Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso XVII

Guerras Filosóficas

1. Número 1 nota, que el error que condeno en este Discurso, no es de los comunes. Sobre lo cual vuelvo a remitirle, para que acabe de entenderlo, a la explicación que doy de esta voz en el Prólogo del primer Tomo.

2. Número 2 me capitula sobre no haber tomado las Guerras Filosóficas desdes sus primeros principios: Porque un Escritor (dice), que se encarga de la noticia de alguna, o algunas guerras, las debe dar desde su origen. ¡Que siendo tan claro el intento de mi Discurso, no le haya comprehendido la Tertulia octonaria! ¿Cuándo, o dónde me encargué yo del oficio de Historiador de las Guerras Filosóficas? Este punto le traté como Crítico, no como Historiador. Tomé por asunto reprehender el abuso de impugnarse injuriosamente unos Filósofos a otros. Con esta mira propuse algunos ejemplares de este abuso, en que me fue libre usar de los que quise elegir, sin que esto por algún capítulo pudiese precisarme a tejer una larga historia de las Guerras Filosóficas. Pero necesitó de esta acusación injusta el Sr. Mañer, o la tomó por pretexto, para decirnos lo que había leído, u oído de las contenciones de Platónicos, y Aristotélicos en el siglo decimoquinto. Y para esto nos cita la Academia Real de las Inscripciones, como si no fuera una cosa vulgarizada en innumerables libros.

3. ¿Pero qué es esto? ¿Queriendo el Sr. Mañer suplir mi falta, y referir las Guerras Filosóficas desde su primer origen, empieza en el siglo decimoquinto? ¿Pues qué no hubo Guerras Filosóficas antes de ese siglo? ¡Oh, a qué errores se [76] exponen los que no tienen otro estudio, que aquella lectura de socorro (como si fuera bautismo) a que se aplican en la Biblioteca Real, sobre aquel punto determinado que entonces les ocurre escribir! Sr. Mañer, oportet studuisse. Señor mío, las Guerras Filosóficas empezaron poco después que empezó la Filosofía, y no precisamente en cuanto al ejercicio, mas también en cuanto al abuso de la disputa: que por eso dijeron algunos que la Filosofía empezó a ser desvergonzada en Diógenes, bufona en Menipo, quisquillosa en Cleantes, e inquieta en Arcesilao. Aun queriendo ceñirse a las Guerras entre Platónicos, y Aristotélicos, éstas empezaron viviendo Platón, y Aristóteles, sobre que se pueden ver en Eliano (lib. 3, Var. Histor. cap. 19) las grandes, y escandalosas rencillas, que hubo entre Aristóteles, y sus Discípulos de una parte, y Platón, y Jenócrates de la otra. Por lo que mira a dicterios injuriosos, no hay más que leer varios Diálogos de Luciano, donde este Autor refiere ser, y haber sido aquellos frecuentísimos, así en su tiempo como en los antecedentes, entre los Filósofos de todas Sectas. Singularmente de Platónicos, y Aristotélicos dice Focio en su Biblioteca (num. 214): Sua sponte contendenti studio, atque vesaniae se addiscentes. Mucho antes del siglo decimoquinto, ¿quién ignora la terrible tormenta, que se levantó en París, y aun en toda la Cristiandad, contra Aristóteles, y Aristotélicos, y duró hasta que la sosegaron el grande Alberto, y Santo Tomás de Aquino? Con todo, el Sr. Mañer no halló de dónde empezar las contiendas tumultuantes de los Filósofos, sino del siglo decimoquinto.

