Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso XXIII

Senectud moral del género humano

1. En este Discurso, desde el principio hasta el num. 6, no hace el Sr. Mañer más que enumerar algunos ejemplos de virtudes que hubo en los primeros siglos. Lo cual sólo podría ser del caso, si yo hubiera dicho que todos los hombres, a red barredera, de los primeros veinte o treinta siglos habían sido malos. Pero no habiendo yo dicho tal disparate, ¿de qué sirve sacar al Teatro veinte o treinta justos, a parangonarlos con millones de millones que yo represento delincuentes?

2. Pasa luego a los textos del Crisóstomo, S. Agustín, y S. Gregorio, con que yo pruebo que los siglos en que florecieron aquellos Santos, fueron tan corrompidos como el nuestro. A los dos primeros nada responde. Sólo al cómputo que hago (ponderando el lugar del Crisóstomo) de que por lo menos tendría seiscientas mil almas la Ciudad de Antioquía, pareciéndole demasiada vecindad, dice, que esto se deberá entender con su salvo yerro de cuenta. No hay sino echar de éstas a Dios, y a dicha. ¿Le parece aquélla al Sr. Mañer mucha vecindad? Pues a otros les parecerá poca, y con razón: pues yo de hecho me ceñí al número menor o mínimo que podía echársele. Vea a Josefo, lib. 3 de Bell. Judaico cap. 1, donde dice, que Antioquía era en magnitud la tercera Ciudad de todo el Imperio Romano. En su favorecido Diccionario de Dombes verá, que por su [157] mucha población la llamaba la grande. Y en el de Moreri leerá, que Dión Crisóstomo la da treinta y seis estadios de largo. Y como tuviese no más que la mitad de ancho, no es mucho darle millón y medio de almas, y aun más.

3. A la autoridad de S. Gregorio dice, que la comparación que hace del Santo de la Iglesia a la Arca de Noé, la expliqué voluntariamente, como me hacía al caso. ¿Cuál fue la explicación? Decir que como en la Arca de Noé había pocos hombres, y muchos brutos, del propio modo en la Iglesia es mayor el número de los que obran brutalmente, que de los que viven como racionales. Esta es, y en estas palabras que me copia el Sr. Mañer, está la explicación que él llama voluntaria: por eso inmediatamente a las palabras referidas, para darme en rostro con la voluntariedad de la explicación, prosigue así su merced: Y aquí se pasma la pluma de ver el artificio con que se va tomando la flor que se necesita para formar el ramillete. No para aquí: pues luego pretende que mi explicación no sólo es voluntaria, pero también contraria a la mente y contexto del Santo.

4. ¿Creerá alguno, en vista de esto, que la explicación que doy yo del símil de la Arca de Noé, es la misma que da S. Gregorio, y que nada puse de mi casa, ni hice otra cosa que repetir ello por ello la propia aplicación y uso que hizo el Santo de aquel símil? ¿O creería alguno que no habiendo hecho yo otra cosa que copiar del Santo, no sólo el símil mas también la aplicación, pudiese haber quien se atreviese a decir que la aplicación que yo hago, no sólo es voluntaria, mas aun opuesta a la mente del Santo? Pues puntualmente estamos en este caso. Vaya el lector a la Homilía 38 de S. Gregorio in Evangelia (que es el lugar que cito yo, y que recita Mañer), y un buen pedazo antes de llegar al medio, hallará estas palabras: Terrere autem vos non debet, quod in Ecclesia, & multi mali, & pauci sunt boni, quia arca in undis Diluvii, quae hujus Ecclesiae typum gessit, & ampla in inferioribus, & angusta in superioribus fuit. Quae in summitate etiam sua ad unius mensuram cubiti excrevit. Inferius quippe quadrupedia, atque [158] reptilia; superius vero aves, & homines habuisse credenda est. Ibi lata extitit ubi bestias habuit, ibi angusta ubi homines servavit: quia nimirum Sancta Ecclesia in carnalibus ampla est, in spiritualibus angusta. Ubi enim bestiales hominum mores tolerat, illic, latius sinum laxat. Ubi autem eos habet, qui spiritali ratione suffulti sunt, illic quidem ad summum ducitur; sed tamen, quia pauci sunt, angustatur. ¿Puede estar más claro, que S. Gregorio en el símil de la Arca de Noé con la Iglesia, en atención al poco número de los justos, y al grande de los pecadores, representa aquéllos en los pocos hombres que había en la parte superior de la Arca, y éstos en los muchos brutos que había en la inferior? Sin embargo, el Sr. Mañer dice que esta explicación es contraria a la mente de S. Gregorio; y la que él da, es, que como de los tres hijos de Noé que estaban en la Arca, dos eran buenos, y uno malo; así en la Iglesia son más los justos, que los pecadores. Para este efecto alega unas palabras del Santo dentro de la misma Homilía, pero escritas a diferente intento. ¡Ah, Sr. Mañer! ¿Cuántas veces le he de decir, que no haga pie sobre esas especies que le ministran sus Contertulios?

