Filosofía en español 
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Tomo octavo Discurso segundo

Desenredo de sofismas

§. I

1. Aristóteles en el Libro primero de los Elenchos señaló trece principios de la falacia de los argumentos sofísticos, o trece capítulos por donde los silogismos pueden ser falaces. De estos trece capítulos, los seis constituyó en la diccion, y los siete en la cosa expresada por la dicción. Pero bien mirado, todos los que señaló Arstoteles, tanto los primeros, como los segundos, se pueden reducir a uno solo, que es la ambigúedad de la expresión. Así parece, que no con mucha propiedad colocó los siete segundos en la cosa expresada. Pongo por ejemplo: uno de los silogismos sofísticos, donde dice, que la alucinación está en la cosa, es éste: Socrates es diferente de Corisco: Corisco es hombre: luego Socrates no es hombre. ¿Pero quién no ve, que la falacia de este silogismo consiste precisamente en la ambigúedad de aquella voz diferente, por la mayor, o menor amplitud, que se puede dar a su significación? Esto es, puede tomarse la diferencia enunciada en la mayor, o por una diferencia total, y adecuada, o por una diferencia parcial, e inadecuada. Si se le da la primera significación a la voz diferente, la ilación es buena; pero la proposición es falsa, y por consiguiente falsa también la conclusión: si se le da la segunda significación la proposición es verdadera, pero la ilación mala; porque [14] de que Socrates sea diferente en algo de Corisco, no se infiere que no convenga uno, y otro en ser hombres.

2. Hablando, pues, con propiedad, el principio único de donde viene la falacia del Silogismo, o que hace al silogismo falaz, es la ambigúedad de alguna voz. La razón es, porque la falacia del silogismo consiste, según el mismo Aristóteles, en la apariencia que tiene de ser buena la ilación, siendo mala en la realidad; y esta apariencia sólo puede venir de la ambigúedad de alguno de los tres términos de que consta el silogismo, el cual, tomándose en diferentes partes del silogismo en diverso sentido, falta la identidad de las extremidades, con el medio; por consiguiente no puede ser buena la ilación.

3. De aquí infiero lo primero, que no es silogismo falaz, o sofístico aquel, donde la ilación ciertamente es mala, por faltarse notoriamente a la forma; como este: El hombre es animal: el asno es animal: luego el hombre es asno: La razón es, porque aquí falta enteramente la apariencia de ser la raciocinación buena. Infiero lo segundo, que tampoco es propiamente argumento sofístico aquel, que no por defecto de la forma, sino por alguna proposición falsa, infiere un consiguiente notoriamente falso.

4. Así, aunque aquel argumento, a quien dieron aquel nombre de Aquiles, con que Zenón probaba, que no hay, ni es posible, en el mundo un movimiento más veloz que otro, sea comunmente computado entre los más célebres Sofismas de la antigúedad, juzgo que no es propiamente tal. Homero dejó escrito, que aquel insigne Guerrero Griego, llamado Aquiles, era extremadamente ágil, y veloz. Pretendía, pues, Zenón, que Aquiles no podía exceder en la velocidad a una Tortuga; y como la Tortuga fuese adelantada un paso sólo en un movimiento continuado, nunca Aquiles podría alcanzarla; porque decía: Ni Aquiles puede avanzar en cada punto indivisible de tiempo, más que un punto indivisible de espacio; ni la [15] Tortuga puede avanzar menos que un punto indivisible de espacio en cada punto indivisible de tiempo. Luego ni uno, ni otro pueden en mil puntos indivisibles de tiempo avanzar más ni menos, que mil puntos indivisibles de espacio: por consiguiente, el movimiento de entrambos es igualmente veloz, o igualmente tardo. Una, y otra parte del antecedente parece las probaba Zenón con evidencia: la primera, porque si Aquiles en un punto indivisible de tiempo, avanzase dos puntos indivisibles de espacio, se seguiría, que el cuerpo de Aquiles en un punto indivisible de tiempo (simul, & semel) estaría en distintos lugares; lo que es imposible, por lo menos naturalmente. La segunda, porque como no hay espacio menor que el punto indivisible, se seguiría, que si la Tortuga en un punto indivisible de tiempo, no avanzase un punto indivisible de espacio, nada se movería en ese punto indivisible de tiempo (lo que es contra la suposición hecha de moverse continuadamente), pues repugna movimiento local, sin pasar a otra parte del espacio.

