [204] tan extraordinario, no es de los más verisímiles. Mas por otra parte un Caballero de las prendas del Marque Maffei, en cosa que positivamente, y sin la menor perplejidad afirma, puede aceptarse por fiador del hecho más raro, entretanto que la Filosofía no lo contradiga. En los términos, pues, en que estamos, el asenso a la noticia está conexo con el examen de si el hecho está comprendido bajo la actividad de la naturaleza.

14. Y lo primero, que sobre esto ocurre, es, que nadie con fundamento puede negar la posibilidad del hecho dentro de los términos naturales. Para esto es menester tener comprendidas varias cosas, que hasta ahora no pudo penetrara la perspicacia de los Filósofos: como la naturaleza del fuego, el modo de su generación, y comunicación, el término de su actividad, la extensión de su materia, cuáles, y en qué circunstancias son los combustibles, con que ejerce mayor violencia. Sin un conocimiento perfecto de todo esto no se puede decidir contra la posibilidad del incendio en cuestión. Pero este conocimiento perfecto no le hay en hombre alguno. Sobre la naturaleza del fuego, su generación, y comunicación, están discordes los Filósofos, y versímilmente nunca llegarán a conciliarse: del término de su actividad, extensión de su materia, y cuáles, y en qué circunstancias son los combustibles más violentos, hay una profunda ignorancia, y es preciso que, sin revelación, siempre la haya. Porque doy que arribarse el hombre a conocer la inmensa multitud de combustibles, que hay en la naturaleza, lo que nunca se puede esperar; le restaría otra multitud incomparablemente mayor, cuyo conocimiento es indispensablemente necesario para determinar la cuestión en que estamos; esto es, la de todas las combinaciones, y preparaciones posibles de esos combustibles mismos, cuyo número excede a muchos millones de millones de arenas del mar. Digo, que este conocimiento es absolutamente necesario, siendo claro, que de la diferente combinación, y preparación de [205] combustibles resulta más, o menos actividad en el fuego.

§. IV

15. De esta consideración, que concluyentemente excluye toda demostración de la imposibilidad del hecho, tomaremos el hilo para probar positivamente su posibilidad. La gran dificultad del fuego en cuestión consiste en su generación, y actividad. No se descubre agente que le produjese; tampoco materia proporcionada a la grande actividad, que era menester para reducir en brevísimo tiempo a cenizas un cuerpo humano. Pero toda esta dificultad, por lo que mira a la credibilidad del hecho, se debe suponer vencida, si hallamos la misma en otro cualquiera fuego, cuya existencia sea innegable. Pregunto ahora: ¿quién, antes de encenderse el Rayo, vio, ni el agente que le produce, ni la materia en que le excita? Si no tuviésemos noticia alguna del Rayo, y de su horrenda violencia, al primero que nos la diese le propondríamos las mismas dificultades, y aún más esforzadas. ¿Cómo es posible, diríamos, que allá arriba, donde no hay material alguno combustible, se haya encendido fuego? En caso que se encendiese, sería en una materia muy rarificada, y tenuísima, pues no hay allá arriba cuerpo alguno denso; por consiguiente sería debilísima la actividad de ese fuego; pues vemos, que cuanto más rara es la materia, en que prende el fuego, tanto éste es menos activo. Sin más fundamento nos burlaríamos de quien nos dijese había visto bajar del aire un fuego, que rompía los mármoles, derretía en un momento los metales, asolaba los más fuertes edificios.

16. Como tenemos certeza experimental de la existencia, y ferocidad del Rayo, hemos llegado a comprender, que la materia de que se produce, es una exhalación tan leve, y rara, que el aire, que respiramos, es más denso, y pesado que ella (a no serlo, no montará la exhalación sobre él); y que sin embargo de la [206] raridad de la materia, el fuego, que se excita en ella; es de una actividad prodigiosísima. Asimismo conocemos, que aquel fuego no es producido por otro fuego, sino que resulta de la fermentación de las partes heterogéneas, de que consta la exhalación misma. Pues ve aquí el negocio compuesto, y allanado todo para nuestro caso. ¿Qué estorbo se puede imaginar, para que en el aposento de la Condesa se congregasen exhalaciones (o ya que saliesen de su mismo cuerpo, o que viniesen de afuera, de que prescindimos por ahora) de la misma naturaleza de aquellas, de que se forma el Rayo, y que tuviesen una fermentación semejante? Que abrasase en breve tiempo el cuerpo de la Condesa, es consiguiente, pues es extrema la prontitud del fuego del Rayo en consumir los cuerpos más resistentes al fuego ordinario. Así con suma verisimilitud llama el Marqués Maffei fuego de Rayo al que causo aquella tragedia.

