Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo séptimo

Aprobación
del Rmo. P. M. Felipe Aguirre, Lector de Teología en el Colegio de la Compañía de Jesús de la Ciudad de Oviedo, y Examinador Sinodal del Obispado

M. P. S.

Anticípame V. A. con la honra de Censor el gusto de leer el VII Tomo, que de su Teatro Crítico quiere dar a luz el P. M. Feijoo, más conocido en los palacios de la sabiduría por sólo su nombre, que por los merecidos títulos de Maestro General de su Religión, Abad dos veces de su Religiosísimo Colegio de San Vicente de Oviedo, y Catedrático de Vísperas Jubilado en esta Universidad: y creo, que con decir, que este Tomo es muy hermano de los seis impresos, está puesta la más justa censura, y calificada su recomendación más gloriosa: porque volando aquellos por todas las Regiones, donde hay sabios coronados de mil elogios, y colmados de otros tantos frutos, éste, que sale al Teatro, logrará los mismos aplausos, y con él recogerá no menor utilidad el público.

Excuso expresar los asuntos de los Discursos, que contiene el Tomo, porque ni yo sabré ceñirlos con acierto, ni ellos en su hermosa extensión dejarán de conciliarse las atenciones de todos los entendidos de buen gusto. Sólo diré, que en el Discurso de la Urbanidad verdadera se delineó a sí mismo: pues los que vivimos con la fortuna de tener al Autor a la vista, y tratarle con religiosa confianza, observamos copiadas en su escrito todas las perfecciones, que admiramos en su urbanísimo genio. Habla aun en las conversaciones más [XXXIV] familiares con la misma cultura, y discreción que dicta para la prensa: y embelesándonos siempre su hermosa sabiduría, nos hechiza más su dignación amorosa. Sin resabios de grande, sin presumpciones de sabio, sin orgullo de poderoso, y sin vanidad de aplaudido, le encuentra quien le busca, y le halla quien le necesita: porque entre la infinidad de prendas grandes, que le asisten, se deja reparar un agrado singular, que las ennoblece. Su salud nunca robusta, y ahora más que nunca quebrantada, no le permite dar dos horas al estudio cada día: y es de admirar, que si aun en este corto tiempo quiere alguno consultar sus dudas, o preguntarle alguna especie de erudición, o ciencia, abandona todo el inmenso interés, que logra el público con sus escritos, por instruir cariñoso al que pregunta, y favorecer atento al que suplica.

Admiréme mucho al ver este VII Tomo escrito todo de su letra, porque ni aun para la precisa tarea de escribirle, le hallaba tiempo. Admiréme mucho más al hallarle algunas veces escribiendo sus Discursos, sin más aparato de libros sobre la mesa, en que escribe, que si estuviera despachando el correo. Tan ajeno vive de usurpar a otro sus literarios trabajos, y tan dilatada en su comprehensión, que, dejando en los estantes cerrados los libros una vez leídos, deposita en mejor librería, cual es su entendimiento, los más nobles pensamientos, para mejorar con su pluma los que halló, y añadir los que su peregrino ingenio sabe descubrir. Tiene especial complacencia en que se vea, y registre su librería selecta, bello adorno de su religiosa celda, a quien hacen los libros más estrecha: y constándome que son muchos los curiosos a observar, si descubren alguna cantera, o tesoro de donde sale [XXXV] el material, y el gasto para el edificio augusto, que va labrando la sabiduría en sus Tomos, no descubren en otra, que el profundo ingenio, y sublime capacidad del Autor, en cuya idea se conciben con simetría, y se trabajan con perfección las muchas que en el Teatro Crítico se representan con aplauso tan universal, y con ansia tan repetida, que sudan sin descanso las prensas en reimpresiones continuas. Si hubiera de dar el P. M. Feijoo alguna satisfacción, que confundiese a sus émulos, no cabía mayor que esta franqueza en los libros, para que advirtiesen de una vez, a pesar suyo, está el impulso en el brazo, y no en la espada, aunque sea la de Castrioto. Mas no para satisfacción, en que no piensa, sino como efecto natural de su genio muy urbano, hace comunicable a todos su librería: con esta diferencia, que los demás estudiamos en ella; pero el Autor enseña de ella, como si no los tuviera, sirviéndole sólo haberla tenido, para navegar más airoso su ingenio el mar de todas las ciencias por nuevos rumbos.

