Filosofía en español 
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Tomo quinto Discurso primero

Regla Matemática de la Fe Humana

§. I

1. Preguntado una vez Tales Milesio, cuánto distaba la verdad de la mentira: Lo mismo (respondió con agudeza) que distan los ojos de los oídos.

2. Sin duda, que aquel primer Filósofo de la Grecia conocía bien el mundo, y que el mundo era entonces como ahora. Son los ojos el órgano común del desengaño, y los oídos del embuste. Es tan poca la sinceridad que hay entre los hombres, que ya que la razón no deba descaminar, como géneros de contrabando, todas sus noticias, le había de ser lícito, por lo menos, detenerlas a las puertas de las orejas, hasta examinarlas por medio de fieles testimonios. Si todos los objetos fuesen visibles y estuviesen en proporcionada distancia, deberíamos apelar continuamente del informe de los oídos al de los ojos. Ver, y creer dice el adagio: y dice bien en cuanto sea posible la práctica.

3. Mas como hay muchos objetos invisibles, unos, que lo son esencialmente, otros por accidente, es preciso, para no parecer engaño, respecto de ellos, usar de otro testimonio que el de la vista. Tres géneros hay de objetos: Sobrenaturales, Metafísicos, y Materiales. De éstos, los dos primeros son esencialmente invisibles. Los terceros lo son muchas veces por accidente; porque aunque se consideren absolutamente dentro de la jurisdicción de la vista, es imposible el uso de ella por la distancia. [2]

4. Las noticias que de estos tres géneros de objetos llegan a las puertas de los oídos, deben traer respectivamente distintos testimonios para ser admitidas. Las de los objetos Metafísicos, el de la evidencia: las de los Sobrenaturales, el de la autoridad divina: las de los Materiales, que no puede examinar la vista, el de la autoridad humana. Los dos primeros son absolutamente infalibles. Pero el tercero está muy expuesto a error; y ése es el que pretendemos en este Discurso precaver.

§. II

5. Llámase Fe Humana aquel asenso que se funda únicamente en la autoridad de los hombres; y esta autoridad mal entendida o mal regulada, es quien ha llenado el mundo de fábulas. El suceso más extraordinario, más peregrino, más irregular, se juzga bastantemente comprobado con la aseveración de un hombre fidedigno; mucho más si son dos, cuatro, o seis los que deponen. Este juicio se hace a bulto, y se hace mal. Debiera preceder un examen circunspecto de la fidedignidad del sujeto; porque hay muchos, que a primera vista parecen fidedignos, y en la realidad no lo son. Examinada la fidedignidad, se debe pesar con la irregularidad o inverisimilitud del suceso, para ver quién prepondera a quién: pues no hay hombre alguno que sea infinitamente fidedigno, o cuya fidedignidad sea de infinito peso. Unos lo son más que otros; pero todos en grado determinado. Así, según el mayor o menor grado de fidedignidad, gozan mayores o menores derechos sobre nuestra Fe. Hay hombres, que son bastantemente fidedignos para que se les crea un suceso ordinario; pero no si éste sale de las reglas comunes: y cuanto más se alejare de ellas, tanto más alto grado de fidedignidad se ha menester de parte del testigo, para ser creido.

6. Esta es la gran clave de la prudencia humana en esta materia. Esta es la regla de que debe usar para suspender, conceder, o negar el asenso a lo que se oye. [3] Puestas en la balanza intelectual, por una parte la inverisimilitud del suceso, y por otra la autoridad del que le refiere, se ha de ver cuál pesa más; si pesare más aquélla que ésta, se ha de negar el asenso; si ésta más que aquélla, concederse; y si quedaren las dos en equilibrio, dejar también en equilibrio el juicio, no asintiendo ni disintiendo.

7. Siendo esto lo que dicta la recta razón, es muy contrario a ella el proceder común. Por extravagante, por irregular que sea la noticia, se asiente a ella, suponiendo ser fidedigno el sujeto que la refiere; en que suelen cometerse dos errores: el uno, que la fidedignidad se juzga sobre unas reglas comunes muy falibles: el otro, que aun siendo cierta la fidedignidad, no se mide o pesa, para examinar si iguala o sobreexcede a la inverisimilitud de la narración. Sin embargo, al que más cauto o más advertido, mirando mas bien las cosas, o disiente o suspende el juicio, se le impropera como a un hombre temerario, tenaz, incrédulo: se le da en rostro con que echa por los suelos la Fe Humana, tan respetada en todo el mundo; y es injurioso a la reputación bien adquirida del autor de la noticia.

§. III

8. He dicho que la fidedignidad se juzga frecuentemente sobre unas reglas comunes muy falibles. La autoridad del puesto, la edad avanzada, la gravedad del estilo, la majestad del rostro, son otros tanto sellos que autentican con el Pueblo el privilegio para ser creido un hombre; y debajo de esas bellas apariencias puede, y suele ocultarse, un gran fementido. Es terminante al caso el suceso de la honesta Susana. Dos ancianos Jueces deponen contra la inocencia de aquella Señora. Estaban a favor de ésta su nobleza, su santa educación, su buena fama. Sobre esto la fábula, como fabricada tan repentinamente, se había tejido tan mal, que cualquiera que la examinase con alguna reflexión, vería [4] la inverisimilitud. Con todo, la autoridad que a los dos ancianos Jueces daban la edad y el puesto, se llevó de calles el asenso del Pueblo: Credidit eis multitudo, quasi Senibus & Judicibus populi.

9. Persuadome a que no faltarían en aquella multitud algunos, aunque muy pocos, que tuviesen bien comprehendida la virtud de Susana; que hubiesen penetrado la perversidad de los Jueces, supuesto que la reprehensión que les dio Daniel después, supone, que ya entonces habían cometido muchas maldades; que considerasen la gran dificultad que envolvía el contexto de la Historia, pues según la serie de ella, la fuga del supuesto adúltero por la puerta del huerto venía a incidir casi en el mismo momento, que los criados de la casa, llamados de las voces de Susana, y de los Jueces, acudieron a entrar por la misma puerta; en cuyo caso parece forzoso le viesen, o encontrasen. Considerado todo esto, darían sin duda el voto a favor de Susana; pero le darían dentro de su corazón; sin osar explicarse, de miedo de ser gritados por el Pueblo como unos insolentes, temerarios, injuriosos a la venerable canicie de tan insignes Magistrados.

10. Lo que sucedió en aquel Pueblo, sucede en todos los demás, pocas veces en fábulas de la misma especie, y frecuentemente en otras muchas, y diversísimas. Ni es menester tanta representación como la de aquellos Jueces para que el dicho pase por texto entre la multitud. Con una mediana capa, y algo de aparente modestia, tiene un tunante cuanto ha menester, para que en los corrillos le escuchen con respeto cuanto quiera mentir de sus viajes. Por tales conductos se introdujeron en Europa, tanto tiempo ha, las fabulosas noticias de haber muchas gentes variamente monstruosas en las Regiones muy distantes de nosotros. No tuvieron otro origen los Pigmeos, los Arimáspos {(a) Hombre que no tiene más que un ojo.}, los [5] Cynocéfalos {(a) Hombres con cabeza de perro.}, los Acéfalos {(b) Hombres sin cabeza.}, los Astomos {(c) Hombres sin boca.}, y otros muchos monstruos de este jaéz, que por siglos enteros se creyeron existentes; hasta que los repetidos viajes por mar y tierra de estos últimos tiempos, descubrieron ser todos ellos entes de razón. Aun después que el mundo empezó a peregrinarse con alguna libertad, y no hubo tanta para mentir, nos han traido de lo último del Oriente fábulas de inmenso bulto, que se han autorizado en innumerables libros, como son las dos populosísimas Ciudades Quinzai, y Cambalú, gigantes entre todos los Pueblos del Orbe; el opulentísimo Reino del Catai, al Norte de la China; los Carbunclos de la India; los Gigantes del Estrecho de Magallanes; y otras cosas, de que poco ha nos hemos desengañado.

