Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso XII

Senectud del Mundo

1. También aquí me favorece generosamente el Sr. Mañer, aprobando mi sentencia, y mis pruebas. Pero dice, que siendo éste mi Discurso por lo general digno de cualquier elogio, sólo se le notan los descuidos siguientes. Así el número primero.

2. Número 2 propone el primer descuido, que consiste en que después de referir las largas edades de los trece ancianos de S. Juan del Poyo, añado, que en este siglo es cosa prodigiosa. Esto parece inconsecuencia, siendo mi intento probar, que en este siglo se vive tanto, como en los pasados. Respondo, que en aquella cláusula no se hace comparación de este siglo a los siglos antecedentes próximos, o medianamente remotos, sino a los remotísimos; esto es, los que precedieron, o se subsiguieron inmediatamente al Diluvio; ni por este siglo entiendo sólo el último centenar de años, sino con significación más genérica, todo el tiempo que ha que la vida de los hombres está en la corta extensión que hoy goza.

3. Número 3 trata de descuido lo que dije de las cuatro causas de la larga vida de los hombres antediluvianos. Como yo en esta materia no dije más de lo que a cada paso se halla en los Sagrados Expositores del Génesis, no debo detenerme en ella; pues debo suponer, que si el Sr. Mañer supiera, que aquella es doctrina común, no la trataría de descuido mío. [48]

4. Número 4 me capitula el haber creído lo que, siendo niño, leí en una Relación impresa del Bajá Turco, que en ochenta años de edad defendió una Plaza de Hungría, manejando dos alfanges. Item, llama a aquella Relación Relación de Ciego. Item, dice, que debí nombrar la Plaza. Item, para suplir mi falta, nombrar la Plaza, y el Gobernador, y cita Autores. Item dice, que el Gobernador no tenía ochenta años, como rezaba mi citada Relación, sino setenta. Item dice, que aquella Relación pararía en los Archivos de los Especieros.

5. A lo primero respondo, que el Sr. Mañer no sabe si creí aquella noticia. Yo sólo digo, que la leí: cuando en la comprobación de un asunto, sólo se da una especie, es seña fija de que el que usa de ella, le cree; pero cuando se exhiben otras pruebas concluyentes, y seguras (como confiesa el Sr. Mañer lo son las mías en el asunto presente) es común entreverar una, u otra, de quien no hay la misma seguridad, dejando al juicio del lector la probabilidad que puede tener. El mismo modo de explicarme, que leí en una Relación siendo niño, muestra que no confiaba yo mucho en la noticia. A lo segundo digo, que pues el Sr. Mañer no vio aquella Relación, tampoco puede constarle si era de Ciego, o de algún hombre de muy buena vista. A lo tercero, que no sé qué precepto, ni natural, ni positivo me indujese la obligación de nombrar la Plaza: ni qué falta le podía hacer al lector para el asunto, la expresión de esta accidentalísima circunstancia. A lo cuarto, le doy las gracias al Sr. Mañer, por la caridad con que suple mis defectos, exponiéndose al riesgo de que un lector reparón se lo note de superfluidad. A lo quinto digo, que si el Sr. Mañer tiene autoridad para quitarle a Julio César Scalígero cincuenta y cinco años de vida, también la tendría el Autor de la Relación para añadirle diez al Bajá de Buda. Por lo que mira a lo último, de que aquella Relación pararía en los archivos de los Especieros, le aviso al Sr. Mañer con la frase de los vulgares, que no diga soberbias, que no sabe si dentro de pocos años parará en los mismos archivos su Anti-Teatro. [49]

6. Número 5 llama descuido mío, lo que es un complejo de dos equivocaciones suyas. Dice que yo niego que en los tiempos antiguos haya habido Gigantes: y éste es un gravísimo descuido, porque del Sagrado Texto del Génesis consta, que los hubo: Gigantes autem erant super terram in diebus illis. Digo, que en esta objeción hay dos grandes equivocaciones. La primera, porque los Gigantes de que habla aquel Texto, existieron antes del diluvio; y yo cuando niego la decadencia del género humano en estos tiempos, respecto de los antiguos, expresamente hago excepción del tiempo antediluviano. La segunda, porque no niego que en los tiempos antiguos haya habido Gigantes, entendiendo por Gigantes a todos aquellos que exceden considerablemente la común estatura. Si en este sentido concedo Gigantes en este siglo, ¿a qué propósito los negaría en los antiguos? Sólo sí niego aquellos Gigantes desmesurados de veinte, treinta, cuarenta codos, &c. y así nada hace el Sr. Mañer con agregarme sobre Og, y Goliat, de quienes hago mención, al Egipcio del Paralipómenon, que tenía cinco codos. ¡Válgate Dios por tanto citarme la Escritura un hombre que confiesa, que sólo la vio por el pergamino! Si concedo en nuestros tiempos hombres de seis codos, ¿qué nos prueba Mañer con el antiguo Egipcio, que no tenía más que cinco?

7. Con esto está satisfecho el otro Texto de la Escritura (los embanasta, que es un horror), que alega al número 6; pues si los Exploradores sólo dijeron verdad en que el Pueblo de Canaan era procerae staturae, mintiendo en lo demás, ¿qué prueba es ésta de los enormes Gigantes antiguos? ¿No basta para decir que un hombre es procerae staturae, el que exceda un palmo, y aun menos la estatura regular?

8. En lo demás le dejamos al Sr. Mañer la libertad, que goza, de creerle a Homero el que Diómedes, le tiró a Eneas un peñasco, que catorce hombres del tiempo del mismo Homero no podían levantar del suelo; y a Virgilio lo mismo con poca diferencia, aplicado a Turno: como a los demás nos deje la libertad de admirarnos de sus buenas creederas. [50]

9. Pero le advierto, que otra vez no diga, que S. Agustín lib. 15, cap. 9 de Civit. Dei, cita a Plinio el Segundo, y le llama Doctísimo Varón. S. Agustín cita de este modo: Plinius Secundus, doctissimus homo, &c. Sepa, pues, el Sr. Mañer, que Plinius Secundus en aquella cita no significa a Plinio el segundo, sino a Plinio el primero. No tiene que arrugar la frente, que es así lo que digo. Hubo dos Plinios, mayor, y menor, senior, y junior, tío aquél de éste. El primero, o mayor, es el Autor de la Historia Natural, de donde cita S. Agustín la sentencia, que en el lugar referido se lee, y se halla en el lib. 7, cap. 16 de dicha Historia Natural. ¿Pues cómo le nombra S. Agustín Plinius Secundus? Yo se lo diré al Sr. Mañer. Es, que aquel Secundus es renombre, o apellido que tuvieron ambos Plinios. El primero se llamó Cajus Plinius Secundus, el segundo Cajus Caecilius Plinius Secundus. El modo de distinguirlos en las citas es, cuando se cita el segundo, añadir alguna nota particular, que convenga a éste, como Plinio el menor, o Plinio el junior; o también puede servir de distintivo la obra que se cita, v.g. el Panegírico de Trajano, o las Epístolas, pues éstas se sabe ser obras de Plinio el menor. Si no hay nota distintiva, o si se cita la Historia Natural, se entiende citado Plinio el mayor. Quede mandado esto a la memoria, porque no le suceda otra vez quedar el Sr. Mañer expuesto a la risa de los lectores, viendo que ignora, que el Autor de la Historia Natural es Plinio el mayor (cosa sabida hasta de los Gramáticos), y que toma el Secundus, que es renombre, por adjetivo común.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 47-50.}