4. Aun acaso le disimularíamos este grande yerro, si supuesto él, acertase en lo demás. Pero todo su parrafote de Gaceta Filosófica, con que pensó lucir, está lleno de desaciertos. Jorge Scholario debió decir, y dijo Schalario. Al Cardenal Besarión llama Besarón. Estos pueden ser yerros de Imprenta; pero también pudieron nacer de trasladar muy apriesa lo que se leía en la Biblioteca Real, u de no percibir bien las voces al Tertulio que socorrió con las noticias. Pasa en silencio a Jorge de Trevisonda, que fue uno de los [77] principales Campeones en aquella guerra, y contra quien derechamente escribió el Cardenal Besarion. Asimismo omite en el siglo 16 a Bernardino Telesio, y a Pedro del Ramo, que hicieron crudísima guerra a los Aristotélicos, y tuvieron buen número de Sectarios. Después de éstos venía bien el famoso Bacon de Verulamio, de quien puede asegurarse con verdad, que hizo más daño a Aristóteles que todos los que le precedieron: pero también se lo dejó en el tintero. Con éste se encadenaban naturalmente Gasendo, Descartes, y Maignan, porque procedieron según las ideas de Bacon, en cuanto a desterrar las Formas Aristotélicas, y empezaron a florecer cuando Bacon dejó de vivir. Todos éstos omitió el Sr. Mañer, haciendo únicamente memoria de Bernardo Donato, Autor de casi ningún nombre, y Escritor de un Diálogo: que es como si el que se pone a escribir una guerra, callando los Tenientes Generales de las Tropas, sólo diese noticia de un Cabo de Escuadra. De Bernardo Donato da un salto disforme (ya vimos su agilidad en otros) hata Descartes, Gasendo, y Maignan, que fueron muy distantes de aquél en el tiempo, y no tuvieron algún parentesco en el asunto, sino debajo de la razón común de ser todos opuestos a Aristóteles. Y aunque el Sr. Mañer llama a estos últimos auxiliadores de los Platónicos, que habían reñido las pendencias antecedentes, lo hace sin bastante conocimiento. Gasendo no siguió la doctrina de Platón, sino la de Epicuro. Descartes se erigió en inventor de sistema nuevo, que no tiene que ver con la Filosofía Platónica, ni él quería que le tuviesen por sectario, o auxiliar de nadie. Los Maignanistas es verdad que procuran cubrirse con la autoridad de Platón. Pero éste es un misterio político literario, que no quiero por ahora descifrársele al Sr. Mañer. A lo que voy viendo, no le da mejor el naipe al Sr. Mañer en la Historia, que en la Crítica.

5. Número 3. Para responder a un argumento que hago contra Descartes, dice, que aquella duda universal de todo, que pedía este Filósofo, como basa de todo su sistema, no la proponía por tesis, sino por hipótesis. Esto lo dice así [78] el Sr. Mañer, sin más prueba que su propia autoridad. Convengo en que no la proponía como tesis, pues ni quería asenso constante a ella, ni la miraba como fin, ni aun como medio del Discurso, sino como puro prerrequisito. Pero niego que la propusiese en cualidad de pura hipótesis. Esto consta claramente de lo que dice Descartes: Princip. Philosoph. part. 1. de Principiis cognitionis humanae, donde propone los fundamentos, o motivos que hay para la duda universal, como es, que no sabe si duerme, o vela; si hay algún genio poderoso, y deceptor, que le imprime tales ideas falaces, cuántas son las que tiene de todas las cosas, &c. Estas pruebas serían fuera de propósito para una duda puramente hipotética. La hipótesis cada uno la forma como quiere, sin prueba alguna. Las expresiones, de que usa Descartes en la solicitación de la duda universal, convencen lo mismo, como son las siguientes: Semel in vita de his omnibus studeamus dubitare... dubitabimus in primis an ullae res sensibiles, aut imaginabiles existant... dubitabimus etiam de reliquis, quae antea pro maxime certis habuimus, &c. (ubi supra). Consta lo propio, aun más claramente de la respuesta de Descartes a las objeciones, que Gasendo le hizo contra aquella primera máxima suya, donde lleva mal que Gasendo le diga, que es imposible aquella duda; y dice, que no hay razón alguna, que pruebe tal imposibilidad. Y para explicar como conviene llevar el entendimiento al extremo de dudar de todo, para que apartado así a la mayor distancia de las preocupaciones antecedentes, venga después a quedarse en el medio justo de asentir solamente a lo que convenciere la razón, usa del ejemplo del báculo torcido a una parte, que para dejarle recto, se tuerce primero violentamente al lado opuesto (in Gasendo tom. 2). ¿Esto es proponer la duda universal sólo como hipótesis?