§. IV

11. Aun conocida la fidedignidad del sujeto, resta graduarla, o examinar hasta dónde llega su valor. Todo lo que tiene algo de irregular, admirable, o prodigioso, pide testimonios más fuertes para su comprobación. Una noticia extraordinaria y singular, necesita de singulares y extraordinarias pruebas. Bastará, pues, una veracidad común, para hacer creer una cosa que nada tenga de especial; mas tratándose de dar asenso a alguna noticia, que por muy especial o prodigiosa hace ardua la creencia, es menester que venga testificada por una veracidad heroica y peregrina. Esto llamamos reglar matemáticamente la Fe Humana. Y tan claramente dicta la luz natural ser necesario el uso de esta regla, que no puedo ver sin admiración el que sea tan rara entre los hombres su práctica.

12. Si hubieran observado esta matemática proporción, ni los Israelitas hubieran creido a los Exploradores [6] de Canaan la asombrosa estatura de los habitadores de aquella tierra; ni los Europeos a Marco Paulo Veneto la existencia de una Ciudad del Oriente tan enormemente populosa, que dentro de su ámbito había doce mil y sesenta Puentes de piedra. Yo no hallaré repugnancia en creer a un hombre, que tenga las señas comunes de honesto y veraz, el que haya visto un diamante legítimo del tamaño de una grande avellana, u de una pequeña nuez; mas para asentir a que le haya visto tan grande como una manzana ordinaria, será menester que conozca en él una extraordinarísima virtud; porque sé, que el mayor de que hay hasta ahora noticia en el mundo, es en tamaño, y figura como la mitad de un grueso huevo de gallina, y está valorado en cerca de cuatro millones de pesos.

§. V

13. Entre lo raro y maravilloso deben contarse las operaciones de Mágica, todo género de espectros o fantasmas, visiones o apariciones del otro mundo; porque todo esto está muy fuera de la serie ordinaria, y curso común de las cosas humanas. No niego la existencia de Hechiceros, y Brujas; pero aseguro, que esto es una cosa rara; porque el Autor de la Naturaleza, que estableció con tan constantes leyes el influjo de las causas segundas, no es creíble permita, que cualquiera hombre, o mujercilla perversa, que quiera entregarse al demonio, las baraje, atropelle, y estorbe su actividad, cómo, y cuando se le antoje. Siendo esto así, ¿no es cosa ridícula, que cualquiera caparrota se atribuya derecho para que le crean, que en tal o tal parte vio procesiones de Brujas, Soldados invulnerables, hombres que volaban en pocos momentos a distintas Regiones, &c.?

§. VI

14. Y no es menos ridícula la razón, con que los espíritus crédulos defienden al que refiere alguna cosa extraordinaria, cuando alguno le niega el asenso. No [7] es imposible (dicen) lo que cuenta; ¿pues por qué no se ha de creer a un hombre de bien? Argumento sumamente despreciable, y a que hay mil cosas que reponer. Lo primero, que de la hombría de bien suele no haber más testimonio que el vestido que trae sobre los hombros. Lo segundo, que la hombría de bien es por la mayor parte fingida y contrahecha; siendo cierto, que hay en el mundo muchos más hipócritas de esto, que vulgarmente llamamos honradez, que de la cristiana y verdadera virtud. No todos quieren, que los tengan por Santos; pero todos quieren ser reputados por hombres de bien. Lo tercero, que aun suponiendo ser verdadera la hombría de bien, es menester medirla, y saber qué extensión tiene. Cuando para acreditar sus noticias se dice, que un sujeto es hombre de bien, o se quiere solamente significar, que es tal que no puede presumirse de él que cometa alguna acción gravemente alevosa, ruín, y torpe; o que es tan constante enamorado de la verdad, que jamás miente, mintió, ni mentirá. Lo primero no es del caso, porque muchos de los que son hombres de bien en ese sentido, dicen sendas mentiras, cuando con ellas a nadie quitan brazo, pierna, honra, ni hacienda. Lo segundo pide unas pruebas relevantísimas y muy extraordinarias. Cuando el Santo Rey David pronunció la sentencia de que todo hombre es mentiroso, quiso por lo menos significar, que es rarísimo el que en una u otra ocasión no lo sea.

15. Lo cuarto, que aunque esté comprobada con millares de experiencias la veracidad de un sujeto, no basta esto para autorizar su testimonio cuando refiere alguna cosa admirable y asombrosa. La razón es, porque para no mentir en orden a cosas comunes, basta una virtud común: para no mentir jamás, aun en orden a las extraordinarias, es menester una veracidad heroica. Es grande el placer y halago interior que sienten los hombres en fingirse testigos de alguna cosa portentosa y peregrina. Hay hombres, que no mentirán aun cuando de la mentira hayan de usufructuar algún interés sensible; y caerán [8] en la tentación de fingir que trataron en tal parte un famoso Nigromántico: que se les apareció en el silencio de la noche un formidable Espectro: que vieron un Jayan de extraordinarísima robustez o agilidad, si hallan ocasión de persuadirlo. Es extraño el deleite que se percibe en tener atentísimos a todos los circunstantes, unos con la boca abierta, otros arqueando las cejas, otros estremeciéndose, otros haciendo gestos, otros repreguntando circunstancias. Pienso que Virgilio, para introducir en la boca de Eneas la prolija relación de la ruina de Troya y de sus viajes, cuando ya instaba la hora del sueño, con gran juicio y reflexión echó delante el preliminar de intentique ora tenebant. Sería absolutamente inverisímil, que aquel Héroe, a quien el quebranto de la tempestad pasada, y la fatiga de ceremonias y cortejos hacían mucho más necesario el reposo, emprendiese una narración tan larga en aquella hora, y pudiese concluirla tan a deshora, si no se le propusiese en la atenta y profunda expectación de todos los circunstantes un poderoso atractivo para animarle.

16. Lo quinto y último, que la posibilidad de una cosa nunca puede ser regla, ni aun coadyuvante, para creer su existencia. Ni aun Dios puede hacer, que todo lo posible exista; aunque no hay posible alguno, a quien no puede hacer existir. Dista muchas leguas lo posible de lo verisímil. Una cosa es inverisimilitud, y otra imposibilidad. Las cosas muy extraordinarias no son repugnantes; pero son inverisímiles en el mismo grado que extraordinarias: porque, si se mira bien, inverisímil es, no sólo aquello que nunca sucede, mas también lo que sucede rarísima vez; y a proporción de lo extraordinario de su existencia va creciendo la inverisimilitud. Pongo por ejemplo: ¿Si me dijesen ahora, que tal Príncipe muy circunspecto, o tal Filósofo gravísimo se divertían en el juguete pueril de pasearse gineteando en un bastón, acompañando en esa diversión a sus hijuelos; o que un grande Emperador pasaba lo más del día, y todos los días [9] cazando moscas, dificultaría la creencia, y pediría un testimonio muy fuerte para asentir, pareciéndome la cosa algo inverisímil, por imposible? No por cierto, que no lo es; sino por muy extraordinaria. ¿Es cosa, que nunca haya sucedido? Tampoco, si dicen verdad los Autores; pues lo primero se cuenta del Rey de Esparta Agesilao, y del Filósofo Sócrates: y lo segundo del Emperador Domiciano.

17. Donde advierto, y es muy digno de advertirse, que lo mismo que es inverisímil, aplicado a tiempo, lugar, y sujeto determinado; es verisímil, propuesto vagamente, sin determinación de tiempo, lugar, ni sujeto. Cualquiera grande irregularidad de un suceso le constituye poco verisímil. Pero no es poco verisímil, antes mucho, y aun moralmente necesario, que en la inmensa multitud de sucesos comprehendidos en todo el ámbito del mundo, y del tiempo, haya habido algunas grandes irregularidades. Cada monstruo en particular es una cosa extraordinaria, y admirable; pero aun más admirable sería, que considerada la naturaleza en toda su extensión, nunca se hallase en ella monstruo alguno. Apliquemos esta regla a alguno de los casos expresados. Es una extravagancia tan grande, tan ridícula, tan indigna, el que un Príncipe que no es fatuo, ni niño, haga su ordinaria diversión de cazar moscas, que si ahora me lo refiriesen del Emperador reinante, lo rechazaría como inverisímil, y no lo creería sin unas grandes pruebas. Mas al mismo tiempo confesaré, que no es inverisímil, que entre tantos millares de Príncipes como ha habido, alguno haya dado en esa extravagancia.

