Filosofía en español 
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Tomo sexto Discurso cuarto

Hallazgo de especies perdidas

§. I

1. Entre los que creen, que el mundo desde su creación hasta ahora, está padeciendo una sucesiva decadencia mayor, y mayor cada día (error comunísimo, [184] que hemos impugnado en el primer Tomo, Disc. XII) hay muchos, que entienden esta pérdida, no solo de los bienes muebles, mas también de los raíces: quiero [185] decir, no solo de los individuos, mas también de las especies. Afirman, pues, que no solo dentro de cada especie de los individuos son menos robustos, activos, o vigorosos, [186] mas que también algunas especies absolutamente se extinguieron; y tales, que debemos lamentar su falta, y envidiar su posesión a los pasados siglos, por su [187] ventajosa utilidad para el servicio del hombre. Señalan entre éstas en primer lugar la Púrpura, o Murice, aquel precioso pececillo, habitador del Mar de Tyro, con cuyo [188] rojo licor se teñían los mantos de los Monarcas. Los que son muy crédulos, añaden a este animal marino, entre los terrestres el Unicornio, entre los volátiles el Fénix. [189] De lo que puede servir a la pompa echan menos entre los minerales el metal llamado Aurichalco, y los vasos Murrhinos, o Mirrinos, (que de uno, y otro modo los nombran los Autores) tan apreciados de los antiguos Romanos. Pero en lo que convienen que padeció la naturaleza el mayor estrago, y para nosotros más sensible, fue en las plantas, pues no solo dicen nos robó la tiranía de los tiempos el aromático Cinnamomo, y el verdadero Bálsamo, mas otros muchos vegetables, recomendados de los antiguos por sus excelentísimas virtudes, las cuales hoy no hallan en planta alguna Botanistas, y Médicos.

§. II

2. Pudiera esta opinión impugnarse con una doctrina teológica de Orígenes, San Agustín, Santo Tomás, y otros Padres, y Doctores, los cuales, fundados en algunos lugares de la Escritura, enseñan, que la custodia de los Ángeles, no solo se extiende a los hombres, pero a todas las criaturas visibles; mas con esta diferencia, que para [190] cada individuo de la especie humana está deputado su especial Ángel de guarda. En las demás especies no están distribuidos por individuos, sino que de cada especie cuida un Ángel solo. De este modo está repartida entre varios espíritus Angélicos la custodia de los Cielos, de los Astros, de los Elementos, de los Brutos, Plantas, Metales, Piedras, &c. descansando (que viene a ser la frase con que se explica el Damasceno) todo el Orbe sobre sus hombros.

Pronaque ad obsequium pars altera sustinet Orbem
Auxilio servatque suo.

3. Parece que la custodia de los Ángeles, respecto de las especies, solo puede tener por fin la multiplicación, y conservación de ellas, y así lo siente el Eximio Doctor; por consiguiente, si algunas pereciesen enteramente, se debe discurrir, o que no hay tal custodia, o que los Ángeles deputados para ellas se descuidan tal vez (lo que no puede ser) en el cumplimiento de su ministerio.

4. Este argumento, no solo prueba, que no pereció especie alguna en el Universo; mas aunque, según la providencia establecida, no puede perecer. Pero valga lo que valiere esta prueba teológica, y sin usar de todos los derechos, que ella me da, reduciré mi pretensión únicamente a mostrar, que sin fundamento se asegura la extinción total de algunas especies; y aun parte contra fundamento positivo, y claro en contrario.

§. III

5. Empecemos por la Púrpura, cuya pérdida es la que con más seguridad se afirma. Ésta, según la descripción de los Antiguos Naturalistas, era un pececillo del género Testaceo, o especie de Ostra, que en una parte de la garganta contenía aquel rojo licor tan apreciado. Vena llama Plinio al receptáculo del licor; pero en realidad no podía ser tal, pues si fuese vena, por la ley de la circulación debiera el licor girar por todo el cuerpo, y así no en una parte sola de él, sino en todo se hallaría. Mejor, pues, Aristóteles la llama membrana; y dice, que ésta está embebida del rojo humor, el cual [191] por expresión se saca de ella. No solo en el Mar de Tyro se hallaba, como tienen muchos aprendido, sino en otros algunos; aunque frecuentemente se lee nombrada sola la Púrpura de Tyro, porque era la más preciosa. Ni tampoco era su especie uniforme; antes son muy diversas unas de otras en magnitud, figura, perfección del jugo, y otros accidentes; aunque así Plinio, como Aristóteles, atribuyen esta diversidad, no a distinción específica, sino al diverso suelo, que habitan, y alimento de que usan. Donde noto también, que tanto Plinio, como Aristóteles, hablan del Murice, y Púrpura, como Testaceos distintos, contra lo que comúnmente se cree; ora esta distinción sea substancial, o puramente accidental, como parece más probable.

6. Este pez, pues, que tantos siglos ha se llora como perdido, deponen testigos de vista, que aun hoy existe. Rondelecio, y Belonio, citados por Gesnero, dicen que le vieron, y manejaron, y aun Belonio la anatomizó. Estos dos Autores florecieron dos siglos ha. De los modernísimos dan noticia de haber visto la Púrpura en varios parajes de la América, como en Nicoya, en las Antillas, &c. el Irlandés Thomas Gage, y el P. Labat, Dominicano. Lo mismo se halla aseverado en el Diccionario de Comercio de Jacobo Savari, y en el Universal de Trevoux. Finalmente habiendo yo consultado sobre este punto al curiosísimo, y eruditísimo Caballero Don José Pardo de Figueroa, que paseó buena parte de la América con una aplicación grande a informarse de todas las particularidades de aquel Continente, me respondió, que se hallaba la Púrpura en abundancia en Guatemala, donde los Naturales se sirven de ella abriendo la concha, y pasando el hilo, algodón, o seda por aquel humor que encierra, hasta que le consumen; y hecho esto, la restituyen al agua, donde vuelve al adquirir nuevo humor. Añadiome, que da aquel jugo un color muy fino; y que el hilo (a quien llama Hilo de Caracol, porque generalmente dan allí este nombre a todo género de Testaceos) es estimado en aquella Provincia. [192]

7. Estos testimonios nos aseguran, que la Púrpura existe, aunque no en Tyro, ni acaso en los demás sitios, donde la hallaban los antiguos; sí en otros diferentes. Esto no es particular a este Pez. En otros muchos se ha visto faltar de tal, o tal Puerto, donde era copiosa su cosecha, y lograrse en otro distante, donde antes no parecían. No solo en los animales marinos, también en los terrestres hay alguna experiencia de esto. En la Siberia, aquella dilatadísima Provincia sujeta al Czar, que comprehende gran parte de la Tartaria Septentrional, y áspero destierro de los infelices, que arroja allí el enojo del Soberano, hubo un tiempo muchísimos Elefantes, como invenciblemente se colige de la gran copia de dientes suyos, que hoy se encuentran en aquella vasta Región. Hoy no parece un Elefante en toda la extensión de la Siberia, aunque los hay en abundancia en otras partes de la Asia.

