Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo séptimo Discurso tercero

Color etiópico

§. I

1. Debe mirarse la Religión como el corazón del espíritu. En orden a su conservación, ninguna solicitud es nimia, ya porque toda herida en ella es peligrosa, ya porque por mil ocultos rumbos puede ser ofendida.

2. Parece, a primera vista, que de las opiniones filosóficas no puede recibir la Religión algún daño. Son claros los términos, con que dividen sus jurisdicciones la Filosofía, y la Fe. Tiene aquélla por objeto las cosas naturales, ésta las sobrenaturales; dos clases tan diversas, tan separadas, que ni el entendimiento puede confundirlas. Sobre este fundamento han pretendido algunos Filósofos una libertad de filosofar sin límites; no advirtiendo, o haciéndose desentendidos de que es imposible negar límites a la Filosofía, sin romper los de la Religión.

3. La libertad en discurrir es utilísima. Sin ella no se hubiera adelantado un palmo de tierra en la Física. Pero todas las cosas tienen su medio honesto, y sus extremos viciosos. Es preciso dar algo de rienda al entendimiento, pero no dejarle sin rienda. La obediencia, o servil, o ciega, que por tanto tiempo lograron Aristóteles, y Platón, mayor, y más prolongada el primero, que el segundo, entre todos los estudiosos de la Filosofía, tuvieron en grillos al entendimiento humano, y en tinieblas la naturaleza. Mas en el otro extremo es mucho mayor el peligro. Una libertad incircunscripta fácilmente declina a libertinaje. Hay errores filosóficos incompatibles con los dogmas revelados; unos en quienes está la oposición a los ojos; otros donde está envuelta en varias consecuencias, que como otros tantos escalones [67] llevan al precipicio. En los primeros sólo cae la malicia; en los segundos tropieza la inadvertencia. El campo de la Filosofía es dilatadísimo, y muchas veces, donde menos se piensa, es tan infiel el terreno, que debajo de la superficie se oculta caverna, que conduce derechamente al abismo. El asunto, que tenemos entre manos, nos ministra un ejemplo.

§. II

4. Es un hecho constante, y notorio a todo el mundo, que los Etíopes son negros; aunque no generalmente como el vulgo juzga; pues en el vasto País, que comprehende la alta, y baja Etiopía, hay Provincias, cuyos habitadores sólo son trigueños, o morenos; y otras donde reina el color aceitunado. Cuál sea el origen de la negrura de los Etíopes, es cuestión, que parece sólo pertenece a la curiosidad filosófica. Sin embargo, en ella se interesa la Religión.

5. Dijeron algunos, que el color negro de los Etíopes es de tal modo natural, y congénito a aquella raza de hombres, que por ningún accidente puede alterarse, ni en ellos, ni en sus sucesores. ¿Tendrá esta opinión algún tropiezo con lo que la divina revelación nos obliga a creer? Parece que no; con todo, le tiene, y gravísimo.

6. El Barón de la Hontan en la Relación de sus nuevos viajes por la América Septentrional, impresa en la Haya el año de 1702, dice, que en la conversación que tuvo con un Médico Portugués, éste le propuso varias dificultades contra el origen, que traen todos los hombres de Adán, y que tan claramente nos enseña la Escritura; una de ellas se fundaba en la opinión, que acabamos de insinuar, en orden a la negrura innata de los Etíopes. Este color, decía el Médico, les es tan inherente, que aun trasladados a otros cualesquiera Países, y variando como quiera los alimentos, no sólo no le pierden, pero ni sus hijos, y descendientes, que nacen ya en climas diversísimos de la Etiopía, aun en reiteradas generaciones, dejan de heredarle: luego es preciso, que todos sus ascendientes, sin excluir alguno, hayan tenido [68] el mismo; pues si en los ascendientes, por cualquier accidente que fuese la causa, se hubiese mudado el color de blanco a negro; ¿por qué en los descendientes por otro accidente contrario no se mudaría de negro a blanco? De aquí por consecuencia necesaria, se infiere, decía, que Adán no fue primer padre de esta gente, o si lo fue suyo, no lo fue nuestro. Si Adán fue negro, nosotros no somos hijos suyos; si blanco, no lo son ellos. Así, por hilación forzosa de una errada Física, se viene a parar en el detestable error de los Preadamitas, de que hemos tratado Tom. V, Disc. XV, núm. 4, y 5.

7. Esforzaba el Médico este argumento con la diferencia de genio, facciones, y costumbres que había notado entre los Africanos, y Americanos, y que pretendía no inmutarse, por la translación a otros climas, ni en ellos, ni en sus descendientes. Añadía al mismo fin, que la gran distancia de la América a nuestro Continente haría imposible el tránsito de los habitadores de éste para poblar aquél, en tiempo que faltaba el uso, y conocimiento de la aguja náutica. Por consiguiente los habitadores de la América no descienden de Adán.

8. El Barón de la Hontan, que refiere estos argumentos del Médico Portugués, aunque se representa muy distante de darse por convencido de ellos, no dice qué solución les dio; que es lo mismo que poner voluntariamente en un riesgo a los lectores, sin darles arbitrio para evitarle.

9. A la dificultad de la población de la América hemos satisfecho largamente en el lugar citado arriba. La diferencia de genios, costumbres, y facciones, viene a ser la misma que la del color; y aun propuesto en orden a aquellas propiedades, hace menos fuerza. Con que disuelta ésta, están disueltas aquéllas. Para disolver ésta, es preciso examinar cuál sea el origen, o causa de la negrura de los Etíopes: materia en que han discurrido variamente los que tocaron este punto. [69]

§. III

10. Tornielo citado por el P. Juan Menochio, siente que el color negro de los Etíopes les viene de su ascendiente Chus, hijo de Cham, y nieto de Noé, que dice fue de este color. Pero el que lo fuese, se dice voluntariamente, pues no consta de la Escritura; y para un hecho de tanta antigüedad, no puede hallarse otro monumento. Acaso el suponer a los Etíopes descendientes de Chus, fue lo único que movió al P. Tornielo, y a otros a creer negro a Chus. Es verdad, que Josefo, S. Jerónimo, Eusebio, y otros dicen, que vienen de Chus los Etíopes; añadiendo, que ellos mismos se daban el nombre de Chuseos. También es cierto, que la Vulgata, los Setenta, y casi todos los Intérpretes, tanto antiguos, como modernos, donde hallaron la voz Chus en el Hebreo, con la significación de Región, o Provincia, vertieron Aethiopia. Con todo es cierto, que esta voz Hebrea en las Sagradas Letras, no sólo significa la Etiopía, hoy llamada así; mas también otra Región distante, y distinta de la Etiopía, de que hablamos, contermina a Egipto, a la orilla Oriental del mar Bermejo. Con que por esta parte queda incierto cuáles son los legítimos descendientes de Chus; y si lo son unos, y otros, queda indecisa la cuestión; porque si entre los descendientes de Chus hallamos unos que son negros; esto es, los de Etiopía, y otros blancos, que son los de la otra Región, ¿por qué se ha de atribuir más el color negro, que el blanco a Chus?