5. A este argumento se dio el nombre de Aquiles, porque era costumbre entre los antiguos Sofistas apellidar los argumentos dolosos, que inventaban, denominándolos de la materia misma del argumento, o de alguno de los términos, que entraban en él. Hoy entre los Escolásticos hay el modo de hablar metafórico; y antonomástico de llamar Aquiles el argumento principal, y más fuerte, en que se funda alguna opinión; lo que sin duda tuvo su origen en aquel argumento de Zenón, aunque el motivo de la denominación es diferente, pues hoy se da el nombre de Aquiles a un argumento en atención a la fuerza que tiene: al de Zenón se dio por alusión a la materia que trataba; bien es verdad, que también se le pudiera aplicar en consideración de su fuerza, porque es sin duda de muy difícil solución; porque la que se da, de que ni el tiempo, ni el espacio se componen de indivisibles, no evacua la dificultad. Pero aún es mucho más intrincado, y a mi parecer también mucho más agudo, otro de que [16] usaba el mismo filósofo para el mismo intento. Aristóteles le propone en el lib. 6. de los Físicos cap. 9. y procura responderle; pero creo hallarán muchos igualmente difícil en entender la solución de Aristóteles, que desatar el argumento de Zenón.

6. Estos argumentos, y otros semejantes, cuya dificultad no pende de las voces de que usan, sino del principio que toman, aunque infieran un consiguiente evidentemente falso, como el que infería Zenón, no son comprendidos, como dije, en la clase de los argumentos sofísticos; porque la falacia no está en la forma, sino en la materia. Por cuya razón tampoco para disolverlos se pueden dar reglas generales. Cada uno tiene su especial dificultad, que no se puede evacuar, sino mediante la penetración del principio en que se funda, y materia que toca.

§. II

7. Volviendo, pues, a los silogismos, o argumentos propiamente sofísticos, digo, que así como la falacia de todos se puede reducir a un principio solo, que es la ambigúedad de las voces, también a una regla única se puede reducir la solución de todos ellos, que es observar, si entre las voces de que se usa el argumento, hay alguna cuya significación sea ambigua en orden al intento de la disputa. Digo en orden al intento de la disputa, porque hablando absolutamente, apenas hay voz, en cuya significación no quepa alguna ambigúedad. Observada la ambigúedad de la voz, se le debe precisar al arguyente a que determine su significación; lo cual hecho, se verá patente la falacia.

8. Aristóteles redujo la ambigúedad a trece especies, pareciéndole, que en ellas hacía una división adecuada de la razón genérica. Pero sin duda se engañó. Y me sería fácil, a no estorbarlo el inconveniente de la prolijidad, señalar otras especies de ambigúedad, distintas de todas las que él notó. Así, lo que con tanto estudio, y extensión escribió sobre este asunto en los dos libros de [17] Elenchos, juzgo fue no sólo un trabajo inútil, sino nocivo; pues el que persuadido a que en los preceptos Aristotélicos están comprendidas todas las reglas para desenredar Sofismas, atendiere únicamente a ellos se hallará enteramente sorprendido en varias ocasiones, en que la ambigúedad no pertenece a ninguna de las especies, que señaló Aristóteles. Pero doy que la división Aristotelica fuese adecuada. ¿A quién se da lugar en el argumento al prolijo examen de ir recorriendo en cada voz las trece especies de ambigúedad, notadas por Aristóteles, para ver si está comprendida en alguna de ellas?

9. La regla, pues, que en esto cabe, es una, y única. Cualquiera de mediana razón, al proponerle un argumento falaz, a la simple inspección de él, y antes de advertir en que está la falacia, conoce, que el consiguiente no se infiere, en realidad de las premisas. Advertido esto, si se ve, que según el sonido de las voces no hay defecto en la forma, es cierto, que alguna de ellas es de significación ambigua; lo cual reconocido, como las voces son pocas, a brevísimo examen se descubrirá cuál es la que adolece de este defecto; en cuyo caso se le debe precisar al que arguye, a que determine la significación.