8. Una objeción está saltando a los ojos; y es, que se hoy se hallase la Púrpura en varias partes de la América, el comercio habría traido su uso a Europa; pues aunque éste se puede suplir, y suple con el tinte de la cochinilla, que vulgarmente llamamos Grana, es de creer, que el de la Púrpura, según la recomiendan los antiguos Escritores, era sin comparación más fino, y así siempre sería apetecido con ansia de tantos Señores, que a todo coste solicitan la pompa de los hábitos.

9. A este argumento se puede responder lo primero, concediendo la secuela. Thomas Gage dice, que en España se hace algún consumo del paño tejido de Púrpura, pero poco, por su mucho coste, pues sube a veinte escudos la vara; y así añade, que solo los mayores Señores de España hacen algún gasto de él. Pero esta noticia para mí es sospechosa: y creo, que tanto los grandes señores, como los chicos, se sirven de la grana común, o paño teñido de la cochinilla, con sola la diferencia de que, a proporción del mayor, o menor poder, usan de grana más, o menos costosa; pues hay dentro de este género gran diferencia de precios.

10. Mejor, pues, responderemos lo segundo, que no [193] iguala el tinte de la púrpura al de la cochinilla, y por eso es preferido éste a aquel. En esto convienen comúnmente los Autores, que testifican la existencia de la púrpura, exceptuando el citado Thomas Gage. Don José Pardo se contenta con decir, que en nada excede el tinte de la púpura de Guatemala al de la Cochinilla, pero es más trabajosa su manufactura; la cual basta para que nunca venga a Europa, y solo tenga uso entre aquellos naturales, que hallándola a mano, ahorran el gasto de la conducción de la grana. Pero el P. Labat habla con mucha desestimación del tinte de púrpura, no por la debilidad del color, o lustre, sino por su poca duración, pues dice, que con las lavaduras se va gastando hasta disiparse enteramente; por lo cual se inclina, o a que la púrpura, que hoy hay, es distinta de la antigua de Tyro; o que los antiguos tenían alguna particular manipulación para fijar el tinte, cuyo secreto se ha perdido. [194]

{(a) 1. Puedo ahora hablar con más seguro conocimiento de la púrpura, y color purpúreo, porque tengo en mi poder una madejilla de algodón teñida de la púrpura Americana, que se me remitió juntamente con la pintura de aquel pececillo, y una Disertación latina sobre el asunto, compuesta en Panamá por Monsieur Jusieu, de la Academia Real de las Ciencias, a los principios del año de 1736. Este Académico fue destinado con algunos compañeros a observar por la parte Meridional la figura de la tierra, al tiempo que con el mismo designio se encaminaron a las partes Septentrionales otros de la misma Real Academia.

2. Consta, así por la inspección de la madeja que tengo, como por las noticias, que da Monsieur Jusieu, que el tinte de la púrpura es muy inferior en hermosura al de la grana. Nada tiene a la verdad de brillante, o alegre el color purpúreo. Vergit ad faecum vini colorem, dice Monsieur Jusieu. Realmente es un color sanguíneo muy tibio, que se acerca bastantemente al morado. Así el citado Académico constantemente afirma, que la falta de uso de la púrpura (tan estimada entre los antiguos) no viene de que falte en los mares este pez testáceo, o en los hombres el arte de aprovechar su jugo: sino lo uno de que se hallaron después otras materias, que dan colores más hermosos: lo otro, de que con mucho menos copia de materia se tiñe mucha mayor copia de paño: Virginti libri cochenillae (dice), plus inficere possunt, quam valeant quotquot sunt simul collectae conchae purpuriferae. [194]

3. Opondráseme acaso, que lo que alegamos no prueba contra la excelencia de la púrpura, que tanto apreciaban los antiguos, pues pudo aquella ser muy distinta, y superior calidad a la Americana. Nada se ve más de ordinario, que variar notablemente en calidad las producciones de distintos mares, y distintas tierras.

4. El P. Luis de la Cerda (in Virg. lib. 4. Georg. v. 275) prueba con algunos pasajes de Plinio, y otros Autores, que el color púrpureo de la antigüedad era morado: Coccinus aut coccineus, dice, proprie est rubicundus ille & splendibus, quem nominat vulgus color de grana: Purpureus autem longe ab hoc nimirum color morado. Pone luego las pruebas. Plin. lib. 21, cap. 6. Violas triplicis coloris constituit, purpureas, luteas, albas: Moradas, amarillas, blancas: Est autem nemo qui viderit coccineas. Idem Plin. eodem lib. cap. 5. Dividit lilia in alba, seu candida, in rubencia, in purpurea? Blancos, rojos, morados: ¿Quis est autem qui haec viderit coccinea: Idem Plin. ila scribit de colore purpureo: Laus ei summa color sanguinis concreti nigricans aspectu... Horatius prupurem describens, ad violas confugit: lana Tarentino violas imitata veneno... verba Cornelii Nepotis apud Plinium, cap. 39. lib. 9: Me juvene, violacea purpura vigebat... Cita finalmente al sabio Antonio Agustino, Dialog. 5. Iconum.

5. Pero a la verdad estos testimonios solo prueban, cuando más, que el color purpúreo más frecuente, y común era morado; no que no hubiese tinte purpúreo de color más brillante, y encendido. Y aun la autoridad de Cornelio Nepos es contra producentem. Sus palabras parece se deben traducir al Castellano en esta forma. Siendo yo joven, era más estimada, o preferida a las demás la púrpura morada. Lo cual manifiesta, que había púrpura de otro, u de otros colores, las cuales no eran digámoslo así, de la moda en la juventud del Autor citado. Confírmase esto, viendo todo el pasaje de Cornelio Nepos, que es como se sigue: Me juvene, violacea purpura vigebat, cujus libra denariis centum venibat, nec multo post rubra Tarentina. Aquí tenemos demás de la púrpura morada, otra rubicunda, que parece se hizo de moda después de la juventud del Autor. Confírmolo más con el símil de que usa Virgilio, figurando en el purpúreo el encendido color rosado de las mejillas de Livinia:

Indum sanguineo veluti violaverit ostro
Siquis Ebur.

6. Es verdad que prosigue comparando la mezcla del rubor, y candidez en las mejillas de la doncella a la de los lirios con rosas blancas vel mixta rubent ubi lilia multa alba rosa; pero esto no obsta; [195] pues aunque diga el P. Cerda, que no hay lirios rubicundos, Plinio lo afirma: Est & rubens lilium, quod Graeci crinon vocant, (lib. 21. cap. 5.), los cuales distingue de los purpúreos, de que habla más abajo: Sunt, & purpurea lilia. Sin duda sería una grande impropiedad, e injuriosa a la hermosura de Lavinia, pintar moradas sus mejillas. La púrpura de Tyro, que excedía mucho a todas las demás en estimación, dice Vitruvio (lib. 7.), que era rubicunda: Puniceum colorem procreat Africa; Tyrus autem rubeum. Lo mismo se colige de otros Autores.

7. Parece, pues, cierto que el antiguo color purpúreo no era todo uniforme, o precisamente morado, sino que variaba entre el morado, y el rubicundo. El tinte de la madeja, que tengo, es, como dije, entre sanguíneo, y morado. Esta diversidad provenía principalmente del diverso jugo de los peces de distintos mares, y en parte del diferente uso de él; lo que se colige de algunos pasajes de Plinio.