11. Pero demos que Chus fuese negro, y que sus únicos descendientes sean los Etíopes; es menester señalar causa especial de la conservación de la negrura. Si Chus fue negro, siendo su inmediato padre blanco, ¿por qué los descendientes no podrán ser blancos, siendo su remotísimo padre negro?

§. IV

12. Juan Ludovico Hanneman dio el año de 1677 a luz un Libro con el título: Curiosum scrutinium nigredinis posterorum Cham, cuyo extracto se halla en el Diario [70] de los Sabios de París de 1679. En él traslada el origen de la negrura del hijo al padre, de Chus a Cham; y quiere, que en éste resultase milagrosamente este color de la maldición, que le echó Noé por el inverecundo ultraje que había practicado con él, manifestando su indecente desnudez a los otros dos hijos del Patriarca, Sem, y Japhet. De aquí pretende que venga la negrura de los Etíopes, a quienes supone asimismo descendientes de Cham por su hijo Chus, aunque coadyuvándola, para su conversación, con causas naturales, v. g. el excesivo calor, el clima, la contextura del cutis, la fuerza de la imaginación, &c.

13. Esta segunda opinión no es menos voluntaria que la primera. Que Noé maldijese a Cham no consta por lo menos formal, y expresamente de la Escritura; en la cual la maldición literalmente suena caer, no sobre Cham, sino sobre Chanaam su hijo: Maledictus Chanaam {(a) Genes. cap. 9.}. Pero enhorabuena, que la maldición del hijo comprehende interpretativa, y equivalentemente al padre; ¿por dónde consta, que la maldición produjese el efecto de la negrura en Cham? De la Escritura no se infiere; antes puede deducirse lo contrario, pues se señala únicamente otro efecto de ella, distantísimo de aquél; esto es, la servidumbre de los descendientes de Cham por Chanaam: Maledictus Chanaam, servus servorum erit fratribus suis.

14. Añádese, que teniendo Cham cuatro hijos, Chus, Mestaim, Phut, y Chanaam, la maldición sólo se determinó a este último: luego en caso de ser efecto de la maldición la negrura, ésta había de derivarse, no a los descendientes de Chus, o Etíopes, sino a los de Chanaam, o Chananeos. Realmente a éstos comprehendió la maldición de la servidumbre expresada en el Texto, lo que se colige de varios lugares de la Escritura. [71]

§. V

15. Un Autor citado, con el nombre del R. P. Augusto ***, en las memorias de Trevoux de 1733, art. 88, busca aún más arriba la fuente, o manantial de la tinta Etiópica. Dice, que lo fue Caín: y que aquella señal, que expresa el Sagrado Texto le puso Dios para que todos le conociesen, y distinguiesen, fue la negrura del cutis. De Caín, pues, quiere este Autor, que descienden, y traen su color los Etíopes. Puesto en esta altura, le pareció, que podía desde ella dar vuelo a su imaginación; y en efecto se la dio, buscando asimismo el origen del color de los Americanos, de los Chinos, de los Cafres, y del común de Asiáticos, y Europeos. Dice, que los Americanos vienen de Lamech: los Chinos de la mezcla de los hijos de Seth con los de Caín: Los Cafres de la de los hijos de Caín con los de Lamech: y los demás hombres de los tres hijos de Noé, Sem, Cham, y Japher.

16. Lo menos que tiene contra sí esta tercera opinión, es ser perfectamente voluntaria. Lo más es, que no puede conciliarse, sin mucha violencia, con lo que nos enseña la Escritura; de la cual consta, que el Diluvio inundó toda la tierra, y sólo se salvó de la inundación la familia de Noé; por consiguiente, todos los hombres que hay hoy en el mundo, incluyendo Etíopes, Chinos, y Americanos, descienden de los hijos de Noé: luego no hay lugar a la determinación de colores de algunas particulares Naciones, atribuyéndolos a su descendencia de razas separadas de la familia de Noé.

17. Una dificultad tan visible no podía ocultarse al Autor de esta opinión; y así, haciéndose cargo de ella, responde negando la universalidad del Diluvio, y la total extinción del Género Humano, fuera de la familia de Noé. No asiente, antes impugna a Isaac de la Peyrere, que limitó el Diluvio a la Judea, y algunas Regiones vecinas; pero tampoco consiente en que inundase toda la tierra; sí sólo nuestro Continente, y aun no todo este, sino lo que puede computarse por Hemisferio de Judea, para que quedasen [72] fuera, no sólo los Americanos, mas también Chinos, Etíopes, y Cafres. Dice, que Moisés no habló en suposición de la esfericidad de la tierra, y Antípodas, y que así le siguieron los Padres.

18. Es cierto, que esta sentencia dista mucho del erróneo sistema de la Peyrere, y demás Preadamitas, pues concede, y afirma el Autor, que Adán es Padre de todos los hombres, que es lo que negó la Peyrere, y en que consiste la esencia de su errado dogma. Pero coincide a él en exponer violentamente lo que enseña la Escritura en orden a la universalidad del Diluvio. Es verdad, que no le reduce a tan estrechos límites, ni con mucho, como la Peyrere. ¿Mas qué importa? Siempre se violenta mucho la letra del Sagrado Texto. En él se expresa, que las aguas cubrieron cuanto había en la superficie de la tierra: Omnia repleverunt in superficie terrae; que cubrieron cuantos montes hay debajo del Cielo: Opertique sunt omnes montes excelsui sub universo Caelo; que perecieron cuantos hombres, y brutos (supónense exceptuados los que entraron en el Arca) había en el mundo: Universi homines, & cuncta, in quibus spiraculum vitae est in terra, mortua sunt. ¿Cómo se salva todo esto, si la mitad del globo, o más, y en él muchos hombres, y brutos se salvaron de la inundación?

19. Añádese, que en el sagrado Texto es expreso, que el motivo que tuvo Dios para inducir sobre la tierra aquella extraordinaria calamidad, fue la perversidad de costumbres, que reinaban en todo el linaje humano. Esta corrupción se explica tan general, que no deja lugar a la excepción de alguna gente, nación, raza, ni aun familia, sino la de Noé: Omnius quippe caro corruperat viam suam super terram. Mas quiero dar gratuitamente, que con tan comprehensiva expresión sea conciliable la excepción de alguna gente. ¿Es creíble, que los únicos que vivían bien en el mundo, eran los hijos, y nietos de los dos famosos delincuentes Caín, y Lamech? [73]

§. VI

20. La cuarta sentencia, recibidísima del Vulgo, es, que la negrura de los Etíopes viene del calor del Sol; el cual, ardiendo violentísimo en aquellas tierras, los tuesta, abrasa, y hace en ellos el efecto que el fuego de acá abajo en los carbones, que aun siendo de madera blanca, con la adustión se ponen negros. Este modo de opinar es muy antiguo. Plinio lib. 2, cap. 78, dice: Aethiopias vicini Syderis vapore torreri, adustisque similes gigni, barba & capillo vibrato, non est aubium. Y Ovid. lib. 2. Metam. en la Fábula de Faeton atribuye el mismo efecto al Carro del Sol, descaminado, que entonces se acercó mucho a los Etíopes; en que, aunque la substancia de la narración es fabulosa, alude la opinión, que entonces se juzgaba verdadera, de que la cercanía del Sol es quien ennegrece a los Etíopes.