Agotaron en su alabanza los más sabios de Europa los elogios: apúranse los ingenios más celebrados para ensalzar dignamente el suyo, cuando éste, con una naturalidad infatigable, y una inimitable invención prosigue, representando en su Teatro ideas tan peregrinas, repartiendo de tal suerte los oficios, que el Autor saca siempre de su tesoro a la luz pública preciosas novedades, por ser inagotable: y nosotros del depósito de las alabanzas encomios viejos, porque ha tiempo se los dieron todos al M. Feijoo los que hoy tienen en España nombre de Sabios. Y es cosa digna de asombro, ver a un hombre {(a) D. Pedro Peralta Barnuevo en su Lima fundada, part. 2, cant. 7. desde la octava, 280, con las notas marginales.} cuyo [XXXVI] nombre glorioso resuena como de Oráculo en todas las Universidades de Europa, y cuyos ecos, llenos de armonía, hacen bella consonancia en la América: todo urbano, todo agradable, todo dignación, no sólo en el retiro de su claustro, y de su celda, donde tiene su centro; sino entre el bullicio de esta hermosa población, cuando le sacan a ella, o precisas atenciones religiosas, o caritativas precisiones, para interceder por algún infeliz, que deja de serlo, en comenzando a abogar el M. Feijoo por su alivio. Es prodigio raras veces visto, que un hombre, cuya comunicación por cartas apetecen personajes en todas esferas grandes, que se juzgan mayores con lograrla: un Religioso, que se halla los más de los correos con cartas de sujetos no conocidos, sino por la fama, y nunca tratados por su Rma. tan llenas de encomios sus escritos, y recomendaciones de su persona, que embarazan toda su discreción, y retardan su velocísima pluma en la respuesta: un hombre tan aplaudido de sabio, cual se habrán visto pocos en vida: un hombre de tan plausibles circunstancias, no ser soberbio entre los suyos, cuando le veneran; ser agradable entre los extraños, que le admiran; ser todos para todos, que le buscan, y aun a todas horas, cuando las necesita, sino es prodigio superior a sus escritos, es, a lo menos, la más noble recomendación de ellos.

Ensalcen otros la sabiduría del M. Feijoo con ella misma: en mi dictamen se califica mejor por las otras perfecciones de alma, que en grado heroico le adornan. Es inimitable la facilidad, con que escribe en las materias más arduas: la dulzura de palabras, con que se hace escuchar en puntos bien delicados: la propiedad de las voces, con que explica los misterios más extraños de la naturaleza: la claridad, con que hace sensibles al alma las más sutiles especies: enlazadas todas estas prendas con un entendimiento [XXXVII] sublime, forman un hermoso monstruo de sabiduría: y que un prodigio del saber no tenga vanidad de lo que sabe: que un milagro de las ciencias no abrigue señal alguna de soberbia: que un conjunto de literarias maravillas viva entre los suyos sin contrapesos de sobresaliente, y trate a todo extraño sin el menor orgullo de Maestro, dejándose replicar una, y muchas veces, hasta que el que replica, se convence; es en mi estimación el más raro prodigio, y la maravilla mayor.