8. Esto no obstante, subsiste lo que hemos dicho, y confirma Monsieur Jusieu, que el antiguo color purpúreo era de inferior hermosura al de la grana. Plinio dice, que el más precioso era el que se parecía al nigricante de la sangre cuajada: Laus ei summa color sanguinis concreti nigricans aspectu; y este color cede mucho en hermosura, y esplendor al que da el tinte de la cochinilla. Aun el color de grana de los antiguos, que llamaban Coccineus color, tomando la denominación del árbol Coccum, de que se extrae, que es una especie de encina (nosotros llamamos Kermes a la grana de aquel árbol) era más hermoso que el de la púrpura: Gratius nihil traditur aspectu, dice Plinio de este color (lib. 21, cap. 8).

9. Lo que el Padre Labat, citado por nosotros en el mismo número, dice de la poca duración del tinte de la púpura Americana, se debe entender limitado, como advierte Monsieu Jusieu, a la púrpura de la Isla de Santo Domingo, que es la que experimentó el Padre Labat. Monsieur Jusieu experimentó bastantemente firme el de la púrpura de Panamá; pues habiendo puesto a macerar en vinagre fuertísimo, por espacio de dos horas, un poco de hilo teñido de aquella púrpura, no padeció decadencia alguna en el color. Del contexto de Monsieur Jusieu se colige, que la púrpura de Santo Domingo es pez algo diverso del de Panamá. En efecto, tanto antiguos, como modernos convienen, en que hay bastante diversidad entre las conchas purpuríferas, llámese esta diversidad accidental, o esencial, como cada uno quisiere.

10. Finalmente es bien advertir aquí, que no solo en la América [196] se halla la púrpura, también los mares de Europa la producen. En el siglo pasado se descubrió en grande abundancia en las costas de Inglaterra, y de Irlanda. Consta también, que la hay en la costa de Francia por la parte de Poitou. Es verosímil, que se hallará en otras muchas partes, como haya curiosos que la busquen. Lo que yo puedo asegurar es, que se halla en este mar de Asturias. Habiéndome asegurado personas fidedignas haber visto hilo teñido con el jugo de un pececillo testaceo de la costa de Villaviciosa, del mismo color que el que yo tengo en la celda de la púrpura Americana, pedí me enviasen algunas de aquellas conchas, y las hallé enteramente semejantes a la púrpura Americana, según la representa la pintura que tengo.}

11. Fácil es componer esta discordia de opiniones, en atención a que en los antiguos Naturalistas leemos, que las púrpuras de distintos mares eran muy desiguales en [195] la fineza del tinte. Sucederá, pues, y es preciso que suceda hoy lo mismo: con que habrá en una parte púrpuras, que den tinte tan fino como el de la cochinilla, [196] en otra que le den algo inferior, en otra muy inferior. Consiguientemente cada Autor habla diferentemente, porque cada uno vio diferentes púrpuras, uno en una parte, otro en otra. También la diferente manipulación, que habrá en diferentes parajes, aun siendo igual en bondad el tinte, puede inducir una gran desigualdad en el color de la tela; lo que no adviertido por los que notaron esa desigualdad, pudo ocasionar en ellos el error de atribuirla a la naturaleza, siendo toda del arte.

12. De la grande estimación, que entre los antiguos tenía el tinte de la púrpura, no se infiere que fuese más, ni aun tan precioso como el de la cochinilla. Era aquel el único que tenían, porque la cochinilla no estaba descubierta entonces; así, a falta de otro mejor, ni aun igual, es preciso, que apreciasen mucho aquel.

13. Concluyo con que las señas que da Thomas Gage de la púrpura Americana, coinciden perfectamente con la descripción, que de este pez hace Plinio: como son, que tiene el deseado licor en una blanca vena de la garganta: que vive siete años: que se sepulta en el orto de la Canícula, y está escondido hasta la Primavera siguiente.

§. IV

14. La opinión de que hoy carecemos del verdadero bálsamo, creo que no tiene otro fundamento, que haber afirmado Plinio, que el árbol, que le destila, [197] es tan privativamente propio de la Judea, que no puede producirle otra alguna tierra. Uni terrae Judea concessum est, dice lib. 12, cap. 25 y Fastidit balsamum alibi nasci, lib. 16, cap. 32. Como, pues hoy no se halla el bálsamo en Judea, se ha inferido, que esta especie se perdió para todo el mundo. Pero en esa parte erró Plinio; porque Dioscorides dice, que no solo se procreaba el bálsamo en Judea, mas también en Egipto; y este Autor, como natural de la Cicilia, mucho más vecina a Egipto, que Roma, donde escribió Plinio, estaba más proporcionado para tener noticia de las plantas de Egipto; así merece más fe que Plinio en esta materia.

15. Lo mejor es, que ni los mismos Hebreos atribuían a su patria el honor de ser producción suya el bálsamo; pues era tradición entre ellos, que la Reina Saba, cuando vino a visitar a Salomón, había traido aquella planta a Judea. Así lo refiere Josepho: Ajunt etiam, quod balsami plantam, cujus hodie quoque ferax est nostra Regio illius Reginae munificentia ferri acceptam oporteat. (Antiquit. Judaic. lib. 8, cap. 2). Según esto, venía a ser el bálsamo de Judea originario de la África; y si la Reina Saba dominaba en Egipto, como escribe el mismo Josepho, coincide oportunamente esta noticia con la que da Dioscórides, de que también en Egipto se produce el bálsamo.

16. Con todo, hoy no se halla el bálsamo en Egipto, o solo se halla, como quieren algunos, en un Jardín, que tiene el Gran Señor a cuatro millas del Cairo, sitio venerado por los Cristianos Orientales; entre quienes hay la tradición de que fue consagrado por la asistencia de Maria Señora nuestra, y de su Divino Infante, cuando estuvieron en Egipto, y que en una fuente, o pilón de agua, que hay en él, solía la Reina de los Ángeles lavar los pañales del Niño Dios, y Hombres; reinando en muchos la creencia de que en atención a tan respetable circunstancia, favorece el Cielo aquel sitio [198] con la procreación del bálsamo. Otros dicen, que de la Arabia fue conducida esta planta a aquel sitio, y aún parece ser, que es menester continuar la transplantación.

17. Lo que no tiene duda es, que en la Arabia crece esta planta con abundancia en las cercanías de Meca, y de Medina, tanto en las tierras cultivadas, como en las incultas, con grande utilidad de los naturales, los cuales venden su precioso jugo a los peregrinos de Meca, y por este medio se esparce a varios Países. Que este bálsamo es de la misma especie del que un tiempo se criaba en Judea, consta de la conformidad de la planta con las señas, que de aquel dejaron Plinio, y Dioscorides. Es verdad, que sus efectos medicinales no corresponden ordinariamente a la alta recomendación, que de ellos hacen los Autores. Podría esto atribuirse a que en lugar del verdadero, y legítimo opobálsamo (así se llama el jugo de la planta), el cual mana de ella por incisión, que se hace en el tronco, y es poquísimo lo que de este modo se resuda, venden los naturales comúnmente el zumo que ya de la grana, ya de las hojas, ya del leño mismo sacan al fuego; ya un éste le mezclan con la terebintina de Chipre, y otras drogas. Pero estas trampas, y otras muchas, ya en tiempo de Dioscorides se hacían, como dejó escrito él mismo. Así es creíble, que los antiguos ponderaban su bálsamo más de lo justo; lo que hacían también respecto de otros medicamentos, como veremos abajo.