Sanguine tunc credunt in corpora summa vocato
Aethiopum populos nigrum traxisse colorem.

21. Tampoco esta opinión puede sostenerse. Lo primero, porque dentro del vasto País, que ocupan los Etíopes, hay, aun debajo de la Equinocial, Provincias, o tierras bastantemente templadas, debiendo este beneficio a los vientos periódicos, y otras causas. Lo segundo, porque en la América, debajo de la Torrida, hay tierras tan ardientes como las abrasadas de la Etiopía; sin que por eso sus habitadores sean negros, ni aun de color amulatado. Lo tercero, porque en el Cabo de Buena Esperanza, que está de treinta a treinta y cinco grados de la Equinocial, son los habitadores negros; y a la misma distancia de la Equinocial, y aun menor, hay infinitas Provincias, aun en nuestro Continente, cuyos habitadores son blancos.

§. VII

22. La quinta sentencia da por causa de la negrura de los Etíopes la fuerza de la imaginación. No he visto Autor alguno, que propusiese con entera claridad esta [74] opinión. El modo más apto de establecerla parece decir, que la primera madre inmediata de los Etíopes, o del primer Etíope, por tener al tiempo de la concepción, o la preñez, fijada intensísimamente la imaginación en algún objeto negro, parió el hijo negro: que después de adulto éste, comunicando a otra mujer blanca, llamó con la misma vehemencia la imaginación de ella a su atezado color, y por eso en el feto, o fetos se imprimió el mismo; y así se fue extendiendo la negrura, por la misma causa en multiplicadas generaciones. Acaso añadirán, que cuando llegase ya a haber consorcio establecido entre negro, y negra, ya no sería menester tan vehemente imaginación; pues supliría la continuación de ella por la intensión.

23. Son innumerables las Historias, que persuaden la posibilidad de este hecho, y se hallan en innumerables libros apadrinados de sus Autores; de modo, que se ha hecho comunísima la opinión de que la vehemente imaginación de la madre al tiempo de la preñez, y principalísimamente del congreso marital, puede imprimir extraordinario color, y aun extraordinaria figura en el feto. Algunos casos de los que refieren los Autores, son específicos al presente intento; esto es, de niños que salieron negros por tener la madre fija la imaginación, al tiempo del concepto, o en la pintura de un Etíope, o en una figura del demonio.

24. Confieso, que siempre me fue muy difícil concebir tanta actividad en la imaginación: y todo lo que he leído en algunos Filósofos empeñados en explicar el modo con que la imaginación puede alterar en el feto, o el color, o la figura, ha quedado muy lejos de satisfacerme. Santo Tomás 3 part. quaest. 12, art. 3 ad 3, me parece apadrina no obscuramente la negativa; pues concediendo a la imaginación actividad para las sensaciones, y movimientos, que dependen de las pasiones del alma, las cuales mueve la imaginación, se la niega para todas las demás inmutaciones corporales, que no tienen este natural orden, respecto de la imaginación: Alia vero dispositiones corporales, quae non habent naturalem ordinem ad imaginationem non trans mutantur [75] ab imaginatione, quamtumcumque sit fortis: puta figura manus, vel pedis, vel aliquid simile. Donde es muy de notar, que entre las Historias que hemos insinuado, las más califican la fuerza de la imaginación para alterar la figura; y Santo Tomás expresamente le niega a la imaginación esta actividad.

25. Háceme también fuerza, que la imaginación pueda alterar figura, y color en ajeno cuerpo, cual lo es el del feto, respecto de la madre, aunque contenido en ella; y no pueda causar estas inmutaciones en el propio. Ciertamente nadie con la imaginación vehemente de un Etíope, o de un hombre de extraordinarias facciones imprime en sí el mismo color, o figura. Ni aun los maniáticos, que con una imaginación firmísima se creen ser en la figura otra cosa de lo que son, inmutan en alguna manera la configuración propia.

26. Diráseme acaso, que la imaginación sólo tiene esta fuerza al tiempo de la formación del feto, porque sólo entonces está capaz de sellarse de cualquier impresión. Pero esta solución nada vale, porque al tiempo del congreso es cuando comunísimamente se dice, que se hacen estas impresiones; y en ese tiempo no se forma el feto. En la sentencia antigua, y común se forma algunos, o muchos días después. En la que hoy prevalece entre los modernos, en el huevo contenido en el ovario materno, está formado desde el principio del mundo, como todos los demás vivientes animales, y vegetables en sus semillas. Véase la explicación de esta sentencia Tom. I, Disc. XIII, núm. 39.

27. Emilio Parisano siguió en esta materia un camino medio. Concede, que a la presencia de tales, o cuales objetos se imprimen a veces en el feto algunas semejanzas a ellos. Mas niega que esto suceda por influjo de la imaginación de la madre; sí sólo por la emisión de no se qué vapores, o efluvios, que de aquellos cuerpos se transmiten al feto. Su gran argumento es, que las señales impresas en el feto son materiales, y las especies, que existen en la imaginación, son espirituales; por consiguiente no hay proporción [76] de éstas para la producción de aquéllas.

28. Este rumbo medio padece, a mi parecer, más dificultad que alguno de los dos extremos. Tiene contra sí lo primero, que huyendo de un misterio Filosófico, recurre a otro no menos incomprehensible; pues no menos imperceptible es, que al feto cerrado en el claustro materno se le altere figura, o color por la emisión de vapores de un cuerpo extraño, que por fuerza de la imaginación materna. Lo segundo, que el que las especies de que usa la imaginación sean espirituales, o inmateriales, tiene contra sí el común sentir de los Metafísicos, los cuales no conceden inmaterialidad a las especies de que usa la imaginativa, sí sólo a las que depura, o forma el entendimiento. Lo tercero, y principal, que el que las especies, que se agitan en la imaginativa, fuera de toda duda producen impresiones, o efectos materiales en el cuerpo, pues excitan varias pasiones, y mediante las pasiones varios movimientos, ya de los espíritus, ya de los humores, ya de las mismas partes sólidas. ¿Quién hay que ignore, que las representaciones vivas de algunos objetos existentes en la imaginativa, excitan movimientos materiales en algunas partes de nuestro cuerpo? Así, pues, fuera más desembarazado seguir cualquiera de los dos extremos de la cuestión propuesta, que tomar este medio.

