Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo primero Discurso XII

Senectud del Mundo

§. I

1. No lloraba tan tiernamente Helena al representarle el cristal los estragos que el tiempo había hecho en su belleza: Flet quoque ut in speculo rugas conspexit aniles Tindaris, como el mundo se lamenta de las ruinas que contempla en su vejez imaginaria. A cada paso se oyen las quejas de que el transcurso de los siglos ha abreviado a la vida humana los plazos, debilitado las fuerzas corporales, aumentado el número de las dolencias, disminuido por defecto de la facultad prolífica el de los individuos; y para dar materia más dilatada al dolor en todo aquello que puede servir al hombre, se representa la misma decadencia, en los alimentos menos substancia, en los medicamentos menos virtud, en la tierra menos feracidad, y hasta en los cuerpos celestes más débiles los influjos.

2. Pero toda esta larga lamentación carga sobre una aprehensión sin fundamento. Primeramente por lo que mira al período de la vida humana, es fijo que hoy es el mismo que era ha veinte, y aun treinta siglos. Ha dos mil y ochocientos años que vivió el Santo Profeta David; de modo que según el cómputo más justo de Genebrardo, Saliano, Tornielo, Spondano, y otros, vino a florecer, con corta diferencia, a la misma distancia del principio del mundo, que de nuestro siglo, habiendo nacido a los dos mil novecientos y diez años de la creación del Orbe. Este, pues, ilustrado Rey, hablando del término común de la vida de los hombres de su tiempo, al Salmo 88 señala el mismo que experimentamos en nuestra edad: Dies annorum nostrorum in ipsis septuaginta anni. De el mismo David, cuando, según los Autores de la [242] Cronología Sagrada, había llegado a los setenta años, dice la Escritura en el cap. I. del lib. 3 de los Reyes, que era muy anciano, y por eso el beneficio de la ropa no bastaba a defenderle del frío: Et Rex David senuerat; habebatque aetatis plurimos dies cumque operiretur vestibus non calefiebat.

3. Estas pruebas son tan concluyentes, que no dejan alguna salida. Y en verdad que pocos se hallarán en nuestros tiempos, que siendo tan sobrios, y de tan buen temperamento como David, no lleguen a la edad septuagenaria con más vigor.

4. Ni yo entiendo cómo el error de la decadencia de la vida humana se ha hecho tanto lugar, cuando todas las Historias antiguas, así sagradas, como profanas (exceptuando las fabulosas) no nos representan los hombres más duraderos en los pasados siglos que en los presentes. Poquísimos, o rarísimo hombre que pasase de cien años, se halla en Escritores Griegos, ni Romanos, en quienes generalmente los octuagenarios, y nonagenarios son ponderados por longevos, como en nuestro tiempo. S. Juan Evangelista es llamado de muchos el Matusalén de la Ley de Gracia: y según el Cardenal Baronio no vivió más de noventa y tres años. Plinio en el lib. 7 de su Historia Natural, cap. 48, cuyo título es de Spatiis vitae longissimis, cuenta de intento los Romanos que duraron irregularmente en los siglos próximamente antecedentes al suyo, y señala por vidas larguísimas la de Livia de Rutilio, que vivió noventa y siete años; la de Statilia, que vivió noventa y nueve; la del Pontífice Metello, y la de Perpenna, que vivieron noventa y ocho; la de Marco Valerio Corvino, que llegó a ciento. Y la vida más larga, que refiere con cuenta fija entre los Romanos, es la de Clodia, que vivió ciento y quince años. De los extranjeros, en quien más se extiende es en Argantonio Gaditano, que reinó ochenta años, entrando a reinar a los cuarenta de edad. Es verdad que Silio Itálico lib. 3 le da a este Rey trescientos años:

—— Ditissimus aevi
Terdenos decies emensus belliger annos.
[243]

Pero a los Poetas los recusaremos siempre para testigos. Luciano, que trató esta materia con más extensión que Plinio, en el libro intitulado de Macrobiis, discurriendo por toda la antigüedad, y excluyendo dos, o tres edades reputadas por fabulosas, señala muy pocos hombres, que pasaron de cien años; y la vida que cuenta más larga es la del Historiador Ctesibio, que llegó a ciento veinte y cuatro.

§. II

5. Ahora pregunto: ¿Qué País hay, donde hoy no se vea uno, u otro que llegan, y pasan de cien años? Dentro de este Principado de Asturias, donde asisto, tengo noticia de muchos, y especialmente de una mujer, que vivió ciento treinta y dos años. Posible es que en esta noticia se añadiese algo. Pero de este riesgo no estuvo exento Plinio, ni otros Escritores antiguos. Lo que puedo asegurar con toda verdad es, que habrá dos años, poco más, murió a distancia de medio legua de esta Ciudad de Oviedo, en una Aldea llamada Cagigal, en la edad de ciento y once, una pobre mujer, llamada Mari-García, habiendo conservado siempre el juicio sanísimo. Y hoy vive en dicha Ciudad de Oviedo D. Alonso Muñíz, Presbítero, de edad de ciento y siete años, con bien fundadas esperanzas de vivir no pocos más; pues en una edad tan avanzada, todos los días va a celebrar el santo Sacrificio de la Misa a la Iglesia de las Religiosas de Santa Clara, distante más de cuatrocientos pasos comunes de su casa; y buena parte del camino es bastantemente agrio. Si estos ejemplos se hallan en un País, que a causa de su mucha humedad no es celebrado por muy sano (bien que yo le tengo por bueno), mayores se hallarán en los que gozan más benigno Cielo.