18. De modo, que en el hecho de bálsamo, bien lejos de que tengamos que envidiar a los antiguos, éstos tienen mucho que envidiarnos a nosotros; pues sobre gozar el bálsamo de Judea, que era el único que ellos conocían, solo con la diferencia de nacer en distinto suelo, la América nos ministra otros, acaso nada inferiores a aquel. Tales son el del Perú, el de Tolú, y el de Copaiba, que todos tres vienen de distintas Regiones del Nuevo Mundo, y todos se sacan por incisión de tres distintas especies de árboles. [199]

§. V

19. Todos, o casi todos los que niegan, que se haya perdido la especie del Cinnamono, convienen en que esta planta no es otra, que la que nosotros llamamos Árbol de la Canela. En efecto, la voz latina con que significamos este árbol, o su corteza, no es otra que Cinnamomum.

20. Yo estoy persuadido a lo mismo por algunas fuertes conjeturas, que me han ocurrido a favor de esta opinión. La primera es, que las mismas virtudes, que Dioscorides atribuye al cinnamomo, como son mover el menstruo, y la orina, facilitar el parto, clarificar la vista, aprovechar a los hidrópicos, reconocen los modernos en la canela. La segunda, que lo que más se estimaba, o se estimaba únicamente en el cinnamomo de los antiguos era la corteza. Consta esto de Plinio: Vilissimum quod radicibus proximum, quoniam ibi minimum corticis in quo summa gratiae. Qua de causa praeferuntur cacumina, ubi plurimus cortex. Esta seña es específica del árbol de la canela, en cuya corteza está su mayor, o casi todo su precio. La tercera es, que según el mismo Plinio, el propio terreno, que produce el cinnamomo, produce también la casia lignea: Frutex, & Cassia est, juxtaque cinnamomi campos nascitur. Seña, que asimismo conviene a la canela; pues la Isla de Ceilán, que produce la canela, nos da también la casia lignea. La cuarta, que según Galeno, en libro I de los antídotos, citado por el Doctor Laguna, la más excelente casia lignea es muy parecida al cinnamomo, e imita su virtud, de modo, que es suplemento de él, y suele venderse en su lugar. Esto es puntualmente lo que hoy experimenta respecto de la canela, a quien suple, administrada en mayor cantidad, la corteza de la casia lignea; y aun aseguran los que entienden de drogas, que apenas se nos vende jamás la canela sin mezcla de alguna porción de casia. [200]

21. No disimularé dos objeciones, que se me pueden hacer. La primera es, que Plinio dice, que el cinnamomo no excedía de dos codos de elevación; y el árbol de la canela, aunque no muy crecido, excede considerablemente esta estatura. En el Diccionario Universal de Trevoux se lee, que el año de 1600 se transplantó un árbol de estos de las Indias Occidentales a Hamburgo, el cual creció a la altura de quince, o dieciséis pies. Respondo lo primero, que el incremento de las plantas de la misma especie es desigualísimo en distintas Regiones. La berza en Galicia crece a triplicada, y cuadruplicada altura que en Castilla; y al contrario el olivo en Galicia no tiene la sexta parte del cuerpo que en Navarra, a cuya proporción también el fruto es mucho menor. Plinio, pues, habla del cinnamomo, que venía de Etiopía, que no se conocía otro entonces, y acaso el de aquella Región sería mucho menor que el de Ceilán, que es el que tenemos ahora.

22. Respondo lo segundo, que Plinio, no habló por vista, o experiencia, sí solo por noticias; y las que daban del cinnamomo los que manejaban este comercio, no eran más que fábulas sobre fábulas, a fin de hacer más precioso el género, y venderle más caro. Al principio decían, que solo se hallaba en los nidos de algunas exquisitas aves, especialmente el Fénix, y esto sobre las cumbres de inaccesibles rocas, con la circunstancia agravantísima de que solo en el sitio donde había sido criado el Dios Baco se enriquecían los nidos con este precioso aroma. Desvanecida esta fábula, se substituyó otra, ordenada al mismo fin, que era el que se conducía de tan remotas tierras, que los que traficaban en él consumían cinco años en la navegación, lo que circuntanciaban con otras dos insignes patrañas: la primera, que no se podía coger, sin lograr primero licencia de no sé qué Deidad, con el sacrificio de cincuenta bueyes, carneros, y cabras: la segunda, que de lo que se cogía se consignaba una parte al Sol, la cual, expuesta a sus rayos, [201] al instante se encendía, y resolvía en cenizas. Todo esto conspiraba a persuadir rarísimo, y cortísimo el aroma. Y como conducía al mismo intento suponer muy pequeña la plata, podía esto ser fábula, como lo demás.

23. La segunda objeción se toma, de que en tiempo de Galeno, según refiere el Doctor Laguna, había tan poco cinnamomo, que con gran dificultad lograban uno, u otro fragmentillo de él los mayores Príncipes, cuya raridad no es compatible con la identidad, que afirmamos del cinnamomo; y canela, pues de ésta hay dilatadísimas, y espesísimas selvas en la Isla de Ceilán; la cual Isla, suponiendo ser la misma que antiguamente se llamaba Taprobana, no era incógnita, ni incomunicable a los Europeos: pues no solo había sido descubierta por la Armada marítima de Alejandro Magno, cuyo Prefecto era Onesicrito, mas en tiempo del Emperador Claudio vinieron de ella cuatro Embajadores a Roma.

24. Respondo concediendo, que Ceilán es la antigua Taprobana, lo que para mí no tiene duda: también, que abunda infinito de canela; y en fin, que aquella Isla era bien conocida de los Europeos en tiempo de Galeno. Pero de todo esto nada se infiere para el asunto. Abunda hoy infinito de canela. Es menester probar, que también entonces abundaba, lo cual jamás se probará. Antes consta lo contrario; pues Plinio, que trata bastantemente de la fertilidad, y riquezas de la Taprobana, nada se apunta que pueda hacer alusión a la canela. O se multiplicó, pues, en los tiempos posteriores algún cortísimo plantío, que había entonces, o llevándose la planta de otra parte, procreó felizmente en aquella Isla.

§. VI

25. Julio Cesar Scaligero, y Gerónimo Cardano, dos Autores tan generalmente opuestos en los dictámenes, que parece se habían convenido en no convenirse jamás, o propuesto uno al otro, como Abrahan a Lor, seguir siempre rumbo encontrado al que él eligiese, [202] si ad siniestram ieris, ego dexteram tenebo; si tu dexteram elegeris, ego ad sinistram pergam: Estos dos Autores, digo, apasionadamente émulos, y estudiosamente discordes, se conformaron donde menos debía esperarse; esto es, en el dictamen de que los vasos mirrinos, famosos en la Antigüedad, no eran otra cosa, que aquella porcelana, en que hoy llamamos de la China, porque solo se fabrica en aquella Región. Digo, que en este asunto es donde menos se podía esperar que se conviniesen, porque es tan poco verosímil esta opinión, que al proponerla el uno, era natural que el otro, bien lejos de seguirle, se holgase de lograr tan bella ocasión de impugnarle.