29. No ignoro los argumentos, con que la común sentencia prueba el cuestionado influjo de la imaginación en el feto. El primero, y más fuerte se toma del famoso suceso de las ovejas de Jacob {(a) Genes. cap. 30.}, que mirando al tiempo de la generación de las varillas teñidas de diversos colores, sacaban los partos con aquella variedad de colores. Pero si quisiéramos responder, que aquel suceso no fue natural sino sobrenatural, y milagroso, no nos faltan grandes Patronos, el Crisóstomo, S. Cirilo, Teodoreto, y S. Isidoro. El Texto del capítulo siguiente del Génesis favorece grandemente este sentir: pues el mismo Jacob reconoce como [77] don, y efecto de una especial providencia de Dios aquel medio, con que aumentó su ganado, y aun insinúa bastantemente, que un Angel intervino como operante en aquel suceso.

30. El segundo argumento se forma de lo mismo que hemos dicho arriba contra Emilio Parisano. La imaginación de objetos venéreos excita movimientos de esta clase en los miembros corpóreos sujetos a padecerlos: luego puede también comunicar varias impresiones al feto. Concedo el antecedente, y niego la consecuencia, señalando dos disparidades. La primera es, que la imaginación naturalmente es más poderosa en el cuerpo propio, que en el ajeno. La segunda es tomada de la doctrina de Santo Tomás citada arriba. La imaginación excita pasiones, a las cuales, según el orden de la naturaleza, se siguen varios movimientos, que tienen correspondencia natural a las pasiones, como a la ira una conmoción impetuosa de la sangre, al pavor temblor del cuerpo, a la incontinencia el movimiento de los miembros espermáticos. Pero el color, o figura del feto no tiene esta natural correspondencia con las pasiones de la madre. Añádese, que ésta, con su imaginación excita las pasiones en el cuerpo propio, no en el del feto. Concederé de muy buena gana, que las pasiones violentas de la madre pueden alterar, y alteran muchas veces el feto considerablemente, hasta ocasionarle tal vez la muerte, ya por viciar el licor de que el feto se sustenta, ya por inducir en la materia movimiento, de que resulte al feto daño notable. Pero imprimir en el feto tal color, o sellarle con tal figura, son efectos de muy diversa clase, y en que no puedo concebir proporción, o correspondencia alguna natural con la imaginativa, o pasiones de la madre.

31. El tercer argumento se toma de muchos sucesos, que, como hemos insinuado arriba, prueban la sentencia común. Respondo, que los sucesos son inciertos, y carecen de legítima prueba. La razón es clara, porque sólo se prueban con testigos singulares; esto es, cada suceso con un testigo, los cuales en juicio no hacen fe. En un Autor se [78] halla un suceso, en otro otro; éstos son testigos singulares. Doy que cincuenta Autores refieran un mismo hecho, y que todos sean muy veraces, ¿de dónde les consta ser verdadero? Sólo de la deposición de la madre, porque sólo ella sabe qué objeto tuvo en la imaginación al tiempo del congreso. Con que, siempre para cada hecho venimos a parar en un testigo singular; y testigo sospechoso, o por imprudente, o por interesado; habiendo varios motivos para que las madres mientan, o se engañen. Esta hace misterio de una casualidad, y quiere que la accidental ocurrencia, o presencia de algún objeto sea causa de alguna extraña nota, que ve en el parto, la cual depende de otro principio ignorado de ella, y de todos. Aquella, por ocultar la infamia de un adulterio, atribuye a su imaginación la semejanza, que tiene el parto a su verdadero padre. La otra juzga, que disminuye la nota de haber formado un hijo monstruoso, dando por causa de la fealdad la inevitable ocurrencia de alguna especie semejante. Muchas mentirán sólo por el deleite de que las oigan con admiración; y muchas porque con ocasión del prodigio, se hable de ellas en el mundo.

32. Añado, que algunos sucesos, que se alegan a este intento, o son fabulosos, o no naturales. Citan algunos la Historia Etiópica de Teágenes, y Cariclea, en que ésta de padre, y madre negros, salió blanquísima, por tener la madre al tiempo de la generación fija la fantasía en una pintura de Andrómeda. ¿Pero quién ignora, que aquella Historia es mera Novela, compuesta por Heliodoro, Obispo de Tricca en Tesalia? Alegan otros el caso, que se halla en una declamación de Quintiliano, de una mujer, que por la inspección de la pintura de un Etíope parió un hijo negro. Pero sea enhorabuena. Es clarísimo, que los asuntos que Quintiliano se propuso en sus Declamaciones, todos son fingidos, o de su invención. Tráese también para prueba lo que dicen acaeció en Bolduc, Ciudad de Flandes, donde un hombre, con ocasión de no sé qué fiesta, enmascarado de demonio, [79] estando ya borracho, usó de su mujer, diciendo, que quería engendrar un diablo; y a los nueve meses dio la madre a luz un niño en figura demoníaca, Pero este suceso, en caso que haya sido verdadero, no fue natural; pues en la misma Historia se refiere, que el niño al momento que nació empezó a dar saltos, y hacer movimientos extraordinarios: circunstancia que muestra, que todo fue obra del demonio, permitiéndolo Dios para castigo de la insolente lasciva del padre.

§. VIII

33. He propuesto lo que me ocurrió contra la sentencia común de la fuerza de la imaginación, y respondido a los argumentos que hay a favor de ella. Mas no por eso juzgue el Lector, que la declaro falsa. Dudo, no decido. Es como dije arriba, incomprehensible para mí, que la intencional representación de un objeto, tenga actividad para imprimir la figura, o color del objeto representado en el feto contenido en el claustro materno. Mas por otra parte hago la reflexión de que puede la Naturaleza ejecutar mucho de lo que yo no puedo comprehender.

34. Ni para impugnar la quinta opinión propuesta arriba en orden al origen del color de los Etíopes, es necesario negar generalmente la posibilidad de que la imaginación inmute el color, o figura del feto. Sea esto posible enhorabuena; pero nadie niega, que éste sea un posible de muy extraordinaria contingencia, y que sólo en uno, u otro caso rarísimo se reduce a acto. Esto no basta para salvar la quinta opinión, cuya verificación necesariamente pide un complejo, o serie continuada de muchísimos casos semejantes; la que se reputa moralmente imposible. ¿Cómo puede suceder, que por este principio se pueble una Región entera de Negros, sin que en todas las generaciones, que suman muchos millares, imprima, fuera del orden regular, ese color en el feto la valentía de la imaginación?