6. En Galicia murió el año pasado de 1726 un pobre labrador, llamado Juan de Outeiro, vecino que fue de la Villa de Fefiñanes, Arzobispado de Santiago; digno por su larga vida de más larga memoria, y aun de que se perpetúe su nombre en las prensas. Para averiguar su edad, faltando [244] libros, y demás instrumentos, no se halló otro testimonio, que el informe conteste de los más ancianos con su dicho; pues solía afirmar, que cuando se fabricó la Iglesia de S. Francisco de Cambados, iba delante del carro que conducía los materiales para la fábrica: y suponiendo, que por lo menos tendría entonces, para poder acordarse, seis, u ocho años, y que en el dicho Templo se halla una inscripción que dice se acabó la obra el año de 1588, se infiere, descontando los seis, u ocho años que tendría, que nació el de 1580, desde el cual, hasta el de 1726, que falleció por Mayo, salen 146 años de edad: y es digno de reparo, que su común alimento era pan de maíz, y berzas cocidas, tal vez alguna sardina, o almeja: su regalo extraordinario puches de leche, y harina de maíz: carne de vaca sólo la comía algún día muy festivo: vino (aunque le bebía) rarísima vez por su escasez de medios le lograba: y lo que más admiración hace es, que hasta el fin de sus días, siempre se manejó con firme agilidad, y tanta entereza en el juicio, como si tuviera cuarenta años.

7. Más convence el intento la Certificación, que para en poder del Ilustrísimo señor D. Fr. Antonio Sarmiento, General que fue de mi Religión, electo Obispo de Jaca; dada por Fr. Veremundo Negueruela, Cura de S. Juan del Poyo, en el mismo Reino de Galicia, en 30 de Septiembre de 1724; quien certifica, que en sola su Parroquia en dicho año administró los Sacramentos a Bartolomé de Villanueva, de edad de 127 años cumplidos: a Bartolomé de la Graña, de 120: a Marta García, de 118: a Alberto Solla, de 117: a Lucía Solla, su hermana, de 113; y a Benito Pérez, su marido, de 110: a Jacinto Diz, de 116: a Alonso Otero, de 115: a María Mouriña, de 112: a Domingo González, de 110: a Antonio Parada, de 116: a Antonio Parada de Fontela, de 115; y a Catalina Fernández, de 110. De modo, que entre los trece Parroquianos (si se formase otra danza como la de la Provincia de Herford, de que luego hablaremos) compondrían la edad de 1499 años, que en este siglo es cosa prodigiosa. [245]

8. En la Isla de Ceilán es muy frecuente llegar los hombres a cien años; y el Capitán Juan Riberio, Portugués, en la Historia de esta Isla, que dio a luz el año 1685, dice que poco ha se vio allí uno de ciento y veinte años, que sin bastón en la mano iba a oír Misa a una Iglesia distante una legua de su casa. Murió en Inglaterra la Condesa de Nesmunda, o Nesmond en la edad de 140 años. Madamusela de Eckleston, Inglesa también, murió el año de 1691 de ciento cuarenta y tres años: este es un hecho constante en toda Inglaterra. En el de 1635 fue presentado al Rey Carlos I de la Gran Bretaña Thomas Park, natural de la misma Isla, en la edad de ciento cincuenta y dos años, que parece ser murió el año siguiente, porque el Caballero Temple en sus Obras Misceláneas le cuenta de ciento cincuenta y tres años de vida. Bien sabida es la danza que formaron en la Provincia de Herford doce viejos, cuyas edades cumuladas subían a la suma de mil y doscientos años; de modo que uno con otro tenían ciento.

9. El Canciller Bacon, que murió no ha más de un siglo, en la Historia de la Vida, y la Muerte, entre todos los Papas que habían gobernado la Iglesia hasta su tiempo, cuenta solamente cinco, que llegaron, o pasaron de ochenta años, y todos cinco fueron próximos a su tiempo; conviene a saber, Juan XXIII, que llegó a 90: Gregorio XII, a 91: Paulo III, a 81: Paulo IV, a 83; y Gregorio XIII, a lo mismo. Los tres últimos no ha dos siglos que murieron. Y así en la serie de los Pontífices está hecha la cuenta, de que los que más vivieron, fueron cercanos a nuestra edad. Es verdad que muchos de la primitiva Iglesia no deben entrar en este cómputo, por haberles anticipado la muerte el martirio. [246]

{(a) A las largas vidas de estos tiempos, que referimos en este número, y en los antecedentes, añadiremos tres muy notables. La primera es de Pedro Picton, Labrador, natural de Champaña, el cual murió de ciento diez y siete años en el de 1695. No es lo más particular de este hombre que viviese tanto, sino que en los años próximos al de su muerte conservaba un cuerpo bastantemente vigoroso, [246] lo que acreditan dos circunstancias muy dignas de notarse. La primera, que hasta los ciento y quince años trabajó en el campo, casi sin sentir las debilidades, o incomodidades de la vejez. La segunda, que viéndose poco respetado de sus hijos, por vengarse de ellos volvió a casarse a los ciento y diez años.

La segunda vida larga, mucho mayor que la pasada, y que todas las que hemos referido en el cuerpo de la Obra, fue la de Enrico Jenkins, el cual murió de ciento sesenta y nueve años, a los fines del siglo pasado. Refiere estos dos casos Larrey, Historiador de Francia, el primero en el tom. 6, pág. 299: el segundo tom. 7, pág. 203.