§. VII

18. Supuesto, pues, que la inverisimilitud no se mide por la imposibilidad, sino por la extrañez; y que la existencia de cualquiera cosa, tanto se reputa más o menos inverisimil, cuanto es más o menos extraordinaria, es vano recurrir a la posibilidad para persuadir la verisimilitud, y dar derecho a cualquier relacionero para que le creamos cosas admirables, [10] a título de que no hay imposibilidad alguna en lo que cuenta. Lo que se ha de hacer es poner en la balanza del entendimiento la autoridad del testimonio, y la irregularidad del objeto; y si aquélla no pesare más que ésta, o negar el asenso, o suspenderlo.

19. Supongo, que esto ha de ser sin violar las reglas de la Caridad, y de la Urbanidad: quiero decir, que el disenso no salga de los labios en presencia del sujeto a quien no se cree; salvo que sea en justa defensa propia; pues se reputa en el mundo injuria grave decirle a un hombre que miente, aunque no se le diga con esta voz.

§. VIII

20. Hasta aquí hemos tratado del asenso que se funda en la autoridad de uno solo. ¿Pero qué diremos cuando los testigos son muchos? Lo primero que ocurre es, que para este asenso extrajudicial, de que tratamos, no favorece a la multitud de testigos la regla común de los Tribunales de Justicia, donde dos o tres hacen plena probanza; ya porque éstos deponen con juramento, lo que no sucede en la comunicación común de noticias, que sea de palabra, que por escrito; ya porque aquella regla se estableció, no porque no se juzgase expuesta a muchos errores; sino por parecer el expediente más cómodo para la terminación de las causas, y para no dejar la sentencia pendiente del mero arbitrio de los Jueces. Así sucede, no pocas veces, que los Jueces sienten en el foro interno, que la información hecha no sólo por dos u tres, mas aun por ocho u diez testigos, es falsa; con todo arreglan a ella la sentencia. Y muchas sucede, que creen lo que depone un testigo solo, sin que esto para sentenciar en el foro externo tenga fuerza alguna.

21. Lo segundo que ocurre es, que también cuando los testigos son muchos, se ha de usar de la Regla matemática ya expresada, haciendo colección de la calidad y número de ellos, y pesándolo todo. Puede haber tales [11] dos testigos, que no valgan por uno mediano; y puede haber tales dos, que valgan por seis. Si en la calidad no hay diferencia, es claro que su autoridad crece a proporción que el número se aumenta.

22. Lo tercero, que cuando los testigos, aunque muchos, se fundan en el dicho de uno solo, sólo se ha de atender a la autoridad de aquel de donde dimanó la noticia. Esta Regla, aunque con tanta evidencia dictada por la luz natural, se halla frecuentemente abandonada por los mismos que debieran tenerla más presente: esto es, los Profesores de letras, cuando se trata de la comprobación de algún hecho histórico que está en opiniones. Dispútase, si hay, o hubo Fenix; y al que niega su existencia le cargan con la multitud de Autores que la afirman, sin advertir, que lo fueron tomando unos de otros; de modo, que apurándolo, venimos a parar en uno solo, que es Herodoto, Autor no digno de mucha fe; y aun éste dice, que no vio el Fenix sino pintado, aunque viajó por Egipto, donde coloca el nido de esta ave: Est in Aegypto volucris Sacra, nomine Phoenix, quam equidem numquam vidi, nisi in pictura. Herod. lib.2.

§. IX

23. Pero lo más digno de corregirse en esta materia es el error comunísimo de dar más fe que la debida a testigos, no sólo singulares, como los llama el Derecho, pero dispersos. Explicaránme los ejemplos. Los que están por la vulgar opinión de la existencia de los Duendes, juzgan probarla eficacísimamente con la multitud de testigos, que dicen haberlos visto. Pero esta prueba (aun prescindiendo de los errores que en materia de Duendes se padecen, y de que hemos tratado en Discurso particular destinado a este asunto) es muy insuficiente. Lo primero, porque son testigos singulares, que deponen de distintos hechos. Lo segundo, porque ninguno de los que alegan examinó sino a uno, u otro, y por la mayor parte a ningunos; contentándose para usar de esa prueba con aquella simple especie, [12] que alguien les dio en un corrillo, sin apurar la verdad con algún interrogatorio. Lo tercero, porque los que se citan son de distintas Ciudades, Provincias y Reinos.

24. Esta última circunstancia, que a primera vista parece impertinente, bien reflexionada, es de suma consideración. Quiero conceder que hay cien testigos en varios Lugares, y Provincias de España, que dicen que vieron Duendes. Triunfan sin duda, viendo tanta gente de su parte, los defensores de la opinión vulgar. Sería (exclaman) temeridad, y arrojo grande pensar que todos estos testigos mienten; y como dos o tres digan verdad, y aun uno solo, ciertos son los Duendes; porque asegurada la existencia de un Duende, queda puerta abierta para los demás. Sin embargo, yo digo, que no es temeridad no dar crédito a todos esos cien testigos; ni hay imposibilidad física, ni moral, ni inverisimilitud alguna en que todos ellos mientan; y si como me ponen cien testigos, me señaláran dos mil, dijera lo mismo.

25. Para que se vea que hablo con razón pregunto: ¿Qué inverisimilitud contiene el que en España haya, no digo ciento, no digo dos mil, sino diez, veinte, y cuarenta mil embusteros? Llamo embusteros, aquellos, que por deleite suyo y del auditorio, no tropiezan en decir una mentira, la cual en su dictamen a nadie es perjudicial. ¡Ojalá no fuesen muchos más los que habitualmente tienen el espíritu en esta mala disposición! Pues ve aquí echado por tierra el argumento, y otros que se pueden hacer en semejantes materias. De esos muchos millares de embusteros que hay, hay ciento que dicen que vieron Duendes; otros ciento que dicen que vieron Brujas; otros ciento que dicen que se les aparecieron Almas del otro mundo; otros ciento que testifican milagros estupendos; otros ciento, sucesos peregrinos; otros ciento, cosas que no hay en las Regiones extrañas; otros ciento, hazañas propias; sin contar los muchos centenares y millares que hay de mentirosos aventureros que topan a todo, sin ligarse a asunto determinado: con que nos quedan [13] aun muchísimos embusteros de sobra para reclutar, o hacer más numerosas las compañías, cuando se quiera.

§. X

26. Añádase, que si se examinasen bien los testigos y los sucesos, se disminuiría mucho el número de unos y de otros. Mienten muchos con grande desembarazo, entre tanto que ven que nadie se interesa en apurar si dicen verdad, o no. Si a cada cuento de Duendes, no sólo se les hiciesen varias preguntas para averiguar si hay contradicción en las circunstancias, mas también se examinasen seriamente los domésticos, y los vecinos: ¡oh, cómo los cien cuentos se quedarían, cuando más, en tres o cuatro, y aun esos en suma incertidumbre!

27. Nótese bien, que estas patrañas comúnmente se oyen a hombres que están fuera de su tierra, donde no hay instrumentos con que convencerlos o rebatirlos. Por eso considero, que para sembrar mentiras con seguridad de que fructifiquen, no hay territorios iguales a los de las Cortes. Concurren a ellas sujetos de varias partes; cada uno miente lo que quiere; y después su mentira, si es mentira que haga eco, se propaga a varias Provincias por medio de los habitadores de ellas que se hallaron allí cuando se vertió la especie.