10. Pongo dos ejemplos en dos Sofismas vulgarísimos, y antiquísimos. Sea el primero aquel pueril silogismo: Mus est voz monosyllaba; sed vox monosyllaba non rodit caseum: ergo mus non rodit caseum. Cualquiera, a la simple vista del silogismo, comprende, que el consiguiente no se infiere, y juntamente, que atento sólo el sonido de las voces, el argumento guarda la debida forma. De aquí infiere que hay en él alguna voz ambigua, y al momento hallará, que la ambigúedad está en la voz mus, la cual en la mayor supone por sí misma, y en la menor por el animal significado por ella. Sea el segundo, el que por su materia llamaron los Antiguos Cornuto: Quod non amisisti, habes; sed non amisisti cornua: ergo cornua habes. Con el mismo método se hallará fácilmente, que la ambigúedad está en el non amisisti. No haber perdido, se [18] dice con propiedad de lo que se ha poseído; pero abusivamente de lo que nunca se poseyó. Así, con estos términos, proprie loquendo, improprie loquendo, se puede distinguir mayor, y menor. Más: No perder una cosa, es conservarla, o en sí misma, o en equivalencia suya. Substitúyese en el silogismo el verbo conservar, a no perder, y saldrá la menor evidentemente falsa.

§. III

11. Digo, que para descubrir los trampantojos sofísticos, la Lógica natural hace mucho más que la artificial. Un buen entendimiento con mediana reflexión, sin atender a regla alguna, más que a la general, que hemos señalado, conoce luego si en el argumento se usa de alguna voz con ambigúedad: si su significación es, o equívoca, u obscura, o impropia, &c. y descubierto esto, está descifrado el enigma.

12. Haré patente lo dicho en el Sofisma llamado Sorites, famoso entre los antiguos Dialécticos. Este era un argumento, que procediendo por varias preguntas, o proposiciones (que también podían reducirse a silogismos, o enthymemas) obligaba en fin al que respondía a conceder una cosa evidentemente falsa, y absurdísima. El Jurisconsulto Ulpiano le definió: Cum ad evidentir veris per brevissimas mutationes, disputatio ad ea, quae evidenter falsa sunt, perducitur. Y en Castellano diremos, que el Sorites es una especie de raciocinio, que de alguna, o algunas proposiciones evidentemente verdaderas, con un progreso sucesivo de varias menudas mutaciones, viene a inferir alguna proposición evidentemente falsa. Llamose Sorites de la voz Griega Soros, que significa montón, porque ordinariamente se proponía, tomando por materia un montón de trigo, aunque se podía extender a otros innumerables asuntos. Así los Latinos, tratando del mismo Sofisma, tradujeron la voz Sorites, en acervalis, que significa lo propio. Su intento era probar, que por más, y más granos de trigo que se junten, [19] jamás se hará montón. Para lo cual se arguye así: Un grano solo, no hace montón. Añádese otro, tampoco hay montón. Uno, y otro se concedía. Proseguía el arguyente. Aunque se añada otro grano, tampoco habrá montón, porque lo que no era antes montón, no se puede hacer montón, con la adición de un solo grano. También se concedía. Pero de aquí procedía el arguyente, continuando la misma progresión por cada grano en particular, hasta inferir, que ni muchos millones de millones de granos hacían montón.

13. Este Sofisma puede, como dije, extenderse a innumerables materias diferentes, y trampearse con él innumerables verdades patentes. Pongo por ejemplo. Se podrá probar que un hombre, por más vino que beba, nunca podrá llegar a embriagarse; porque se seguiría, que con una gota sola de vino, pasaba de sobrio a ebrio: que un cuerpo por más que le calentasen, nunca llegaría a estar calidísimo; porque se seguiría, que con un grado minutísimo de calor, pasaba de templadamente cálido, o de tibio, a calidísimo: que un hombre, yéndole quitándole los pelos de la cabeza uno por uno, hasta no dejarle ni uno solo, con todo no sería calvo. Donde se ve, que el Sofisma, a quien dieron los antiguos el nombre de Calvo, no hacía más que variar la materia del Sorites. Generalmente se puede usar de esta forma de argúir para impugnar todas aquellas denominaciones, que caen precisamente sobre materia divisible, en muchas menudas proporciones, o de cantidad, o de cualidad.