5. Echa en fin el Sr. Mañer el fallo, de que cuanto he dicho de los desórdenes y vicios de los siglos más remotos, no es del caso: porque los que se lamentan de la corrupción de estos tiempos no hacen la comparación de ellos con los muy antiguos, sino con los seis u ocho siglos inmediatos: ni tampoco esta comparación se hace con los hombres de otras Naciones, sino con los Españoles nuestros ascendientes. Con cuya ocasión hace el Sr. Mañer un magnífico elogio de la honra virtud y punto de nuestros pasados, aunque en oprobio de los presentes.

6. Señor mío, la queja de la mayor corrupción de costumbres en el cotejo que se hace del tiempo presente con los pasados, no hay por qué limitarla a España sola, pues la misma se oye fuera de España; y no sólo se oye en este siglo, también se oyó en los anteriores. Esta lamentación es más común que las de Jeremías. Cada uno juzga el [159] más corrompido aquel siglo en que vive. Aquella vulgar, pero errada máxima de que así como van sucediendo los siglos se va aunmentando la malicia de los hombres, es propia, no del vulgo de España, sino del vulgo del mundo; y tanto ruido hizo en los tiempos de antaño, como en el de ahora. Ha muchos siglos que se repite el o tempora! o mores! de Cicerón no sólo en nuestra región, más en las demás. Así yo hice muy bien en introducir la que V.md. graciosamente llama barahunda de Asirios, Medos, Griegos, y Romanos; y otra vez que trate el punto, añadiré a aquellos sin que V.md. pueda remediarlo, Cimbrios, Lombardos, y Godos.

7. Pero consideremos sólo dentro de España esta queja. ¿Quién ha dicho a V.md. que los Españoles que la articulan, sólo cotejan los Españoles de hoy con los de ayer? Son infinitos los que en esta materia hablan sin determinación de Naciones, haciendo objeto de su lamentación lo común del Orbe, no lo particular de este Reino; diciendo en general que la continencia, el recato, y la sencillez, la moderación, la buena fe se han ido perdiendo en el mundo al paso que el tiempo fue corriendo. Es cierto, que no pocas veces se oye esta queja contraída a España. Pero si yo quise hablar de la general, y corregirla, ¿por qué no podría hacerlo? Los que hablan sólo de España, son por lo común pretendientes desatendidos que se rascan donde les come, y todo es ensalzar el gobierno pasado, pareciéndole al Soldado de más corto mérito, que en otros siglos sería por lo menos Gobernador de una Plaza. Y como en todos los siglos hubo esta especie de quejosos, en todos los siglos se oyó la misma queja. Yo que no la tengo, porque en nada serví al Rey, ni al Reino, no quise determinar la pluma a tan particular objeto, sino comprehender la general o más común.