§. XI

28. En otra inadvertencia grande cae el Público sobre estas informaciones, en que con gran número de testigos se prueban las patrañas; y es, no reparar que jamás pasan de la sumaria. Levántase el rumor de algún portento sucedido en un Pueblo, a que dio principio, o un embustero, o un alucinado; y no pocos, que tienen igual ligereza en la creencia que en la pluma, despachan por la Estafeta la noticia a otras partes. Aclárase después la verdad, y viene el desengaño para aquel Pueblo; mas no para los otros donde se comunicó la especie, porque los que la escribieron, o no se acuerdan (especialmente si [14] medió espacio de tiempo considerable) de escribir el desengaño, o no quieren hacerlo, porque no se les atribuya el primer asenso a ligereza: con que queda estampada en los otros Pueblos la patraña, porque no llegó el caso de pedir ratificación a los testigos, y deshacer en la plenaria el engaño padecido en la sumaria.

29. En todo el Pueblo de Llanes (distante de esta Capital diez y ocho leguas) corrió uno de estos años pasados por indubitable la existencia de un Duende, grande enredador, que se decía infestaba continuamente una de las casas de aquella Villa. Llegaron aquí repetidas noticias del caso, tan circunstanciadas, y citando tantos testigos de vista, que aun los más incrédulos de Duendes llegaron a dar asenso; y de mí confieso, que estuve harto inclinado a lo mismo. Sin embargo, después por muchos y segurísimos informes se supo que el Duende había salido fingido; y que dos muchachas, con un enredillo bien poco artificioso, habían puesto a todo el Pueblo en aquella creencia. ¿Pero quién duda, que el desengaño que con facilidad pudo venir aquí por el continuo comercio que hay entre los dos Lugares, no llegaría a otros muchos, adonde se había escrito el embuste?

30. Ya en otra parte dije, que a los principios de este siglo corrió en toda España el sudor milagroso de un Crucifijo, y de España pasó a otras Naciones. Acá luego nos desengañamos de la falsedad; pero a las demás Naciones pasó la ficción, y no el desengaño. En efecto, este supuesto milagro se halla estampado en las Memorias de Trevoux como muy verdadero; y sin duda, que los que por allá vieren la noticia acreditada por los doctos, graves, y religiosos Autores de aquellas Memorias, la admitirían como muy legítima, siendo en la realidad moneda falsa, que pasó los Pirineos metida en muchas cartas, y los Autores no pudieron discernir el fraude, porque para distinguir en las noticias el hierro del oro de España, no hay allá piedra de toque. [15]

§. XII

31. Lo mismo que decimos de los noticistas de maravillas, que las comunican en conversaciones y cartas, se puede aplicar a los que las gritan a todo el mundo por medio de la Imprenta. ¿Qué dificultad tiene el que entre tantos millares de millares de Escritores Históricos haya mil u dos mil dignos de poca, y aun ninguna fe, o por su audacia en fingir, o por su ligereza en creer? ¿Hacen por ventura los Autores de libros alguna clase de hombres aparte, a quienes no se extienda la sentencia de David: Omnis homo mendax? No hay duda que no; y por consiguiente tampoco hay duda, en que no es menor error citar como prueba concluyente de alguna cosa admirable, diez, doce o veinte Autores, que alegar cuarenta o sesenta testigos verbales, dispersos en varias partes.

32. Usaré también aquí de ejemplo. Dúdase si hubo Gigantes: entiendo por esta voz, no aquellos que sólo excede de la estatura ordinaria tres o cuatro pies, o poco más, (que es todo lo que puede constar de la Escritura) sino hombres de catorce, veinte, u treinta codos. Algunos los niegan; y yo soy uno de ellos. Los que defienden la existencia de esos montes organizados, juzgan tener vencido el pleito con mostrar veinte o treinta Autores, que los afirman. Salen al teatro Plinio con el cadáver hallado en Creta, de diez y seis codos; Solino, duplicando la partida, con otro, desenterrado en la misma Isla, de treinta y tres; Apolonio Gramático con el diente, mayor que un pie ordinario, descubierto en Sicilia; Plutarco con el cadáver de Anteo de sesenta codos, descubierto por Sertorio en la Africa; Pausanias con el hueso del pie de Ayaz Telamonio, que servía de lanza; Suidas con Ganges, Rey de Etiopía, de diez codos, muerto por Alejandro Magno; Sigeberto con el esqueleto descubierto en Inglaterra de cincuenta pies; Nauclero con el de Palante, hijo de Evandro, rey de Arcadia, y muerto por Turno con una lanzada, cuya externa abertura era de cuatro pies y medio; [16] Odorico con el Gigante que vio en la Corte del Gran Kan, de veinte pies; Melchor Núñez con los de quince pies, que guardaban las puertas de la gran Ciudad de Pequin; Fazelo con los cadáveres enormes de Sicilia; Pedro Simón con el diente molar tan grande como el puño, hallado, cuatro leguas de México; el Autor del Teatro Europeo con otro diente de un cadáver, hallado en la Austria, que pesó cinco libras; Juan Bocacio con el cuerpo descubierto en su tiempo por unos Rústicos en Sicilia, que en la mano tenía una lanza mayor que el mástil de un Navío; Luis Vives con el diente de San Cristóbal, mayor que un puño; un Autor moderno (citado por nuestro Calmet en su Diccionario Bíblico) con otros dientes hallados en el Delfinado el año 1667, cada uno del peso de diez libras; y había alguno que pesaba diez y siete: Juan Sommér con cadáveres gigantéos, vistos por él en las cavernas subterráneas, donde se cree estuvo el Laberinto de Creta.

33. Poco me hará al caso el que a los Autores que he nombrado, se añadan otros veinte o treinta, siendo tan fácil decir de aquellos lo mismo que diremos de éstos. Entre los nombrados sólo hay cinco o seis, que hablan como testigo de vista. Algunos de estos sólo vieron dientes separados; prueba muy equívoca y falaz, como advertimos en otra parte, pudiendo ser esos dientes de alguna bestia marina cetácea, o facticios, o piedras de la figura de dientes, como testifica el Padre Kírquer que las hay. Juan Sommér, que dice vio los huesos gigantéos del sitio del Laberinto de Creta; es creíble, que ni aun el sitio vio, o por lo menos que no entró en aquellas cavernas; pues el famosísimo Botanista de la Academia Real de las Ciencias Joseph Piton de Tournefort, que las visitó y examinó muy despacio al principio de este siglo, o fin del pasado, nos da una idea de ellas totalmente opuesta a la de Sommér. Este dice, que cree habitaron en ellas los Gigantes, cuyos despojos vio; pero según la Relación de Tournefort, ni pudieron habitarlas vivos, ni sepultarse en ellas muertos, siendo tan bajas las bóvedas, o tan cercanas al [17] suelo, que al Botanista, y sus compañeros en varias partes, para pasar adelante les era preciso bajar las cabezas, y en otras caminar a gatas. Por lo cual el mismo Autor impugna a Pedro Belonio, que habiendo visto el mismo sitio, creyó ser aquellas cavernas unas dilatadas Canteras, de donde en la antigüedad se sacó toda la piedra con que se edificaron algunas Ciudades vecinas. Sobre lo cual remitimos al Lector a nuestro cuarto Tomo, Disc. VIII, num. 53, para que con esta noticia corrija la que allí dimos derivada de Belonio. Por lo que mira a Odorico, y Melchor Núñez, a quienes sólo hemos visto citados por el padre Zahn, lo que podemos decir es, que así como los Gigantes que guardan las puertas de Pequin son fabulosos, pues de tantos Misioneros como han entrado en aquella gran Ciudad, y han escrito las particularidades de ella y de todo el Imperio Chino, ninguno dio noticia de ellos, no creemos sea más verdadero el Gigante de la Corte del Kan.