14. Inventó este Sofisma Eubulides, Filósofo de la Secta Megárica, discípulo del otro famoso Sofista Euclides, Jefe, y Fundador de aquella Secta. Pero el mismo inventor no acertó a desatarle. Lo propio sucedió a Crisipo, el mayor Dialéctico que tuvo la antigúedad, de quien Dionisio Halicarnaseo dijo: Quo neque melius quisquam, neque exactius dialecticas disciplinas professus est. Y Diogenes Laercio, que decían muchos, que si los [20] Dioses quisiesen ejercitarse en la Dialéctica, no usarían de otra, que de la que había escrito Crisipo.

15. Cosa admirable parece, que un Dialéctico tan grande no hallase solución al argumento Sorites. Pero yo estoy tan lejos de admirarlo, que antes sospechoso, que por ser tan Dialéctico (vaya esta Paradoja) no atinó con ella. Los que se pican mucho de Dialécticos, piensan salir del laberinto de todo Sofisma con el hilo de la Lógica. Juzgan, que este Arte es un medio universal para sacar de todos sus apuros al entendimiento; y a la pobre le falta muchísimo para serlo. Por más, y más reglas que se amontonen en ella, aunque de sus preceptos se formen muchos volúmenes (como hizo Crisipo) nunca bastará para desatar todos los nudos, que puede enredar un genio cavilatorio. Aristóteles pensó haber dado, en los libros de los Elenchos, reglas para disolver todo género, o especie de Sofismas. Con todo, es claro, que ninguna de las que dio, sirve para responder al Sorites. Crisipo, pues, volvería, y revolvería los grandes Bártulos de sus especulaciones Dialécticas, con la esperanza de hallar en alguna de ellas salida al Sofisma; y aún viéndose frustrado, no tentaría otro medio, por haber constituido a la Dialéctica su Deidad mental, socorredora de todas las necesidades del discurso. Si no fuese Dialécrico (siendo tal sutil, como le pintan) apelaría a la razón natural, y con alguna meditación sobre la materia, hallaría la solución, como yo sin otro auxilio la hallé. Este daño hacen las vanas confianzas, que inspira la mucha aplicación a la Lógica. Trabájase en un terreno, que erradamente se cree fecundísimo, y se abandona el fertilísimo campo de una clara, y limpia razón natural, que daría mucho mayor fruto, si se cultivase con atenta meditación.

16. Guiado sólo de esta luz, propondré aquí la solución del Sorites, en un Diálogo entre un Dialéctico, y un Crítico: método, que, aunque difuso, me ha parecido ahora el más conveniente: lo primero, para [21] desenmarañar con más claridad la progresión enredosa del Sofisma: lo segundo, para dar idea al Lector del método Analítico, más oportuno en varias ocasiones, que el Escolástico, para mostrar la vanidad de argumentos cavilatorios: lo tercero, para ministrarle sensiblemente una instrucción, que puede servirle de pauta general para aclarar la confusa ambigúedad de las voces; y en fin, para suavizar con la amenidad del Diálogo las rígidas sequedades de la Escuela. Meteré de golpe a los interlocutores en materia, omitiendo las formalidades de la introducción, por no dilatarle demasiado.