26. No ignoro, que no pocos eruditos siguen la opinión de Scaligero, y Cardano. Todo su fundamento consiste en un verso de Propercio, que expresamente supone, que los vasos en cuestión se formaban por vía de conocimiento al fuego: Murreheaque in Parthis pocula cocta focis. Seña, que viene puntual a la porcelana de China. Pero en el Tomo IV, Discurso XII, num. 57, impugnamos esta opinión, porque las señas, que da Plinio de los vasos mirrinos, sobre indicar, que eran obra de la naturaleza (salvo la figura), y no del arte, no son adaptables a la porcelana. A que añadimos ahora, que según testimonio del mismo Plinio, aquellos vasos eran gratamente olorosos: Aliqua, & in odore commendatio est; y los vasos de porcelana no tienen olor alguno. Plinio en la descripción de los vasos mirrinos habla por experiencia. Era hombre poderoso, y de calidad, que sin duda los tendría, y vería muchas veces en su mesa. Propercio, en cuanto a la formación de ellos, solo pudo hablar de oídas. Así nos parece justo preferir en esta parte la autoridad de Plinio a la de Propercio.

27. Algunos creyeron, que aquellos vasos se hacían de mirra, o de la goma, que se destila del árbol del este nombre, y por eso se llamaban mirrinos. Dictamen totalmente insubsistente: ya porque la mirra era muy conocida de los Romanos, y así no habría lugar a la persuasión, que como testifica Plinio, había entre ellos, de que la materia de los vasos mirrinos era cierto licor condensado en las entrañas de la tierra; ya porque la mirra es toda transparente, y dice Plinio, que los vasos que tenían algo de transparencia, eran poco estimados: ya porque así el color, como la consistencia, que Plinio les atribuye, son muy ajenos de la mirra.

28. Con mucha más verosimilitud discurren otros, que aquellos vasos se hacían de una especie de ágata. Y esta opinión me place por tres motivos, tomados de la descripción, que Plinio hace de ellos. El primero, es la variedad de colores, que tenían los vasos mirrinos, la cual variedad se encuentra en todas, o casi todas las ágatas. El segundo, que en parte de ellos se observaba alguna transparencia, aunque éstos eran los menos apreciados. Esta seña es muy propia de las ágatas, las cuales, aunque por la mayor parte opacas, tienen algunas porciones transparentes. El tercero, que la materia de aquellos vasos ofrecía en su aspecto la idea de ser humor coagulado en las entrañas de la tierra: Humorem putant sub terra calori densari. Y aunque esta representación es más propia de los cristales, y de las piedras rigurosamente preciosas, y perfectamente diáfanas, en todo el resto de mixtos, que tienen la textura, y consistencia de piedras, ninguno hay que más bien ostente el encuentro, o mezcla de varios jugos cuajados en las entrañas de la tierra, que la ágata.

29. Pero habiendo diferentes especies de ágatas, ¿a cuál de ellas podremos atribuir los vasos mirrinos? Nada hallo escrito sobre este particular, con que es preciso caminar sin guía. Pero pienso, que puedo congratularme de una feliz ocurrencia en el asunto.

30. Entre las varias especies de ágata, que enumera Plinio en el lib. 37, cap. 10, hay una, que llama Antachates, y de quien no da otra seña particular, sino que al quemarse huele a mirra: Antachates, cùm uritur myrram redolens. Bastaba esta circunstancia sola para creer, [204] que en esta piedra habíamos encontrado ya la materia de los vasos mirrinos. La razón es, porque no de otra cosa alguna pudieron tomar esta denominación. No de la goma llamada mirra, como probamos arriba. Menos aún de una hierba, llamada Myrrhis, especie de cicuta. Tampoco de una piedra preciosa llamada Myrrhites, de quien trata Plinio, porque ésta tiene un color no más, que es el de la mirra, por donde se le dio aquel nombre; no la variedad, que había en los vasos mirrinos. Estos son todos los substantivos que hay, a quienes sea adaptable el adjetivo de mirrino. Luego no pudiendo formarse de alguna de las expresadas materias los vasos mirrinos, y hallando por otra parte una piedra, que sobre la variedad de colores, común a las ágatas, y propia de los vasos mirrinos, tiene una propiedad, de donde pudo derivarse a ellos esta dominación, debemos creer, que de esta materia se hacían.

31. Pero a esta prueba, que por sí sola es muy buena, se le añade mucho vigor, atendiendo a la circunstancia de que los vasos mirrinos eran gratos al olfato: Aliqua & in odore commendatio est. Es de creer, que aquella especie de ágata, que puesta al fuego exprime el olor de mirra, expira ese mismo olor, aunque más remiso, sin ser atormentada en la llama; porque esto es general a todos los mixtos, cuyo espíritu aromático disipa el fuego, que aun sin arrimarse a él derraman algunos efluvios olorosos. Todas las señas concurren, pues, para creer, que los vasos mirrinos se hacían de aquella especie de ágata: la variedad de colores, la conveniencia en el olor grato al sentido, y en fin la denominación de mirrinos, que parece no pudo tomarse sino del olor de mirra, que se observa en aquella especie de ágata. Cùm uritur mirram redolens.

32. Supuesto que los vasos mirrinos fuesen de la materia que decimos, no hay motivo para pensar, que esta especie se perdió en cuanto a la naturaleza, sí solo en cuanto al uso que hacía de ella el arte. Es de [205] creer, que la haya en las mismas Regiones, de donde antiguamente se extraía. Como antes del tercer triunfo de Pompeyo, no se habían visto en el Occidente los vasos mirrinos, sin que por eso faltase en Oriente su materia, tampoco faltaría ésta, después que en Roma faltó su uso. El gusto de los hombres, que siempre fue inconstante, cesó en el aprecio de los vasos mirrinos; y dejando de ser de la moda, poco a poco fueron pasando de la desestimación al olvido.

§. VII

33. Qué cosicosa fuese lo que los antiguos llamaban Aurichalco, no es de muy fácil averiguación. Muchos creen, que era un compuesto de oro, y cobre, fundados en que la voz Aurichalcum es compuesta de la voz latina aurum, que significa oro, y de la Griega chalcos, que significa cobre; pero este es un error palmario. Nebrija, y Paseracio advierten, que Aurichalcum se dice por abuso, y corrupción. La voz genuina es Orichalcum. Los Griegos constantemente escriben Orichalcos, y así escribían aun antes que los Romanos supiesen tomar la pluma en las manos. Los más antiguos Latinos no decían Aurichalcum, sino Orichalcum. Así se halla esta voz, y no aquella en Plauto, y en Cicerón.

34. Orichalcos es voz adecuadamente Griega, compuesta de dos: oros, que significa monte, y chalcos, que corresponde a la voz latina Aes; y así lo propio dice en Griego Orichalcos, que en latín Aes montanum, y esta es la versión legítima de aquella voz. De aquí se puede colegir, que el Aurichalco es una especie de cobre más brillante, y precioso que el común. Digo una especie de cobre, porque aunque la voz Castellana cobre viene originariamente del Aes cyprium, que es una especie determinada, por falta de otra explicamos con ella lo que el latino significa con la voz genérica Aes.