34. Los demás Autores escribieron lo que oyeron, o fundados solamente en rumores, o tradiciones populares: fundamento el más ruinoso del mundo para especies de este género. Si alguna tradición de estatura gigantesca hay en Europa algo autorizada, es la que en Alemania se conserva de aquel famoso Roldán, Orlando, o Rolando, terribilísimo guerrero en tiempo de Carlos Magno, y sobrino suyo, pues tiene el adminículo de varias estatuas de enorme grandeza, las cuales se muestran en algunas Ciudades de Alemania, y se dice ser imágenes de aquel Héroe. No obstante, Felipe Camerario testifica haber oído, no una vez sola, a personas fidedignas, que Francisco Primero, Rey de Francia, deseoso de saber si lo que se decía de la estatura de Roldán era verdad, hizo abrir su sepulcro, donde los huesos se hallaron enteramente podridos y deshechos; pero entera la armadura de hierro con que guarnecía el cuerpo en los combates, la cual el Rey se vistió para probar cómo le venía, y la halló, con poquísima diferencia acomodada a sus miembros: por donde se [18] conoció ser fabulosa la tradición, pues el Rey Francisco no excedía mucho la estatura ordinaria.

§. XIII

35. Aun nos falta examinar otro fundamente de la Fe Humana, que es la fama pública, grande asilo (como vulgarmente se entiende) de crédulos obstinados, al verse combatidos de las más sólidas razones. Virgilio, cuyo juicio está altamente acreditado, hizo tan poca estimación de la fama, que la pinta como un monstruo horrendo, inconstante, ciego, charlatán, perfectamente indiferente a la verdad, y a la mentira.

Tam ficti, pravique tenax, quam nuntia veri.

En efecto, la fama, si se mira bien, no tiene más fuerza para persuadir, que la de un testigo solo, y de un testigo embozado que no se sabe qué autoridad tenga; porque ordinariamente ese gran rumor que llena todo un Reino, es eco multiplicado de la voz de un hombre solo; y un hombre no conocido, de quien por consiguiente se debe dudar, si por ignorancia, por ilusión, o por malicia fue autor de la especie. Así muchas veces sucede, que por más diligencias que se hagan por buscar el origen del rumor, no se descubre, y otras viene a hallarse que su autor es persona por todos capítulos despreciable. Así la fama viene a ser como el Nilo, grande en el curso, pequeño en la fuente; patente a todo el mundo después que se extiende, y tan escondido en su origen, que tardó muchos siglos en descubrirse; baña Reinos enteros, respetado aun de los Príncipes, naciendo en un lago entre despreciables arbustos; de inmenso ruido en las catadupas, de voz sumisa en la montaña que le vierte. Y por extender más la analogía, podemos decir, que como había ocasiones en que los Egipcios sacrificaban al Nilo la más hermosa doncella que encontraban; los hombres, no pocas veces, sacrifican a la fama la más bella hija de su entendimiento, que es la verdad.

36. Todo el mundo lo dice, es la ordinaria exclamación [19] de los Sectarios de la Fama contra cualquiera que los impugna. Tened, exclamo yo: ¿Habéis tomado las declaraciones a todo el mundo? No; pero por ahí en algunos corrillos hemos oído la especie como bastantemente vulgarizada. ¿Y habéis preguntado a los que la propalaron, qué fundamento tenían? ¿O por lo menos si la juzgaban cierta, dudosa o falsa? Nada de eso preguntamos, porque nada nos iba, ni venía en ello. ¡Oh ciegos, que no sólo creéis, ignorando si hay fundamento para creer, mas aun ignorando si la creía el mismo que os dio la especie! De hecho así sucede comunísimamente. Si se llega a hacer análisis de la voz pública, se halla en muchas ocasiones que nadie afirma aquello que ella suena. Pregúntase a éste, y al otro, y al otro, ¿de qué saben aquello, y si lo tienen por cierto? lo que responden es, que lo oyeron decir a otros, y que la verdad Dios la sabe. Si tal vez hay la dicha de desvolver el ovillo hasta la extremidad, o seguir el curso del agua hasta encontrar con la fuente, se halla, que todo aquel gran río viene de un cenagal: que la especie tuvo su nacimiento en una mujercilla, en un borracho, en un embustero, en un mentecato, o en un maligno.

§. XIV

37. Sería facilísimo amontonar ejemplos de noticias universalmente recibidas, como autorizadas uniformemente por la voz pública, que sin embargo se descubrió luego ser falsísimas; pero sólo apuntaremos cuatro: dos de España, y dos de Francia. De España ponemos en primer lugar, el milagroso sudor del Crucifijo de que hablamos arriba; y en segundo otro famoso milagro, que en algunas Ciudades de España se dio a pública luz, como sucedido en esta de Oviedo. Decía la Relación, que una Señora, vecina de este Lugar, que tenía el marido en Indias, y había mucho tiempo que carecía de noticias de él, y de medios para pasar cómodamente, había ido al Convento de San Francisco a hacer oración delante de la Imagen de San Antonio de Padua, poniendo a este Santo por [20] intercesor, para alcanzar de Dios alguna noticia de su marido, y algún socorro a su necesidad: que el día siguiente, volviendo a repetir el mismo ruego, vio la Imagen con una carta en la mano, y el Sacristán, que concurrió al mismo tiempo, después de notar una cosa tan extraordinaria, advirtió también algo de bulto y peso en la manga del Hábito que vestía la Imagen. En fin, llegando a reconocer uno y otro, se halló que la carta era del marido, que estaba en Indias, para su consorte; en ella la decía, que la remitía cien pesos de socorro, y los cien pesos se hallaron en la manga de la imagen. Esta Relación llegó aquí impresa de Sevilla, con tan menudas e individuales circunstancias, que no extrañó fuese creída en todo el mundo, exceptuando el Lugar a quien se atribuía el suceso. Expresábanse nombre y apellido de marido y mujer: y ni aquí hay, ni hubo hombre ni mujer de tal nombre y apellido. Después oí, que la misma Relación vino aquí impresa de Barcelona; y no dudo se imprimiría en otras muchas partes. Este milagro, no sólo se extendió por toda España como muy cierto, pero voló en alas de la Fama a otras Regiones: de modo, que dentro de un año, poco más o menos, esta Ciudad recibió una carta del Magistrado de Estrasburgo, en que pedía le remitiese testimonios auténticos de su verdad, con el fin de confundir con ellos la terquedad de los Herejes. La Ciudad respondió, como debía, que el milagro era soñado.

38. De los dos ejemplos de Francia, sea el primero el de Jacobo Aimar, de quien dimos amplia noticia en el Discurso V del tercer Tomo. Toda Francia se llenó de los admirables descubrimientos que se decía ejecutaba este hombre por medio de la Vara Divinatoria. Todos hablaban de ellos, como de cosa que no admitía la menor duda. Citabanse muchos testigos de vista. Pasó la noticia, como sobradamente calificada, a otros Reinos. Al fin se supo que todo era embuste. Sobre lo cual véase el citado Discurso.

39. El segundo, aun puede reputarse más admirable que el primero, y más apto para introducir una desconfianza grande de la voz pública. Siglos enteros ha, que [21] corre en Francia, como cosa inconcusa, la maravilla natural de una montaña inversa, situada en el Delfinado; esto es, que tiene la punta abajo, y la basa arriba, siendo su circuito, por lo más alto, de dos mil pasos, y sólo de mil por la parte que toca la planicie. Llámase la Montaña Inaccesible, por razón de esta particular situación. Pero a los principios de este siglo, habiendo la Academia Real de las Ciencias comprehendido entre sus muchos y utilísimos asuntos, el de examinar las maravillas naturales que hay dentro de la Francia, supo por testimonios fidedignísimos de testigos oculares, que no hay en el Delfinado tal Montaña inversa, y que aquélla a quien se da el nombre de Inaccesible, y que está ocho o nueve leguas de Grenoble, al Mediodía, es una roca escarpada, plantada sobre la altura de una montaña ordinaria, y que tampoco la misma roca tiene figura ni asomos de pirámide inversa: que tampoco había alguna verisimilitud o apariencia de que de la cima se hubiesen destacado algunas porciones de la montaña, u de la roca, que mudasen su antigua figura, porque está toda circundada de durísimos peñascos, donde no se ve el menor vestigio de algunas ruinas precipitadas.