Diálogo
Dialéctico. Crítico

Dialéctico. Nada acredita tanto la excelencia de nuestro Arte, como una insigne ventaja, que logran sus profesores sobre todos los demás hombres. Crítico. ¿Qué excelencia es ésa? Dialect. Que pueden probar cuánto quisieren, aunque sea evidentemente falso; y a veces con tal destreza, que concluyen sin remedio a cualquiera que se les oponga. Crit. Si ésa es toda la excelencia de vuestro Arte, a fe que no os la envidio. Creyera yo, que antes haríais vanidad de discernir por medio de ella lo verdadero de lo falso; pero confundir con falaces pruebas lo verdadero con lo falso, es una habilidad perniciosa, y que como tal debiera desterrarse del mundo. Por lo menos debiera multarse en las Aulas a los que usan de tales argumentos, como en los Tribunales de Justicia son multados los litigantes de mala fe, los cuales no hacen otra cosa, que lo que aquellos; pues su asunto es probar con falacias un hecho, o un derecho falso, y persuadir que es verdadero. Dialect. El destino de nuestro Arte es sin duda discernir lo verdadero de lo falso. Pero esto no quita, que para ostentación de sus grandes fuerzas usemos [22] a veces de ella, para probar lo falso como verdadero. Critic. Siempre ese será un abuso damnable, como lo sería en un Jurisperito aprovecharse de lo que ha estudiado en su Facultad, para alucinar a los Jueces, persuadiéndoles, que es derecho lo que es torcido. Mas puesto esto aparte, yo no creo vuestras cavilaciones tan poderosas, que cuando intentéis probar con ellas ser verdadera una cosa, que es evidentemente falsa, un hombre de entendimiento despejado, sin otro auxilio, que el de una clara luz natural, no pueda daros muy buena respuesta, y descubrir la falacia. Dialect. ¡O qué engañado estáis! Si hubierais visto los Sofismas, que inventó Eubulides, Dialéctico Griego, contemporáneo de Aristóteles, especialmente aquel a quien apellidó Sorites, no diríais eso. tan cierto es que la razón natural por sí sola no acierta a desatarle, que ni aún Crisipo, insignísimo Dialéctico de aquel tiempo, o del inmediato, por más que trabajó sobre ello, no acertó a darle solución. Crit. ¿Qué animal de las Indias es ese Sorites? Dialéc. No os burléis, ni llaméis animal a un ente, que es puramente racional. Esta es una especie de argumento, con el cual se prueba, que por más, y más granos que se junten, jamás llegará a formarse un montón de trigo. Y del mismo modo se prueba, que por más, y más vino que beba un hombre, jamás llegará a estar borracho: que un cuerpo, por más, y más calor que se le de, nunca llegará a estar calidísimo; y a este modo otras mil cosas. Critic. Tened, que ya he oído proponer en cierta conversación ese argumento. ¿No es el que se funda en que un grano solo añadido no puede hacer que sea montón, el que antes de añadir ese grano no lo era, y sobre este supuesto va procediendo de grano en grano hasta millones de millones? Dialect. El mismo. Critic. Pues lo dicho dicho. A ese argumento, y otros cien mil del mismo jaez, os daré solución, sin otro socorro, que el de mi razón natural. Dialect. Ya que estáis enterado del argumento, espero verla. Critic. Antes de darla es [23] preciso me digáis, ¿qué entendéis por estas voces montón de trigo? Dialect. A muchos he propuesto este argumento, y nadie me ha hecho tal pregunta. Crit. A vista de eso, no extraño, que nadie os diese respuesta. Pero ello es forzoso, que me digáis con toda precisión, qué entendéis en esas voces; porque, si vos entendéis una cosa, y yo otra, todo será confusión en la disputa, y nada se podrá aclarar. Dialect. No pienso, que en eso puede haber diferencia entre los dos, pues ni vos, ni yo entenderemos otra cosa en esas voces, que lo que entiende todo el mundo. Crit. Según eso juzgáis, que todo el mundo está uniforme en la inteligencia de esas voces. Dialect. Sin duda. Crit. Pues sin duda os engañáis: porque si preguntáis a varios hombres sobre la cantidad de trigo, que es menester para tener la denominación de montón, os responderán con mucha diversidad. Unos os dirán, que son menester, pongo por ejemplo, cuatro hanegas: otros dirán, que basta medio celemín: otros ocurrirán a la pregunta, distinguiendo montón grande, pequeño, y mediano: otros más formales, añadirán a estas tres diferencias las dos de mínimo, y máximo. Dialect. No obstante la diversidad que me representáis, creo yo, que todo el mundo convendrá en entender por montón de trigo, una colección de muchos granos de trigo, pues esta explicación se verifica en el montón grande, en el pequeño, en el mediano, &c. Crit. Decís bellamente, y ésta es sin duda la significación legítima de esas voces. Pero ahora os resta explicar, ¿qué entendéis por la voz muchos, aplicada a los granos de trigo? Dialect. Traza tenéis de detenerme en preguntas todo el día, y eso me huele a querer huir el cuerpo a la dificultad. Crit. No os debe mi sinceridad ese siniestro juicio. La pregunta, que os hago, ahora es tan precisa como la antecedente; porque la voz muchos, según la diferente luz a que se mira, o materia a que se aplica, significa diversísimamente. Haced de cuenta, que mi pregunta viene a resolverse en esta: ¿Qué cantidad numérica es menester, y basta [24] para dar la denominación de muchos, dentro de cualquiera especie de individuos? Ved ahora como a esta pregunta se puede responder de diferentes maneras, y siempre con verdad. Si se toma gramaticalmente la voz, digo, que dos bastan para constituir multitud, o pluralidad, porque los Gramáticos no señalan otro número contrapuesto al plural, sino el singular; y así dos hombres, dos escudos, dos granos los explican en plural, que es lo mismo que denominarlos muchos. Esto es en la Gramática Latina; que en la Griega (y aún en la Hebrea, &c.) son menester tres para constituir multitud; y es el caso, que los Griegos en su gramática, entre el número plural, y el singular, ponen otro medio, que llaman dual, y así exprimen con diversa terminación esta voz hombres; v. gr. cuando hablan de dos, que cuando hablan de tres. En el lenguaje Filosófico, o Metafísico, también el número de dos basta para constituir multitud, y dos en este idiome rigurosamente se dicen muchos. Vedlo en vuestro Aristóteles {(a): Lib. 4. Metaphis. cap. 2.}, donde dice, que no hay medio entre la unidad y la pluralidad: Cuncta ad ens & non ens, & unum, & pluralitem reducuntur. Vedlo también en Santo Thomás {(b): I. part. quaest. II. art. 2. }, donde pregunta: ¿Utrum unum, & multa opponantur? Y de lo que dice en todo el Artículo, se colige con evidencia, que hablando rigurosamente, no admite medio entre uno, y muchos. Esto en cuanto a Gramática, y Metafísica. Pero en el uso vulgar, y civil se varía infinito la significación de la voz muchos. Lo primero, en esta aceptación no se da la denominación de muchos, ni a dos, ni a tres. Y es la razón porque en el uso civil no se toma la voz muchos, como inmediatamente contrapuesta en la significación a la voz uno, sino a la voz pocos. Lo segundo, altérase mucho la significación de esta voz para el efecto de exprimir mayor, o menor cantidad numérica [25], según las diferentes especies a que se aplica, y aún dentro de una misma especie, según diferentes circunstancias. Ejemplo de lo primero: Se dice, que un hombre tiene muchas joyas, si tiene seis, u ocho; pero no se dirá, que tiene muchos doblones, aunque tenga veinte. Ejemplo de lo segundo: Se dice, que se juntaron muchos hombres, o mucha gente en una sala, si entraron en ella ciento y cincuenta hombres; pero no se dirá, que un ejército consta de mucha gente, o muchos hombres, aunque tenga cuatro mil combatientes. Esto depende de que la denominación muchos, en el uso vulgar, es respectiva; y la gente, que para una sala es mucha, para un Ejército es poca. ¿Veis ahora como esta voz, que os parecía no necesitaba de explicación alguna, tiene mucho que explicar? Dialect. Sí veo, y veo también en vuestro modo de distinguir las cosas, y explicar los términos, otra especie de Dialéctica, que me parece más oportuna, que la que yo he estudiado, para terminar las disputas, y aclarar la verdad. Crit. Esta Dialéctica es la natural; pues aunque yo, cuando es menester, me aprovecho de las noticias que he leído, el método de discurrir es el que acá me dicta la luz natural, que Dios me ha dado. Sin haceros, pues, nueva pregunta, ya que tan mal las admitís, prosigo así: Si yo aspirase no más que a eludir trampa con trampa, y satisfacer argumento sofístico con respuesta sofística (lo que parece bastaba, porque interrogatio, & responsio eodem casu gaudent) os respondería a vuestro argumento Sorites, que un grano de trigo no hace montón; pero el segundo, añadido al primero, sí; y os reconvendría en esta forma: Vos concedéis, que un montón de trigo no es otra cosa, que la colección de muchos granos de trigo. Según los Gramáticos, y Metafísicos, dos granos de trigo son muchos granos; porque, según lo dicho arriba, no hay medio entre uno y mucho: Luego la colección de dos granos de trigo, verdaderamente hace un montón de trigo. Dialect. ¿Pero no advertís, que cuando yo [26] digo, que por montón de trigo entiendo la colección de muchos granos de trigo, tomo la voz muchos en la acepción vulgar, o en cuanto muchos se contraponen, no sólo a uno, sino a pocos; y así, la significación rigurosa Gramática, o Metafísica, no es del caso para nuestra disputa? Crit. De eso acaso no os acordaríais, si yo no os hubiera dado luz con la distinción hecha arriba. Mas aunque os ocurriese esa réplica, ¿me quitaríais con ella, que prosiguiese en mi trampa? No sólo podría proseguir, más aún insultaros, diciendo que en las disputas se habla según el idioma de los doctos, y no de los vulgares. Y en verdad, que con esto sólo que me oyera un numeroso concurso de Estudiantes de primera Tonsura, si la cuestión fuese en su presencia, todos declararían por mía la victoria. Esto os digo, porque veáis, que también sé, si quiero, usar de zancadillas. Pero por genio las aborrezco, y por dictamen las desprecio, como indignas de introducirse en la disputa. En obsequio, pues, de la verdad, que es el Norte, que siempre miro, os confieso, que cuando decís (y otro cualquiera que lo diga es lo mismo) que un montón de trigo es la colección de muchos granos de trigo, la voz muchos se debe entender según la significación vulgar, en cuanto muchos se contraponen a pocos. Lo cual supuesto, voy ahora a desenredar, atenta la realidad de las cosas, el nudo de vuestro Sofisma.