35. El más común sentir, que reina en los Diccionarios, [206] es que Aurichalco se llamaba lo que nosotros decimos Latón, el cual no es otra cosa que cobre, mezclado con una tierra mineral, llamada calamina. Esta opinión me place, porque el Aurichalco tenía en el color mucha semejanza con el oro, lo que consta de un pasaje de Ciceron (lib. 3 de Offic.): Si quis aurum vendens Orichalcum se putet vendere; y no vemos metal alguno, que pueda equivocarse en el color con el oro, sino latón. A que añado una eficacísima conjetura. En el tercero de los Reyes, cap. 7, se lee, que los vasos del Templo de Salomón eran de Aurichalco (al original Hebreo corresponde Aere terso), y Josepho dice, que eran de cobre, que tenía color, o resplandor de oro: Fecit item vasa ejus ex Aere omnia, lebetes, & amulas tenacula, & arpagones, & reliqua, auri fulgorem referentia. Señas tan específicas del latón, que no permiten aplicarse a otra cosa.

36. Opondráseme lo primero, que el Auricharco era estimádísimo entre los antiguos, lo que no puede verificarse del latón, metal de bajo precio. Respondo, que el precio, y estimación de las cosas suben, y bajan según la variedad de tiempos, Países, y otras circunstancias. Si entre los antiguos había muy poco latón, sería muy estimado el latón: como por esta razón dijimos en otra parte, que los habitadores de la Isla Formosa le estimaban más que el oro. El que haya mucho, o poco, depende de estar descubiertas pocas, o muchas, grandes, o pequeñas, próximas, o distantes las mineras de calamina. Acaso este mineral no se hallaba entonces sino en alguna Región remota, y de aquí venía la preciosidad del latón. Hoy se halla en muchas partes, y eso le ha envilecido.

37. Opondráseme lo segundo, que Plinio cuenta el Aurichalco, no entre los metales facticios, o que resultan de mezcla, sino entre los nativos, o simples. Respondo lo primero, que en esta parte pudo Plinio padecer engaño, y es natural le padeciese, si el Aurichalco era [207] género muy extranjero, siendo cosa común en los que venden drogas compuestas, o artificiales, cuya fábrica se ignora, fingirlas naturales, y simples, para aumentar el precio. De esto tenemos un ejemplar reciente en el sal amoniaco, que viene de Levante, el cual se juzgaba acá nativo, hasta que por una Carta del Padre Sicar, Misionero Jesuíta en Egipto, escrita al Conde de Tolosa, cuyo extracto se halla en las Memorias de Trevoux del año de 1717, y otra de Mr. Lemere, Cónsul del Cairo, a la Academia Real de las Ciencias, se supo ser artificial.

38. Respondo lo segundo, que acaso entre los antiguos había latón natural, o que salía tal de la mina, trabajado por la naturaleza en sitio donde concurriesen los dos materiales, cobre y calamina. Hace verosímil esto la denominación de Aes montanum, que parece alude a algún determinado monte donde hubiese esta minera: y adelantando la conjetura, se puede discurrir, que este monte era el Líbano, sobre el fundamento de que en el Apocalipsis (cap. 2, vers. 18), donde nuestra Vulgata lee Aurichalco, el original Griego dice Chalco Libano, esto es, Metal del Libano; bien que Nebrija da otra significación diferentísima a esta voz Griega, pero es generalmente impugnado.

39. Ni aun asintiendo a que el Aurichalco fuese latón natural, se infiere que esta especie se haya perdido. Puede ser que en aquella parte de donde le extraían los antiguos, fuese el Libano, u otro monte, haya faltado. ¿Pero cómo se probará, que no hay mineras semejantes en el resto del mundo? El Padre Charlevoix (citado por el Padre Sarmiento) dice, que en la Isla de Santo Domingo hay una especie de bronce natural. ¿Por qué no habrá en otras partes latón natural, mayormente cuando se sabe, que en la composición del bronce entra latón?

40. Noto aquí, que algunos Expositores de Ezequiel, donde se halla repetida tres veces la voz Electrum, confunden [208] el Electro con el Aurichalco, juzgando, que las dos voces significan una misma cosa; pero Plinio claramente los distingue. El Electro, según este Autor, es una mezcla de cuatro partes de oro con una de plata: mezcla, digo, o hecha por arte, o fabricada en la mina, a quien los antiguos atribuían la utilísima virtud de descubrir los venenos, formándose en los vasos de esta materia, cuando contenían licor avenenado, unos arcos de varios colores, semejantes a los del iris, acompañados de un género de estridor: por lo que cantó Sereno:

Produnt electri variantia pocula virus.

§. VIII

41. La imaginación de que se han perdido algunas especies de hierbas medicinales, viene a mi parecer de tres principios. El primero, la falta de aplicación en inquirirlas, o de dicha encontrarlas. El segundo, la variación de los nombres. El tercero, las virtudes, que, o fabulosa, o hiperbólicamente les atribuyen los antiguos.

42. Si porque hoy no hallamos en los catálogos de los Botanistas modernos una, u otra planta, de que dan noticia los antiguos, fuese bueno inferir, que esas especies existieron en otros siglos, y no existen ahora; también, torciendo el argumento, de que en los antiguos no se hallan innumerables especies, de que dan noticia los modernos, se debería inferir, que ahora existen muchísimas, que no existieron en los siglos anteriores; y siguiendo este modo de discurrir, hallaríamos, que es poquísimo lo que perdimos, en comparación de lo que ganamos: por consiguiente, que hoy la naturaleza es más vigorosa, y fecunda, que en los tiempos pasados. El famoso Botanista Joseph Pitton de Tournefort llegó a conocer ocho mil ochocientas cuarenta y seis especies de plantas, entre terrestres, y marítimas. Ni a la décima parte de este número arribó el conocimiento de Dioscorides. ¿Diremos por eso, que este prodigioso aumento de plantas se debe a los [209] nuevos esfuerzos de la naturaleza? No, sino a la mayor aplicación de los modernos en inquirir lo que la naturaleza produce. Luego de la misma calidad, no porque hoy no se conozca una, u otra plata, que los antiguos conocieron, se ha de inferir, que hoy no existe, sino que está retirada, o en Regiones distantes, o en senos poco accesibles, donde no llegó el examen de los Botanistas modernos.

43. El árbol del café se creyó mucho tiempo tan propio de la Arabia Feliz, que no nacía en otra parte alguna del mundo. El acaso descubrió poco ha en Región muy distante de la Arabia. Los habitadores de la Isla de Borbón, llamada antes Mascañeras, habiendo aportado allí un Navío Francés, que venía de la Arabia, y traía algunas ramas del árbol del café, con hojas, y frutos, viendo la estimación, que de ellas hacían los Franceses, dijeron, que aquel árbol también nacía en sus montañas. En efecto, se halló que era así. Como, pues, el juicio de que esta planta solo nacía en Arabia; solo porque no se había visto en otra parte, fue precipitado, lo es también el de que tal, o tal planta conocida de los antiguos no existe hoy en el mundo, solo porque ninguno de los modernos la encontró. ¿Han registrado por ventura los Botanistas modernos todos los montes, valles, y ensenadas del Orbe? [210]

{(a) 1. Carlos Jacob Poncet, Médico Francés, residente en el Cairo, de donde fue a la Etiopia el año de 1669, solicitado del Emperador de los Abisinos, a fin de que le curase de una enfermedad que padecía, halló árboles de café en aquella Región, aunque poco apreciados de sus naturales, los cuales los conservan más por curiosidad, que por juzgarlos útiles. Refiere el mismo Poncet que en aquel País están en la persuasión de que de él pasó el café a la Arabia. La Historia del Viaje de este Médico a la Etiopía ocupa todo el cuarto Tomo de las Cartas Edificantes.