La tercera de un Caballero Etíope, Señor del Lugar de Bacras, en el Reino de Sennar, a quién conoció y trató el año de 1699 Carlos Jacobo Poncet, Médico Francés, que residía en el Cairo, y de allí pasó a Etiopía, llamado del Emperador de los Abisinos, para que le curase de una enfermedad que padecía. Refiere Poncet, que este Caballero, cuando él le trató, era de ciento y treinta años, pero estaba tan fuerte, y vigoroso, como si no tuviese más de cuarenta. Siendo esto así, podrá vivir el día de hoy, y aún algunos años más. Véase el cuarto tomo de las Cartas Edificantes, que no contiene otra cosa, que la relación del viaje de Poncet, pág. 42.

Digno es de agregarse a estas noticias la de un casamiento, que se hizo en Londres el año de 1700, entre un hombre de ciento, y tres años, y una mujer de ciento. Refiérese en la República de las letras, tom. 22, pág. mihi 328.}

Estando imprimiendo este Escrito, murió en esta Corte Doña Juana Quatrin, Flamenca, asistente en la casa del Señor Duque de Pópuli, de ciento y once años, y fue enterrada el día veinte y nueve de Julio de 1726 en la Parroquia de S. Martín.

§. III

10. El argumento, que a favor de la opinión vulgar se toma de las larguísimas vidas de los hombres Antediluvianos, y los que sucedieron próximamente al Diluvio, no es del caso. Porque no negamos que la vida del hombre haya padecido alguno, y grave detrimento desde su primer origen; sí sólo, que de muchos siglos a esta parte le haya padecido, y que ahora de presente se vaya estrechando cada vez más, como piensa el Vulgo. Señalan los Autores varias causas de la prodigiosa duración de aquellos [247] antiguos progenitores nuestros: como su mayor sobriedad: la mejoría de los frutos de la tierra, que deterioraron las aguas del Diluvio: alguna especial protección de la Providencia: la gran noticia de remedios preservativos, comunicada del primer padre a sus hijos, y nietos, que después se fue perdiendo poco a poco.

11. Argúyese también con los ejemplos de algunos antiguos, muy posteriores al Diluvio, que alargaron sus días con mucho exceso sobre los nuestros, como Nestor, Rey de Pilo, que vivió trescientos años. Algunos Reyes de Arcadia, que llegaron a la misma edad. Otros de Egipto, que vivieron mil y doscientos años. Juan de los Tiempos, Escudero de Carlo Magno, que vivió trescientos y sesenta.

12. A esto se responde, que Nestor vivió los trescientos años en el País de las Fábulas. Lo de los Reyes de Arcadia, y de Egipto se desvanece, quitando la equivocación que en esto hay. Es el caso, que cada año nuestro tiene cuatro de los que contaban por tales los Arcades, entre quienes el año constaba no más que de tres meses, como refiere Plinio: y así, los trescientos años de vida de cada Rey venían a ser setenta y cinco de los comunes. Entre los Egipcios, como testifican Diodoro Sículo, y Plutarco, aún era mucho menor el año, porque los contaban por Lunas; y así, mil y doscientos años Egipcios no llegaban a ciento de los nuestros. La edad larguísima de Juan de los Tiempos es repelida como fábula por los mejores Historiadores. Fuera de que habiendo muerto este hombre el año de 1128 de la Era Cristiana, probaría el hecho, siendo verdadero (contra lo que se pretende de la sucesiva decadencia de la vida de los hombres, así como fueron corriendo los tiempos), que seis, u ocho siglos ha se vivía más que los diez, o doce anteriores; pues retrocediendo todo este espacio de tiempo, no se encuentra hombre alguno que durase tanto. [248]

§. IV

13. Por lo que mira a las fuerzas corporales, si dejamos a los Poetas lo que es suyo, conviene a saber, las fábulas, como son los prodigios que nos cuentan de Hércules, no hallaremos algún exceso en los antiguos sobre los modernos. No hubo fuerzas más ponderadas en la antigüedad, que las del famoso Atleta Milón Crotoniaco. De éste lo más que se cuenta es, que en los Juegos Olímpicos llevó sobre sus hombros un toro a distancia de un estadio, a quién mató luego de una puñada, y en fin le comió todo en un día. Si esto último es verdad (lo que yo no quiero creer), respecto de su voracidad, era bien poca su valentía: porque ¿quién hay tan débil, que no pueda llevar sobre los hombros veinte veces más peso que dentro del estómago? Como quiera que sea, juzgo que aquel célebre Sotillo, a quién el siglo pasado vio todo Madrid arrojar a distancia de doce pasos una piedra, que pesaba cuatro quintales, podría cargar sobre sus espaldas triplicado peso por lo menos; y no pesa tanto un buey de los comunes. Ni hallo más dificultad, en que sabiendo dirigir el golpe, derribase un toro de una puñada.

14. Floreció en tiempo de Augusto el Centurión Junio Valente, llamado por su incomparable robustez, el Hércules de aquel tiempo, de quien, con admiración dice Plinio, que tenía en peso un carro cargado hasta que le exonerasen del todo. Esto mismo en nuestros días lo oímos decir del P. Fr. Francisco Zoquero, Religioso de S. Francisco, natural de Rioseco, a quien yo el año de 1705 en Valladolid vi hacer pruebas no inferiores de sus grandes fuerzas. Omito otros muchos ejemplares de hombres robustísimos de estos tiempos, porque apenas hay quien acerca de esto no tenga bastantes noticias.