Así como la voz muchos en la significación vulgar, a cualquiera materia que se aplique, no exprime alguna cantidad numérica determinada, sino distintísimas, y distantísimas cantidades; v. gr. no sólo mil, sino diez mil, cincuenta mil, un millón, &c. tampoco esta expresión un montón de trigo significa una determinada cantidad de trigo, sino distintísimas, y distantísimas cantidades, porque el montón puede ser pequeño, mediano, grande, mayor, y mayor sin término. Notad ahora, que vuestro argumento, aunque suena estar compuesto de innumerables preguntas, viene a resolverse en una sola; conviene a saber [27] ¿cuántos granos son menester para hacer un montón? Y dada la respuesta a esta pregunta, está disuelto el argumento. Porque demos por caso, que con verdad se os respondiese, que son menester mil granos. El que os diese respuesta, consiguientemente cuando fueseis haciendo vuestra progresión de granos, os concediera, que ni el tercero, ni el cuarto, ni el décimo, ni el centésimo hacía montón, y así de los demás, hasta ver hecho el número de novecientos noventa y nueve granos. Entonces, cuando le arguyeseis, que un grano más sobre aquellos no podía hacer montón, os atajaría, o negando absolutamente la proposición, o distinguiéndola de este modo: Un grano más, por sí solo, concedo; un grano más, como junto con los novecientos noventa y nueve, niego. Sentado pues, que en la respuesta a aquella pregunta, cuántos granos son menester para hacer un montón, está contenida la solución del argumento; suponed, que a mí me la hacéis. ¿Qué os parece responderé? Vedlo anticipadamente en este chiste. Cierto Obispo, que estaba examinando a un Estudiante, por humorada le preguntó, ¿cuántas cestas de tierra tendría una montaña, que estaba enfrente de su Palacio? A lo que Estudiante prontamente respondió: Ilustrísimo Señor, conforme fuere la cesta que se tome para hacer la medida; si la cesta fuere tan grande como la montaña, toda ella no tendría más de una cesta; si fuere como la mitad de la montaña, tendrá dos cestas; si como la cuarta parte, tendrá cuatro, &c. Aplicad a nuestro caso. ¿Preguntáisme, cuántos granos son menester para hacer un montón? Respondo, que conforme fuere, o conforme hubiere de ser el montón. Si se habla de un montón, cuya magnitud sea igual a la de mil granos, este número será menester para hacerle. Si de montón, cuya magnitud sea igual a la de un millón de granos, todos estos serán menester para formarle &c.