40. Cosa sin duda notabilísima, que en Francia se conservase siglos enteros un error tan craso, en orden a un objeto tan visible, y que millares de hombres verían no sólo cada año, mas aun cada mes. Si fuese algún dije raro, metido en el Gabinete de un Príncipe del Oriente, o una menudencia corpuscular, que sólo se descubriese a la vista por medio de algún excelente Microscopio, no habría que extrañar. Pero de toda una montaña, patente a los ojos de vecinos y pasajeros, mantenerse tanto tiempo un engaño tan monstruoso en el mismo Reino donde está situada, es asunto sin duda digno de la mayor admiración. ¿Qué hemos de decir de esto, sino que la inversión fingida en la montaña, es verdadera en el espíritu del hombre; y que éste, teniendo sin ejercicio el entendimiento y los ojos, sólo se gobierna por los oídos? La fama es su oráculo, aun cuando le dicta un imposible; y la fama suele tener su [22] principio, o en un insensato, a quien por tener puesta al revés el alma, se le representa lo de abajo arriba y lo de arriba abajo; o en un embustero, que por darse al placer inicuo de mentir, no repara, ni en trastornar los entendimientos ni en trastornar los montes.

§. XV

41. Parecerá sin duda a los tenaces en seguir la corriente del vulgo, que hemos examinado con demasiado rigor los fundamentos de la Fe Humana, y colocado en excesiva altura la dificultad del asenso. Con todo, les intimo, que aun le falta un buen espacio que subir, para constituirse en el lugar debido. Hasta aquí sólo hemos regulado la Fe Humana respectivamente a la veracidad de los hombres; falta regularla en orden al conocimiento.

42. Explícome. Supongo que oímos a un hombre tan fidedigno, que su veracidad pesa más, y mucho más, que la inverisimilitud de la noticia que nos participa como testigo ocular. ¿Deberémos creerla como segura? Respondo, que muchas veces no; porque aunque el testigo no flaquee en la veracidad, puede faltarle la advertencia o conocimiento necesario para enterarse de lo mismo que afirma. Serviránme de ejemplos en este asunto las mismas materias que hemos tratado arriba. Dice un hombre extremamente fidedigno, que vio un diamante fino del tamaño de un huevo de gallina. Aun cuando no mienta, lo que doy por supuesto ahora, quedaré dudoso de si hay, o no tal diamante. El motivo es claro; porque no me consta, que tenga tanto conocimiento en la facultad Lapidaria, que no pudiese engañarse, aprehendiendo como fino, un diamante falso. De hecho los de Alanson (llamados así, porque se crían en un sitio distante dos leguas de aquella Ciudad), entre los cuales hay tal cual, que iguala, y aun excede a un huevo ordinario de gallina, han engañado algunas veces a los mismos Lapidarios.

43. Otro dice, que vio un Nigromántico, el cual conturbaba el aire y movía tempestades cuando quería. Es [23] menester que me conste que no sólo es sumamente veraz, mas también bastantemente advertido; porque si no, pudo engañarle un embustero, que por señales naturales previese las tempestades venideras, y fingiese ser Autor de lo que sólo era pronostiquero: como en efecto algunos de las Regiones Septentrionales, los cuales tenían tal cual conocimiento del viento que luego se había de levantar, persuadieron a muchos simples navegantes, que con arte Mágica excitaban el viento que querían; y así se concertaban con ellos, y recibían dinero por levantar el viento que les pedían. Y si bien, que muchísimas veces se hallaban los Viajeros burlados, no dejó de correr la fábula por las Regiones Extranjeras, e introducirse como verdad constante en muchos libros.

44. Otro cuenta, que vio un gran fantasmón. ¡Qué fácil es, que al que camina de noche ocupado del miedo se le figure tal un tronco, una columna, y aun su propia sombra causada por los rayos de la Luna! Otro, que le habló un difunto, o que le inquietó varias veces un duende. Son innumerables los artificios con que se pueden contrahacer duendes, y difuntos; y algunos tan sutiles y tan bien trazados, que es menester especial perspicacia para discernir lo verdadero de lo aparente, la realidad de la ficción. Y no sólo es menester perspicacia, también es necesario valor; porque el hombre más agudo, si llega a dominarle el pavor, no queda en estado de usar del entendimiento. [24]

{(a) Es sumamente oportuno para confirmar el dictamen de las ilusiones que hay en materia de fantasmas, un suceso de mi experiencia. Empezando una noche a pasearme en la Celda, teniendo la ventana abierta, al llegar a ella, vi enfrente de mí un formidable Espectro de figura humana, que representaba la altura de cuatro o cinco varas, y anchura correspondiente. A ser yo de genio tímido, hubiera huído al punto de la Celda, para no entrar en ella hasta que viniese el día, y referiría a todos la visión del fantasmón asegurándola con juramento, si fuese necesario; con que a nadie dejaría dudoso de la realidad. Los que me oyesen lo referirían a otros, y sobre el supuesto de la opinión de mi veracidad, se extendería a todo [24] el Pueblo, y aun a muchos Pueblos el crédito del prodigio. No llegó ese caso, por haberme mantenido en el puesto, aunque no sin algún susto, resuelto a examinar en qué consistía la aparición. ¿Qué pensará el lector que era? Nada más que la sombra de mi cuerpo; pero muchos, puestos en el caso, no darían en ello. La luz que había en la Celda, me daba por las espaldas; pero no había enfrente de la ventana pared o cuerpo alguno opaco donde pudiese estamparse la sombra. ¿Pues cómo se formaba la aparición? Una densa niebla que ocupaba el ambiente, suplía, o servía como cuerpo opaco para recibir la sombra, no en la primera superficie, sino a la profundidad de dos o tres varas, porque toda esa crasicie de niebla era menester para lograr la opacidad necesaria; y como la sombra crece a proporción de su distancia del cuerpo que la causa, combinada con la pequeñez y distancia de la luz respecto del cuerpo interpuesto, de aquí venía la estatura gigantéa de mi sombra. Para acabar de certificarme hice algunos movimientos con el cuerpo, y observé que los mismos correspondían en la imagen. ¡Pero cuántos, aun cuando tuviesen valor para perseverar en el puesto, por no hacer estas reflexiones, quedarían en la firme persuasión de haber visto una cosa del otro mundo! Mucho menos que esto basta para producir en los más de los hombres errores semejantes.}

45. A este modo se puede discurrir en otras muchas materias. Pero sobre todo en las de la Magia se pide especialísima advertencia, por ser infinitas las ilusiones o artificios con que se fingen operaciones mágicas. ¡Cuántas veces quedaron Pueblos enteros asombrados con el embeleco de algún prestigiador, creyendo firmísimamente no poder ejecutarse aquello sin la asistencia del demonio; y averiguada después la traza, se halló ser una invención bien fútil, y nada ingeniosa! En una plaza de Roma dejó uno de éstos pasmado a todo el concurso, que era muy grande, mostrando un pequeño papelito, donde iban escritos no sé qué extraños caractéres; y diciendo que como fuese alguno a echarle entre los vidrios que estaban de venta en una tienda vecina, sin que lo entendiese el dueño de ellos, cuantos éste tomase en la mano, se le caerían irremediablemente de ella, y se harían pedazos. Hizose así, y sucedió lo que había pronosticado el prestigiador; en tanto grado, [25] que el Vidriero irritado y furioso de ver que cuantos vidrios tomaba en la mano se le estrellaban al suelo, ya como totalmente fuera de sí hizo pedazos, tirándolos contra las paredes, cuantos tenía sobre una grande mesa. Cuantos sabían la maula del papelillo introducido furtivamente entre los vidrios, hacían a su parecer evidencia de que los caractéres estampados en él eran Mágicos, y así en aquella tragedia había intervenido pacto con el demonio. Sabido el caso, todo se había hecho de concierto con el mismo Vidriero, el cual prevenido de antemano por el prestigiador, y asegurado de que con la invención le redituaría más de lo que valían los vidrios (como en efecto lo hizo, moviendo a escotar a todo el concurso) espontáneamente dejó caer los vidrios, y fingió todo aquel rapto de cólera furiosa, sin que el papelillo y sus caractéres tuviesen en todo otra culpa, que la de engañar la gente. Refiere este chiste el P. Gastar Scott en su Magia Natural.