15. Oponen algunos, que en otros tiempos tenían los hombres robustez para resistir algunos remedios violentos, que hoy no pueden. Galeno dice, que en tiempo de Hipócrates se usaba del veratro blanco, vehemente vomitorio, que ya en su tiempo no podía sin riesgo darse aun a los [249] hombres de fuerzas constantes. Oponen también, que por la misma razón no se sangra ahora tanto como en tiempo de Galeno. A lo primero se dice que Hipócrates no daría aquel vomitorio sino a sujetos de especial resistencia, y medida con gran circunspección la dosis; lo cual también hoy se podría hacer. A lo menos hemos visto administrar alguna vez una hierba, que en Galicia se llama Hierba de Lobo (no sabemos qué nombre tiene entre los Profesores), que es vehementísimo vomitorio; y aunque el enfermo tuvo harto trabajo, se libró enteramente de unas tercianas terribles, y contumaces, para cuya enfermedad en partes de aquel Reino usan los Labradores felizmente de este remedio. La segunda objeción se retuerce; porque siendo cierto que Hipócrates no sangraba tanto como Galeno, se inferirá del mismo modo, que en tiempo de Galeno eran los hombres más robustos que en tiempo de Hipócrates; y por consiguiente, que en los seis siglos que pasaron de Hipócrates a Galeno, crecieron los hombres en fuerzas, en vez de disminuirlas. La verdad es, que Galeno en cualquiera tiempo que hubiera nacido sangraría mucho, porque ese era su capricho; y fuera mejor que no hubiera nacido jamás, porque no se sangrase tanto en el mundo, como se ha hecho después que llenaron el mundo los Sectarios de Galeno. De los cuales aún hoy algunos derraman la sangre de los hombres como si fuera de fieras. En el Discurso del abuso de la Medicina apuntamos dos insignes ejemplos modernos de esta tiránica práctica.

§. V

16. Tampoco en el fácil, y perfecto uso de las facultades vitales, y animales en edad algo adelantada, somos inferiores a los antiguos. Plutarco en la Vida de Pompeyo dice, que todo el Ejército Romano celebraba ver a aquél Caudillo en la edad de cincuenta y ocho años manejar el caballo, y las armas, como pudiera otro en lo más florido de la juventud. Y creo que no hay Ejército hoy en Europa, ni aun en el mundo, donde no se hallen algunos [250] Soldados de igual robustez en la misma edad. Siendo niño leí la Relación impresa de la conquista de una Plaza de Ungría, en tiempo del Emperador Leopoldo, en que se decía que el Turco Gobernador de la Plaza, siendo hombre de ochenta años, pareció en la brecha, jugando ferozmente dos alfanges sobre los Católicos. El año de siete del presente siglo murió Orangzeb, Emperador del Mogol, con cien años cumplidos de vida, como refiere el P. Francisco Catrou, Jesuita, en la Historia General que compuso de aquel Imperio; y conservó este Príncipe hasta lo último de sus días, según el mismo Historiador, toda la fuerza de un espíritu pronto, y de un corazón guerrero, muriendo en fin en la Campaña en medio de aquellas Tropas, que la agitación de su genio ambicioso había tenido siempre en movimiento. Eneas Sylvio refiere de Federico, Conde de Cillei, en la Estiria, que en la edad de noventa años excedía al más desordenado joven en incontinencia, y glotonería.

§. VI

17. De lo dicho se infiere, que no es hoy mayor la gravedad, o el número de nuestras dolencias, como comúnmente se dice; pues siendo así, nos debilitáran las fuerzas, y acortáran la vida contra lo que queda demostrado. Es verdad que una, u otra enfermedad se padecen en estos tiempos, de las cuales no se halla noticia en los Escritores antiguos de la Medicina, como el escorbuto, y la infección gálica, sin embargo de que algunos pretenden lo contrario. Señaladamente Valles en el cuarto de las Epidemias juzga haber hallado en Hipócrates el contagio venéreo.

18. Pero esto nada obsta. Lo primero, porque como dice S. Agustín en el lib. 22 de la Ciudad de Dios, cap. 22 no todas las enfermedades se hallan en los libros de los Médicos: y así pudieron padecer los antiguos algunas, de que ellos no nos hayan dado noticia. Lo segundo, porque pudo compensarse el nacimiento de las nuevas enfermedades con la extinción de otras, que reinaron en otros siglos. [251] Así que como es verdad, que unas enfermedades nacen, lo es también que otras mueren. Plinio en el lib. 26. cap. I hace memoria de algunas, que habían ocasionado no leves estragos en los tiempos antecedentes, y ya en el suyo no había vestigio de ellas, como la llamada Gemursa, que tenía su principio entre los dedos de los pies. De la lepra dice, que habiéndose empezado a ver en Italia en los tiempos del gran Pompeyo, muy presto desapareció. Y así concluye admirando, que unas especies de enfermedades duren en el mundo, y otras se desvanezcan: Id ipsum mirabile alios morbos desinere in nobis, alios durare.

19. Muchos Médicos no vulgares, habiendo observado que los accidentes del contagio venéreo, desde su primer origen se han ido mitigando mucho (porque parece que este mal, contra las reglas comunes, nació gigante, y creciendo en la edad, se fue disminuyendo en la estatura) hacen juicio de que llegará a extinguirse del todo. Y es muy de creer, que como hay enfermedades pestilentes, o epidémicas, que duran ya un año, ya dos, ya más, ya menos, según es más, o menos fácilmente disipable la impresión maligna del ambiente, o la fermentación subterránea que la ocasiona; así hay otras, que naciendo de causa más tenaz, y firme, tarden mucho mayor tiempo en disiparse. Esto parece ser lo que más verisímilmente puede discurrirse sobre aquellas enfermedades, que dominando algún espacio largo de tiempo, vinieron a desaparecer.