2. En el Diccionario Universal de Trevoux se lee, que en Batavia tienen también los Holandeses de estos árboles, y que aun en Amsterdan han logrado, y conservan su plantío: de donde Monsieur Pancrás, Regente de la Ciudad de Amsterdam, envió el año de 1719 al Rey Cristianísimo uno, alto de cinco pies, que el mismo año floreció y fructificó. Se advierte en el mismo Diccionario, que en Europa no se puede conservar esta planta, no teniéndola en Invierno debajo de cubierto, y vecina al fuego, que la comunique un calor templado.}

44. Lo mismo que en el árbol de café sucedió con el Gingseng, planta famosa entre los Chinos, a quien atribuyen singularísimas virtudes, y adornan de ostentosísimos epítetos, llamándola el simple espiritoso, el espíritu puro de la tierra, receta de la inmortalidad, &c. Nace esta planta en unas selvas de la Tartaria, sujeta al Emperador de la China; y cuanta se coje, se reserva para aquel Príncipe, parte como atributo, parte vendida a peso de plata fina, y él la revende a cuadruplicado precio. Ya ha tiempo que vinieron a Europa noticias del Gingseng, comunicadas por algunos Jesuítas Misioneros de la China, extendiéndose con ellas la general persuasión de que solo a aquel Imperio, y solo en las selvas de una porción de la Tartaria había comunicado el Cielo este beneficio; pero pocos años ha la descubrió el Padre Joseph Francisco Lafitau, Misionero Jesuíta de los Yroqueses, en las selvas de la Canada, Región de la América Septentrional. La reflexión, que sobre este descubrimiento se puede hacer a nuestro propósito, es la misma que venimos de hacer sobre el hallazgo del árbol café en la Isla de Borbón.

§. IX

45. El segundo principio de equivocación en esta materia, es la variedad de nombres. Una misma planta se nombraba un tiempo de un modo, y hoy de otro. Llegándose a esto, que las descripciones de las plantas hechas por los antiguos, no son por lo común muy exactas, y que la variación de terreno, o clima induce alguna accidental diferencia dentro de la misma especie, fue fácil desconocer en los libros ésta, o la otra planta, que es muy conocida en los montes, juzgando, que aquella voz con que la nombraban, significaba otra diversa, que ahora no se halla. Esta advertencia tiene la recomendación de una autoridad superior a la mía. Hácela el ilustre Historiador, y Secretario de la Academia Real de las Cienciaas (Mr. de Fontenelle) el año de 1700.

46. No solo la variedad de nombres de una misma planta, [211] que ocasiona la diferencia de siglos, y Regiones; mas también la de un mismo siglo, y una misma Región produce a veces el mismo error, y aun acaso más frecuentemente que la otra. Claudio Salmasio escribió un Tratado de Synonymis Hyles Jatricae, cuyo asunto es mostrar, que muchas plantas eran significadas de los antiguos (cada una en particular) con distintos nombres. Había tal planta, que tenía un nombre tomado de la Región donde nacía, otro de su inventor, otro de su figura, otro de su efecto. Los modernos, pues, creyendo que aquellos nombres distintos significan distintos objetos, creen no haber hallado sino uno; esto es, la planta significaba por todos, y se lastiman de que no aparezcan, o se hayan perdido otras especies, que no hubo jamás.

§. X

47. El tercero, y último principio de equivocación, es la atribución de singularísimas virtudes a algunas plantas. Es verdad, que en esto no sé quienes pecaron más, si los antiguos, si los modernos. La Medicina siempre fue facultad fanfarrona: siempre jactó extremadamente sus fuerzas; mas con esta diferencia: los antiguos, que no usaban tanto de composiciones, encarecían hiperbólicamente la actividad de los simples: los modernos sus artificiosas mixturas, a quienes honran con ostentosísimos epítetos: de suerte, que el que, entrando en una botica, lee los rótulos de los vasos, viendo tantas Medicinas, Aureas, Celestes, Angélicas, Católicas, Regias, Imperiales, Divinas, se cree refugiado al templo de la inmortalidad, cuyas aras, y aun cuyos umbrales respeta la guadaña de la muerte. Pero quien pusiese debajo de muchos de aquellos rótulos el mote de Bartolomé de Rubies al Ruiseñor: Vos, nihil ultra, no iría muy descaminado.

48. Como si no pudiese, pues, su propia arrogancia hacer desconfiar a los modernos las promesas de los antiguos, tomaron a la letra los hypérboles (por no decir algo más) con que encarecieron las virtudes de algunas [212] hierbas. De aquí es, que aunque tengan las mismas delante de los ojos, como ven que los efectos no corresponden, se imaginan, que las de que ellos hablaron eran otras distintas, las cuales hoy no se hallan. Muchos se han quebrado la cabeza, sobre inquirir, qué cosa era el Nephentes de Homero. Este Poeta en Odisea dice, que Elena usaba de una hierba de este nombre, la cual solo nace en Egipto, como de un divino remedio contra la melancolía de los que veía muy afligidos, y que su eficacia era tal, que al momento ponía alegres a los que estaban padeciendo los más crueles pesares. Toda la dificultad consiste en que hoy no se encuentra, ni en Egipto, ni fuera de Egypto planta alguna de tan extremada virtud: nudo por cierto fácil de desatar al primer tinrón con decir, que Homero, o como Poeta fingió, o como Médico (pues también dicen algunos que lo fue, y aun Químico insigne) encareció mucho más allá de lo justo la virtud del Nephentes.

49. Cada día vemos caer los Medicamentos de aquel crédito en que al principio los pusieron. El honor de los compuestos apenas dura lo que la vida de su inventor. Así se van sucediendo sin término unos a otros; y raro Médico se halla de algo especiales créditos, que con alguna nueva combinación, o con la adición de alguna cosilla, no se haga inventor de algunas nuevas píldoras, nuevo jarabe, nuevos polvos, &c. Este predica los milagros, que hace con la nueva receta: ayúdanle ya sus apasionados, ya algunos felices enfermos, y se extiende su crédito en pocos días por todo un Reino. Mas luego que hay algún espacio para hacer reflexión, se va advirtiendo la inutilidad del nuevo medicamento, y haciéndose lugar a que otro, no de mayor mérito, ocupe el honor, que aquel tenía usurpado.