46. Si fraudes tan superficiales alucinan a los Pueblos, ¿qué harán otras de más profundo artificio, cual esla que voy a exponer ahora? Muchos son los que desprecian como fabulosa, por más que quiera acreditarla mucho mayor número de crédulos simples, la especie de que hay Soldados invulnerables por Arte Mágica, a quienes por esta razón dan el nombre de Duros. Con todo, si con uno de estos, que se dicen invulnerables, delante de un gran Pueblo se hiciese la prueba de dispararle a quema ropa, y a pecho desnudo, cuatro o seis veces una pistola bien cargada de pólvora y balas, y se viese que éstas, al llegar al pecho, se caían a sus pies sin hacer la menor mella, pienso que aun los más incrédulos asentirían a que esto sucedía por arte de encantamiento. Pues ve aquí, que sin encantamiento alguno, y por mero artificio podrá suceder el caso. El secreto está en el modo de cargar el cañón. Tómense dos o tres balas de calibre inferior al hueco de la pistola, (o sea escopeta, o carabina) échese debajo de ellas poca porción de pólvora, y mucho mayor sobre ellas. En el disparo dará la pistola un gran trueno, pero las balas no [26] harán algún efecto sensible. El ajustar los demás requisitos para que cuaje el embuste, como el que ninguno de los circunstantes perciba que se usa de arma de fuego determinada, ni la dispara persona de antemano prevenida, es facilísimo. Para esto hay innumerables arbitrios. Esta traza es indiferente, o para simular encantamiento, o para fingir milagro; y con cualquiera de los dos fines, podrá utilizarse mucho en ella el embustero que la usáre: con el primero, vendiendo a gran precio el fingido secreto mágico a diferentes personas, que dirá consiste en un papel con tales caractéres colgado del cuello, o en lo que él quisiere: con el segundo, autorizando como preciosísima reliquia, cualquier harapo o cachibache que traiga puesto al pecho. De cualquiera de los dos modos puede ocasionar gravísimos daños; pues los que le compraren el secreto, o la reliquia, creyéndose invulnerables, acaso se meterán con segura confianza en los peligros, y perecerán en ellos. La precaución de tan gran riesgo, es el fin principal porque hago público este artificio, fuera del común, a esta última parte del Discurso; cuyo asunto es mostrar, que aun supuesta una veracidad suma de parte del que administra las noticias, pueden salir inciertas por haber sido engañado el que las asegura como testigo. El modo de cargar la arma de modo que haga un gran trueno, y ningún daño, fue experimentado pro Mr. Casini el hijo, y manifestado a la Academia Real de la Ciencias. [27]

{(a) 1. El Autor de las Memorias Eruditas, citando a Francisco Rhedi, me ministra algunas noticias muy propias para confirmarme en el concepto de que es fábula lo que se cuenta de los Soldados Duros, o Invulnerables. Un Relojero de Francia (dice Rhedi) aseguraba al gran Duque, que conocía muchos hombres, que con virtud de hierbas, piedras y palabras, se hacían impenetrables a todo género de armas. No creyéndolo el gran Duque, ni otros que estaban presentes, hizo, para acreditar su relación, venir un Soldado que se gloriaba de Invulnerable, el cual presentándose al gran Duque, ofrecía el pecho a las balas. Carlos Costa, Ayuda de Cámara de su Alteza, quería hacer la prueba, disparándole al pecho una pistola; pero el [27] gran Duque no quiso permitirlo; sí sólo, que la disparase a una de las partes más carnosas de su cuerpo, donde la herida, aunque él fuese muy vulnerable, no sería mortal. Ejecutólo así, y rompió en el pobre una grande llaga, con que avergonzado, fue a curarse sin despedirse de nadie. Persistiendo el Relojero en su opinión, presentó, pasado algún tiempo, otros dos Soldados, que asimismo aseguraban ser invulnerables; pero en la prueba se conoció ser embusteros, y el engaño consistía en el modo de cargar la pistola.

2. Añade el mismo Rhedi, que Olao Borrichio, famoso profesor de la Universidad de Copenhaguen, le escribió, que el Rey de Dinamarca, el cual era muy curioso y aficionado a la observación de las cosas naturales, habiendo solicitado averiguar si efectivamente había tales hombres invulnerables, halló ser todo ilusión; porque sólo admitían la prueba con ciertos efugios y excepciones. Refiere finalmente, que Silio Marsilio, Comerciante del Norte, esparció voces de que daría mil escudos al que quisiese presentarse a la experiencia de la impenetrabilidad, y que habiéndose presentado dos hombres, y queriendo Marsilio ejecutar el golpe del cuchillo en el cuello, dijeron que no habían puesto caractéres ni versos en aquella parte. En vista de esto iba a herir en otras, que confesaban estar preparadas; pero ellos, hurtando el cuerpo al golpe, echaron a correr.

3. Lo que de estos sucesos se puede inferir es, que de los que se dicen Invulnerables, unos son engañados, y otros engañadores; y que el embuste, o únicamente, o por la mayor parte, consiste en el artificio de cargar las armas de fuego con el modo que explicamos en el número señalado. El primer Soldado que se presentó al gran Duque de Florencia, en caso de no ser loco, que por demencia propiamente tal hubiese dado en la aprehensión de no poder ser herido, era un pobre simple, a quien otro u otros Soldados bribones habían embutido, que tales palabras o caractéres tenían esa virtud, y con la experiencia falaz de disparar uno a otro la pistola, o fusil cargado en la forma que hemos explicado, le habían dejado en una entera persuasión de la infalibilidad del secreto, sacándole por él algún dinero. Los demás eran embusteros, y se ofrecieron a la prueba debajo de la esperanza de componer, que la experiencia se hiciese con armas cargadas a su modo, lo que no consiguiéndose, todo [28] el mal a que verisímilmente se exponían, era a que los despreciasen como tramposos.

4. Es verdad, que el Autor de las memorias Eruditas alega por la opinión contraria la autoridad y experiencia del Doctor Gabriel Claudero, cuyo pasaje copiaré aquí, como le copió el Autor de las Memorias Eruditas; porque el lector logre ver lo que hay por una y otra parte, advirtiendo primero, que parece fue yerro de Imprenta dar dos veces el nombre de Doléo, al mismo que al principio había citado con el nombre de Claudero.

5. Volviendo (dice) de los Países Bajos a Alemania, me tocó por compañero en el camino de Arnhemio un joven, que muchas veces por juego dejaba que mis compañeros, y yo le punzásemos con espadas y cuchillos, sin lesión alguna. Demás de esto llevaba una espada tan fascinada o encantada, que sin sacarla de la vaina, con sólo poner la mano en el pomo de la guarnición, atemorizaba a todos sus antagonistas, de suerte que quedaban temblando; de lo que nos dio una muestra, irritando y provocando para reñir a doce jóvenes valerosos, aunque sumamente repugnantes, por no haber causa para ello.

6. Dice el mismo Claudero, que el artificio diabólico con que se logra la impenetrabilidad a las armas, es muy notorio al Vulgo, y en Alemania se llama das Festemachen. Pero añade, que los que usan de él muchas veces se hallan burlados; ya porque la preparación de que se valen, aunque impide la penetración de las armas, no los defiende de las contusiones violentas; de modo, que no los matará la bala que dispara la escopeta; pero sí la misma escopeta, dando con la culata un fuerte golpe, que les quebrantará los huesos; ya porque de los mismos que practican este arte diabólico, unos a otros burlan el defensivo, ablandándoles el cuerpo, lo que llaman Cinen auslosen, ministrándoles el Diablo auxilio eficaz para ello. Esto se reduce a que unos están más adelantados que otros en esta ciencia infernal.