20. También puede conjeturarse, que aunque parece que algunas especies de enfermedades vienen de nuevo al mundo y otras salen de él, en realidad no es así, sino que vaguean de unas Regiones a otras: porque todas las porciones de la tierra son países abiertos a estos enemigos, que expeliendo mutuamente, hoy los dominan unos, mañana otros. De hecho la experiencia nuestra, que en varias Provincias reinan un tiempo algunas enfermedades de las comunes, padeciéndose con frecuencia, y después se ausentan, o se padecen muy rara vez; lo que puede atribuirse al fomento que les prestan los hálitos subterráneos, [252] los cuales varían, según varían las materias que fermentan en las entrañas de la tierra.

§. VII

21. En cuanto a la virtud propagativa, podemos asimismo asegurar que no recibió algún menoscabo la especie humana desde su origen hasta ahora. En el Cementerio de los Santos Inocentes, dentro de la Ciudad de París, se lee el epitafio de Jolanda Bailli, mujer de Dionisio Capeto, que habiendo fallecido en ochenta y ocho años de edad, llegó a ver doscientos ochenta y ocho descendientes suyos: dicha que tendrá pocos, o acaso ningún ejemplo en los veinte siglos antecedentes.

22. La propagación más prodigiosa que se observa en las Historias, es la que hubo en los trescientos años inmediatos después del Diluvio. Murió Noé trescientos y cincuenta años después de aquel estrago universal. Y refiere Filón Judío en sus Antigüedades Bíblicas, que habiendo contado toda la sucesión que tuvo por sus tres hijos poco antes de su muerte, halló en la descendencia de Cham (fue la más numerosa) doscientas cuarenta mil y novecientas almas. Esto parece mucho, y es poco, o nada, respecto de lo que se dirá ahora, y conque se probará que Filón no echó bien la cuenta.

23. Entró a reinar Nino en la Monarquía de los Asirios; sucediendo a su padre Belo, o Nembrod, doscientos cuarenta y nueve años después del Diluvio. Y refiere Diodoro Sículo sobre la autoridad de Ctesias, que yendo a combatir a este Monarca Zoroastres, Rey de los Bactrios, con un Ejército de cuatrocientos mil hombres, juntó Nino en el suyo un millón y setecientos mil entre Infantería, y Caballería. De cuyo excesivo número de Tropas se colige la multiplicación que hubo en trescientos, o menos años; que parece prodigiosa, aun cuando en el mundo no hubiese más gente que la que se alistó debajo de las banderas de los dos Reyes.

24. Bien sé que Ctesias no está reputado por Historiador [253] muy verídico: y también sé, que algunos Cronólogos hacen muy posterior a Nino, respecto de aquellos tiempos colocándole en los de Barak, y Débora, Jueces de Israel. Sin embargo diré, que por la cuenta que resulta de la multiplicación grande del linage humano en los siglos inmediatos al Diluvio, ni se debe negar la antigüedad que hemos dicho a Nino, ni condenarse por fabuloso el número de gente que componía su Ejército; porque en nuestros días se vió otra multiplicación, si no más, no menos admirable, notada en el gran Diccionario de Moreri, y copiada de una Carta de Amsterdam, cuya Historia referiré aquí brevemente, porque es curiosa.

25. Navegando el año de 1590 hacia las Indias Orientales una Flota, compuesta de cuatro Navíos Ingleses, fue sorprendida de una violenta tempestad cerca de la Isla de Madagascar, que hizo perecer luego tres vasos; y arrebatando al cuarto hasta una Isla, llamada hoy Pinés, colocada a veinte y ocho grados de latitud austral, le rompió en los escollos que cercaban la ribera; de cuyo infausto accidente sólo se salvaron, a favor de algunas fluctuantes tablas, un hombre, y cuatro mujeres, que eran una hija del Capitán del Navío, dos criadas suyas, y una esclava Mora. Saliendo estas cortas reliquias del naufragio a la Isla dicha, la hallaron desierta de hombres, y aun de fieras, pero bien poblada de frutas comestibles, y de aves, que les contribuían gran número de huevos. La imposibilidad en que se hallaban de pasar a otra parte, los precisó a establecerse en aquel sitio; y el apetito, confederado con la libertad, concedió a un hombre solo el uso de imperio maridable sobre cuatro mujeres, como también la afectada exención de las leyes del parentesco a sus descendientes inmediatos, conque fue creciendo aquella Colonia, fundada por el acaso, sin que hubiese noticia de ella en parte alguna del mundo, hasta que el año de 1667, navegando un Navío Holandés vuelta del Cabo de Buena-Esperanza, fue conducido de otra tempestad a la misma Isla; y habiendo desembarcado en ella, quedaron absortos [254] cuando en una parte tan remota de la gran Bretaña oyeron a los habitadores hablar la lengua Inglesa. En fin por ellos supieron la referida Historia; y (lo que hace a nuestro intento) que poblaban ya la Isla de once a doce mil individuos.