35. Ni vale decir, que la continuación de ver un semblante negro suple la intensión. Ocurren a cada paso mujeres [80] atezadas, y feas, casadas con hombres blancos, y hermosos, de quienes están, como es natural, prendadísimas. Estas, no sólo ven continuada, o casi continuadamente a sus maridos; pero es verosímil, que en el momento de la generación los contemplen con una atención vivísima. Aquí se juntan la continuación, y la intensión. Con todo, ¿salen los hijos siempre, ni aun ordinariamente, blancos, y hermosos como los padres? Nada menos. Diráse acaso, que contrapesa la imaginación del padre contemplando la mujer fea; y así los hijos salen comúnmente medios entre los dos, ni tan hermosos como el padre, ni tan feos como la madre. ¿Pero quién no ve, que de parte del padre no milita la misma razón? La hermosura del marido llama eficazmente la atención de la mujer, la fealdad de ésta no llama, antes enajena la atención del marido; ¿y quién duda, que muchos, que están casados con mujeres feas, y son de una conciencia estragada, al mismo tiempo que usan de ellas, fijan la atención en esta, o aquella mujer muy hermosa, que han visto? Sin que por eso, aunque ellos sean de muy gentil disposición, salgan muy hermosos los hijos. Es bien verosímil, que los Negros, y Negras, recíprocamente casados en el estado de esclavitud, muchas veces padezcan una pasión vehemente por este, o el otro individuo de la gente blanca, que ven a cada paso, y que su imaginación se dirija a él con gran viveza en el momento en que se atribuye el cuestionado influjo a la imaginación vehemente. Con todo, los hijos en la primera generación salen siempre, o casi siempre del color de los padres.

36. A esta última razón se me responderá acaso, que los Negros no se apasionan por la gente blanca; antes la abominan, porque tienen por feo el color blanco, y por hermoso el negro. Así se sabe, que los Etíopes Gentiles pintan negros a sus Dioses: los Cristianos a los Angeles, y Santos; y unos, y otros pintan blancos a los demonios. Respondo, que es verdad que gradúan en esa forma los dos colores, mientras viven entre los suyos; pero [81] a pocos años de esclavitud mudan de aprehensión, y poco a poco van declinando a la opuesta. Esto es naturalísimo; porque como en esta materia no hay razón, que persuada más lo uno que lo otro, la continuación de ver preferir el color blanco los que vienen a ser el todo de la Región donde son esclavos, insensiblemente les va inspirando la misma estimación. La circunstancia de la esclavitud coadyuva mucho. Ven envilecido el color negro en el abatimiento de su estado; y al contrario, al blanco revestido del esplendor de la dominación. Esto para los dictámenes, que se forman únicamente por la aprehensión, tiene poderosísima fuerza.

§. IX

37. La sexta sentencia dice, que la negrura de los Etíopes viene de los efluvios fuliginosos, y vitriólicos, que despiden sus cuerpos hacia la superficie; y que estos efluvios proceden de las aguas, y alimentos de que usan. Así Tomás Brown sobre los errores populares, compendiado en el Tom. I de los Suplementos de las Actas de Lipsia, pág. 279, quien en prueba de su opinión alega dos fuentes de la Hestiodides, de quienes dice Plinio {(a) Lib. 31. cap. 2.}: que la una hace blancas, la otra negras, respectivamente, a las ovejas que beben de ellas; y manchan con ambos colores a las que promiscuamente beben de una, y otra. Mucho más decisivo, y oportuno al intento es lo que Plinio poco más abajo añade, que en Turia, territorio del Peloponeso, hay dos fuentes, llamadas la una Cratis, la otra Síbaris, de las cuales la primera da candor, la segunda negrura, no sólo a los ganados, mas también a los hombres; con circunstancia de que la primera no sólo blanquea a los hombres, sino que los da una textura blanda, y laxo el cabello: la segunda no sólo los ennegrece, mas los hace más duros, y les encrespa, o ensortija el cabello; que es puntualmente lo que sucede a los Etíopes. Mas dudo de la verdad de uno, y otro; pues ningún viajero de [82] nuestro siglo nos dice haber visto en alguna parte del mundo fuentes, que tengan tales propiedades. Plinio se descarga de salir por fiador de la verdad de ellas, porque la primera noticia la deja a cuenta de Eudico, y la segunda a cargo de Teofrasto, a quien cita.

38. Pero lo más fuerte, que tiene contra sí esta opinión, es la gran inverosimilitud de que en muchas grandes Provincias, cuyos habitadores todos son negros, todas las fuentes tengan esta rara propiedad. Una fuente sola, que haya en el mundo, que ennegrezca a quien beba su agua, se puede reputar por un prodigio. Hacerlo todas las que hay en muchas Provincias (como es menester para que todos los habitadores sean negros) sin escrúpulo se puede colocar entre las más portentosas fábulas.

§. X

39. Impugnadas las demás sentencias, resta que propongamos la nuestra. Digo, pues, que la causa verdadera, única del color de los Etíopes es el influjo del Clima, o País que habitan. Antes de probar la conclusión, es menester explicarla. Esta voz influjo del Clima anda a cada paso en las bocas de todos: y si se les pregunta, qué entienden por ella, apenas sabrán explicarlo. En un País hay muchas cosas que contemplar; el aire, la tierra, los frutos, las aguas, los vientos, los minerales, el frío, el calor, la humedad, la sequedad, y otras cualidades: la elevación, o depresión de la tierra, la positura del Sol respecto de ella, &c. He dicho la positura del Sol, sin hacer memoria de otros Astros, porque de los demás no está averiguado, que alteren sensiblemente los Países por la varia positura, que pueden tener respecto de ellos. Cuando, pues, se trata del influjo del País, se debe entender, que la causa influyente es alguna cosa general a todo el País, y es juntamente primitivo origen de las particularidades, que se experimentan en él. Por lo cual el influjo del País no debe atribuirse ni a las aguas, ni a los frutos, ni a otras cualesquiera producciones de la tierra, aunque tengan [83] algunas particulares cualidades, que no hay en cosas de la misma especie de otros Países. La razón es, porque esas particulares cualidades dependen de otra causa general a todo el País. Si todas las aguas de un País, pongo por ejemplo, son nocivas, hay sin duda en el País una causa general, que las da la mala cualidad que tienen, o sean los minerales de que abunda, o algún mal jugo, que tiene penetrada toda la tierra. Puede también esta causa general influyente no consistir en una cosa sola, sino en combinación, o complejo de varias cosas.

40. Creo que generalmente se puede decir, que la causa común de las buenas, o malas cualidades de un País, que no se reducen a las cuatro elementales, son los jugos, hálitos, o efluvios de la tierra. Veo que para muchas cosas se constituye la causa común en la atmósfera; ¿pero qué particularidad puede haber en la atmósfera de un País, que induzca particular temperie, o intemperie en él? Sin duda los vapores, exhalaciones, o complejos de varios corpúsculos, que nadan en el aire; porque fuera de éstos no hay en la atmósfera sino lo que es aire propiamente tal, y probablemente otra materia más sutil que el aire: dos cosas, que son comunes, y uniformes en todos Países. Y los vapores, exhalaciones, o corpúsculos de la atmósfera, ¿qué son sino efluvios de la tierra? Luego estos, o los cuerpos de donde se exhalan, se deben reconocer (regularmente hablando) por causa de las particulares cualidades buenas, o malas del País.