6. Desde el num. 4 hasta el 8 mete una bulla horrenda por lo que no importa un comino, y hay contra mí la urbanísima exclamación: ¡Fuerte materialidad! ¡El hombre formalísimo que lo dice! Todo este tumulto viene por lo que yo dije sobre aquella imagen insultante, que contra la Filosofía [79] Aristotélica colocó el P. Sagüens en la frente de su libro Atomismus demonstratus: la que pretende calificar con el ejemplo de la que el Sr. Manzano puso en su Manifiesto contra la Francia, donde se representa al Rey Católico Carlos Segundo, pisando las Lises Francesas. Yo no sé qué juicio hacen de aquella imagen los Políticos. Dudo mucho, que la aprueben los más, ni los mejores. Y caso que eso pase entre los Políticos, no tiene lugar entre los Escolásticos, en cuyas disputas se mira como injuria la irrisión, y desprecio de la doctrina opuesta, especialmente cuando ésta tiene tantos, y tan grandes patronos, como no se puede dudar de la Aristotélica. Dice el Sr. Mañer, que las empresas, que muchos Escritores acostumbran poner en las fachadas de sus libros, no son otra cosa, que la idea de lo que en ellos tratan. Según esta regla, debió el P. Sagüens figurar puestas en batalla la antigua, y la nueva Filosofía. Esta sería la justa idea de lo que trata en el libro, que todo es una concertación de las dos Filosofías; y no representar la antigua vencida, y hollada de la nueva, pues no trata el libro de ese triunfo, aunque le pretende.

7. ¿Pero qué les parece que será aquella que llama fuerte materialidad el Sr. Mañer? Dirélo. Había notado yo la colocación de la imagen en la frente del libro, como que esto era cantar el triunfo, no sólo antes de la victoria, mas aun antes de la batalla. Con mucha razón: pues primero vemos en el libro a la antigua Filosofía rendida en el triunfo, y después batallando en la palestra. Dice a esto el Sr. Mañer, que cuando el Autor llega a poner su empresa al principio del libro, no es antes de empezar la disputa, sino después de concluida. ¿Qué, eso es así? Pues digo, que la fuerte materialidad viene a quedar por cuenta del Sr. Mañer. Atienda. Lo último que suele escribir el Autor, es el Prólogo. ¿Por esto se dirá que el Prólogo, hablando formalmente, es lo último del libro? No sino materialísimamente. El principio, medio, o fin de la obra, hablando formalmente, se regula por el orden natural, con que están colocadas en ella sus partes; no por el tiempo en que el Autor las formó, que [80] esa es pura materialidad. Bueno fuera, que porque el Pintor empiece a figurar un monte, no por la eminencia, ni por la falda, sino por el medio; dijéramos que el medio (hablando formalmente) es el principio. No por cierto; porque la imagen, (hablando formalmente) se atiende según su correspondencia al original: y así es principio de la imagen lo que representa el principio del monte: medio, lo que representa el medio, &c. Entenderlo de otro modo, es fuerte materialidad.

8. Número 9 repite lo que contra mí escribió un docto Mínimo, sobre la nota inserta en la pag. 19 de mi segundo Tomo, y a que yo dí satisfacción en el Prólogo del tercero. En el lugar citado dije lo que pedían la molestia, y la equidad en un punto, que tocaba al honor de un hombre tan grande como el P. Sagüens: sobre que no era razón que yo, aunque no me faltase probabilidad bastante, altercase porfiadamente; antes bien era justo cejase de la contienda, aplicándome a la parte más benigna, mayormente cuando la veía bien fundada. Así lo practican los que disputan por razón, y no por capricho. Lo demás es hacer las disputas eternas, y moler a todo el mundo con inútiles raciocinios. Mas ahora ya que sale al campo el Sr. Mañer con armas ajenas, hemos de ver cómo las maneja, y él verá si tengo, no sólo que responder al argumento que me repite, sino con que cargarle apretadamente.

9. Díceme, que la acusación que hago yo, de que la proposición que afirma, que el Cuerpo de Cristo real y verdaderamente se divide cuando se quiebra la Hostia, se opone a la definición del Concilio Tridentino, sesión 13, can. 3, se anula con la distinción que da el P. Sagüens de division a se, y division in se, afirmando la primera, y negando la segunda, del Cuerpo de Cristo en la Hostia.