26. Supuesto este hecho, y que esta gente en el espacio de setenta y siete años se multiplicó del número de cinco al de once mil, si por regla de proporción se hace la cuenta del número a que pudo multiplicarse en los ciento cincuenta y cuatro años siguientes (que son los setenta y siete duplicados) siguiendo la misma progresión, resultan al cabo mucho más de mil millones de individuos. Conque en el espacio de doscientos treinta y un años, si se fuese multiplicando aquella gente en la proporción que en los primeros setenta y siete, de cinco individuos se subiera a la suma de más de mil millones de almas. Es verdad que los cinco individuos primeros se deben contar por ocho, por cuanto en el principio un hombre suplió por cuatro de su sexo. Pero siempre sale esta multiplicación muy excesiva, sobre la que arriba se ponderó inmediata al Diluvio, formando la cuenta sobre seis personas que la empezaron: conviene a saber, los tres hijos de Noé, y sus mujeres, y resulta número más que triplicado de gente, que la que compuso ambos ejércitos de Nino, y Zoroastres.

§. VIII

27. El exceso de los Antiguos en la corpulencia es otro capítulo por donde pretenden algunos convencer la decadencia del género humano en los modernos. Pero ese exceso no está bastantemente comprobado, por más que nos citen varias Historias de cadáveres de prodigiosa estatura. Los Autores dignos de fe no dan noticia de haber visto cadáver entero, cuya estatura exceda a la de algunos de los próximos siglos; sí sólo de uno, u otro hueso separado, cuales se conservan aún hoy algunos en gabinetes de curiosos. Pero los sabios casi todos convienen en que unos son de Elefantes, o Ballenas, y otros de materias petrificadas. [255] En las Transacciones Filosóficas de Inglaterra del año 1701 se refiere, que pocos años antes el Pueblo de Londres creyó ser mano de un Gigante cierta ala de una pequeña Ballena, que consta del mismo número de junturas que la mano del hombre.

28. S. Agustín en el lib. 15. de la Ciudad de Dios, cap. 9 cuenta haber visto en la ribera de Utica un diente molar, que abultaba por ciento de los comunes; pero no con certeza, sí sólo opinativamente da a entender, que asintió a que era de cuerpo humano: Alicujus gigantis fuisse crediderim. Más verisímil es que fuese de una de aquellas Ballenas, que el Latino llama Cetus dentatus. Es verdad que el Santo en el capítulo citado se inclina a que hubo en los tiempos antiguos cuerpos de tan enorme grandeza; pero es sobre la fe de Virgilio, cuyos versos cita en el duodécimo de la Eneida, donde dice, que Turno le arrojó a Eneas una piedra, que doce hombres robustos de este tiempo (se entiende el tiempo en que el Poeta lo escribía) no podrían mantener sobre sus hombros. Pero Virgilio en esto no merece el menor asenso; ya por la licencia poética que tenía para mentir; ya porque no hizo otra cosa que trasladar al combate de Eneas, y Turno lo que Homero había referido en el libro 6 de la Ilíada del combate de Eneas, y Diomedes, rebajando sólo a la piedra el peso correspondiente a las fuerzas de dos hombres: pues Homero dice, que Diomedes le arrojó a Eneas un peñasco, que no podían levantar del suelo catorce hombres de los más fuertes de su tiempo. ¿Quién podrá creer esto, sabiendo que la ruina de Troya, según el cómputo más probable, fue anterior a Homero aun no seiscientos años cabales? ¿Es creíble que en este espacio de tiempo se menoscabase la estatura, y fuerza de los hombres tan enormemente, que no pudiesen catorce hombres valientes tener en peso la piedra, que antes arrojaba uno solo? Así Juvenal en la Sátira 15 tuvo poca razón para asentir a la decrescencia de los hombres, fundado en esta ficción del Poeta Griego: [256]

Nam genus hoc vivo jam decrescebat Homero.
Terra malos homines nunc educat, atque pusillos.

Otra tal, y tan buena, o mejor aún que las pasadas cuenta Sali-Gelil, Autor Árabe, aunque no era Poeta, sino Historiador, en sus Anales de Egipto; esto es, haberse descubierto en aquel Reino un hueso del espinazo de un hombre, que con gran dificultad condujeron en un carro cuatro escogidos bueyes no muy largo trecho.

29. Pero dejemos estas cosas para que las crea el P. Martín Delrío, como creyó todo lo que halló escrito de los Gigantes Sicilianos. ¿Y qué mucho? Hombre eruditísimo, pero tan sencillo, que creyó que una mujer había parido un elefante, porque lo leyó en Alejandro ab Alejandro, y Alejandro ab Alejandro lo escribió porque lo había leído en Plinio.

30. Ya no es nuevo engañar al Pueblo, o engañarse el Pueblo, creyendo ser huesos de Gigantes los que en realidad lo son de algunos brutos de mayor estatura: pues Suetonio, hablando de Augusto, dice, que tenía en su Palacio de Capri algunos de estos, que en el común pasaban por huesos de Gigantes: Aedes suas non tam statuarum, tabularumque pictarum ornatu, quam rebus vetustate, ac varietate notabilibus excoluit, qualia sunt capreis immanium belluarum, ferarumque membra praegrandia, quae dicuntur gigantum ossa.