Dialect. Está bien, pero yo os instaré a que me digáis, cuántos granos son menester para hacer un montón [28] mínimo, que es lo mismo que preguntar: Yendo congregando granos uno a uno, ¿cuándo empieza el agregado a ser montón? Critic. ¿Y que adelantáis con esa pregunta, cuando pende únicamente del concepto de aquel, a quien la hacéis, la respuesta? Habrá quien os diga, que diez granos son menester para hacer el montón mínimo. Habrá quien os diga, que cuatro, quien que seis, &c. y cada uno a proporción del concepto que hace de la significación de esta voz montón, os atajará a tal, o tal número de granos, cuando vais formando vuestra progresión. V. gr. el que dice, que cuatro granos son menester para hacer el montón mínimo, os concederá, que el segundo grano no hace montón, tampoco el tercero. Pero llegando al cuarto, o negará la proposición, o la distinguirá, como la otra de arriba. ¿No me diréis con qué armas habéis de forzar esta trinchera? Podréis acaso oponerle, que en la común estimación de los hombres, cuatro granos son muy pocos para constituir montón. A lo que él responderá distinguiendo: Para constituir montón mayor que el mínimo, concedo: para constituir montón mínimo, niego: Veis aquí helado a vuestro famoso Sorites, sin poder dar un paso adelante. E id a contárselo a Embulides, que lo digo yo.