41. Pueden estos hálitos comunicarse inmediatamente a los cuerpos humanos, o comunicados inmediatamente a la atmósfera, y combinados unos con otros hacer después tal, o cual impresión en los cuerpos humanos, o en fin introducidos en las aguas, y alimentos, mediante éstos alterar los cuerpos. De cualquier modo que sea, de los hálitos de la tierra viene, como de legítima causa, el daño, o el beneficio; quedando la atmósfera, la agua, o el alimento en razón de mero vehículo. Así la sentencia, que constituye por causa de la negrura de los Etíopes las aguas, [84] y alimentos, puede, modificada en esta forma, admitir alguna explicación congrua.

42. Tampoco es preciso, que los hálitos, o efluvios manen de toda la tierra, que comprehende todo el País. Pueden, saliendo de una porción sola del País, extenderse, e inficionar toda la atmósfera de él. Lo que exhala una caverna, o un lago, hace tal vez daño a un gran pedazo de terreno. Pueden también salir los hálitos del mar vecino, o por mejor decir de la tierra, a la cual cubre el mar.

43. Puesto esto, se prueba nuestra conclusión; lo primero, por la exclusión de todas las demás sentencias; y porque cualquiera otra causa física, que se señale, fuera de las impugnadas, necesariamente se ha de reducir a ésta.

44. Lo segundo se prueba eficacísimamente por la experiencia, de que diferentes Países, por su diferente cualidad, inducen alguna diferencia en el color, y aun en la configuración de sus habitadores. Pongo por ejemplo: Los habitadores de la Georgia generalmente son de color rosado, y las mujeres las más bien faccionadas de toda la Asia. Las Moscovitas de las Provincias vecinas a los Tártaros Crimeos, también son bellísimas con gran preferencia a las de otros Países, colocados en la misma latitud; por lo cual el más lucroso pillaje, que hacen los Tártaros en aquellos Países, es el de mujeres para venderlas. Los Ingleses son más blancos, y de talla más delicada, no sólo que los de los Países más Meridionales, mas también que los de otros, que están en la misma altura. Donde se debe advertir, que la blancura no puede atribuirse, al frío, porque la Inglaterra, sin embargo de ser bastantemente Septentrional, es País muy templado, a causa del viento Ovest, que reina en él el Invierno. ¿Por qué, pues, el particular influjo del País Etiópico no producirá en sus habitadores, no sólo aquel particular color, mas también aquella leve diferencia de configuración, que consiste en labios gruesos, narices anchas, y cabello ensortijado? Mucho más comprehensible es sin duda, que el particular influjo del Clima Etiópico desvíe algo a sus [85] habitadores, en una, u otra facción, del común de los hombres, que el que de la Georgia saque la total configuración de las Georgianas tan ajustada, que sean el hechizo de todos los Príncipes del Asia.

45. Ni puede decirse, que el particular color, y configuración de algunas Naciones viene heredado de padres, y abuelos, por una continuada serie de muchas generaciones, y procedido de algún principio ignorado. No puede, digo, ser eso. Pues a tener ese antiguo origen, señálese el que se quisiere, el color, y configuración particular de diferentes Naciones, ya ninguna Nación tendría hoy color, o configuración particular. La razón es, porque ninguna, o casi ninguna Nación hay en el mundo, con la cual, ya por conquistas, ya por otros mil accidentes, no se hayan hecho innumerables mezclas de otras Naciones: luego si cada País, por influjo propio, no conservase en sus naturales tal, o cual configuración, ya todo se hubiera barajado, y confundido.

46. Lo tercero se prueba con el símil de brutos, y vegetables, que con la mudanza de terreno se mudan muchas veces considerablemente en las siguientes generaciones. En los ganados se ve a cada paso, que trasladados a otro País, procrean los hijos de diferente tamaño, de distinto pelo, &c. Las semillas de los vegetables, sembradas en terreno de cierta diversidad de aquel donde nacieron, se deterioran tanto sus producciones, que ya parecen plantas de otra especie. La semilla del trigo, trasladado a terreno no tan apto, produce un grano muy inferior en figura, color, sabor, &c. que llaman centeno. La semilla del repollo criado en buen terreno, sembrada en otro no tan oportuno, a la primera generación produce repollo no tan bueno como aquel de donde se extrajo la semilla; a la segunda ya produce berza; y en la tercera, y cuarta esta misma planta se va deteriorando; de modo que las berzas, nieta, y bisnieta del repollo, parecen vegetables de diversísima especie, respecto de su abuelo, y bisabuelo. ¿Por qué en los hombres no sucederá lo mismo a proporción? [86]

§. XI

47. No veo que contra esta sentencia pueda oponerse cosa de alguna entidad, sino la experiencia, de que hablamos al principio de este Discurso, propuesta por el Médico Portugués al Barón de la Hontan. Siendo cierta la observación de que a cualquier parte que pasen los Etíopes se conserva en sus descendientes, aun por muchas generaciones, el color negro; parece se debe inferir, que éste no es efecto de su clima, pues a serlo, variando el clima, se variaría en sus descendientes el color.

48. Respondo lo primero, que la consecuencia no es necesaria. Puede el Clima Etiópico producir la negrura, sin ser necesario para conservarla. Las causas segundas muy frecuentemente no son necesarias para la conservación de los efectos que producen. El oro se produce en las entrañas de la tierra, que viene a ser como patria suya; y extraído de ella se conserva siglos, y más siglos, sin que cosa alguna elemental altere su intrínseca textura. ¿Qué repugnancia hay en que la influencia del País Etiópico induzca tal textura en el semen prolífico de sus naturales, que después en ningún País extraño pueda alterarse, o por lo menos no pueda alterarse, sino en mayor espacio de tiempo, que el que hasta ahora se pudo observar? Por regla general (lo que es muy de notar para nuestro intento) la mudanza del color negro al blanco es muy difícil. Cualquier paño blanco se tiñe facilísimamente de negro; pero nunca, o con grandísima dificultad, el negro admite el color blanco.