31. La Sagrada Escritura, aunque varias veces habla de Gigantes, sólo de dos determina la estatura, y aun la de uno no con toda precisión. Dice que el lecho de Og, Rey de Basan, tenía nueve codos de largo. De Goliat, que era alto seis codos, y un palmo. La relación que hicieron al Pueblo de Israel los Exploradores de la Tierra de Canaan, diciendo que habían visto allí Gigantes tan monstruosos que en comparación suya no eran ellos mayores que langostas: Quibus comparati quasi locustae videbamur; está reputada entre todos los Expositores por hiperbólica, y aun por mentirosa, siendo el fin de los Exploradores, como se colige del Texto Sagrado, amedrentar al Pueblo, y [257] a su Caudillo, para que no se empeñasen en la conquista de aquella tierra. Conque, quedándonos sólo la medida de Og, y Goliat, y rebajando a la estatura de Og hasta dos codos, en que es muy verisímil le excediese el lecho, no es cosa que nos asombren los Gigantes antiguos; pues entre los modernos se han visto algunos casi del mismo tamaño.

32. En las memorias de Trevoux es citado Juan Becano, famoso Médico Brabantino (aunque no del último siglo, como dicen por equivocación los Autores de estas Memorias, sino del antecedente, pues sobrevivió pocos años a Carlos V, de quien fue estimado) en su libro intitulado: Origines Antuerpianae, donde dice, que en su edad se vieron, y él los vió, hombres de seis, o siete codos de altura. Son sus palabras: Septem, vel sex cubitorum homines nostra quoque aetate accidere: vidimus enim mulierem decen pedes altam: juvenem item novem pedibus non multo minorem ::: statura est gigantea quidam Heratensis ad decem prope pedes longus. En una Aldea del Valle de Lemos, Reino de Galicia, se vió, poco más ha de veinte años, un muchacho, que a los siete años excedía la estatura regular de un hombre perfecto. Murió en aquella edad, habiendo estado casi continuamente enfermo desde que nació, aunque se cuidó mucho de él, con ánimo de presentársele al Rey.

§. IX

33. Habiendo probado que en la especie humana, de veinte siglos a esta parte, no ha habido decadencia alguna, está por consiguiente convencido, que no la hubo tampoco en todo aquello que comúnmente sirve a la vida del hombre. La razón es clara; porque si los influjos celestes, o los alimentos, que nos prestan las plantas, y los brutos, se hubieran deteriorado, en nosotros resultaría el daño, y así seríamos más débiles, y de vida más corta.

34. Algunos Autores, que están por la opinión común de la senectud del mundo, alegan lo primero, que faltan hoy algunas especies en el Universo, que hubo en los [258] pasados siglos; como entre los peces el Múrice, o Púrpura, con cuya sangre se tenían los vestidos de los Reyes: entre los brutos en el Monoceronte, o Unicornio: entre las aves el Fénix: entre las plantas el Cinamomo: entre las piedras el Amianto, de cuyas fibras se hacía el lino llamado Asbestino, o Incombustible. La falta de estas especies arguye que en la tierra falta virtud para producir las insensibles, y que en las sensibles se fue disminuyendo la virtud prolífica, hasta extinguirse del todo: de donde se infiere, que sucederá lo mismo a las demás.

35. Respondo, que ninguno de los Autores que dicen esto, tuvo presente todo el mundo, como mi gran P.S. Benito, en aquella prodigiosa visión que refiere su Cronista S. Gregorio, para ver si hay, o no en él todas las especies que le hermosearon al principio. Es cierto que algunas cosas se dicen sin bastante examen, y se aseguran con ligereza; pues empezando por lo último, el lino Asbestino le hay hoy, y se cría en Chinchin, Reino de la Tartaria mayor, como asegura el P. Kirquer en su China Illustrata, y otros muchos. Pero no he menester Autores que me lo digan, porque yo mismo lo ví, y probé, no tejido, sino suelto en la forma de un sutil algodoncillo; aunque no tan blanco, sí que tira algo a ceniciento; y habiéndole puesto en un intenso fuego por un buen rato, salió sin perder ni el más tenue filamento. La Púrpura, no faltan Autores que digan se halla hoy en algunas retiradas costas del África; aunque el diligentísimo Gesnero dice, que no tiene noticia de que aparezca ahora en parte alguna del mundo. Más verisímil es que haya faltado el conocimiento, que la existencia de ese precioso pececillo. En cuanto al Monoceronte, Gesnero cita varios Autores, que aseguran que aun persevera su especie. El Fénix no es mucho no le haya hoy, pues nunca le hubo. Dicen que se vió en los tiempos de Sesostris, Amasis, y Ptolomeo, Reyes de Egipto. Sería como el que se trajo a Roma en tiempo de Tiberio, del cual asegura Plinio, que era más claro que el Sol no ser verdadero Fénix, sino otra ave muy distinta. El [259] argumento tomado de la Escritura, que en la boca del Santo Job le nombra, no prueba, porque esta voz se tomó del Griego, en cuyo idioma la voz Phoenix significa Palma. Y así leen muchos: Sicut Palma multiplicabo dies meos, en vez de Sicut Phoenix. Finalmente, si falta el verdadero Cinamomo, y otras plantas, no es fácil saberlo; porque las noticias de estas, ya se esconden, ya se manifiestan. En la Historia de la Academia Real de las Ciencias se lee, que los Botanistas modernos descubrieron hasta cuatro mil especies de plantas ignoradas de los antiguos. ¿Diremos por esto que todas estas especies nacieron de nuevo en estos tiempos últimos? No por cierto, sino que las había antes, pero no eran observadas.