17. El ejemplo del incendio espontáneo de los Almagacenes de Pólvora, con el que el Marqués confirma su sistema, es sin duda muy verdadero. En esta Ciudad de Oviedo se vio suceso semejante, desde que yo habito en ella. En la más baja estancia de un Torreón de su fortaleza estaban depositados desde mucho tiempo treinta, o cuarenta quintales de Pólvora. Una mañana saltó al aire con grande estrépito todo el Torreón, esparciéndose muchas de sus piedras a largas distancias. La opinión de que había caído algún Rayo sobre la Pólvora, sólo pudo tener cabimiento en el más rudo Vulgo, por estar a la sazón el Cielo serenísimo. Tampoco tuvo la menor probabilidad lo que algunos discurrieron, que ciertos delincuentes, que estaban presos en la fortaleza, le habían dado fuego, porque no podían pasar a la estancia donde estaba la Pólvora, ni padeció daño alguno de ellos. En fin, bien miradas, y remiradas las circunstancias todas, estoy cierto de que ni aquel incendio vino del Cielo, ni fue efecto de la acción humana.

18. He leído, que la Pólvora en mucha cantidad, [207] guardada largo tiempo, y humedecida, se enciende por sí misma. Estas circunstancias concurrieron en la que estaba depositada en esta fortaleza. El Marqués Maffei no discurre, que en casos semejantes el incendio empieza por la Pólvora, sino por los hálitos de ella esparcidos por el ambiente; los cuales, encendidos por medio de la fermentación, pegan fuego a la Pólvora. Este modo de discurrir es más favorable a su propósito. La multitud de fuegos, que se encienden en el aire por la fermentación de las exhalaciones térreas, parece hace más verisímil lo segundo. Humedecida la Pólvora, es preciso que exhale al ambiente muchos corpúsculos nitrosos, y sulfúreos, los cuales encarcelados, y detenidos en la cámara donde está la Pólvora, fermentándose, se encienden. En los ejemplares, de que hace mención el Marqués, parece supone, que los Almagacenes estuvieron mucho tiempo cerrados, sin cuidar de ellos. Esta circunstancia inclina mucho, por lo que acabamos de insinuar, a que en el aire se suscitó el incendio. Mas por otra parte no repugna, que empezase por la Pólvora. Desleídas con la humedad, y uniéndose más por este medio las partecillas nitrosas, y sulfúreas, o también otras de diferente naturaleza, pudieron fermentar, y suscitar llama dentro del mismo cúmulo de la Pólvora. El ejemplo de la cal, cuya efervescencia se excita con la afusión del agua; y el del heno, acumulado en gran cantidad, y humedecido, que por sí mismo se enciende, hacen concebir mucho más posible esto mismo en la Pólvora.

19. Esta duda puede comunicarse por reflexión al caso cuestionado. El Marqués Maffei sienta, que el fuego se encendió fuera del cuerpo de la Condesa en los efluvios exhalados del mismo cuerpo. ¿Pero no podría, pregunto yo, encenderse dentro del cuerpo? ¿Quién quita, que en alguna de sus cavidades se congregasen, y fermentasen violentamente los humores, que el Marqués quiere que, evaporados del cuerpo, fermentasen en el [208] ambiente vecino? Mejor se concibe aquello, que esto. La razón es, porque incluidos en alguna cavidad del cuerpo, pueden comprimirse de modo, que resulte una efervescencia, y fuego de grande actividad; como al contrario, libres los efluvios en el ambiente, no pueden adquirir esa comprensión, por consiguiente, ni tanta violencia. Por esta razón las exhalaciones, de que se forma el Rayo, se supone comunmente comprimidas por la nube que las circunda. En cuanto al fuego, que enciende los Almagacenes, no tiene inconveniente discurrir, que se produzca de los efluvios de la Pólvora comunicados al ambiente; porque, por poco activo que sea aquel fuego, basta para encender un combustible tan pronto como la Pólvora. Mas para reducir en breve tiempo un cuerpo humano a ceniza, es necesario un fuego sumamente activo. Así yo, ya por lo dicho, ya por lo que diremos más abajo, me inclino, contra el dictamen del Marqué Maffei, a que el fuego, que abrasó la Condesa, se produjo dentro de su mismo cuerpo.

§. V

20. El Marqués Maffei, prueba, que en los humores del cuerpo humano se envuelve alguna materia inflamable, de la opinión común entre los modernos, que hay en ellos algunas partes sulfúreas, o análogas al azufre. Dejando aparte las pruebas de esta opinión, que se toman de la resolución analítica de la sangre, es más decisiva la experimental, que refiere el Doctor Martínez en su Anatomía Completa, de haberse visto, que en varios cadáveres, abierto un agujero en el estómago, y aplicada a él una luz, se encendieron llamas, cuya materia fueron sin duda los vapores sulfúreos exhalados del estómago.