8. ¿Y quién le ha dicho tampoco a Vmd. que los que en nuestra Nación dan esa preferencia a los Españoles antiguos sobre los modernos, fijan la mira en los seis u ocho siglos anteriores? Cada uno señalará la época de la [160] integridad, o corrupción de España como le pareciere, y los más no determinarán tiempo alguno; sólo indeterminadamente, y a bulto dirán (y es así que lo dicen) que nuestros pasados fueron mejores que nosotros.

9. Finalmente, ¿en qué historias leyó V.md. que los Españoles de los seis u ocho siglos anteriores fueron de mejores costumbres, y de más punto y honra que los del presente? Tome V.md. en la mano la Historia de nuestro célebre Mariana: vaya corriendo por ella esos seis u ocho siglos, y verá qué bellezas encuentra. En el siglo undécimo le verá pintar los vicios propios de la aula, como hoy se lamentan. Los cortesanos, falsos y engañosos aduladores, que ni son buenos para la paz, ni para la guerra, atizaban, &c. (lib. 9, cap. 1) Si se habla de la corrupción de costumbres en general, mire lo que dice al principio del siglo decimotercio hablando en general de España: La licencia, y costumbre de pecar, casi había apagado la luz de la razón: los vicios eran tenidos por virtudes, y las virtudes por vicios (lib. 12, cap. 8). Si de la lealtad, y honradez de la Nación, oigale al fin del mismo siglo tratando de la feísima y abominable conspiración contra D. Alonso el Sabio: Tal era la disposición de los corazones en aquella sazón, que hazaña tan grande (es ironía), como quitar el Cetro al Rey, unos se atreviesen a intentalla, muchos la deseasen, y casi todos la sufriesen (lib. 14, cap. 5). Algunos años después hallará otra horrible pintura del desenfreno de vicios en Castilla: Por las Ciudades, Villas, y Lugares, en poblados y despoblados, cometían a cada paso mil maldades, robos, latrocinios, y muertes, quien con deseo de vengarse de sus enemigos, quien por codicia, &c. (lib. 15, cap. 1) En el siglo 14 verá qué tal era el punto y la Cristiandad de los Españoles, leyendo estas cláusulas: El vulgo, con la esperanza del interés, se vendía al que más le daba, vario, como suele, e inconstante en sus proposiciones. De aquí se seguía libertad para cometer todo género de maldades, muertes, robos, y latrocinios, miserable avenida de calamidades. Si se habla del mal gobierno, en cada página de este grande [161] Historiador se encontrarán tristísimas lamentaciones del desgobierno de aquellos tiempos. ¿Pero qué nos detenemos en cosa tan notoria? Es mucho de admirar, que un hombre que ha leído algo, se ponga de parte de una opinión propia de los que jamás abrieron un libro.

10. Vamos a mis descuidos en este Discurso, que son dos, según la sentencia Senatoria del Sr. Mañer. El primero culpar aquí la ambición de Semíramis en sus conquistas, habiendo en el Tom. 1, Disc. XVI. celebrado su prudencia, política, y ánimo varonil. Sólo el ingenio del Sr. Mañer pudiera hallar contradicción entre aquella reprehensión, y esta alabanza. ¿Por qué lado pugnarán estas prendas con aquel defecto? En raro Héroe, de los que celebra el mundo, dejaron de concurrir el valor, y prudencia política con la ambición. Las prendas son laudables; el vicio reprehensible.

11. El segundo descuido es haber dicho, que la pureza de costumbres de la primitiva Iglesia no fue de mucha duración. Dice el Sr. Mañer que duró tres siglos; y convengo en ello. ¿Pero quién tiene por mucha duración la de tres siglos en comparación de diez y ocho que van corriendo? Sólo tiene por larga la felicidad que goza por tres siglos una República, el que la mira con los ojos de una dañada envidia.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 156-161.}