50. Lo mismo sucede en los simples. ¡Qué campanada no dieron a los principios todos los que vinieron de la América! ¡Cuánta turba de excelentes específicos para varias enfermedades! Y hoy a la reserva de la Quina, hallamos, [213] que apenas sirven de cosa; pues aun la Hypecacuana, tan celebrada para las disenterías, se ha experimentado, que en muchas, no solo es inútil, sino gravemente nociva. Poca ha que un Cirujano Francés, que estuvo en el Brasil, y de allí vino a hacer su asiento a Lisboa, trajo de la América una hierba, llamada Yquitaya, la cual proclamó como remedio admirable para la pleuresía, apoplejía, y todo género de Fiebres intermitentes, juntamente como excelente correctivo del mal olor, y gusto del sén. Envió a París a un amigo suyo alguna porción de hojas tan desmenuzadas, que no se podía formar alguna idea de su formación, o figura. Por otra parte la cantidad enviada era tan pequeña, que solo pudo llegar para hacer experiencia de la última virtud, que se le atribuía, y se halló ser verdadera, lo que inducía una preocupación favorable para las demás, que no podían experimentarse. Pero por desgracia del Cirujano, que quería entablarse un comercio provechoso sobre su decantada hierba, habiendo caído algunos fragmentos de ella en manos de Mr. Homberg, y Mr. Marchant, hábiles Botanistas, descubrieron estos entre las destrozadas hojas algunos granitos de su simiente; los cuales parecieron ser de alguna de las especies de Scrophularia. Para mayor desengaño sembraron aquellos pocos granos, y salió a su tiempo la que llaman Scrophularia aquatica. En efecto hallaron, que no solo la planta traída del Brasil, mas también la Scrophularia acuática Europea tiene la virtud de privar enteramente al sén de su mal olor, y sabor, sin comunicarle otro olor, ni sabor desapacible, ni minorar su virtud purgativa: lo cual se hace poniendo en un puchero de barro al fuego un cuartillo de agua; y cuando ésta se calienta hasta el punto de no poder sufrir la mano, se echan en ella dos drachmas de sén, y otro tanto de hojas secas de la Scrophularia: retírase luego el agua del fuego, y en enfriándose todo, se saca el sén beneficiado en la forma que hemos dicho. El descubrimiento de esta virtud, antes ignorada, pareció importante, porque está el sén reputado por uno de los mejores [214] purgativos, y solo su mal gusto hace su uso difícil. En orden a las demás pretendidas virtudes nada se descubrió, sino la falacia del que las había predicado. Pero es creíble, que si la Yquetaya, a la sombra de su nombre bárbaro, hubiese conservado la reputación de la planta privativa del Brasil, tendría la fortuna de las demás drogas de la América, y pasarían algunos años antes de desengañarse de sus imaginadas virtudes la Europa.

§. XI

51. Las plantas del Oriente han tenido con corta diferencia la propia fortuna que las de la América. ¡Qué maravillas no se dijeron del té, y el café en su primer arribo a nuestras Regiones! Mas ya su aprecio fue cayendo hasta el punto de tenerlos muchos por nocivos, y los más por inútiles. Los Holandeses, que supieron aprovecharse muy bien en este punto de la credulidad de los Europeos, tuvieron habilidad para utilizarse mucho más en la de los Orientales. Es el caso, que les persuadieron a estos, que nuestra salvia, planta de que carece el Asia, tiene incomparablemente mayores virtudes que el té. Con esto logran, que allá les den doblada porción de té (y aún cuadriplicada leí en un Autor) por una de salvia. Este engaño por reflexión volvió de la Asia a Europa, aunque limitado a la salvia silvestre, de quien ha muchos años se extendió por acá, que posee con ventajas las mismas virtudes del té. Lo que en esta materia puedo asegurar de propia observación es, que en el té es palpable la facultad de firmar la cabeza por algún tiempo contra las baterías del sueño, y así es útil para los que se hallan en alguna precisión de desvelarse. Pero nunca en el uso de la salvia, ni hortense, ni silvestre, reconocí tal efecto, aunque hice repetidos experimentos.

52. Es verdad, que aun algunos hoy están encaprichados de las utilísimas facultades de té, y el café, especialmente del segundo. Dichosos, si su reprensión suple la virtud, que falta al medicamento: Felces errore suo. [215] Leí de una Señora Francesa, devotísima del café, a quien tenía por su eficacísimo quita pesares, que habiéndole dado de golpe la no esperada noticia de la muerte de su marido, al momento empezó a gritar: Traigan café, venga mí café, café, café, café. Trajéronle su café, tomóle, y quedó tan sosegada, con poca diferencia, como si no hubiese sucedido nada. Esta tenía su quid pro quo del Nepenthes Homérico; y acaso el Nepenthes Homérico no hacía más que el café; pero suplía Helena con su imaginación en la planta Egipciaca, como la Señora, que hemos dicho, en la de la Arabia. ¡Oh infeliz Cleopatra, que teniendo tan a mano el Nephentes, pues nacía en sus dominios, no se sirviese de él para disipar los crueles dolores, que le ocasionó la derrota, y muerte de Antonio! Infeliz digo, si siento tan discreta, y sabia, como aseguran los Historiadores, ignoraba la portentosa virtud de una hierba, que crecía a la sombra de su Corona, y habiendo llegado ésta siglos antes a la noticia de una dama Griega. Ya veo, que se podrá decir, que ya en tiempo de Cleopatra faltaba el Nephentes. Pero más barato es decir, y sin comparación más verosímil, que jamás hubo tal hierba; o que si la hubo, la hay también ahora debajo de otro nombre; pero su virtud es muy inferior a las ponderaciones de Homero.

53. En efecto, algunos imaginan, que la hierba llamada Helenium, es el Nepenthes Homérico, fundándose ya en la alusión del nombre, que parece se deriva del de Helena, ya en que Plinio le atribuye la misma virtud que al Nepenthes de disipar la tristeza. Si estos discurren bien, aun no hemos perdido el Nepenthes, pues el Helenium hoy existe. El Doctor Laguna sin misterio alguno habla de él como de planta conocida, y dice, que en Castellano se llama Ala. ¿Pero qué milagros hace esta hierba? Es verdad que el mismo Laguna le atribuye la de hacer olvidar las tristezas, y congojas del corazón. Mas esto parece ser otro motivo, que habiendo leído en Plinio; pues Dioscorides solo dice, que confeccionada con vino paso, conforta el estómago; lo que sobre poder atribuirse únicamente [216] al vino paso, es muy diverso de hacer olvidar todo pesar. Por otra parte no vemos, que los Médicos en las confecciones cordiales se acuerden de tal hierba.

§. XII

54. Finalmente, yo no aseveraré, que no se haya perdido alguna de las especies, que Dios crió en el mundo, con aquella confianza con que lo aseguraba Pitágoras en la pluma de Ovidio:

Non petit in toto quidquam, mihi credite, mundo.

Pero por lo menos esto es lo más probable; especialmente, cuando por la parte opuesta no se alega argumento, cuya solución no sea facilísima; pues aun cuando no podamos mostrar, o señalar con el dedo esta, o la otra especie conocida de los antiguos, e ignorada de los modernos, ¿qué probará esto? ¿Han registrado por ventura los modernos cuanto hoy existe en el mundo, campo por campo, risco por risco, selva por selva? Mr. de Tournefort en un viaje que hizo a Levante, en que no visitó, ni aun la séptima, u octava parte de la Asia, descubrió mil trescientas cincuenta y seis especies de plantas ignoradas de los Botanistas Europeos. ¡Cuántas se les esconderían aun en las mismas Regiones, que visitó! Siendo preciso que le quedasen por examinar muchos, y grandes espacios de terreno. ¡Cuántas más, con imponderable exceso, habrá en las demás Regiones del Orbe, que no ha registrado algún Botanista! Así es preciso confesar, que de lo mismo, que hoy produce la naturaleza en el mundo, es infinito lo que se ignora.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo sexto (1734). Texto según la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo sexto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 183-216.}