Si fueran sólo las Ciencias Sagradas adorno de su elevado entendimiento, no me asombraría tanto, porque éstas en su misma elevación, y grandeza vinculan en los que las alcanzan una humildad profunda: mas siendo con igualdad eminente en todas las humanas de suyo orgullosas, o a lo menos bulliciosas, es forzoso confesar halló en el M. Feijoo la sabiduría el trono, que necesitaba, para asistir al Teatro, en donde se representan todas con el traje más airoso, y todas hacen papel con los propios adornos. Déjase ver en este Universal Teatro la Retórica vestida de discreción, y elocuencia, y hablan por ella los escogidos talentos, con que enriqueció el Cielo al Autor para los lucimientos del Púlpito. Sale la Filosofía toda, a quien sirven de atavío bellísimas sutilezas, sin permitir vulgaridad en el traje, porque desenvuelve el Autor nuevas telas entre los misterios más recónditos de la naturaleza. Hace bajar a su Teatro la Astronomía más clara, dominando, como verdadero sabio, los Astros, si no para regular sus influjos, para señalar con Estrellas los verdaderos, y sepultar en el abismo los mentidos, y los dañosos. ¡Qué curiosa hace su papel en este Teatro la Química, misteriosa hasta ahora en sus secretos; pero ahora patente a los ojos de todos, porque los hizo patentes el ilustrado ingenio del universal Maestro! ¿Quién no [XXXVIII] admira tan bello Teatro? ¿A quién no divierten, y enseñan papeles tan ingeniosamente sazonados? ¿Quién no se embelesa con personajes tan eruditamente discretos? Pero yo más admiro, más me divierto, más aprendo y más me embeleso con la modestia, que siempre viste el Autor, cuando está vistiendo de hermosa lozanía al Universo. Debe a su pluma la naturaleza matices: deben los Astros resplandores: deben las Ciencias copiosas luces; sólo el Autor se queda en su retiro religioso, sin dar lugar en su Celda a los ruidosos elogios, que ya no caben en el mundo. Entre los collados de Roma, resonó una voz eminentísima, que decía deber el M. Feijoo enseñar al mundo desde sitio más alto, desde el cual, cuanto más distante, se percibe la voz del Magisterio tanto más atenta, y distintamente. Entre los montes de estas Asturias se escuchan muy frecuentes otras, que afirman, debía el Rmo. Feijoo enseñar desde más cerca; para que los que en la distancia sólo aplauden su saber universal, en la cercanía admirasen su urbanísima compostura, y su religiosa moderación entre los aplausos de su fama, y sonoros ecos de sus glorias.

Como se hizo dueño el Autor de todos los entendimientos por su ingenio, y sabiduría, se haría también árbitro de las voluntades por sus amables circunstancias, y prendas religiosas, si al paso que se comunica a todos por escrito, se hiciese comunicable a todos en el trato. Compítese a sí mismo entre sabio, y entre amable: ni su rígida Crítica sabría resolver, o acertaría a discernir, si le son más debidos los tributos de entendimiento, como a universalmente sabio, o los de voluntad, como a singularmente digno de ser amado: pero su genio enamorado del retiro al claustro, y su ingenio consagrado todo al bien público del mundo entendido, le tiene muy limitada [XXXIX] la comunicación aun con las primeras personas de Estado, a quien únicamente trata: y éstas nunca le embarazan sus religiosas tareas, pues le he visto muchas veces resistir con eficacia a la duración de la visita, por no hacer falta en su Colegio a la distribución religiosa.

Esta es la censura, que doy a V. A. de su séptimo Tomo, siendo este camino el único, que me dejaron por fortuna mía los que aprobaron los otros. Apellidan al Maestro Feijoo los Sabios el Fénix de los Ingenios de su siglo, el Máximo de los Eruditos de su tiempo: Astro de primera magnitud en el hermoso dilatado Cielo Benedictino; Maestro universal, o Maestro de Maestros; nuevo Colón de las Ciencias; Reparador entre Naciones extrañas, de la fama Española en punto de erudición, método, estilo, y todas buenas letras; Sol, que destierra sombras de errores comunes; el Héroe de la República Literaria, el honor de las Letras más cultas, el Demóstenes Español, el Cicerón en Castellano, el gran Feijoo por antonomasia, con otros mil renombres bien merecidos. Yo sólo digo, que el M. Feijoo con tantos elogios no se engríe; con tantos aplausos no se desvanece, y con tanta gloria vive religiosamente humilde: por lo cual, y por el fruto que han de sacar los sabios, y no sabios con este séptimo Tomo, que esperan con impaciencia, y cuyo número en Sagradas Letras está lleno de misterios; por estar todo su contenido muy conforme a la pureza de nuestra Santa Fe, Sagrados Cánones, buenas costumbres, y en nada opuesto a las Regalías de la Corona, soy de sentir merece la licencia, que pide, para que V. A. le permita salir a la luz pública. Así lo siento, salvo meliori. En este Colegio de la Compañía de Jesús de Oviedo. Marzo 15 de 1736.

Felipe Aguirre, S. J.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo séptimo (1736). Texto según la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo séptimo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas XXXIII-XXXIX.}