49. Lo segundo respondo, que tengo por falsa aquella experiencia. Lo primero, porque Autores más fidedignos dicen lo contrario. Los del Diccionario de Trevoux afirman que los Etíopes transplantados a Europa, a segunda, o tercera generación van blanqueando. En las Memorias de Trevoux tengo especie de haber leído lo mismo. Lo segundo, porque Jorge Maregravio, citado por el P. Menochio, dice vio a un joven de dieciocho años muy blanco, que era hijo de padre, y madre negros. Es verdad que [87] en la configuración de narices, y cabellos, aún representaba a sus padres. Es creíble, que nunca, o muy rara vez se borran a la primera generación todas las señas del origen a los Etíopes, que nacen en Europa, sino que poco a poco se van extinguiendo, y no en igual número de generaciones a unos que a otros. Estos a Autores, no sólo por su número, mas también por su calidad, son harto más dignos de fe, que el Médico Portugués; el cual se me hace muy sospechoso, si no de impiedad, por lo menos de charlatanería, porque en la Relación del Barón de la Hontan le veo echar mano de cualquier andrajoso argumento, al fin de probar, que no todos los hombres descienden de Adán.

50. El primero es, como insinuamos arriba, la decantada dificultad de que la América se poblase por individuos de nuestro Continente; a la cual hemos satisfecho en nuestro V Tom. Disc. XV. El segundo, la gran diferencia de genios, y costumbres entre la gente de uno, y otro Continente; como si dentro de aquel Continente no hubiese (como es notorio) una gran diferencia de genios, y costumbres entre varios Pueblos, y lo mismo respecto del nuestro.

51. El tercer argumento puede hacer más armonía. Tomábale de que los descendientes de los primeros Salvajes del Brasil, que fueron transplantados a Portugal, después de más de un siglo, carecen de barba como sus ascendientes. Respondo lo primero dudando del hecho, porque el testimonio del que le propone no es bastante para captar mi asenso.

52. Respondo lo segundo, que aun permitido el hecho, nada prueba. Acaso pedirá esa mutación más dilatado tiempo de estancia en Europa. ¿Quién sabe cuánto tiempo pasó antes que los descendientes de los primeros pobladores de la América careciesen de barba? Acaso pasarían tres, o cuatro siglos, y acaso serán menester otros tantos para que los descendientes de aquellos descendientes, restituidos a nuestro Continente, la recobren. Tal, o cual clima puede hacer tal, o cual inmutación en el temperamento en orden [88] a alguna circunstancia, que sea menester el tránsito de muchas generaciones para volver al último estado; y en orden a otra circunstancia acaso se borrará muy presto la impresión recibida en otro País. Yo no sé, como he dicho, si es muy perezosa la inmutación, que hacen la América, y la Europa en orden a la barba; pero sé que es muy pronta la que producen en orden al color. En esta Ciudad de Oviedo conocí dos sujetos nacidos en el Reino de México, hijos de Padres Españoles, y ambos tenían el color entre pálido, y aceitunado, propio de aquella Región. La circunstancia que voy a añadir es más notable. De los dos el que salió de la América hombre hecho, que era el Ilustrísimo Señor Don Manuel Endaya, Obispo de esta Diócesis, conservó este color toda la vida: el otro que salió de allá de siete años, hijo del Capitán de Navío de Guerra Don Isidoro de Antayo, y hoy tendrá nueve, o diez, ya mejoró, y prosiguió mejorando cada día sensiblemente de color.

53. Pero graciosamente doy que nunca recobren la barba los descendientes de los Brasileños; no por eso se infiere, que los Brasileños no descienden de hombres barbados: pudiendo aplicarse aquí del mismo modo lo que en la primera solución dijimos en orden a la pretendida inmutabilidad del color de los Etíopes. El símil de los vegetables puede ser también aquí oportuno. La semilla del repollo Murciano trasladada a la tierra en que yo nací, a la tercera, o cuarta generación da una planta (que llaman berza Gallega) en cuanto a tamaño, figura, y cuasi todas las cualidades sensibles, distintísima de la planta bisabuela suya. ¿Quién me asegurará que la semilla de la berza Gallega, vuelta a Murcia, producirá repollo? Lo mismo digo del centeno, restituido al País de donde salió en forma de trigo. Es muy verosímil, que en algunas especies degenerantes suceda lo mismo que en algunos individuos degenerantes. El vino degenera en vinagre; pero nunca el vinagre vuelve a recobrar la dulzura, y generosidad del vino. [89]

54. Respondo lo tercero, que el argumento tomado de la carencia de barba de los Brasileños es inconducente al intento de probar, que la América no fue al principio poblada por hombres de nuestro Continente, si esa carencia no es general en todos los Americanos; lo cual, sin embargo de la persuasión común, es a mi parecer falso; pues el Dominicano Fr. Gregorio García en su Origen de los Indios, lib. 2. cap. 5, §. ultim. dice, que en un Pueblo del Perú vio Indios barbados, aunque no mucho; y que en otros carecen de barbas, porque ellos, teniendo la barba por fealdad, y afrenta, con gran cuidado se arrancan todos los pelos de ella con unas pinzas, que siempre traen consigo para este efecto. También Enrico Gautier, tom. I de la Biblioteca Filosófica, cita al Viajero Leonel Wafer, que afirma, que los Salvajes del Darien crían barbas, pero se las arrancan.

§. XII

55. Para complemento de este Discurso expondremos aquí algunas particularidades en orden a la negrura de los Etíopes, que pueden interesar la curiosidad de los lectores. La primera es, que los Etíopes todos son blancos al nacer, a la reserva, lo primero, de una pequeña mancha negra, que tienen los varones en la extremidad de la glande, y después poco a poco se va extendiendo por toda la superficie del cuerpo; y lo segundo, de las extremidades de las uñas, que tanto en hembras, como en varones, ya al nacer son negras. Uno, y otro consta de la Historia de la Academia Real de las Ciencias, año 1702, pág. 32.

56. La segunda es, que esta negrura sólo reside en la piel, o pellejo de los Etíopes. Muchos habían creído, que residía en la sangre, y aun algunos llegaron a decir, que el esperma, que sirve a su generación, es negro. Pero se ha hallado, que así en la sangre, como en todas las partes internas, no discrepa el color de los Etíopes del de los Europeos {(a) Academ. Real de las Ciencias, ibi.}.

57. La tercera, que no en toda la piel, sino en una parte [90] cuya piel reside la negrura. Para cuya inteligencia se advierte que la piel se compone de tres partes. La más interior es la piel propiamente dicha, en cuya superficie interna están las raíces de los pelos, y unos granos glandulosos de figura oval, o redonda, y en la externa los conductos excretorios de estos granos glandulosos, por donde sale el sudor; y una infinidad de pezoncillos más menudos que cabezas de agujas, que se cree ser los órganos del sentido del tacto. Sobre la piel propiamente dicha está la membrana reticular, llamada así, porque está toda traspasada de pequeños agujeros, al modo de red. Sobre la membrana reticular está el cutis, o cutícula, que llaman los Anatómicos Epidermis, la cual es insensible, porque carece enteramente de venas, arterias, y nervios. Separadas, pues, con anatómica destreza en un Etíope estas tres túnicas, se ha hallado que la primera, y tercera, esto es, la más interna, y la más externa, en nada difieren de las de los blancos; y la negrura sólo reside en la membrana reticular, sin que obste, para percibirse fuera, la cutícula, por ser ésta muy delicada, y transparente.