21. Mas para el caso, en que estamos, daremos la prueba más oportuna de todas, tomada de Fósforo ardiente de Monsieur Kunkel. Este Fósforo, que se forma [209] de la orina humana, y es de una actividad prodigiosa, concluyentemente persuade, que hay en nuestros cuerpos una materia, no sólo inflamable, mas de tal inflamabilidad, cuando se coloca debajo de algunas particulares disposiciones, que su fuego es mucho más activo, que el fuego ordinario. Llámese de Monsieur Kunkel, no porque éste fuese su primer inventor; fuelo un Chimista Alemán, llamado Brand, habitante en Hamburgo, hombre poco conocido, de humor extravagante, misterioso en todas sus cosas, el cual, buscando otra cosa muy diferente, vino a encontrar el maravilloso Fósforo de que hablamos. Era vidriero de profesión; pero dejó el Oficio por ocuparse enteramente en la investigación de la Piedra Filosofal, de que estaba encaprichado. Habiéndosele metido en la cabeza, acaso por razón de su color dorado, que el secreto de la Piedra Filosofal consistía en alguna exquisita preparación de la orina, trabajó mucho tiempo sobre ella, preparándola de mil maneras diferentes, sin hallar nada. Mas finalmente el año de 1669, después de una fuerte destilación de la orina, halló en el recipiente una materia brillante, a quien por esta cualidad, se dio el nombre de Fósforo. Mostrola entre otras, a Monsieur Kunkel, Chimista del Elector de Sajonia; pero sin descubrir a nadie, ni la materia, ni el modo de su formación, murió poco después, y su secreto se sepultó con él. Pero le desenterró, digámoslo así, e hizo revivir la sagacidad de Monsieur Kunkel; el cual, habiendo hecho reflexión, que Brand casi toda su vida había estado trabajando sobre la orina, infatuado de la idea de hallar en ella la Piedra Filosofal, y que era muy verisímil, que en ella, por acaso, hubiese encontrado el prodigioso Fósforo, se aplicó a trabajar sobre la misma materia; y en efecto, después del porfiado trabajo de cuatro años, halló lo que buscaba. No fue avaro del secreto Kunkel, como lo había sido Brand, pues se lo comunicó a Monsieur Homberg, y éste a todo el Mundo. [210]

22. Llamábase Fósforo cualquiera materia distinta del fuego ordinario, que brilla en la oscuridad: voz Griega con que nombran los Astrónomos al Planeta Venus, cuando precede al Sol, y que llama el Vulgo Lucero de la mañana; y corresponde perfectamente la voz Griega Phosphoros a la Latina Lucifer, porque significa inmediatamente ferens lucem. Hay Fósforos naturales, y artificiales, y en una clase, y otra de muchas especies. Todos los de la primera, y por la mayor parte los de la segunda, son solamente luminosos, no ardientes, o inflamantes. El de Kunkel no es como quiera ardiente, sino de una actividad extraordinaria. Encendiéndose, levanta mucho mayor llama, que igual cantidad de pólvora. Tocando en la carne, penetra la herida mucho más, y hace mucho mayor daño, que otro ningún fuego. Inflama a las materias, que toca, con suma prontitud. Siendo tan activo en la propagación del fuego, aún lo es más en la comunicación de la luz. Habiendo Monsieur Casini apretado con los dedos un grano de este Fósforo, que estaba envuelto en un poco de lienzo, al momento se encendió, y encendió el lienzo. Tirole al suelo, y queriendo apagarle con el pie, al punto prendió el fuego en el zapato: acudió a una regla de bronce, que tenía a mano, para apagarle como con efecto le apagó. Pero (¡cosa prodigiosa!) la regla con tan breve contacto, por algún tiempo quedó hecha un nuevo Fósforo luminoso; de modo, que por espacio de los dos meses inmediatos resplandecía en las tinieblas. ¡Qué atrasada que va nuestra Filosofía! Cuando nos hallamos harto embarazados para explicar los Fenómenos más regulares, sucesivamente nos va poniendo la naturaleza a los ojos nuevos misterios, nuevas maravillas. [211]

§. VI

23. Los efectos de este Fósforo convencen, que hay dentro del cuerpo humano una materia de prodigiosa virtud incentiva, que puede reducirse a acto, colocada debajo de tales, o tales disposiciones. Es verdad, que estas disposiciones en el Fósforo son efecto del Arte; mas como el Arte no obra, sino aplicando los agentes naturales, pueden éstos en uno, u otro caso raro combinarse naturalmente, como los combina el Arte, y aún de modo que resulte en ellos mucho mayor actividad, que la del Fósforo de Kunkel.