Otra solución quiero daros, que acaso por ser más conforme al método, y lenguaje de vuestra Escuela, oiréis con más gusto. Digo, pues, que entretanto, que haciendo la progresión por un muy corto número de granos, de cada uno en particular, que se va añadiendo, me vais proponiendo, que aquel, añadido a los demás no puede hacer montón, iré diciendo, concedo, concedo, concedo. En creciendo algo más el número, diré en algún espacio de la progresión, en cuanto prudencialmente me parezca, permitto, permitto. En creciendo mucho el número (también donde prudencialmente me parezca) mudaré de estilo, y a la proposición este grano más no puede hacer montón (supónese, que se habla del montón mismo en razón de tal) distinguiré [29] así: No puede hacer montón, si antes estaba hecho, concedo: si antes no estaba hecho, subdistingo: él por sí solo, concedo: él, como junto con los demás, entendidos todos in recto, niego. Replicaréisme (ya se ve), que cada uno de los granos antecedentes, nombrándolos todos sucesivamente, os permití, que no hacía, o completaba montón, por consiguiente no hay lugar a la condicional expresada en la distinción, si antes no estaba hecho. Respondo, que no permití eso de todos los granos antecedentes divisive, no collective. Eso es, la permisión cayó sobre cada uno de aquellos granos, no sobre todos juntos. Explicaré la distinción con este ejemplo, que acaso os aprovechará para otras muchas disputas. Parece un hombre muerto violentamente en una cuadra, donde estaban encerrados con él otros doce hombres. Las circunstancias son tales, que yo aseguraré con toda certeza, que alguno de aquellos doce le mató. Haced ahora cuenta que me arguís de este modo, discurriendo por todos doce, para convencerme de que ninguno de ellos le dio muerte: Juan no le mató. Yo digo, permito. Proseguís: Pedro no le mató. Digo también, permito. De esta calidad proseguís, hasta señalarlos a todos; y yo prosigo diciendo, permito, hasta incluir el último. Bien conocéis, que será mala consecuencia: luego permitís, que ninguno de estos doce le mató. ¿Y por qué? Porque la permisión se hizo en sentido divisivo, no colectivo. Aplicad. Esto viene a reducirse, explicándolo de otro modo, a que un grano solo completa aquel cúmulo, que llamamos montón, y suponemos ser el mínimo de los cúmulos, que merecen tal nombre; pero es un grano no designable, sino indesignable. ¿Si revolvéis los Bártulos de vuestra Escuela, hallareis el uso de toda esta doctrina, con poca, o ninguna diferencia, en cuanto a la explicación, en cuestiones Teológicas muy importantes, como en la de si el hombre, sin especialísima gracia, puede evitar todos los pecados veniales? En la de si puede el hombre (en la opinión de que no admite auxilios [30] eficaces ab intrinseco) resistir todos los auxilios posibles? Y no me acuerdo en cuáles otras. Dialect. Digo, que estoy satisfecho.

Este Diálogo, que para materia de tan poca importancia parecerá a primera vista prolijo, se hallará ser utilísimo, si se considera, que no sólo puede servir para resolver muchos dolosos Sofismas, que se forman en el mismo molde del Sorites; mas también puede tomarse como una especie de modelo general, para usar de distinción, y claridad en las disputas, quitando toda confusión a las expresiones vagas, indeterminadas, o equívocas, las que frecuentísimamente enredan de tal modo a los disputantes, que no sólo los imposibilitan a aclarar la verdad, más aún estorban que uno a otro se entiendan.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo octavo (1739). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Pedro Marí, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo octavo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 13-30.}