58. El famoso Marcelo Malpighi, primer Médico del Papa Inocencio XII, creyó que la negrura de la membrana reticular venía de un jugo negro, espeso, y glutinoso, contenido en ella. Pero Mons. Litre, de la Academia Real de las Ciencias, probó lo contrario con algunos experimentos. Tomados dos pedazos de la membrana reticular del cadáver de un Etíope, puso el uno en infusión en agua tibia, el otro en espíritu de vino por espacio de siete días; sin que en tanto tiempo uno, ni otro disolviente tomase la más leve tintura de negro. Lo mismo sucedió echando otro pedazo en agua hirviendo: lo que prueba que la negrura pende, no de algún jugo negro, sino de la textura propia de la membrana.

{(a) Por la semejanza que hay entre las dos cuestiones del origen de los que llamamos Gitanos, y el de los Etíopes, habiendo, por olvido, dejado de poner en el lugar correspondiente una opinión singular [91] sobre la primera, adicionando con ella el Discurso III del II Tomo núm. 11, la colocaremos aquí, por no privar al lector de una noticia curiosa, y nada vulgarizada.

Juan Cristóforo Wagenselio, en el cuarto Tomo de sus Sinopsis Geográfica, lleva una opinión particular en orden al origen de los que llamamos Gitanos; en que entran la historia, y la conjetura, de modo, que resulta de esta mezcla una gran verosimilitud en la opinión de dicho Autor.

El año de 1348, dice Wagenselio, hubo una terrible pestilencia en Alemania, y algunas vecindades suyas, de modo, que algunas tierras se despoblaron enteramente. Vino a uno, u otro del vulgo el pensamiento de que la mortandad era causada de la infección del agua de fuentes, y pozos, y de aquí se pasó a discurrir, que los Judíos la habían inficionado con la mezcla de materias venenosas, para excidio de la Cristiandad. El odio, generalmente concebido contra esta gente, con facilidad hace creer de ella cualquier maldad, aun en circunstancias en que falte toda verosimilitud. Así esta creencia se propagó por Alemania, y de ella resultó una furiosísima persecución contra todos los Judíos. Cuantos pudieron ser aprehendidos, fueron sin distinción de edad, o sexo, entregados al lazo, al cuchillo, y al fuego. En esta desolación los que pudieron escapar del furor de los Pueblos, se retiraron a los senos más escondidos de las selvas; donde la necesidad, y el miedo de ser descubiertos, les sugirieron, abriendo cavernas, constituirse habitaciones, subterráneas. En ellas vivieron, y procrearon por espacio de medio siglo, o poco más; hasta [92] que sabiendo por sus emisarios, que la Alemania estaba muy turbada con los sediciosos movimientos de los Husitas, les pareció aquella confusión oportuna para salir de las selvas, mayormente cuando después de tanto tiempo nadie pensaba en ellos. Confiriendo maduramente el modo de parecer en público sin riesgo. Para ello compusieron la ficción de que eran Egipcios de origen: que andaban prófugos por la tierra, en pena de haber negado hospedaje a María, Señora nuestra, cuando fugitiva de la persecución de Herodes, por salvar la vida de su Divino Hijo, se acogió a aquella Región. Era menester también formarse algún idioma particular, pues ni podían usar de Alemán los que se habían de fingir forasteros, ni del Hebreo, por no darse a conocer por lo que eran. Fabricaron, pues, una nueva especie de jerga, en que entraban confundidas, y en parte desfiguradas una, y otra lengua. Armados, pues, con estas prevenciones, salieron al público, y se esparcieron por varias partes, sin que nadie los inquietase, y aun haciéndose recibir bien de la gente crédula con otras dos ficciones, que añadieron; una, de que conocían los sucesos venideros de cualesquiera personas, por la inspección de las rayas de la mano: otra, de que las casas donde se hospedaban, estaban libres de padecer incendio. Es natural, que contribuyese también no poco para su pasiva tolerancia, el lisonjear mucho los oídos de los Cristianos la relación de su castigo, por la sacrílega desatención, [93] que habían cometido con María, Señora nuestra, y su Santísimo Hijo. Después de esparcidos, se les fue sucesivamente agregando en todas partes mucha gente perdida; y continuándose esta agregación, vino a desaparecerse enteramente el origen Judaico.

Esta es en suma la Relación de Wagenselio; la cual, en cuanto a la pestilencia de la Alemania, sospecha de ser Autores de ella los Judíos, e intentado exterminio de ellos con este motivo, consta de varios Autores fidedignos. El retiro a las selvas de los que pudieron escapar, y su aparición después de medio siglo, o algo más, con el color que se ha dicho, aunque el Autor no se explica bien precisamente, mas parece conjetura, que hecho leído por él en alguna historia; pero conjetura al parecer muy fundada. Lo primero, por la gran verosimilitud de que muchos de aquellos míseros tendrían la comodidad de huir; y en caso de hacerlo, viendo la persecución encendida en todas las poblaciones, ¿dónde podrían salvarse, sino en las selvas? Lo segundo, porque en las de Alemania se encuentran (dice el mismo Wagenselio) muchas cavernas, que parecen formadas al intento de habitarlas. Lo tercero, porque el Autor vio un breve Diccionario del idioma de aquellos vagabundos, compuesto por un Juan Miguel Moscherosch, en el cual notó muchas voces Hebreas, que copia en el citado libro.

Algunas objeciones se podrán hacer contra este sistema: pero sin duda de más fácil solución, que las que padecen los demás que se han discurrido en orden al origen de esta gente. La que puede hacer más fuerza, es, ¿cómo pudieron ocultar su Religión a los Cristianos, que se les fueron agregando? A que respondo lo primero, que no hay inconveniente en decir, que cuando se resolvieron a dejar sus cavernas, se formaron la Teología de dispensarse de sus ritos, en cuanto fuese necesario para salvar la vida, como hacen los que entre nosotros están ocultos: y después con el comercio íntimo con los Cristianos agregados, fueron perdiendo poco a poco la adhesión a su creencia, hasta abandonarla del todo. Consta de la Sagrada Escritura la facilidad con que el comercio con los Gentiles los inclinaba a la Idolatría. Respondo lo segundo, que también es muy posible, que la vida salvaje de tan dilatado tiempo los fuese disponiendo poco a poco a vivir sin Religión; de modo, que cuando salieron de las selvas, no profesando ya ninguna, resolviesen acomodarse hipócrita, o afectadamente a la Cristiana: discurso que se conforma bastantemente con la que en el Teatro decimos de la poca apariencia de Religión, que se descubre en esta gente.}


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo séptimo (1736). Texto según la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo séptimo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 66-93.}