24. Añádese, (y es advertencia de gran momento para el asunto) que Monsieur Homberg refiere le oyó a Kunkel, que no sólo de la orina se hacía el Fósforo, mas también se podía hacer, y en efecto él lo había hecho de otras materias animales, como de los excrementos gruesos, de la sangre, de la carne, de los huesos, del pelo, las uñas, &c. Lo que prueba, que la materia incentiva, de que hablamos, está distribuida por todo el cuerpo animal. En consecuencia de lo dicho se debe discurrir, que mucha parte de la materia de esta especie, que había en el cuerpo de la Condesa, por alguna disposición particular, que hubo para ello, se puso en movimiento, y desenvolviéndose de todo el resto de materia corpórea, que tenía como atada su actividad, la explicó en el cuerpo de la infeliz señora. Digo, que mucha parte de aquella materia se puso en movimiento, no toda; y de este modo se explica cómodamente por qué no todo el cuerpo se redujo a ceniza, suponiendo, que no se puso en movimiento sino la materia distribuida en aquellos miembros, que después se hallaron abrasados.

25. Así es cierto, que en nuestro sistema se explican con más facilidad todas las circunstancias de la tragedia, que en el del Marqués Maffei. Si el fuego se hubiese encendido en el ambiente, como quiere el Marqués, estaría muy enrarecido: con que no es fácil concebir, que [212] tuviese actividad para reducir a ceniza el cuerpo de la Condesa. Aún mayor dificultad hace el que no quemase otra cosa alguna de cuantas había en la cuadra. Es cierto, que el fuego del Rayo, y también (según dice Monsieur Homberg) el del Fósforo, perdonan ésta, o aquella materia, cebándose en las vecinas; pero siempre son más las materias, que se abrasan, que las privilegiadas. En nuestro caso sólo se abrasó el cuerpo de la Condesa. ¿Cómo es creíble, que si el fuego se hubiese encendido en el ambiente, no abrase otra alguna de tantas como había en la cuadra? A los ojos se viene, que en una cuadra medianamente alhajada hay gran número de materias de diferentes especies.

26. Para los efectos que se notaron, así en el aposento, como en las cuadras vecinas, bastaba el fuego encendido en el cuerpo de la Condesa. Los humores de él, reducidos a un humo extremamente sutilizado por la vehemencia del fuego, pudieron penetrar por los poros, o rendijas de los cuerpos interpuestos hasta lo interior de alacenas, y baúles, que estaban en las cuadras. Para derretir el sebo de las velas no era menester contacto del fuego, bastando el humo, y vapor calidísimo exhalado del cuerpo que se abrasaba.

27. Convengo en que el baño de agua ardiente pudo cooperar al movimiento de la materia incentiva esparcida en las partes en que se hizo el baño; aunque el hecho de hallar el cadáver fuera de la cama, en que se funda el Marqués, no prueba que se levantase a usar del baño. Un dolor atroz, una inquietud extraordinaria, que es natural sintiese al empezar la agitación de la materia inflamable, la obligaría, como sin libertad, a arrojarse del lecho, como sucede a otros enfermos angustiados de dolores atroces.

28 Digo, que aunque el hecho de hallar el cadáver fuera de la cama no prueba el uso del baño de agua ardiente, convengo, en que si intervino, pudo cooperar al incendio, y acaso éste no seguiría, no concurriendo el [213] baño. Inclíname a esto lo que refiere el Doctor Martínez en su Anatomía Completa, citando a Vulpario, y a Bartolino, de haberse visto salir llamas del estómago por la boca en muchos, que habían bebido gran cantidad de agua ardiente.

29. Pudieron, pues, acaso los humores de la Condesa estar en tal disposición, que el baño de agua ardiente pusiese la última disposición, o fuese con causa requerida para el incendio, haciendo lo que el eslabón en el pedernal, que sin ser herido de él, no suelta chispas. Pero también pudo ser tal la disposición de los humores, que sin ese auxilio se encendiesen. La naturaleza, preparación, y combinación de ellos puede bastar para esto: de que nos dan una prueba curiosa algunos licores químicos, que son fríos separados, o cada uno de por sí, y sin más operación que la mezcla se encienden. Son varias las recetas que hay para esto, y en que entran diferentes materiales. Una de ellas es la siguiente. Tómanse dos libras de salitre refinado, bien seco, y reducido a menudísimo polvo, con una libra de aceite de vitriolo ordinario. Extráhese de esta mezcla, por destilación, un espíritu de nitro rojo, y fumante. Pónese en un vidrio una onza de este espíritu, con otra de aceite de vitriolo concentrado. Échase sobre esta mezcla igual cantidad de aceite de Terebentina; y sin más diligencia se levanta al momento una hermosa llama con grande explosión, y mucho humo.

30. Una objeción, que puede formarse contra nuestra opinión en lo que se opone a la del Marqués, como se funda en lo que diremos en el Discurso siguiente, para la conclusión de él la reservamos.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo octavo (1739). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Pedro Marí, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo octavo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 197-213.}