10. Ahora oigame el Sr. Mañer. Lo primero, esa distinción, aunque sea en sí buena, en los términos en que estamos no satisface. El P. Sagüens en el libro Accidentia profligata, pag. 230, y 231, respondiendo al primer argumento, dice, que el Cuerpo de Cristo real y verdaderamente [81] se divide en la Hostia, sin que en aquella parte aplique la distinción de division in se, y a se, ni añada alguna expresión que mitigue el rigor de la proposición: la cual, tomada en rigor, y propiedad, es contradictoria a la definición del Concilio. Ahora, señor mío: Esto es reprehensible en un Escritor; porque proposición contradictoria a algún Dogma Sagrado nunca debe proferirse, sin que en el contexto mismo donde se introduce, se explique de modo, que no haga contradicción. El explicarla en otra parte distante, bastará para purgar al Autor de la nota de error; mas no de la de imprudencia, o falta de exactitud: especialmente cuando hay mucha distancia de la proposición a la explicación, como en el librito citado, donde entre la proposición, y la explicación median treinta y siete páginas. Esto deja pendiente el riesgo de escándalo en los que leen una parte del libro, y no la otra, como sucede a cada paso. Luego, aun concedido como bueno el todo de la doctrina, queda reprehensible el P. Sagüens por la mala colocación.

11. Lo segundo y principal digo, que uno de los dos extremos de aquella distinción; conviene a saber, la division a se, es quimérico y contradictorio; por consiguiente quimérica y contradictoria es la misma distinción. Allá va ese par de silogismos para el Sr. Mañer. Dividirse realmente una cosa con división a se, es dividirse o separarse realmente de sí misma; sed sic est, que es quimérico y contradictorio, que una cosa se divida o separe realmente de sí misma: luego es quimérico y contradictorio dividirse realmente con división a se. Pruebo la menor: Es quimérico y contradictorio, que una cosa se distinga realmente de sí misma: sed sic est, que es imposible dividirse o separarse realmente de sí misma, sin distinguirse realmente de sí misma: luego es quimérico y contradictorio, que una cosa se divida o separe realmente de sí misma. La menor consta del axioma: Separatio realis est signum evidens distinctionis realis. Y todo lo demás es claro. Lo que de aquí se sigue es, que no pudiendo aquella proposición del P. Sagüens a la pág. 230 explicarse con la división a se, por ser ésta [82] imposible, sólo pueda entenderse de la división in se: y entendida de este modo, es contradictoria a la definición del Concilio.

12. No dudo que sabrá lo que ha de responder a esto el docto Mínimo, a cuya sombra se puso el Sr. Mañer: como ni tampoco su Reverendísima dudará de que cualquiera cosa que me responda, yo sabré lo que le he de replicar. Pero no es eso en lo que estamos ahora. Aquella lid antecedente está compuesta. Lo que ahora se propone, es a fin de avisar al Sr. Mañer, que deje las cosas a quien las entiende, y que los puntos de Teología no se hicieron para Tertulias de corbata.

13. En cuanto a que el libro Accidentia profligata, que yo cito, sea del P. Sagüens, tampoco es eficaz el argumento que tomó del docto Mínimo el Sr. Mañer, por lo menos como le propone Mañer. Cítase en el Atomismus demonstratus un libro, intitulado Accidentia profligata, como obra del P. Sagüens. ¿Pero de dónde sabemos que es el mismo? Entre tantos libros como han salido a luz contra los accidentes Aristotélicos, ¿no pudo ponerse a dos diferentes el título Accidentia profligata? ¿Cuántos libros distintos han parecido debajo del mismo título? Dos escritos harto diferentes salieron contra mí con el de Anti-Teatro. Y todos los demás que me impugnaron, pudieron rotularse del mismo modo; sino que no todos dieron en el estratagema del título sonante, que sirviese de campana para llamar la gente. Aun el mismo Sr. Mañer se acordó algo tarde; pues por haberle dado un título bajo a otro escrito suyo, tiene aun estancado en la Librería de Juan de Moya el Repaso general de los escritos de Torres. Si le hubiera llamado Coliseo Antiturriano, o cosa semejante, a dos meses tuviera despachados todos los ejemplares.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 75-82.}