7. El destino de mi pluma no permite referir semejantes historias desnudas de toda Crisis; y la que puedo hacer de la relación de Claudero, no es muy favorable a este Autor; porque le preguntaré lo primero, ¿cómo aquel compañero suyo de viaje no se hacía dueño [29] del mundo, lo que le sería sumamente fácil, pues aterrando a todos con la acción de poner la mano en la espada, se apoderaría sin dificultad de sus personas, y haciendas? Nadie dirá, que dejaba de hacerlo por temor de Dios, un hombre tan desalmado que tenía pacto habitual con el Demonio. Ya veo, que la solución ordinaria a semejantes objeciones es decir, que a la benigna Providencia de Dios toca no permitir que el pacto con el Demonio sirva a hombre alguno para hacer tanto daño. Sea norabuena; que no quiero detenerme ahora en impugnar esta respuesta.

8. Pero pregunto lo segundo: ¿en Alemania no prohiben las leyes, debajo de gravísimas penas, el horrendo crimen de pacto con el Demonio? No hay duda. ¿Pues cómo aquel joven por juguete manifestaba ese delito suyo a tanta gente, poniéndose a tan manifiesto riesgo de ser denunciado y castigado?

9. Pregunto lo tercero: ¿cómo el mismo Claudero no le delató, pues estaba gravemente obligado a ello?

10. Pregunto lo cuarto: Si el pacto que hace a esos hombres impenetrables a las armas, no los indemniza de que un golpe fuerte los quebrante los huesos; ¿cómo pueden, sin grandísimo riesgo, ofrecer el pecho a las balas? Pues aunque éstas no penetren dentro del cuerpo, podrán muy bien, en fuerza de su violento impulso romperles las costillas.

11. Finalmente pregunto: Si ese artificio diabólico es tan notorio al Vulgo en Alemania, ¿cómo los Soldados de esa Nación no salen victoriosos de todas sus batallas? Si lo que Claudero afirma fuese verdad, con dos Regimientos Alemanes podría desbaratar el Emperador todas las Huestes Otomanas.

12. En el tomo 23 de las Cartas Edificantes se refiere un suceso, que confirma, como los propuestos arriba de Rhedi, ser ilusión lo que se dice de los Soldados Duros, o Invulnerables. El año de 19, a 20 de este siglo, un Rey Mahometano, llamado Belasi, dueño de la Isla de Butig, una de las Filipinas, puso con sus gentes sitio a nuestra Fortaleza de Samboangan, sita en la de Mindanao. [30] Persuadieronle no sé qué hechiceros, que con sus encantos le habían hecho invulnerable: en cuya confianza el crédulo Rey se arrojó el primero a escalar la muralla. Tardó poco, aunque ya inútil para él, el desengaño; porque disparándole de la muralla una grande piedra, le precipitaron mal herido al foso, de donde los suyos le sacaron todo bañado en sangre, y murió en breve.

13. Valga la verdad: Yo creo firmemente que hay hechicerías en el mundo; pero también creo firmemente, que no hay tantas como se dice. Acaso ni aun la centésima parte. A este asunto tiene más natural aplicación el concepto de la benigna Providencia de Dios. Aunque haya en el mundo innumerables hombres depravados, dispuestos a solicitar el auxilio del común enemigo para sus perversos fines, y éste esté pronto a granjear por este medio la perdición de sus almas, no es creíble que Dios se lo consienta, sino una u otra rarísima vez que esta permisión conduzca a altos fines de su Providencia.}

47. Estos son los documentos que se deben tener presentes, para reglar por ellos la Fe Humana; y que si los hubieran observado todos los Escritores, no se hallarían tantos libros llenos de portentosas fábulas. Amigo Lector, [28] si eres de los cito-credentes, contigo habla aquella sentencia Ovidiana:

Ne cito credideris, quantum cito credere laedat;
Exemplumque tibi non leve Procris erit.


Apéndice
Al número diez de este Discurso

48. En el número citado hemos tratado como fábula lo que se cuenta de que hay hombres sin cabeza, y otros que no tienen más que un ojo en la frente. [30] Y porque hay muchos, que fundados en la autoridad de San Agustín, tienen por verdadera aquella fábula, nos ha parecido preciso desengañarlos introduciendo en el mismo desengaño otro nuevo precepto que puede agregarse a los demás de este Discurso, para reglar la Fe Humana.

49. El lugar que citan de San Agustín, y se halla en el Sermón 37. Ad Fratres in Eremo, no puede ser más formal, expreso, y decisivo. Dice el Santo, que habiendo ido, después que era Obispo a predicar el Evangelio en la Etiopía, vio en aquella Región muchos hombres y mujeres que no tenían cabeza: Vidimus ibi multos homines, ac mulieres capita non habentes, sed oculos grosos fixos in pectore; caetera membra aequalia nobis habentes. Poco más abajo añade, que en la baja Etiopía vio hombres que no tenían más que un ojo, y éste colocado en la frente: Vidimus, & in inferioribus partibus Aethiopiae homines unum oculum tantum in fronte habentes.

50. Por arduo y difícil que sea creer, que hay tales monstruos en el mundo, ¿quién negará que la autoridad de un San Agustín es de un peso tan portentoso, que presentándose él como testigo de vista, es acreedor al asenso? Permitamos, (dirán los que creen la existencia de [31] Acéfalos y Arimáspos) que es inverisimil el que existan tales gentes; pero mucho más inverisimil es, que mintiese San Agustín. Yo lo concedo; pero falta justificar que lo dijese San Agustín. ¿Pues no se lee en sus obras? Distingo: Escrito por el Santo, niego; intruso por un embustero, concedo.

51. Este es el sentir de doctísimos Críticos, los cuales afirman, que todos o casi todos los Sermones que con el título de Ad Fratres in Eremo, andan entre las Obras de San Agustín, no son parto del Santo, sino de algún perverso impostor, por hallarse en muchos de ellos, sobre la bajeza del estilo, varias inepcias, errores, y fábulas. Así los condenan, como obra supositicia, el Cardenal Baronio al año de Cristo 382. Y al de 385, el Cardenal Belarmino de Script. Ecclesiast. Cristiano Lupo, famoso Agustiniano, lib. de Orig. Eremitarum Sancti Augustini: Bernardo Vindingo, Teólogo Agustiniano también, in Critico Augustiniano: Natal Alexandro tom. 5, Hist. Eclesiast. y en fin nuestros Monjes de la Congregación de San Mauro en la novísima Edición de las Obras de San Agustín.

52. Hablando determinadamente del pasaje que se nos opone, se convence su falsedad, porque nunca el Santo fue a predicar a Etiopía. A haber hecho este viaje, no le callára Posidio, discípulo suyo, que escribió su Vida. Sospecho que el impostor que fabricó aquel Sermón, y los demás ad Fratres in Eremo, se movió a fingir la fábula de Arimáspos, y Acéfalos, porque en el lib. 16. de Civit. Dei, cap. 8, vio que San Agustín dice, que aquellas, y otras figuras monstruosas se hallaban dibujadas en la Plaza Marítima de Cartago. Noto, que dicho impostor, sea el que se fuese, era ignorantísimo en la Historia, pues en el Sermón 48 hace decir a San Agustín, que vio el cadáver de Julio César en Roma, con la distinción de todos sus miembros; siendo constante, que el cuerpo de aquel Príncipe fue poco después de su muerte reducido a cenizas, conforme al Rito funeral más común de los Romanos. [32]

53. De lo dicho en este Apéndice se debe colegir, para añadir esta nueva regla a las de arriba, que aunque el dicho de cualquiera Santo Padre, en lo que afirmáre como testigo de vista, prepondera a todas las apariencias de inverisimilitud que puede haber en el asunto; no por eso cuanto se halla escrito entre sus Obras, vestido de esa circunstancia de que lo vio el Santo, constituye certeza de Fe Humana, pues puede haber sido introducido en ellas por algún embustero. Es, pues, menester, siempre que el asunto parezca inverisimil, examinar el juicio de los Críticos más hábiles, sobre si aquella parte del Escrito es del Santo Padre, u de algún impostor.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo quinto (1733). Texto según la edición de Madrid 1778 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 1-32.}