36. No sería tampoco inconveniente conceder, que una, u otra especie de poca monta, y sin cuyo uso puede pasar bien el hombre, se haya extinguido; porque esto, para el todo del mundo es casi insensible. A la verdad, no se puede asegurar, que entre tan innumerables especies, todas se hayan conservado hasta ahora, sino es suponiendo de doctrina de S. Agustín, de S. Gregorio, Santo Tomás, y otros Doctores, que como cada hombre tiene un Ángel deputado para su custodia, para cada una de las demás especies materiales está asimismo deputado otro Ángel, que vela para la conservación de la especie, como en los hombres para la del individuo. Esta doctrina, sobre ser venerable por sus grandes Patronos, tiene sólido fundamento en la Sagrada Escritura; porque en el cap. 14 del Apocalipsi se habla de un Ángel que tiene potestad sobre el fuego; y en el 16 se llama otro el Ángel de las aguas; donde el sentido más natural es, que estos dos Ángeles cuidan de la conservación de los dos elementos.

37. Alegan lo segundo, que no se hallan hoy en muchas plantas las eficacísimas virtudes que celebran los Escritores antiguos. Respondo, que tampoco se hallan en ellas las que celebran los Escritores modernos. Si fuese verdad todo lo que nos dicen los Botanistas, o Herbolarios de los últimos siglos de las virtudes de infinitas hierbas, [260] con un pequeño huertecillo tendría cualquiera lo bastante para inmortalizarse. No hay gente que dé menos lo que promete que los Médicos. No hay dolor que en sus libros no tenga mil remedios; y los mil no son uno en llegando la ejecución. Valles, con ser de la profesión, confiesa que en ninguna cosa mienten, o desvarían más los Médicos, que en las virtudes que atribuyen a los medicamentos. Así no puedo menos de reír, que algunos Naturalistas se hayan quebrado la cabeza sobre averiguar qué planta es aquella, que Homero llama Nepenthes, tan eficaz para regocijar la alma, y desterrar toda melancolía, que con su uso se pasaba sin dolor alguno por encima de los más terribles contratiempos; y así la usaba frecuentemente la hermosa Helena, como remedio seguro de sus disgustos. La dificultad está en que no se encuentra hoy planta alguna de virtud tan valiente; y la dificultad es bien leve: porque si mienten tanto en esta materia los Médicos, y Naturalistas, ¿que harán los Poetas?

38. Últimamente se pueden oponer contra nuestra sentencia los estragos que hacen en la tierra las inundaciones, y lluvias impetuosas, llevando gran porción suya por los ríos al mar, con lo que es preciso que en muchas partes, desnudando las peñas, hayan dejado varios espacios estériles; y en fin, en la sucesión larga de siglos podrá suceder lo mismo en todo el mundo. Respondo, es verdad que el mar nos roba mucha tierra; pero es falso que la robe para no restituirla jamás. De dos modos recobra la tierra lo que la usurpa el agua. El uno es, arrojando el mar con el tumulto de las ondas mucho limo, y arena a las orillas; lo que se ve claro en algunas partes donde el mar se ha retirado por largo trecho de los antiguos términos. En nuestro Monasterio de S. Salvador de Cornellana en el Principado de Asturias, hay evidentes testimonios de que llegaban allí los bajeles; y hoy se quedan más de dos leguas más abajo. Esto es lo de Ovidio:

Vidi ego quod fuerat quondam solidissima tellus
Esse fretum: vidi factas ex aequore terras.
[261]

El otro modo es, exaltándose innumerables partículas térreas en los vapores de que se forman las nubes; las cuales, despeñándose después en lluvias blandas, quedan pegadas en las montañas, y peñascos, y van haciendo costra poco a poco. La misma lluvia también suele hacer tierra de la superficie de las peñas, desatando con su impulso repetido la firmeza de su textura.

39. Los individuos, pues, aun en mármoles, y bronces se envejecen; las especies inmortales se conservan. Ni nosotros podemos perpetuarnos la juventud, ni el mundo llegar a la decrepitez. Esto fue lo que nos dijo Columela en los elegantes versos que se siguen:

Namque parens hominum aeternam sortita juventam
Non senio tellus, non deficit ubere partu;
Sed facili vires, & fertilitatis honorem
Restituit cultu. Nos contra, cum semel annis
Invasit, nulla reparabilis arte, senectus
In pejus ruimus, nec habet natura regressum.

{(a) Los versos Namque parens hominum, &c. conque se concluye el Discurso, se dice que son de Columela. Como tales los habíamos visto citados en las Memorias de Trevoux año de 1710, tom. I, pág. 286. Pero después hallamos los mismos sin la variación de una letra, en el Praedium rusticum del P. Jacobo Vanniere, el cual ciertamente no los extrajo de Columela, porque leído todo este Autor, no parecieron en él tales versos. Si bien Columela en el Prefacio de su Obra en prosa pone el mismo pensamiento, y aun la expresión: Aeternam juventam sortita. Así se los restituímos, como es justo, a aquél discreto Jesuita. Pero advertimos, que en la nueva edición del Praedium rusticum, hecha en Tolosa el año de 1730, los inmutó el Autor considerablemente (como otros muchos), reteniendo la misma sentencia. Así dice al principio del libro 7, después de proponer la opinión vulgar de la decadencia del mundo:

... Atqui non sidera caeli
Mutavere vices; neque post tot saecula mater
Alma virum senio tellus effaeta quievit;
Sed cultu viget, aeternam sortita juventam;
Et curis hominum, jugique exercita ferro
Primaevas reparat vires, nec interior annis
Dedidicit veterem, nostro sed crimine, laudent.
}


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo primero (1726). Texto según la edición de Madrid 1778 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 241-261.}